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domingo, 31 de diciembre de 2023

El sol de mi muerte




Este sol me sorprendió con un apapacho al salir de la gruta. Dejó a un lado su intenso calor, convirtió sus llamas en alas y su esplendor lo tradujo en una mano amiga. 

"Vuela conmigo", me dijo. No dudé. Y juntos emprendimos viaje, pasamos a comprar comida y a recoger a la luna.

En pleno vuelo por el espacio sus alas volvieron a ser llamas. Sentí miedo, pero el astro abrió su boca y me tragó por completo. Adentro de sus entrañas estaba la comida preparada y la luna desnuda.

"Prueba un poco pero no te atragantes", me dijo. 

Y probé.

Y me alimenté. 

Y a la luna la hice mía con pasión, como a una amante que no veía desde hace tiempo. 

Y me quedé dormido entre llamas.

"Despierta, ya llegamos", el sol descendía a toda velocidad por el espacio hasta llegar a la Tierra, hasta entrar a la ciudad, cerca de la gruta. 

"Baja ahora".

"No volveré a viajar contigo", pregunté.

"¿Para qué?" dijo antes de emprender vuelo y convertir sus alas en fuego, dejó de ser una mano cercana para ser la estrella de siempre. Cuando volvió a acomodarse en el centro del universo me gritó, "ahora ya estás muerto, ahora puedes atragantarte".

Cuando observé mis manos eran llamas y mi cuerpo se convirtió en granito. Era otro entre los vivos.

A la entrada de la gruta estaba la luna, la tomé de la mano sin dañar. "¿Entramos?" dije, pero ella trató de contenerme, trató de detenerme. Solo sonreí.

Caminé y trascendí al interior de la caverna. Con un calor, mitad humano mitad celestial, derretí todo.

Y se hizo la luz. La tan necesaria luz.

Y la luna fue mía otra vez. Nos comimos entre piedras, arena y sangre.

Y nos quedamos dormidos en medio de la muerte.

El cuadro del gran muro



Abrí el rastrillo del castillo y crucé lentamente el puente levadizo hasta llegar al jardín, ahí me senté un rato. Fue agotador el viaje a las tierras que colindan con mi fortaleza. Lo mejor de un día de exploración extenuante era volver a casa antes del anochecer y ver, desde la torre más alta, la caída del sol.

Luego de ese espectáculo natural nunca faltaba la cena en la enorme mesa de madera de la sala principal del castillo. El placer de comer, ante las velas, era muy especial.

Debí proseguir el plan de llegar a mi dormitorio, sin pausas luego de una jornada de ansiedades; pero una corazonada me llevó a la biblioteca, la cual era amplia y con aroma a páginas y tinta. Esta sala era atractiva y tenía un magnetismo fulgurante, no tanto por los cientos de textos, sino por su diseño.

Como decoración de las libreras había una enorme pared, tan grande como el muro principal de los museos. Ese muro tenía grietas y el tiempo había estropeado la pintura gris. Era una muralla vieja.

La estructura sombría estaba decorada con cientos de marcos brillantes, exquisitamente artísticos. Mi castillo era grande pero cada vez que entraba a la biblioteca el escenario me movía el corazón. Además del contraste entre estructura y luz, entre diseño y color, lo que le daba la sensación de grandeza era la historia que cada marco representaba. 

Ahí estaba representada en pinturas mi vida: la primera casa, las escuelas, los juegos, mi infancia, la música, la lluvia y cada momento que ha marcado el largo viaje. 

Cada cuadro tenía el tamaño adecuado al rastro que marcó en mi interior. En algunos espacios de la pared se amontonaban, entre grandes y pequeños, redondos y cuadrados, asimétricos y rectangulares, llenos de sentimiento y otros colmados de desesperación. No importaba el tamaño de cada memoria, era el conjunto de las mismas lo que daba la belleza total al muro de mis revoluciones.

Pero a veces, la vista me fallaba ante tal escenario. Durante algunos días me olvidaba de la biblioteca y prefería ir al jardín a tomar aire, porque la vida se me escapaba entre el recuerdo, la sospecha y las interpretaciones. Temía un día quedar ensimismado, sin regreso a la realidad. La gran fortaleza amurallada a donde vivía era tan silenciosa que, en ciertos momentos, tenía la sensación de que compartía el café con fantasmas. 

Aunque necesitara el jardín, me encantara la cocina y me desnudara en la torre más alta, solo cuando entraba a la gran sala con el muro de la historia, solo ahí me identificaba y me reconocía a cabalidad. 

En los últimos días recapacité sobre cada espacio de la pared y su historia. Me di cuenta que por años intentaba no ver tanto la esquina superior derecha del muro, el espacio dedicado a algunos rostros, a las figuras emparentadas a los sentimientos más profundos. Entre cuadritos y formas ovaladas, entre lienzos manchados y desgastados, destacaba un cuadro que estaba tapado con una manta.

"¿Quién se atrevió a ocultar uno de mis cuadros?" grité con todas mis fuerzas. Estaba tan molesto que quería ver inmediatamente a los ocupantes del castillo para detectar los ojos del culpable. "¿Quién fue el entrometido?" grité a todo pulmón.

Pero solo se escuchó el eco de mis gritos.

Mi temor más grande me vio directo a los ojos: estaba solo en el castillo. 

Con desesperación corrí por la más alta de las escaleras que estaba en el sótano. Con fuerza determinada por el miedo y la excitación saqué la escalera y corrí por la sala, por los pasillos, boté cajas, candelabros, espejos y desordené todo a mi paso, me comía la ansiedad por llegar al muro de la gran sala. Subí con prisa para apartar la manta del cuadro y en mi afán boté otros cuadros. Algo me desesperaba al ver ese cuadro tapado. Tenía una mezcla de enojo y miedo por la verdad que estaba por descubrir.

Cuando al fin llegué a la parte más alta, quité la manta... al ver el rostro del cuadro estuve a punto de caer de la escalera. El corazón quería salir de mi pecho. Observé muy bien el rostro: la mezcla de una niña y una mujer, una sonrisa casi completa, apunto de explotar en una risa y los ojos con asombro, abiertos, iluminados. El rostro me trasladó al juego en una cancha de arena, a las escaleras de una gran plaza de la ciudad, a los lugares a donde esa mirada me marcó.

Se acumularon las sensaciones en mi interior. Los recuerdos y toda la historia que viví con el rostro del cuadro tapado inundaron mi conciencia. Tal fue la impresión que no logré sostenerme adecuadamente, uno de mis pies titubeó y perdí el equilibrio. Al tratar de retomar el control boté el resto de cuadros que estaban en la esquina superior derecha del muro de mis revoluciones, en la caída mis dedos rasgaron la pared y muchos otros cuadros de mi historia.

Caí de espaldas en una mesa llena de libros y luego al suelo. La parte trasera de mi cabeza golpeó con tal fuerza el piso que perdí la conciencia. Se me apagó toda la realidad y soñé... fue un sueño profundo con los rostros de mi vida, con las vivencias, las experiencias manchadas de tantos sentimientos. En un momento todas las caras se unieron y tomaban cierta forma, la cual mutaba y representaba a cada segundo las emociones humanas. El rostro cambiante se movía y me provocaba un descomunal asombro y excitación.

Con los minutos solo unas características se repetían en la cara: la sonrisa, los ojos infantiles mezclados con los de la mujer, las voces de la hija con la de la amante, los cabellos de largos a cortos, la mutación finalizó con el único rostro, el de la muñeca mitad diabólica, mitad angelical.

Y entonces recordé todo: tapé el rostro por la pena de la pérdida, por la noche de amnesia en que asesiné esa historia. Lo cubrí para tratar de seguir con mi viaje, para darle sentido al muro, para que no se secara el jardín, para disfrutar de la sala principal del castillo, para ver la caída del sol desde la torre más alta, para que no se derrumbara mi gran fortaleza. Para no morir.

El castillo quedó solo hace muchos años. La manta no borró la historia, tampoco la pena por no resguardar ese regalo del destino.

En el sueño el rostro quedó petrificado. Quedamos cara a cara. Sus ojos como lámparas tenían la intensidad de un demonio y la suavidad de un ángel. Con los segundos todo comenzó a oscurecerse y el rostro se desvaneció poco a poco, las miradas se perdieron, todo se perdió en el frío de la nada.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Sombras en el tiempo. El límite dorado.


"¿No te avergüenza escribir sobre sexo?", la mujer tenía una cara de asombro e incomodidad y esperaba una respuesta, ella dejó de leer una de mis historias porque una escena le pareció demasiado explícita. 

"No, creo que no", respondí. Con los años me acostumbré a ese tipo de preguntas y también le encontré sentido a dar explicaciones sobre los orígenes de ciertos escritos.

"Sabes, lo importante es crear historias con sabores propios, no del todo ciertos... ciertamente son límites que están opacos en el alma, no hay necesidad de aclararlos, solo de cruzarlos y  experimentar", agregué con naturalidad.

Un sorbo de café y la reunión cambió de rumbo, no valía la pena decir más sobre el tema. Ella también supo que era el momento de cambiar de conversación.   

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Años atrás, en una noche de abril, una vocecita tocó a mi mente. "¿Crees que hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

Abrí los ojos en la oscuridad y me acomodé boca arriba en la cama. Guardé silencio para aclarar mi mente. Hacía frío, me envolví entre las sábanas y las almohadas. "¿Aún es tiempo de permanecer en nuestros límites?" me volvió a sorprender la vocecita interna con sus preguntas, que casi siempre cuestionan los marcos que sostienen mi existencia.

"Eres esa parte en constante evolución, el complemento a esto que llamamos conciencia total", susurré en la oscura habitación. Los minutos pasaron, y cuando estaba por quedarme dormido, otro toque a la mente me alertó. "No has contestado mi pregunta. ¿Hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

"Creo que es casi lógico, pero el que define eso soy yo", cerré la conversación porque mi cuerpo, por fin, encontró el punto exacto para descansar. 

Y cada amanecer, desde aquel año de la comunión entre alma y monitores para desnudar mis interiores, fue una cascada de ideas, una fuente de historias. Y funcionó al inicio, pero con el tiempo, al verme al espejo, no podía evitar pensar en la necesidad de aclarar, de transparentar.

"¿Escribes solo por escribir o hay algo más que quieres contar?", la vocecita se aparecía cada cierto tiempo y rompía silencios o, en el mejor de los casos, apagaba estridencias.

"Vamos, piensa y define. ¿Hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

Esta vez me sorprendió la pregunta cuando estaba frente al monitor y me acompañaba un vaso desechable con café. Era tarde en una de las tantas cafeterías de la ciudad. La gente alrededor hablaba y comía, algunos me miraban cada cierto tiempo. A veces los miraba fijo a los ojos, pero otras veces me quedaba estático frente a la pantalla por varios minutos. Porque no siempre hay que expresar, pero siempre, siempre, hay ráfagas de ideas y pensamientos que rompen con los límites del cuadro al cual llamamos realidad, y todos dicen "realidad" con tanta naturalidad, como algo establecido que no puede modificarse. En mi caso "la realidad" es solo una limitante.

"Este es un rompecabeza que vamos a armar de a poco", contesté, o más bien, para ser correcto, me dije a mi mismo. Ese día en la cafetería me di cuenta que cada historia tiene dos versiones. En una, la común, hay rasgos de humanidad que he visto de reojo, amores a los que he rehuido, sentimientos que me son ajenos por naturaleza, risas y llantos, odios y misericordias, es decir, todo aquello que el cuadro al que llamamos realidad establece para cada ser humano.

La parte más interesante es la otra versión. "Hay otro mundo de influencias, el que la mayoría no ve con buenos ojos ¿no lo crees?" me dijo la vocecita con mucha más presencia. En ese momento mis ojos parpadearon más de lo normal. Me sentí extraño porque ya no logré delimitar entre la vocecita y mi voz, entre el susurro mental y el físico. Entre una realidad y la otra que supera los límites.

Me perdí por unos segundos y en mi cabeza fluyeron destellos, figuras sin formas y fuertes sonidos, un remolino de sentimientos que me elevó por los aires de la imaginación hasta los límites de la conciencia; en un momento, en medio del caos, me sentí del otro lado de la conciencia, a donde una luz infinita es tan fuerte que solo resta tomar un poco de ella para darle vida a historias de colores. Me abrí paso en el límite dorado de la existencia.    

Volví, de alguna manera, a la mesa de la cafetería. Se acabaron los ecos en mi interior porque la vocecita se mostró tal cual: como una sombra. Mis dedos se movieron y en la pantalla las letras aparecieron. 

"Otra versión de la realidad" fue la frase completa.

"Suena perfecto" rebotó en mi mente y susurraron mis labios, en comunión.

 


miércoles, 20 de septiembre de 2023

Las postales



Hay días que es mejor no despertarse.

Debí quedarme en cama con las postales del alma, las imborrables y delicadas, las que rozan con sutileza a la felicidad.

Hay momentos en los cuales es muy difícil ser quien soy. No es que sea trágico, es solo cansado.

Hace unos días el tiempo me envió una misteriosa postal. El mensajero la colocó entre mis entrañas y la cabeza, cerca del corazón. No esperaba correspondencia estos días, pero tenía un leve presentimiento que ya era hora de recibir noticias.

La postal anuncia amores imposibles, pasiones encontradas, anhelos y una dosis de locura que, por contradictorio que parezca, también puede rozar con sutileza a la felicidad.

Presiento que estoy ante el mismo sismo sentimental, sospecho que se asoma la vieja sensación platónica, aquella añoranza de una función que está cerrada para mi cuerpo. Temo que una historia que ya viví, adaptada al presente, está por desnudarme otra vez.

Hay días que es mejor no despertarse, que sentido tiene si solo en sueños mis manos pueden tomar tu cintura, besar tu cuello, sentir tu aroma, hacerte cariños y ver de reojo como cierras tus ojos con una hermosa sonrisa. 

Ese pequeño momento de plena felicidad, sin nada más que añadirle, queda congelado en el tiempo de los sueños para siempre.

A veces es mejor quedarse en cama. 

sábado, 5 de agosto de 2023

La musiquita de mi corazón

 "¿Alcanzás a escuchar esa musiquita?" 

"¡Escuchá!"

 "¿Alcanzás a escuchar ese violín?"

"Dios mío, es lo más bello".

Sostuve su mano todo el tiempo mientras ella trataba de encontrar sentido a los sonidos que se agolpaban en su mente. Mi Vieja estaba segura que había melodías en el ambiente y sus pupilas recobraban cierta lucidez para luego, en un concierto de colores y emociones, apagarse en la oscuridad de los fármacos. Mi Vieja se estaba apagando en la sala del hospital.

"¿Doctor, hay algo que podamos darle?" pregunté para luego sentirme incómodo. 

"¿Acaso no vez el desconcierto en su vida?¿Te parece que las pastillas o las inyecciones pueden aliviarla?" mi voz interna me recriminaba. Yo estaba desarmado de verla sufrir. Yo, el que profundiza hasta en el sentido de las hormigas, el impetuoso, el de sobrada pasión para buscar respuestas y de obstinada determinación, estaba a la merced de la impotencia. La Vieja estaba destrozada física, mental y espiritualmente y poco servirían mis propuestas de solución.

"Ya no quiero estar aquí", dijo con debilidad y tristeza. 

"Ya pronto nos iremos Vieja, pero debes hacer caso, debes tratar de descansar y cumplir con todo lo que dice el doctor, ya vamos a salir de esto", la parte fiel de mi alma creía en una remontada física pocas veces vista; pero la otra parte, la fría y calculadora, sabía que estos eran los días finales y solo quedaba aguantar la debacle interna, esa horrible sensación de ver una luz que vacila, que se apaga de a poco y no hay nada que se pueda hacer. Estar en la sala con ella era la impotencia en su máxima expresión.

"Debés prepararte. Esto se acabará pronto", una parte de mi conciencia me abrazaba con fuerza pero sin sentimentalismos. Aunque me destrozaba la idea de perder a la Vieja de mis sueños, siempre he agradecido esa voz franca, dura, pragmática. En mis caminos apasionados y cálidos siempre es bueno tener una voz fría, una contraparte incómoda pero real.

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Una tarde mi Vieja no se terminó la comida. Ella, quien siempre dijo que el que come no se muere, dejó de comer. Dejó de comer frente a mis ojos tristes. Sentí un golpe en el pecho. 

"Trata de terminarlo, te hará bien", fue lo único que se me ocurrió, como si la comida sanara todo. 

"Ya no tengo hambre" dijo mi Vieja con debilidad, su voz ya había perdido total presencia y se movía entre susurros y balbuceos. "Te darán de alta pronto, pero hay que cumplir todo lo que dice el doctor", dije con fe. 

"Ojalá", respondió ella con una media sonrisa y ojos casi cerrados. Fue una sonrisa débil que me demolió el interior. Alcancé a salir a tiempo de la sala para sollozar, lo hice tratando de evitar ruidos incómodos, lastimosos y tapé mi boca con una fuerza descomunal para tratar de detener un dolor inmenso, crudo, tremendamente crudo. 

Lloré acurrucado. Lloré como nunca antes, hasta que perdí todo rastro de tristeza, hasta quedar vacío de sentimientos. 

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Unos días después la Vieja recobró cierta lucidez.

"¿Escuchás esa música?"

"Escuchá esa belleza... es una sinfonía", mi Vieja tenía luz en sus ojos y yo hice todo a un lado para unirme a sus febriles sensaciones.

Tomé su mano con delicadeza. "¡Claro que la escucho, Vieja! Es bellísima", le sonreí y la acompañé en su momento de gracia, de calma; por alguna razón, esa música que imaginaba le daba paz. 

"A vos siempre te ha gustado la música..." 

"La música siempre te ha movido el alma..."

"Disfrutá la música... disfrutá crear muchas historias..."

Apreté un poco más su mano porque sus palabras dieron en el centro de mi corazón. Ella siempre me marcó, me inculcó el amor por la música y me regaló esa enorme capacidad de leer e hilar historias. Sentí que mi existencia, mi razón de ser, pasó por mis ojos en un instante; pero, al mismo tiempo, sentía que en cualquier momento perdería para siempre a mi Vieja. Fue un momento de emociones inédito en mi vida.

A los pocos segundos intentó hablar pero ya no pudo. Solo balbuceaba y sus ojos se apagaban de a poco. En un momento de aflicción para detener lo indetenible la tomé del cabello y le toqué sus mejillas, le daba golpecitos para intentar que no se durmiera: "Vieja, Vieja, despierta, no te duermas, no me dejes ahora... no ahora, no así".

"¡Vamos!" 

"¡Vieja!"

"Vamos, por favor... por favor, no te vayas ahora... no así".

Vieja...

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"Ya sabías, desde hace meses, que esto sería así. Ya lo sabías. Y también sabías, desde hace años, lo que se iba a perder. Ya lo sabías", mi voz interior se hacía sentir en medio de los días de sollozos y lamentaciones, de esas horas oscuras y desesperantes por la sensación de lo que pudo ser y no fue. 

"Dejala ir ya. Ya estuvo, porque hay otras cosas que hacer".

"¿Qué más puedo hacer sin mi Vieja?", grité con un deseo de aferrarme a los pensamientos de ella, a sus historias y sus sonrisas.

"Quizás podés empezar a darte cuenta que nada es para siempre". 

"Aprendé de una sola vez que debés soltar las cosas, que no todo estará a tu disposición, no todo es a favor. Hay cosas, situaciones, sentimientos, pasiones que deberás dejar pasar frente a tus ojos porque no te pertenecen".

"¡Qué mierda! ¡Qué mierda!", susurré en medio del cuarto vacío.

"Sí, que mierda..."

"Ya parate, vamos, caminá, escuchá un poco de música, preparate para más historias, esto todavía no se acaba para vos".

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Y me levanté otra vez.

Volví a construir historias, volví a ver nacer y morir amores, encendí y apagué otras sensaciones.

Volví a tener éxito y a fracasar; y otra vez, por extraño que parezca, volví a ser exitoso.

Me di cuenta que hay personas y realidades que están lejos de mis posibilidades. Volví a soñar con ellas y, amargamente, volví a dejarlas pasar sin siquiera tener la oportunidad de confesar mis sentimientos y expectativas. Por algo no fue y por algo no pasó.

Todo pasa.

Lo único que no pasa es la musiquita de mi corazón, aquella que enciende pasiones, la que nació solo para ser compartida.

Lo que nunca pasará son las melodías de la vida que hilan tantas historias de todos colores, esa creatividad que la Vieja, amablemente, alimentó con amor en mi corazón.

Esa musiquita se quedará conmigo hasta que se convierta en una gran sinfonía, especial y radiante, que sonará en la bienvenida que me den ante los nuevos horizontes. 


sábado, 22 de julio de 2023

Plutón

Veo la luz a lo lejos, desde el frío y desolado paraje. Me acomodo en la planicie gris para ver los escenarios y delimitar las fronteras físicas; pero en mis adentros, en la dimensión íntima, imagino cruzando los límites para acudir a tu morada.

Me acuesto por un momento y mis manos me sirven de almohada para ser un espectador de los cielos y los astros; con calma, en medio del silencio, veo como se pintan y mutan cientos de historias. Todas las almas tienen su orden superior y se mueven en direcciones establecidas; pero en mi interior, en ese vasto territorio, pienso en el camino que seguiría mi energía junto a ti, sería un sendero improvisado, sin leyes y cada cierto tiempo prepararía fogatas para alimentarte.

Aunque el cielo invita a ser un espectador eterno, me pongo de pie y doy un paseo en la nieve. Con el tiempo se dibujan mis pasos mientras pienso en mis caminos desde esta frontera del espacio, alejada de la histeria y las fantasías, de las creencias y las reglas; probablemente, pienso mientras camino, soy de esas historias incomprendidas, una que no debió ser escrita por los azares de la naturaleza y mucho menos patentada por las leyes del orden. En mi helado interior imagino reescribiendo mi historia contigo.

Cuando llego a mi morada me acomodo frente a la ventana y alcanzo a ver a la estrella más brillante del espacio, a la que millones le deben la vida, por la que muchos se inspiran. Alrededor de ella veo como todo gira sin detenerse, todo y todos recorren ese círculo sin pausas y dejan una enorme estela de drama y colores. 

Mis ojos ven claramente a esta luz y son conscientes de lo que representa, pero en mis adentros no me ilumina como lo hace tu imagen. No podría llamarte mi sol, ese astro es de todos y de cualquiera, en mi dimensión tu serías Caronte, una parte de mí.

La fría noche llega a su apogeo y me duermo con cierta paz. En mis sueños comparto contigo, tenemos largas charlas y mis ojos se adormecen en tu mirada, me siento iluminado con tu rostro y te muestro el mío tal cual, sin límites. En la pequeña morada no te imagino como parte del cosmos, me gusta pensar más en un "somos" infinito.

sábado, 1 de abril de 2023

La historia de la cocina

Hoy salí a caminar y me acordé de vos, otra vez. No fue la simple aparición de tu rostro en los miles de escenarios que abarrotan mi mente, tampoco llegaste por la inspiración de la música, sabes que soy un esclavo de ciertas melodías y construir ideas al compás de mis bandas es algo casi normal, como respirar. No, no llegaste por casualidad.

Siempre diseño historias, casi sin querer, y esta vez soñé una que debí forzar, una que pudo ser realmente bella.

Te imaginé en la cocina, con tu estilo particular, con tu rostro y tus facciones tan características, las que me gustaba apreciar en secreto. Ahí estabas y yo tenía en mis manos un bolsón con todo listo para irme a escribir a una cafetería. Pero me detenía tu rostro, estabas tan concentrada en la rutina que no te percataste de mi miraba; cuando te enterabas de que mis ojos estaban en ti, y se cruzaban nuestras miradas, reías, reíamos y siempre preguntabas sobre la causa de mis miradas. 

La tarde era bella y tu rostro mucho más. Quería hacerme invisible para seguir apreciándote. 

Pensé en destruir el plan de escribir, olvidarme de la maleta y unirme contigo en la cocina a donde los aromas de tus recetas le daban otro color a la casa. Pero dudé. La historia en mi cabeza se quedaba hasta este punto.

Luego de la caminata, me apresuré a entrar a mi cuarto y solo pensaba cómo debió terminar la escena. ¿Qué debí haber hecho? Fue difícil porque entre lo ideal y la realidad hay abismos, unas personas pueden entrar y salir de ellos, otras pueden llenarlos para construir caminos y hay quienes caen en el abismo y la vida solo les alcanza para tratar de salir de ahí. 

Debí quedarme, eso pensé sobre la historia de la cocina. Debí hacer a un lado lo planeado, olvidarme de los procesos, hacer una pausa en la inspiración para escribir o destruirla si era necesario. Debí entrar a la cocina y hacerte saber lo mucho que me gustabas, lo importante que era para mi vida ese rostro y todo lo que le daba vida. "Esta vez me voy a quedar, ¿sabes por qué?" y dejarte un minuto con la duda, sonreir al escuchar tus constantes preguntas... "Porque te quiero mucho". Imaginé cómo se dibujaba la sonrisa en tu rostro, cerraste los ojos y con tu tono de voz, mezclado con cariño, mencionaste el apodo que te inventaste para mí.

Esa tarde era para quedarme y que nos diera la noche sin ningún apuro, sin ningún plan.

Habría sido una historia perfecta la nuestra. 

Luego de darle forma al relato me acosté y no dejé de pensar cómo llegaste a mi mente; pero, como siempre me sucede, no puedo diseñar una crónica sin interrogarme, sin dilucidar por qué no la hice realidad.

Y simplemente no pude, no tenía las condiciones, el paso de los años genera pesos y sombras que uno termina arrastrando en el camino, sin darse cuenta de la situación. Por un lado estaba una persona con los caminos establecidos para generar historias y por el otro, un ser que solo trataba de salir de un abismo, que también es una historia pero muy diferente. Éramos dos corredores para distintos senderos.

Ahora pienso lo sencillo que pudo ser; claro, el tiempo siempre regala sabiduría, pero no hay vuelta atrás. Las historias tienen su lado amargo, y la imposibilidad de volver a la cocina es un ejemplo.

La tarde terminó y quedé en silencio. Cierro los ojos solo para recordar los momentos en secreto, los que realmente fueron especiales. 

Las historias continúan...



 

  

sábado, 28 de enero de 2023

Dos minutos



Tomé la taza de café para perderme en varios sorbos. Una tras otro con lentitud. Y así sucedió: me perdí en mis adentros.

"Si pudiera opinar algo preferiría callar, es mucho más barato el silencio en un mundo cada vez más sensible y dramático. Cuando estás cerca de la cima de la montaña, las voces pierden fuerza. Nada me sorprende de los falsos líderes de masas, son solo cobradores de deseos como todos los que habitamos en este valle. Si con dificultad creo en algunos de mis pensamientos y soy estricto con mis argumentos, ¿como podría darle valor a lo que sale de la muchedumbre?"

"Las voces son más sospechosas conforme avanzan las edades, por eso los silencios se vuelven valiosos. Observar es un arte para pocos y para viejos".

"En los años dormidos es normal la debilidad y la fe ciega, es parte de la evolución. El peor daño es permanecer idiota en el tiempo, paralizado por la costumbre, el apego o la incomodidad que causa pasar por alto nuestra humanidad y aceptarnos como lo que somos: pasajeros de una vida prestada".

"Solo si el mundo explotara en mil pedazos, entonces opinaría; me gustaría un asiento en la última fila, así me asombraré de como todo se quema poco a poco; cerraría los ojos y me concentrara en los gritos y la esquizofrenia colectiva clamando por un último aliento, una última oportunidad para cerrar deudas con sus pasados. También sería conciente de la cercanía del fuego y sentiría mi carne derritiéndose con lentitud. Seguramente será un dolor indescriptible, pero me dolería más perderme la caída y el llanto de los escogidos".

"Estos pensamientos podrían ser el resultado de una noche de delirio, de la acumulación de costra en el alma o simplemente una queja sin sentido. Estos pensamientos podrían tener un origen o simplemente es la reproducción del eterno fluir de las neuronas. No hay orden, no hay reglas, no hay formas que expliquen la esencia de estas expresiones propias de mi ser". 

Entonces terminé mi café y volví la mirada a todos en la reunión. La escena, entre los sorbos y colocar la taza de café en la mesa un par de veces, junto a mis ojos interesantes y mi sonrisa aceptable duró solo dos minutos, pero yo no estuve ahí en ese periodo de tiempo. De golpe volví a la sala de reuniones, aún siento el aroma de la fragancia que coloco cada mañana en mi cuerpo, aún tengo la sensación de que valgo la pena, pero no sé si todo lo que pensé realmente lo pensé, o quizás lo que construye mi mente es el resultado de una serie de eventos extraños de los que no tengo ni la mas mínima idea de sus significados.Y la verdad, después de saborear el café, no me importa.

"Yo opino que podemos hacer subir nuestras ventas..." dije en la reunión, la cual continuó como la existencia misma, con su habitual marcha en el tiempo.

En dos minutos se puede acabar la vida o pensar lo suficiente para cambiarla. Me quedo con la segunda parte.
  





viernes, 24 de junio de 2022

En el sendero gris



Entre la lucidez y el delirio, hay una delgada línea gris, lúgubre, que nos conmueve. 

¿Nos conmueve? 

Eso creía; sin embargo, el tiempo dictamina que quizás, por castigo o alivio, es una experiencia confeccionada para esta desgastada armadura que cubre mi esencia. 

Quizás es una amorfa, grisácea, acogedora sombra que me emociona, que me abraza y a la cual entregaré, sin reparos, mi más íntimo ser. 

miércoles, 19 de agosto de 2020

Los abortos de una revolución que no fue

¡Ah, los chicos que éramos! 

Insertaron en nuestros vírgenes cerebros una ideología, una postura ante la vida y la sociedad.

Las ansias de un juguete eran ridículas para los hombres y mujeres con aspiraciones de convertirse en "nuevos seres humanos".

Desbaratar vínculos sentimentales es válido, si la misión es aliviar al pueblo, a la mayoría. Ante contundente postura, tus pueriles deseos, tus necesidades y sueños, no son más que un sinsentido, una necesidad errónea, creada, provocada. Una debilidad que debe transformarse en fortaleza, así decían los aspirantes a "nuevos".

No somos parte de una cultura, somos multiculturales; pero no por una apertura mental, no me malinterpreten, sino por la necesidad de recorrer países y compartir casas ajenas de pueblos extraños. Fue una extendida huida, una especie de búsqueda de atajos hacia la utopía. Y los que se quedaron en dos o tres casas, que perdieron contacto físico o sentimental con algunos de sus progenitores; bueno, ellos también quedaron vacíos de alguna manera.

Nuestras lecturas estaban alineadas. Todo era parte del plan: música, escritos, pláticas. Nuestros entornos tenían que ser interpretados bajo la sombrilla de la ideología, otra más de las diferencias humanas, después del género. 

¿Somos iguales? 

¿Realmente somos iguales? La misma naturaleza cambia; eso sí, a paso lento en comparación a nuestras ansias de poder.

El ocaso de la niñez llegó y todo cambió. Unos adoptaron las enseñanzas, otros las repudiaron en silencio.

¿Creyeron que sería universal su sentimiento e ideología, "seres humanos nuevos"? 

¿En realidad lo creyeron? 

Entonces, entre masturbaciones adolescentes, hormonas desordenadas y líbidos insaciables, entre maestros, padres, amigos, enemigos, familias quebradas en alguna base; en medio del valle de rebaños, las mentes comenzaron a comprender que no somos especiales, ni únicos, que solo somos una masa en constante cambio. Unos duermen ante la realidad, otros la interpretan y quizás muchos, ni siquiera, tengan o puedan alcanzar a analizar la situación.

Con los años nos convertimos en hombres y mujeres, con todo lo que eso acarrea.

Entonces veo sus ojos entre lentes y arrugas del tiempo, sus palabras presentes con sabores del pasado, explicaciones y excusas de alguien con miras a cambiar el entorno, aunque sea de unas decenas de apasionados ideológicos.

Llegó la tan esperada tarde para cruzar miradas. Mi ojos ebrios provocaron un sinfín de interpretaciones, pero soy más que ojos caídos, hábitos, carne y deseos. Soy la antítesis. Soy el provocador. Por fin tengo frente a mí a una representante del pasado, una agente del orden común, una especie de agitadora, una mujer que me gana en años, solo en eso.

Y hablamos lo necesario.

"Somos los abortos de una revolución que no fue".

No todos, dirá alguien.

"Muy bien, gracias por la opinión. No me interesa. Yo soy una de tantas evidencias, solo que suelo hacerme el desentendido para no herir susceptibilidades, nada más".

Sin embargo, está tomada la decisión: ya no hay tiempo para el silencio. 

Llegó el momento de abrir heridas, sacar la pus y suturar.



  



domingo, 18 de agosto de 2019

El séptimo día


No hay día sin queja y noche sin lamento.
Los anheladores compulsivos, insaciables.

No hay día sin guerra y noche sin deseos.
De la ira a la inocencia y el dedo acusador, todo en uno. Estirpe demente.

No hay día sin crítica y noche que nos sorprenda sin odio.
¡Danos la crítica nuestra de cada día, amén!

No hay día sin doble moral y noche sin rezos.
Dios allá y Yo aquí. Dios en la lejanía, ayúdame. En ese orden. Buenos religiosos. 

No hay día sin adular y noche sin señalamientos.
Nuestra mano siempre al gentil, nuestra lástima al necesitado. Pobrecitos.

No hay día sin necesidad y noche sin envidia.
Ansiamos mucho, queremos poco. Éxito ajeno, dolor interno.

Y en el séptimo día... se descansa.

¡Los adoradores de fines de semana!

Seamos buenos, hermanos.  Iglesia más food court, igual a gozo.

Seamos acordes, gente. Celulares más netflix, igual a gozo. Ahora la casa tiene sentido.

Seamos acordes, mayoría. Día de maíz, queso, frijol, sodas y selfies. Gozo.

¡Mañana listos para repitir la historia!

Suframos... un día a la vez.



Letras desde los alaridos


"Tenemos un espacio en la zona de los juegos para niños."

Acepté la condición inmediatamente. Ya era tarde y no podía perder más tiempo, esto de escribir no es moda, ni apariencia, mucho menos aspirar a un estatus. Es simple necesidad, de esas que carcomen si no se satisfacen.

Era un bullicio total. Un desorden de sábado por la tarde. Llantos y carcajadas se mezclaban con los clásicos alaridos de la adrenalina infantil, esa emoción incomprendida. Si ya les describí los sonidos, imaginen las cosas y la gente: habían calcetines y zapatos regados por el piso, meseras esquivando los pequeños cuerpos en movimiento. Y ahí estaban las mamás, entre la charla y la vigilancia. Unas más cansadas que otras, la mayoría atentas y unas pocas sucumbían a la desesperación con rostro de "¿qué estaré pagando?"

A todas les cambiaba el semblante a cada momento: cuando hablaban entre ellas, asombro e interés; cuando debían atender a sus vástagos, de cariño, autoridad o molestia.

Eso de querer inspirarse para un profundo ensayo de cuánto me sorprenden las características sociales de mis más cercanos colaboradores, era imposible. Pero como mis días son febriles, camino y vivo ansioso por expresar, entonces abrí mi mente, me quité los audífonos y dejé que los gritos pueriles desempolvaran la inspiración. Complicada misión porque unos alaridos eran tan agudos que casi provocan que corriera del lugar. Pero aguanté.

Y llegó lo que necesitaba: un golpe de memoria de aquel chiquillo gritón y sentimental. Aquel gordito insaciable por jugar, soñador de primera, que no necesitaba de mucho para armar tremendos juegos mentales ¡Como me divertía crear historias!

"Luchadores contra soldados". "El ataque al fuerte Knox". "Los campeonatos de basquetbol musical". "Los juegos sangrientos". "La muerte súbita de los penales". "El mundo de las alcantarillas". "Las bandas de rock" y muchas otras creaciones de las que quedan poco rastro en una mente excitada e instrospectiva.

Recordé las tardes en casa. Aunque me miraban jugar solo, muy poco compartía de mis pensamientos. Todo era insumo interno para divertirme, se me ensanchaba el pecho y sentía una felicidad indescriptible cada vez que me sumergía en mis fantasías. Años de gloria sincera, sin manchas.

Antes de seguir la historia, acaba de caerse un niño y comenzó el llanto. Todo se detiene. El debate en una de las mesas de mamás entró en pausa y la susodicha madre del lastimado cruzó el salón a toda prisa para hacerla de doctor. Unos segundos bastaron para darme cuenta que era un rasguño mínino, mucha lágrima y nada de daño. "Mono chillón", recordé las palabras de mi mamá. 

Vuelvo a la computadora.

¿Jugar con los compañeros o jugar solo? Difícil decisión... pero hay una respuesta: siempre me sentí mucho más realizado cuando me dejaba llevar por mis fantasías. En cualquier momento podía divertirme. Felicidad exprés, sin intermediarios.   

Por cierto no recuerdo la frontera, el límite entre mis juegos mentales infantiles y los adultos. Claro que ahora no me verán tirado en el suelo ordenando muñecos,uno a uno con su nombre propio, para una batalla sin tregua en las profundidas de una alcantarilla imaginaria o de una fabrica abandonada que una vez soñé (la cual me sirvió de inspiración para crear tantos escenarios). 
Ahora es diferente, tengo otros pasatiempos cerebrales: "¡El matrix musical - deportista!", "500, la chamarra mágica" y "La gran verdad"  ¿de qué se tratan? aún se mantiene aquella ley de mi niñez: comparto poco. 

Para este momento los gritos en el salón aumentan... en cantidad y sonido. Las madres no paran de platicar y vigilar. Solo hay una señora que se ha quedado con la mirada perdida. ¿Estará sumergida en algún juego mental, en un escenario a donde es una heroína que salva a una raza inferior? Ojalá. 

Me pregunto si los chiquillos de hoy fantasean de tal manera que ignoren todo su alrededor. ¡Claro que sí! pero la mayor inspiración es un celular inteligente. Signo de los tiempos.

Veo mi taza vacía y algunos chicos fueron obligados a comer. Pasamos del bullicio desesperante al ruido normal, uno que otro grito rompe la paciencia, pero nada más que lamentar.

La tarde cedió a la oscuridad. El tiempo pasa muy rápido, demasiado como para no aprovecharlo. No sé si pierdo minutos valiosos en juegos mentales, probablemente sí. ¿Pero qué sería sin mis historias?

Soy muy poco sin mis procesos, debo aceptarlo. Desde el chiquillo gordo y divertido hasta el hombre introspectivo de hoy, sin juegos mentales y esas interrogantes que arropan mi interior, no sería nada.
Por eso cuando llega el momento libre de la semana, debo escribir, es una misión ineludible, valiosa y transparente. No solo es expresar a la ligera, es un mecanismo de vida para este inquieto ser.

Me levanté de mi mesa y busqué la salida. Parecía un extraño en medio de tanta mamá e hijos. Por cierto, nunca llegaron los papás. Quisiera creer que se atrasaron pero que al menos existen.

Otro signo de los tiempos.





       

  




sábado, 3 de agosto de 2019

Pecas y ojos saltones


Sandra tiene cachetes grandes, piel blanca mezclada con rosa, pecas por doquier, ojos verdes, labios grandes y la nariz chata. Adolescencia triste en rostro serio. Una chica que no pasa desapercibida, pero que se excluye del mundo por voluntad propia, por el control remoto de una baja autoestima mezclada con sobrepeso.

Un día, Sandra fijó su mirada. Desde la ventana del bus, vio a un chico en la parte trasera de un auto.

Paolo tiene ojos saltones cafés como el caramelo, empañados por unos lentes sucios. Mirada chispa en rostro tímido y delgado, trigueño. Es un chico al que las ganas de opinar se las quitaron a puro palo. Un control remoto instaurado desde muy pequeño le dictaba que era mejor callar.

Cuando las miradas adolescentes se unieron, se admiraron y se apenaron, se perdieron por un momento, para luego reencontrarse con esa timidez clásica de los inseguros, de los vírgenes pero con ganas de romperse todo.

El rojo del semáforo fue largo. Suficiente para que ambos se dieran cuenta de que no iba a pasar nada, pero sintieran qué lindo fuera darle rienda suelta a esa química excitante de la pubertad.
Ambos siguieron sus caminos, hasta que el tiempo les dio su lugar.

Sandra perdió los cachetes grandes y cambió a un rostro delgado, pecas en mejillas perfectamente maquilladas, ojos verdes sensuales en cuerpo de fuego. Un monumento.
Los años rompieron las virginidades de todo tipo, atrás quedó la timidez regordeta, el maldito control remoto explotó con la fuerza de besos, olores, fluidos, ahuevadas, confrontaciones y el sabor de la rebeldía a golpe de sensualidad. Sandra era Sandrota.

Paolo aprendió que sus ojos saltones, al fin y al cabo, no hacen la diferencia. Como todos, probó de todo, o casi todo. En una sociedad machista, sus miedos se convirtieron en armas, su chip silencioso dio paso a una lengua incontrolable que entraba y salía obsesivamente de cuanto orificio femenino alcanzaba. Hablaba hasta por los codos y, si no lo escuchaban, se hacía escuchar. Paolito era un hijo de puta.

Sandra pecas maquilladas aprendió con los años que no todo favorecía. Ojos verdes cansados de buscar amor y recibir decepciones, cuerpo cambiante, tallas más tallas menos ¡una locura cada año nuevo!

Lo sexi se encarecía en contraste con lo barato y estropeados que le salían los novios. ¡Sandra, hija mía, qué te está pasando! "Quizás sea hora de definir ser la tía borracha o morir en el intento de ser lo que todos esperan", Sandrita lo pensaba mucho. Se interrogaba mucho en la crisis de la media vida.

En Paolo ojos caramelo brotó una panza de vida... ¡pero alcohólica!
Solo engendraba problemas. Atrás quedó el apasionado don Juan. Ahora, el maltrecho hombre dividía su vida con el papel de trabajador de lunes a jueves y el de piltrafa humana cada fin de semana. Paolito, con la juventud ya caducada, probó las mieles amargas y residuales de la sociedad.

El semáforo en rojo parecía largo en la vida de ambos.

Y en ese lapso, se toparon con otro semáforo en rojo, el de la avenida Bernal en tráfico matutino. Sandra pómulos rojos volvió a ver a su derecha y se encontró con los ojos saltones y cafés de Paolo. Fue un rato de miradas que se perdían y cruzaban, esta vez con más conciencia que aquellas tímidas de la adolescencia. Ahora sí quedó grabado el momento, lo suficiente para que aflorara el recuerdo un mes, dos semanas, cuatro días, once horas, tres minutos y diez segundos después, cuando se encontraron en la sala de espera del consultorio del psicólogo al que acudían para tratar de enderezar sus vidas.

Paolo creyó. Sandra creyó. Y todo mezclado con el psicoanálisis del discípulo de Freud, quien agradecía la gran confusión que ambos tenían, provocó que un sábado por la noche se rompieran a besos y terminaran cansados en una cama de motel jurando, en sus interiores, que habían encontrado a la persona ideal. No tenían compromisos con nadie, solo con sus vidas turbulentas, así que se definieron.

Le hicieron huevos y ovarios porque eso del amor, o lo que quiera que signifique en el mundo de las relaciones de pareja, no es sencillo. Se quedaron juntos y procrearon sin pausa decorosa a Pedro, el pecoso, y Carmencita, la divina trigueña con lindos ojos cafés.

Don Paolo redujo las cervezas lo suficiente como para ser sociable, aunque mantenía su panza grande y redonda que combinaba con sus ojos saltones.

Al otro lado del sillón, la señora Sandra con un té endulzado con químicos que no engordan, pero que intoxican, luchaba por mantener su belleza a toda costa. Sus ojos verdes mostraban cansancio.

Y desde ese lugar, frente a la gran pantalla con una nitidez perfecta, manejaban a control remoto a sus hijos. A Pedrito, el gordito pecoso, no hacía falta gritarle mucho, era calladito y para ellos era un signo de "bonito". No sabían que Pedrito era como su mami, aquella chica insegura con baja autoestima y sobrepeso. "Calladito te ves más bonito" ¡maldición de lema de una sociedad doble moral!

Con Carmencita, lindura de niña, el control era mayor. Opinaba, gritaba, lloraba, pataleaba, era un torbellino de emociones, de necesidades sentimentales. Mamá y papá no querían terminar en la cárcel pero ¡qué ganas tenían de darle una golpiza! Como aquellas de antes de la ley de protección a la niñez. Por eso gritaban mucho, casi siempre.

Entonces Paolo ojos saltones y Sandra chele ojos verdes, dejaron de ver la televisión y volvieron a verse sin quererlo, como de costumbre.
"Creo que te conocí desde siempre" dijo el hombre.
"Pienso lo mismo...", sonrisa amable, mirada comprensiva aunque con alma confundida.
"Quizás nos cruzamos antes de conocernos..."
"Quizás".

Los ojos caramelo de Paolo y los verdes de Sandra se despidieron y volvieron a la pantalla en busca de una serie para darle sentido a las próximas horas, días, meses, años.

Mientras tanto, Pedrito pecas grandes, arrimó su gordito cuerpo a la ventana y no quitó la mirada ahuevada. Ya sudaba adolescente sus olores raros. Ya buscaba, ya pensaba distinto, ya se excitaba.

Y Carmencita también tenía su ventana. También sudaba distinto, percibía distinto, quería distinto.
Su rostro chispa, vivo, expresivo, con ese espíritu indomable que, a cada grito acalorado de sus padres, se encendía más. Carmencita, única, con sus lindísimos ojos color caramelo, incomparables, también fijo su mirada.

Entonces comenzó otra historia.




     

domingo, 21 de abril de 2019

La reina de las lágrimas


En medio del cielo y la tierra tiene un trono excelso, brillante, supremo.

¡Mírala!

Corona de oro, vestimentas negras, largas y majestuosas. Delgada figura y rostro brillante, delicado, bello, inexpresivo.

No se asemeja a las imágenes creadas, no hay lamento, lástima o cualquiera de las emociones de los santos. No hay sentimientos en su semblante, pero los produce entre los vivos.

No se mueve. Todos los ojos la ven y todos los corazones se dilatan con su presencia. No alcanza los caminos del Alfa y Omega, tampoco desciende a los retorcidos senderos humanos. Es una realidad entre los cielos y los infiernos.

Sus ojos son luz y sombra, sus labios carmesí. No emite sonidos, los produce entre los mortales: lamentos ensordecedores, las naciones convulsionan, los humanos son superados por un temor inédito. Por primera vez desnudos, vulnerables, impotentes, aterrados.

Su reino opaca al sol, a lo radiante y da paso al milenio gris. Vientos y nubes arropan al ser supremo, era La Reina, el ocaso terrestre y la envidia de las estrellas.

Era el final pero sin aviso. El siguiente segundo podía ser el último, La Reina podía acabar con todo lo descubierto. La lógica humana deseaba el final para acabar con el sufrimiento colectivo.
Pero la inmovilidad, la inexpresión y su mirada traspasaban todo corazón provocando un miedo nunca antes sentido, la incertidumbre más devastadora jamas experimentada.

Los sollozos asesinaron la cordura. El terror contagió cada cerebro. Entonces las plegarias convertidas en alaridos llenaron la tierra, como un caos de estridencia y dolor. En los cielos había silencio, el oido supremo había desaparecido.   

¡Mírala! No se mueve.
  
La vida se convirtió en el peor de los castigos y los intentos de extinción se multiplicaron. Pero ni el valor más grande cambió la nueva realidad, la impuesta por La Reina, los humanos no eran más objetos de vida o muerte, perdieron el poder de quitar o sumar. Ella era el principio y el fin entre los cielos y los mares, entre el ojo supremo y los humanos, entre la luz y la oscuridad, la salvación o la destrucción.

En su trono excelso, brillante, supremo, con su corona de oro que contrastaba con sus vestimentas oscuras, con su rostro y ojos inexpresivos, sin señal de sentimientos pero con la capacidad de crearlos, La Reina era la verdad entre el espacio sideral y las aguas.

Estática, inmortal, arropada por las nubes grises y los vientos, con sus ojos de luz y oscuridad y sus labios carmesí, el terror de los humanos y la envidia de las estrellas.

Sin principio y sin fin cada ojo hidratará la tierra seca... para toda la eternidad. 

sábado, 20 de abril de 2019

Sábado de gloria, cientos de rostros y un café


Cuando debería autoexaminar mi conciencia bajo la lupa de la historia recordada, me siento a describir caras, a tratar de adivinar sentimientos, a tratar de entender realidades.

Veo a una mujer que come en silencio. Los miembros de la familia hablan, cruzan miradas, sus rostros comparten sentimientos; sin embargo, ella ve al plato con comida llena el tenedor y lo lleva a la boca, es cuando mastica que alcanzo a ver su rostro. No es que esté hambrienta, tampoco está concentrada en masticar más de 20 veces como dictan algunos expertos de la nutrición, su silencio advierte una desconexión sentimental momentánea o crónica.

Me atrevo a decirlo porque en las cuatro ocasiones que la vi masticar logré ver sus ojos con facilidad. Uno puede advertir miradas, podemos saber si nos están analizando a cierta distancia. Nos separaban tres mesas pero su mirada, en la misma dirección de mi mesa, estaba perdida mientras la plática de sus parientes continuaba. Todos en algún momento "nos quedamos viendo a la nada", se siente cómodo de vez en cuando, pero volvemos a fijar la atención en algo o en alguien. Con ella era diferente: sus ojos cansados, inexpresivos se desenfocaban y luego bajaba la mirada para concentrarse en el plato.

"Aquí está su café, señor", la voz de la mesera me interrumpió y estuvo bien porque ya no podía seguir con el escenario de la mujer que comía en silencio.

Un sorbo de café y a pensar. Es sábado de gloria.

En el día antes de la resurrección, cuando debería enumerar y desmontar mis ídolos terrenales, me conmueve la mirada de una chica. No cruzamos miradas porque sus ojos tenían dueño: su novio. Por la forma que lo contemplaba, no era complicado deducir que era su mayor ídolo.

Le sonreía con cierta vergüenza, con cada beso sus ojos se cerraban y cuando los abría se iluminaban con el rostro del chico. Muy pocas veces le apartaba la mirada, creo que analizaba su alrededor para tratar de sentirse cómoda para el siguiente beso. Cada abrazo, impulsado por ella, parecía eterno. Era su todo. Del chico solo puedo decir que no parecía tan enamorado.

"Antes de hacer conclusiones sobre la vida de los demás ¿no deberías mejor analizar tu interior?"
Otra vez la interrogante que incomodaba, quizás por la jornada propicia para la reflexión. Pero no la respondí, porque me pareció interesante reflexionar sobre los niños que eran constantemente regañados por sus padres en una mesa cercana. Era tan obvia la incomodidad de los adultos y la frustración de los infantes. Ni unos podían disfrutar del ideal familiar de compartir la mesa ni los otros de darle rienda suelta a su curiosidad.

Si se trata de disciplina, es importante que los padres enseñen a sus hijos a comportarse. Si se trata de comprensión, estoy del lado de los pequeños. Recuerdo muy bien la felicidad que me generaba jugar y experimentar, era única.

Esta reflexión me llevó más tiempo. Los chicos no parecían necios ni hacían berrinches exagerados, pero eran sometidos al silencio por cada tres palabras y obligados a no moverse cada cierto tiempo. Dediqué varios minutos a los padres, se miraban cansados, forzados, molestos. Como si la salida fuera una condena pasaban del silencio incómodo a los regaños, solamente cuando revisaban el menú sus miradas cambiaban un poco; luego todo se repetía: ojos que denotaban molestia, regaños, los niños seguían tocando todo a su alrededor antes de ser otra vez sorprendidos y amonestados.

Aparté la mirada para concentrarme en el café, el sorbo me sorprendió porque ya estaba tibio "¿tanto tiempo pasé analizando rostros?" no pude evitar preguntarme. Nunca he dejado una taza de café a medias y hoy no fue la excepción, pero es un pecado dejarlo enfriar.

Me levanté, pagué y me retiré. Cuando caminaba ya era tarde, las nubes grises tomaron el final de la tarde, la brisa invitaba a la nostalgia, los recuerdos y a la inevitable introspección que me caracteriza.

"¿Qué buscas? ¿qué quieres? ¿a dónde vas? ¿necesitas otra década para definir entre el verdadero camino o los caminos de la multitud?"

Entre el viacrucis y la resurrección, cuando la reflexión debería estar a flor de piel, seguí caminando. Aunque hay un ruido en mi interior y lo tengo claro: esas interrogantes seguirán ahí, porque traspasan tiempos de tradición y reglas impuestas. Espero que mi vida no se enfríe antes de responderlas porque, como sucede con el café, sería un pecado.







sábado, 9 de marzo de 2019

La mirada en la oscuridad


"O afinamos este modelo de ser, mi querido Félix, o mejor desistimos", las palabras del viejo hicieron eco en la amplia sala de la casa. "Es imprescindible encontrar una forma de lidiar con el mundo, mi querido amigo. Ya son años de cargar con esta máscara... ¡años!" la desesperación encarnada y la mirada intensa. El hombre era un caos.

Félix solo observaba, con la misma mirada del tiempo. Podía entender lo que las pupilas expresaban. Y en este escenario había decadencia y frustración de un ser humano. Félix es paciente, muy paciente.

"No sé si estoy en lo correcto o desvarío, quizás pierdo la razón y ni siquiera soy consciente de eso", Franco, de 65 años, delgado y barbado, tiene una mente excitada, un volcán violento de ideas y filosofías que no siempre podía controlar; esa dinámica, con el pasar de los años, había marcado su estabilidad mental y emocional.

Muy pocos humanos soportarían tantos años una problematización constante de las cosas, del alrededor, de la gente, de su interior, era una incesante búsqueda, un escudriñar tan intenso que rayaba con la locura. Una inteligencia aguda corre el riesgo de perderse. El hombre volvió a imaginar ese oscuro porvenir mientras acomodaba la almohada a su cabeza.

"Aquellos ideales juveniles, aunque siguen presentes en mi interior, parece que se han perdido en los demás. Nunca me interesó que pensaran igual que yo o que abrazaran las mismas banderas de pensamiento. Ya pasaron los años, la búsqueda ha sido excitante, apasionante y me llenó por un tiempo como ser humano. Pero nunca encontré paz. Nunca", el sonido de la voz aumentaba, la mirada directa a Félix era intensa y preocupada. Pero Félix era casi una estatua, no tenía expresiones. Su mirada fija en Franco, sus ojos eran intensos y provocaban silencio. Por unos minutos todo quedó en silencio en aquella enorme casa ubicada en uno de los barrios de clase media que abundaban en la gran ciudad.

"Puedo luchar por mis ideales hasta el último día de vida, pero la misma mente se impone nuevos límites y me quedo corto en ideales ¡Quiero más. Deseo más!
Y sé que no estaré completo del todo. ¡No me alcanzará la vida, Félix! ¿Te imaginas quedar incompleto?" Franco era un retrato de la impotencia mezclada con odio, sí, odio producto de la inconformidad. Esa llama que pudo quemar todo a su alrededor pero que se guardó por los cánones sociales, ahora estaba casi apagada. El odio mutilaba a Franco.

Félix podía sentir ese sentimiento del viejo. Podía oler la desesperación como un escudriñador de primer nivel. No necesitaba hablar porque era inexpresivo en el caos pero una lengua incansable en la paz.

"Debo reencontrarme en mis caminos. Debo dejar que la pasión fluya. Debo trabajar en mis últimos años de vida para que el mundo conozca de qué estoy hecho, lo que puedo hacer. Debo quitarme la máscara. Y quemar todo", esta última frase fue un grito desesperado en la silenciosa, polvosa y descuidada morada. Era medianoche y el viejo estaba cansado, aturdido, sucio, desconcertado.
Franco perdió familia, amigos y gente cercana por su incapacidad de relacionarse y de comprender al mundo. No era empático, nunca lo fue. Y no era un capricho.

Todo cambió en su tierno corazón hace ya más de 40 años: odiaba al ser humano. Tuvo años jóvenes llenos de gracia y diversión, cariños y abrazos, amores y pasión; sin embargo poco a poco, con cada acción negativa, dolorosa y devastadora que veía a su alrededor una parte de su humanidad se apagaba.

Todos están condenados a convivir con la barbarie humana y reconstruirse, comprender, seguir adelante, unos mejor que otros, pero en todo caso seguir viviendo en sociedad.
Están los asesinos, violadores, ladrones de vidas y otros seres repugnantes que terminan en la cárcel, en un cementerio o que viven en libertad pero guardan algo de humanidad que, bien encaminada, bien trabajada y con una dosis de espiritualidad, podría reformar su camino. Los humanos tienen esa posibilidad. Menos Franco. Menos los condenados como Franco.

"He sido testigo de las peores acciones. He protagonizado daños. El ser humano es la peor creación", el sexagenario volvió a recostarse para tomar aire, su mente y corazón estaban condenados a un sufrimiento propio de la locura.

Franco se consideraba un aborto, un resultado cercenado producto de la mezcla de personas normales y los enfermos y destructores.  No era capaz de matar ni de infringir daño físico serio, pero tampoco podía amar. Era pacífico la mayoría del tiempo pero su óptica estaba marcada por el odio. Esas características dañaron a las personas a su alrededor. Poco a poco él se alejó y la gente también.

"Ojalá una enorme bola de fuego cubra la tierra y a todos nosotros. Ojalá ese fuego limpie todo... ¿qué te parece la idea mi amigo?"

La figura no se movió, tampoco su mirada. Estaba sentado con su saco negro, sus zapatillas negras y sus manos elegantes. Su pose era el orgullo de tener todo bajo control.

El anciano tampoco le quitó la mirada, quería una respuesta a tal punto que se levantó y se acercó al rostro de Félix. Ambos se conocieron mucho tiempo atrás, en una de las tantas crisis emocionales y existenciales de Franco. Hay que remontarse décadas atrás a una noche turbulenta física, emocional y sentimentalmente cuando su interior pedía a gritos una guerra contra todo y todos.

En el calor del delirio, en esa búsqueda de enrumbar sus más devastadores sentimientos, su insaciable odio que hería su alma, en ese estado de pasión y de locura desbordante apareció Félix, como un fantasma que no era invitado pero que sabía que podía mostrarse tal cual.

Sus ojos, su sonrisa, su belleza eran admirables, su porte también, pero era la llama en su mirada era la que rompía moldes y tenía un peso enorme en el vacío del alma de Franco. Era una figura que le daba sentido al caos.

Franco y Félix quedaron trabados en una mirada que parecía infinita. Y ahora que el viejo quería una respuesta y la esperaba fervientemente, su amigo era una tumba. A diferencia del ir y venir de emociones que caracterizaban al anciano, Félix tenía una llama que no variaba con los años.

"¡Habla! ¡Habla! ¡Hazlo!", los gritos se escucharon hasta la calle. Como los alaridos no eran extraños en el vecindario, nadie puso atención. Todos sabían que el viejo hablaba solo, que estaba loco.

Y si alguien pasaba por la ventana de esa casa y volvía la mirada al interior, ahí estaba Franco gritando. El viejo gritón y odioso, uno más de los olvidados en el barrio.

Sin embargo los ojos humanos no captan toda la realidad. Nunca han tenido esa capacidad.

Franco no estaba solo. Nunca lo estuvo. Ahí estaba Félix, el encantador, con su traje a la medida, el que no necesita hablar en el caos sentimental de los humanos, porque él es el caos, él es el ladrón.

Tal era la desesperación del viejo que se rompió el implacable silencio. Félix agudizó su mirada como antesala a sus palabras.

"Quémalo todo."

Franco quedó petrificado. No había salida. O actuaba o callaba, pero ambas acciones lo condenaban.

Y Félix lo sabía. Lo supo desde que lo conoció, por eso guardaba silencio, con la sabiduría de un milenario, con la astucia de una figura que traspasa los años y el tiempo.

Franco no tenía respuesta y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Atrapado en la mediocridad, en la falta de sabiduría, en la incapacidad, apagó la luz y se acostó en el sillón de la sala. Su mirada estaba perdida.

A su lado, el encantador sí podía verlo en la oscuridad y solo esperaba a que la otra luz, la interna, se apagara.


 


  

domingo, 24 de febrero de 2019

Las voces


Corres por el idealismo para sentir la brisa de la justicia. Y si no ves la meta, no importa, no te interrogas ni abres tu mente. Solo abrazas tu sendero.

Has aprendido a amar, aunque nunca has tenido suerte en el amor. Quizás son las personas. Quizás eres tú. Pero el placer no te ha faltado. Has tratado de convertir la oscuridad en luz para darle sentido al camino. Si de probar se trata, estás en un pasillo con miles de interruptores. Apágalos y enciéndelos hasta que tus dedos se cansen. Quizás encuentres la luz eterna.

Juegas con la locura. En el día de bromas, el mejor discípulo; en otra jornada de sentimientos, vomitas con su sola presencia. Si de jugar se trata, el mundo es un parque de diversiones. La emoción tiene límites y puedes manipularlo todo... por un tiempo. Nada dura para siempre, aunque siempre hay lamentos.

Amas la libertad. Defines a tu ídolo. El encantador libre albedrío para definir a tu amo. Pueden ser ideas, pueden ser personas, no importa porque en el escenario cualquiera parece libre. No importa la máscara ni la terapia, los tiempos, las poses o las disciplinas, las formas o conceptos, en el corazón está la verdad. Y ahí no hay libertad.

Al final el tiempo se encargará de colocarte en otro puesto, en otra historia. Y volverán los mismos intentos: amor, locura, libertad, deseos, ideas, filosofías, besos, odios, lágrimas, obsesiones, pasiones y deseos.

Hasta que la sombra se convierta en realidad. Hasta que el aire se termine.
Entonces las voces te resumirán tu camino, los idealismos se derrumbarán y toda la verdad, como una gigante guillotina, rompera de raíz a la mentira.

Tu risa, discípula de la locura en tiempos cómicos, desaparecerá.

Cuando la verdadera locura aparezca, los sollozos de la historia se materializarán en tus ojos.

Las voces se escuchan a lo lejos. Y no cantan himnos de justicia o amor. Gritan a viva voz  para advertir.

Las voces te alcanzarán.   



 

 

sábado, 23 de febrero de 2019

Hoy fallecí en sueños


Hoy se rompió algo.
Desperté como un día más. Me hundí como nunca.
Ya sabía que llegaría el momento de enfrentar la realidad, el minuto exacto en el que no tendría escapatoria. Lo pensé por mucho tiempo, por eso no hay sorpresas.

Hoy se destruyó un destino. No es gratis abrazar una filosofía, pero el costo es lo de menos.
Hoy perdí. Fue la derrota total de un pensamiento.
Nada es para siempre y tampoco se puede tener todo ¡las malditas particularidades de la vida que la hacen ilógica, detestable!
Somos fuego arrasador, pero nos han colocado en una dimensión en la que somos fósforos sin maleza para crear una hoguera.

Hoy fluyeron los sentimientos. Se pueden retener por un tiempo, pero como la indomable naturaleza, llega el día en que rompen las barreras en mil pedazos. Del caos al silencio.

Hoy se borró el camino.
Los ojos perdieron el filtro. Los sujetos perdieron el color.   

Pero no me malinterpreten, eso sería peligroso. Es solo un día largo y tedioso, con la particularidad que llegó a su fin aquel afán, aquella cosquilla sentimental por construir algo único. Esa edad ya pasó, como la luz de un día sin mañana.

Hoy morí, pero no en el terreno y en la carne.

Hoy fallecí en sueños.


martes, 25 de diciembre de 2018

No en esta vida


Hoy salí a caminar. Respiré profundo mientras miraba a mi alrededor. Observé el cielo, los colores, la gente, los pájaros. El paseo matutino fue una decisión provocada por la exposición a mensajes optimistas: "sonríe a la vida", "piensa positivo" y más de esos que abundan en las redes sociales.

Pero el transe optimista tuvo una pausa. A unos metros estaba un anciano sosteniendo una escopeta. Un vigilante. Un cuadro que inspiraba más angustia que seguridad. "No puede sostenerla adecuadamente ¿te imaginas que se le escapara un tiro?", fue inevitable pensarlo, mucho más cuando sus movimientos temblorosos movían de un lado al otro la escopeta y apuntaban hacia mi.

"Muévete". Y así fue.

Volví al proceso de la respiración, a disfrutar del escenario, las calles, todo desde la óptica de encontrarle la belleza a cada segundo. Pero otra pausa fue inevitable: un joven tratando de fumar. Parecía que realizaba un enjuage bucal, pero en lugar de escupir agua era humo. Acné mezclado con timidez. Otro que tomaba un cigarro para aparentar algo que, al menos en este momento, todavía no era: alguien seguro de sí mismo.
"Si supiera que se resta minutos de vida y al mismo tiempo asegura una mejor posición económica a los que parieron ese cigarro ¿te sucedió lo mismo en su momento, verdad?"

"Ignóralo". Y así fue.

Respiré otra vez mientras miraba un árbol frondoso, amplio, exuberante. "La naturaleza, que bella", pero fue un pensamiento que desapareció en dos segundos ya que una mujer llamó mi atención: era de unos 45 años y en ese momento le dio una patada a un perro para alejarlo de su negocio. Una señora con un rostro mezclado de enojo e impaciencia.
Lanzó una mirada destructora hacia un ser inferior.
Luego volvió a ver a quienes pasaban cerca de ella. "Buenos días", los saludos amables, mientras el perro trataba de buscar algo que comer y al mismo tiempo saciaba su sed en un charco de agua gris.
"¡Cómo puede ser tan hija de la gran puta!" para este momento mi mente ya había archivado las respiraciones, el sol y el verde de la naturaleza.

Compré dos panes en una tienda cercana y con malabares, señas y sonidos, llamé la atención del perro. Luego de tragar los panes con rapidez y percatarse que no había más, el animal buscó un nuevo camino en la calle y se alejó.
También me alejé de la tienda de la "hija de la gran puta", suelo llamar a la gente con aquella primera impresión que me dan.

"Nunca comprés ahí". Y así fue.

Cuando mis impulsos me invitaron a concentrarme en mi recorrido matutino, ya no hubo efecto. Estaba ante el clásico trajín de una ciudad a donde cada quien se mueve a partir de sus intereses personales sin importar el bien común: tráfico, basura, gritos, ruido, ultrajes, inseguridad y todo lo que pueda imaginar en la movilidad de una ciudad desordenada con una población que vive apresurada la mayoría del tiempo. Un concierto lamentable.

"Regresa a tu casa". Y así fue.

"Cada quien es un mundo, trata la manera de encontrar la belleza de la naturaleza. Piensa que lo que acabas de ver es solo una parte de este planeta. Piensa que hay otras personas, en otras realidades, que están sufriendo. Piensa en que hay verdaderas tragedias sucediendo en estos momentos: niños muriendo, gente hambrienta, asesinatos en masa, destrucción de vidas, que no se comparan en absoluto a los escenarios que has visto esta mañana. Aprende a reconocer la diferencia."

No sé si lo dije en serio o fue de esas repeticiones automatizadas de la mente. Quizás es un mecanismo interno de autocontrol. No lo sé. Creo que en algún momento nos decimos eso.

"Pero yo quiero que este mundo cambie. Yo quiere que ésto cambie", esas palabras las susurré en respuesta al mecanismo interno de autocontrol.

Hubo un silencio en las siguientes cuadras. Cuando entré a la soledad de la casa, todo estaba en silencio, menos mi interior.

"Estás en un mundo gobernado por humanos. Solo podrás cambiar algunos escenarios particulares que impactarán positiva o negativamente algunas vidas. Nada más", el mecanismo interno estaba en acción. Era sabio en un punto: "el mundo gobernado por humanos".

Entonces mis palabras rompieron el silencio de la casa.

"¡No es en esta vida. No es aquí el lugar de justicia. No es en este orden, en este sistema, que encontrarás paz!"

Fue como una explosión. Lo grité y guardé silencio, hasta que la voz interior apareció una vez más.

"No está en tus manos. Espera la siguiente vida". Y así será.









sábado, 14 de julio de 2018

Fernanda Parte XXII



"Estaba acompañado por una mujer. Pero Osvaldo murió por el impacto, el auto quedó muy dañado. Lo más seguro es que estuviera tomado y drogado. La acompañante salió ilesa y dicen que se la llevaron a una unidad de salud. ¿Quieres que vaya a verificar?" la voz era ronca con tono pausado, contrastaba mucho con la delgadez del sujeto. Estaba bien vestido para no levantar sospechas. Era uno de los hombres del grupo criminal que lideraba Bruno.
"No. Déjalo así por el momento. Es más sencillo que encontremos esa información con los contactos en las unidades de salud y de los hospitales. Te necesito patrullando, quiero que me informes de movimientos extraños, si ves mujeres que no son conocidas en las zonas, ya sabes qué hacer", Bruno colgó el teléfono y encomendó a uno de sus hombres de confianza la tarea de rastrear en los centros de salud alguna información sobre la acompañante de Osvaldo.

"Nombre o detalles que nos ayuden a determinar si es una espía o simplemente alguien que levantó el imbécil de Osvaldo en los momentos que se suponía debía trabajar", gritó el jefe criminal por celular.

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8:00 pm

El celular de Fernanda volvió a vibrar, pero era imposible que alguien atendiera. El aparato estaba en la maleta, junto con otras pertenencias, en un escritorio de la unidad de salud a donde la atendían; el centro de atención estaba a tan solo siete cuadras del lugar del percance vial.

"Debes descansar, tienes golpes de consideración pero nada grave, en unas horas podrás irte a tu casa", dijo la enfermera amablemente. Fernanda solamente cerró los ojos y recordó los momentos de terror que vivió en las últimas horas. Otra pesadilla más en su corta pero riesgosa vida.

"¿Qué fue del hombre que conducía el vehículo?" la joven apenas pudo hablar con claridad.
"No lo sé. Un sujeto en su pick up te trajo y solo dio detalles que habías sufrido un accidente vial. Quienes creo que tienen información son esos policías que llegaron hace unos minutos", la mirada de la enfermera estaba fija en los agentes, luego escuchó la voz del jefe de turno que la llamaba.

Aunque la prostituta no debía nada y, en todo caso, fue la víctima del ataque, comenzó a sentir temor por el posible interrogatorio. En su maleta vieja, además de la ropa, estaba la pequeña cartera y ahí metió la bolsa con la cocaína, aunque no era una cantidad considerable, sabía por experiencia que los agentes eran abusadores y tendrían una excusa para sobrepasarse.

Fernanda vio que los policías hablaban con el jefe de turno y la enfermera. Minutos después avanzaron hasta la cama a donde se recuperaba. "¿Se encuentra bien, señorita?" dijo el agente a cargo del equipo. "Ya me siento mejor, aunque todavía me duele el pecho... sobreviviré", Fernanda trató de ocultar la ansiedad fingiendo cansancio.

"Lamentablemente su acompañante falleció. Era un taxista ¿lo conocía?"

Este era el momento crucial para la prostituta. ¿Mentir o decir la verdad? ¿Qué podría ser más complicado para sus intereses? No tenía mucho tiempo así que comenzó de inmediato.

"Él se acercó a mi mesa en un restaurante. Compartimos cervezas, no recuerdo muy bien cuántas pero él tomó bastante. Luego dijo que daríamos una vuelta. Estaba bastante tomado, recuerdo que aceleraba sin control, aunque le mencioné que bajara la velocidad. Todo sucedió muy rápido y después del choque no recuerdo nada", Fernanda fue convincente. De todos los golpes que le propinó el taxista solo el del rostro era visible, el pómulo estaba inflamado y el color morado llamaba la atención.  Los policías analizaban las lesiones de la mujer, sabían que un conductor particular la trajo a la unidad de salud. Aunque pudieron seguir con las preguntas, los agentes estaban cansados y todo el análisis y las pruebas indicaban que simplemente un borracho al volante tuvo su merecido por tremenda irresponsabilidad. 

"Solamente necesitamos que firme este documento. Puede descansar y esperamos que se recupere pronto", los agentes facilitaron el papel y la pluma para que Fernanda firmara. Luego del trámite se retiraron. La prostituta respiró profundo para calmar el temblor en su cuerpo, se acostó completamente en la camilla y cerró los ojos. Su mente era un caos. Fue imposible encontrar calma.

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Tampoco había calma en César. Mucho menos luego de 20 intentos para comunicarse con Fernanda. Era una noche en la cual podía perderse de su prometida y de los familiares. La idea de pasar la noche con la prostituta era apasionante, adictiva; pero no solo el deseo lo atraía, también había cierto sentimiento hacia la chica de piel canela con ojos expresivos, de figura delgada y curvilínea por naturaleza.
El joven tenía que ocultar su desesperación para no levantar sospechas. "Pasamos una noche maravillosa ayer, habiamos acordado reunirnos esta noche y no me contesta...¿qué pasará? ¿a dónde estarás, Fernanda?" los pensamientos e interrogantes no cesaban.

"¿Te reunirás otra vez con tus amigos del trabajo?" Laura Aritz, la prometida de César, rompió el silencio. No era una interrogante, de hecho su tono de voz era desinteresado, solamente para salir del compromiso y poder decidir si tratar de interesarse en César o concentrarse en su celular.

Laura tiene la piel blanca, cabello castaño, sus ojos grandes, claros e inexpresivos, de mediana estatura y con cuerpo voluptuoso, la envidia de muchas mujeres; sin embargo ella era reservada, poco expresiva, callada a ratos pero casi siempre alejada. Había crecido en una familia adinerada, educada en los mejores colegios, estudió administración de empresas para seguir la tradición de casi todas las generaciones de su familia, no necesitaba trabajo pero ya estaba enrolada en los pormenores de la compañía de la familia. Tiene todo. Pero estaba moldeada a no preocuparse más de lo debido, y eso mezclado a las características de la familia de su madre: silenciosos, callados, poco interesados, provocaba que en ocasiones Laura pareciera un témpano de hielo.

"Aún no lo sé, pero estaré en la sala revisando unos documentos", dijo César sin cruzar mirada.
Ella no se molestó en seguir hablando. Comenzó a revisar una aplicación sobre modas y maquillajes.

Otras siete llamadas sin respuesta fueron suficientes para que el joven cediera con su intento de encontrarse con Fernanda. "Quizás se encontró con alguno de sus clientes, no lo sé... que sea lo que tenga que ser", le dio el primer sorbo a su vaso con whisky mezclado con hielo y guardó silencio. En ocasiones el alcohol le daba paz. Se quedó sentado en el sillón principal de la sala, en la casa que tanto su familia como la de los Aritz habían preparado para que la nueva pareja siguiera con la tradición de los círculos de familias cercanas y ciertamente adineradas. "¿Tienes otra salida, César?", pensó, su mirada no se apartaba del whisky.



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Medianoche 

Fernanda no tenía a donde ir, con su maleta en mano se quedó cerca de la puerta de la unidad de salud. El dolor de cuerpo había cedido por los analgésicos y esperó un momento para pensar bien sus pasos.
Revisó su celular y vio las llamadas perdidas de César, aunque tuvo el impulso de marcar decidió esperar a estar en un lugar seguro.
No tenía otra opción que buscar un motel cercano. Debía caminar para ahorrarse dinero y evitar hombres, toparse con uno era lo último que quería.

Precisamente un hombre estaba en la esquina opuesta de la unidad de salud. Vestía de negro, de estatura mediana, fornido. Se hacía pasar por taxista, pero no lo era.
Estaba ahí porque había recibido la orden de verificar si una joven de estatura pequeña había recibido atención médica por un percance vial, un choque que había dejado un fallecido: Osvaldo, el taxista, un contacto del crimen organizado liderado por Bruno. El hombre debía encontrar a esta mujer, y si era ella la que acompañó a Osvaldo en su último viaje, debía atraparla y llevarla a una dirección específica.

"Está vestida con un pantalón de mezclilla, los zapatos son cafés y la reconocerás porque tiene un morete en el pómulo", eso le dijeron y era información de un trabajador de la unidad de salud, alguien que formaba parte de la extensa línea de contactos de la banda delincuencial de Bruno, contactos creados a base de dinero, amenazas, golpizas y poder.

Cuando Fernanda comenzó a caminar, bastaron unos metros para que el hombre de negro la reconociera. En calma y sin levantar sospechas ingresó a su auto y analizó la ruta a seguir para interceptarla.

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"Causas y azares para los humanos... 
 Un plan a seguir, un don de la vida eterna, para mí"

La Muerte

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El hombre de negro comenzó la cacería. Pero en una ciudad con una guerra de bandas criminales, nadie puede ser solamente el cazador. No se dio cuenta que un auto gris le seguía la pista. Al interior dos hombres tenían una misión: vengar la ola de crímenes a manos de la gente de Bruno. Y ya tenían a la primera presa.

A dos cuadras de la unidad de salud, Fernanda cruzó a la derecha, sus pasos eran rápidos porque una casa de huespedes estaba a cinco cuadras.
El hombre de negro aceleró. Al mismo tiempo, el carro gris aumentó la velocidad...



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"Aquí estoy..."

La Muerte

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Continuará...