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domingo, 31 de diciembre de 2023

El sol de mi muerte




Este sol me sorprendió con un apapacho al salir de la gruta. Dejó a un lado su intenso calor, convirtió sus llamas en alas y su esplendor lo tradujo en una mano amiga. 

"Vuela conmigo", me dijo. No dudé. Y juntos emprendimos viaje, pasamos a comprar comida y a recoger a la luna.

En pleno vuelo por el espacio sus alas volvieron a ser llamas. Sentí miedo, pero el astro abrió su boca y me tragó por completo. Adentro de sus entrañas estaba la comida preparada y la luna desnuda.

"Prueba un poco pero no te atragantes", me dijo. 

Y probé.

Y me alimenté. 

Y a la luna la hice mía con pasión, como a una amante que no veía desde hace tiempo. 

Y me quedé dormido entre llamas.

"Despierta, ya llegamos", el sol descendía a toda velocidad por el espacio hasta llegar a la Tierra, hasta entrar a la ciudad, cerca de la gruta. 

"Baja ahora".

"No volveré a viajar contigo", pregunté.

"¿Para qué?" dijo antes de emprender vuelo y convertir sus alas en fuego, dejó de ser una mano cercana para ser la estrella de siempre. Cuando volvió a acomodarse en el centro del universo me gritó, "ahora ya estás muerto, ahora puedes atragantarte".

Cuando observé mis manos eran llamas y mi cuerpo se convirtió en granito. Era otro entre los vivos.

A la entrada de la gruta estaba la luna, la tomé de la mano sin dañar. "¿Entramos?" dije, pero ella trató de contenerme, trató de detenerme. Solo sonreí.

Caminé y trascendí al interior de la caverna. Con un calor, mitad humano mitad celestial, derretí todo.

Y se hizo la luz. La tan necesaria luz.

Y la luna fue mía otra vez. Nos comimos entre piedras, arena y sangre.

Y nos quedamos dormidos en medio de la muerte.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Sombras en el tiempo. El límite dorado.


"¿No te avergüenza escribir sobre sexo?", la mujer tenía una cara de asombro e incomodidad y esperaba una respuesta, ella dejó de leer una de mis historias porque una escena le pareció demasiado explícita. 

"No, creo que no", respondí. Con los años me acostumbré a ese tipo de preguntas y también le encontré sentido a dar explicaciones sobre los orígenes de ciertos escritos.

"Sabes, lo importante es crear historias con sabores propios, no del todo ciertos... ciertamente son límites que están opacos en el alma, no hay necesidad de aclararlos, solo de cruzarlos y  experimentar", agregué con naturalidad.

Un sorbo de café y la reunión cambió de rumbo, no valía la pena decir más sobre el tema. Ella también supo que era el momento de cambiar de conversación.   

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Años atrás, en una noche de abril, una vocecita tocó a mi mente. "¿Crees que hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

Abrí los ojos en la oscuridad y me acomodé boca arriba en la cama. Guardé silencio para aclarar mi mente. Hacía frío, me envolví entre las sábanas y las almohadas. "¿Aún es tiempo de permanecer en nuestros límites?" me volvió a sorprender la vocecita interna con sus preguntas, que casi siempre cuestionan los marcos que sostienen mi existencia.

"Eres esa parte en constante evolución, el complemento a esto que llamamos conciencia total", susurré en la oscura habitación. Los minutos pasaron, y cuando estaba por quedarme dormido, otro toque a la mente me alertó. "No has contestado mi pregunta. ¿Hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

"Creo que es casi lógico, pero el que define eso soy yo", cerré la conversación porque mi cuerpo, por fin, encontró el punto exacto para descansar. 

Y cada amanecer, desde aquel año de la comunión entre alma y monitores para desnudar mis interiores, fue una cascada de ideas, una fuente de historias. Y funcionó al inicio, pero con el tiempo, al verme al espejo, no podía evitar pensar en la necesidad de aclarar, de transparentar.

"¿Escribes solo por escribir o hay algo más que quieres contar?", la vocecita se aparecía cada cierto tiempo y rompía silencios o, en el mejor de los casos, apagaba estridencias.

"Vamos, piensa y define. ¿Hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

Esta vez me sorprendió la pregunta cuando estaba frente al monitor y me acompañaba un vaso desechable con café. Era tarde en una de las tantas cafeterías de la ciudad. La gente alrededor hablaba y comía, algunos me miraban cada cierto tiempo. A veces los miraba fijo a los ojos, pero otras veces me quedaba estático frente a la pantalla por varios minutos. Porque no siempre hay que expresar, pero siempre, siempre, hay ráfagas de ideas y pensamientos que rompen con los límites del cuadro al cual llamamos realidad, y todos dicen "realidad" con tanta naturalidad, como algo establecido que no puede modificarse. En mi caso "la realidad" es solo una limitante.

"Este es un rompecabeza que vamos a armar de a poco", contesté, o más bien, para ser correcto, me dije a mi mismo. Ese día en la cafetería me di cuenta que cada historia tiene dos versiones. En una, la común, hay rasgos de humanidad que he visto de reojo, amores a los que he rehuido, sentimientos que me son ajenos por naturaleza, risas y llantos, odios y misericordias, es decir, todo aquello que el cuadro al que llamamos realidad establece para cada ser humano.

La parte más interesante es la otra versión. "Hay otro mundo de influencias, el que la mayoría no ve con buenos ojos ¿no lo crees?" me dijo la vocecita con mucha más presencia. En ese momento mis ojos parpadearon más de lo normal. Me sentí extraño porque ya no logré delimitar entre la vocecita y mi voz, entre el susurro mental y el físico. Entre una realidad y la otra que supera los límites.

Me perdí por unos segundos y en mi cabeza fluyeron destellos, figuras sin formas y fuertes sonidos, un remolino de sentimientos que me elevó por los aires de la imaginación hasta los límites de la conciencia; en un momento, en medio del caos, me sentí del otro lado de la conciencia, a donde una luz infinita es tan fuerte que solo resta tomar un poco de ella para darle vida a historias de colores. Me abrí paso en el límite dorado de la existencia.    

Volví, de alguna manera, a la mesa de la cafetería. Se acabaron los ecos en mi interior porque la vocecita se mostró tal cual: como una sombra. Mis dedos se movieron y en la pantalla las letras aparecieron. 

"Otra versión de la realidad" fue la frase completa.

"Suena perfecto" rebotó en mi mente y susurraron mis labios, en comunión.

 


domingo, 15 de octubre de 2023

Sombras en el tiempo. Desde la muerte.



Perdí un par de vidas en el camino hacia la computadora.
Dejé regados millones de engendros en los cuartos.
Se desangraron las relaciones, las memorias y las caricias.
En el pasillo de mi existencia, si vuelvo la mirada, hay filas de cadáveres, en líneas casi interminables. 

La existencia se moviliza en un asfalto de muerte, todos los días hay exterminios: minutos asesinados por deseos de los momentos, amores despedazados por lujuria y todas las veces en que se asesina al prójimo en el interior del alma. También cuentan las ocasiones que nos quitamos la vida en el silencio de nuestra mente.

Aquel último fin de semana de enero de 2012 fue la última cita con la oscuridad. Despertares, desesperación, felicidades cortas, vacío, saciedad, excesos, miradas, respiros, excitaciones, fantasías, necesidades, ansiedad y un eterno retorno de cada una de esas sensaciones mezcladas con fiebre existencial y odio. Lo resumo en dos palabras: el infierno.

Luego de la caída se escuchó el grito más aterrador. Tal fue el sonido que reboté con fuerza y eso me catapultó desde la tumba a la tierra. Resucité; pero, antes de que me permitieran volver tuve que firmar, una vez más, otro certificado de muerte. Esta vez la autopsia fue detallada: una contaminación de la glándula espiritual, derivada de una infección por cálculos de vacíos y excesos, lo que provocó una sepsis emocional generalizada. Lo resumo en cuatro palabras: se pudrió el corazón. 

Observé el nuevo cadaver de la existencia, esta vez era el más grande que había visto, pero lo acomodaron en un cuarto pequeño alejado de todo. Cuando recorrí el pasillo para volver a la calle, volví a ver atrás y ya no había ningún rastro de mortandad, estaba todo limpio. Vi la luz del día y a la gente en sus afanes de siempre... nada había cambiado, solo yo.

La reconstrucción de la nueva existencia llevó varios meses. Era necesario determinar una nueva identidad. Por todo lo vivido, por todo el camino de montañas, de frío y lluvia, solo había un nombre para la nueva unidad: la sombra.

Era momento de descubrir el interior, desnudar al ser más íntimo, describir cada esencia y colocar las sentencias en el libro del mundo.

Después de volver desde la muerte, me casé con una computadora y el monitor se convirtió en mi espejo. El certificado de la unión se firmó el 24 de marzo de 2013. El brindis fue con café y lo disfrutamos en silencio.

A una década de matrimonio, todo ha cambiado.

A una década de la comunión de sombras, solo resta contar los cambios de tonos que han tenido.

Esta historia continuará...
 




miércoles, 20 de septiembre de 2023

Las postales



Hay días que es mejor no despertarse.

Debí quedarme en cama con las postales del alma, las imborrables y delicadas, las que rozan con sutileza a la felicidad.

Hay momentos en los cuales es muy difícil ser quien soy. No es que sea trágico, es solo cansado.

Hace unos días el tiempo me envió una misteriosa postal. El mensajero la colocó entre mis entrañas y la cabeza, cerca del corazón. No esperaba correspondencia estos días, pero tenía un leve presentimiento que ya era hora de recibir noticias.

La postal anuncia amores imposibles, pasiones encontradas, anhelos y una dosis de locura que, por contradictorio que parezca, también puede rozar con sutileza a la felicidad.

Presiento que estoy ante el mismo sismo sentimental, sospecho que se asoma la vieja sensación platónica, aquella añoranza de una función que está cerrada para mi cuerpo. Temo que una historia que ya viví, adaptada al presente, está por desnudarme otra vez.

Hay días que es mejor no despertarse, que sentido tiene si solo en sueños mis manos pueden tomar tu cintura, besar tu cuello, sentir tu aroma, hacerte cariños y ver de reojo como cierras tus ojos con una hermosa sonrisa. 

Ese pequeño momento de plena felicidad, sin nada más que añadirle, queda congelado en el tiempo de los sueños para siempre.

A veces es mejor quedarse en cama. 

sábado, 5 de agosto de 2023

El rastro de una vida

Con el tiempo los años se tropiezan unos con otros y en el fondo, escondidos y con todo el peso en contra, estamos intentando salir para respirar un poco. 

Hoy logré salir un rato para ver mi rastro. Y todo ha cambiado. 
 
Hace 25 años era de guerra y trajines, de miedos e inseguridades junto a una fuerza descomunal a merced de los deseos. Me brotaba la sangre guerrera y manchaba las tierras brevemente conquistadas; pero con el tiempo, la cabeza se enfrió, los conflictos mutaron y traspasaron fronteras. 
En los años viejos ya no hay genocidios, solo algunas muertes con sentido.

La década pasada temía no estar en sintonía con mi alrededor, los afanes hinchaban las venas; pero con los años le rehúyo a la moda con la inteligencia del viejo cazador que dejó de perseguir presas y, en el espeso bosque, vive alejado de quien fue.

Hace un año encontré el amor, sin embargo pasó a ser un tatuaje de la colección. Y mañana será polvo de las tempestades. Más vale un sentimiento genuino que uno impuesto para la medición de los merecimientos humanos.  

El mes pasado me sentía en la cúspide de la sabiduría al hacer mías las ideas de moda, pero cambié y con prisa he vuelto a sentarme en la mesa de la ignorancia a la espera del maestro. Me acomodo con la tranquilidad de haber finalizado las andanzas de los engañados.

Hace una semana me encantaba zambullirme en las redes mundiales esperando encontrar algo. Encontré mucha variedad con fecha de caducidad. Y cuando apagué las pantallas encontré que lo poco y único no es perecedero.

Anteayer me morí de una bronconeumonía y ayer amanecí con síntomas de cólera. Lo extraño de todo, es que no perdí fluidos y líquidos, lo que se me escapó a borbotones fue la paz.

Y hoy acabo de comenzar a leer el libro, el que por años su lectura estuvo en la sombra. Ahora se lee en las plazas del corazón porque esto de morir a ratos tiene un sabor agrio.

El ahora del hombre es una sala verde, una antesala, un espacio subjetivo en el cual se puede respirar aires de esperanza aunque sea solo por tiempos cortos, porque esto de las eternidades atragantan a cualquiera.


sábado, 1 de abril de 2023

La historia de la cocina

Hoy salí a caminar y me acordé de vos, otra vez. No fue la simple aparición de tu rostro en los miles de escenarios que abarrotan mi mente, tampoco llegaste por la inspiración de la música, sabes que soy un esclavo de ciertas melodías y construir ideas al compás de mis bandas es algo casi normal, como respirar. No, no llegaste por casualidad.

Siempre diseño historias, casi sin querer, y esta vez soñé una que debí forzar, una que pudo ser realmente bella.

Te imaginé en la cocina, con tu estilo particular, con tu rostro y tus facciones tan características, las que me gustaba apreciar en secreto. Ahí estabas y yo tenía en mis manos un bolsón con todo listo para irme a escribir a una cafetería. Pero me detenía tu rostro, estabas tan concentrada en la rutina que no te percataste de mi miraba; cuando te enterabas de que mis ojos estaban en ti, y se cruzaban nuestras miradas, reías, reíamos y siempre preguntabas sobre la causa de mis miradas. 

La tarde era bella y tu rostro mucho más. Quería hacerme invisible para seguir apreciándote. 

Pensé en destruir el plan de escribir, olvidarme de la maleta y unirme contigo en la cocina a donde los aromas de tus recetas le daban otro color a la casa. Pero dudé. La historia en mi cabeza se quedaba hasta este punto.

Luego de la caminata, me apresuré a entrar a mi cuarto y solo pensaba cómo debió terminar la escena. ¿Qué debí haber hecho? Fue difícil porque entre lo ideal y la realidad hay abismos, unas personas pueden entrar y salir de ellos, otras pueden llenarlos para construir caminos y hay quienes caen en el abismo y la vida solo les alcanza para tratar de salir de ahí. 

Debí quedarme, eso pensé sobre la historia de la cocina. Debí hacer a un lado lo planeado, olvidarme de los procesos, hacer una pausa en la inspiración para escribir o destruirla si era necesario. Debí entrar a la cocina y hacerte saber lo mucho que me gustabas, lo importante que era para mi vida ese rostro y todo lo que le daba vida. "Esta vez me voy a quedar, ¿sabes por qué?" y dejarte un minuto con la duda, sonreir al escuchar tus constantes preguntas... "Porque te quiero mucho". Imaginé cómo se dibujaba la sonrisa en tu rostro, cerraste los ojos y con tu tono de voz, mezclado con cariño, mencionaste el apodo que te inventaste para mí.

Esa tarde era para quedarme y que nos diera la noche sin ningún apuro, sin ningún plan.

Habría sido una historia perfecta la nuestra. 

Luego de darle forma al relato me acosté y no dejé de pensar cómo llegaste a mi mente; pero, como siempre me sucede, no puedo diseñar una crónica sin interrogarme, sin dilucidar por qué no la hice realidad.

Y simplemente no pude, no tenía las condiciones, el paso de los años genera pesos y sombras que uno termina arrastrando en el camino, sin darse cuenta de la situación. Por un lado estaba una persona con los caminos establecidos para generar historias y por el otro, un ser que solo trataba de salir de un abismo, que también es una historia pero muy diferente. Éramos dos corredores para distintos senderos.

Ahora pienso lo sencillo que pudo ser; claro, el tiempo siempre regala sabiduría, pero no hay vuelta atrás. Las historias tienen su lado amargo, y la imposibilidad de volver a la cocina es un ejemplo.

La tarde terminó y quedé en silencio. Cierro los ojos solo para recordar los momentos en secreto, los que realmente fueron especiales. 

Las historias continúan...



 

  

martes, 22 de noviembre de 2022

Hace ratos que no estoy aquí

No recuerdo el día que me divorcié de los teclados y las pantallas. Sigo en las redes por la inercia contemporánea; pero, en esencia, hace ratos murió esa extensión de mi ser.

Ignoro los procesos que me llevaron a simplemente dormir. Yo, el acérrimo enemigo del sueño, un buen día me acosté para, realmente, no volver. Es en el mundo de los sueños a donde todavía batallo para vivir las experiencias que en carne me son prohibidas. Y un día espero perfeccionar la técnica de tomar todo el éxtasis que sea posible en la dimensión del inconsciente. 

Fue en un lapso de tiempo relativamente corto en el que descubrí que todo era una burbuja de percepciones; las pasiones a las que me entregué, los hábitos que cultivé, las emociones que adopté, todo eran ilusiones finamente diseñadas. Sospechaba que mi entrega tenía un trasfondo de necesidad y vacío más que de conciencia y satisfacción, pero me hacía el tonto. 

Un buen día las palabras de mis ídolos perdieron razón y todo lo que amé por convicción, simplemente se me fue como agua por las manos. Sabía que la vida es de cambios, pero no imaginé que fuera tan profundo. Aún así, me siento premiado, me siento aliviado de salir de la jaula rústica y común para caminar en una al aire libre, porque esto de las jaulas no tiene límites.

Hace ratos que ya no estoy aquí, ni allá, ni en algún lugar en especial. Me pueden ver y tocar, pero en esencia es solo una ilusión, una respuesta cerebral ante lo que está frente a sus ojos; por lo demás, quien fui ya no está y quien creo ser, no tiene forma. Ya no hay certezas, todo es un eterno fluir, como siempre ha sido y muchos aún no se han percatado.

Hace ratos que no estoy aquí y a las 3:00 de la mañana, de un martes cualquiera, solo se me ocurrió escribir, fue un impulso, un movimiento involuntario, un pensamiento intruso; quizás, porque ahora me atrevo a dudar más que nunca, es la necesidad de dejar una evidencia que permita en el futuro seguir la huella, concatenar hechos, para entender realmente que pasó en estos tiempos.



 



sábado, 9 de julio de 2022

Hasta el punto de extraviarnos





La llovizna fue el mejor despertador, los pájaros tomaron mi ventana para cubrirse; ambos regalos naturales, con sus sonidos ordenaron una melodía perfecta y endulzaron mi alma. Abandonar la cama siempre ha sido una batalla, mucho más en una madrugada inspiradora; con los años, las responsabilidades se vuelven cadenas. 

Está la opción de reinvertarse cada mañana y llenarse la cabeza de pensamientos positivos, pero ese menú es tan viejo como el tiempo. Puedes luchar y comer ángeles o atragantarte de mujeres u hombres, pero sospecho que cualquier opción, sin duda, indigesta el alma. También está la rendición, la decisión de empeñarle tu vida al cura del pueblo o a la pareja que este mundo parió para que te acompañe. Puedes morirte de a poco o simplemente ver el mundo pasar sin sobresaltos, quizás ambos escenarios son parte de la vida y no nos enteramos. No lo sabremos hasta que una crisis llame a todas las puertas.

Pienso que ya tengo una parte de lo que pedí, que en los días de afán he logrado dar pasos para cambiar de aires; pero al final, en la noche, todo se guarda al fondo del armario sentimental. Todo es relativo.

Por eso cuando camino en medio de la calle y veo el cielo, ese enorme desorden sombrío y sin sol, solo espero que todo pase lentamente para apreciar esa belleza. Tal es mi devoción a este escenario, tal mi dependencia, que sueño como un día nublado me secuestra en el camino.

"¿Estás ahí? ¿Estás ahí?" 

La voz: "Sí..."

"Entonces, ¿crees que ha llegado el momento?"

"Depende de como lo veas".

Puedo hacer caso omiso y seguir la rutina... pero dudo de esa seguridad de papel; creo, con toda mi fuerza, que ha llegado el momento de pedir un bus sin gente y un destino muy lejano. Quiero unos audífonos y las viejas gafas. Quiero toda mi música y que el dueño de la voz conduzca sin rumbo, lejos, muy lejos. Que conduzca hasta el otro lado del tiempo, a donde la oscuridad nos separe y nos extravíe a tal punto que nunca volvamos a vernos. 

Y si tenemos la oportunidad de encontrarnos, nos hagamos los locos como aquellos que se cruzan la calle para no verse y saludarse. 

"Déjame en el valle del silencio, a donde no hay nada más que viento y frío... ¿Es mucho pedir?"

"No".

"Lo sabía... ahora conduce". 






sábado, 31 de octubre de 2020

Un día extrañaré la soledad

 

Mi rostro sentía la textura del colchón, áspera y difícil de soportar por algún tiempo. Las sábanas estaban desordenadas y una parte dejaba a la vista la esquina del viejo, histórico y regalado colchón; quien sabe cuántas experiencias tiene en su interior, si hablara entendería todo pero también me daría vergüenza.

Cuando me dejé caer, con todo mi peso, mi rostro aterrizó en ese espacio desnudo de la cama. Me quedé en silencio y con nada en la mente; simplemente tirado en una mañana de sábado cualquiera. El silencio, en algunos momentos es placentero, relajante y conmovedor.

Sin apartar mi mejilla de la carrasposa textura, mi mente se activó otra vez. Nunca me da tregua. Imaginé voces. Una dulce voz femenina que anunciaba el desayuno, la melodía angelical que nacía de las cuerdas vocales de una hermosa niña de dos años; y a lo lejos, poco perceptible pero suficiente para parpadear, los sonidos especiales de la inocencia. Lindos murmullos de un bebé, de esos que te rompen el corazón para sentirte vivo, de la mejor manera, de esos toques especiales para el alma. La pureza y belleza más extraordinaria.  

Me quedé inmovil para continuar con mi historia mental. En mi imaginación me levanté sin camisa y con el mismo short al que llamo pijama. Me enjuagué la boca y me acerqué a la cocina. Ahí estaba una mujer de cuerpo delicado, de estatura pequeña su cabello liso y sus manos especiales, su silueta me encantaba; ella necesitó poner sus pies de puntillas para alcanzar mis labios. Aunque era algo cotidiano de un fin de semana, lo soñé especial. 

El momento lo rompió el intempestivo arribo de la pequeña niña, quien abrazó mi pierna derecha con sus pequeños brazos. Cuando bajé la mirada simplemente me quedé enamorado de sus ojitos negros, sus cachetes gorditos, su cabello negro y de su dulce voz repitiendo: "papi... papi".

Cuando el pequeño bebé fue acomodado en su sillita quedé pasmado, era una réplica mía: sus manos, ojos y labios eran la versión celestial de mis ojos desvelados, mis manos arrugadas y mis labios rosados poco perceptibles por un bigote y una barba que ya lucía canas; esa misma fortaleza espesa de pelos hacía reir a mis hijos cada vez que los besaba intensamente en el cuello, hasta orinarse en algunas ocasiones.

Fue un momento especial. Un fin de semana de esos mágicos.

No me resultaba difícil soñar esa vida, incluso con sus altibajos naturales: sollozos por nada y por todo de parte de los pequeños, esas molestias de pareja que terminan en días sin hablarse, tratar de adaptar trabajos y momentos familiares, los paseos arruinados por detalles insignificantes. No era difícil soñarlo y aceptarlo.

Pero cada sueño tiene su contraparte. No todo sueño es pesadilla pero tampoco felicidad total. Siempre hay momentos raros, incómodos.

En la historia nunca volví a sentir el placer de la quietud. El silencio entre una pareja, provocado por detalles estúpidos o duras realidades, no es agradable. Para nada. Las complejidades de educar y ver crecer a los vástagos, que de a poco generan su propia personalidad que quizás no esté acorde a lo que esperabas, también es un paquete un poco amargo que incluye esa unidad llamada familia.

Día a día era más o menos la misma línea: tratar de seguir amando y de contenerse uno a otro, de cumplir con tu rol masculino y de padre, educar lo mejor posible. También pasar por alto y respetar las incongruencias normales que representa un empleo y trabajo en equipo; cuidar de la salud o perderla para darte un placer distinto, tratar de orar más o leer algo. Comer, besar, tener sexo, ducharse; tratar de ver una película en familia, sacar a pasear al perro, domingo de reuniones con amigos, en fin... solo imaginen una familia relativamente aceptable.

En mi historia soñada solamente volví a sentir el placer del silencio en un viaje de trabajo, cuando la madrugada para mí era la tarde para mi familia. Ahí me dejé caer con todo mi peso, sin poner las manos porque ya había revisado que la cama era acogedora y yo no sufriría daño alguno. Estaba desnudo después de una ducha caliente, mi rostro entre sábanas suaves y especiales con un aroma que relajaba. Ahí estuve varios minutos, se escuchaba el aire acondicionado. Comprendí que cada cierto tiempo es necesario no escuchar voces alrededor.

Pero hasta en sueños mi mente no da tegua ¡qué incómodo! 

Comencé a pensar en la delicada, pequeña y linda mujer que acompañaba mis días, a la niña de mis ojos y al bebito, mi réplica exacta. Imaginaba besarlos en el cuello. Imaginaba oler los pies del bebé, acariciar sus manos y ver cómo sus pupilas comenzaban a impactarse con los colores y objetos que lo rodeaban. Era una añoranza mezclada con el silencio que tanto me gusta. Me quedé dormido en mi propio sueño.

Cuando abrí los ojos, en la vida real, mi mejilla seguía reposando en la áspera textura del colchón viejo; el silencio era total. Solo mi short llamado pijama me cubría el cuerpo. Los minutos pasaban y esta vez la mente me dio más tiempo de paz.

"No tengo familia, pero tengo silencio", pensé. "Quisiera abrazar bebés, pero no me alcanza la motivación". "Quisiera a la mujer ideal, pero eso no existe." Deseo muchas cosas, como cualquiera y como todos; pero hoy, en este minuto, en el cuarto con las cortinas cerradas tengo un colchón viejo y un silencio que me enfrenta, que me interroga, que me desnuda.

El carrasposo colchón ya no molestaba, ya no importaba, el silencio se mantuvo implacable... entonces, sin quererlo, me quedé dormido.