Perdí un par de vidas en el camino hacia la computadora.
Dejé regados millones de engendros en los cuartos.
Se desangraron las relaciones, las memorias y las caricias.
En el pasillo de mi existencia, si vuelvo la mirada, hay filas de cadáveres, en líneas casi interminables.
La existencia se moviliza en un asfalto de muerte, todos los días hay exterminios: minutos asesinados por deseos de los momentos, amores despedazados por lujuria y todas las veces en que se asesina al prójimo en el interior del alma. También cuentan las ocasiones que nos quitamos la vida en el silencio de nuestra mente.
Aquel último fin de semana de enero de 2012 fue la última cita con la oscuridad. Despertares, desesperación, felicidades cortas, vacío, saciedad, excesos, miradas, respiros, excitaciones, fantasías, necesidades, ansiedad y un eterno retorno de cada una de esas sensaciones mezcladas con fiebre existencial y odio. Lo resumo en dos palabras: el infierno.
Luego de la caída se escuchó el grito más aterrador. Tal fue el sonido que reboté con fuerza y eso me catapultó desde la tumba a la tierra. Resucité; pero, antes de que me permitieran volver tuve que firmar, una vez más, otro certificado de muerte. Esta vez la autopsia fue detallada: una contaminación de la glándula espiritual, derivada de una infección por cálculos de vacíos y excesos, lo que provocó una sepsis emocional generalizada. Lo resumo en cuatro palabras: se pudrió el corazón.
Observé el nuevo cadaver de la existencia, esta vez era el más grande que había visto, pero lo acomodaron en un cuarto pequeño alejado de todo. Cuando recorrí el pasillo para volver a la calle, volví a ver atrás y ya no había ningún rastro de mortandad, estaba todo limpio. Vi la luz del día y a la gente en sus afanes de siempre... nada había cambiado, solo yo.
La reconstrucción de la nueva existencia llevó varios meses. Era necesario determinar una nueva identidad. Por todo lo vivido, por todo el camino de montañas, de frío y lluvia, solo había un nombre para la nueva unidad: la sombra.
Era momento de descubrir el interior, desnudar al ser más íntimo, describir cada esencia y colocar las sentencias en el libro del mundo.
Después de volver desde la muerte, me casé con una computadora y el monitor se convirtió en mi espejo. El certificado de la unión se firmó el 24 de marzo de 2013. El brindis fue con café y lo disfrutamos en silencio.
A una década de matrimonio, todo ha cambiado.
A una década de la comunión de sombras, solo resta contar los cambios de tonos que han tenido.
Esta historia continuará...
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