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sábado, 19 de abril de 2025

Una pausa antes de la misión




Volví a casa. 

Abracé el momento de la sinceridad, del reflejo fiel y la desnudez. 
Pensé que me había perdido en la muchedumbre, en el paso a paso de los sonámbulos. Nunca dejé el ruido del todo, siempre se mantuvo el gusto de la introspección o la locura de los ideales, solo que ya me preocupaba sentir comodidad, un cierto placer básico que produce el pasar del tiempo.

Transité en las vías de lo correcto. Me senté con los que visten de bondad y comí con los que compraron el título de sabios. Y ahí estaba yo, el sobre pensador de día y pecador de la noche, me veía acorde y no compré un asiento para tan excelsa reunión, simplemente entré por la puerta portando el traje de bueno. 

En las reuniones de lo políticamente correcto, a donde encaja la mayoría, a donde la cortesía te proporciona una existencia cómoda, ahí estaba este maestro de la crisis, brindando ante todos, pero preocupado por dentro. "¿Este es mi nuevo hogar?", pensé mientras sonreía.

Me despedí de todos prometiendo volver. Eran pocas las probabilidades de cumplir la promesa, no es necesariamente una mentira, no lo creo, solamente que soy más completo en el sendero menos transitado. Con cada paso hacia la salida me sentía tranquilo, entre la multitud la desnudez es una humillación, no hace falta alimentar a las fieras  

¿Cuántas veces me liberé para volver a caer en cierta forma de esclavitud? He perdido la cuenta, pero entre más sucede menos me siento atado, pareciera que cada liberación suma para la total independencia venidera. Espero que así sea y terminar mis días sin aquellos apegos clásicos, y ciertamente negativos, que ofrece la existencia.

Caminé a casa bajo la lluvia, a diferencia de otras caminatas bajo el agua, esta vez no era un momento más, no, era solamente una pausa, un paso necesario de una transición inevitable. Abrí la puerta y abracé el silencio, que por cierto ya me tenía todo preparado para confeccionar el traje para el porvenir. 

He vuelto a casa para recargar el espíritu. Y no hay nada más liberador que abrazar a tus propias sombras y tomarse un café con ellas para reír a carcajadas, o quizás para debatir un poco sobre lo interesante de ser un extraño entre conocidos, un entendido que entre más se busca en el interior y se trabaja el ser, menos atractivo es el exterior.

     
 


domingo, 31 de diciembre de 2023

El cuadro del gran muro



Abrí el rastrillo del castillo y crucé lentamente el puente levadizo hasta llegar al jardín, ahí me senté un rato. Fue agotador el viaje a las tierras que colindan con mi fortaleza. Lo mejor de un día de exploración extenuante era volver a casa antes del anochecer y ver, desde la torre más alta, la caída del sol.

Luego de ese espectáculo natural nunca faltaba la cena en la enorme mesa de madera de la sala principal del castillo. El placer de comer, ante las velas, era muy especial.

Debí proseguir el plan de llegar a mi dormitorio, sin pausas luego de una jornada de ansiedades; pero una corazonada me llevó a la biblioteca, la cual era amplia y con aroma a páginas y tinta. Esta sala era atractiva y tenía un magnetismo fulgurante, no tanto por los cientos de textos, sino por su diseño.

Como decoración de las libreras había una enorme pared, tan grande como el muro principal de los museos. Ese muro tenía grietas y el tiempo había estropeado la pintura gris. Era una muralla vieja.

La estructura sombría estaba decorada con cientos de marcos brillantes, exquisitamente artísticos. Mi castillo era grande pero cada vez que entraba a la biblioteca el escenario me movía el corazón. Además del contraste entre estructura y luz, entre diseño y color, lo que le daba la sensación de grandeza era la historia que cada marco representaba. 

Ahí estaba representada en pinturas mi vida: la primera casa, las escuelas, los juegos, mi infancia, la música, la lluvia y cada momento que ha marcado el largo viaje. 

Cada cuadro tenía el tamaño adecuado al rastro que marcó en mi interior. En algunos espacios de la pared se amontonaban, entre grandes y pequeños, redondos y cuadrados, asimétricos y rectangulares, llenos de sentimiento y otros colmados de desesperación. No importaba el tamaño de cada memoria, era el conjunto de las mismas lo que daba la belleza total al muro de mis revoluciones.

Pero a veces, la vista me fallaba ante tal escenario. Durante algunos días me olvidaba de la biblioteca y prefería ir al jardín a tomar aire, porque la vida se me escapaba entre el recuerdo, la sospecha y las interpretaciones. Temía un día quedar ensimismado, sin regreso a la realidad. La gran fortaleza amurallada a donde vivía era tan silenciosa que, en ciertos momentos, tenía la sensación de que compartía el café con fantasmas. 

Aunque necesitara el jardín, me encantara la cocina y me desnudara en la torre más alta, solo cuando entraba a la gran sala con el muro de la historia, solo ahí me identificaba y me reconocía a cabalidad. 

En los últimos días recapacité sobre cada espacio de la pared y su historia. Me di cuenta que por años intentaba no ver tanto la esquina superior derecha del muro, el espacio dedicado a algunos rostros, a las figuras emparentadas a los sentimientos más profundos. Entre cuadritos y formas ovaladas, entre lienzos manchados y desgastados, destacaba un cuadro que estaba tapado con una manta.

"¿Quién se atrevió a ocultar uno de mis cuadros?" grité con todas mis fuerzas. Estaba tan molesto que quería ver inmediatamente a los ocupantes del castillo para detectar los ojos del culpable. "¿Quién fue el entrometido?" grité a todo pulmón.

Pero solo se escuchó el eco de mis gritos.

Mi temor más grande me vio directo a los ojos: estaba solo en el castillo. 

Con desesperación corrí por la más alta de las escaleras que estaba en el sótano. Con fuerza determinada por el miedo y la excitación saqué la escalera y corrí por la sala, por los pasillos, boté cajas, candelabros, espejos y desordené todo a mi paso, me comía la ansiedad por llegar al muro de la gran sala. Subí con prisa para apartar la manta del cuadro y en mi afán boté otros cuadros. Algo me desesperaba al ver ese cuadro tapado. Tenía una mezcla de enojo y miedo por la verdad que estaba por descubrir.

Cuando al fin llegué a la parte más alta, quité la manta... al ver el rostro del cuadro estuve a punto de caer de la escalera. El corazón quería salir de mi pecho. Observé muy bien el rostro: la mezcla de una niña y una mujer, una sonrisa casi completa, apunto de explotar en una risa y los ojos con asombro, abiertos, iluminados. El rostro me trasladó al juego en una cancha de arena, a las escaleras de una gran plaza de la ciudad, a los lugares a donde esa mirada me marcó.

Se acumularon las sensaciones en mi interior. Los recuerdos y toda la historia que viví con el rostro del cuadro tapado inundaron mi conciencia. Tal fue la impresión que no logré sostenerme adecuadamente, uno de mis pies titubeó y perdí el equilibrio. Al tratar de retomar el control boté el resto de cuadros que estaban en la esquina superior derecha del muro de mis revoluciones, en la caída mis dedos rasgaron la pared y muchos otros cuadros de mi historia.

Caí de espaldas en una mesa llena de libros y luego al suelo. La parte trasera de mi cabeza golpeó con tal fuerza el piso que perdí la conciencia. Se me apagó toda la realidad y soñé... fue un sueño profundo con los rostros de mi vida, con las vivencias, las experiencias manchadas de tantos sentimientos. En un momento todas las caras se unieron y tomaban cierta forma, la cual mutaba y representaba a cada segundo las emociones humanas. El rostro cambiante se movía y me provocaba un descomunal asombro y excitación.

Con los minutos solo unas características se repetían en la cara: la sonrisa, los ojos infantiles mezclados con los de la mujer, las voces de la hija con la de la amante, los cabellos de largos a cortos, la mutación finalizó con el único rostro, el de la muñeca mitad diabólica, mitad angelical.

Y entonces recordé todo: tapé el rostro por la pena de la pérdida, por la noche de amnesia en que asesiné esa historia. Lo cubrí para tratar de seguir con mi viaje, para darle sentido al muro, para que no se secara el jardín, para disfrutar de la sala principal del castillo, para ver la caída del sol desde la torre más alta, para que no se derrumbara mi gran fortaleza. Para no morir.

El castillo quedó solo hace muchos años. La manta no borró la historia, tampoco la pena por no resguardar ese regalo del destino.

En el sueño el rostro quedó petrificado. Quedamos cara a cara. Sus ojos como lámparas tenían la intensidad de un demonio y la suavidad de un ángel. Con los segundos todo comenzó a oscurecerse y el rostro se desvaneció poco a poco, las miradas se perdieron, todo se perdió en el frío de la nada.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Sombras en el tiempo. El límite dorado.


"¿No te avergüenza escribir sobre sexo?", la mujer tenía una cara de asombro e incomodidad y esperaba una respuesta, ella dejó de leer una de mis historias porque una escena le pareció demasiado explícita. 

"No, creo que no", respondí. Con los años me acostumbré a ese tipo de preguntas y también le encontré sentido a dar explicaciones sobre los orígenes de ciertos escritos.

"Sabes, lo importante es crear historias con sabores propios, no del todo ciertos... ciertamente son límites que están opacos en el alma, no hay necesidad de aclararlos, solo de cruzarlos y  experimentar", agregué con naturalidad.

Un sorbo de café y la reunión cambió de rumbo, no valía la pena decir más sobre el tema. Ella también supo que era el momento de cambiar de conversación.   

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Años atrás, en una noche de abril, una vocecita tocó a mi mente. "¿Crees que hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

Abrí los ojos en la oscuridad y me acomodé boca arriba en la cama. Guardé silencio para aclarar mi mente. Hacía frío, me envolví entre las sábanas y las almohadas. "¿Aún es tiempo de permanecer en nuestros límites?" me volvió a sorprender la vocecita interna con sus preguntas, que casi siempre cuestionan los marcos que sostienen mi existencia.

"Eres esa parte en constante evolución, el complemento a esto que llamamos conciencia total", susurré en la oscura habitación. Los minutos pasaron, y cuando estaba por quedarme dormido, otro toque a la mente me alertó. "No has contestado mi pregunta. ¿Hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

"Creo que es casi lógico, pero el que define eso soy yo", cerré la conversación porque mi cuerpo, por fin, encontró el punto exacto para descansar. 

Y cada amanecer, desde aquel año de la comunión entre alma y monitores para desnudar mis interiores, fue una cascada de ideas, una fuente de historias. Y funcionó al inicio, pero con el tiempo, al verme al espejo, no podía evitar pensar en la necesidad de aclarar, de transparentar.

"¿Escribes solo por escribir o hay algo más que quieres contar?", la vocecita se aparecía cada cierto tiempo y rompía silencios o, en el mejor de los casos, apagaba estridencias.

"Vamos, piensa y define. ¿Hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

Esta vez me sorprendió la pregunta cuando estaba frente al monitor y me acompañaba un vaso desechable con café. Era tarde en una de las tantas cafeterías de la ciudad. La gente alrededor hablaba y comía, algunos me miraban cada cierto tiempo. A veces los miraba fijo a los ojos, pero otras veces me quedaba estático frente a la pantalla por varios minutos. Porque no siempre hay que expresar, pero siempre, siempre, hay ráfagas de ideas y pensamientos que rompen con los límites del cuadro al cual llamamos realidad, y todos dicen "realidad" con tanta naturalidad, como algo establecido que no puede modificarse. En mi caso "la realidad" es solo una limitante.

"Este es un rompecabeza que vamos a armar de a poco", contesté, o más bien, para ser correcto, me dije a mi mismo. Ese día en la cafetería me di cuenta que cada historia tiene dos versiones. En una, la común, hay rasgos de humanidad que he visto de reojo, amores a los que he rehuido, sentimientos que me son ajenos por naturaleza, risas y llantos, odios y misericordias, es decir, todo aquello que el cuadro al que llamamos realidad establece para cada ser humano.

La parte más interesante es la otra versión. "Hay otro mundo de influencias, el que la mayoría no ve con buenos ojos ¿no lo crees?" me dijo la vocecita con mucha más presencia. En ese momento mis ojos parpadearon más de lo normal. Me sentí extraño porque ya no logré delimitar entre la vocecita y mi voz, entre el susurro mental y el físico. Entre una realidad y la otra que supera los límites.

Me perdí por unos segundos y en mi cabeza fluyeron destellos, figuras sin formas y fuertes sonidos, un remolino de sentimientos que me elevó por los aires de la imaginación hasta los límites de la conciencia; en un momento, en medio del caos, me sentí del otro lado de la conciencia, a donde una luz infinita es tan fuerte que solo resta tomar un poco de ella para darle vida a historias de colores. Me abrí paso en el límite dorado de la existencia.    

Volví, de alguna manera, a la mesa de la cafetería. Se acabaron los ecos en mi interior porque la vocecita se mostró tal cual: como una sombra. Mis dedos se movieron y en la pantalla las letras aparecieron. 

"Otra versión de la realidad" fue la frase completa.

"Suena perfecto" rebotó en mi mente y susurraron mis labios, en comunión.

 


domingo, 15 de octubre de 2023

Sombras en el tiempo. Desde la muerte.



Perdí un par de vidas en el camino hacia la computadora.
Dejé regados millones de engendros en los cuartos.
Se desangraron las relaciones, las memorias y las caricias.
En el pasillo de mi existencia, si vuelvo la mirada, hay filas de cadáveres, en líneas casi interminables. 

La existencia se moviliza en un asfalto de muerte, todos los días hay exterminios: minutos asesinados por deseos de los momentos, amores despedazados por lujuria y todas las veces en que se asesina al prójimo en el interior del alma. También cuentan las ocasiones que nos quitamos la vida en el silencio de nuestra mente.

Aquel último fin de semana de enero de 2012 fue la última cita con la oscuridad. Despertares, desesperación, felicidades cortas, vacío, saciedad, excesos, miradas, respiros, excitaciones, fantasías, necesidades, ansiedad y un eterno retorno de cada una de esas sensaciones mezcladas con fiebre existencial y odio. Lo resumo en dos palabras: el infierno.

Luego de la caída se escuchó el grito más aterrador. Tal fue el sonido que reboté con fuerza y eso me catapultó desde la tumba a la tierra. Resucité; pero, antes de que me permitieran volver tuve que firmar, una vez más, otro certificado de muerte. Esta vez la autopsia fue detallada: una contaminación de la glándula espiritual, derivada de una infección por cálculos de vacíos y excesos, lo que provocó una sepsis emocional generalizada. Lo resumo en cuatro palabras: se pudrió el corazón. 

Observé el nuevo cadaver de la existencia, esta vez era el más grande que había visto, pero lo acomodaron en un cuarto pequeño alejado de todo. Cuando recorrí el pasillo para volver a la calle, volví a ver atrás y ya no había ningún rastro de mortandad, estaba todo limpio. Vi la luz del día y a la gente en sus afanes de siempre... nada había cambiado, solo yo.

La reconstrucción de la nueva existencia llevó varios meses. Era necesario determinar una nueva identidad. Por todo lo vivido, por todo el camino de montañas, de frío y lluvia, solo había un nombre para la nueva unidad: la sombra.

Era momento de descubrir el interior, desnudar al ser más íntimo, describir cada esencia y colocar las sentencias en el libro del mundo.

Después de volver desde la muerte, me casé con una computadora y el monitor se convirtió en mi espejo. El certificado de la unión se firmó el 24 de marzo de 2013. El brindis fue con café y lo disfrutamos en silencio.

A una década de matrimonio, todo ha cambiado.

A una década de la comunión de sombras, solo resta contar los cambios de tonos que han tenido.

Esta historia continuará...
 




martes, 18 de enero de 2022

Padre en secreto




De sangre somos, de hambre y morbo, de secretos y mentiras que un día ven la luz. La belleza anuncia a su vástago, la familia se retuerce de nervios junto a la risa de los incrédulos, los murmullos de los acosadores se multiplican en la noche. El retoño ya está marcado, sin antes respirar la condena original.

Hay consagrados y vulgares. La estirpe nombra a los sucesores, de linaje y títulos; y los sucios, ellos pululan y se comen mutuamente, son almas bañadas en culpa, sus nacimientos marcados con sangre; arrimada mayoría, son los pobres que endiosan y son ejecutados en el paredón de la moral.

Del mundo común es posible escapar, con paso de gloria y gula de poder. Quienes toman su lugar en el verde paisaje, son libres de andar, de ensuciar, escupir y orinar; pueden matar, porque los esclavos ya pagaron su inmunidad. Pero los comunes y corrientes son amarrados si se revelan, su boca cercenada con la espada de la hipocresía y su alma será acorralada por la infamia del sinsentido. En el lodo se escuchan voces que piden permiso para existir y esperan sentencia.

Una leyenda fue sorprendida: regó su sangre en secreto. Pero el olimpo no traiciona las malicias de sus anfitriones; al contrario, su inmundicia es venerada y su paso en falso es atribuido al talento, es el tropiezo lógico de una mente única. El ídolo es perdonado por el encanto especial que le otorgan los caminantes que no pertenecen a nadie. Para los aduladores, el pecado del mito no es más que el polvo regado de una estrella, de un lucero que sorprendió a la muchedumbre con realismo mágico. 

Mientras tanto, los súbditos luchan entre sí por la osadía de ensuciar al artista, porque a los dioses humanos no se les ataca; pero a los simples, ellos pueden ser torturados lentamente, sin misericordia. Aunque la injusticia brille ante el sol de la verdad, los ciegos levantan estatuas en honor al historiador mágico y defenderán su legado a costa de la paz.

En lo terrenal no hay igualdad.
El común que no anuncia su creación, inhumano sin mérito. Y el mito que esconde su linaje, es un padre en secreto.



sábado, 22 de febrero de 2020

Eterno


Sonreías. Era el preámbulo a la carcajada característica: amplia y con ojos cerrados, sincera, natural, nuestra, digo nuestra porque no te vi compartirla con nadie más.

En tiempos turbulentos, un sonido que alivia; en recuerdos febriles, añoranza de tenerla. El tiempo pasa sin lecciones de olvido. No se puede olvidar lo que marca la vida.

Conducías. Mirada al camino, mirada a mí. No había rumbo, como el que no encontré en la década perdida. La música nos acompañaba, solo para hacer el momento especial.

Mirada al camino, mirada a ti. Quería preguntar muchas cosas, mi cabeza era un saco con millones de interrogantes, pero algo me detenía. Los minutos parecían horas; entonces decidí callar y dejar pasar. Sabia decisión, inédita en mi ser.

Contabas historias. Tantas, como si el tiempo se acabara en cualquier momento. Y no podía mas que escuchar, retener las palabras claves y recordar el sonido de tu voz. No había rumbo, pero tampoco desesperación.

Lo sonrisa se mantenía, incluso en los momentos serios no dejabas de emanar esa sensación de paz, de reencuentro, como cuando alguien vuelve a su hogar.

Entonces algo pasó. Cuando sentí paz, dudé. Algo no cuadraba en mi mente. Comencé a cuestionarme "este no soy yo", "yo no era así"... el saco de interrogantes necesitaba romperse, pero tenía miedo de arruinarlo todo. Me quedé un momento con la mirada en el camino, era una carretera sin final, en un lugar desconocido. Entonces todo comenzaba a tomar forma. La leve sospecha se convirtió en una verdad contundente.

"Todo va a estar bien", dijiste con una mirada optimista. "Todo está bien, no hay nada que lamentar", volviste a sonreir. Me conoces bien.

Tenía ganas de seguir el camino. Nunca hablé, no quería arruinarlo. Te observé y luché para no parpadear. Los sonidos comenzaron a desaparecer y me quedé con la mirada fija hasta que, poco a poco, te desvaneciste.

Mis ojos necesitaban cerrarse para descansar y no pude evitarlo... llegó la oscuridad.

Cuando volvió la luz eran las 6:00 de la mañana, de un día cualquiera.



domingo, 18 de agosto de 2019

Letras desde los alaridos


"Tenemos un espacio en la zona de los juegos para niños."

Acepté la condición inmediatamente. Ya era tarde y no podía perder más tiempo, esto de escribir no es moda, ni apariencia, mucho menos aspirar a un estatus. Es simple necesidad, de esas que carcomen si no se satisfacen.

Era un bullicio total. Un desorden de sábado por la tarde. Llantos y carcajadas se mezclaban con los clásicos alaridos de la adrenalina infantil, esa emoción incomprendida. Si ya les describí los sonidos, imaginen las cosas y la gente: habían calcetines y zapatos regados por el piso, meseras esquivando los pequeños cuerpos en movimiento. Y ahí estaban las mamás, entre la charla y la vigilancia. Unas más cansadas que otras, la mayoría atentas y unas pocas sucumbían a la desesperación con rostro de "¿qué estaré pagando?"

A todas les cambiaba el semblante a cada momento: cuando hablaban entre ellas, asombro e interés; cuando debían atender a sus vástagos, de cariño, autoridad o molestia.

Eso de querer inspirarse para un profundo ensayo de cuánto me sorprenden las características sociales de mis más cercanos colaboradores, era imposible. Pero como mis días son febriles, camino y vivo ansioso por expresar, entonces abrí mi mente, me quité los audífonos y dejé que los gritos pueriles desempolvaran la inspiración. Complicada misión porque unos alaridos eran tan agudos que casi provocan que corriera del lugar. Pero aguanté.

Y llegó lo que necesitaba: un golpe de memoria de aquel chiquillo gritón y sentimental. Aquel gordito insaciable por jugar, soñador de primera, que no necesitaba de mucho para armar tremendos juegos mentales ¡Como me divertía crear historias!

"Luchadores contra soldados". "El ataque al fuerte Knox". "Los campeonatos de basquetbol musical". "Los juegos sangrientos". "La muerte súbita de los penales". "El mundo de las alcantarillas". "Las bandas de rock" y muchas otras creaciones de las que quedan poco rastro en una mente excitada e instrospectiva.

Recordé las tardes en casa. Aunque me miraban jugar solo, muy poco compartía de mis pensamientos. Todo era insumo interno para divertirme, se me ensanchaba el pecho y sentía una felicidad indescriptible cada vez que me sumergía en mis fantasías. Años de gloria sincera, sin manchas.

Antes de seguir la historia, acaba de caerse un niño y comenzó el llanto. Todo se detiene. El debate en una de las mesas de mamás entró en pausa y la susodicha madre del lastimado cruzó el salón a toda prisa para hacerla de doctor. Unos segundos bastaron para darme cuenta que era un rasguño mínino, mucha lágrima y nada de daño. "Mono chillón", recordé las palabras de mi mamá. 

Vuelvo a la computadora.

¿Jugar con los compañeros o jugar solo? Difícil decisión... pero hay una respuesta: siempre me sentí mucho más realizado cuando me dejaba llevar por mis fantasías. En cualquier momento podía divertirme. Felicidad exprés, sin intermediarios.   

Por cierto no recuerdo la frontera, el límite entre mis juegos mentales infantiles y los adultos. Claro que ahora no me verán tirado en el suelo ordenando muñecos,uno a uno con su nombre propio, para una batalla sin tregua en las profundidas de una alcantarilla imaginaria o de una fabrica abandonada que una vez soñé (la cual me sirvió de inspiración para crear tantos escenarios). 
Ahora es diferente, tengo otros pasatiempos cerebrales: "¡El matrix musical - deportista!", "500, la chamarra mágica" y "La gran verdad"  ¿de qué se tratan? aún se mantiene aquella ley de mi niñez: comparto poco. 

Para este momento los gritos en el salón aumentan... en cantidad y sonido. Las madres no paran de platicar y vigilar. Solo hay una señora que se ha quedado con la mirada perdida. ¿Estará sumergida en algún juego mental, en un escenario a donde es una heroína que salva a una raza inferior? Ojalá. 

Me pregunto si los chiquillos de hoy fantasean de tal manera que ignoren todo su alrededor. ¡Claro que sí! pero la mayor inspiración es un celular inteligente. Signo de los tiempos.

Veo mi taza vacía y algunos chicos fueron obligados a comer. Pasamos del bullicio desesperante al ruido normal, uno que otro grito rompe la paciencia, pero nada más que lamentar.

La tarde cedió a la oscuridad. El tiempo pasa muy rápido, demasiado como para no aprovecharlo. No sé si pierdo minutos valiosos en juegos mentales, probablemente sí. ¿Pero qué sería sin mis historias?

Soy muy poco sin mis procesos, debo aceptarlo. Desde el chiquillo gordo y divertido hasta el hombre introspectivo de hoy, sin juegos mentales y esas interrogantes que arropan mi interior, no sería nada.
Por eso cuando llega el momento libre de la semana, debo escribir, es una misión ineludible, valiosa y transparente. No solo es expresar a la ligera, es un mecanismo de vida para este inquieto ser.

Me levanté de mi mesa y busqué la salida. Parecía un extraño en medio de tanta mamá e hijos. Por cierto, nunca llegaron los papás. Quisiera creer que se atrasaron pero que al menos existen.

Otro signo de los tiempos.