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martes, 31 de diciembre de 2024

A imagen y semejanza


En una hora te imaginé, te construí con la ternura que un vientre imprime a una nueva vida. 
Te quise como la última historia del milenio, con la ilusión que emana de un gran amor.
Me imaginé la vida, o lo que resta de mi existencia, entre tus brazos, entre lluvias y frío.

En dos horas te convertiste en una arma. Eres a imagen y semejanza de mi sentir.
Y así te amé, como una fiera a su cría, con un ojo en ti y el otro en el porvenir.
Te construí una choza en las arterias de mi corazón, en un lugar sangriento, pero cálido.

En tres horas eras aniquilación. Te alimenté del fruto maldito.
Eras mi luz, mi pasión, mi eterna devoción.
Te abracé con fuego para hacerte mía, para que algo de mí creciera en ti.

En cuatro horas alcanzaste mi altura. Tu belleza era mía y tus ojos eran espejos.
Nos abrazamos en el firmamento, nos juramos amor.
Y te hice mía en el atardecer, con el calor y las caricias del viento.

A la quinta hora te mostraste tal cual: un laberinto de deseos y oscuridad.
Y los cimientos de un gran amor se resquebrajaron.
Nos vimos a los ojos. Eres a imagen y semejanza de mi sentir.

En la sexta hora atravesé tu corazón hasta dejarlo seco.
Tomé de tu vientre a nuestra creación.
Amarré tus restos a mi cintura y volamos por última vez.

En la séptima hora, a mitad del vuelo, nuestra creación abrió los ojos.
Su fuerza fue tal que caímos en picada.
Y antes de estrellarnos, el engendro abrió sus fauces y nos comió.

El León con cuerpo de mujer quedó suspendido en el cielo.
Era una luz fuerte, era un rey. De sus fauces brotaba sangre; de su alma, un fuego abrasador.
Y mientras nos diluíamos en su interior, nos habló.

"Soy a imagen y semejanza de su sentir".

 

domingo, 31 de diciembre de 2023

Juró que le escribiría

Juró que le escribiría todas las semanas, pero nada sucedió porque Jorge era toda pasión para cada ocasión. Jurar era su muletilla y cumplir su gran debilidad.  

Carmen era lo contrario. No juraba, solo creía y cumplía. Creyó que Jorge era su primer y gran amor. 

Ambos se despidieron en la sala de espera del aeropuerto. "Júrame que escribirás, júralo", gritó ella, sin importar la muchedumbre alrededor. "Lo juro", dijo él casi en un susurro. Esas dos palabras fueron las últimas que se dijeron cara a cara. Carmen esperó hasta que el avión se perdió en el cielo; mientras que Jorge leía una revista y se acomodaba en el asiento.  

La distancia, la promesa rota y el tiempo puso a cada uno en su lugar. El destino hizo lo suyo: a Jorge, el abuso de juramentos le redujo las relaciones estables; y Carmen, creyó nuevamente en una buena causa para amar.

Diez años después volvieron a encontrarse. El jurador y la cumplidora se toparon en un bar. Él, solo en la mesa; ella, compartiendo la velada. Jorge asimilando la nula ganancia que le dejaron sus promesas sin cumplir y el aumento de culpa que tenía su corazón; mientras que Carmen, ahora brindaba con su amor, esta vez, creía que era el verdadero.

Jorge la reconoció a dos mesas de distancia. Y la vio más bella, brillante y sensual, vio a una mujer por la que valdría la pena cumplir una promesa. Jorge sintió culpa. Carmen, quien sintió que la observaban, dio la cara y reconoció la mirada penetrante que una vez la atrapó; esta vez, le tomó cuatro segundos zafarse de ella para volver a rendirse a su verdadera causa. Claudia sintió pena.

Hoy el jurador quería gritar y sanar heridas que le atormentaban, pero se quedó en su mesa postrado, en silencio, sin nada que hacer. Juró que no volvería a jurar, y ni siquiera él se lo creyó.

Hoy la cumplidora quería seguir casi en silencio en la mesa romántica, que no terminara esa noche de besos y sonrisas, que no terminara esa certeza de que estaba en buenas manos.

Cada uno en su lugar por ahora, solo por ahora ya que el destino es caprichoso. Quizás en otros tiempos uno aprenda a cumplir y, a lo mejor, alguien le tome la palabra; y el otro, quizás lamente esa fe que brota con facilidad, un casi crimen en un mundo de traiciones.


miércoles, 20 de septiembre de 2023

Las postales



Hay días que es mejor no despertarse.

Debí quedarme en cama con las postales del alma, las imborrables y delicadas, las que rozan con sutileza a la felicidad.

Hay momentos en los cuales es muy difícil ser quien soy. No es que sea trágico, es solo cansado.

Hace unos días el tiempo me envió una misteriosa postal. El mensajero la colocó entre mis entrañas y la cabeza, cerca del corazón. No esperaba correspondencia estos días, pero tenía un leve presentimiento que ya era hora de recibir noticias.

La postal anuncia amores imposibles, pasiones encontradas, anhelos y una dosis de locura que, por contradictorio que parezca, también puede rozar con sutileza a la felicidad.

Presiento que estoy ante el mismo sismo sentimental, sospecho que se asoma la vieja sensación platónica, aquella añoranza de una función que está cerrada para mi cuerpo. Temo que una historia que ya viví, adaptada al presente, está por desnudarme otra vez.

Hay días que es mejor no despertarse, que sentido tiene si solo en sueños mis manos pueden tomar tu cintura, besar tu cuello, sentir tu aroma, hacerte cariños y ver de reojo como cierras tus ojos con una hermosa sonrisa. 

Ese pequeño momento de plena felicidad, sin nada más que añadirle, queda congelado en el tiempo de los sueños para siempre.

A veces es mejor quedarse en cama. 

sábado, 29 de julio de 2023

Espejos

Un amanecer más frente al espejo. Veo mi rostro total pero en mi interior siento que me salgo del marco. Me veo y me siento enorme, grande. Una mañana con engrosamiento de absolutamente todo, también de ego.

Y el día fui yo.

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Otra alba y el mismo espejo. Alcanzo a ver cada grieta y cada herida en la piel, mis ojos son como un poderoso microscopio. Me veo muy viejo, arrugado, con bultos. Es un amanecer con el tremendo peso de los años.

Y el día fue de anhelos.

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El despertador rompe el sueño y los pasos son lamentablemente lentos. Los ojos se me ven tristes, me veo opaco, apagado y cansado. Me siento diminuto. La luz interior descubre carencias.

Y el día fue un desperdicio.     

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Sorprendo a la madrugada y el espejo refleja poder. Mis ojos brillan y esa luz contrasta con los moldes obligados. Veo la fuerza de una motivación, la libertad de una decisión y el respaldo de una disciplina.  

Y el día fue a favor.    

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Aparecen las primeras luces de la aurora y frente al espejo te veo en mi interior. Practico las mil formas de cómo te explicaría lo que siento por ti. Fantaseo el momento de expresarte mis sentimientos. Imaginarme a tu lado, compartiendo mi vida contigo, me hace sentir una mejor persona.

Y el día fue feliz.

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Y un buen día el tiempo cambia las reglas: no existe el amanecer, nada se engrosa, lo viejo es relativo, lo diminuto se esfuma y las luces de las pasiones se apagan en el vasto escenario. Te pierdo el rastro, te pierdo en un abrir y cerrar de ojos. 

Y lo que fue, no es más. 

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En el silencio total mis ojos ansiosos alcanzan a ver un cuarto lleno de cristales.

Y al pararme frente a los espejos, no se refleja nada. 

sábado, 22 de julio de 2023

Plutón

Veo la luz a lo lejos, desde el frío y desolado paraje. Me acomodo en la planicie gris para ver los escenarios y delimitar las fronteras físicas; pero en mis adentros, en la dimensión íntima, imagino cruzando los límites para acudir a tu morada.

Me acuesto por un momento y mis manos me sirven de almohada para ser un espectador de los cielos y los astros; con calma, en medio del silencio, veo como se pintan y mutan cientos de historias. Todas las almas tienen su orden superior y se mueven en direcciones establecidas; pero en mi interior, en ese vasto territorio, pienso en el camino que seguiría mi energía junto a ti, sería un sendero improvisado, sin leyes y cada cierto tiempo prepararía fogatas para alimentarte.

Aunque el cielo invita a ser un espectador eterno, me pongo de pie y doy un paseo en la nieve. Con el tiempo se dibujan mis pasos mientras pienso en mis caminos desde esta frontera del espacio, alejada de la histeria y las fantasías, de las creencias y las reglas; probablemente, pienso mientras camino, soy de esas historias incomprendidas, una que no debió ser escrita por los azares de la naturaleza y mucho menos patentada por las leyes del orden. En mi helado interior imagino reescribiendo mi historia contigo.

Cuando llego a mi morada me acomodo frente a la ventana y alcanzo a ver a la estrella más brillante del espacio, a la que millones le deben la vida, por la que muchos se inspiran. Alrededor de ella veo como todo gira sin detenerse, todo y todos recorren ese círculo sin pausas y dejan una enorme estela de drama y colores. 

Mis ojos ven claramente a esta luz y son conscientes de lo que representa, pero en mis adentros no me ilumina como lo hace tu imagen. No podría llamarte mi sol, ese astro es de todos y de cualquiera, en mi dimensión tu serías Caronte, una parte de mí.

La fría noche llega a su apogeo y me duermo con cierta paz. En mis sueños comparto contigo, tenemos largas charlas y mis ojos se adormecen en tu mirada, me siento iluminado con tu rostro y te muestro el mío tal cual, sin límites. En la pequeña morada no te imagino como parte del cosmos, me gusta pensar más en un "somos" infinito.

martes, 20 de julio de 2021

Lupita




¡Tengo una hija imaginaria! 

Una pequeña morenita, cabello negro y liso, algo peloncita, ojitos vivos, inteligente, muy chispa. Tiene una miradita tierna que a veces muestra un ceño fruncido si se molesta. Una belleza sin igual. Cuando nació era una pelotita de carne que solo puede ser amada. Nació para ser el centro, la raíz de un amor pocas veces experimentado.

Pero su voz es audible, real. Una tierna voz ronca que le da otro sentido a mi vida. Si le cuento algo y espero su aprobación, dice "Ti" con sus ojos y carita tímida. No quiero que diga "Si", me enamora que diga "Ti", me mata de cariño y como yo soy un soñador, un eterno creador de escenarios mentales, imagino que puedo cruzar los cielos y pedirle al Supremo que no me cambie a Lupita, que se salte las reglas celestiales y la inmortalice en su perfecta versión: una niña de amor.

"Pero es imaginaria", me dice El Señor. "Ya sé, ya sé... es una construcción mental gracias al personaje que creó su potencial mamá... ya sé", le dije al Señor, mi respuesta no era para generar polémica, no; era más bien una respuesta impotente ante un anhelo imposible.

¡A mi hija imaginaria le gustan los balones! 

Le encanta jugar mucho. Su mamá la imaginaba jugando voleibol, yo me la imagino bateando y tratando de correr a primera base... aunque Lupita lo hace a su manera, no importa cuánto la anime a una u otra cosa, ella dice: "yo cholita".

Siempre que me escucha decir una palabra fuera de lugar, la repite; y al llamarle la atención, su risa tímida me destruye cualquier plan de disciplinarla. Tiene mi corazón en sus manos. Lupita me gobierna, me conquista.

¡A mi hija imaginaria le gustan los perros!

Lo voz audible endulza mis oídos cuando mira uno y lo señala: "¡Tuto! ¡Tutito!"... esas simples palabras que salen de su hermosa boca, me provocan un cariño renovado por las mascotas. A veces me dice papá o papito, pero me encanta cuando me llama "Tití". Solo el sonido de su voz y su mirada me cambian, ella es la única que rompe mi duro caparazón sentimental.  

Cuando le da gripe su "No" se escucha a "Do". Y como una nota musical inspira al buen músico, su vocecita entra a mi oído, circula en mi sangre y hace que mi cerebro explote de oxitocina. Le gustan los paseos, aunque es un poco enfermiza y no le gusta la lluvia. En el supermercado quiere que le compre todo: un peluche, un chocolate, una pelota y si le explico que no se puede comprar todo, hace su puchero... su llanto, que suena a "iiiiiiii", es suficiente para descuadernar mi manual de papá. Al explicarle otra vez, casi con lágrimas en mis ojos, que no puedo comprar todo, entonces veo su carita triste tratando de comprender... ¡y vuelve a descuadernarme el manual! Al final, en la fila para pagar las compras, mi carretilla esta llena de comida, crema para afeitar, desodorantes, tres peluches, dos chocolates y una enorme pelota roja. De reojo capto su reacción, cuando sus ojos llorosos y felices se posan en mis pupilas, siento un amor pocas veces experimentado. ¿Mal padre? ¡Qué me importa si ella me mira así!     

¡Mi hija imaginaria existe!

Su descripción física, sus atributos, sus características, su forma de ser y hablar, su forma de verme, su forma de amarme y de ser amada, me acompañan en mi alma. Mi hija vive en mis sentimientos, pero las flores que la crearon ya no están. ¡Se me olvidó regar las flores con agua limpia! 
¡Se me olvidó conversar con las flores, hablarles y decirles cuan bellas crecían! 
En un día de espasmos y desconcierto arruiné el jardín, el pequeño y precioso espacio verde del cual, cada cierto tiempo, aparecían lindas tortugas.

Ensucié el jardín.

Hoy que recuerdo a Lupita, porque la recuerdo a diario, me dio por soñar despierto otra vez, soy un soñador sin remedio. Pienso en un viaje al cielo sin necesidad de presentar una prueba de que no tengo el virus de moda. Toco las puertas celestiales, no saludo a Pedro y camino directo al Supremo; sin embargo, cuando llego ante Él, me brotan las lágrimas. Ya sé que mi petición no tiene lugar y trato de reconstruir mi sueño, para exigir otro destino... pero no puedo.

"Es imaginaria, hijo", repite El Señor. "Lo sé, Señor. Lo sé... solo que no se materializó y eso destruye mi corazón", la impotencia me gana. "No está en mis brazos."

"Pero el amor que le tienes está en tu interior. Guárdalo, disfrútalo con medida, suéñalo con bondad, sueña un lindo destino con ella. Sueña. Se vale soñar también, yo te he dotado de esa capacidad", eso dijo y nada más. El sueño que había construido se acabó en un segundo.

¡Tengo una hija imaginaria! Dios ya sabe que ella es la estrella de mis ojos, la luz de mi corazón y todos los días, hasta que la demencia senil acabe con mi cordura, recordaré el "Ti", el "Do", el "Tuto, Tutito", su "Tití", sus ojos fruncidos si no jugaba con ella, su felicidad al ver su pelota roja y los perritos de la calle o su tierna mirada que me hace sentir un amor pocas veces experimentado. Muy pocas veces experimentado.   

¡Es imaginaria! 

No me importa.
       


sábado, 31 de octubre de 2020

Un día extrañaré la soledad

 

Mi rostro sentía la textura del colchón, áspera y difícil de soportar por algún tiempo. Las sábanas estaban desordenadas y una parte dejaba a la vista la esquina del viejo, histórico y regalado colchón; quien sabe cuántas experiencias tiene en su interior, si hablara entendería todo pero también me daría vergüenza.

Cuando me dejé caer, con todo mi peso, mi rostro aterrizó en ese espacio desnudo de la cama. Me quedé en silencio y con nada en la mente; simplemente tirado en una mañana de sábado cualquiera. El silencio, en algunos momentos es placentero, relajante y conmovedor.

Sin apartar mi mejilla de la carrasposa textura, mi mente se activó otra vez. Nunca me da tregua. Imaginé voces. Una dulce voz femenina que anunciaba el desayuno, la melodía angelical que nacía de las cuerdas vocales de una hermosa niña de dos años; y a lo lejos, poco perceptible pero suficiente para parpadear, los sonidos especiales de la inocencia. Lindos murmullos de un bebé, de esos que te rompen el corazón para sentirte vivo, de la mejor manera, de esos toques especiales para el alma. La pureza y belleza más extraordinaria.  

Me quedé inmovil para continuar con mi historia mental. En mi imaginación me levanté sin camisa y con el mismo short al que llamo pijama. Me enjuagué la boca y me acerqué a la cocina. Ahí estaba una mujer de cuerpo delicado, de estatura pequeña su cabello liso y sus manos especiales, su silueta me encantaba; ella necesitó poner sus pies de puntillas para alcanzar mis labios. Aunque era algo cotidiano de un fin de semana, lo soñé especial. 

El momento lo rompió el intempestivo arribo de la pequeña niña, quien abrazó mi pierna derecha con sus pequeños brazos. Cuando bajé la mirada simplemente me quedé enamorado de sus ojitos negros, sus cachetes gorditos, su cabello negro y de su dulce voz repitiendo: "papi... papi".

Cuando el pequeño bebé fue acomodado en su sillita quedé pasmado, era una réplica mía: sus manos, ojos y labios eran la versión celestial de mis ojos desvelados, mis manos arrugadas y mis labios rosados poco perceptibles por un bigote y una barba que ya lucía canas; esa misma fortaleza espesa de pelos hacía reir a mis hijos cada vez que los besaba intensamente en el cuello, hasta orinarse en algunas ocasiones.

Fue un momento especial. Un fin de semana de esos mágicos.

No me resultaba difícil soñar esa vida, incluso con sus altibajos naturales: sollozos por nada y por todo de parte de los pequeños, esas molestias de pareja que terminan en días sin hablarse, tratar de adaptar trabajos y momentos familiares, los paseos arruinados por detalles insignificantes. No era difícil soñarlo y aceptarlo.

Pero cada sueño tiene su contraparte. No todo sueño es pesadilla pero tampoco felicidad total. Siempre hay momentos raros, incómodos.

En la historia nunca volví a sentir el placer de la quietud. El silencio entre una pareja, provocado por detalles estúpidos o duras realidades, no es agradable. Para nada. Las complejidades de educar y ver crecer a los vástagos, que de a poco generan su propia personalidad que quizás no esté acorde a lo que esperabas, también es un paquete un poco amargo que incluye esa unidad llamada familia.

Día a día era más o menos la misma línea: tratar de seguir amando y de contenerse uno a otro, de cumplir con tu rol masculino y de padre, educar lo mejor posible. También pasar por alto y respetar las incongruencias normales que representa un empleo y trabajo en equipo; cuidar de la salud o perderla para darte un placer distinto, tratar de orar más o leer algo. Comer, besar, tener sexo, ducharse; tratar de ver una película en familia, sacar a pasear al perro, domingo de reuniones con amigos, en fin... solo imaginen una familia relativamente aceptable.

En mi historia soñada solamente volví a sentir el placer del silencio en un viaje de trabajo, cuando la madrugada para mí era la tarde para mi familia. Ahí me dejé caer con todo mi peso, sin poner las manos porque ya había revisado que la cama era acogedora y yo no sufriría daño alguno. Estaba desnudo después de una ducha caliente, mi rostro entre sábanas suaves y especiales con un aroma que relajaba. Ahí estuve varios minutos, se escuchaba el aire acondicionado. Comprendí que cada cierto tiempo es necesario no escuchar voces alrededor.

Pero hasta en sueños mi mente no da tegua ¡qué incómodo! 

Comencé a pensar en la delicada, pequeña y linda mujer que acompañaba mis días, a la niña de mis ojos y al bebito, mi réplica exacta. Imaginaba besarlos en el cuello. Imaginaba oler los pies del bebé, acariciar sus manos y ver cómo sus pupilas comenzaban a impactarse con los colores y objetos que lo rodeaban. Era una añoranza mezclada con el silencio que tanto me gusta. Me quedé dormido en mi propio sueño.

Cuando abrí los ojos, en la vida real, mi mejilla seguía reposando en la áspera textura del colchón viejo; el silencio era total. Solo mi short llamado pijama me cubría el cuerpo. Los minutos pasaban y esta vez la mente me dio más tiempo de paz.

"No tengo familia, pero tengo silencio", pensé. "Quisiera abrazar bebés, pero no me alcanza la motivación". "Quisiera a la mujer ideal, pero eso no existe." Deseo muchas cosas, como cualquiera y como todos; pero hoy, en este minuto, en el cuarto con las cortinas cerradas tengo un colchón viejo y un silencio que me enfrenta, que me interroga, que me desnuda.

El carrasposo colchón ya no molestaba, ya no importaba, el silencio se mantuvo implacable... entonces, sin quererlo, me quedé dormido.


         

sábado, 22 de febrero de 2020

Eterno


Sonreías. Era el preámbulo a la carcajada característica: amplia y con ojos cerrados, sincera, natural, nuestra, digo nuestra porque no te vi compartirla con nadie más.

En tiempos turbulentos, un sonido que alivia; en recuerdos febriles, añoranza de tenerla. El tiempo pasa sin lecciones de olvido. No se puede olvidar lo que marca la vida.

Conducías. Mirada al camino, mirada a mí. No había rumbo, como el que no encontré en la década perdida. La música nos acompañaba, solo para hacer el momento especial.

Mirada al camino, mirada a ti. Quería preguntar muchas cosas, mi cabeza era un saco con millones de interrogantes, pero algo me detenía. Los minutos parecían horas; entonces decidí callar y dejar pasar. Sabia decisión, inédita en mi ser.

Contabas historias. Tantas, como si el tiempo se acabara en cualquier momento. Y no podía mas que escuchar, retener las palabras claves y recordar el sonido de tu voz. No había rumbo, pero tampoco desesperación.

Lo sonrisa se mantenía, incluso en los momentos serios no dejabas de emanar esa sensación de paz, de reencuentro, como cuando alguien vuelve a su hogar.

Entonces algo pasó. Cuando sentí paz, dudé. Algo no cuadraba en mi mente. Comencé a cuestionarme "este no soy yo", "yo no era así"... el saco de interrogantes necesitaba romperse, pero tenía miedo de arruinarlo todo. Me quedé un momento con la mirada en el camino, era una carretera sin final, en un lugar desconocido. Entonces todo comenzaba a tomar forma. La leve sospecha se convirtió en una verdad contundente.

"Todo va a estar bien", dijiste con una mirada optimista. "Todo está bien, no hay nada que lamentar", volviste a sonreir. Me conoces bien.

Tenía ganas de seguir el camino. Nunca hablé, no quería arruinarlo. Te observé y luché para no parpadear. Los sonidos comenzaron a desaparecer y me quedé con la mirada fija hasta que, poco a poco, te desvaneciste.

Mis ojos necesitaban cerrarse para descansar y no pude evitarlo... llegó la oscuridad.

Cuando volvió la luz eran las 6:00 de la mañana, de un día cualquiera.



sábado, 18 de agosto de 2018

Ahora lo sé

Y si solo fue un largo y profundo sueño.
Una pesadilla oscura, asfixiante, manipulada por las neuronas.
Y el aroma a desayuno me libera de la desesperación.

Me levantaría rápido. Si al llegar a la sala advierto tu presencia, avanzaría a paso lento, como no creyendo.
Y las dudas morirían al instante que te veo frente a la estufa, como cada domingo por la mañana.

La emoción me desbordaría. Me abalanzaría a ti con una felicidad inmensa, pura, gloriosa.
Te abrazaría fuertemente hasta que me pidieras parar para evitar que se queme la comida.
Te miraría profundamente. Te miraría con el corazón, como muy pocas veces lo hice.

Escucharía cada una de tus pláticas. Tendrías mi total atención. No saliera de la casa, a menos que necesitaras algo.
Me dedicaría a compartir contigo, como muy pocas veces lo hice.

No me cansaría de repetirte que te amo. Te lo expresaría con palabras, detalles, miradas, sentimientos... con mi vida entera.
Trabajaría para ganarme tu confianza y estaría ahí para ti, como casi nunca lo hice.

No te abandonaría. Y nunca me lo pedirías. No podrías darle la espalda al ser que te demuestra el amor más grande. Me quedaría hasta el día de tu muerte.

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Pero no es un sueño.
Es solo una tarde nublada, atareada, cansada.
Fue una canción la que trajo tu recuerdo. Una melodía construyó tu rostro en mi mente.

Entonces los sentimientos se agolparon uno a uno, hasta desbordar mi corazón.
Los recuerdos imborrables de una relación, que pudo ser mejor.
Un amor que no alcanzó su plenitud.
Un tiempo que no permitió un gozo constante.

Llorar sería el sentimiento congruente ante tal reflexión, pero no lo hice.
Me deleité en lo que pudo ser, en la enriquecedora experiencia que habría sido amarnos más allá de nuestras diferencias. Habría sido la sensación más trascendental de mi vida.

Pero no supe hacerlo. No pude. No sabía cómo hacerlo. No estaba preparado. Quizás te sucedió lo mismo.

Sería hasta sano añorar un encuentro en otra dimensión, para aclarar cuentas en plena luz y unirnos en un infinito abrazo. Pero prefiero otro salida.

Quiero paz.

Y tengo todo para lograrlo.

Porque te amo. Te amaré para siempre. Y eso tiene un valor incalculable. No importa si ya no puedo expresártelo. Hay tantos amores que no son expresados y que nunca se conocen, pero iluminan los   corazones de aquellos que los sienten, esos sentimientos engrandecen.

Y me siento iluminado de lo que siento por ti, me libera saber que es puro y vasto. Ahora, después de tanto años que han pasado, lo entiendo. 

Ahora lo sé.








 

domingo, 26 de julio de 2015

Lecciones del pasado



Los rostros de los amores pasados recorrieron mi mente generando explosiones de sentimientos que poco a poco se expandieron en todo mi ser. Eran aquellos con el brillo de la felicidad, la esperanza y el amor, los que se dibujaron en las pláticas, en los minutos compartidos, en las reconciliaciones, en la pasión, en las algarabías de tantas noches. 

Las emociones brotaban en medio de una brisa nocturna que acariciaba hasta mi alma, alrededor de las voces y los meseros corriendo, en esos segundos, poco a poco como si se tratara de un mecanismo divino, comprendí que en aquellos tiempos no habían capacidades de mantener y multiplicar esos momentos de felicidad.

Porque todas las etapas tienen sus luchas de ideales. Cada hombre y mujer defiende sus filosofías, los deseos se anteponen, cada sentimiento se resguarda y nuestras razones las consideramos absolutas, imponentes, adecuadas.

Muchos amores nacen, crecen y mueren cada cierto tiempo, en medio de discusiones vacías, egoísmos, intereses y otras tantas estupideces.

Tuvieron que pasar muchos años para reflexionar sobre la magnitud de la equivocación, para tener la sinceridad de aceptar, sin excusas, los errores y decir con total autoridad: "¡estabas equivocado!"

Cada rostro del pasado tenía un ángel y un demonio, como todos, como cualquiera. Pero todos merecieron amor, del más puro, ese sentimiento disponible en todas las almas pero que pocas logran desarrollar.

En medio de la noche fría, al ver tantas parejas compartir, comprendí que solo el tiempo coloca cada sentimiento en su lugar, cada victoria en su justo puesto y transforma cada derrota en una experiencia o la manda al cajón del olvido.

En pleno renacimiento, con gran parte del alma en calma y con las incertidumbres propias de cada edad adecuadamente controladas, solo así logré aprender la lección de los amores pasados.

De nada sirven las luchas personales, la persecución de tantos ideales si al final no se tiene la capacidad de mantener y multiplicar los momentos de felicidad.





domingo, 5 de abril de 2015

El plan fallido

El plan se engendró y la felicidad pintó el horizonte.
La máquina engrasada, el trabajo diario, el futuro cercano.
Eras tu y nadie más, tu figura, tu ser, mi objetivo.
Esa noche de esperanza, con un plan bajo la manga, dormí a mis anchas.

Pero el destino reprobó la opción.
Y la danza de evidencias comenzó.
Te convertiste en la destructora, no por vocación, sino por temor.
Impulsada por la justicia, abrazaste el destino y asesinaste mis sentidos.

Pasaron los años y la guerra era diaria.
La máquina engrasada siguiendo el plan.
Y la espada de tu orgullo en defensa personal.
La evidente agonía lastimaba.

Te defendiste de las deficiencias de mi plan.
El destino no falló, te abrazó, te sanó.
La justicia te exaltó, en cambio a mi, me desnudó.
Quedaste libre para buscar la felicidad.

Tus lágrimas serán vengadas y alguien las convertirá en sonrisas,
Dios y el destino te preparan días para adorar.
Tu silencio será amado por alguien. 
Tu simpleza será el sol de tu amante.

Y con mi plan fallido camino en la oscuridad.
Todo lo imaginado se perdió en lamentos.
Fallé y el destino se encargó de eso.
Solo espero ver la luz, en otro rostro, en otro tiempo.    






sábado, 14 de marzo de 2015

Aromas de un amor


El agua caía entre mis manos y la fruta, mientras tanto los pensamientos me tenían encadenado, uno tras otro se aferraban a mi conciencia.

No eran del todo incómodos, solo eran parte del mecanismo diario que me empuja a planificar todo, esa maquina interna que no da tregua.

Mis ojos en mis manos, pero mi cabeza en otro lado.

Cuando cayó la última gota de agua sobre la verde manzana, por inercia mi mano con el manjar se alejó y logré percibir, sin proponerlo, el aroma de la fruta recién lavada.


Todo lo que estaba en mi mente desapareció. Un mecanismo me sumergió en los archivos de mi pasado hasta llegar a la clase de segundo grado de primaria, escuché el sonido clásico que daba inicio al recreo. Visualicé mi lonchera, dentro de ella, entre otras cosas, una manzana.

Recuerdo que siempre olía las frutas. Cada una con su aroma, pero nada se comparaba a la manzana.

Sin embargo la sensación más especial era la que percibía cuando de tus manos recibía esa fruta humeda.

Inmediatamente tu rostro explotó en mi cabeza, en mi interior. Y recordé la visión que tenía de ti, los sentimientos que movían mi corazón por ti porque en las pequeñas cosas, cotidianas, que quizás hacías por inercia, como lavar una fruta para alimentarme, marcabas mi vida de una manera profunda.

Recuerdo verte grande, fuerte, bella.

Entonces las explosiones sucedieron una tras otra, los recuerdos se amontonaron hasta llenar mi corazón de emociones y mis ojos de lágrimas. Aunque estaba en medio de la cocina mi cerebro, estimulado por el pasado, activó otro aroma, uno inigualable: cuadernos forrados con plástico.


Como una película, me transporté hasta los pasillos de las librerías, a la mesa de la sala donde estaban todos los cuadernos, al momento en que los ordenabas, uno a uno, cuando terminabas de forrarlos. Recuerdo tomarlos y sentir ese aroma, luego te veía, cada cierto tiempo volvía a verte mientras fijabas tu mirada en la tijera y el plástico.

No sé qué pensabas, que querías o anhelabas nunca lo pregunté, no tenía la capacidad, era un niño. Tampoco me preguntaste que sentía o pensaba en esos momentos, pero seguramente no habría podido explicarte lo importante que eras para mi. Habría callado y me habría apenado porque era demasiado amor para un chico.

En esos silencios mientras compartíamos juntos quizás estabas encadenada a tus emociones de adulta, de madre y esposa; mientras, en mi interior las emociones se inmortalizaron, te quedaste en mi memoria, tus ojos, tu rostro, toda tu presencia se mezcló con los aromas de los cuadernos, de las manzanas.

Y ahora, 28 años después lo vivo intensamente en una noche cualquiera, en medio de la cocina de la casa silenciosa y oscura.

Aquí estoy con mi alma encendida, con mis recuerdos frescos con todo el peso que dejaste sobre mi y con la impotencia de querer volver al pasado para decirte todo lo que siento, para hacerte saber lo importante que eres.

Entonces seco mis lágrimas, respiro fuerte, profundo y vuelvo a la serenidad.

Porque solo es cuestión de tiempo para que volvamos a recordarlo todo, para contarte al oido mientras nos fundimos en un abrazo eterno las veces que esos aromas únicos, singulares, me hicieron tenerte presente.