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domingo, 1 de marzo de 2020
El hambriento aburrido
Tengo la leve sensación que pronto terminará una etapa. El "disfrutar mientras dure" dejó de ser un cliché que uno puede ignorar; con los años, sin ánimos de ponerme negativo, se hace necesario creer que es así. Crudo para los que deseamos la eternidad de las cosas.
Un día estás a las puertas de lo tan anhelado, y un tiempo después llega la tentación de querer más, mucho más. Lo que un día te divierte, te aburre en unos años.
"Es que deberías dar gracias a Dios por lo que tienes", esa es la respuesta común que obtengo, y está bien porque es sabio; pero, mi carne es inquieta, suspicaz, hambrienta, y eso, aunque no sea sabio, es real y casi paralizante. Me senté un día completo a poner en perspectiva mi alrededor, hice una pausa en el camino. Y, al final, simplemente me aburrí.
Quizás soy un aburrido. O seré otras cosas más que por el momento no termino de comprender. Veo a quienes aman lo que hacen, o al menos eso aparentan, y me pregunto: "¿algún día dejarán de hacer eso?" quisiera tener esa actitud ante los desafíos, pero me aburro.
Sin embargo, no quiero que me malinterpreten. Yo le pongo amor a las cosas, claro que sí, el suficiente sentimiento para poder dominarlas; me encanta pasar de la necesidad de hacer, a convertirme en un experto en la materia. Cuando llego a la cima, al menos con la meta que me he trazado, entonces quiero más. Se activa mi hambre. No solo quiero comerme el mundo, quiero tragarme la eternidad hasta explotar. Soy un hambriento aburrido.
El día especial lo esperé, lo viví y en la noche me regocijé con los recuerdos; la mañana siguiente, aún me sentía feliz; pero con los días, como todo en esta existencia, la emoción pasa. Entonces todo es enviado a la caja de los recuerdos, la cual se activa cada cierto tiempo con pláticas, olores, lugares y comidas. Pero en síntesis, todo pasa. El tiempo nos arrastra irremediablemente, hasta que la certeza de la vida se acaba, con suerte, en una cama junto a los seres queridos. Los últimos días, pase lo que pase, son de revelaciones dolorosas y mucha incertidumbre. Demasiada incertidumbre para las hormigas que somos en una galaxia.
Quienes no creen en la eternidad con los dioses, se convertirían en energía que, sinceramente, no sé a dónde putas irá a parar.
Quienes creen en otras vidas, con suerte volverían a ser humanos; antes, quizás sean el árbol que talarán porque sus raíces destruyen el concreto de la calle; la vaca, que será inseminada una y otra vez hasta extraerle la última gota de leche con pus; o el perrito, al que le darán "bocado" porque es muy inquieto. O quizás serían seres felices, nunca se sabe.
Quienes no creen en nada, simplemente serían abono.
Quienes creen en el abanico de las deidades, unos estarían en paraísos con ríos de leche con miel, rodeados de princesas; otros, caminarían en calles de oro y observarían mares de cristal, estarían en la presencia del creador.
Y yo me moriré, espero, en una cama junto a mis seres queridos, esperando un juicio que me permita, en el mejor de los casos, pasar la eternidad ante la presencia de Dios. Y de ahí, no sé, porque mi mente humana no puede imaginarse cómo será el más allá.
Cualquiera que sea el destino, espero no llegarle con tanta pasión, no quiero convertirme en experto, no quiero encontrarle la gracia tan rápido, no quiero el conocimiento total. No quisiera aburrirme.
En serio, no bromeo. Aunque no sea inteligente hacerlo ahora, en el silencio de la noche, ya lo pienso: ¿y si me aburro?
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sábado, 29 de febrero de 2020
Bisiesto
Y los astros siguen ahí: complejos, vastos, enigmáticos; sus tiempos, indefinidos.
Las luces del cielo, como ojos de la creación, nos siguen el rastro, nuestra evolución, la locura humana.
Somos materia experimental, carne con sentidos, objetos de estudio. Por soplo o por caos; cualquiera que sea el origen, somos incompletos.
Aún así, como pequeñas manchas bajo el sol, somos osados con la gota de conocimiento adquirido. Con una minúscula parte del saber, estudiamos el rastro de nuestra existencia.
Con ojos al firmamento desde que la pupila mutó, prueba y error hasta dar con un minúsculo movimiento celestial. Fue suficiente para demarcar la luz y la oscuridad, nuestro tiempo para vivir y morir. Delimitadores de los destinos.
Somos osados, hambrientos, brutales, somos esponjas, cajas de sentimientos. Y si en nuestro cálculo algo falta, entonces acomodamos todo, nos urge controlar.
Y los diminutos que señalan a la inmensidad, con ciencia y sangre, ordenan, cambian, destruyen. De la gota de conocimiento transforman, multiplican, somos insaciables por naturaleza. Por soplo o por caos, esa falta de complemento nos convierte en adictos al poder.
Si con una gota nos asesinamos unos a otros ¿qué hariamos con olas incontrolables de conocimiento?
Nos alimentaríamos de los agujeros negros. Pero no tenemos acceso, no es apto para plagas inteligentes. Sería un peligro.
Al menos dominamos nuestro tiempo; y si nos sobra, nos regalamos un día cada cierto tiempo. 24 horas más para vivir o para morir, da igual en este concierto carnal.
Y seguimos viendo al cielo en busca de respuestas. Creemos que somos los estudiosos.
Sin embargo, en el infinito universo, como ojos de la creación, un número incalculable de astros siguen ahí: complejos, vastos, enigmáticos. Y nos observan, como el ojo humano analiza microbios; nos siguen el rastro, como nosotros le damos cacería a un virus peligroso.
Los astros nos verán morir porque no tienen tiempo, no lo necesitan.
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sábado, 8 de junio de 2019
Los últimos días de una década
Aún me falta encontrar la fuga de tiempo que desangra mis días. Ese desperdicio de segundos no ha sido mínimo; al contrario, los años de fugas han dejado grandes vacíos y paradójicamente con pocos archivos en la memoria. Tiempo muerto.
No se es conciente de esa pérdida hasta que resumimos nuestro papel antes de finalizar una década más de respirar.
Y este proceso de introspección no es sencillo; fastidia y es sumamente cansado, debilita hasta al más entero de los pensadores. Sería fácil y cómodo cerrar este tema con el clásico arranque de aceptación de que la vida es una y simplemente hay que vivirla. ¡Pues qué diablos he hecho sino vivirla! ¡La he vivido como todos, con mis particularidades pero con la generalidad que comprende al ser humano!
Acoplar felicidades, administrar tristezas, evitar perversidades o darles espacio, en busca de amor o lo más parecido a eso, experimentar placeres, atesorar cosas, dinero, momentos o nada... andar por ahí y encontrarle un sentido a esta existencia que a veces, en el concierto de los seres humanos, es un sinsentido.
¿Eso es todo? ¿De eso se trata "la vida"?
No lo sé. Cada final de una década me desnuda una vez más. Porque ya fui natural y espontáneo, porque ya probé mieles de locura y pasión, ya engordé de gula, vomité lujuria y repasé las prohibiciones capitales en carne y en mente, he tratado de entender ese impulso humano de querer normar y rectificar a la naturaleza. Aún no lo entiendo.
Ya me dejé llevar. ¿Y ahora?
¿Otra ronda de años para repetir lo mismo pero en distintas latitudes? o en el peor de los casos: repetir lo mismo sin cambiar las maneras, como las moscas que se golpean una y otra vez contra el vidrio.
No lo sé. La muerte de una década me deja los mismos aires de ansiedad pero con enfoque distinto. Ya me calmé y dejé por un tiempo a la naturaleza y al ser superior que moldearan mi ser; ya me rendí y volví a pelear, una y otra vez.
Como todos he caminado en direcciones que no me llevaron a nada o a muy poco, eso depende del grado de profundidad y complejidad con el que se vea este paseo en la Tierra.
¿Y ahora qué puedo esperar?
Porque ya cumplí mis sueños pueriles, juveniles, apasionados, rebeldes, tercos y simples. Los que me faltan materializar son los que incluyen las edades que impone la existencia.
No lo sé. Esa visión del porvenir me deja vulnerable otra vez. Repetir el proceso de la incertidumbre de la muerte, solo que esta vez con la cercanía inevitable que traza el tiempo.
Un día minimizamos la vida, en ocasiones la culpamos de tristezas y frustraciones; incluso, en arranques de emociones, hasta osamos querer perderla. Pero cuando sentimos el primer aliento de la muerte nos aferramos a lo material con todas las fuerzas. Así de incoherentes los que nos quedamos hasta que el cuerpo se apaga, un renglón aparte tienen aquellos que decidieron poner fin con la propia mano al funcionamiento de la sangre, sus casos son debatibles y hasta pueden comprenderse pero nunca, bajo ninguna circunstancia, imitables.
No lo sé. Quizás son los delirios por el fin de otra década. Por eso me pregunto a dónde está la fuga de tiempo que ha desangrado mis días. ¿A dónde y en qué he desperdiciado segundos?
Los clásicos conceptos de la vida prestada, de la vida única, de la búsqueda de felicidad en lugar de la incómoda introspección y problematización de las cosas, no son bienvenidos y no serán fuegos que iluminen caminos.
Me queda la mitad de la vida o los siguientes momentos, nunca se sabe, para encontrar respuestas sin fugas de minutos, sin desidia, sin miedo.
Sin miedo aunque nuestra existencia sea tan delicada.
sábado, 25 de mayo de 2019
Anhelos
Cada cierto tiempo aparecía el anhelo en forma de suspiro. A ratos expulsaba tristeza, a veces indignación y en otras tantas era un aire de puras penas personales.
Con el pasar de las horas no pude zafarme de un mar de emociones. Ni siquiera la enorme sala, adornada con flores y recuerdos del ser querido, logró dominar a la mente hambrienta, perspicaz, aguda y genial. No sé si soy un esclavo de mi otro yo o un fetichista de sentimientos encontrados. Después de tantos años la incógnita se mantiene.
Los duelos unen, un desceso cohesiona, la pérdida es un conductor de sentimientos muy potente, muchas veces más que la propia vida. Una muerte desnuda superstición, incredulidad, fe, amor y vacíos; saca a luz temores y florece incertidumbres. "Es una puerta" dijo el sacerdote a los dolientes. Y las puertas siempre han estado en mi vida, unas las he derribado, otras las he afianzado con cerraduras reales e imaginarias; y otras, cruelmente, se han cerrado de golpe en mis narices.
La voz exterior perdió mi atención y la interior tomó la batuta: "no quiero morir, pero aún no sé vivir. Vivo, respiro, y en ese estado se supone que aprendo, pero la ignorancia es infinita y cada década me sorprende en fuera de lugar".
Cada noche, una guerra para apaciguar pensamientos. Cada madrugada era el despertar de necesidades, como una corriente poderosa que arrastra todo a su paso. No hay paz, tampoco guerra, es una particular intranquilidad, una cosquilla incómoda entre el presente y el porvenir, el ser y el tener, el detenerse en el camino o apartarse del sendero. Con cada respiro nació una nueva disputa por el ahora y el mañana, con todas las víctimas en tiempo, estado y seres que eso pueda acarrear.
Cuando se suponía que debía unirme, divagué, dudé y me volví a interrogar. En algunos lapsos me desconecté, me perdí en ilusiones febriles. Los anhelos convertidos en suspiros a ratos expulsaron carencias y dolores; ese aire de mi interior, que tiene como motor una mente excitada, se mezcló con el inconciente respirar y con esa vida que transcurre sin que nos demos cuenta.
Al desnudo, y en plena luz de mi conciencia, apareció el hambre de trascender con el temor de que la última morada esté cerca. Los años pasan y me atrapan en fuera de lugar. Respiro por eso y por la necesidad de reinvención.
Hay que escudriñar y descubrir. Romper amarras y largarse. El tiempo es cruel y las décadas se acaban. La obra no es infinita, mi acto tiene fecha de caducidad y el dueño del teatro, con reloj en mano, me espera en la oscuridad.
¡Anhelos! ¡No desapezcan! ¡Fluyan!
Sigan ahí, no importa que sean aires tristes, de carencias o vacíos, deseos desenfrenados o pasiones. No importa nada. Sigan ahí, desde el motor de la mente hasta la exhalación, acaben con el confort y muevan este cuerpo, transfórmenlo.
Una muerte también invita a pelear. Con esa conclusión, y hasta ese momento, mi mente fijó posición y descansó en los días de luto. Entonces el escenario tuvo sentido.
Esta vieja armadura necesita endurecerse con nuevas batallas o destruirse en una de ellas.
Con el pasar de las horas no pude zafarme de un mar de emociones. Ni siquiera la enorme sala, adornada con flores y recuerdos del ser querido, logró dominar a la mente hambrienta, perspicaz, aguda y genial. No sé si soy un esclavo de mi otro yo o un fetichista de sentimientos encontrados. Después de tantos años la incógnita se mantiene.
Los duelos unen, un desceso cohesiona, la pérdida es un conductor de sentimientos muy potente, muchas veces más que la propia vida. Una muerte desnuda superstición, incredulidad, fe, amor y vacíos; saca a luz temores y florece incertidumbres. "Es una puerta" dijo el sacerdote a los dolientes. Y las puertas siempre han estado en mi vida, unas las he derribado, otras las he afianzado con cerraduras reales e imaginarias; y otras, cruelmente, se han cerrado de golpe en mis narices.
La voz exterior perdió mi atención y la interior tomó la batuta: "no quiero morir, pero aún no sé vivir. Vivo, respiro, y en ese estado se supone que aprendo, pero la ignorancia es infinita y cada década me sorprende en fuera de lugar".
Cada noche, una guerra para apaciguar pensamientos. Cada madrugada era el despertar de necesidades, como una corriente poderosa que arrastra todo a su paso. No hay paz, tampoco guerra, es una particular intranquilidad, una cosquilla incómoda entre el presente y el porvenir, el ser y el tener, el detenerse en el camino o apartarse del sendero. Con cada respiro nació una nueva disputa por el ahora y el mañana, con todas las víctimas en tiempo, estado y seres que eso pueda acarrear.
Cuando se suponía que debía unirme, divagué, dudé y me volví a interrogar. En algunos lapsos me desconecté, me perdí en ilusiones febriles. Los anhelos convertidos en suspiros a ratos expulsaron carencias y dolores; ese aire de mi interior, que tiene como motor una mente excitada, se mezcló con el inconciente respirar y con esa vida que transcurre sin que nos demos cuenta.
Al desnudo, y en plena luz de mi conciencia, apareció el hambre de trascender con el temor de que la última morada esté cerca. Los años pasan y me atrapan en fuera de lugar. Respiro por eso y por la necesidad de reinvención.
Hay que escudriñar y descubrir. Romper amarras y largarse. El tiempo es cruel y las décadas se acaban. La obra no es infinita, mi acto tiene fecha de caducidad y el dueño del teatro, con reloj en mano, me espera en la oscuridad.
¡Anhelos! ¡No desapezcan! ¡Fluyan!
Sigan ahí, no importa que sean aires tristes, de carencias o vacíos, deseos desenfrenados o pasiones. No importa nada. Sigan ahí, desde el motor de la mente hasta la exhalación, acaben con el confort y muevan este cuerpo, transfórmenlo.
Una muerte también invita a pelear. Con esa conclusión, y hasta ese momento, mi mente fijó posición y descansó en los días de luto. Entonces el escenario tuvo sentido.
Esta vieja armadura necesita endurecerse con nuevas batallas o destruirse en una de ellas.
martes, 25 de diciembre de 2018
No en esta vida
Hoy salí a caminar. Respiré profundo mientras miraba a mi alrededor. Observé el cielo, los colores, la gente, los pájaros. El paseo matutino fue una decisión provocada por la exposición a mensajes optimistas: "sonríe a la vida", "piensa positivo" y más de esos que abundan en las redes sociales.
Pero el transe optimista tuvo una pausa. A unos metros estaba un anciano sosteniendo una escopeta. Un vigilante. Un cuadro que inspiraba más angustia que seguridad. "No puede sostenerla adecuadamente ¿te imaginas que se le escapara un tiro?", fue inevitable pensarlo, mucho más cuando sus movimientos temblorosos movían de un lado al otro la escopeta y apuntaban hacia mi.
"Muévete". Y así fue.
Volví al proceso de la respiración, a disfrutar del escenario, las calles, todo desde la óptica de encontrarle la belleza a cada segundo. Pero otra pausa fue inevitable: un joven tratando de fumar. Parecía que realizaba un enjuage bucal, pero en lugar de escupir agua era humo. Acné mezclado con timidez. Otro que tomaba un cigarro para aparentar algo que, al menos en este momento, todavía no era: alguien seguro de sí mismo.
"Si supiera que se resta minutos de vida y al mismo tiempo asegura una mejor posición económica a los que parieron ese cigarro ¿te sucedió lo mismo en su momento, verdad?"
"Ignóralo". Y así fue.
Respiré otra vez mientras miraba un árbol frondoso, amplio, exuberante. "La naturaleza, que bella", pero fue un pensamiento que desapareció en dos segundos ya que una mujer llamó mi atención: era de unos 45 años y en ese momento le dio una patada a un perro para alejarlo de su negocio. Una señora con un rostro mezclado de enojo e impaciencia.
Lanzó una mirada destructora hacia un ser inferior.
Luego volvió a ver a quienes pasaban cerca de ella. "Buenos días", los saludos amables, mientras el perro trataba de buscar algo que comer y al mismo tiempo saciaba su sed en un charco de agua gris.
"¡Cómo puede ser tan hija de la gran puta!" para este momento mi mente ya había archivado las respiraciones, el sol y el verde de la naturaleza.
Compré dos panes en una tienda cercana y con malabares, señas y sonidos, llamé la atención del perro. Luego de tragar los panes con rapidez y percatarse que no había más, el animal buscó un nuevo camino en la calle y se alejó.
También me alejé de la tienda de la "hija de la gran puta", suelo llamar a la gente con aquella primera impresión que me dan.
"Nunca comprés ahí". Y así fue.
Cuando mis impulsos me invitaron a concentrarme en mi recorrido matutino, ya no hubo efecto. Estaba ante el clásico trajín de una ciudad a donde cada quien se mueve a partir de sus intereses personales sin importar el bien común: tráfico, basura, gritos, ruido, ultrajes, inseguridad y todo lo que pueda imaginar en la movilidad de una ciudad desordenada con una población que vive apresurada la mayoría del tiempo. Un concierto lamentable.
"Regresa a tu casa". Y así fue.
"Cada quien es un mundo, trata la manera de encontrar la belleza de la naturaleza. Piensa que lo que acabas de ver es solo una parte de este planeta. Piensa que hay otras personas, en otras realidades, que están sufriendo. Piensa en que hay verdaderas tragedias sucediendo en estos momentos: niños muriendo, gente hambrienta, asesinatos en masa, destrucción de vidas, que no se comparan en absoluto a los escenarios que has visto esta mañana. Aprende a reconocer la diferencia."
No sé si lo dije en serio o fue de esas repeticiones automatizadas de la mente. Quizás es un mecanismo interno de autocontrol. No lo sé. Creo que en algún momento nos decimos eso.
"Pero yo quiero que este mundo cambie. Yo quiere que ésto cambie", esas palabras las susurré en respuesta al mecanismo interno de autocontrol.
Hubo un silencio en las siguientes cuadras. Cuando entré a la soledad de la casa, todo estaba en silencio, menos mi interior.
"Estás en un mundo gobernado por humanos. Solo podrás cambiar algunos escenarios particulares que impactarán positiva o negativamente algunas vidas. Nada más", el mecanismo interno estaba en acción. Era sabio en un punto: "el mundo gobernado por humanos".
Entonces mis palabras rompieron el silencio de la casa.
"¡No es en esta vida. No es aquí el lugar de justicia. No es en este orden, en este sistema, que encontrarás paz!"
Fue como una explosión. Lo grité y guardé silencio, hasta que la voz interior apareció una vez más.
"No está en tus manos. Espera la siguiente vida". Y así será.
sábado, 18 de agosto de 2018
Ahora lo sé
Y si solo fue un largo y profundo sueño.
Una pesadilla oscura, asfixiante, manipulada por las neuronas.
Y el aroma a desayuno me libera de la desesperación.
Me levantaría rápido. Si al llegar a la sala advierto tu presencia, avanzaría a paso lento, como no creyendo.
Y las dudas morirían al instante que te veo frente a la estufa, como cada domingo por la mañana.
La emoción me desbordaría. Me abalanzaría a ti con una felicidad inmensa, pura, gloriosa.
Te abrazaría fuertemente hasta que me pidieras parar para evitar que se queme la comida.
Te miraría profundamente. Te miraría con el corazón, como muy pocas veces lo hice.
Escucharía cada una de tus pláticas. Tendrías mi total atención. No saliera de la casa, a menos que necesitaras algo.
Me dedicaría a compartir contigo, como muy pocas veces lo hice.
No me cansaría de repetirte que te amo. Te lo expresaría con palabras, detalles, miradas, sentimientos... con mi vida entera.
Trabajaría para ganarme tu confianza y estaría ahí para ti, como casi nunca lo hice.
No te abandonaría. Y nunca me lo pedirías. No podrías darle la espalda al ser que te demuestra el amor más grande. Me quedaría hasta el día de tu muerte.
--------------
Pero no es un sueño.
Es solo una tarde nublada, atareada, cansada.
Fue una canción la que trajo tu recuerdo. Una melodía construyó tu rostro en mi mente.
Entonces los sentimientos se agolparon uno a uno, hasta desbordar mi corazón.
Los recuerdos imborrables de una relación, que pudo ser mejor.
Un amor que no alcanzó su plenitud.
Un tiempo que no permitió un gozo constante.
Llorar sería el sentimiento congruente ante tal reflexión, pero no lo hice.
Me deleité en lo que pudo ser, en la enriquecedora experiencia que habría sido amarnos más allá de nuestras diferencias. Habría sido la sensación más trascendental de mi vida.
Pero no supe hacerlo. No pude. No sabía cómo hacerlo. No estaba preparado. Quizás te sucedió lo mismo.
Sería hasta sano añorar un encuentro en otra dimensión, para aclarar cuentas en plena luz y unirnos en un infinito abrazo. Pero prefiero otro salida.
Quiero paz.
Y tengo todo para lograrlo.
Porque te amo. Te amaré para siempre. Y eso tiene un valor incalculable. No importa si ya no puedo expresártelo. Hay tantos amores que no son expresados y que nunca se conocen, pero iluminan los corazones de aquellos que los sienten, esos sentimientos engrandecen.
Y me siento iluminado de lo que siento por ti, me libera saber que es puro y vasto. Ahora, después de tanto años que han pasado, lo entiendo.
Ahora lo sé.
Una pesadilla oscura, asfixiante, manipulada por las neuronas.
Y el aroma a desayuno me libera de la desesperación.
Me levantaría rápido. Si al llegar a la sala advierto tu presencia, avanzaría a paso lento, como no creyendo.
Y las dudas morirían al instante que te veo frente a la estufa, como cada domingo por la mañana.
La emoción me desbordaría. Me abalanzaría a ti con una felicidad inmensa, pura, gloriosa.
Te abrazaría fuertemente hasta que me pidieras parar para evitar que se queme la comida.
Te miraría profundamente. Te miraría con el corazón, como muy pocas veces lo hice.
Escucharía cada una de tus pláticas. Tendrías mi total atención. No saliera de la casa, a menos que necesitaras algo.
Me dedicaría a compartir contigo, como muy pocas veces lo hice.
No me cansaría de repetirte que te amo. Te lo expresaría con palabras, detalles, miradas, sentimientos... con mi vida entera.
Trabajaría para ganarme tu confianza y estaría ahí para ti, como casi nunca lo hice.
No te abandonaría. Y nunca me lo pedirías. No podrías darle la espalda al ser que te demuestra el amor más grande. Me quedaría hasta el día de tu muerte.
--------------
Pero no es un sueño.
Es solo una tarde nublada, atareada, cansada.
Fue una canción la que trajo tu recuerdo. Una melodía construyó tu rostro en mi mente.
Entonces los sentimientos se agolparon uno a uno, hasta desbordar mi corazón.
Los recuerdos imborrables de una relación, que pudo ser mejor.
Un amor que no alcanzó su plenitud.
Un tiempo que no permitió un gozo constante.
Llorar sería el sentimiento congruente ante tal reflexión, pero no lo hice.
Me deleité en lo que pudo ser, en la enriquecedora experiencia que habría sido amarnos más allá de nuestras diferencias. Habría sido la sensación más trascendental de mi vida.
Pero no supe hacerlo. No pude. No sabía cómo hacerlo. No estaba preparado. Quizás te sucedió lo mismo.
Sería hasta sano añorar un encuentro en otra dimensión, para aclarar cuentas en plena luz y unirnos en un infinito abrazo. Pero prefiero otro salida.
Quiero paz.
Y tengo todo para lograrlo.
Porque te amo. Te amaré para siempre. Y eso tiene un valor incalculable. No importa si ya no puedo expresártelo. Hay tantos amores que no son expresados y que nunca se conocen, pero iluminan los corazones de aquellos que los sienten, esos sentimientos engrandecen.
Y me siento iluminado de lo que siento por ti, me libera saber que es puro y vasto. Ahora, después de tanto años que han pasado, lo entiendo.
Ahora lo sé.
sábado, 21 de enero de 2017
Tiempo
Hoy me acosté por la tarde
El techo como escenario
Los momentos pasados
Uno a uno, sin cesar
Hoy cerré los ojos
Sin soñar, sin descansar, sin paz
Sombras y recuerdos
En una danza en la oscuridad
Hoy intenté vivir
Cada momento, cada segundo
Y el tiempo como testigo
Susurrando dolor
Hoy perdí
Hoy no me levanté
Hoy dejé pasar la vida
Hoy no me importó
Podría explicar, excusarme, discutir
Y continuar una eterna disputa
Pero el tiempo como testigo
Advierte una pronta partida
El techo como escenario
Los momentos pasados
Uno a uno, sin cesar
Hoy cerré los ojos
Sin soñar, sin descansar, sin paz
Sombras y recuerdos
En una danza en la oscuridad
Hoy intenté vivir
Cada momento, cada segundo
Y el tiempo como testigo
Susurrando dolor
Hoy perdí
Hoy no me levanté
Hoy dejé pasar la vida
Hoy no me importó
Podría explicar, excusarme, discutir
Y continuar una eterna disputa
Pero el tiempo como testigo
Advierte una pronta partida
miércoles, 23 de septiembre de 2015
¡Qué final!
Desde el amanecer tuve esa sensación.
El agua en el rostro no provocó nada, la mirada en el espejo no dijo nada y ese retraso en cada una de las actividades matutinas, fue mucho más contundente de lo esperado.
Cada minuto fue testigo de una apatía profunda, una ida y vuelta de pensamientos sin sentido, un esfuerzo sin frutos, una incomodidad interna.
El mundo absorvente desplegó el mismo menú, la misma promoción de actividades llamada vida. Y esa imponente fuerza mueve todo, a todos, incluyendo a mi estado sombrío.
No opuse resistencia, no tuve la fuerza mental para hacerlo. No intenté cambiar la situación, solo dejé pasar el tiempo.
La conversación ruidosa en el bus, no me desesperó.
Las voces infantiles, con toda su inocencia, no me conmovieron.
La desesperación de los rostros, no me indignaron.
El día pasó y esa barrera mental que no permite pasar colores, nunca se debilitó.
Desde el amanecer tuve esa sensación y nunca se alejó de mi interior.
Mientras muchos luchan para aferrarse a la vida, otros se ven obligados a respirar; cuando en las camas unos lloran por un minuto más, hay quienes viven sin querer hacerlo.
Esa es solo una de las tantas contradicciones. Esa espiral descendente de causas y efectos, azares, coincidencias y otras razones o estupideces con las que tratamos de explicarnos todo, no se detendrá nunca.
"¿Y si esto es opcional?" retumbó en mi mente. "¿Puedo definir el rumbo?"
"¿El rumbo que yo creo o el que impone la existencia?", me dije.
Pero siguiendo el ritmo oscuro de las últimas horas tampoco tuve la necesidad de encontrarle una explicación a esas interrogantes.
Cerré mis ojos y en silencio, sin remordimientos y con soberbia, apagué el día que no quise vivir creyendo que podía tener otra oportunidad al amanecer.
Unas horas después, por mala o buena suerte o por algo que desconozco, sin razón aparente, me convertí en el sorteado del destino... y nunca más volví a despertar.
Ahora solo me queda esperar a que finalice el tunel para ver si era cierto o no todo lo que creí... ¡qué final!
El agua en el rostro no provocó nada, la mirada en el espejo no dijo nada y ese retraso en cada una de las actividades matutinas, fue mucho más contundente de lo esperado.
Cada minuto fue testigo de una apatía profunda, una ida y vuelta de pensamientos sin sentido, un esfuerzo sin frutos, una incomodidad interna.
El mundo absorvente desplegó el mismo menú, la misma promoción de actividades llamada vida. Y esa imponente fuerza mueve todo, a todos, incluyendo a mi estado sombrío.
No opuse resistencia, no tuve la fuerza mental para hacerlo. No intenté cambiar la situación, solo dejé pasar el tiempo.
La conversación ruidosa en el bus, no me desesperó.
Las voces infantiles, con toda su inocencia, no me conmovieron.
La desesperación de los rostros, no me indignaron.
El día pasó y esa barrera mental que no permite pasar colores, nunca se debilitó.
Desde el amanecer tuve esa sensación y nunca se alejó de mi interior.
Mientras muchos luchan para aferrarse a la vida, otros se ven obligados a respirar; cuando en las camas unos lloran por un minuto más, hay quienes viven sin querer hacerlo.
Esa es solo una de las tantas contradicciones. Esa espiral descendente de causas y efectos, azares, coincidencias y otras razones o estupideces con las que tratamos de explicarnos todo, no se detendrá nunca.
"¿Y si esto es opcional?" retumbó en mi mente. "¿Puedo definir el rumbo?"
"¿El rumbo que yo creo o el que impone la existencia?", me dije.
Pero siguiendo el ritmo oscuro de las últimas horas tampoco tuve la necesidad de encontrarle una explicación a esas interrogantes.
Cerré mis ojos y en silencio, sin remordimientos y con soberbia, apagué el día que no quise vivir creyendo que podía tener otra oportunidad al amanecer.
Unas horas después, por mala o buena suerte o por algo que desconozco, sin razón aparente, me convertí en el sorteado del destino... y nunca más volví a despertar.
Ahora solo me queda esperar a que finalice el tunel para ver si era cierto o no todo lo que creí... ¡qué final!
domingo, 26 de julio de 2015
Lecciones del pasado
Los rostros de los amores pasados recorrieron mi mente generando explosiones de sentimientos que poco a poco se expandieron en todo mi ser. Eran aquellos con el brillo de la felicidad, la esperanza y el amor, los que se dibujaron en las pláticas, en los minutos compartidos, en las reconciliaciones, en la pasión, en las algarabías de tantas noches.
Las emociones brotaban en medio de una brisa nocturna que acariciaba hasta mi alma, alrededor de las voces y los meseros corriendo, en esos segundos, poco a poco como si se tratara de un mecanismo divino, comprendí que en aquellos tiempos no habían capacidades de mantener y multiplicar esos momentos de felicidad.
Porque todas las etapas tienen sus luchas de ideales. Cada hombre y mujer defiende sus filosofías, los deseos se anteponen, cada sentimiento se resguarda y nuestras razones las consideramos absolutas, imponentes, adecuadas.
Muchos amores nacen, crecen y mueren cada cierto tiempo, en medio de discusiones vacías, egoísmos, intereses y otras tantas estupideces.
Tuvieron que pasar muchos años para reflexionar sobre la magnitud de la equivocación, para tener la sinceridad de aceptar, sin excusas, los errores y decir con total autoridad: "¡estabas equivocado!"
Cada rostro del pasado tenía un ángel y un demonio, como todos, como cualquiera. Pero todos merecieron amor, del más puro, ese sentimiento disponible en todas las almas pero que pocas logran desarrollar.
En medio de la noche fría, al ver tantas parejas compartir, comprendí que solo el tiempo coloca cada sentimiento en su lugar, cada victoria en su justo puesto y transforma cada derrota en una experiencia o la manda al cajón del olvido.
En pleno renacimiento, con gran parte del alma en calma y con las incertidumbres propias de cada edad adecuadamente controladas, solo así logré aprender la lección de los amores pasados.
De nada sirven las luchas personales, la persecución de tantos ideales si al final no se tiene la capacidad de mantener y multiplicar los momentos de felicidad.
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