miércoles, 20 de septiembre de 2023
Las postales
sábado, 5 de agosto de 2023
La musiquita de mi corazón
"¿Alcanzás a escuchar esa musiquita?"
"¡Escuchá!"
"¿Alcanzás a escuchar ese violín?"
"Dios mío, es lo más bello".
Sostuve su mano todo el tiempo mientras ella trataba de encontrar sentido a los sonidos que se agolpaban en su mente. Mi Vieja estaba segura que había melodías en el ambiente y sus pupilas recobraban cierta lucidez para luego, en un concierto de colores y emociones, apagarse en la oscuridad de los fármacos. Mi Vieja se estaba apagando en la sala del hospital.
"¿Doctor, hay algo que podamos darle?" pregunté para luego sentirme incómodo.
"¿Acaso no vez el desconcierto en su vida?¿Te parece que las pastillas o las inyecciones pueden aliviarla?" mi voz interna me recriminaba. Yo estaba desarmado de verla sufrir. Yo, el que profundiza hasta en el sentido de las hormigas, el impetuoso, el de sobrada pasión para buscar respuestas y de obstinada determinación, estaba a la merced de la impotencia. La Vieja estaba destrozada física, mental y espiritualmente y poco servirían mis propuestas de solución.
"Ya no quiero estar aquí", dijo con debilidad y tristeza.
"Ya pronto nos iremos Vieja, pero debes hacer caso, debes tratar de descansar y cumplir con todo lo que dice el doctor, ya vamos a salir de esto", la parte fiel de mi alma creía en una remontada física pocas veces vista; pero la otra parte, la fría y calculadora, sabía que estos eran los días finales y solo quedaba aguantar la debacle interna, esa horrible sensación de ver una luz que vacila, que se apaga de a poco y no hay nada que se pueda hacer. Estar en la sala con ella era la impotencia en su máxima expresión.
"Debés prepararte. Esto se acabará pronto", una parte de mi conciencia me abrazaba con fuerza pero sin sentimentalismos. Aunque me destrozaba la idea de perder a la Vieja de mis sueños, siempre he agradecido esa voz franca, dura, pragmática. En mis caminos apasionados y cálidos siempre es bueno tener una voz fría, una contraparte incómoda pero real.
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Una tarde mi Vieja no se terminó la comida. Ella, quien siempre dijo que el que come no se muere, dejó de comer. Dejó de comer frente a mis ojos tristes. Sentí un golpe en el pecho.
"Trata de terminarlo, te hará bien", fue lo único que se me ocurrió, como si la comida sanara todo.
"Ya no tengo hambre" dijo mi Vieja con debilidad, su voz ya había perdido total presencia y se movía entre susurros y balbuceos. "Te darán de alta pronto, pero hay que cumplir todo lo que dice el doctor", dije con fe.
"Ojalá", respondió ella con una media sonrisa y ojos casi cerrados. Fue una sonrisa débil que me demolió el interior. Alcancé a salir a tiempo de la sala para sollozar, lo hice tratando de evitar ruidos incómodos, lastimosos y tapé mi boca con una fuerza descomunal para tratar de detener un dolor inmenso, crudo, tremendamente crudo.
Lloré acurrucado. Lloré como nunca antes, hasta que perdí todo rastro de tristeza, hasta quedar vacío de sentimientos.
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Unos días después la Vieja recobró cierta lucidez.
"¿Escuchás esa música?"
"Escuchá esa belleza... es una sinfonía", mi Vieja tenía luz en sus ojos y yo hice todo a un lado para unirme a sus febriles sensaciones.
Tomé su mano con delicadeza. "¡Claro que la escucho, Vieja! Es bellísima", le sonreí y la acompañé en su momento de gracia, de calma; por alguna razón, esa música que imaginaba le daba paz.
"A vos siempre te ha gustado la música..."
"La música siempre te ha movido el alma..."
"Disfrutá la música... disfrutá crear muchas historias..."
Apreté un poco más su mano porque sus palabras dieron en el centro de mi corazón. Ella siempre me marcó, me inculcó el amor por la música y me regaló esa enorme capacidad de leer e hilar historias. Sentí que mi existencia, mi razón de ser, pasó por mis ojos en un instante; pero, al mismo tiempo, sentía que en cualquier momento perdería para siempre a mi Vieja. Fue un momento de emociones inédito en mi vida.
A los pocos segundos intentó hablar pero ya no pudo. Solo balbuceaba y sus ojos se apagaban de a poco. En un momento de aflicción para detener lo indetenible la tomé del cabello y le toqué sus mejillas, le daba golpecitos para intentar que no se durmiera: "Vieja, Vieja, despierta, no te duermas, no me dejes ahora... no ahora, no así".
"¡Vamos!"
"¡Vieja!"
"Vamos, por favor... por favor, no te vayas ahora... no así".
Vieja...
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"Ya sabías, desde hace meses, que esto sería así. Ya lo sabías. Y también sabías, desde hace años, lo que se iba a perder. Ya lo sabías", mi voz interior se hacía sentir en medio de los días de sollozos y lamentaciones, de esas horas oscuras y desesperantes por la sensación de lo que pudo ser y no fue.
"Dejala ir ya. Ya estuvo, porque hay otras cosas que hacer".
"¿Qué más puedo hacer sin mi Vieja?", grité con un deseo de aferrarme a los pensamientos de ella, a sus historias y sus sonrisas.
"Quizás podés empezar a darte cuenta que nada es para siempre".
"Aprendé de una sola vez que debés soltar las cosas, que no todo estará a tu disposición, no todo es a favor. Hay cosas, situaciones, sentimientos, pasiones que deberás dejar pasar frente a tus ojos porque no te pertenecen".
"¡Qué mierda! ¡Qué mierda!", susurré en medio del cuarto vacío.
"Sí, que mierda..."
"Ya parate, vamos, caminá, escuchá un poco de música, preparate para más historias, esto todavía no se acaba para vos".
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Y me levanté otra vez.
Volví a construir historias, volví a ver nacer y morir amores, encendí y apagué otras sensaciones.
Volví a tener éxito y a fracasar; y otra vez, por extraño que parezca, volví a ser exitoso.
Me di cuenta que hay personas y realidades que están lejos de mis posibilidades. Volví a soñar con ellas y, amargamente, volví a dejarlas pasar sin siquiera tener la oportunidad de confesar mis sentimientos y expectativas. Por algo no fue y por algo no pasó.
Todo pasa.
Lo único que no pasa es la musiquita de mi corazón, aquella que enciende pasiones, la que nació solo para ser compartida.
Lo que nunca pasará son las melodías de la vida que hilan tantas historias de todos colores, esa creatividad que la Vieja, amablemente, alimentó con amor en mi corazón.
Esa musiquita se quedará conmigo hasta que se convierta en una gran sinfonía, especial y radiante, que sonará en la bienvenida que me den ante los nuevos horizontes.
sábado, 22 de julio de 2023
Plutón
Veo la luz a lo lejos, desde el frío y desolado paraje. Me acomodo en la planicie gris para ver los escenarios y delimitar las fronteras físicas; pero en mis adentros, en la dimensión íntima, imagino cruzando los límites para acudir a tu morada.
Me acuesto por un momento y mis manos me sirven de almohada para ser un espectador de los cielos y los astros; con calma, en medio del silencio, veo como se pintan y mutan cientos de historias. Todas las almas tienen su orden superior y se mueven en direcciones establecidas; pero en mi interior, en ese vasto territorio, pienso en el camino que seguiría mi energía junto a ti, sería un sendero improvisado, sin leyes y cada cierto tiempo prepararía fogatas para alimentarte.
Aunque el cielo invita a ser un espectador eterno, me pongo de pie y doy un paseo en la nieve. Con el tiempo se dibujan mis pasos mientras pienso en mis caminos desde esta frontera del espacio, alejada de la histeria y las fantasías, de las creencias y las reglas; probablemente, pienso mientras camino, soy de esas historias incomprendidas, una que no debió ser escrita por los azares de la naturaleza y mucho menos patentada por las leyes del orden. En mi helado interior imagino reescribiendo mi historia contigo.
Cuando llego a mi morada me acomodo frente a la ventana y alcanzo a ver a la estrella más brillante del espacio, a la que millones le deben la vida, por la que muchos se inspiran. Alrededor de ella veo como todo gira sin detenerse, todo y todos recorren ese círculo sin pausas y dejan una enorme estela de drama y colores.
Mis ojos ven claramente a esta luz y son conscientes de lo que representa, pero en mis adentros no me ilumina como lo hace tu imagen. No podría llamarte mi sol, ese astro es de todos y de cualquiera, en mi dimensión tu serías Caronte, una parte de mí.
La fría noche llega a su apogeo y me duermo con cierta paz. En mis sueños comparto contigo, tenemos largas charlas y mis ojos se adormecen en tu mirada, me siento iluminado con tu rostro y te muestro el mío tal cual, sin límites. En la pequeña morada no te imagino como parte del cosmos, me gusta pensar más en un "somos" infinito.
viernes, 24 de junio de 2022
En el sendero gris
Entre la lucidez y el delirio, hay una delgada línea gris, lúgubre, que nos conmueve.
¿Nos conmueve?
Eso creía; sin embargo, el tiempo dictamina que quizás, por castigo o alivio, es una experiencia confeccionada para esta desgastada armadura que cubre mi esencia.
Quizás es una amorfa, grisácea, acogedora sombra que me emociona, que me abraza y a la cual entregaré, sin reparos, mi más íntimo ser.
sábado, 9 de noviembre de 2019
En la tierra particular
Ayer vi un cadáver. La familia en sollozos. El morbo de los testigos. La fotografía del escenario.
Ayer vi al enemigo. Una mirada. Una advertencia. Un canalla rodeado de súbditos.
Los días se repiten. Todos por el pan. Todos al guión impuesto. Al final, los sufridos, golpeados e ignorados, caminan cansados a sus moradas, a las paredes que esconden tragedias.
Es tierra de pobres. Muy pobres. Los sin dinero, los sin sentido común, los sin comida, los sin amor, los sin conciencia, los sin justicia, los pobres de corazón. Ricos en ignorancia y carentes hasta el alma.
De avaros, hipócritas y sanguinarios; de victimarios e impunes, de hospitalarios y miedosos.
De reyes y esclavos. De los que viven sin derechos. De los que se aprovechan de todo. Es una tierra particular.
Ayer escuché llantos naturales y risas de mentira. Testigo de una pequeña ira, de una envidia sutil. Ayer fue la danza de los expertos en callar. Entre idólatras de capataces, entre despiadados, entre resignados. Tierra de extraños que se llaman hermanos.
No alcanzan los inocentes y sus voces. Los buenos de corazón no son multitud. Los de buena voluntad no hacen la diferencia. No hay sumatoria para derribar maldades impuestas. Ahí están todos los soñadores, en medio de la oscuridad, con ansias de ser faros en montañas de ceguera.
Ayer fue una resignación. Un día calcado. Una réplica triste de los últimos años. La noche y el sueño son solo una tregua.
Hoy volví a despertar en la tierra del demonio.
sábado, 8 de junio de 2019
Los últimos días de una década
Aún me falta encontrar la fuga de tiempo que desangra mis días. Ese desperdicio de segundos no ha sido mínimo; al contrario, los años de fugas han dejado grandes vacíos y paradójicamente con pocos archivos en la memoria. Tiempo muerto.
No se es conciente de esa pérdida hasta que resumimos nuestro papel antes de finalizar una década más de respirar.
Y este proceso de introspección no es sencillo; fastidia y es sumamente cansado, debilita hasta al más entero de los pensadores. Sería fácil y cómodo cerrar este tema con el clásico arranque de aceptación de que la vida es una y simplemente hay que vivirla. ¡Pues qué diablos he hecho sino vivirla! ¡La he vivido como todos, con mis particularidades pero con la generalidad que comprende al ser humano!
Acoplar felicidades, administrar tristezas, evitar perversidades o darles espacio, en busca de amor o lo más parecido a eso, experimentar placeres, atesorar cosas, dinero, momentos o nada... andar por ahí y encontrarle un sentido a esta existencia que a veces, en el concierto de los seres humanos, es un sinsentido.
¿Eso es todo? ¿De eso se trata "la vida"?
No lo sé. Cada final de una década me desnuda una vez más. Porque ya fui natural y espontáneo, porque ya probé mieles de locura y pasión, ya engordé de gula, vomité lujuria y repasé las prohibiciones capitales en carne y en mente, he tratado de entender ese impulso humano de querer normar y rectificar a la naturaleza. Aún no lo entiendo.
Ya me dejé llevar. ¿Y ahora?
¿Otra ronda de años para repetir lo mismo pero en distintas latitudes? o en el peor de los casos: repetir lo mismo sin cambiar las maneras, como las moscas que se golpean una y otra vez contra el vidrio.
No lo sé. La muerte de una década me deja los mismos aires de ansiedad pero con enfoque distinto. Ya me calmé y dejé por un tiempo a la naturaleza y al ser superior que moldearan mi ser; ya me rendí y volví a pelear, una y otra vez.
Como todos he caminado en direcciones que no me llevaron a nada o a muy poco, eso depende del grado de profundidad y complejidad con el que se vea este paseo en la Tierra.
¿Y ahora qué puedo esperar?
Porque ya cumplí mis sueños pueriles, juveniles, apasionados, rebeldes, tercos y simples. Los que me faltan materializar son los que incluyen las edades que impone la existencia.
No lo sé. Esa visión del porvenir me deja vulnerable otra vez. Repetir el proceso de la incertidumbre de la muerte, solo que esta vez con la cercanía inevitable que traza el tiempo.
Un día minimizamos la vida, en ocasiones la culpamos de tristezas y frustraciones; incluso, en arranques de emociones, hasta osamos querer perderla. Pero cuando sentimos el primer aliento de la muerte nos aferramos a lo material con todas las fuerzas. Así de incoherentes los que nos quedamos hasta que el cuerpo se apaga, un renglón aparte tienen aquellos que decidieron poner fin con la propia mano al funcionamiento de la sangre, sus casos son debatibles y hasta pueden comprenderse pero nunca, bajo ninguna circunstancia, imitables.
No lo sé. Quizás son los delirios por el fin de otra década. Por eso me pregunto a dónde está la fuga de tiempo que ha desangrado mis días. ¿A dónde y en qué he desperdiciado segundos?
Los clásicos conceptos de la vida prestada, de la vida única, de la búsqueda de felicidad en lugar de la incómoda introspección y problematización de las cosas, no son bienvenidos y no serán fuegos que iluminen caminos.
Me queda la mitad de la vida o los siguientes momentos, nunca se sabe, para encontrar respuestas sin fugas de minutos, sin desidia, sin miedo.
Sin miedo aunque nuestra existencia sea tan delicada.
sábado, 25 de mayo de 2019
Anhelos
Con el pasar de las horas no pude zafarme de un mar de emociones. Ni siquiera la enorme sala, adornada con flores y recuerdos del ser querido, logró dominar a la mente hambrienta, perspicaz, aguda y genial. No sé si soy un esclavo de mi otro yo o un fetichista de sentimientos encontrados. Después de tantos años la incógnita se mantiene.
Los duelos unen, un desceso cohesiona, la pérdida es un conductor de sentimientos muy potente, muchas veces más que la propia vida. Una muerte desnuda superstición, incredulidad, fe, amor y vacíos; saca a luz temores y florece incertidumbres. "Es una puerta" dijo el sacerdote a los dolientes. Y las puertas siempre han estado en mi vida, unas las he derribado, otras las he afianzado con cerraduras reales e imaginarias; y otras, cruelmente, se han cerrado de golpe en mis narices.
La voz exterior perdió mi atención y la interior tomó la batuta: "no quiero morir, pero aún no sé vivir. Vivo, respiro, y en ese estado se supone que aprendo, pero la ignorancia es infinita y cada década me sorprende en fuera de lugar".
Cada noche, una guerra para apaciguar pensamientos. Cada madrugada era el despertar de necesidades, como una corriente poderosa que arrastra todo a su paso. No hay paz, tampoco guerra, es una particular intranquilidad, una cosquilla incómoda entre el presente y el porvenir, el ser y el tener, el detenerse en el camino o apartarse del sendero. Con cada respiro nació una nueva disputa por el ahora y el mañana, con todas las víctimas en tiempo, estado y seres que eso pueda acarrear.
Cuando se suponía que debía unirme, divagué, dudé y me volví a interrogar. En algunos lapsos me desconecté, me perdí en ilusiones febriles. Los anhelos convertidos en suspiros a ratos expulsaron carencias y dolores; ese aire de mi interior, que tiene como motor una mente excitada, se mezcló con el inconciente respirar y con esa vida que transcurre sin que nos demos cuenta.
Al desnudo, y en plena luz de mi conciencia, apareció el hambre de trascender con el temor de que la última morada esté cerca. Los años pasan y me atrapan en fuera de lugar. Respiro por eso y por la necesidad de reinvención.
Hay que escudriñar y descubrir. Romper amarras y largarse. El tiempo es cruel y las décadas se acaban. La obra no es infinita, mi acto tiene fecha de caducidad y el dueño del teatro, con reloj en mano, me espera en la oscuridad.
¡Anhelos! ¡No desapezcan! ¡Fluyan!
Sigan ahí, no importa que sean aires tristes, de carencias o vacíos, deseos desenfrenados o pasiones. No importa nada. Sigan ahí, desde el motor de la mente hasta la exhalación, acaben con el confort y muevan este cuerpo, transfórmenlo.
Una muerte también invita a pelear. Con esa conclusión, y hasta ese momento, mi mente fijó posición y descansó en los días de luto. Entonces el escenario tuvo sentido.
Esta vieja armadura necesita endurecerse con nuevas batallas o destruirse en una de ellas.
sábado, 20 de abril de 2019
Deambulante
Hay caminos que transforman. Experimentar otros territorios, por un momento, le dan otro color a la vida, pero un viaje que no mueve cimientos internos, que no deja marcas, solo es un cambio de aires destinado al archivo de la memoria.
Mi camino ha sido distinto: me ha privado de una tierra nombrada y de una identidad cultural.
Aunque lo asimilo como una experiencia enriquecedora, hay claroscuros pintados en mi corazón.
No soy de aquí ni soy de allá, los anhelos de otros senderos se mezclan con una necesidad de pertenencia que nunca se materializa. Me siento como un nómada en una estación más del recorrido, como un habitante del mundo, sin raíces.
Busco en canciones e historias la inspiración para lograr un pacto con mis orígenes, para fundirnos en un abrazo de aceptación, de amor. Pero mi alma, en sus años infantiles no fue entrenada en el sosiego, fue labrada en el contraste, el caos y el movimiento.
No hay fórmulas exactas para afirmarse en una tierra, a veces la magia, el compromiso, el hambre o el amor pueden ayudar. Unos le llaman suerte otros destino. Es un sorteo de la vida para los caminantes, para los eternos visitantes.
Cuando pasan los años y obligan a sentarse en la meseta, el camino le hace guiños a mi alma como viejos amantes. Se activan mis sentimientos no sé si por vacíos o por pasión, por deseos de mejora o por una obstinada obsesión. La pequeña chispa de volar crece, se hace llama e incendia todo a mi alrededor.
Soy del viento no de la tierra. Soy del camino y no las banderas. Soy un eterno deambular, en un desierto de sentimientos.
sábado, 9 de marzo de 2019
La mirada en la oscuridad
"O afinamos este modelo de ser, mi querido Félix, o mejor desistimos", las palabras del viejo hicieron eco en la amplia sala de la casa. "Es imprescindible encontrar una forma de lidiar con el mundo, mi querido amigo. Ya son años de cargar con esta máscara... ¡años!" la desesperación encarnada y la mirada intensa. El hombre era un caos.
Félix solo observaba, con la misma mirada del tiempo. Podía entender lo que las pupilas expresaban. Y en este escenario había decadencia y frustración de un ser humano. Félix es paciente, muy paciente.
"No sé si estoy en lo correcto o desvarío, quizás pierdo la razón y ni siquiera soy consciente de eso", Franco, de 65 años, delgado y barbado, tiene una mente excitada, un volcán violento de ideas y filosofías que no siempre podía controlar; esa dinámica, con el pasar de los años, había marcado su estabilidad mental y emocional.
Muy pocos humanos soportarían tantos años una problematización constante de las cosas, del alrededor, de la gente, de su interior, era una incesante búsqueda, un escudriñar tan intenso que rayaba con la locura. Una inteligencia aguda corre el riesgo de perderse. El hombre volvió a imaginar ese oscuro porvenir mientras acomodaba la almohada a su cabeza.
"Aquellos ideales juveniles, aunque siguen presentes en mi interior, parece que se han perdido en los demás. Nunca me interesó que pensaran igual que yo o que abrazaran las mismas banderas de pensamiento. Ya pasaron los años, la búsqueda ha sido excitante, apasionante y me llenó por un tiempo como ser humano. Pero nunca encontré paz. Nunca", el sonido de la voz aumentaba, la mirada directa a Félix era intensa y preocupada. Pero Félix era casi una estatua, no tenía expresiones. Su mirada fija en Franco, sus ojos eran intensos y provocaban silencio. Por unos minutos todo quedó en silencio en aquella enorme casa ubicada en uno de los barrios de clase media que abundaban en la gran ciudad.
"Puedo luchar por mis ideales hasta el último día de vida, pero la misma mente se impone nuevos límites y me quedo corto en ideales ¡Quiero más. Deseo más!
Y sé que no estaré completo del todo. ¡No me alcanzará la vida, Félix! ¿Te imaginas quedar incompleto?" Franco era un retrato de la impotencia mezclada con odio, sí, odio producto de la inconformidad. Esa llama que pudo quemar todo a su alrededor pero que se guardó por los cánones sociales, ahora estaba casi apagada. El odio mutilaba a Franco.
Félix podía sentir ese sentimiento del viejo. Podía oler la desesperación como un escudriñador de primer nivel. No necesitaba hablar porque era inexpresivo en el caos pero una lengua incansable en la paz.
"Debo reencontrarme en mis caminos. Debo dejar que la pasión fluya. Debo trabajar en mis últimos años de vida para que el mundo conozca de qué estoy hecho, lo que puedo hacer. Debo quitarme la máscara. Y quemar todo", esta última frase fue un grito desesperado en la silenciosa, polvosa y descuidada morada. Era medianoche y el viejo estaba cansado, aturdido, sucio, desconcertado.
Franco perdió familia, amigos y gente cercana por su incapacidad de relacionarse y de comprender al mundo. No era empático, nunca lo fue. Y no era un capricho.
Todo cambió en su tierno corazón hace ya más de 40 años: odiaba al ser humano. Tuvo años jóvenes llenos de gracia y diversión, cariños y abrazos, amores y pasión; sin embargo poco a poco, con cada acción negativa, dolorosa y devastadora que veía a su alrededor una parte de su humanidad se apagaba.
Todos están condenados a convivir con la barbarie humana y reconstruirse, comprender, seguir adelante, unos mejor que otros, pero en todo caso seguir viviendo en sociedad.
Están los asesinos, violadores, ladrones de vidas y otros seres repugnantes que terminan en la cárcel, en un cementerio o que viven en libertad pero guardan algo de humanidad que, bien encaminada, bien trabajada y con una dosis de espiritualidad, podría reformar su camino. Los humanos tienen esa posibilidad. Menos Franco. Menos los condenados como Franco.
"He sido testigo de las peores acciones. He protagonizado daños. El ser humano es la peor creación", el sexagenario volvió a recostarse para tomar aire, su mente y corazón estaban condenados a un sufrimiento propio de la locura.
Franco se consideraba un aborto, un resultado cercenado producto de la mezcla de personas normales y los enfermos y destructores. No era capaz de matar ni de infringir daño físico serio, pero tampoco podía amar. Era pacífico la mayoría del tiempo pero su óptica estaba marcada por el odio. Esas características dañaron a las personas a su alrededor. Poco a poco él se alejó y la gente también.
"Ojalá una enorme bola de fuego cubra la tierra y a todos nosotros. Ojalá ese fuego limpie todo... ¿qué te parece la idea mi amigo?"
La figura no se movió, tampoco su mirada. Estaba sentado con su saco negro, sus zapatillas negras y sus manos elegantes. Su pose era el orgullo de tener todo bajo control.
El anciano tampoco le quitó la mirada, quería una respuesta a tal punto que se levantó y se acercó al rostro de Félix. Ambos se conocieron mucho tiempo atrás, en una de las tantas crisis emocionales y existenciales de Franco. Hay que remontarse décadas atrás a una noche turbulenta física, emocional y sentimentalmente cuando su interior pedía a gritos una guerra contra todo y todos.
En el calor del delirio, en esa búsqueda de enrumbar sus más devastadores sentimientos, su insaciable odio que hería su alma, en ese estado de pasión y de locura desbordante apareció Félix, como un fantasma que no era invitado pero que sabía que podía mostrarse tal cual.
Sus ojos, su sonrisa, su belleza eran admirables, su porte también, pero era la llama en su mirada era la que rompía moldes y tenía un peso enorme en el vacío del alma de Franco. Era una figura que le daba sentido al caos.
Franco y Félix quedaron trabados en una mirada que parecía infinita. Y ahora que el viejo quería una respuesta y la esperaba fervientemente, su amigo era una tumba. A diferencia del ir y venir de emociones que caracterizaban al anciano, Félix tenía una llama que no variaba con los años.
"¡Habla! ¡Habla! ¡Hazlo!", los gritos se escucharon hasta la calle. Como los alaridos no eran extraños en el vecindario, nadie puso atención. Todos sabían que el viejo hablaba solo, que estaba loco.
Y si alguien pasaba por la ventana de esa casa y volvía la mirada al interior, ahí estaba Franco gritando. El viejo gritón y odioso, uno más de los olvidados en el barrio.
Sin embargo los ojos humanos no captan toda la realidad. Nunca han tenido esa capacidad.
Franco no estaba solo. Nunca lo estuvo. Ahí estaba Félix, el encantador, con su traje a la medida, el que no necesita hablar en el caos sentimental de los humanos, porque él es el caos, él es el ladrón.
Tal era la desesperación del viejo que se rompió el implacable silencio. Félix agudizó su mirada como antesala a sus palabras.
"Quémalo todo."
Franco quedó petrificado. No había salida. O actuaba o callaba, pero ambas acciones lo condenaban.
Y Félix lo sabía. Lo supo desde que lo conoció, por eso guardaba silencio, con la sabiduría de un milenario, con la astucia de una figura que traspasa los años y el tiempo.
Franco no tenía respuesta y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Atrapado en la mediocridad, en la falta de sabiduría, en la incapacidad, apagó la luz y se acostó en el sillón de la sala. Su mirada estaba perdida.
A su lado, el encantador sí podía verlo en la oscuridad y solo esperaba a que la otra luz, la interna, se apagara.
domingo, 24 de febrero de 2019
Las voces
Corres por el idealismo para sentir la brisa de la justicia. Y si no ves la meta, no importa, no te interrogas ni abres tu mente. Solo abrazas tu sendero.
Has aprendido a amar, aunque nunca has tenido suerte en el amor. Quizás son las personas. Quizás eres tú. Pero el placer no te ha faltado. Has tratado de convertir la oscuridad en luz para darle sentido al camino. Si de probar se trata, estás en un pasillo con miles de interruptores. Apágalos y enciéndelos hasta que tus dedos se cansen. Quizás encuentres la luz eterna.
Juegas con la locura. En el día de bromas, el mejor discípulo; en otra jornada de sentimientos, vomitas con su sola presencia. Si de jugar se trata, el mundo es un parque de diversiones. La emoción tiene límites y puedes manipularlo todo... por un tiempo. Nada dura para siempre, aunque siempre hay lamentos.
Amas la libertad. Defines a tu ídolo. El encantador libre albedrío para definir a tu amo. Pueden ser ideas, pueden ser personas, no importa porque en el escenario cualquiera parece libre. No importa la máscara ni la terapia, los tiempos, las poses o las disciplinas, las formas o conceptos, en el corazón está la verdad. Y ahí no hay libertad.
Al final el tiempo se encargará de colocarte en otro puesto, en otra historia. Y volverán los mismos intentos: amor, locura, libertad, deseos, ideas, filosofías, besos, odios, lágrimas, obsesiones, pasiones y deseos.
Hasta que la sombra se convierta en realidad. Hasta que el aire se termine.
Entonces las voces te resumirán tu camino, los idealismos se derrumbarán y toda la verdad, como una gigante guillotina, rompera de raíz a la mentira.
Tu risa, discípula de la locura en tiempos cómicos, desaparecerá.
Cuando la verdadera locura aparezca, los sollozos de la historia se materializarán en tus ojos.
Las voces se escuchan a lo lejos. Y no cantan himnos de justicia o amor. Gritan a viva voz para advertir.
Las voces te alcanzarán.
sábado, 23 de febrero de 2019
Hoy fallecí en sueños
Hoy se rompió algo.
Desperté como un día más. Me hundí como nunca.
Ya sabía que llegaría el momento de enfrentar la realidad, el minuto exacto en el que no tendría escapatoria. Lo pensé por mucho tiempo, por eso no hay sorpresas.
Hoy se destruyó un destino. No es gratis abrazar una filosofía, pero el costo es lo de menos.
Hoy perdí. Fue la derrota total de un pensamiento.
Nada es para siempre y tampoco se puede tener todo ¡las malditas particularidades de la vida que la hacen ilógica, detestable!
Somos fuego arrasador, pero nos han colocado en una dimensión en la que somos fósforos sin maleza para crear una hoguera.
Hoy fluyeron los sentimientos. Se pueden retener por un tiempo, pero como la indomable naturaleza, llega el día en que rompen las barreras en mil pedazos. Del caos al silencio.
Hoy se borró el camino.
Los ojos perdieron el filtro. Los sujetos perdieron el color.
Pero no me malinterpreten, eso sería peligroso. Es solo un día largo y tedioso, con la particularidad que llegó a su fin aquel afán, aquella cosquilla sentimental por construir algo único. Esa edad ya pasó, como la luz de un día sin mañana.
Hoy morí, pero no en el terreno y en la carne.
Hoy fallecí en sueños.
sábado, 16 de mayo de 2015
Recuerdos que marcan
Cada diez años un ser humano cambia tanto de objetivos, metas, también su visión de la vida, quizás incluso de sentimientos. Cada etapa tiene sus felicidades, tristezas, cielos e infiernos. Eso me dijeron hace muchos años.
Pero siempre lo supe desde el primer momento. Cada tarde de invierno desde la sala de mi casa me preguntaba si esa sensación sería pasajera, si a mis 25, 35 incluso a mis 40 años simplemente la consideraría como un simple recuerdo. Tenía la certeza que no.
Era la lluvia, la ventana que daba a la esquina, el rock y la efervecencia adolescente entre 1994 y 1997. Cada uno de estos detalles, por si solos, eran parte de mi felicidad. Pero al unirlos era maravilloso.
Eran las tardes con aroma a lluvia, mezclado con el del cartoncillo de cada uno de mis CD´s favoritos. Todo un ritual de sentir aromas antes del momento cumbre.
Y entonces la sala era invadida por los sonidos, los ritmos que en algunas ocasiones eran profundos y lúgubres.
Y en otros momentos potentes.
Cada pieza, dependiendo de la intensidad, unida a la pasión con la que vivía cada minuto, crearon un espacio en mi corazón. Lo vivía de distintas formas: acostado, leyendo, saltando entre el sillón y el equipo de sonido, sentado, o mi forma favorita: frente a la ventana.
No era egoismo, ni mucho menos que no me importara lo que sucediera a mi alrededor, pero fue la primera vez que sentí que tenía algo propio.
De hecho mis primeros procesos de reflexión profunda los hacía en esas tardes, mis primeras exploraciones internas eran mucho más digeribles al ver el escenario gris de los inviernos y de fondo, el particular rock noventero.
No era un momento de rebeldía para señalar al mundo, como muchos ven al espíritu del rock. Había más que eso. Me dí cuenta que tenía tantas capacidades, sentí como que me desbloquearon parte del cerebro, como si se desbordara mi imaginación, despertó mi creatividad en muchos aspectos: provocó que quisiera leer y escribir mucho más (proceso que comenzó en mi niñez al leer libros de mi papá) y aunque no fue de efecto inmediato, fortaleció las bases de ese hábito.
Plasmar ideas en canciones, cartas inspiradoras hasta simples expresiones personales en muchos de mis cuadernos y archivos. Mucho de eso, que actualmente es parte de mi realidad, tuvo su inicio en los inviernos musicales de mediados de los noventa.
Siempre he visto la vida como un concierto, en donde todos pasan al escenario y tienen su tiempo para darlo todo y mostrar sus capacidades. Que unos aprovechen o no el momento, si unos son más talentosos que otros, o si hay quienes tengan capacidades distintas, todo esos cánones sociales que le dan a los artistas quedan en segundo plano. En mi particular punto de vista de la vida como un concierto, lo más importante es imprimirle pasión, mucha pasión.
Si cada aspecto de nuestra existencia lo viviéramos con ese sentimiento y la energía de un concierto, quizás sería más agradable este camino. Y esto de la pasión, el poder de la música, la creación, la imaginación, el desbloqueo mental se revolucionó en las tardes lluviosas, después de las clases en el colegio, y que siempre se sazonaron con el estridente sonido de mis bandas favoritas.
Muchos se inspiraron en las primaveras, las flores, el sol, la música clásica o un buen libro. Yo fui gris, lluvioso, grunge y apasionado.
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Pasó el tiempo, mucho tiempo y es cierto, la vida cambia cada diez años. Y las necesidades que imponen nuevas metas transforman tu existencia.
Viernes 15 de mayo 2015, cerca de 20 años después, estaba en el asiento del copiloto, el auto estaba estacionado en las afueras de una gasolinera, cerca de San Jacinto en San Salvador.
Decidí escuchar música, como casi siempre. Y sonó una de mis favoritas: "Tremor Christ" de Pearl Jam.
Comencé a ver desde la ventana del auto a todos los conductores que esperaban la luz verde del semáforo. Cada uno de los rostros denotaba un momento de sus vidas: molestia, aburrimiento, desesperación, felicidad, buen humor, o simple seriedad.
Entonces recordé aquella explicación de que la vida cambia cada diez años. Ese constante círculo de búsqueda, de obtención de cuestiones materiales o espirituales, de ser felices, de llegar a casa, de hacer miles de cosas. "Cada etapa tiene sus felicidades, tristezas, cielos e infiernos".
Me puse a pensar en todas mis etapas. En todos los momentos de mi existencia, por cierto el actual es intenso, bastante bueno. Pero hay unos que marcan la vida.
Como una baraja de opciones aparecieron en mi mente. Y sin quererlo o buscarlo, poco a poco unos tomaron fuerza y presencia: la lluvia, el cielo gris, la música, las tardes entre 1994 y 1997. Me vi ante la ventana disfrutando del escenario... y sentí satisfacción, nostalgia, mi corazón creció de felicidad. Volví a poner "Tremor Christ", cerré mis ojos y agradecí por tener unos minutos libres para volver a vivir esos momentos en mi mente. Porque hay muchas experiencias lindas, pero pocas marcan.