sábado, 26 de febrero de 2022
El universo de la hormiga
miércoles, 19 de agosto de 2020
Los abortos de una revolución que no fue
¡Ah, los chicos que éramos!
Insertaron en nuestros vírgenes cerebros una ideología, una postura ante la vida y la sociedad.
Las ansias de un juguete eran ridículas para los hombres y mujeres con aspiraciones de convertirse en "nuevos seres humanos".
Desbaratar vínculos sentimentales es válido, si la misión es aliviar al pueblo, a la mayoría. Ante contundente postura, tus pueriles deseos, tus necesidades y sueños, no son más que un sinsentido, una necesidad errónea, creada, provocada. Una debilidad que debe transformarse en fortaleza, así decían los aspirantes a "nuevos".
No somos parte de una cultura, somos multiculturales; pero no por una apertura mental, no me malinterpreten, sino por la necesidad de recorrer países y compartir casas ajenas de pueblos extraños. Fue una extendida huida, una especie de búsqueda de atajos hacia la utopía. Y los que se quedaron en dos o tres casas, que perdieron contacto físico o sentimental con algunos de sus progenitores; bueno, ellos también quedaron vacíos de alguna manera.
Nuestras lecturas estaban alineadas. Todo era parte del plan: música, escritos, pláticas. Nuestros entornos tenían que ser interpretados bajo la sombrilla de la ideología, otra más de las diferencias humanas, después del género.
¿Somos iguales?
¿Realmente somos iguales? La misma naturaleza cambia; eso sí, a paso lento en comparación a nuestras ansias de poder.
El ocaso de la niñez llegó y todo cambió. Unos adoptaron las enseñanzas, otros las repudiaron en silencio.
¿Creyeron que sería universal su sentimiento e ideología, "seres humanos nuevos"?
¿En realidad lo creyeron?
Entonces, entre masturbaciones adolescentes, hormonas desordenadas y líbidos insaciables, entre maestros, padres, amigos, enemigos, familias quebradas en alguna base; en medio del valle de rebaños, las mentes comenzaron a comprender que no somos especiales, ni únicos, que solo somos una masa en constante cambio. Unos duermen ante la realidad, otros la interpretan y quizás muchos, ni siquiera, tengan o puedan alcanzar a analizar la situación.
Con los años nos convertimos en hombres y mujeres, con todo lo que eso acarrea.
Entonces veo sus ojos entre lentes y arrugas del tiempo, sus palabras presentes con sabores del pasado, explicaciones y excusas de alguien con miras a cambiar el entorno, aunque sea de unas decenas de apasionados ideológicos.
Llegó la tan esperada tarde para cruzar miradas. Mi ojos ebrios provocaron un sinfín de interpretaciones, pero soy más que ojos caídos, hábitos, carne y deseos. Soy la antítesis. Soy el provocador. Por fin tengo frente a mí a una representante del pasado, una agente del orden común, una especie de agitadora, una mujer que me gana en años, solo en eso.
Y hablamos lo necesario.
"Somos los abortos de una revolución que no fue".
No todos, dirá alguien.
"Muy bien, gracias por la opinión. No me interesa. Yo soy una de tantas evidencias, solo que suelo hacerme el desentendido para no herir susceptibilidades, nada más".
Sin embargo, está tomada la decisión: ya no hay tiempo para el silencio.
Llegó el momento de abrir heridas, sacar la pus y suturar.
lunes, 18 de mayo de 2020
El monstruo
El monstruo preguntó si podía asomar su rostro. Con el tiempo se abrió camino desde la tiniebla del calabozo; poco a poco, con la paciencia de un monje y alimentándose del cerebro y el medio ambiente de su huésped, encontró el camino hacia la penumbra.
El gusano más hábil, el goloso de pensamientos, el transformador de emociones. El monstruo tomó fuerza, amplió su dominio mientras su anfitrión, el humano que lo había apresado, ahora le daba espalda a la luz y prefería la penumbra, esa cuestión que llaman pérdida de fe.
No eran las grandes alegrías, ni las tristezas, mucho menos las ansias lo que hacían vulnerable al huésped. Era una cuestión sobre anhelos de felicidad y de superioridad, esos senderos lo adormecieron, lo hipnotizaron. El monstruo, mucho más paciente y conciente de las debilidades humanas, se abría paso entre carne, neuronas, sangre y emociones. No tenía prisa. Fuera de la tiniebla su poder era considerable.
Y no fue un ataque despiadado. No. Al contrario, fue a dosis pequeñas de perdición, impulsos casi imperceptibles. Manipuló imágenes, recuerdos, sueños, anhelos, principalmente anhelos, esa necesidad humana tan natural; todo eso alimentó al oscuro ser.
El monstruo preguntó si podía asomar su rostro. Y el anfitrión le dio permiso. El pacto era con moderación; el ser asintió con una sonrisa amigable. Todo estaba bajo control... por un tiempo.
Con las semanas el huésped mutó, se mezcló con el monstruo hasta cambiar de forma.
Entonces las historias pasadas, revivieron.
Lo que pasó después fue rápido.
El ser mostró todo su esencia y asesinó al anfitrión. Se lo comió. Tomó su forma y en esa mutación todos los sentidos explotaron. Otra vez el caos y la oscuridad total tomaron el poder.
El monstruó escupió los restos del ser que lo acogía y reinó por muchas noches. No tantas como esperaba. Habría deseado la eternidad, pero no contaba con que era un simple ser inmundo, vulnerable a la luz.
Muy vulnerable.
Se derritió completamente ante el iluminado y su esencia se arrastró, con miedo, hacia el calabozo tenebroso. Estaba herido, fue burlado y apaleado.
Lamió sus heridas, en medio de la oscuridad. Con el tiempo levantó la mirada.
"La próxima vez no preguntaré si puedo asomar el rostro".
sábado, 22 de febrero de 2020
Eterno
Sonreías. Era el preámbulo a la carcajada característica: amplia y con ojos cerrados, sincera, natural, nuestra, digo nuestra porque no te vi compartirla con nadie más.
En tiempos turbulentos, un sonido que alivia; en recuerdos febriles, añoranza de tenerla. El tiempo pasa sin lecciones de olvido. No se puede olvidar lo que marca la vida.
Conducías. Mirada al camino, mirada a mí. No había rumbo, como el que no encontré en la década perdida. La música nos acompañaba, solo para hacer el momento especial.
Mirada al camino, mirada a ti. Quería preguntar muchas cosas, mi cabeza era un saco con millones de interrogantes, pero algo me detenía. Los minutos parecían horas; entonces decidí callar y dejar pasar. Sabia decisión, inédita en mi ser.
Contabas historias. Tantas, como si el tiempo se acabara en cualquier momento. Y no podía mas que escuchar, retener las palabras claves y recordar el sonido de tu voz. No había rumbo, pero tampoco desesperación.
Lo sonrisa se mantenía, incluso en los momentos serios no dejabas de emanar esa sensación de paz, de reencuentro, como cuando alguien vuelve a su hogar.
Entonces algo pasó. Cuando sentí paz, dudé. Algo no cuadraba en mi mente. Comencé a cuestionarme "este no soy yo", "yo no era así"... el saco de interrogantes necesitaba romperse, pero tenía miedo de arruinarlo todo. Me quedé un momento con la mirada en el camino, era una carretera sin final, en un lugar desconocido. Entonces todo comenzaba a tomar forma. La leve sospecha se convirtió en una verdad contundente.
"Todo va a estar bien", dijiste con una mirada optimista. "Todo está bien, no hay nada que lamentar", volviste a sonreir. Me conoces bien.
Tenía ganas de seguir el camino. Nunca hablé, no quería arruinarlo. Te observé y luché para no parpadear. Los sonidos comenzaron a desaparecer y me quedé con la mirada fija hasta que, poco a poco, te desvaneciste.
Mis ojos necesitaban cerrarse para descansar y no pude evitarlo... llegó la oscuridad.
Cuando volvió la luz eran las 6:00 de la mañana, de un día cualquiera.
domingo, 13 de octubre de 2019
Marcado
Este domingo lleva tu nombre
El cielo lo sabe y en la tierra ha quedado marcado
Este domingo tiene tu huella
No habrá fuerza que lo cambie
Ni tiempo o muerte que lo supere
De este rastro no hay escondite
Y si el viento me hablara
Y la misma existencia me advirtiera
De este día mi mano no se aparta
Pieza de historia
De sangre, lágrimas y sentimientos
De ángeles, demonios y humanos
No habrá minuto y hora que haga la diferencia
Ni amanecer de tiempo o vida que lo impida
La fecha trazada está escrita
En comunión o exilio
En casa o en intemperie
En vida o muerte
De tu domingo
Del porvenir de tu transformación
No escaparás
sábado, 20 de abril de 2019
Deambulante
Hay caminos que transforman. Experimentar otros territorios, por un momento, le dan otro color a la vida, pero un viaje que no mueve cimientos internos, que no deja marcas, solo es un cambio de aires destinado al archivo de la memoria.
Mi camino ha sido distinto: me ha privado de una tierra nombrada y de una identidad cultural.
Aunque lo asimilo como una experiencia enriquecedora, hay claroscuros pintados en mi corazón.
No soy de aquí ni soy de allá, los anhelos de otros senderos se mezclan con una necesidad de pertenencia que nunca se materializa. Me siento como un nómada en una estación más del recorrido, como un habitante del mundo, sin raíces.
Busco en canciones e historias la inspiración para lograr un pacto con mis orígenes, para fundirnos en un abrazo de aceptación, de amor. Pero mi alma, en sus años infantiles no fue entrenada en el sosiego, fue labrada en el contraste, el caos y el movimiento.
No hay fórmulas exactas para afirmarse en una tierra, a veces la magia, el compromiso, el hambre o el amor pueden ayudar. Unos le llaman suerte otros destino. Es un sorteo de la vida para los caminantes, para los eternos visitantes.
Cuando pasan los años y obligan a sentarse en la meseta, el camino le hace guiños a mi alma como viejos amantes. Se activan mis sentimientos no sé si por vacíos o por pasión, por deseos de mejora o por una obstinada obsesión. La pequeña chispa de volar crece, se hace llama e incendia todo a mi alrededor.
Soy del viento no de la tierra. Soy del camino y no las banderas. Soy un eterno deambular, en un desierto de sentimientos.
martes, 25 de diciembre de 2018
No en esta vida
Hoy salí a caminar. Respiré profundo mientras miraba a mi alrededor. Observé el cielo, los colores, la gente, los pájaros. El paseo matutino fue una decisión provocada por la exposición a mensajes optimistas: "sonríe a la vida", "piensa positivo" y más de esos que abundan en las redes sociales.
Pero el transe optimista tuvo una pausa. A unos metros estaba un anciano sosteniendo una escopeta. Un vigilante. Un cuadro que inspiraba más angustia que seguridad. "No puede sostenerla adecuadamente ¿te imaginas que se le escapara un tiro?", fue inevitable pensarlo, mucho más cuando sus movimientos temblorosos movían de un lado al otro la escopeta y apuntaban hacia mi.
"Muévete". Y así fue.
Volví al proceso de la respiración, a disfrutar del escenario, las calles, todo desde la óptica de encontrarle la belleza a cada segundo. Pero otra pausa fue inevitable: un joven tratando de fumar. Parecía que realizaba un enjuage bucal, pero en lugar de escupir agua era humo. Acné mezclado con timidez. Otro que tomaba un cigarro para aparentar algo que, al menos en este momento, todavía no era: alguien seguro de sí mismo.
"Si supiera que se resta minutos de vida y al mismo tiempo asegura una mejor posición económica a los que parieron ese cigarro ¿te sucedió lo mismo en su momento, verdad?"
"Ignóralo". Y así fue.
Respiré otra vez mientras miraba un árbol frondoso, amplio, exuberante. "La naturaleza, que bella", pero fue un pensamiento que desapareció en dos segundos ya que una mujer llamó mi atención: era de unos 45 años y en ese momento le dio una patada a un perro para alejarlo de su negocio. Una señora con un rostro mezclado de enojo e impaciencia.
Lanzó una mirada destructora hacia un ser inferior.
Luego volvió a ver a quienes pasaban cerca de ella. "Buenos días", los saludos amables, mientras el perro trataba de buscar algo que comer y al mismo tiempo saciaba su sed en un charco de agua gris.
"¡Cómo puede ser tan hija de la gran puta!" para este momento mi mente ya había archivado las respiraciones, el sol y el verde de la naturaleza.
Compré dos panes en una tienda cercana y con malabares, señas y sonidos, llamé la atención del perro. Luego de tragar los panes con rapidez y percatarse que no había más, el animal buscó un nuevo camino en la calle y se alejó.
También me alejé de la tienda de la "hija de la gran puta", suelo llamar a la gente con aquella primera impresión que me dan.
"Nunca comprés ahí". Y así fue.
Cuando mis impulsos me invitaron a concentrarme en mi recorrido matutino, ya no hubo efecto. Estaba ante el clásico trajín de una ciudad a donde cada quien se mueve a partir de sus intereses personales sin importar el bien común: tráfico, basura, gritos, ruido, ultrajes, inseguridad y todo lo que pueda imaginar en la movilidad de una ciudad desordenada con una población que vive apresurada la mayoría del tiempo. Un concierto lamentable.
"Regresa a tu casa". Y así fue.
"Cada quien es un mundo, trata la manera de encontrar la belleza de la naturaleza. Piensa que lo que acabas de ver es solo una parte de este planeta. Piensa que hay otras personas, en otras realidades, que están sufriendo. Piensa en que hay verdaderas tragedias sucediendo en estos momentos: niños muriendo, gente hambrienta, asesinatos en masa, destrucción de vidas, que no se comparan en absoluto a los escenarios que has visto esta mañana. Aprende a reconocer la diferencia."
No sé si lo dije en serio o fue de esas repeticiones automatizadas de la mente. Quizás es un mecanismo interno de autocontrol. No lo sé. Creo que en algún momento nos decimos eso.
"Pero yo quiero que este mundo cambie. Yo quiere que ésto cambie", esas palabras las susurré en respuesta al mecanismo interno de autocontrol.
Hubo un silencio en las siguientes cuadras. Cuando entré a la soledad de la casa, todo estaba en silencio, menos mi interior.
"Estás en un mundo gobernado por humanos. Solo podrás cambiar algunos escenarios particulares que impactarán positiva o negativamente algunas vidas. Nada más", el mecanismo interno estaba en acción. Era sabio en un punto: "el mundo gobernado por humanos".
Entonces mis palabras rompieron el silencio de la casa.
"¡No es en esta vida. No es aquí el lugar de justicia. No es en este orden, en este sistema, que encontrarás paz!"
Fue como una explosión. Lo grité y guardé silencio, hasta que la voz interior apareció una vez más.
"No está en tus manos. Espera la siguiente vida". Y así será.
sábado, 15 de diciembre de 2018
Fernanda Parte XXIV
11:45 am
El sonido del celular sorprendió a César en medio de una pequeña reunión con los colaboradores de un proyecto. Cuando vio el nombre clave del contacto "Fernando" tomó el teléfono y salió de la oficina sin dar explicaciones.
"¿Pero qué ha pasado? ¿A dónde has estado?", susurró el joven para no llamar la atención en su trabajo.
"Es una larga historia... estuve a punto de morir. Quiero verte esta tarde, es urgente para mi", Fernanda aguantó las ganas de llorar para no mostrarse vulnerable. "Quiero que nos veamos en algún lugar, no sé, un bar que conozcas. Hay muchos en la zona de Versalles", seste lugar estaba cerca del centro de la ciudad pero era seguro por la presencia policial.
César no supo qué decir, como siempre le tomó muchos segundos para hablar. "A las 6:00 de la tarde llegaré a Versalles y cuando esté ahí te llamo. Estaré a la hora exacta".
Fernanda quería seguir hablando pero se contuvo. "Gracias. Ahí estaré, debo descansar un poco. Adiós", fue cortante porque temblaba de la debilidad, el temor y la desesperación.
César pidió permiso para ausentarse de la reunión y, como era uno de los principales jefes del proyecto, no hubo inconvenientes. En las siguientes dos horas pensó la mejor estrategia para ausentarse y no llegar a casa. "No creo que Laura se moleste si retomó mi hábito de jugar a las cartas con los amigos que tenemos en común".
"Gerardo, necesito un favor, esta noche le diré a Laura que hay reunión de amigos para jugar. Será en tu casa y por iniciativa tuya, en dado caso llame por supuesto. Necesito arreglar unos asuntos", la confianza con su amigo de infancia le permitió por muchos años la coartada perfecta no solo para verse con mujeres, también para ausentarse a citas con sus padres y familiares.
"Ya me imagino, cabrón, ya me imagino... estaré pendiente. Hazla gritar por favor, jajajaja", así era Gerardo, del grupo de amigos adinerados era el que tenía un poco más de dinero pero menos lenguaje refinado. Hay cuestiones que el dinero no cambia.
César llamó a Laura, le dijo que se quedaría en el trabajo hasta tarde, luego saldría a una reunión con unos colaboradores. "Por cierto, Gerardito convocó a noche de amigos, espero no te moleste", César esperó con cierta ansia la respuesta de su prometida.
"Esas reuniones nunca se acabarán, lo tengo claro desde hace años. Solamente espero que no se excedan. Sabes César, tuve una mañana cansada en el trabajo y pedí la tarde, así que me dormiré temprano. Cuando vuelvas trata la manera de no hacer ruido, ten cuidado cariño", Laura fue sincera en un punto: estaba cansada. Pero no tenía que dar detalles de lo que realmente haría en la noche.
La mujer al momento de la llamada estaba frente a su laptop, chateando. Desde hace varios meses tenía una relación en el ciberespacio. El intercambio de mensajes e incluso de imágenes había aumentado en las últimas semanas y está noche, gracias a las "noches de amigos", habría acción con su amante en la web.
Ambos colgaron el teléfono agradeciendo por tener carta libre para la infidelidad. Así de crudo.
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6:00 pm
"Estoy en el bar La Taberna, en la segunda planta, en la última mesa, está vacío a esta hora así que no tendrás problemas para verme", César miraba desde la ventana.
"Estaré ahí en unos minutos...", mientras Fernanda estaba al teléfono, cada rostro se admiraba al verla caminar. Y esta vez no era por el cuerpo o el atuendo, era el golpe en el pómulo, aunque bajó la inflamación estaba muy morado y el maquillaje no servía de mucho. Tuvo que ver al frente y no cruzar miradas para soportar el difícil momento.
Al entrar a La Taberna sucedió lo mismo. Los meseros y los clientes en la primera planta susurraban mientras miraban el rostro de Fernanda.
"¡Dios mío! ¿qué pasó?", las palabras de introducción de César.
Fernanda lo abrazó fuertemente y no pudo evitar llorar. Todas esas barreras para dejar fluir cariño se rompieron en mil pedazos. Todo el terror y la desesperación de las últimas horas se diluyeron en lágrimas que humedecieron las camisa del joven. El sollozo era lamentable y se mezclaba con la música en la solitaria segunda planta de ese bar. No sería una noche de placer como pensaba César y no había palabras que decir.
El destino tenía preparado otro desenlace para el día. Uno de terror. Y ya estaba en proceso.
"La vi entrar. Sí. Es la misma mujer que dicen, la del golpe en la cara, pequeña, morena. Es la misma, la acabo de ver entrar al bar La Taberna. Fue una coincidencia porque no suelo estacionarme a esperar clientes en este lugar... es ella, solo eso puedo decir, me dijeron que llamara y es todo lo que tengo que hacer", el taxista simplemente quiso quedar bien y evitarse problemas. Y lo había logrado.
35 minutos después se estacionó un auto blanco. Salieron dos sujetos, uno alto, delgado de unos 50 años; el otro de mediana estatura, fornido y con rostro de pocos amigos. Eran del grupo de Bruno, obviamente estaban armados pero no eran sicarios, solo daban golpizas y amenazaban, sin permiso para matar a menos que fuera sumamente necesario. Ambos tenían trabajos formales y familias, eran de los infiltrados bien trabajados y que su misión era pasar desapercibidos hasta que les asignaban una "tarea" acorde a su posición. Esta vez tenían que capturar a la mujer a como diera lugar y llevarla a la casa de seguridad en el centro de la ciudad.
Se sentaron y pidieron unas cervezas, platicaron mientras observaban a su alrededor.
"Aquí no está, pero esperemos un rato", dijo Pepe, el hombre delgado.
"¿Estarán en la segunda planta?", Ramiro siempre analizaba los escenarios. "Nos quedamos acá, terminamos la primera cerveza y luego revisamos arriba", dijo sin esperar respuesta de su compañero.
"¡Mesero! ¿Hay televisores arriba? desde esta mesa no veo bien el partido", aunque era un juego diferido, Ramiro cambió su cara de pocos amigos a la de un tipo llevadero y con buen humor, pensó que era una buena excusa para cambiar de mesa sin levantar sospechas.
"Por supuesto señor, arriba hay más espacio ¿gusta cambiar y pasar su orden a otra mesa?"
"¡Genial, dos cervezas más por favor!", Ramiro señaló la parte de arriba y junto a su compañero caminaron.
Al llegar a la segunda planta, al final del cuarto vieron la espalda de un hombre quien estaba acompañado. Bastaron unos segundos para ver el golpe de la mujer en el rostro. "Es ella", dijo Pepe mientras se sentaron a diez metros de la mesa de César.
Les sirvieron las cervezas, agradecieron al mesero, tomaron varios sorbos, rieron entre ellos y daban la sensación de ser dos tipos amables y llevaderos. Pero era una estrategia que cumplió su objetivo.
Cuando César se levantó para pedir una bebida más para Fernanda, los saludó amablemente y ellos respondieron igual.
"Aquí tienes. Todo saldrá bien, mañana haremos lo necesario para que viajes a ese pueblo, no te preocupes", las palabras de Cesar calmaron por completo a Fernanda y la plática comenzó a cambiar de tema. Cinco minutos después lo que parecía una velada positiva comenzó a cambiar.
Sin que la prostituta sospechara algo vio como Ramiro se acercaba a César. El infiltrado sacó el arma y la colocó en la espalda del joven. "Si te mueves, disparo, así de sencillo. Si haces caso a lo que te digo, te aseguro que vivirás", fue directo y amenazante. Mientras tanto Pepe observaba desde las gradas para avisar si alguien subía.
César quedó inmóvil, sin respuesta, aterrado. Fernanda sintió que era el final y toda la calma se destruyó. La mujer se levantó pero no dio un paso más al ver que el rostro de César se contrajo al sentir que el cañón del arma golpeó su espalda. "Siéntate o lo mato y luego te disparo... vamos a bajar juntos, mi amigo se encargará de ti. Si intentan algo al que mataré primero serás vos, cabrón", la voz áspera, amenazante, intimidaba a cualquiera.
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7:30 pm
Pepe salió primero y tomaba del brazo a Fernanda; a cinco metros Ramiro y César caminaban, el delincuente colocó la mano que sostenía el arma en la parte interna de su chaqueta, siempre apuntando a César en caso el joven decidiera correr a pedir ayuda.
Ramiro se adelantó al auto y metió a César a la fuerza. Pepe estaba a tres metros de llegar cuando Fernanda lo golpeó en los testículos y comenzó a gritar desesperadamante: "¡Auxilio! ¡Auxilio!"
Aunque el hombre delgado se retorció del dolor, nunca dejó de apretar el brazo de la mujer; ambos cayeron al asfalto. Las pocas personas que transitaban en la zona quedaron impactadas, una de ellas tomó su celular y llamó a la Policía.
Pepe se levantó, golpeó a Fernanda fuertemente en la cara y la dejó casi inconciente. La arrastró hasta el auto y la lanzó al asiento del copiloto. El hombre, aún adolorido por el golpe en los testículos, pudo conducir y comenzaron la marcha a la casa de seguridad más cercana, a tan solo diez cuadras del lugar.
Ramiro encañonaba a César a la altura del costado, el joven estaba aterrorizado y no podía responder. Fernanda estaba conmocionada y no tenía la fuerza necesaria para siquiera forcejear. Parecía el final.
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"Para el mundo es un descuido, mala suerte o karma..."
"Pero solo es la parte del destino que me corresponde. Simple."
La Muerte
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A falta de cinco cuadras, dos patrulleros aparecieron desde una esquina a la izquierda del camino. No era un recorrido de rutina, era una cacería. La llamada de la testigo alertó a las unidades. La descripción del auto y de las placas lograron en poco tiempo la reacción policial.
Cuando uno de los patrulleros se acercó para cerrarle el paso al auto, los delincuentes sabían que no había escape. Pepe maniobró hacia la izquierda con tal rapidez que sorprendió al agente. El golpe provocó que perdiera el control y colisionara con un auto estacionado. Fue tan brutal el impacto que su compañero, quien también daba persecusión, desenfundó su arma y disparó hacia el lado izquierdo del automóvil.
Fueron cinco disparos: dos de ellos atravesaron el vidrio de la parte trasera, una bala se alojó en el omóplato de Ramiro, la segunda en su hombro. Un proyectil pasó de largo y atravesó el parabrisas, los otros dos plomos atravesaron la parte trasera del asiento del conductor y se alojaron en la espalda de Pepe. Un pulmón dañado. La sangre brotó, las manos que sostenían el timón perdieron fuerza, el auto a 70 km por hora perdió control y se estrelló de lleno en un pick up estacionado. El golpe fue del lado del conductor, los huesos de las costillas de Pepe se fracturaron al instante y astillaron los pulmones. El sujeto se ahogó en sangre. Fernanda rebotó fuerte en el interior del auto pero no tuvo heridas graves.
El rostro de Ramiro quedó ensangrentado luego del impacto con el asiento trasero del piloto; A César la colisión también lo hizo rebotar, tenía golpes en todo el cuerpo pero nada grave.
"¡Salgan del auto!", el policía avanzó con prudencia y no siguió gritando porque se percató que el conductor estaba muerto sobre el timón. Se acercó un poco más y vio a Fernanda que estaba asustada. "Salga del auto", gritó otra vez el policía.
A los pocos minutos llegaron los refuerzos, detuvieron a Ramiro que estaba inconciente y era el único que estaba armado.
Mientras la escena era custodiada y los periodistas trataban de averiguar más sobre otro caso de violencia en la ciudad, Fernanda y César fueron llevados a la comisaría, ahí fueron interrogados y dieron su versión de los hechos. Ramiro en el hospital se negó a hablar en un primer momento, pero no era experto, no era un criminal entrenado para tomar decisiones acordes a la situación, no era más que un infiltrado básico. Sucumbió al temor, a las amenazas de los policías de una condena ejemplar y al verse acorralado, habló a cambio de ayuda. Y habló de más. La misión que tenían de privar de libertad a cualquier mujer u hombre sospechosos de infiltrarse en el territorio del grupo de Bruno, la orden de atrapar a Fernanda y su acompañante, reveló nombres y direcciones de otros infiltrados, del modo de operar de los criminales. Los policías tomaron nota incluso un investigador estaba presente.
Cuando César y Fernanda estaban a solas, en el pasillo de la comisaría, fue ella la que rompió el silencio: "¿Qué haremos?"
El hombre era un manojo de nervios, temores y paranoia, lo último que quería era que lo descubrieran, que su nombre saliera en las noticias. Tuvo miedo, como siempre, y eso le ganó a la atracción, al cariño y dependencia que comenzaba a sentir por Fernanda. Cuando la vio a los ojos, aunque seguía atrapado por su particular belleza, el temor era más fuerte.
"Solamente quiero salir de esta situación..." le apartó la mirada a la chica. La prostituta sintió un vacío en su corazón. Una decepción más. La única persona en la que confiaba, le daba la espalda. Pudo sentir el temor de César y sabía que era el final. Casi se le salen las lágrimas otra vez. En el largo pasillo y con poca luz se murieron sus esperanzas de una relación medianamente normal.
En los siguientes minutos César explicó a los agentes, frente a Fernanda, que ella era una prostituta y que nada más era una cita. Dijo que no era la primera vez que se encontraban, que no conocía a los sujetos que los privaron de libertad y que lo único que quería era la posibilidad que resguardaran su identidad para evitar problemas con su prometida y con sus familias.
La prostituta quedó devastada. El relato era verdadero, ella era solo una prostituta más, pero eso no le dolió, la tristeza fue la cobardía de César. Eso fue una bomba que destrozó el poco optimismo que había construido alrededor de este joven.
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12:45 am
César y Fernanda fueron puestos en libertad, no había nada que los ligara a los atacantes.
En la calle oscura, afuera de la comisaría, solo estaban los dos.
"¿Por qué no puedes ayudarme?" la voz de Fernanda caló fuerte en el joven.
"¡Estuvieron a punto de matarme! No puedo alejarme de donde pertenezco. Aunque quisiera. Todo lo que nos pasó fue especial y me gustaría seguirte viendo porque me gustas... pero no puedo dejar atrás lo que me ata a mi prometida, a mi familia", sabía que estaba ante la mujer que le daba pasión y sabor a su vida, la que merecía atención. Pero era una prostituta, una mujer de la calle, y eso chocaba con todos los valores que le inculcaron. Si debía escoger con quien acostarse y con quien compartir deseos, esa era Fernanda y no su prometida; sin embargo, estaba atrapado en la indecisión y por primera vez iba a lamentar no dar el paso. No pudo. Simplemente no pudo.
Un auto de la policía se acercó para llevarlo hasta el lugar a donde estaba estacionado su automóvil. César apartó la mirada de Fernanda y se subió al auto. Cuando volvió su rostro para verla, ella ya estaba caminando hacia la dirección contraria. Sabía que era la última vez que la miraría, vio alejarse esa figura de estatura pequeña, curvilínea, una belleza particular, una piel morena con ojos cautivadores. Sintió un vacío en su interior, solamente superado por el histórico miedo y mediocridad que tanto lo caracterizaban.
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1:45 am
"Estos dos agentes están ligados a esa estructura, según el relato del sujeto. Uno de ellos está de licencia y es el único que no ha contestado su celular. Según las palabras del tal Ramiro, este agente custodia una casa de seguridad en el centro de la ciudad. Estamos a tan solo seis minutos de ese lugar. Es ahora o nunca", el análisis del investigador convenció al jefe de la policía de ese sector. En cuestión de 15 minutos agruparon a 25 agentes y llegaron a los alrededores de la casa de seguridad. La excusa del "operativo": recibieron una denuncia de una posible privación de libertad.
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Cuando uno de los vigías salió a recibir a quienes tocaban la puerta, la respuesta lo impactó. "Somos la policía", el hombre trató de alertar la presencia con una llamada de su celular. No se percató que desde el muro lo estaban observando. Otros dos sujetos se asomaron desde adentro para averiguar que pasaba. En el momento en que el hombre sacó su arma, los policías que observaban gritaron "¡suelta el arma!"
Continuará....
domingo, 11 de febrero de 2018
Fernanda Parte XX
Solo durmieron cuatro horas pero fue un descanso reparador. Cuando la ansiedad es expulsada por el sudor de una pasión, el cuerpo lo agradece. César y Fernanda cruzaron miradas. No había amor, pero ese brillo dejaba abierto un camino hacia ese sentimiento. El temor de César le impidía, por el momento, definirse. Fernanda es una prostituta, no cabe, al menos en el círculo social al cual pertenecía, que esta mujer sea un prospecto para enamorarse y formar una familia. Pero el joven dudaba, estaba entre romper con las reglas de su entorno, de su historia, o el de olvidarse de esta extraña atracción que tenía hacia la mujer pequeña, de cuerpo bondadoso, de mirada perturbadoramente sensual.
El silencio se rompió. Antes de que el hombre abriera la boca, Fernanda lo dijo claramente: "dejo la ciudad por un tiempo". César no supo que decir, pero sus ojos lo delataron. Como siempre, tardó varios segundos para expresarse. "Imagino que será por un par de días ¿verdad?"
"Será un tiempo indefinido. No me siento segura en esta ciudad, es como salir con la sensación que no volverás viva a casa. Hay pueblos cercanos a donde creo que encontraré una oportunidad de hacer algo distinto", la mirada de la prostituta no se apartó de los ojos del joven. Sabía que era el momento de medir cuánto interés podría tener César hacia ella. Era ahora o nunca, además no tenía mucho tiempo.
"Sabes, yo no creo que esté tan seguro de seguir el estilo de vida que tengo. Tarde o temprano dejaré atrás, no solo la dependencia a los negocios familiares, sino también a mi prometida...", en este momento César sintió que debía dar el paso siguiente, plantear la posibilidad de pasar de las citas esporádicas a una relación que al menos le permitiera ver a Fernanda en otros ámbitos. "¿Estás seguro, César? ¿Sabes lo que pueden decir de esta relación... con una prostituta?" los pensamientos volvieron a atacar su mente y se notó en su rostro, no podía evitarlo.
"Al menos si nos vemos no te sentirás tan culpable... y quizás con el tiempo superes esa relación y podrás hacer lo que quieras", por primera vez en mucho tiempo del interior de la mujer brotó un sentimiento de esperanza, muy pequeño pero todo un oasis en medio de tanta destrucción y oscuridad que caracterizaban el corazón de Fernanda. Era complicado imaginar una relación, pero ella sabía que las noches que compartieron habían marcado al joven, ella lo sintió. Y no estaba equivocada.
lunes, 7 de marzo de 2016
Año 4
Sin darme cuenta pasó el día de la independencia.
Suficiente afán como para diluirme en lo cotidiano.
Una estrella me recordó mi nueva vida.
Una que, espero, no sea fugaz.
Quizás me estoy sintiendo cómodo.
A lo mejor son los años.
O tal vez perdí el gusto a un triunfo épico.
Mi cabeza funciona diferente... quizás.
Los minutos de silencio dan la razón.
Desnudan la realidad.
Nos venden una libertad a la que nos sostenemos.
Mis ojos descifran cadenas que nos aprisionan.
No hay independencia en pedazos.
No hay libertad a medias.
No hay vida sin dominio.
No somos dueños del destino.
En el silencio comprendo que solo fue una batalla.
Un yugo superado, nada más.
Siento otras cadenas, menos dolorosas, pero siempre opresoras.
Un ciclo pasó. Otros me ponen a prueba.
Sometido un demonio.
Levanto la mirada.
Otros me observan.
Año 4. La batalla continúa.
miércoles, 23 de septiembre de 2015
¡Qué final!
El agua en el rostro no provocó nada, la mirada en el espejo no dijo nada y ese retraso en cada una de las actividades matutinas, fue mucho más contundente de lo esperado.
Cada minuto fue testigo de una apatía profunda, una ida y vuelta de pensamientos sin sentido, un esfuerzo sin frutos, una incomodidad interna.
El mundo absorvente desplegó el mismo menú, la misma promoción de actividades llamada vida. Y esa imponente fuerza mueve todo, a todos, incluyendo a mi estado sombrío.
No opuse resistencia, no tuve la fuerza mental para hacerlo. No intenté cambiar la situación, solo dejé pasar el tiempo.
La conversación ruidosa en el bus, no me desesperó.
Las voces infantiles, con toda su inocencia, no me conmovieron.
La desesperación de los rostros, no me indignaron.
El día pasó y esa barrera mental que no permite pasar colores, nunca se debilitó.
Desde el amanecer tuve esa sensación y nunca se alejó de mi interior.
Mientras muchos luchan para aferrarse a la vida, otros se ven obligados a respirar; cuando en las camas unos lloran por un minuto más, hay quienes viven sin querer hacerlo.
Esa es solo una de las tantas contradicciones. Esa espiral descendente de causas y efectos, azares, coincidencias y otras razones o estupideces con las que tratamos de explicarnos todo, no se detendrá nunca.
"¿Y si esto es opcional?" retumbó en mi mente. "¿Puedo definir el rumbo?"
"¿El rumbo que yo creo o el que impone la existencia?", me dije.
Pero siguiendo el ritmo oscuro de las últimas horas tampoco tuve la necesidad de encontrarle una explicación a esas interrogantes.
Cerré mis ojos y en silencio, sin remordimientos y con soberbia, apagué el día que no quise vivir creyendo que podía tener otra oportunidad al amanecer.
Unas horas después, por mala o buena suerte o por algo que desconozco, sin razón aparente, me convertí en el sorteado del destino... y nunca más volví a despertar.
Ahora solo me queda esperar a que finalice el tunel para ver si era cierto o no todo lo que creí... ¡qué final!