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sábado, 20 de abril de 2019
Fernanda Parte XXV
Solo los mejor preparados toman las decisiones acertadas en los momentos extremos. No importa sin son buenas o malas personas, en la preparación está la clave. En el mundo criminal es importante ser aguerrido, aunque puedes morir rápido; se toma en cuenta, por ejemplo, la lealtad pero eso no te alcanza en un mano a mano con el enemigo. En el bajo mundo es indispensable ser aguerrido, leal y estar preparado mentalmente para cada misión, todo eso mezclado con una habilidad vital: saber actuar en el momento justo, con la fuerza necesaria.
Pero el vigía encargado de la casa de seguridad carecía de sentido común criminal. El policía comprado por el crimen tenía en una mano el celular y en la otra la pistola, estaba en el patio de la casa y desde los muros fue avistado y amenazado por los agentes. El hombre se puso nervioso y no supo qué hacer. Las autoridades estaban afuera de la casa de seguridad tratando de atar cabos luego del testimonio de Ramiro, uno de los tantos sujetos de la amplia red de contactos de la banda que un día lideró Vaquero y que ahora estaba bajo las órdenes de Bruno.
Los policías no tenían una orden para registrar la casa, esperaban un motivo para ingresar por la fuerza. Y el vigía se los dio. El sujeto, por los nervios, no pensó bien: dejó caer el celular y a pesar que tres agentes estaban en los muros, que no eran blancos fáciles por la luz y la posición, el hombre disparó. Bingo.
De los 22 policías que estaban en las afueras un grupo de cinco abrió la puerta y entró disparando, desde la casa respondieron al ataque, el saldo del primer intercambio fue de dos agentes heridos y del lado criminal dos hombres calleron al suelo, uno de ellos era el vigía inexperto, ni siquiera buscó un lugar adecuado para cubrirse y disparar. Murió en los siguientes dos minutos.
Los policías no tenían idea de la importancia de esta misión, no sabían que adentro de la casa estaba el pez gordo, uno de los más buscados: Bruno.
El jefe criminal quedó totalmente sorprendido al escuchar los disparos, no se esperaba este ataque mucho menos de la policía. La sorpresa pasó a segundo plano, y como un criminal preparado, tomó sus armas para escenarios en desventaja: su infaltable nueve milímetros y un rifle M16 junto con tres cargadores que sacó de un mueble que estaba en uno de los cuartos.
Bruno y sus hombres siempre tenían un plan. La célula criminal, cuando no estaba en su base ubicada en el sur de la ciudad, solo visitaba cuatro casas de seguridad con las mismas características: de dos plantas, amplia, con varios cuartos conectados entre si, con un patio trasero que tenía salida y con un pequeño tunel para dar con el patio trasero de la casa aledaña, que obviamente era habitada por gente a favor del grupo delictivo.
A la salida de ambas rutas de escape siempre estaba un auto estacionado en caso emergencia.
Por eso Bruno y sus hombres de confianza solo tenían que repeler el ataque inicial y comenzar a buscar las dos posibles salidas. No era sencillo porque ya habían perdido la primera línea de defensa y ahora serían cuatro hombres, incluyendo al jefe, contra al menos 15 policías que comenzaron a entrar en grupos mientras otros ocho estaban en las inmediaciones.
Se dividieron en dos grupos: Manuel y Jorge, dos hombres delgados y los más aguerridos de su grupo serían la segunda línea de defensa, mientras Bruno y su lugarteniente, un hombre fornido y alto conocido como Diablo, comenzarían a buscar las salidas. El plan A era disparar y cubrirse las espaldas hasta que uno llegara al auto y sin levantar tantas sospechas preparar el escape. El plan B, el que Bruno ya tenía en mente, era alcanzar el auto con al menos uno de sus hombres. Si tenía que escoger prefería al Diablo porque Manuel y Jorge tenían más experiencia en abrirse paso por si solos y escapar individualmente.
En el segundo intercambio Manuel y Jorge lograron detener el avance del primer grupo de policías. Mientras Jorge corrió a la parte trasera los disparos de Bruno y Diablo lo cubrieron. Luego los tres continuaron disparando hasta que Manuel los alcanzó.
Cuando Bruno superó la puerta trasera, se subió al muro y observó que en la esquina estaba una patrulla con dos policías fuertemente armados que custodiaban la entrada de la cuadra que daba con la casa de seguridad.
Entonces tomó la decisión de salir por el tunel para dar con el patio trasero de la casa aledaña. Cuando salió a la calle, el auto estaba a unos diez metros. No era sencillo salir porque la balacera provocaba que desde las ventanas de las viviendas aledañas las personas observaran el escenario.
En ese momento al interior de la casa de seguridad, el avance de la policía surtió efecto. Jorge fue herido en la pierna izquierda cuando caminaba hacia la parte trasera. Manuel y Diablo, al ver la puerta del tunel abierta dedujeron que Bruno ya estaba en el carro. Diablo ordenó a Manuel que saliera mientras comenzó a disparar a los policías para abrirle paso a Jorge, quien se arrastraba y no dejaba de disparar su arma, ya había gastado dos cartuchos y le quedaban dos más.
Bruno, con rifle en mano, comenzó a caminar y logró que la oscuridad de la calle le ayudara a pasar desapercibido, cuando llegó al auto quedó expuesto a los ojos de unos vecinos que miraban desde su ventana. Entró y decidió esperar un minuto. Cuando volvió la mirada vio que Manuel se acercaba a paso rápido pero sin levantar sospechas. "¿Y Diablo?" dijo con voz agitada.
"Se quedó abriendo paso. Jorge está herido. Debemos escapar", Manuel tenía razón y Bruno miraba su reloj. "Necesito un hombre más para superar la intersección a donde está la patrulla", pensó el jefe sin quitarle los ojos al segundero.
El sonido de los disparos se acercaba, eso era señal que los policías ya habían llegado al menos a la parte trasera de la casa. Entonces el que salió del tunel de la casa aledaña fue Jorge, que cojeaba y sangraba. Eso levantó todas las sospechas y Bruno lo sabía. "Yo me encargaré de abrirme pasó", luego de sus palabras ordenó a Manuel que manejara mientras él tomaba posición en la parte trasera. "Le dieron al Diablo, no creo que lo logre", dijo Jorge quien tenía ensangrentada la pantorrila izquierda, aunque el disparo no le fracturó el hueso. Bruno dio por perdido al Diablo, obligó a Jorge a sentarse detrás del conductor y comenzaron la parte final del escape, debían superar a los dos policías fuertemente armados que estaban en la esquina.
En la puerta del tunel Diablo sangraba del hombro y el estómago, logró cargar su arma por última vez y comenzó a disparar hacia la puerta que daba al patio trasero. Eso detuvo un momento a los policías, quienes ya habían perdido a un hombre en su ataque final a la casa.
Mientras Diablo disparaba sus últimas balas, antes de ser ultimado, Manuel no encendió las luces del auto y comenzó la marcha, cuando llegaron a la esquina uno de los policías le ordenó el alto, en ese momento Jorge con su pistola nueve milímetros y Bruno con su rifle abrieron fuego, el policía cayó fulminado mientras que su compañero alcanzó a cubrirse.
Cuando Manuel aceleró y superó la esquina, otros dos agentes que escucharon los disparos se acercaron y junto al policía que se había cubierto abrieron fuego, una de las balas rozó el pómulo de Bruno lo suficiente para destrozarle esa parte del rostro, otras dos balas se alojaron en el hombro izquierdo de Jorge y una atravesó el asiento e hirió a Manuel en el brazo izquierdo, aún con ese impacto logró conducir y alejarse de la escena mientras una patrulla comenzó la persecusión.
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"Muchas veces la locura es la antesala de mi llegada"
La Muerte
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La locura.
La persecusión fue intensa.
Bruno, por la herida en el rostro, no tenía la misma capacidad de combate. Jorge, quien tenía tres impactos de bala pero ninguno de ellos había tocado órgano sensibles, tuvo la fuerza de tomar el M16 de Bruno y disparaba cada cierto tiempo para tratar de detener el avance de los policías; pero era imposible, desde la patrulla los disparos destruían cada vez más el auto de los criminales.
No había otra opción, había que tomar una decisión suicida. "Alguien debe bajarse y contenerlos", dijo Bruno quien con un pedazo de su camisa apretaba la herida en su rostro. Manuel aceleró hasta llegar a la entrada de una colonia asediada por grupos de pandillas, tomó una calle angosta y al llegar a la esquina le dijo a Jorge que se bajara. Su compañero no dudó, ya había enfrentado situaciones iguales o peores y había salido triunfante, se colocó detrás de un contenedor de basura. El auto aceleró al momento que al otro lado de la calle ingresaba el carro policial.
Cinco segundos después una ráfaga de balas impactó la parte derecha de la patrulla hiriendo al conductor y a uno de los policías que estaba en la parte trasera. La patrulla se detuvo 10 metros después, entonces Jorge, mientras cojeaba y trataba de escapar, no dejó de disparar al auto. Suficientes balas para matar a los dos policías heridos pero pocas para detener a los otros tres agentes. Una cuadra después y sin la fuerza para hacerle frente al ataque, Jorge recibió tres balazos, uno de ellos directo al corazón.
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Los gritos de dolor y frustración dificultaban la intervención quirúrgica al jefe criminal.
La herida era peor de lo que creían. Bruno perdió el ojo y el pómulo derecho.
Manuel, estaba fuera de peligro por el balazo en el hombro. Otros cuatro hombres del círculo de Bruno analizaban que salió mal esa noche. Estaban en constante comunicación con agentes claves de la red criminal, debían tener una respuesta lo más pronto posible para rendir cuentas.
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Al día siguiente las portadas de los periódicos y los titulares de los principales noticieros daban amplia cobertura del enfrentamiento. Hablaban de un golpe clave a la organización criminal más peligrosa de la ciudad. Había un falso discurso triunfal de parte de las autoridades. Los que sí celebraban eran el resto de organizaciones criminales que ansiaban el control de la ciudad.
En la principal casa de seguridad de los criminales, Bruno tenía vendada la mitad del rostro, su ojo izquierdo fijo al techo de la casa mientras escuchaba los informes de sus lugartenientes.
Ramiro fue el informante que los delató, a partir de esa información dieron con uno de los agentes de su red que casualmente brindaba seguridad en la casa a donde decidió pasar la noche.
Pero la mayor frustración, lo que le generaba un odio indescriptible, era la información del resto de policías ligados a su banda: no había un grupo de prostitutas infiltrado en sus dominios, no había ningún indicio de mujeres al servicio de sus enemigos, no existía un plan orquestado para que otras bandas criminales ganaran espacio en sus territorios. La deducción de un grupo de mujeres matando hombres de su organización era errónea. El asesinato de Vaquero, el antiguo líder, y del Negro, un delincuente de poca importancia en su grupo, fueron atribuidos a hechos aislados. Lo que nunca supieron era que Fernanda, la pequeña prostituta, estaba detrás de esos hechos por cuestiones muy particulares y no como un plan.
Bruno estaba destrozado, no por los asesinatos que ordenó a partir de sus hipótesis sino porque había perdido un ojo y su olfato criminal había fallado por completo. Seguía siendo el líder de un amplio territorio de la urbe, su organización era la más temida y respetada en el mundo del crimen pero en su interior sabía de su equivocación y esa acción le costó caro.
"¿Qué hacemos jefe?", preguntó Manuel. "¿Quiere venganza?".
Bruno no respondió.
"Ya habrá tiempo para las venganzas, por el momento a seguir controlando todo como si nada", fue la respuesta de César "El Capo", el número dos de la organización, fiel a Bruno y el de mayor confianza del jefe.
Después de eso solo hubo silencio. Bruno no dejaba de ver al techo de la casa.
Continuará...
sábado, 15 de diciembre de 2018
Fernanda Parte XXIV
11:45 am
El sonido del celular sorprendió a César en medio de una pequeña reunión con los colaboradores de un proyecto. Cuando vio el nombre clave del contacto "Fernando" tomó el teléfono y salió de la oficina sin dar explicaciones.
"¿Pero qué ha pasado? ¿A dónde has estado?", susurró el joven para no llamar la atención en su trabajo.
"Es una larga historia... estuve a punto de morir. Quiero verte esta tarde, es urgente para mi", Fernanda aguantó las ganas de llorar para no mostrarse vulnerable. "Quiero que nos veamos en algún lugar, no sé, un bar que conozcas. Hay muchos en la zona de Versalles", seste lugar estaba cerca del centro de la ciudad pero era seguro por la presencia policial.
César no supo qué decir, como siempre le tomó muchos segundos para hablar. "A las 6:00 de la tarde llegaré a Versalles y cuando esté ahí te llamo. Estaré a la hora exacta".
Fernanda quería seguir hablando pero se contuvo. "Gracias. Ahí estaré, debo descansar un poco. Adiós", fue cortante porque temblaba de la debilidad, el temor y la desesperación.
César pidió permiso para ausentarse de la reunión y, como era uno de los principales jefes del proyecto, no hubo inconvenientes. En las siguientes dos horas pensó la mejor estrategia para ausentarse y no llegar a casa. "No creo que Laura se moleste si retomó mi hábito de jugar a las cartas con los amigos que tenemos en común".
"Gerardo, necesito un favor, esta noche le diré a Laura que hay reunión de amigos para jugar. Será en tu casa y por iniciativa tuya, en dado caso llame por supuesto. Necesito arreglar unos asuntos", la confianza con su amigo de infancia le permitió por muchos años la coartada perfecta no solo para verse con mujeres, también para ausentarse a citas con sus padres y familiares.
"Ya me imagino, cabrón, ya me imagino... estaré pendiente. Hazla gritar por favor, jajajaja", así era Gerardo, del grupo de amigos adinerados era el que tenía un poco más de dinero pero menos lenguaje refinado. Hay cuestiones que el dinero no cambia.
César llamó a Laura, le dijo que se quedaría en el trabajo hasta tarde, luego saldría a una reunión con unos colaboradores. "Por cierto, Gerardito convocó a noche de amigos, espero no te moleste", César esperó con cierta ansia la respuesta de su prometida.
"Esas reuniones nunca se acabarán, lo tengo claro desde hace años. Solamente espero que no se excedan. Sabes César, tuve una mañana cansada en el trabajo y pedí la tarde, así que me dormiré temprano. Cuando vuelvas trata la manera de no hacer ruido, ten cuidado cariño", Laura fue sincera en un punto: estaba cansada. Pero no tenía que dar detalles de lo que realmente haría en la noche.
La mujer al momento de la llamada estaba frente a su laptop, chateando. Desde hace varios meses tenía una relación en el ciberespacio. El intercambio de mensajes e incluso de imágenes había aumentado en las últimas semanas y está noche, gracias a las "noches de amigos", habría acción con su amante en la web.
Ambos colgaron el teléfono agradeciendo por tener carta libre para la infidelidad. Así de crudo.
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6:00 pm
"Estoy en el bar La Taberna, en la segunda planta, en la última mesa, está vacío a esta hora así que no tendrás problemas para verme", César miraba desde la ventana.
"Estaré ahí en unos minutos...", mientras Fernanda estaba al teléfono, cada rostro se admiraba al verla caminar. Y esta vez no era por el cuerpo o el atuendo, era el golpe en el pómulo, aunque bajó la inflamación estaba muy morado y el maquillaje no servía de mucho. Tuvo que ver al frente y no cruzar miradas para soportar el difícil momento.
Al entrar a La Taberna sucedió lo mismo. Los meseros y los clientes en la primera planta susurraban mientras miraban el rostro de Fernanda.
"¡Dios mío! ¿qué pasó?", las palabras de introducción de César.
Fernanda lo abrazó fuertemente y no pudo evitar llorar. Todas esas barreras para dejar fluir cariño se rompieron en mil pedazos. Todo el terror y la desesperación de las últimas horas se diluyeron en lágrimas que humedecieron las camisa del joven. El sollozo era lamentable y se mezclaba con la música en la solitaria segunda planta de ese bar. No sería una noche de placer como pensaba César y no había palabras que decir.
El destino tenía preparado otro desenlace para el día. Uno de terror. Y ya estaba en proceso.
"La vi entrar. Sí. Es la misma mujer que dicen, la del golpe en la cara, pequeña, morena. Es la misma, la acabo de ver entrar al bar La Taberna. Fue una coincidencia porque no suelo estacionarme a esperar clientes en este lugar... es ella, solo eso puedo decir, me dijeron que llamara y es todo lo que tengo que hacer", el taxista simplemente quiso quedar bien y evitarse problemas. Y lo había logrado.
35 minutos después se estacionó un auto blanco. Salieron dos sujetos, uno alto, delgado de unos 50 años; el otro de mediana estatura, fornido y con rostro de pocos amigos. Eran del grupo de Bruno, obviamente estaban armados pero no eran sicarios, solo daban golpizas y amenazaban, sin permiso para matar a menos que fuera sumamente necesario. Ambos tenían trabajos formales y familias, eran de los infiltrados bien trabajados y que su misión era pasar desapercibidos hasta que les asignaban una "tarea" acorde a su posición. Esta vez tenían que capturar a la mujer a como diera lugar y llevarla a la casa de seguridad en el centro de la ciudad.
Se sentaron y pidieron unas cervezas, platicaron mientras observaban a su alrededor.
"Aquí no está, pero esperemos un rato", dijo Pepe, el hombre delgado.
"¿Estarán en la segunda planta?", Ramiro siempre analizaba los escenarios. "Nos quedamos acá, terminamos la primera cerveza y luego revisamos arriba", dijo sin esperar respuesta de su compañero.
"¡Mesero! ¿Hay televisores arriba? desde esta mesa no veo bien el partido", aunque era un juego diferido, Ramiro cambió su cara de pocos amigos a la de un tipo llevadero y con buen humor, pensó que era una buena excusa para cambiar de mesa sin levantar sospechas.
"Por supuesto señor, arriba hay más espacio ¿gusta cambiar y pasar su orden a otra mesa?"
"¡Genial, dos cervezas más por favor!", Ramiro señaló la parte de arriba y junto a su compañero caminaron.
Al llegar a la segunda planta, al final del cuarto vieron la espalda de un hombre quien estaba acompañado. Bastaron unos segundos para ver el golpe de la mujer en el rostro. "Es ella", dijo Pepe mientras se sentaron a diez metros de la mesa de César.
Les sirvieron las cervezas, agradecieron al mesero, tomaron varios sorbos, rieron entre ellos y daban la sensación de ser dos tipos amables y llevaderos. Pero era una estrategia que cumplió su objetivo.
Cuando César se levantó para pedir una bebida más para Fernanda, los saludó amablemente y ellos respondieron igual.
"Aquí tienes. Todo saldrá bien, mañana haremos lo necesario para que viajes a ese pueblo, no te preocupes", las palabras de Cesar calmaron por completo a Fernanda y la plática comenzó a cambiar de tema. Cinco minutos después lo que parecía una velada positiva comenzó a cambiar.
Sin que la prostituta sospechara algo vio como Ramiro se acercaba a César. El infiltrado sacó el arma y la colocó en la espalda del joven. "Si te mueves, disparo, así de sencillo. Si haces caso a lo que te digo, te aseguro que vivirás", fue directo y amenazante. Mientras tanto Pepe observaba desde las gradas para avisar si alguien subía.
César quedó inmóvil, sin respuesta, aterrado. Fernanda sintió que era el final y toda la calma se destruyó. La mujer se levantó pero no dio un paso más al ver que el rostro de César se contrajo al sentir que el cañón del arma golpeó su espalda. "Siéntate o lo mato y luego te disparo... vamos a bajar juntos, mi amigo se encargará de ti. Si intentan algo al que mataré primero serás vos, cabrón", la voz áspera, amenazante, intimidaba a cualquiera.
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7:30 pm
Pepe salió primero y tomaba del brazo a Fernanda; a cinco metros Ramiro y César caminaban, el delincuente colocó la mano que sostenía el arma en la parte interna de su chaqueta, siempre apuntando a César en caso el joven decidiera correr a pedir ayuda.
Ramiro se adelantó al auto y metió a César a la fuerza. Pepe estaba a tres metros de llegar cuando Fernanda lo golpeó en los testículos y comenzó a gritar desesperadamante: "¡Auxilio! ¡Auxilio!"
Aunque el hombre delgado se retorció del dolor, nunca dejó de apretar el brazo de la mujer; ambos cayeron al asfalto. Las pocas personas que transitaban en la zona quedaron impactadas, una de ellas tomó su celular y llamó a la Policía.
Pepe se levantó, golpeó a Fernanda fuertemente en la cara y la dejó casi inconciente. La arrastró hasta el auto y la lanzó al asiento del copiloto. El hombre, aún adolorido por el golpe en los testículos, pudo conducir y comenzaron la marcha a la casa de seguridad más cercana, a tan solo diez cuadras del lugar.
Ramiro encañonaba a César a la altura del costado, el joven estaba aterrorizado y no podía responder. Fernanda estaba conmocionada y no tenía la fuerza necesaria para siquiera forcejear. Parecía el final.
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"Para el mundo es un descuido, mala suerte o karma..."
"Pero solo es la parte del destino que me corresponde. Simple."
La Muerte
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A falta de cinco cuadras, dos patrulleros aparecieron desde una esquina a la izquierda del camino. No era un recorrido de rutina, era una cacería. La llamada de la testigo alertó a las unidades. La descripción del auto y de las placas lograron en poco tiempo la reacción policial.
Cuando uno de los patrulleros se acercó para cerrarle el paso al auto, los delincuentes sabían que no había escape. Pepe maniobró hacia la izquierda con tal rapidez que sorprendió al agente. El golpe provocó que perdiera el control y colisionara con un auto estacionado. Fue tan brutal el impacto que su compañero, quien también daba persecusión, desenfundó su arma y disparó hacia el lado izquierdo del automóvil.
Fueron cinco disparos: dos de ellos atravesaron el vidrio de la parte trasera, una bala se alojó en el omóplato de Ramiro, la segunda en su hombro. Un proyectil pasó de largo y atravesó el parabrisas, los otros dos plomos atravesaron la parte trasera del asiento del conductor y se alojaron en la espalda de Pepe. Un pulmón dañado. La sangre brotó, las manos que sostenían el timón perdieron fuerza, el auto a 70 km por hora perdió control y se estrelló de lleno en un pick up estacionado. El golpe fue del lado del conductor, los huesos de las costillas de Pepe se fracturaron al instante y astillaron los pulmones. El sujeto se ahogó en sangre. Fernanda rebotó fuerte en el interior del auto pero no tuvo heridas graves.
El rostro de Ramiro quedó ensangrentado luego del impacto con el asiento trasero del piloto; A César la colisión también lo hizo rebotar, tenía golpes en todo el cuerpo pero nada grave.
"¡Salgan del auto!", el policía avanzó con prudencia y no siguió gritando porque se percató que el conductor estaba muerto sobre el timón. Se acercó un poco más y vio a Fernanda que estaba asustada. "Salga del auto", gritó otra vez el policía.
A los pocos minutos llegaron los refuerzos, detuvieron a Ramiro que estaba inconciente y era el único que estaba armado.
Mientras la escena era custodiada y los periodistas trataban de averiguar más sobre otro caso de violencia en la ciudad, Fernanda y César fueron llevados a la comisaría, ahí fueron interrogados y dieron su versión de los hechos. Ramiro en el hospital se negó a hablar en un primer momento, pero no era experto, no era un criminal entrenado para tomar decisiones acordes a la situación, no era más que un infiltrado básico. Sucumbió al temor, a las amenazas de los policías de una condena ejemplar y al verse acorralado, habló a cambio de ayuda. Y habló de más. La misión que tenían de privar de libertad a cualquier mujer u hombre sospechosos de infiltrarse en el territorio del grupo de Bruno, la orden de atrapar a Fernanda y su acompañante, reveló nombres y direcciones de otros infiltrados, del modo de operar de los criminales. Los policías tomaron nota incluso un investigador estaba presente.
Cuando César y Fernanda estaban a solas, en el pasillo de la comisaría, fue ella la que rompió el silencio: "¿Qué haremos?"
El hombre era un manojo de nervios, temores y paranoia, lo último que quería era que lo descubrieran, que su nombre saliera en las noticias. Tuvo miedo, como siempre, y eso le ganó a la atracción, al cariño y dependencia que comenzaba a sentir por Fernanda. Cuando la vio a los ojos, aunque seguía atrapado por su particular belleza, el temor era más fuerte.
"Solamente quiero salir de esta situación..." le apartó la mirada a la chica. La prostituta sintió un vacío en su corazón. Una decepción más. La única persona en la que confiaba, le daba la espalda. Pudo sentir el temor de César y sabía que era el final. Casi se le salen las lágrimas otra vez. En el largo pasillo y con poca luz se murieron sus esperanzas de una relación medianamente normal.
En los siguientes minutos César explicó a los agentes, frente a Fernanda, que ella era una prostituta y que nada más era una cita. Dijo que no era la primera vez que se encontraban, que no conocía a los sujetos que los privaron de libertad y que lo único que quería era la posibilidad que resguardaran su identidad para evitar problemas con su prometida y con sus familias.
La prostituta quedó devastada. El relato era verdadero, ella era solo una prostituta más, pero eso no le dolió, la tristeza fue la cobardía de César. Eso fue una bomba que destrozó el poco optimismo que había construido alrededor de este joven.
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12:45 am
César y Fernanda fueron puestos en libertad, no había nada que los ligara a los atacantes.
En la calle oscura, afuera de la comisaría, solo estaban los dos.
"¿Por qué no puedes ayudarme?" la voz de Fernanda caló fuerte en el joven.
"¡Estuvieron a punto de matarme! No puedo alejarme de donde pertenezco. Aunque quisiera. Todo lo que nos pasó fue especial y me gustaría seguirte viendo porque me gustas... pero no puedo dejar atrás lo que me ata a mi prometida, a mi familia", sabía que estaba ante la mujer que le daba pasión y sabor a su vida, la que merecía atención. Pero era una prostituta, una mujer de la calle, y eso chocaba con todos los valores que le inculcaron. Si debía escoger con quien acostarse y con quien compartir deseos, esa era Fernanda y no su prometida; sin embargo, estaba atrapado en la indecisión y por primera vez iba a lamentar no dar el paso. No pudo. Simplemente no pudo.
Un auto de la policía se acercó para llevarlo hasta el lugar a donde estaba estacionado su automóvil. César apartó la mirada de Fernanda y se subió al auto. Cuando volvió su rostro para verla, ella ya estaba caminando hacia la dirección contraria. Sabía que era la última vez que la miraría, vio alejarse esa figura de estatura pequeña, curvilínea, una belleza particular, una piel morena con ojos cautivadores. Sintió un vacío en su interior, solamente superado por el histórico miedo y mediocridad que tanto lo caracterizaban.
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1:45 am
"Estos dos agentes están ligados a esa estructura, según el relato del sujeto. Uno de ellos está de licencia y es el único que no ha contestado su celular. Según las palabras del tal Ramiro, este agente custodia una casa de seguridad en el centro de la ciudad. Estamos a tan solo seis minutos de ese lugar. Es ahora o nunca", el análisis del investigador convenció al jefe de la policía de ese sector. En cuestión de 15 minutos agruparon a 25 agentes y llegaron a los alrededores de la casa de seguridad. La excusa del "operativo": recibieron una denuncia de una posible privación de libertad.
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Cuando uno de los vigías salió a recibir a quienes tocaban la puerta, la respuesta lo impactó. "Somos la policía", el hombre trató de alertar la presencia con una llamada de su celular. No se percató que desde el muro lo estaban observando. Otros dos sujetos se asomaron desde adentro para averiguar que pasaba. En el momento en que el hombre sacó su arma, los policías que observaban gritaron "¡suelta el arma!"
Continuará....
sábado, 21 de julio de 2018
Fernanda Parte XXIII
"Aquí estoy"
La Muerte
El sonido de la acelaración del auto prendió las alarmas en el hombre de negro y solo tuvo tiempo para moverse a la derecha. Tres impactos de bala rompieron el silencio. Tres plomos salieron desde la ventana del copiloto del carro gris. Dos balas se alojaron en el hombro izquierdo del sujeto vestido de oscuro, Toño, como lo conocen en el bajo mundo. El tercer disparo traspasó la ventana y el parabrisas.
Los dos autos siguieron la marcha y pasaron cerca de la acera a donde Fernanda caminaba. La chica, del susto, cayó al suelo y con sus manos se cubrió la cabeza. Los agresores del auto gris solamente necesitaban volver a colocarse cerca de su presa para finalizar la misión. Pero no contaban con la bravura de Toño. Pese a la sangre y el dolor, no se desesperó y en segundos tomó una sorpresiva decisión: aceleró, logró retomar la delantera espero un poco y luego frenó la marcha para provocar la colisión.
La cabeza del atacante pegó contra el parabrisas y la sangre se mezcló con los pedazos de vidrio. Aunque no quedó inconsciente ya no podía responder adecuadamente, soltó el arma y la sangre se introdujo en sus ojos. Trató de limpiarse; mientras tanto, el conductor se quitó el cinturón y salió del auto para sacar su arma.
Toño, para no ser blanco sencillo, se apresuró a salir por la puerta del copiloto. Sabía que era ahora o nunca, atacar sin mediaciones, no era la primera vez que estaba en un momento crítico y siempre logró salvar la vida. Salió, sacó el arma y comenzó el ataque, al mismo tiempo el conductor del auto gris comenzó a disparar.
El hombre de negro sintió el desesperante dolor cuando el plomo atravesó nuevamente su piel, esta vez en su antebrazo izquierdo; ahora toda la extremidad estaba inmovilizada, pero su brazo derecho estaba intacto al igual que su bravura y sus ganas de salir vivo. Disparó 10 de las 15 balas del cargador de su Beretta 92, tres de ellas dieron en el blanco: el estómago y dos en el brazo derecho del atacante, quien cayó al suelo y buscó resguardarse.
"¡Ahora o nunca!", Toño lo pensó y esta vez disparó al lado del copiloto, ahí estaba todavía el otro hombre agazapado tratando de responder en medio del terror, tenía la lesión en su cabeza y la sangre ya había alcanzado todo su rostro. Esa indecisión hizo la diferencia. Cuando empuñaba nuevamente el arma sintió los dos impactos, uno en el hombro y otro ingresó en la mejilla, le dañó la boca y una parte del cuello. Fue suficiente.
El hombre de negro corrió como pocas veces. A dos cuadras, con pistola en mano, sacó a un taxista de su auto y huyó del lugar.
El saldo: un muerto, un herido grave y Toño recorriendo la ciudad en busca de la casa de seguridad más alejada del lugar del ataque, la sangre no dejaba de brotar y sentía mareos además de un dolor insoportable en todo el brazo izquierdo.
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Todo sucedió muy rápido.
Fernanda al escuchar la segunda ráfaga de disparos corrió en dirección a la unidad de salud y cuando vio que poco a poco la gente comenzó a salir para ver lo que sucedía, se perdió entre la pequeña multitud. Estaba aterrorizada. Otra vez sintió la muerte cerca, como pocas veces.
No dejó de caminar hasta que el sonido de las sirenas de ambulancias y policías se perdieron en la noche. No paró la marcha hasta que el silencio de la oscuridad, otra vez, le diera cierta calma. En diez minutos estaba cerca de un motel de mala muerte que ya había visitado. Pidió un cuarto y aunque el asistente del lugar se extrañó al verla sola, ella ignoró la mirada y esperó a tener la llave en sus manos. Pidió una cajetilla de cigarrillos y se retiró.
Se acostó en la cama sin quitarse nada, sus ojos fijos en el techo. Prendió un cigarro y aunque escuchaba los sonidos de placer de una pareja en el cuarto contiguo, eso no la sacó del trance neurótico, estresante, enloquecido del que era presa otra vez. "No quiero morir... solo quiero salir de aquí. Quiero salir de aquí", el susurro era desesperante pero no tenía respuesta, el techo estaba oscuro, el humo del cigarro nuevamente le daba un aspecto lúgubre al escenario. Ya había vivido esta desesperación. "¿Estaré condenada a esta mierda?" pensó mientras comenzaba con el segundo cigarro que no calmaba nada, pero era la única compañía.
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El amanecer del principio del fin
César desayunó lo de siempre: claras de huevo sazonadas con vegatales y aceite de oliva, se sirvió frutas, jugo de naranja y esta vez, por la noche en vela con whisky, necesitó dos cafés negros.
Él y Laura ya se habían acostumbrado a comer en silencio. Los primeros meses intercambiaban palabras o incluso platicaban. Pero el tiempo pone en su lugar los verdaderos hábitos: el silencio de Laura y la complicidad de César, porque si algo definía a este hombre era su carácter tibio, su comodidad a no enfrentar desafíos. Si necesitaba imponerse para cambiar algo o señalar un malestar, pero eso le traería discusiones profundas, prefería callar. "Eres un cómplice de la mediocridad", le dijo una vez un viejo amigo. Nunca olvidó ese título.
Masticaron lentamente los alimentos, ocuparon adecuadamente las servilletas y aunque no tenían servidumbre a tiempo completo, una mujer llegaba tres veces por semana a limpiar la casa y a cocinar.
Como siempre un beso "cómplice" para despedirse, una muestra de cariño simple,vacía, común.
Laura se dirigió a la empresa de la familia, un consorcio importante en el sector construcción y César, aunque también era parte del círculo de trabajo de la familia extendida, se dedicaba al sector tecnológico y de innovación. Eran distintas compañías pero estaban conectadas entre si, ambos pertenecían a esa clase social acomodada y controladora de muchos mecanismos del desarrollo de un país.
Cuando llegó a su oficina se percató que había poco que hacer, eran días de constantes reuniones de evaluación y planificación por lo tanto eso le daba espacio para hacer otras cosas. Se quedó sentado en la oficina, en silencio, pensando en la desnudez de Fernanda y el placer que ella le daba. Lo que comenzó como una obsesión mutaba a una dependencia, una necesidad de sentirse conectado con algo, porque el resto de su vida era un ir y venir de acontecimientos sin pasión. Y las aventuras con Fernanda tenían desenfreno, calor, locura y erotismo en su más grande expresión.
Tomó el celular y lo colocó en el escritorio. "Esperaré a mediodía para llamar. Me va a contestar, estoy seguro", sus pensamientos no cambiaban, no podía desprenderse de ellos.
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Fernanda abrió los ojos, esperó unos segundos para despertarse por completo y lo primero que la molestó fue la luz de la ventana. El olor a cigarro en el cuarto era desesperante. Por suerte que en su maleta tenía lo necesario para limpiarse la boca y el rostro. Se sentía sucia y desesperada.
Mientras se bañaba ajustaba sus planes a seguir: hablar con César y salir de la ciudad, no había más. Esa decisión al menos le daba fuerzas para seguir.
Puso a cargar su celular, se cambió de ropa y esperó. "Le voy a marcar a César antes de mediodía y nos vamos a ver, tengo que hablar claro y que me ayude a salir de la ciudad... no puede negarse a eso" se dijo a si misma, se acostó y trató de olvidar el terror de la madrugada. No tenía hambre. No se movió de la cama.
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Cuando Toño despertó el dolor había cedido. La madrugada fue complicada: tuvieron que llamar a un médico y en la casa de seguridad, con las medidas del caso, le extirparon las dos balas del hombro y los restos de la que estaba alojada en el antebrazo.
La banda criminal era de tal magnitud que tenía a disposición casas de reunión y planificación, médicos a sueldo, policías pagados, infiltración en sectores de salud, judiciales y laborales. No eran simples delincuentes, eran peligrosos, poderosos y muy bien organizados.
Por eso Bruno estaba preocupado y molesto mientras veía despertar a Toño. Todo el poder y los contactos no le habían servido para dos puntos claves: descubrir las formas de ataque de sus enemigos y dar con esa red de mujeres, que según él, operaba en su territorio y atacaba a su gente. Pero Bruno estaba equivocado, no había tal red de mujeres infiltradas y los pormenores del asesinato deVaquero, el antiguo y temido jefe, habían confundido a todo el grupo delictivo.
Sin saberlo, sin tener plena conciencia, por azares del destino tenía el rostro de la mujer que asesinó a Vaquero. Era esa última fotografía que encontró en el celular de una de las prostitutas que mandó a matar.
Viralizó la imagen entre sus contactos para dar con ella y averiguar más de la "supuesta" red de mujeres al servicio de sus enemigos. Ese rostro es el de Fernanda, la pequeña prostituta que mató a Vaquero en circunstancias salpicadas por la venganza personal, por odio y desesperación, nunca como parte de una estructura criminal.
"Todo fue muy rápido... estaba a punto de atrapar a la mujer cuando me atacaron. Tuve suerte que eran primerizos porque no acertaron a la primera", Toño habló serio y sin pausas. El jefe lo escuchó atentamente.
"Eran enemigos eso está claro, aunque lo que no tengo certeza es si tienen que ver con la red de mujeres ¿y si la ocuparon a ella como carnada? ¿quizás lo que quieren es ubicar a nuestra gente para futuros ataques?" la paranoia de Bruno desesperaba a sus lugartenientes, pero nadie podía decir nada al respecto porque podían morir, así de sencillo.
Era lógico que por el poder que tenía su grupo recibiera ataques de otras bandas, pero Bruno estaba obsesionado con la red de mujeres.
"Hay que seguir pendientes... al mediodía que se redoblen las tareas de infiltración y de búsqueda de enemigos en nuestro territorio. Esta mujer algo tiene que ver, algo sabe, algo tiene, es mucha coincidencia, hay que encontrarla ya", dio la orden y se retiró.
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Las siguientes horas definirán el destino de estos protagonistas. No hay regreso para cada uno de ellos. Es el principio del fin.
Continuará...
sábado, 14 de julio de 2018
Fernanda Parte XXII
"Estaba acompañado por una mujer. Pero Osvaldo murió por el impacto, el auto quedó muy dañado. Lo más seguro es que estuviera tomado y drogado. La acompañante salió ilesa y dicen que se la llevaron a una unidad de salud. ¿Quieres que vaya a verificar?" la voz era ronca con tono pausado, contrastaba mucho con la delgadez del sujeto. Estaba bien vestido para no levantar sospechas. Era uno de los hombres del grupo criminal que lideraba Bruno.
"No. Déjalo así por el momento. Es más sencillo que encontremos esa información con los contactos en las unidades de salud y de los hospitales. Te necesito patrullando, quiero que me informes de movimientos extraños, si ves mujeres que no son conocidas en las zonas, ya sabes qué hacer", Bruno colgó el teléfono y encomendó a uno de sus hombres de confianza la tarea de rastrear en los centros de salud alguna información sobre la acompañante de Osvaldo.
"Nombre o detalles que nos ayuden a determinar si es una espía o simplemente alguien que levantó el imbécil de Osvaldo en los momentos que se suponía debía trabajar", gritó el jefe criminal por celular.
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8:00 pm
El celular de Fernanda volvió a vibrar, pero era imposible que alguien atendiera. El aparato estaba en la maleta, junto con otras pertenencias, en un escritorio de la unidad de salud a donde la atendían; el centro de atención estaba a tan solo siete cuadras del lugar del percance vial.
"Debes descansar, tienes golpes de consideración pero nada grave, en unas horas podrás irte a tu casa", dijo la enfermera amablemente. Fernanda solamente cerró los ojos y recordó los momentos de terror que vivió en las últimas horas. Otra pesadilla más en su corta pero riesgosa vida.
"¿Qué fue del hombre que conducía el vehículo?" la joven apenas pudo hablar con claridad.
"No lo sé. Un sujeto en su pick up te trajo y solo dio detalles que habías sufrido un accidente vial. Quienes creo que tienen información son esos policías que llegaron hace unos minutos", la mirada de la enfermera estaba fija en los agentes, luego escuchó la voz del jefe de turno que la llamaba.
Aunque la prostituta no debía nada y, en todo caso, fue la víctima del ataque, comenzó a sentir temor por el posible interrogatorio. En su maleta vieja, además de la ropa, estaba la pequeña cartera y ahí metió la bolsa con la cocaína, aunque no era una cantidad considerable, sabía por experiencia que los agentes eran abusadores y tendrían una excusa para sobrepasarse.
Fernanda vio que los policías hablaban con el jefe de turno y la enfermera. Minutos después avanzaron hasta la cama a donde se recuperaba. "¿Se encuentra bien, señorita?" dijo el agente a cargo del equipo. "Ya me siento mejor, aunque todavía me duele el pecho... sobreviviré", Fernanda trató de ocultar la ansiedad fingiendo cansancio.
"Lamentablemente su acompañante falleció. Era un taxista ¿lo conocía?"
Este era el momento crucial para la prostituta. ¿Mentir o decir la verdad? ¿Qué podría ser más complicado para sus intereses? No tenía mucho tiempo así que comenzó de inmediato.
"Él se acercó a mi mesa en un restaurante. Compartimos cervezas, no recuerdo muy bien cuántas pero él tomó bastante. Luego dijo que daríamos una vuelta. Estaba bastante tomado, recuerdo que aceleraba sin control, aunque le mencioné que bajara la velocidad. Todo sucedió muy rápido y después del choque no recuerdo nada", Fernanda fue convincente. De todos los golpes que le propinó el taxista solo el del rostro era visible, el pómulo estaba inflamado y el color morado llamaba la atención. Los policías analizaban las lesiones de la mujer, sabían que un conductor particular la trajo a la unidad de salud. Aunque pudieron seguir con las preguntas, los agentes estaban cansados y todo el análisis y las pruebas indicaban que simplemente un borracho al volante tuvo su merecido por tremenda irresponsabilidad.
"Solamente necesitamos que firme este documento. Puede descansar y esperamos que se recupere pronto", los agentes facilitaron el papel y la pluma para que Fernanda firmara. Luego del trámite se retiraron. La prostituta respiró profundo para calmar el temblor en su cuerpo, se acostó completamente en la camilla y cerró los ojos. Su mente era un caos. Fue imposible encontrar calma.
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Tampoco había calma en César. Mucho menos luego de 20 intentos para comunicarse con Fernanda. Era una noche en la cual podía perderse de su prometida y de los familiares. La idea de pasar la noche con la prostituta era apasionante, adictiva; pero no solo el deseo lo atraía, también había cierto sentimiento hacia la chica de piel canela con ojos expresivos, de figura delgada y curvilínea por naturaleza.
El joven tenía que ocultar su desesperación para no levantar sospechas. "Pasamos una noche maravillosa ayer, habiamos acordado reunirnos esta noche y no me contesta...¿qué pasará? ¿a dónde estarás, Fernanda?" los pensamientos e interrogantes no cesaban.
"¿Te reunirás otra vez con tus amigos del trabajo?" Laura Aritz, la prometida de César, rompió el silencio. No era una interrogante, de hecho su tono de voz era desinteresado, solamente para salir del compromiso y poder decidir si tratar de interesarse en César o concentrarse en su celular.
Laura tiene la piel blanca, cabello castaño, sus ojos grandes, claros e inexpresivos, de mediana estatura y con cuerpo voluptuoso, la envidia de muchas mujeres; sin embargo ella era reservada, poco expresiva, callada a ratos pero casi siempre alejada. Había crecido en una familia adinerada, educada en los mejores colegios, estudió administración de empresas para seguir la tradición de casi todas las generaciones de su familia, no necesitaba trabajo pero ya estaba enrolada en los pormenores de la compañía de la familia. Tiene todo. Pero estaba moldeada a no preocuparse más de lo debido, y eso mezclado a las características de la familia de su madre: silenciosos, callados, poco interesados, provocaba que en ocasiones Laura pareciera un témpano de hielo.
"Aún no lo sé, pero estaré en la sala revisando unos documentos", dijo César sin cruzar mirada.
Ella no se molestó en seguir hablando. Comenzó a revisar una aplicación sobre modas y maquillajes.
Otras siete llamadas sin respuesta fueron suficientes para que el joven cediera con su intento de encontrarse con Fernanda. "Quizás se encontró con alguno de sus clientes, no lo sé... que sea lo que tenga que ser", le dio el primer sorbo a su vaso con whisky mezclado con hielo y guardó silencio. En ocasiones el alcohol le daba paz. Se quedó sentado en el sillón principal de la sala, en la casa que tanto su familia como la de los Aritz habían preparado para que la nueva pareja siguiera con la tradición de los círculos de familias cercanas y ciertamente adineradas. "¿Tienes otra salida, César?", pensó, su mirada no se apartaba del whisky.
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Medianoche
Fernanda no tenía a donde ir, con su maleta en mano se quedó cerca de la puerta de la unidad de salud. El dolor de cuerpo había cedido por los analgésicos y esperó un momento para pensar bien sus pasos.
Revisó su celular y vio las llamadas perdidas de César, aunque tuvo el impulso de marcar decidió esperar a estar en un lugar seguro.
No tenía otra opción que buscar un motel cercano. Debía caminar para ahorrarse dinero y evitar hombres, toparse con uno era lo último que quería.
Precisamente un hombre estaba en la esquina opuesta de la unidad de salud. Vestía de negro, de estatura mediana, fornido. Se hacía pasar por taxista, pero no lo era.
Estaba ahí porque había recibido la orden de verificar si una joven de estatura pequeña había recibido atención médica por un percance vial, un choque que había dejado un fallecido: Osvaldo, el taxista, un contacto del crimen organizado liderado por Bruno. El hombre debía encontrar a esta mujer, y si era ella la que acompañó a Osvaldo en su último viaje, debía atraparla y llevarla a una dirección específica.
"Está vestida con un pantalón de mezclilla, los zapatos son cafés y la reconocerás porque tiene un morete en el pómulo", eso le dijeron y era información de un trabajador de la unidad de salud, alguien que formaba parte de la extensa línea de contactos de la banda delincuencial de Bruno, contactos creados a base de dinero, amenazas, golpizas y poder.
Cuando Fernanda comenzó a caminar, bastaron unos metros para que el hombre de negro la reconociera. En calma y sin levantar sospechas ingresó a su auto y analizó la ruta a seguir para interceptarla.
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"Causas y azares para los humanos...
Un plan a seguir, un don de la vida eterna, para mí"
La Muerte
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El hombre de negro comenzó la cacería. Pero en una ciudad con una guerra de bandas criminales, nadie puede ser solamente el cazador. No se dio cuenta que un auto gris le seguía la pista. Al interior dos hombres tenían una misión: vengar la ola de crímenes a manos de la gente de Bruno. Y ya tenían a la primera presa.
A dos cuadras de la unidad de salud, Fernanda cruzó a la derecha, sus pasos eran rápidos porque una casa de huespedes estaba a cinco cuadras.
El hombre de negro aceleró. Al mismo tiempo, el carro gris aumentó la velocidad...
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"Aquí estoy..."
La Muerte
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Continuará...
sábado, 31 de marzo de 2018
Fernanda Parte XXI
La primera cerveza no duró más de cinco minutos. La sed, las ansias, la pura gana de alcohol fueron saciadas en tres sorbos. Fernanda casi siempre contemplaba las bebidas, trataba de disfrutarlas al máximo, pero esta vez no era un día normal. Una jornada con una montaña rusa de emociones merecía una buena dosis, al menos ese ritual tenía la sensual mujer.
Pidió la otra cerveza y un plato de carne. Si tenía algunas horas libres antes de su cita con César, podía darse un pequeño exceso.
Cuando Osvaldo entró al restaurante, lo primero que hizo fue ubicar a Fernanda. Se dio cuenta que ella estaba en una mesa cercana a la puerta trasera que daba a otro estacionamiento. Salió del lugar y movió su auto hacia ese espacio. En su mente ya estaba el "plan b" en caso la situación se saliera de control.
Sin levantar ninguna sospecha, saludando a meseros y clientes, se dirigió al baño y se arregló un poco. Debía pensar bien sus pasos antes de actuar, su plan ya estaba trazado: abusar de Fernanda y llevarla, personalmente, al grupo de Bruno.
Se sentó a dos mesas de distancia de su objetivo y pidió una cerveza. Se dio cuenta que Fernanda casi finalizaba su tercera bebida. "Entre más bebas es mejor, eso me facilitará todo" pensó. Tomaba pequeños sorbos mientras observaba a su presa e imaginaba tomarla entre sus brazos y saciar todos sus deseos que tenía acumulados por sus trabajos: vigía del crimen y taxista.
Cuando Fernanda pidió su quinta cerveza ya estaba totalmente desinhibida. Se sentía bien, un poco alegre porque la dureza de su vida desapareció conforme los grados de alcohol aumentaban en su sangre. Por eso cuando cruzó miradas con Osvaldo no sospechó absolutamente nada, era un hombre más que trataba de coquetear. Sus años en la prostitución le enseñaron que desde las primeras miradas, hasta el momento de estar en la cama, habían ciertas acciones, gestos, que dejaban algunas evidencias si el cliente era de confiar o había que tomar precauciones.
Lo único que le pareció extraño a Fernanda era que los ojos del hombre tenían esa mirada particular de búsqueda de servicios sexuales. "¿Acaso se me nota en los ojos que soy puta? No ando un atuendo que me delate. ¿Por qué siento que me ve como si estuviéramos en la barra del bar de un prostíbulo?" preguntas que se hizo mientras tomaba de su cerveza y miraba al sujeto.
Pero el alcohol, tarde o temprano, engaña, distorsiona, cambia la percepción. Aunque Fernanda tomaba al menos tres veces por semana, tenía experiencias de todo tipo con las bebidas embriagantes y estaba en un momento complicado de su vida, bajo un peligro inminente; pese a todo eso, el momento se prestaba para olvidarse de tantas penas. En su interior estaba cansada, harta de todo y aunque no lo demostraba, tenía poca esperanza de que su vida terminara bien.
La baja autoestima, los trastornos de una vida violenta, el miedo, la depresión, las ansiedades, provocan una serie de daños que se esconden en el subconciente, pueden pasar desapercibidos en la lucha del día a día; por eso, cuando el alcohol se mezcla en la sangre y esa sensación de bienestar explota en el interior de la persona, todo cambia de color, las ideas negativas se disipan y comienza una revolución: la falsa sensación de plenitud y liberación se toma el poder y en automático se baja la guardia ante posibles riesgos.
Fernanda no le dio importancia a sus interrogantes y terminó su quinta cerveza. Eran las 2:00 de la tarde y pintaba bien el resto del día. Levantó su mano para la sexta cerveza. Osvaldo también levantó la mano, le sonrió a Fernanda y dijo: "puedo invitarla a su siguiente bebida, es una tarde tranquila que merece una plática ¿por qué tenemos que beber en silencio?" la sonrisa de Osvaldo no ayudó mucho. Si algo estaba claro para Fernanda es que el hombre estaba horrible, eso no lo podía cambiar ni siquiera 30 cervezas pensó la mujer ¡y tuvo que contener la carcajada cuando ese pensamiento se cruzó por su mente! Sin embargo, era una buena idea charlar, en eso le dio la razón a Osvaldo.
"Es una buena idea..."
Suficiente señal para Osvaldo. En diez segundos tomó sus envases vacíos y se sentó en la mesa. Eso tomó por sorpresa a Fernanda, pero no dijo nada.
Los siguientes 30 minutos pasaron entre pláticas del lugar, la comida, temas superficiales que permitían matar el tiempo de una forma menos desesperante. Lo que mejoró el ambiente fueron las siguientes rondas de cervezas. Para las 5:00 de la tarde ambos ya sabían a que se dedicaban para ganarse la vida. Osvaldo era estricto con su plan, daba confianza a la chica y las bebidas permitían el momento para que Fernanda siguiera bajando la guardia. Estaba funcionando.
Pero Osvaldo cometió un error. También el alcohol estaba afectando su estrategia. Cuando vio que la mirada de la mujer se perdía por momentos, en lugar de comenzar a convencerla para una cita en un motel, se le ocurrió compartir parte de la cocaína que portaba en su billetera. Se imaginó que eso podría ayudar.
Cuando Fernanda tuvo dificultad para pararse e ir al baño, él le ofreció la droga. "Te puede ayudar ¿no lo crees?", la chica no supo que decir al instante, pero que un taxista tuviera una bolsa de cocaína no era extraño, incluso pensó que quería venderle la dosis, a lo que ella contestó: "si me la regalas, con gusto; si tengo que pagarla, te la regreso", ni siquiera titubeó en sus palabras.
"Es tuya, es para que la tarde avance bien y pueda terminar bien", dijo mientras coqueteaba con la mirada. La mujer no lo dudó, la tomó y en el baño aspiró lo necesario para recuperarse de lo que parecía el inicio de una tremenda borrachera. Y surtió efecto. El estimulante era de buena calidad como para volver la alerta a la cabeza de la mujer.
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Mientras tanto César terminó la reunión con su prometida, y las familias de ambos, en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad. El joven comió, sonrió, fue amable, pero de su mente nunca se despegó el pensamiento de hacerle el amor a Fernanda. Estaba encadenado a ese recuerdo desde la primera vez que se acostó con ella. Punto.
Así que no sintió mucha pena, al contrario, estaba feliz porque sabía que en unas horas gozaría nuevamente de ese tremendo placer.
Sin embargo no encontraba el momento para comunicarse con la prostituta. Las tres veces que fue al baño para intentar llamarla, habían otros hombres en el lugar y eso le incomodó.
No le quedó otra opción que esperar con paciencia y pensar que Fernanda seguiría en el restaurante o que se movería en los alrededores para esperar la cita.
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Cuando Osvaldo tocó por quinta vez la pierna de Fernanda, entonces se dio cuenta que no sería sencillo continuar su plan. "No vas a convencerme, Osvaldo, esta vez estoy fuera de servicio", aunque lo dijo con una sonrisa luego del sorbo de cerveza, ya la situación había cambiado para la mujer. Sentía la necesidad de parar la ingesta y mejor ocupar el resto de la droga para estar lo más despierta antes de la cita con César.
"Bueno, necesito ir al baño también, ya vuelvo", dijo él mientras se apresuró a los pasillos. Cuando estaba fuera del alcance de la mirada de ella, cambió la dirección y fue a la caja para cancelar la cuenta de ambos.
"Son 42 dólares", dijo la encargada. Osvaldo pagó y sin ver a la señorita tomó el cambió y se retiró.
Entonces todo sucedió muy rápido. Comenzó el "plan b".
El taxista observó a su alrededor, esa parte del restaurante estaba vacía, y cuando llegó a la mesa tomó con tal fuerza el brazo de Fernanda que la levantó de su asiento. Puso su otra mano en la boca de la mujer y la llevó con facilidad a la puerta trasera que daba al estacionamiento. Era un día nublado y estaba cayendo la tarde, no había movimiento en el estacionamento y el vigilante estaba lejos por el momento. Eso le ayudó para acercarse a su auto, con un solo brazo le fue suficiente para aprisionar el cuerpo de la mujer al suyo, su mano tapaba totalmente la boca de la chica. El terror y la desesperación se apoderaron de ella. No había forma de zafarse para Fernanda y perdía el aliento ante la fuerza violenta.
Entraron al auto y Osvaldo la golpeó fuertemente en la cabeza, volvió a contraminarla contra el asiento con tal violencia que salió un quejido casi sin aliento de la boca de Fernanda. Osvaldo era un demonio que no permitía respuesta alguna. La tomó del pelo, sacó un cuchillo de la parte derecha de asiento principal y le susurró: "si gritas te rebanaré el cuello, hija de la gran puta", al mismo tiempo hundió la punta del arma en la clavícula de la mujer, no rasgó la piel pero mantuvo la presión un momento solo para provocar más miedo. Apartó el cuchillo, volvió a golpearla en la cabeza, tomó el cinturón de seguridad y se lo puso para evitar que se escapara con facilidad.
No había opción. A Fernanda se le pasó la borrachera y eso dio paso a una tensión, a un terror pocas veces experimentado. El auto salió y se internó en las colonias aledañas al bulevar adonde estaba ubicado el restaurante. Osvaldo confió en que los golpes y las amenazas eran suficientes para impedir una respuesta violenta de parte de ella. Otro error. Si algo caracterizaba a la prostituta era su frialdad en momentos límites.
Fernanda fingió que estaba lesionada y se quejaba con dificultad, eso provocó que Osvaldo acelerara hacia su destino, se concentrara en la carretera y, por ende, perdiera la atención hacia ella.
"O hago algo o muero en el intento, pero debe ser ya... si llegamos al destino, moriré", ese pensamiento enloqueció a Fernanda. Todas sus pesadillas de una muerte lenta y dolorosa se apoderaron de ella ¡y esta vez no era un sueño!
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"Dejo ver mi rostro siempre, aunque la vida lo hace imperceptible a la mayoría"
"Muchas veces aviso mi llegada con antelación; en otras ocasiones, soy como un ladrón en la noche"
La Muerte.
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El terror y la necesidad de sobrevivir fueron los combustibles perfectos para ella.
Tomó fuerzas poco a poco, y mientras sus quejidos se transformaban en un llanto fingido, tuvo una idea. Y la materializó inmediatamente.
Con rapidez alcanzó a tomar con toda su mano izquierda los testículos de Osvaldo, quien nunca imaginó ese ataque. Los apretó con tal fuerza que el hombre gritó de dolor. El taxista, como pudo, reacciónó y con el antebrazo la golpeó en el rostro, tal fue la fuerza que todo el cuerpo de Fernanda terminó contra la puerta del copiloto. Pero eso no redujo el apretón a las partes íntimas de Osvaldo; incluso fue peor para el hombre, porque cuando la prostituta recibió el golpe en el rostro que la tumbó contra la puerta del carro, ella también haló los testículos. El dolor fue tal que Osvaldo vio luces, perdió el control y por instinto se movió a la derecha para tratar de zafarse del ataque de la mujer. Ese movimiento precipitó el auto hacia un árbol.
Todo sucedió en cámara lenta para ambos. Como Osvaldo tenía sobrepeso, se acostumbró a no usar cinturón de seguridad; y para evitar que la prostituta no escapara, le puso el cinturón a ella. Ese fue el detalle.
La colisión fue devastadora, el cuerpo del hombre se contraminó contra el volante y una parte de su cabeza golpeó con el parabrisas. Como Fernanda tenía cinturón de seguridad, y el golpe no fue en la dirección de su asiento, el impacto solamente le dejó una marca terrible en el cuello y los senos.
Osvaldo trataba de respirar, pero su sobrepeso, los años de fumador, el poder del impacto, el daño en su tórax, su cabeza, la sangre perdida... poco a poco la vida se le escapó y la muerte llegó como un ladrón en la noche. Fue su último viaje.
Fernanda estaba tan adolorida que solo pudo salirse del auto antes de caer al piso desmayada.
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Cuando abrió los ojos vio a una enfermera frente a ella. "Descansa muchacha, debes recuperarte".
Lo primero que preguntó: ¿qué horas son? ¿a dónde estoy?
Eran las 8:00 de la noche.
Continuará...
domingo, 11 de febrero de 2018
Fernanda Parte XX
Solo durmieron cuatro horas pero fue un descanso reparador. Cuando la ansiedad es expulsada por el sudor de una pasión, el cuerpo lo agradece. César y Fernanda cruzaron miradas. No había amor, pero ese brillo dejaba abierto un camino hacia ese sentimiento. El temor de César le impidía, por el momento, definirse. Fernanda es una prostituta, no cabe, al menos en el círculo social al cual pertenecía, que esta mujer sea un prospecto para enamorarse y formar una familia. Pero el joven dudaba, estaba entre romper con las reglas de su entorno, de su historia, o el de olvidarse de esta extraña atracción que tenía hacia la mujer pequeña, de cuerpo bondadoso, de mirada perturbadoramente sensual.
El silencio se rompió. Antes de que el hombre abriera la boca, Fernanda lo dijo claramente: "dejo la ciudad por un tiempo". César no supo que decir, pero sus ojos lo delataron. Como siempre, tardó varios segundos para expresarse. "Imagino que será por un par de días ¿verdad?"
"Será un tiempo indefinido. No me siento segura en esta ciudad, es como salir con la sensación que no volverás viva a casa. Hay pueblos cercanos a donde creo que encontraré una oportunidad de hacer algo distinto", la mirada de la prostituta no se apartó de los ojos del joven. Sabía que era el momento de medir cuánto interés podría tener César hacia ella. Era ahora o nunca, además no tenía mucho tiempo.
"Sabes, yo no creo que esté tan seguro de seguir el estilo de vida que tengo. Tarde o temprano dejaré atrás, no solo la dependencia a los negocios familiares, sino también a mi prometida...", en este momento César sintió que debía dar el paso siguiente, plantear la posibilidad de pasar de las citas esporádicas a una relación que al menos le permitiera ver a Fernanda en otros ámbitos. "¿Estás seguro, César? ¿Sabes lo que pueden decir de esta relación... con una prostituta?" los pensamientos volvieron a atacar su mente y se notó en su rostro, no podía evitarlo.
"Al menos si nos vemos no te sentirás tan culpable... y quizás con el tiempo superes esa relación y podrás hacer lo que quieras", por primera vez en mucho tiempo del interior de la mujer brotó un sentimiento de esperanza, muy pequeño pero todo un oasis en medio de tanta destrucción y oscuridad que caracterizaban el corazón de Fernanda. Era complicado imaginar una relación, pero ella sabía que las noches que compartieron habían marcado al joven, ella lo sintió. Y no estaba equivocada.
Decidieron pasar el resto del día en el cuarto del motel. Ambos,
sin decirlo, se liberaron de sus propios demonios. Se bañaron, pidieron comida,
bebieron, hicieron el amor, durmieron y volvieron a repetir las escenas, con
tal pasión que sus cuerpos lo agradecieron mucho.
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Al día siguiente
Mientras César y Fernanda pasaron las horas en el cuarto de motel,
el taxista de la red criminal de Bruno realizó tres viajes en la ciudad,
descansó un par de horas y volvió a su particular estilo de vida: cigarro en
labios, café en mano, los platos con restos de comida grasosa en el asiento del
copiloto y siempre, siempre vigilante de su entorno, no solo por su seguridad
ante el ataque de los enemigos, su principal labor es
tener al tanto cada uno de los movimientos en este sector de la urbe. Quienes
llegan a los moteles, personas extrañas, policías en la zona, nuevos
vendedores, los delitos en el lugar... todo, absolutamente todo, debía
informarlo. La mirada paranoica, las ojeras como si fuera un mapache, su
rostro inflado, con bigote y de pocos amigos, no dejaban dudas del grado de misión que tenía.
Ahora había un nuevo objetivo: prostitutas. Una en particular: Fernanda.
A mediodía, con su séptimo cigarrillo del día, luego de asimilar
una hamburguesa y dos gaseosas, sus ojos se fijaron en el auto que salió del
motel que vigilaba. De ese lugar, el 80 por ciento de las mujeres que veía
salir eran prostitutas que ya conocía. Esta vez le extrañó que la mujer con su
pelo suelto que iba en el asiento del copiloto no la había visto.
Fue una luz en rojo al final de la calle, y la fila de autos que
esperaban, lo que le permitió al taxista tener una mejor visión de quienes iban abordo. Al joven de facciones finas no lo había visto en su vida pero la
joven que lo acompañaba, conforme pasaban los segundos, creyó conocerla. Los
autos comenzaron a circular, el humo de su boca salió fuertemente y cuando
volvió a ver la imagen del celular no le quedó duda. "Eres tu...",
arrancó el auto y este no respondió. No se esperaba esta falla mecánica y lanzó
una maldición al aire. Lo intentó varias veces hasta que funcionó. Pero el carro de
César se alejó lo suficiente y quedó a cinco automóviles de distancia.
Continuó la circulación y los ojos del taxista intentaban
desesperadamente de no perderle la pista a ese auto. Mientras tanto César y
Fernanda ya habían acordardo que en 48 horas ella saldría de la ciudad,
planearon una noche más juntos y a la espera de esa cita ella se quedaría
en un motel y ocuparía taxis en caso necesitara movilizarse. Se despidieron,
ella se bajó del auto y César se alejó.
Fernanda caminó lento hacia un restaurante bar y eso le dio tiempo
al taxista de identificarla. Quedó impresionado del cuerpo de la joven y esperó a que ingresara para estacionar el auto. Tenía dos opciones: llamar
inmediatamente al contacto de Bruno y esperar hasta que alguien llegara por la
mujer o ir personalmente por ella.
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"Hay causas, azares y decisiones que me acercan o me alejan
de mi objetivo. Pero nunca detienen mi cometido..."
"Hay ocasiones en que acudo mucho antes de lo
pactado..."
La Muerte
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Osvaldo, el nombre del taxista, tenía varias semanas de no tomarse
un descanso. Se consideraba un vigía organizado, entregado a la misión criminal
de sus superiores. Era de fiar. Y tenía esa necesidad de trascender en el grupo
criminal, de pasar de un simple vigilante a una posición mucho mejor. Asesino a
sueldo no le molestaba en lo absoluto.
Si quería impresionar al jefe debía probar que tan eficaz era. Lo
planeó en segundos: acostarse con la prostituta, relajarse un rato y
luego llevarle, personalmente, el botin al jefe.
Osvaldo tomó la decisión.
sábado, 18 de marzo de 2017
Fernanda Parte XVII
Los principales noticieros destacaban el enfrentamiento en el centro de la capital. ¡Guerra de bandas! ¡Masacre! ¡Venganza entre mafias! los principales titulares asombraron a muchos. De los cinco muertos, el más significativo, el más repetido: el despiadado Vaquero.
Bruno fumaba un cigarrillo mientras revisaba los periódicos junto a él estaban cuatro hombres, el núcleo del grupo de Vaquero. Tres hombres del grupo enemigo, entre ellos un lugarteniente, fueron asesinados, Bruno se salvó porque descubrió que los seguían y no dudó en atacar. "Estos malditos tenían todo preparado, querían aniquilarnos a todos", dijo sin titubear.
"Nos siguieron, sabían de nuestros pasos y seguramente conocen nuestras casas de seguridad", se levantó y camino por la casa.
"¿Pero quién pudo seguir y matar a Vaquero?" exclamó uno de los hombres, un fornido de mediana edad que sostenía un vaso con whisky. "En las últimas semanas Vaquero se rodeaba de mujeres, algunas nunca las conocimos pero todas eran de su confianza, al menos eso parecía", dijo antes de dar un sorbo.
Bruno, quien nunca apreció al jefe, pensó bien sus palabras. "Eso de acostarse con todas y drogarse lo hizo perder la disciplina y seguramente eso aprovecharon los enemigos para infiltrar su espacio. La última vez que lo ví estaba con una chica, no la recuerdo muy bien pero dudo mucho que ella fuera un blanco a tomar en cuenta, parecía perdida y Vaquero la tenía sometida", recordó el criminal tatuado.
"Él nos dio la misión de atacar al grupo de Jorge, se escuchaba ansioso y no dio muchas explicaciones. Está claro que había perdido la preocupación, seguramente salió por más diversión, lo siguieron y le tendieron una trampa. Al mismo tiempo a nosotros nos estaban siguiendo", Bruno hizo una pausa y se puso al frente del grupo.
"Está muerto. Esto debe continuar, ahora yo estoy al mando. Desde este momento vamos a cambiar las casas de seguridad, vamos a reclutar al resto de hombres y destruiremos a esos malditos, comenzando desde nuestro territorio. Todo hombre sospechoso, que no pertenezca a esta zona, estará en la mira. ¿Escucharon bien?", Bruno era de la misma línea de Vaquero, imponía su posición, inspiraba temor. Sus hombres se vieron entre ellos y aceptaron las condiciones. Había nuevo jefe, nuevas misiones.
"Qué bueno que te mataron Vaquero, ahora estoy en el lugar que pertenezco", Bruno pensaba mientras miraba a sus lugartenientes y comenzaba su reinado criminal.
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Fernanda abrió los ojos y por varios segundos no sabía a dónde estaba, su mente trataba de estabilizarse y determinar si estaba soñando o estaba despierta... o quizás muerta.
Cuando sintió el olor a cigarro en su ropa y se vio vestida, saltó de golpe de la cama. Los recuerdos del momento en que atravesó con el cuchillo el pecho de Vaquero, los ojos perdidos del hombre, la atacaron constantemente. Pensó en Angie. "Estás vengada, chelita", sintió que la culpa que cargaba por el suicidio de su amiga desapareció.
Como sucedió después de la muerte de Don Carlos, el viejo abogado, el pervertido sexual que falleció con el traje de sadomasoquista puesto, salió por información. Compró periódicos, cigarros, vio todos los noticieros y permaneció en su cuarto los siguientes dos días. No había indicios que la incriminaran, no había, al menos hasta ese momento, una evidencia de su participación.
Entre toda la pesadilla recordó que César, el jovencito delgado, bien vestido y de clase, la había llamado en los momento en que estaba con Vaquero. No le importó.
"Solo falta que me reconozcan los dos hombres que estaban con Vaquero en la casa. Qué importa, de todos modos ya no me queda nada", dijo sin dudar. Fernanda había perdido las posibilidades de volver a una vida normal, alejada de los infiernos. Ella era un infierno, una alma perdida; como un demonio, sabía su condición y ya no lo lamentaba. Su corazón estaba oscuro.
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Cinco días después...
Los tacones rompieron el silencio en la calle. Era medianoche. La mujer caminaba léntamente, dejaba una estela de humo de cigarrillo y un olor a perfume barato. Fernanda había vuelto al trabajo.
La importancia de las noticias sobre Vaquero habían pasado. Tres asesinatos en los últimos días, vinculados a bandas criminales, habían ganado notoriedad. El grupo de Bruno estaba limpiando su territorio.
La gente, los borrachos, los vendedores de droga y sus clientes volvieron a la normalidad, a la cotidianidad de excesos, riesgos, placeres, dinero... perdición.
Fernanda también volvió a sus escenarios, a las calles que le abrieron las puertas a la prostitución. Se sentía en su zona, en sus bares, en ese amplio sector que estaba pasando al olvido, que no tenía la afluencia del centro de la ciudad.
Esta vez no había clientes. Encendió otro cigarro y a los minutos vio acercarse un auto que le pareció conocido. Era César. Fernanda sintió algo extraño en la boca de su estómago y por un momento no supo si ignorarlo o enfrentarlo. No hizo falta.
César tomó la iniciativa: "Estoy acá porque quiero disculparme, sé que parece una tontería pero me quedé pensando en lo que te dije y no estuvo bien. No me ha sentando bien esa doble vida, ese sentimiento extraño sobre lo que tengo y lo que deseo", lo dijo sin vacilar. "La tengo a ella, el soporte de nuestras familias, un futuro prometedor, pero no siento la mínima pasión por ella. Y las veces que me acosté contigo fue el mayor placer que pude haber sentido. Aunque no tengas el resto de cosas, sí haces la diferencia."
Fernanda mostró una media sonrisa. "Lo sabía", se dijo a si misma. Antes de responder una palabra siguió fumando, se tomó su tiempo y vio a los ojos a César. "Ya sé que solo soy buena para dar placer, a eso me dedico. También sé que no tengo ni clase, ni títulos, ni familia, ni nada, no hace falta que me digas ambas cosas", pareció que el mundo se detuvo y solo existía la mirada entre ambos.
"¿Pretendes estar con tu esposa y verme cada semana para hacerlo? jajaja, hombres, por esa debilidad tenemos trabajo. Para mí no hay problema", Fernanda fue sincera pero ocultó un punto importante: ella también por primera vez había sentido algo distinto al acostarse con César, algo cercano a hacer el amor, algo especial que sobresalía de tanta carnalidad habitual por la que ha pasado su vida.
"A veces pienso, si nos fuéramos juntos lejos y me olvidara de todo...", César se atrevió a decirlo. La chica no lo podía creer. "No sabes lo que dices", se dio la vuelta, tiró el cigarrillo y caminó léntamente.
"Solamente digo que es placentero imaginarlo y todo un desafío si lo hiciéramos, pero no lo sé...", el joven comenzó a seguirla. La tomó del brazo y la puso frente a él. Fernanda se mantenía inmóvil, su corazón no estaba para emocionarse con un cariño, ella nunca había tenido ese sentimiento, lo rechazaba, luchaba para no caer en él, pero César tenía esa mezcla varonil y suave, ese aroma, esa sinceridad, ese toque que para ella era complicado no atender. Se quedaron en silencio unos segundos.
Era el momento de definir. ¿Está mal querer a una mujer así? ¿Por qué siento que ella tiene algo que podría atraparme? ¿Acaso de la pasión puede surgir amor? ¿Tienes el valor de romper moldes y buscar en esta mujer el sentido de una relación? ¿Por qué siento que tiene algo que quiero para mi vida? ¿Por qué siento que podría enamorarme? Las interrogantes habían angustiado a César en las últimas semanas y su juventud también pesaba en esa tortuosa indecisión. El joven no daba el paso. Fernanda no podía apartarse de él y también tenía muchas interrogantes: ¿Una mujer como yo merece amor? ¿Después de todo lo hecho en mi vida? ¿Después de tanta oscuridad y perversión? ¿Podría merecerlo?
No rompieron el silencio. Se alejaron poco a poco sin apartarse la mirada por un momento. César abrió la puerta del carro y le hizo un gesto que daba a entender que volvería, que esto no se quedaría así.
Fernanda asintió sin quererlo.
Cuando se alejó el auto Fernanda encendió otro cigarrillo. Hacía frío y comenzó a caminar. Decidió tomarse la noche e ir por unas cervezas, había un nuevo bar a seis cuadras y quería conocer.
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El humo, la música y el olor a alcohol se mezclaban por todo el lugar. Se acomodó al final de la barra y pidió una cerveza, la tomó con una calma que no había sentido en mucho tiempo.
El bar estaba lleno. Muchas eran prostitutas, algunas de ellas le eran conocidas pero no intercambiaron palabras, como era una zona neutral a donde no había lucha por los clientes cada mujer estaba a la disposición de lo que su pareja o cualquier tipo les ofreciera.
Cuando tomaba su tercera cerveza vio a una joven primeriza, nerviosa, tratando de agradar a un hombre mediano, delgado y con un rostro serio, orgulloso. Fernanda recordó sus inicios en la prostitución y estuvo pendiente de ella. El sujeto estaba bastante alcoholizado, en un momento de la plática se molestó y no dudó en tomar la muñeca de la chica y retorcerla hasta provocar dolor. La joven no pudo zafarse y sus ojos mostraron esa incapacidad de hacerle frente al tipo. El hombre le habló fuerte a la cara, se sacó unos billetes y se los restregó en la cara. La prostituta trató de hacerse la fuerte, pero no pudo y en los alrededores no había el mínimo interés en ayudarla. Parte de la vida de las venderores de sexo.
--- Cuando has sido la muerte, cuando has tomado una vida... no hay retorno ---
Fernanda sintió esa punzada en su corazón. Su primer sentimiento: odio.
Al ver al hombre, sus ojos, su actitud, su violencia en contraste con la incapacidad de la mujer de zafarse, la inseguridad propia de una jovencita primeriza, fue un detonante en su interior. Después de todo lo vivido, del sufrimiento, de la venganza y de la oscuridad por la que había pasado, no había nada que perder y mucho que ganar: era el momento de descargar.
El sujeto arrastró a la mujer al fondo del lugar, cerca de los baños y la golpeó. Sus amigos no evitaron nada, le tenían miedo y al parecer era alguien de respeto. Un criminal en ascenso.
Cuando Fernanda se dirigió a los baños alcanzó a verlo en el momento que dejó a la chica en el suelo y se encontró con él cara a cara en el pasillo, pero guardó silencio y apartó la mirada.
La jovencita tenía un labio ensangrentado, estaba a punto de explotar en lágrimas, era una chica inofensiva. La escena hizo enfurecer a Fernanda.
Su corazón estaba nuevamente impactado. No era dolor o impotencia ¡era, otra vez, el odio más puro!
Ayudó a la jovencita, le dio un papel para limpiarse y le aconsejó que se fuera del lugar.
Fernanda volvió a la barra y no le perdió la pista al hombre.
------------------------------
Una hora después...
Saboreó la cuarta cerveza y se fumó tres cigarrillos. Su mente era manejada por el sentimiento de venganza. Cada cierto tiempo su mirada se posaba en el hombre, sin que nadie lo sospechara, sin que su objetivo pudiera advertirlo.
A las tres de la mañana comenzaron a retirarse y dos sujetos que acompañaban al hombre que golpeó a la chica buscaron cuartos para acostarse con sus acompañantes. El agresor, Saúl mejor conocido por sus amigos como "El negro", quedó solo y fue a su auto a drogarse, clásico de estos tipos pensó Fernanda.
Estaba parada en la esquina del bar, en la oscuridad. Ahí tomó la decisión. Revisó su cartera, ahí estaba la navaja.
Tomó un dulce para recuperar el aliento, caminó léntamente se acercó a la ventana y tocó suavemente. Saúl no se sobresaltó, terminó de consumir y abrió la ventana. "Quieres divertirte, guapo", el poder de seducción de Fernanda ya estaba en acción.
El sujeto no la vio sospechosa, al contrario, vio a una joven indefensa y atractiva. No lo pensó mucho y abrió la puerta. "Me voy a divertir", pensó. "Te vas a arrepentir", pensó Fernanda al cerrar la puerta.
La ruta era directo a un motel que Fernanda conocía muy bien.
Luego de varias cuadras la mujer reconoció que Saúl perdía el control, a pesar de haber consumido sus fuerzas y su juicio se tambaleaban. La borrachera no había pasado del todo y el hombre estacionó el auto en una esquina desolada y cubierta por unos árboles. Sin dirigirse a la mujer comenzó a revisar su bolsillo izquierdo, estaba confundido y su cabeza se movió en esa dirección. Perdió contacto con su acompañante.
La locura.
Con toda la fuerza de su brazo derecho y sin titubear Fernanda clavó la navaja en la garganta del hombre...
Continuará...
Los tacones rompieron el silencio en la calle. Era medianoche. La mujer caminaba léntamente, dejaba una estela de humo de cigarrillo y un olor a perfume barato. Fernanda había vuelto al trabajo.
La importancia de las noticias sobre Vaquero habían pasado. Tres asesinatos en los últimos días, vinculados a bandas criminales, habían ganado notoriedad. El grupo de Bruno estaba limpiando su territorio.
La gente, los borrachos, los vendedores de droga y sus clientes volvieron a la normalidad, a la cotidianidad de excesos, riesgos, placeres, dinero... perdición.
Fernanda también volvió a sus escenarios, a las calles que le abrieron las puertas a la prostitución. Se sentía en su zona, en sus bares, en ese amplio sector que estaba pasando al olvido, que no tenía la afluencia del centro de la ciudad.
Esta vez no había clientes. Encendió otro cigarro y a los minutos vio acercarse un auto que le pareció conocido. Era César. Fernanda sintió algo extraño en la boca de su estómago y por un momento no supo si ignorarlo o enfrentarlo. No hizo falta.
César tomó la iniciativa: "Estoy acá porque quiero disculparme, sé que parece una tontería pero me quedé pensando en lo que te dije y no estuvo bien. No me ha sentando bien esa doble vida, ese sentimiento extraño sobre lo que tengo y lo que deseo", lo dijo sin vacilar. "La tengo a ella, el soporte de nuestras familias, un futuro prometedor, pero no siento la mínima pasión por ella. Y las veces que me acosté contigo fue el mayor placer que pude haber sentido. Aunque no tengas el resto de cosas, sí haces la diferencia."
Fernanda mostró una media sonrisa. "Lo sabía", se dijo a si misma. Antes de responder una palabra siguió fumando, se tomó su tiempo y vio a los ojos a César. "Ya sé que solo soy buena para dar placer, a eso me dedico. También sé que no tengo ni clase, ni títulos, ni familia, ni nada, no hace falta que me digas ambas cosas", pareció que el mundo se detuvo y solo existía la mirada entre ambos.
"¿Pretendes estar con tu esposa y verme cada semana para hacerlo? jajaja, hombres, por esa debilidad tenemos trabajo. Para mí no hay problema", Fernanda fue sincera pero ocultó un punto importante: ella también por primera vez había sentido algo distinto al acostarse con César, algo cercano a hacer el amor, algo especial que sobresalía de tanta carnalidad habitual por la que ha pasado su vida.
"A veces pienso, si nos fuéramos juntos lejos y me olvidara de todo...", César se atrevió a decirlo. La chica no lo podía creer. "No sabes lo que dices", se dio la vuelta, tiró el cigarrillo y caminó léntamente.
"Solamente digo que es placentero imaginarlo y todo un desafío si lo hiciéramos, pero no lo sé...", el joven comenzó a seguirla. La tomó del brazo y la puso frente a él. Fernanda se mantenía inmóvil, su corazón no estaba para emocionarse con un cariño, ella nunca había tenido ese sentimiento, lo rechazaba, luchaba para no caer en él, pero César tenía esa mezcla varonil y suave, ese aroma, esa sinceridad, ese toque que para ella era complicado no atender. Se quedaron en silencio unos segundos.
Era el momento de definir. ¿Está mal querer a una mujer así? ¿Por qué siento que ella tiene algo que podría atraparme? ¿Acaso de la pasión puede surgir amor? ¿Tienes el valor de romper moldes y buscar en esta mujer el sentido de una relación? ¿Por qué siento que tiene algo que quiero para mi vida? ¿Por qué siento que podría enamorarme? Las interrogantes habían angustiado a César en las últimas semanas y su juventud también pesaba en esa tortuosa indecisión. El joven no daba el paso. Fernanda no podía apartarse de él y también tenía muchas interrogantes: ¿Una mujer como yo merece amor? ¿Después de todo lo hecho en mi vida? ¿Después de tanta oscuridad y perversión? ¿Podría merecerlo?
No rompieron el silencio. Se alejaron poco a poco sin apartarse la mirada por un momento. César abrió la puerta del carro y le hizo un gesto que daba a entender que volvería, que esto no se quedaría así.
Fernanda asintió sin quererlo.
Cuando se alejó el auto Fernanda encendió otro cigarrillo. Hacía frío y comenzó a caminar. Decidió tomarse la noche e ir por unas cervezas, había un nuevo bar a seis cuadras y quería conocer.
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El humo, la música y el olor a alcohol se mezclaban por todo el lugar. Se acomodó al final de la barra y pidió una cerveza, la tomó con una calma que no había sentido en mucho tiempo.
El bar estaba lleno. Muchas eran prostitutas, algunas de ellas le eran conocidas pero no intercambiaron palabras, como era una zona neutral a donde no había lucha por los clientes cada mujer estaba a la disposición de lo que su pareja o cualquier tipo les ofreciera.
Cuando tomaba su tercera cerveza vio a una joven primeriza, nerviosa, tratando de agradar a un hombre mediano, delgado y con un rostro serio, orgulloso. Fernanda recordó sus inicios en la prostitución y estuvo pendiente de ella. El sujeto estaba bastante alcoholizado, en un momento de la plática se molestó y no dudó en tomar la muñeca de la chica y retorcerla hasta provocar dolor. La joven no pudo zafarse y sus ojos mostraron esa incapacidad de hacerle frente al tipo. El hombre le habló fuerte a la cara, se sacó unos billetes y se los restregó en la cara. La prostituta trató de hacerse la fuerte, pero no pudo y en los alrededores no había el mínimo interés en ayudarla. Parte de la vida de las venderores de sexo.
--- Cuando has sido la muerte, cuando has tomado una vida... no hay retorno ---
Fernanda sintió esa punzada en su corazón. Su primer sentimiento: odio.
Al ver al hombre, sus ojos, su actitud, su violencia en contraste con la incapacidad de la mujer de zafarse, la inseguridad propia de una jovencita primeriza, fue un detonante en su interior. Después de todo lo vivido, del sufrimiento, de la venganza y de la oscuridad por la que había pasado, no había nada que perder y mucho que ganar: era el momento de descargar.
El sujeto arrastró a la mujer al fondo del lugar, cerca de los baños y la golpeó. Sus amigos no evitaron nada, le tenían miedo y al parecer era alguien de respeto. Un criminal en ascenso.
Cuando Fernanda se dirigió a los baños alcanzó a verlo en el momento que dejó a la chica en el suelo y se encontró con él cara a cara en el pasillo, pero guardó silencio y apartó la mirada.
La jovencita tenía un labio ensangrentado, estaba a punto de explotar en lágrimas, era una chica inofensiva. La escena hizo enfurecer a Fernanda.
Su corazón estaba nuevamente impactado. No era dolor o impotencia ¡era, otra vez, el odio más puro!
Ayudó a la jovencita, le dio un papel para limpiarse y le aconsejó que se fuera del lugar.
Fernanda volvió a la barra y no le perdió la pista al hombre.
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Una hora después...
Saboreó la cuarta cerveza y se fumó tres cigarrillos. Su mente era manejada por el sentimiento de venganza. Cada cierto tiempo su mirada se posaba en el hombre, sin que nadie lo sospechara, sin que su objetivo pudiera advertirlo.
A las tres de la mañana comenzaron a retirarse y dos sujetos que acompañaban al hombre que golpeó a la chica buscaron cuartos para acostarse con sus acompañantes. El agresor, Saúl mejor conocido por sus amigos como "El negro", quedó solo y fue a su auto a drogarse, clásico de estos tipos pensó Fernanda.
Estaba parada en la esquina del bar, en la oscuridad. Ahí tomó la decisión. Revisó su cartera, ahí estaba la navaja.
Tomó un dulce para recuperar el aliento, caminó léntamente se acercó a la ventana y tocó suavemente. Saúl no se sobresaltó, terminó de consumir y abrió la ventana. "Quieres divertirte, guapo", el poder de seducción de Fernanda ya estaba en acción.
El sujeto no la vio sospechosa, al contrario, vio a una joven indefensa y atractiva. No lo pensó mucho y abrió la puerta. "Me voy a divertir", pensó. "Te vas a arrepentir", pensó Fernanda al cerrar la puerta.
La ruta era directo a un motel que Fernanda conocía muy bien.
Luego de varias cuadras la mujer reconoció que Saúl perdía el control, a pesar de haber consumido sus fuerzas y su juicio se tambaleaban. La borrachera no había pasado del todo y el hombre estacionó el auto en una esquina desolada y cubierta por unos árboles. Sin dirigirse a la mujer comenzó a revisar su bolsillo izquierdo, estaba confundido y su cabeza se movió en esa dirección. Perdió contacto con su acompañante.
La locura.
Con toda la fuerza de su brazo derecho y sin titubear Fernanda clavó la navaja en la garganta del hombre...
Continuará...
jueves, 30 de junio de 2016
Fernanda Parte XV
Espasmos. Ansiedad. Éxtasis. Estimulación. Locura.
La cocaína incluso se desperdiciaba, importaba poco si se perdía. Ellos, como dueños de la dosis, podían darse ese lujo, no como aquellos adictos harapientos que cuidan su pequeña cantidad hasta con su propia vida. La escena era una gula de químicos.
Vaquero tomó una mezcla de éxtasis y viagra, dos sustancias que se sumaban a muchas noches de alcohol y estimulantes.
Con el pasar del tiempo se despertó la llama del hombre, él era un adicto al sexo violento, extremo, por lo tanto no necesitaba mayor estimulación. Estaba en sus genes, en su sangre.
A la noche se le sumó otro estimulante: una botella de vodka; además, la música rompió el silencio al interior del auto, los minutos se fueron entre caricias toscas, miradas penetrantes y sentimientos oscuros. El delincuente estaba en su locura habitual, pero Fernanda ya estaba bastante intoxicada, no sentía la mitad de su rostro, su corazón latía más rápido y por un momento se olvidó de todo. Solo fueron unos minutos de éxtasis, porque detuvo el consumo, luego fue apareciendo el odio y la sed de venganza, eso no se perdió en la locura de la noche.
La jovencita calculó hasta ver al hombre activado por el deseo y las sustancias, entonces comenzó su ritual.
A cada paso de Vaquero, ella utilizó su cuerpo. Por cada caricia del hombre, la chica imprimió lascivia. Sus movimientos, su cuerpo, su sangre, su mente, todo estaba conectado. Y si algo caracteriza a esta mujer, de pequeña estatura, senos, caderas y piernas adecuadamente proporcionadas, era su habilidad para encender los deseos más profundos de un hombre.
Su mirada era un pecado intenso, lujuría en su máxima expresión.
Vaquero cayó. Una corriente de placer lo envolvió, lo transformó y no había otro camino que deleitarse con Fernanda, con todas sus fuerzas, con todo lo que su cuerpo podía dar. Placer en estado profundo.
Fueron 20 minutos extremos, una eternidad para Fernanda. Comenzó a preocuparse porque no podía detener el acto. Aunque pudo mantener el ritmo intenso, dudó si iba a tener la oportunidad de dañar al criminal. Sintió miedo.
Entonces llegó ese complicado instante en la vida de todo ser humano. Las consecuencias de los años, la factura a pagar... la sombra de la muerte comenzó a trazarse.
...........................................................................................
No importa el tiempo.
No importa todo lo que realizaste en este mundo, bueno o malo, da igual.
Siempre llega mi día. El momento en que mi obra maestra, significa tu final...
...........................................................................................
En muchas ocasiones todo depende del ritmo. Nuestras vidas giran con la intensidad que, en el mejor de los casos, definimos. Pero otras fuerzas también imponen el ritmo de nuestro andar y eso suma para nuestro final.
El ritmo de Vaquero era fuerza, deseo, odio, violencia, desenfreno, poder, sin escrúpulos, sin misericordia. Eso lo imprimió desde siempre, lo vio y sufrió en su familia, lo mejoró en las calles y lo perfeccionó en el mundo del crimen.
Y en el auto, con Fernanda, el ritmo era despiadadamente placentero para el jefe criminal. "Explotaré pronto", pensó mientras se saciaba con el cuerpo de la chica. Con el sudor en su rostro, y por alguna extraña razón, aceleró la llegada del climax... hasta que logró explotar de placer.
Para Vaquero, una sensación que encadena como una adicción. Para Fernanda, el final fue un alivio y un espacio para pensar, aunque eso era lo más difícil. Sus fuerzas no eran las mismas.
El hombre, con la natural relajación posterior al encuentro sexual, mantuvo el cuerpo de la mujer encima del suyo. Fernanda esperó y no se movió.
Una sensación de calma y satisfacción recorrió el interior del criminal, pero fue por un corto tiempo. Un mareo comenzó a molestarlo mas de lo que esperaba. Cuando quiso apartar a la prostituta no tuvo la fuerza de siempre, sus manos comenzaron a temblar. "Apártate... pronto volveremos a la ciudad", dijo con cierta molestia, pero no había molestia lo que sucedía era que todo sentimiento o sensación la expresaba con enojo, seriedad o desinterés. Su voz era débil, entrecortada.
Fernanda, sin ropa, esperó en el asiento del copiloto. Por primera vez vio diferente a Vaquero, había cansancio en sus ojos. Ella no le apartó la mirada, como la de una fiera, mientras tanto el hombre miraba hacia el techo del auto.
Sudoración, pupilas anormales, temblores y desesperación envolvieron el cuerpo del criminal, su respiración comenzó a variar. A Vaquero no le respondía el cuerpo.
A sus 39 años, luego de años de excesos y una extrema confianza en sus capacidades, la debilidad lo envolvió a tal punto que su respiración comenzó a variar. Las drogas de los últimos años, más el alcohol acumulado, con las noches de desvelos y sexo, pasaron la cuenta.
La saliva salió de a poco de su boca, le costaba respirar, los efectos de la sobredosis se profundizaron. Ahí estaba el criminal más temido, tendido, sin fuerzas, en un auto en medio de un terreno desolado en las afueras de la ciudad. No era la primera vez que las drogas lo tumbaban, pero si fue la primera vez que estaba a merced de alguien.
Fernanda mantuvo su mirada fija en el hombre, la situación comenzó a desesperarla... hasta que liberó el odio, dejó correr la adrenalina de la venganza. Recordó a Angie, recordó todo lo que sufrió con los hombres, sus clientes en las calles, trajo a su mente todo el dolor y repulsión que le provocó acostarse con Vaquero, su odiado enemigo. No pensó mucho su siguiente acción.
"Voy a ayudarte", dijo mientras buscaba algo en su bolso. La chica encontró la navaja, volvió a ver al sujeto, que respiraba con dificultad, y se subió a su enorme cuerpo. Estaba encima del criminal y fijó sus penetrantes ojos en la mirada desesperada, cansada y débil de Vaquero.
"¿Qué hacés?"... fue lo último que dijo el hombre. Fernanda empujó con determinación la navaja directo en la costilla derecha, la sangre brotó inmediatamente. El filo abriendo la carne provocó temblor en Vaquero, sus ojos se abrieron completamente, pero sus brazos no lograron alcanzar a la mujer.
La prostituta se llenó de odio, sacó la navaja solo para enterrarla una vez más, esta vez en el tórax, y empujarla con todas sus fuerzas. Los pulmones del hombre se llenaron de sangre. Vio la desesperación, el terror y la impotencia en la mirada del criminal mientras el último aliento, una mezcla de vodka, humo de cigarro y fluidos, salió de la boca del hombre.
Los ojos de Vaquero quedaron abiertos. Para Fernanda, que respiraba con fuerza, fue una descarga total. Se quedó apreciando el rostro de la muerte, mientras la sangre caliente de su enemigo recorrió su vientre, sus piernas... el fluido más excitante que haya sentido, pensó.
Continuará...
La cocaína incluso se desperdiciaba, importaba poco si se perdía. Ellos, como dueños de la dosis, podían darse ese lujo, no como aquellos adictos harapientos que cuidan su pequeña cantidad hasta con su propia vida. La escena era una gula de químicos.
Vaquero tomó una mezcla de éxtasis y viagra, dos sustancias que se sumaban a muchas noches de alcohol y estimulantes.
Con el pasar del tiempo se despertó la llama del hombre, él era un adicto al sexo violento, extremo, por lo tanto no necesitaba mayor estimulación. Estaba en sus genes, en su sangre.
A la noche se le sumó otro estimulante: una botella de vodka; además, la música rompió el silencio al interior del auto, los minutos se fueron entre caricias toscas, miradas penetrantes y sentimientos oscuros. El delincuente estaba en su locura habitual, pero Fernanda ya estaba bastante intoxicada, no sentía la mitad de su rostro, su corazón latía más rápido y por un momento se olvidó de todo. Solo fueron unos minutos de éxtasis, porque detuvo el consumo, luego fue apareciendo el odio y la sed de venganza, eso no se perdió en la locura de la noche.
La jovencita calculó hasta ver al hombre activado por el deseo y las sustancias, entonces comenzó su ritual.
A cada paso de Vaquero, ella utilizó su cuerpo. Por cada caricia del hombre, la chica imprimió lascivia. Sus movimientos, su cuerpo, su sangre, su mente, todo estaba conectado. Y si algo caracteriza a esta mujer, de pequeña estatura, senos, caderas y piernas adecuadamente proporcionadas, era su habilidad para encender los deseos más profundos de un hombre.
Su mirada era un pecado intenso, lujuría en su máxima expresión.
Vaquero cayó. Una corriente de placer lo envolvió, lo transformó y no había otro camino que deleitarse con Fernanda, con todas sus fuerzas, con todo lo que su cuerpo podía dar. Placer en estado profundo.
Fueron 20 minutos extremos, una eternidad para Fernanda. Comenzó a preocuparse porque no podía detener el acto. Aunque pudo mantener el ritmo intenso, dudó si iba a tener la oportunidad de dañar al criminal. Sintió miedo.
Entonces llegó ese complicado instante en la vida de todo ser humano. Las consecuencias de los años, la factura a pagar... la sombra de la muerte comenzó a trazarse.
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No importa el tiempo.
No importa todo lo que realizaste en este mundo, bueno o malo, da igual.
Siempre llega mi día. El momento en que mi obra maestra, significa tu final...
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En muchas ocasiones todo depende del ritmo. Nuestras vidas giran con la intensidad que, en el mejor de los casos, definimos. Pero otras fuerzas también imponen el ritmo de nuestro andar y eso suma para nuestro final.
El ritmo de Vaquero era fuerza, deseo, odio, violencia, desenfreno, poder, sin escrúpulos, sin misericordia. Eso lo imprimió desde siempre, lo vio y sufrió en su familia, lo mejoró en las calles y lo perfeccionó en el mundo del crimen.
Y en el auto, con Fernanda, el ritmo era despiadadamente placentero para el jefe criminal. "Explotaré pronto", pensó mientras se saciaba con el cuerpo de la chica. Con el sudor en su rostro, y por alguna extraña razón, aceleró la llegada del climax... hasta que logró explotar de placer.
Para Vaquero, una sensación que encadena como una adicción. Para Fernanda, el final fue un alivio y un espacio para pensar, aunque eso era lo más difícil. Sus fuerzas no eran las mismas.
El hombre, con la natural relajación posterior al encuentro sexual, mantuvo el cuerpo de la mujer encima del suyo. Fernanda esperó y no se movió.
Una sensación de calma y satisfacción recorrió el interior del criminal, pero fue por un corto tiempo. Un mareo comenzó a molestarlo mas de lo que esperaba. Cuando quiso apartar a la prostituta no tuvo la fuerza de siempre, sus manos comenzaron a temblar. "Apártate... pronto volveremos a la ciudad", dijo con cierta molestia, pero no había molestia lo que sucedía era que todo sentimiento o sensación la expresaba con enojo, seriedad o desinterés. Su voz era débil, entrecortada.
Fernanda, sin ropa, esperó en el asiento del copiloto. Por primera vez vio diferente a Vaquero, había cansancio en sus ojos. Ella no le apartó la mirada, como la de una fiera, mientras tanto el hombre miraba hacia el techo del auto.
Sudoración, pupilas anormales, temblores y desesperación envolvieron el cuerpo del criminal, su respiración comenzó a variar. A Vaquero no le respondía el cuerpo.
A sus 39 años, luego de años de excesos y una extrema confianza en sus capacidades, la debilidad lo envolvió a tal punto que su respiración comenzó a variar. Las drogas de los últimos años, más el alcohol acumulado, con las noches de desvelos y sexo, pasaron la cuenta.
La saliva salió de a poco de su boca, le costaba respirar, los efectos de la sobredosis se profundizaron. Ahí estaba el criminal más temido, tendido, sin fuerzas, en un auto en medio de un terreno desolado en las afueras de la ciudad. No era la primera vez que las drogas lo tumbaban, pero si fue la primera vez que estaba a merced de alguien.
Fernanda mantuvo su mirada fija en el hombre, la situación comenzó a desesperarla... hasta que liberó el odio, dejó correr la adrenalina de la venganza. Recordó a Angie, recordó todo lo que sufrió con los hombres, sus clientes en las calles, trajo a su mente todo el dolor y repulsión que le provocó acostarse con Vaquero, su odiado enemigo. No pensó mucho su siguiente acción.
"Voy a ayudarte", dijo mientras buscaba algo en su bolso. La chica encontró la navaja, volvió a ver al sujeto, que respiraba con dificultad, y se subió a su enorme cuerpo. Estaba encima del criminal y fijó sus penetrantes ojos en la mirada desesperada, cansada y débil de Vaquero.
"¿Qué hacés?"... fue lo último que dijo el hombre. Fernanda empujó con determinación la navaja directo en la costilla derecha, la sangre brotó inmediatamente. El filo abriendo la carne provocó temblor en Vaquero, sus ojos se abrieron completamente, pero sus brazos no lograron alcanzar a la mujer.
La prostituta se llenó de odio, sacó la navaja solo para enterrarla una vez más, esta vez en el tórax, y empujarla con todas sus fuerzas. Los pulmones del hombre se llenaron de sangre. Vio la desesperación, el terror y la impotencia en la mirada del criminal mientras el último aliento, una mezcla de vodka, humo de cigarro y fluidos, salió de la boca del hombre.
Los ojos de Vaquero quedaron abiertos. Para Fernanda, que respiraba con fuerza, fue una descarga total. Se quedó apreciando el rostro de la muerte, mientras la sangre caliente de su enemigo recorrió su vientre, sus piernas... el fluido más excitante que haya sentido, pensó.
Continuará...
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