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viernes, 29 de marzo de 2024

Trámite


Me quedé frente a la puerta, con el rimero de documentos, esperando por el trámite.
En la fila de sillas descansaba mi paciencia o, mejor dicho, mi ansia.
A unos metros, una mujer; mucho más cerca, un enfermo mental. 
Me quedé en silencio, con las ganas de disparar verdades.
Soy mejor espectador que ser humano.
 
Aguardé por mi turno sin contratiempos.
He domado al tiempo o, mejor dicho, ya no le temo.
La mujer miraba a todos lados, el enfermo vomitaba palabras.
Guardé silencio, como fiera al acecho.
Soy mejor observador que persona.

Pensé en mi vida, de trámites y movimiento.
Desde la silla contemplé mi interior.
La mujer molesta, el enfermo deliraba.
Contuve mis emociones, pero no mis instintos.
Soy mejor en fantasías que en sentimientos.

El trámite finalizó
La mujer me sonrió
El enfermo se perdió
Respiré. Simplemente respiré una vez más.  
Soy mejor en el silencio que en esta obra de carne y huesos.


 

 

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Las postales



Hay días que es mejor no despertarse.

Debí quedarme en cama con las postales del alma, las imborrables y delicadas, las que rozan con sutileza a la felicidad.

Hay momentos en los cuales es muy difícil ser quien soy. No es que sea trágico, es solo cansado.

Hace unos días el tiempo me envió una misteriosa postal. El mensajero la colocó entre mis entrañas y la cabeza, cerca del corazón. No esperaba correspondencia estos días, pero tenía un leve presentimiento que ya era hora de recibir noticias.

La postal anuncia amores imposibles, pasiones encontradas, anhelos y una dosis de locura que, por contradictorio que parezca, también puede rozar con sutileza a la felicidad.

Presiento que estoy ante el mismo sismo sentimental, sospecho que se asoma la vieja sensación platónica, aquella añoranza de una función que está cerrada para mi cuerpo. Temo que una historia que ya viví, adaptada al presente, está por desnudarme otra vez.

Hay días que es mejor no despertarse, que sentido tiene si solo en sueños mis manos pueden tomar tu cintura, besar tu cuello, sentir tu aroma, hacerte cariños y ver de reojo como cierras tus ojos con una hermosa sonrisa. 

Ese pequeño momento de plena felicidad, sin nada más que añadirle, queda congelado en el tiempo de los sueños para siempre.

A veces es mejor quedarse en cama. 

martes, 22 de noviembre de 2022

Hace ratos que no estoy aquí

No recuerdo el día que me divorcié de los teclados y las pantallas. Sigo en las redes por la inercia contemporánea; pero, en esencia, hace ratos murió esa extensión de mi ser.

Ignoro los procesos que me llevaron a simplemente dormir. Yo, el acérrimo enemigo del sueño, un buen día me acosté para, realmente, no volver. Es en el mundo de los sueños a donde todavía batallo para vivir las experiencias que en carne me son prohibidas. Y un día espero perfeccionar la técnica de tomar todo el éxtasis que sea posible en la dimensión del inconsciente. 

Fue en un lapso de tiempo relativamente corto en el que descubrí que todo era una burbuja de percepciones; las pasiones a las que me entregué, los hábitos que cultivé, las emociones que adopté, todo eran ilusiones finamente diseñadas. Sospechaba que mi entrega tenía un trasfondo de necesidad y vacío más que de conciencia y satisfacción, pero me hacía el tonto. 

Un buen día las palabras de mis ídolos perdieron razón y todo lo que amé por convicción, simplemente se me fue como agua por las manos. Sabía que la vida es de cambios, pero no imaginé que fuera tan profundo. Aún así, me siento premiado, me siento aliviado de salir de la jaula rústica y común para caminar en una al aire libre, porque esto de las jaulas no tiene límites.

Hace ratos que ya no estoy aquí, ni allá, ni en algún lugar en especial. Me pueden ver y tocar, pero en esencia es solo una ilusión, una respuesta cerebral ante lo que está frente a sus ojos; por lo demás, quien fui ya no está y quien creo ser, no tiene forma. Ya no hay certezas, todo es un eterno fluir, como siempre ha sido y muchos aún no se han percatado.

Hace ratos que no estoy aquí y a las 3:00 de la mañana, de un martes cualquiera, solo se me ocurrió escribir, fue un impulso, un movimiento involuntario, un pensamiento intruso; quizás, porque ahora me atrevo a dudar más que nunca, es la necesidad de dejar una evidencia que permita en el futuro seguir la huella, concatenar hechos, para entender realmente que pasó en estos tiempos.



 



domingo, 14 de junio de 2020

Ver, pensar y seguir

Las voces de los señores debaten sobre política, casi siempre.
La chica fitness y fuerte lucha, día y noche, con ese desafío y otros que se ha impuesto.
Dos perros dan mucho amor, pero piden el triple de lo que obsequian. Siempre.
Hay una tortuga que aparece cada cierto tiempo en el bien cuidado patio trasero.

Todos conviven en una casa ventilada, iluminada y ordenada.
Uno que otro excremento u orina canina rompen la pulcritud establecida.
Es un hogar.  

A veces hay música, otras veces silencio. 
Los temperamentos, las palabras, los sentimientos, fluyen y chocan, como asteroides en el universo, sin romper el orden general.
No hay disturbios a gran escala. Hay límites establecidos, comprendidos o no.

El visitante observa minuciosamente ese sistema. Uno muy ajeno para él. 
No proviene del silencio, ni del orden establecido.  
Sus experiencias con los caninos se tradujeron en dolor, lo que lo convirtió en un defensor de los animales, pero no para darles amor, no; parece lo mismo, pero no es igual, como decía una canción.

La mente del invitado se dispara.

"Hay órdenes que disipan inseguridades, generan balance emocional y potencian la sensibilidad; hay otros, que no. Depende de la singularidad de cada ser humano, esa diversidad natural que tenemos y que no permitirá, bajo ningún motivo, un alineamiento mental total para hacer o el bien o el mal; al final, unos hacen un poco de ambos y se cataloga como natural; incluso, por extraño que parezca, hay leyes y lineamientos sociales que se encargan de ensalzar a los buenos y castigar a los malos, pero también puede ser en sentido contrario, todo depende. Nuestro respaldo para no poder trascender, es precisamente nuestra humanidad." 

"Analizo todo entorno, del hogar, de la ciudad, de los ojos de la gente, me ahogo en la era de la información que sufre obesidad mórbida, y todo sucede en segundos, mientras realizo lo que todo ser humano hace por necesidad."

"Me embarga la sensación de que esta realidad, este mundo, sea un círculo de felicidades efímeras, filosofías contrastadas, tristezas profundas y emociones carnales que se repiten una y otra vez con el pasar de las décadas, de los siglos. Lo mismo, pero diferente. La eterna búsqueda de tanto y de nada, depende de la óptica particular. Lo mismo de lo mismo, pero en variedad de colores, sabores, olores y definiciones."

"Ya sé, no todos somos iguales, la misma frase que me repiten y que considero una barrera."

"Los minutos en la casa iluminada parecen eternos."  

Esa cáscada de ideas, mezcladas con pensamientos intrusivos de toda índole, se rompieron con las siguientes palabras de uno de los anfitriones.

"¿Quieres café?"

Y el día se repitió, como otros tantos de una larga vida.








lunes, 18 de mayo de 2020

El monstruo


El monstruo preguntó si podía asomar su rostro. Con el tiempo se abrió camino desde la tiniebla del calabozo; poco a poco, con la paciencia de un monje y alimentándose del cerebro y el medio ambiente de su huésped, encontró el camino hacia la penumbra.

El gusano más hábil, el goloso de pensamientos, el transformador de emociones. El monstruo tomó fuerza, amplió su dominio mientras su anfitrión, el humano que lo había apresado, ahora le daba espalda a la luz y prefería la penumbra, esa cuestión que llaman pérdida de fe.

No eran las grandes alegrías, ni las tristezas, mucho menos las ansias lo que hacían vulnerable al huésped. Era una cuestión sobre anhelos de felicidad y de superioridad, esos senderos lo adormecieron, lo hipnotizaron. El monstruo, mucho más paciente y conciente de las debilidades humanas, se abría paso entre carne, neuronas, sangre y emociones. No tenía prisa. Fuera de la tiniebla su poder era considerable.

Y no fue un ataque despiadado. No. Al contrario, fue a dosis pequeñas de perdición, impulsos casi imperceptibles. Manipuló imágenes, recuerdos, sueños, anhelos, principalmente anhelos, esa necesidad humana tan natural; todo eso alimentó al oscuro ser.

El monstruo preguntó si podía asomar su rostro. Y el anfitrión le dio permiso. El pacto era con moderación; el ser asintió con una sonrisa amigable. Todo estaba bajo control... por un tiempo.

Con las semanas el huésped mutó, se mezcló con el monstruo hasta cambiar de forma.

Entonces las historias pasadas, revivieron.

Lo que pasó después fue rápido.

El ser mostró todo su esencia y asesinó al anfitrión. Se lo comió. Tomó su forma y en esa mutación todos los sentidos explotaron. Otra vez el caos y la oscuridad total tomaron el poder.

El monstruó escupió los restos del ser que lo acogía y reinó por muchas noches. No tantas como esperaba. Habría deseado la eternidad, pero no contaba con que era un simple ser inmundo, vulnerable a la luz.

Muy vulnerable.

Se derritió completamente ante el iluminado y su esencia se arrastró, con miedo, hacia el calabozo tenebroso. Estaba herido, fue burlado y apaleado.

Lamió sus heridas, en medio de la oscuridad. Con el tiempo levantó la mirada.

"La próxima vez no preguntaré si puedo asomar el rostro".



sábado, 9 de noviembre de 2019

En la tierra particular



Ayer vi un cadáver. La familia en sollozos. El morbo de los testigos. La fotografía del escenario.
Ayer vi al enemigo. Una mirada. Una advertencia. Un canalla rodeado de súbditos.

Los días se repiten. Todos por el pan. Todos al guión impuesto. Al final, los sufridos, golpeados e ignorados, caminan cansados a sus moradas, a las paredes que esconden tragedias.

Es tierra de pobres. Muy pobres. Los sin dinero, los sin sentido común, los sin comida, los sin amor, los sin conciencia, los sin justicia, los pobres de corazón. Ricos en ignorancia y carentes hasta el alma.

De avaros, hipócritas y sanguinarios; de victimarios e impunes, de hospitalarios y miedosos.
De reyes y esclavos. De los que viven sin derechos. De los que se aprovechan de todo. Es una tierra particular.

Ayer escuché llantos naturales y risas de mentira. Testigo de una pequeña ira, de una envidia sutil. Ayer fue la danza de los expertos en callar. Entre idólatras de capataces, entre despiadados, entre resignados. Tierra de extraños que se llaman hermanos.

No alcanzan los inocentes y sus voces. Los buenos de corazón no son multitud. Los de buena voluntad no hacen la diferencia. No hay sumatoria para derribar maldades impuestas. Ahí están todos los soñadores, en medio de la oscuridad, con ansias de ser faros en montañas de ceguera.

Ayer fue una resignación. Un día calcado. Una réplica triste de los últimos años. La noche y el sueño son solo una tregua.

Hoy volví a despertar en la tierra del demonio.


sábado, 28 de septiembre de 2019

En la mesa de los raros


Con los cuatro ojos y trompudos
Con los viejos aburridos y niños dormidos
Entre los dignos de apodos
Entre los menos agraciados
Con los más señalados

Pedí asiento en la mesa de los raros
Porque soy raro
Mi barba larga y mil pensamientos
Mi falta de tiempo mezclada con sueños
Mi carota sin gracia y mi boca sin palabras 

Nos vimos a los ojos con ganas de leernos
Los ví sin recelos y aire para entendernos
Pero hay unos raros que no se creen raros
Caminan en las calles de la normalidad
Y toman de la copa de la multitud

Entre viejitas perdidas, tiernos sin gracia, raras y feos
Entre los que no combinan y se les cae la comida
Con los risas chuecas, hartones y bobalicones
Con los lentos y callados
Ahí estoy

Pedí sentarme en la mesa de los raros
Porque aunque somos desconocidos, nos conocemos
Caminamos junto a los demás, pero no somos los demás
Los de corazón lavado y cocido
Los de ocurrencias extrañas, los menos populares

No nos mentimos. Los raros no se mienten
Nos reimos de nosotros mismos
Nos cuesta aceptarnos
Nos cuesta querernos
Pero cuando lo logramos, vivimos en caminos alternos

Pedí sentarme en la mesa de los raros
Porque no creen que lo soy
Creen que miento, creen que soy creído
Creen, pero no saben; sospechan, pero ignoran

Me acomodo, a mis anchas, en la mesa de los raros
Porque soy el especimen más raro de este circo humano

sábado, 27 de abril de 2019

Los otros


Cada grito un ¡viva! Cada silencio un aplauso.
Cada alabanza un júbilo. Cada pausa una oración.
El micrófono se mueve al son del temblor de las manos. No es sencillo ganar corazones, ni en la política ni en la religión. En la Tierra es necesaria la empresa del convencimiento.

El cambio es recurrente. La perdición también.
Fidelidad esperada. Manipulación anclada.
Los tonos de voz viven y mueren al compás de las ideas. Hay que ganar voluntades para el cielo y para las sillas. ¡Hay que llenar de almas los escenarios!

Cada corbata una aceptación. Cada equivocación queda sin declaración.
Vendedores de emociones. Creadores de felicidades.
Mentir no cuesta, ser verdadero es inmoral. Este mundo es de máscaras no importa el púlpito o la grada, el estadio o la calle, no importa si los protagonistas son de aromas a fragancias o de sudores agrios.

Las promesas son claves. Las mentiras son reales.
Mientras los oidos receptores duerman al son de la misma canción y los ojos iluminados se adormezcan con la misma declaración, los votos estarán en agitación y las imágenes de la tradición, pulcras y limpias, listas para la procesión.

Los gritos aumentan. Los rostros implacables. Los que ocupan las tarimas son especiales; los de abajo son muchos; claves en la ceguera, temidos en el despertar.

El alarido del salvador y las palabras del redentor han ensordecido a los siglos. Se han expresado a través del tiempo, se han vestido de poder. Un mundo construido de voces exclusivas y oidos de muchedumbre, unos tienen cielos en la tierra; y los otros, sin conocerse, sin conciencia, caminan dormidos impactando unos con otros en un laberinto construido; viven maldiciéndose y mueren en una eterna añoranza.

Los prometedores se alimentan de los otros, de los que caminan en círculos con la sospecha de encontrar un sentido escondido en el amplio sendero.

Los otros, oro valioso, raza escondida, serán carnes en movimiento, testigos de la mentira y cómplices de la oscuridad.

Los otros seguirán perdidos por los siglos de los siglos... 

sábado, 20 de abril de 2019

Fernanda Parte XXV


Solo los mejor preparados toman las decisiones acertadas en los momentos extremos. No importa sin son buenas o malas personas, en la preparación está la clave. En el mundo criminal es importante ser aguerrido, aunque puedes morir rápido; se toma en cuenta, por ejemplo, la lealtad pero eso no te alcanza en un mano a mano con el enemigo. En el bajo mundo es indispensable ser aguerrido, leal y estar preparado mentalmente para cada misión, todo eso mezclado con una habilidad vital: saber actuar en el momento justo, con la fuerza necesaria.

Pero el vigía encargado de la casa de seguridad carecía de sentido común criminal. El policía comprado por el crimen tenía en una mano el celular y en la otra la pistola, estaba en el patio de la casa y desde los muros fue avistado y amenazado por los agentes. El hombre se puso nervioso y no supo qué hacer. Las autoridades estaban afuera de la casa de seguridad tratando de atar cabos luego del testimonio de Ramiro, uno de los tantos sujetos de la amplia red de contactos de la banda que un día lideró Vaquero y que ahora estaba bajo las órdenes de Bruno. 

Los policías no tenían una orden para registrar la casa, esperaban un motivo para ingresar por la fuerza. Y el vigía se los dio. El sujeto, por los nervios, no pensó bien: dejó caer el celular y a pesar que tres agentes estaban en los muros, que no eran blancos fáciles por la luz y la posición, el hombre disparó. Bingo.

De los 22 policías que estaban en las afueras un grupo de cinco abrió la puerta y entró disparando, desde la casa respondieron al ataque, el saldo del primer intercambio fue de dos agentes heridos y del lado criminal dos hombres calleron al suelo, uno de ellos era el vigía inexperto, ni siquiera buscó un lugar adecuado para cubrirse y disparar. Murió en los siguientes dos minutos.

Los policías no tenían idea de la importancia de esta misión, no sabían que adentro de la casa estaba el pez gordo, uno de los más buscados: Bruno.

El jefe criminal quedó totalmente sorprendido al escuchar los disparos, no se esperaba este ataque mucho menos de la policía. La sorpresa pasó a segundo plano, y como un criminal preparado, tomó sus armas para escenarios en desventaja: su infaltable nueve milímetros y un rifle M16 junto con tres cargadores que sacó de un mueble que estaba en uno de los cuartos.

Bruno y sus hombres siempre tenían un plan. La célula criminal, cuando no estaba en su base ubicada en el sur de la ciudad, solo visitaba cuatro casas de seguridad con las mismas características: de dos plantas, amplia, con varios cuartos conectados entre si, con un patio trasero que tenía salida y con un pequeño tunel para dar con el patio trasero de la casa aledaña, que obviamente era habitada por gente a favor del grupo delictivo.
A la salida de ambas rutas de escape siempre estaba un auto estacionado en caso emergencia.

Por eso Bruno y sus hombres de confianza solo tenían que repeler el ataque inicial y comenzar a buscar las dos posibles salidas. No era sencillo porque ya habían perdido la primera línea de defensa y ahora serían cuatro hombres, incluyendo al jefe, contra al menos 15 policías que comenzaron a entrar en grupos mientras otros ocho estaban en las inmediaciones.

Se dividieron en dos grupos: Manuel y Jorge, dos hombres delgados y los más aguerridos de su grupo serían la segunda línea de defensa, mientras Bruno y su lugarteniente, un hombre fornido y alto conocido como Diablo, comenzarían a buscar las salidas. El plan A era disparar y cubrirse las espaldas hasta que uno llegara al auto y sin levantar tantas sospechas preparar el escape. El plan B, el que Bruno ya tenía en mente, era alcanzar el auto con al menos uno de sus hombres. Si tenía que escoger prefería al Diablo porque Manuel y Jorge tenían más experiencia en abrirse paso por si solos y escapar individualmente.

En el segundo intercambio Manuel y Jorge lograron detener el avance del primer grupo de policías. Mientras Jorge corrió a la parte trasera los disparos de Bruno y Diablo lo cubrieron. Luego los tres continuaron disparando hasta que Manuel los alcanzó.
Cuando Bruno superó la puerta trasera, se subió al muro y observó que en la esquina estaba una patrulla con dos policías fuertemente armados que custodiaban la entrada de la cuadra que daba con la casa de seguridad.

Entonces tomó la decisión de salir por el tunel para dar con el patio trasero de la casa aledaña. Cuando salió a la calle, el auto estaba a unos diez metros. No era sencillo salir porque la balacera provocaba que desde las ventanas de las viviendas aledañas las personas observaran el escenario.

En ese momento al interior de la casa de seguridad, el avance de la policía surtió efecto. Jorge fue herido en la pierna izquierda cuando caminaba hacia la parte trasera. Manuel y Diablo, al ver la puerta del tunel abierta dedujeron que Bruno ya estaba en el carro. Diablo ordenó a Manuel que saliera mientras comenzó a disparar a los policías para abrirle paso a Jorge, quien se arrastraba y no dejaba de disparar su arma, ya había gastado dos cartuchos y le quedaban dos más.

Bruno, con rifle en mano, comenzó a caminar y logró que la oscuridad de la calle le ayudara a pasar desapercibido, cuando llegó al auto quedó expuesto a los ojos de unos vecinos que miraban desde su ventana. Entró y decidió esperar un minuto. Cuando volvió la mirada vio que Manuel se acercaba a paso rápido pero sin levantar sospechas. "¿Y Diablo?" dijo con voz agitada.

"Se quedó abriendo paso. Jorge está herido. Debemos escapar", Manuel tenía razón y Bruno miraba su reloj. "Necesito un hombre más para superar la intersección a donde está la patrulla", pensó el jefe sin quitarle los ojos al segundero.

El sonido de los disparos se acercaba, eso era señal que los policías ya habían llegado al menos a la parte trasera de la casa. Entonces el que salió del tunel de la casa aledaña fue Jorge, que cojeaba y sangraba. Eso levantó todas las sospechas y Bruno lo sabía. "Yo me encargaré de abrirme pasó", luego de sus palabras ordenó a Manuel que manejara mientras él tomaba posición en la parte trasera. "Le dieron al Diablo, no creo que lo logre", dijo Jorge quien tenía ensangrentada la pantorrila izquierda, aunque el disparo no le fracturó el hueso. Bruno dio por perdido al Diablo, obligó a Jorge a sentarse detrás del conductor y comenzaron la parte final del escape, debían superar a los dos policías fuertemente armados que estaban en la esquina.

En la puerta del tunel Diablo sangraba del hombro y el estómago, logró cargar su arma por última vez y comenzó a disparar hacia la puerta que daba al patio trasero. Eso detuvo un momento a los policías, quienes ya habían perdido a un hombre en su ataque final a la casa.

Mientras Diablo disparaba sus últimas balas, antes de ser ultimado, Manuel no encendió las luces del auto y comenzó la marcha, cuando llegaron a la esquina uno de los policías le ordenó el alto, en ese momento Jorge con su pistola nueve milímetros y Bruno con su rifle abrieron fuego, el policía cayó fulminado mientras que su compañero alcanzó a cubrirse.

Cuando Manuel aceleró y superó la esquina, otros dos agentes que escucharon los disparos se acercaron y junto al policía que se había cubierto abrieron fuego, una de las balas rozó el pómulo de Bruno lo suficiente para destrozarle esa parte del rostro, otras dos balas se alojaron en el hombro izquierdo de Jorge y una atravesó el asiento e hirió a Manuel en el brazo izquierdo, aún con ese impacto logró conducir y alejarse de la escena mientras una patrulla comenzó la persecusión.

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"Muchas veces la locura es la antesala de mi llegada"

La Muerte

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La locura.

La persecusión fue intensa.

Bruno, por la herida en el rostro, no tenía la misma capacidad de combate. Jorge, quien tenía tres impactos de bala pero ninguno de ellos había tocado órgano sensibles, tuvo la fuerza de tomar el M16 de Bruno y disparaba cada cierto tiempo para tratar de detener el avance de los policías; pero era imposible, desde la patrulla los disparos destruían cada vez más el auto de los criminales.

No había otra opción, había que tomar una decisión suicida. "Alguien debe bajarse y contenerlos", dijo Bruno quien con un pedazo de su camisa apretaba la herida en su rostro. Manuel aceleró hasta llegar a la entrada de una colonia asediada por grupos de pandillas, tomó una calle angosta y al llegar a la esquina le dijo a Jorge que se bajara. Su compañero no dudó, ya había enfrentado situaciones iguales o peores y había salido triunfante, se colocó detrás de un contenedor de basura. El auto aceleró al momento que al otro lado de la calle ingresaba el carro policial.

Cinco segundos después una ráfaga de balas impactó la parte derecha de la patrulla hiriendo al conductor y a uno de los policías que estaba en la parte trasera. La patrulla se detuvo 10 metros después, entonces Jorge, mientras cojeaba y trataba de escapar, no dejó de disparar al auto. Suficientes balas para matar a los dos policías heridos pero pocas para detener a los otros tres agentes. Una cuadra después y sin la fuerza para hacerle frente al ataque, Jorge recibió tres balazos, uno de ellos directo al corazón.

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Los gritos de dolor y frustración dificultaban la intervención quirúrgica al jefe criminal.
La herida era peor de lo que creían. Bruno perdió el ojo y el pómulo derecho.

Manuel, estaba fuera de peligro por el balazo en el hombro. Otros cuatro hombres del círculo de Bruno analizaban que salió mal esa noche. Estaban en constante comunicación con agentes claves de la red criminal, debían tener una respuesta lo más pronto posible para rendir cuentas.

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Al día siguiente las portadas de los periódicos y los titulares de los principales noticieros daban amplia cobertura del enfrentamiento. Hablaban de un golpe clave a la organización criminal más peligrosa de la ciudad. Había un falso discurso triunfal de parte de las autoridades. Los que sí celebraban eran el resto de organizaciones criminales que ansiaban el control de la ciudad.

En la principal casa de seguridad de los criminales, Bruno tenía vendada la mitad del rostro, su ojo izquierdo fijo al techo de la casa mientras escuchaba los informes de sus lugartenientes.

Ramiro fue el informante que los delató, a partir de esa información dieron con uno de los agentes de su red que casualmente brindaba seguridad en la casa a donde decidió pasar la noche.
Pero la mayor frustración, lo que le generaba un odio indescriptible, era la información del resto de policías ligados a su banda: no había un grupo de prostitutas infiltrado en sus dominios, no había ningún indicio de mujeres al servicio de sus enemigos, no existía un plan orquestado para que otras bandas criminales ganaran espacio en sus territorios. La deducción de un grupo de mujeres matando hombres de su organización era errónea. El asesinato de Vaquero, el antiguo líder, y del Negro, un delincuente de poca importancia en su grupo, fueron atribuidos a hechos aislados. Lo que nunca supieron era que Fernanda, la pequeña prostituta, estaba detrás de esos hechos por cuestiones muy particulares y no como un plan.

Bruno estaba destrozado, no por los asesinatos que ordenó a partir de sus hipótesis sino porque había perdido un ojo y su olfato criminal había fallado por completo. Seguía siendo el líder de un amplio territorio de la urbe, su organización era la más temida y respetada en el mundo del crimen pero en su interior sabía de su equivocación y esa acción le costó caro.

"¿Qué hacemos jefe?", preguntó Manuel. "¿Quiere venganza?".

Bruno no respondió.

"Ya habrá tiempo para las venganzas, por el momento a seguir controlando todo como si nada", fue la respuesta de César "El Capo", el número dos de la organización, fiel a Bruno y el de mayor confianza del jefe.

Después de eso solo hubo silencio. Bruno no dejaba de ver al techo de la casa.

Continuará...

Sábado de gloria, cientos de rostros y un café


Cuando debería autoexaminar mi conciencia bajo la lupa de la historia recordada, me siento a describir caras, a tratar de adivinar sentimientos, a tratar de entender realidades.

Veo a una mujer que come en silencio. Los miembros de la familia hablan, cruzan miradas, sus rostros comparten sentimientos; sin embargo, ella ve al plato con comida llena el tenedor y lo lleva a la boca, es cuando mastica que alcanzo a ver su rostro. No es que esté hambrienta, tampoco está concentrada en masticar más de 20 veces como dictan algunos expertos de la nutrición, su silencio advierte una desconexión sentimental momentánea o crónica.

Me atrevo a decirlo porque en las cuatro ocasiones que la vi masticar logré ver sus ojos con facilidad. Uno puede advertir miradas, podemos saber si nos están analizando a cierta distancia. Nos separaban tres mesas pero su mirada, en la misma dirección de mi mesa, estaba perdida mientras la plática de sus parientes continuaba. Todos en algún momento "nos quedamos viendo a la nada", se siente cómodo de vez en cuando, pero volvemos a fijar la atención en algo o en alguien. Con ella era diferente: sus ojos cansados, inexpresivos se desenfocaban y luego bajaba la mirada para concentrarse en el plato.

"Aquí está su café, señor", la voz de la mesera me interrumpió y estuvo bien porque ya no podía seguir con el escenario de la mujer que comía en silencio.

Un sorbo de café y a pensar. Es sábado de gloria.

En el día antes de la resurrección, cuando debería enumerar y desmontar mis ídolos terrenales, me conmueve la mirada de una chica. No cruzamos miradas porque sus ojos tenían dueño: su novio. Por la forma que lo contemplaba, no era complicado deducir que era su mayor ídolo.

Le sonreía con cierta vergüenza, con cada beso sus ojos se cerraban y cuando los abría se iluminaban con el rostro del chico. Muy pocas veces le apartaba la mirada, creo que analizaba su alrededor para tratar de sentirse cómoda para el siguiente beso. Cada abrazo, impulsado por ella, parecía eterno. Era su todo. Del chico solo puedo decir que no parecía tan enamorado.

"Antes de hacer conclusiones sobre la vida de los demás ¿no deberías mejor analizar tu interior?"
Otra vez la interrogante que incomodaba, quizás por la jornada propicia para la reflexión. Pero no la respondí, porque me pareció interesante reflexionar sobre los niños que eran constantemente regañados por sus padres en una mesa cercana. Era tan obvia la incomodidad de los adultos y la frustración de los infantes. Ni unos podían disfrutar del ideal familiar de compartir la mesa ni los otros de darle rienda suelta a su curiosidad.

Si se trata de disciplina, es importante que los padres enseñen a sus hijos a comportarse. Si se trata de comprensión, estoy del lado de los pequeños. Recuerdo muy bien la felicidad que me generaba jugar y experimentar, era única.

Esta reflexión me llevó más tiempo. Los chicos no parecían necios ni hacían berrinches exagerados, pero eran sometidos al silencio por cada tres palabras y obligados a no moverse cada cierto tiempo. Dediqué varios minutos a los padres, se miraban cansados, forzados, molestos. Como si la salida fuera una condena pasaban del silencio incómodo a los regaños, solamente cuando revisaban el menú sus miradas cambiaban un poco; luego todo se repetía: ojos que denotaban molestia, regaños, los niños seguían tocando todo a su alrededor antes de ser otra vez sorprendidos y amonestados.

Aparté la mirada para concentrarme en el café, el sorbo me sorprendió porque ya estaba tibio "¿tanto tiempo pasé analizando rostros?" no pude evitar preguntarme. Nunca he dejado una taza de café a medias y hoy no fue la excepción, pero es un pecado dejarlo enfriar.

Me levanté, pagué y me retiré. Cuando caminaba ya era tarde, las nubes grises tomaron el final de la tarde, la brisa invitaba a la nostalgia, los recuerdos y a la inevitable introspección que me caracteriza.

"¿Qué buscas? ¿qué quieres? ¿a dónde vas? ¿necesitas otra década para definir entre el verdadero camino o los caminos de la multitud?"

Entre el viacrucis y la resurrección, cuando la reflexión debería estar a flor de piel, seguí caminando. Aunque hay un ruido en mi interior y lo tengo claro: esas interrogantes seguirán ahí, porque traspasan tiempos de tradición y reglas impuestas. Espero que mi vida no se enfríe antes de responderlas porque, como sucede con el café, sería un pecado.







sábado, 31 de marzo de 2018

Fernanda Parte XXI


La primera cerveza no duró más de cinco minutos. La sed, las ansias, la pura gana de alcohol fueron saciadas en tres sorbos. Fernanda casi siempre contemplaba las bebidas, trataba de disfrutarlas al máximo, pero esta vez no era un día normal. Una jornada con una montaña rusa de emociones merecía una buena dosis, al menos ese ritual tenía la sensual mujer.

Pidió la otra cerveza y un plato de carne. Si tenía algunas horas libres antes de su cita con César, podía darse un pequeño exceso.

Cuando Osvaldo entró al restaurante, lo primero que hizo fue ubicar a Fernanda. Se dio cuenta que ella estaba en una mesa cercana a la puerta trasera que daba a otro estacionamiento. Salió del lugar y movió su auto hacia ese espacio. En su mente ya estaba el "plan b" en caso la situación se saliera de control.

Sin levantar ninguna sospecha, saludando a meseros y clientes, se dirigió al baño y se arregló un poco. Debía pensar bien sus pasos antes de actuar, su plan ya estaba trazado: abusar de Fernanda y llevarla, personalmente, al grupo de Bruno.

Se sentó a dos mesas de distancia de su objetivo y pidió una cerveza. Se dio cuenta que Fernanda casi finalizaba su tercera bebida. "Entre más bebas es mejor, eso me facilitará todo" pensó. Tomaba pequeños sorbos mientras observaba a su presa e imaginaba tomarla entre sus brazos y saciar todos sus deseos que tenía acumulados por sus trabajos: vigía del crimen y taxista.

Cuando Fernanda pidió su quinta cerveza ya estaba totalmente desinhibida. Se sentía bien, un poco alegre porque la dureza de su vida desapareció conforme los grados de alcohol aumentaban en su sangre. Por eso cuando cruzó miradas con Osvaldo no sospechó absolutamente nada, era un hombre más que trataba de coquetear. Sus años en la prostitución le enseñaron que desde las primeras miradas, hasta el momento de estar en la cama, habían ciertas acciones, gestos, que dejaban algunas evidencias si el cliente era de confiar o había que tomar precauciones.

Lo único que le pareció extraño a Fernanda era que los ojos del hombre tenían esa mirada particular de búsqueda de servicios sexuales. "¿Acaso se me nota en los ojos que soy puta? No ando un atuendo que me delate. ¿Por qué siento que me ve como si estuviéramos en la barra del bar de un prostíbulo?" preguntas que se hizo mientras tomaba de su cerveza y miraba al sujeto.

Pero el alcohol, tarde o temprano, engaña, distorsiona, cambia la percepción. Aunque Fernanda tomaba al menos tres veces por semana, tenía experiencias de todo tipo con las bebidas embriagantes y estaba en un momento complicado de su vida, bajo un peligro inminente; pese a todo eso, el momento se prestaba para olvidarse de tantas penas. En su interior estaba cansada, harta de todo y aunque no lo demostraba, tenía poca esperanza de que su vida terminara bien.

La baja autoestima, los trastornos de una vida violenta, el miedo, la depresión, las ansiedades, provocan una serie de daños que se esconden en el subconciente, pueden pasar desapercibidos en la lucha del día a día; por eso, cuando el alcohol se mezcla en la sangre y esa sensación de bienestar explota en el interior de la persona, todo cambia de color, las ideas negativas se disipan y comienza una revolución: la falsa sensación de plenitud y liberación se toma el poder y en automático se baja la guardia ante posibles riesgos.

Fernanda no le dio importancia a sus interrogantes y terminó su quinta cerveza. Eran las 2:00 de la tarde y pintaba bien el resto del día. Levantó su mano para la sexta cerveza. Osvaldo también levantó la mano, le sonrió a Fernanda y dijo: "puedo invitarla a su siguiente bebida, es una tarde tranquila que merece una plática ¿por qué tenemos que beber en silencio?" la sonrisa de Osvaldo no ayudó mucho. Si algo estaba claro para Fernanda es que el hombre estaba horrible, eso no lo podía cambiar ni siquiera 30 cervezas pensó la mujer ¡y tuvo que contener la carcajada cuando ese pensamiento se cruzó por su mente! Sin embargo, era una buena idea charlar, en eso le dio la razón a Osvaldo.

"Es una buena idea..."

Suficiente señal para Osvaldo. En diez segundos tomó sus envases vacíos y se sentó en la mesa. Eso tomó por sorpresa a Fernanda, pero no dijo nada.

Los siguientes 30 minutos pasaron entre pláticas del lugar, la comida, temas superficiales que permitían matar el tiempo de una forma menos desesperante. Lo que mejoró el ambiente fueron las siguientes rondas de cervezas. Para las 5:00 de la tarde ambos ya sabían a que se dedicaban para ganarse la vida. Osvaldo era estricto con su plan, daba confianza a la chica y las bebidas permitían el momento para que Fernanda siguiera bajando la guardia. Estaba funcionando.

Pero Osvaldo cometió un error. También el alcohol estaba afectando su estrategia. Cuando vio que la mirada de la mujer se perdía por momentos, en lugar de comenzar a convencerla para una cita en un motel, se le ocurrió compartir parte de la cocaína que portaba en su billetera. Se imaginó que eso podría ayudar.

Cuando Fernanda tuvo dificultad para pararse e ir al baño, él le ofreció la droga. "Te puede ayudar ¿no lo crees?", la chica no supo que decir al instante, pero que un taxista tuviera una bolsa de cocaína no era extraño, incluso pensó que quería venderle la dosis, a lo que ella contestó: "si me la regalas, con gusto; si tengo que pagarla, te la regreso", ni siquiera titubeó en sus palabras.

"Es tuya, es para que la tarde avance bien y pueda terminar bien", dijo mientras coqueteaba con la mirada. La mujer no lo dudó, la tomó y en el baño aspiró lo necesario para recuperarse de lo que parecía el inicio de una tremenda borrachera. Y surtió efecto. El estimulante era de buena calidad como para volver la alerta a la cabeza de la mujer.

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Mientras tanto César terminó la reunión con su prometida, y las familias de ambos, en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad. El joven comió, sonrió, fue amable, pero de su mente nunca se despegó el pensamiento de hacerle el amor a Fernanda. Estaba encadenado a ese recuerdo desde la primera vez que se acostó con ella. Punto.
Así que no sintió mucha pena, al contrario, estaba feliz porque sabía que en unas horas gozaría nuevamente de ese tremendo placer.

Sin embargo no encontraba el momento para comunicarse con la prostituta. Las tres veces que fue al baño para intentar llamarla, habían otros hombres en el lugar y eso le incomodó.

No le quedó otra opción que esperar con paciencia y pensar que Fernanda seguiría en el restaurante o que se movería en los alrededores para esperar la cita.

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Cuando Osvaldo tocó por quinta vez la pierna de Fernanda, entonces se dio cuenta que no sería sencillo continuar su plan. "No vas a convencerme, Osvaldo, esta vez estoy fuera de servicio", aunque lo dijo con una sonrisa luego del sorbo de cerveza, ya la situación había cambiado para la mujer. Sentía la necesidad de parar la ingesta y mejor ocupar el resto de la droga para estar lo más despierta antes de la cita con César.

"Bueno, necesito ir al baño también, ya vuelvo", dijo él mientras se apresuró a los pasillos. Cuando estaba fuera del alcance de la mirada de ella, cambió la dirección y fue a la caja para cancelar la cuenta de ambos.
"Son 42 dólares", dijo la encargada. Osvaldo pagó y sin ver a la señorita tomó el cambió y se retiró.

Entonces todo sucedió muy rápido. Comenzó el "plan b".

El taxista observó a su alrededor, esa parte del restaurante estaba vacía, y cuando llegó a la mesa tomó con tal fuerza el brazo de Fernanda que la levantó de su asiento. Puso su otra mano en la boca de la mujer y la llevó con facilidad a la puerta trasera que daba al estacionamiento. Era un día nublado y estaba cayendo la tarde, no había movimiento en el estacionamento y el vigilante estaba lejos por el momento. Eso le ayudó para acercarse a su auto, con un solo brazo le fue suficiente para aprisionar el cuerpo de la mujer al suyo, su mano tapaba totalmente la boca de la chica. El terror y la desesperación se apoderaron de ella. No había forma de zafarse para Fernanda y perdía el aliento ante la fuerza violenta.

Entraron al auto y Osvaldo la golpeó fuertemente en la cabeza, volvió a contraminarla contra el asiento con tal violencia que salió un quejido casi sin aliento de la boca de Fernanda. Osvaldo era un demonio que no permitía respuesta alguna. La tomó del pelo, sacó un cuchillo de la parte derecha de asiento principal y le susurró: "si gritas te rebanaré el cuello, hija de la gran puta", al mismo tiempo hundió la punta del arma en la clavícula de la mujer, no rasgó la piel pero mantuvo la presión un momento solo para provocar más miedo. Apartó el cuchillo, volvió a golpearla en la cabeza, tomó el cinturón de seguridad y se lo puso para evitar que se escapara con facilidad.

No había opción. A Fernanda se le pasó la borrachera y eso dio paso a una tensión, a un terror pocas veces experimentado. El auto salió y se internó en las colonias aledañas al bulevar adonde estaba ubicado el restaurante. Osvaldo confió en que los golpes y las amenazas eran suficientes para impedir una respuesta violenta de parte de ella. Otro error. Si algo caracterizaba a la prostituta era su frialdad en momentos límites.

Fernanda fingió que estaba lesionada y se quejaba con dificultad, eso provocó que Osvaldo acelerara hacia su destino, se concentrara en la carretera y, por ende, perdiera la atención hacia ella.

"O hago algo o muero en el intento, pero debe ser ya... si llegamos al destino, moriré", ese pensamiento enloqueció a Fernanda. Todas sus pesadillas de una muerte lenta y dolorosa se apoderaron de ella ¡y esta vez no era un sueño!

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"Dejo ver mi rostro siempre, aunque la vida lo hace imperceptible a la mayoría"

"Muchas veces aviso mi llegada con antelación; en otras ocasiones, soy como un ladrón en la noche" 

La Muerte.

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El terror y la necesidad de sobrevivir fueron los combustibles perfectos para ella.
Tomó fuerzas poco a poco, y mientras sus quejidos se transformaban en un llanto fingido, tuvo una idea. Y la materializó inmediatamente.

Con rapidez alcanzó a tomar con toda su mano izquierda los testículos de Osvaldo, quien nunca imaginó ese ataque. Los apretó con tal fuerza que el hombre gritó de dolor. El taxista, como pudo, reacciónó y con el antebrazo la golpeó en el rostro, tal fue la fuerza que todo el cuerpo de Fernanda terminó contra la puerta del copiloto. Pero eso no redujo el apretón a las partes íntimas de Osvaldo; incluso fue peor para el hombre, porque cuando la prostituta recibió el golpe en el rostro que la tumbó contra la puerta del carro, ella también haló los testículos. El dolor fue tal que Osvaldo vio luces, perdió el control y por instinto se movió a la derecha para tratar de zafarse del ataque de la mujer. Ese movimiento precipitó el auto hacia un árbol.

Todo sucedió en cámara lenta para ambos. Como Osvaldo tenía sobrepeso, se acostumbró a no usar cinturón de seguridad; y para evitar que la prostituta no escapara, le puso el cinturón a ella. Ese fue el detalle.

La colisión fue devastadora, el cuerpo del hombre se contraminó contra el volante y una parte de su cabeza golpeó con el parabrisas. Como Fernanda tenía cinturón de seguridad, y el golpe no fue en la dirección de su asiento, el impacto solamente le dejó una marca terrible en el cuello y los senos.

Osvaldo trataba de respirar, pero su sobrepeso, los años de fumador, el poder del impacto, el daño en su tórax, su cabeza, la sangre perdida... poco a poco la vida se le escapó y la muerte llegó como un ladrón en la noche. Fue su último viaje.

Fernanda estaba tan adolorida que solo pudo salirse del auto antes de caer al piso desmayada.

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Cuando abrió los ojos vio a una enfermera frente a ella. "Descansa muchacha, debes recuperarte".
Lo primero que preguntó: ¿qué horas son? ¿a dónde estoy?

Eran las 8:00 de la noche.

Continuará...

sábado, 18 de marzo de 2017

Fernanda Parte XVII


Los principales noticieros destacaban el enfrentamiento en el centro de la capital. ¡Guerra de bandas! ¡Masacre! ¡Venganza entre mafias! los principales titulares asombraron a muchos. De los cinco muertos, el más significativo, el más repetido: el despiadado Vaquero.

Bruno fumaba un cigarrillo mientras revisaba los periódicos junto a él estaban cuatro hombres, el núcleo del grupo de Vaquero. Tres hombres del grupo enemigo, entre ellos un lugarteniente, fueron asesinados, Bruno se salvó porque descubrió que los seguían y no dudó en atacar. "Estos malditos tenían todo preparado, querían aniquilarnos a todos", dijo sin titubear.

"Nos siguieron, sabían de nuestros pasos y seguramente conocen nuestras casas de seguridad", se levantó y camino por la casa.

"¿Pero quién pudo seguir y matar a Vaquero?" exclamó uno de los hombres, un fornido de mediana edad que sostenía un vaso con whisky. "En las últimas semanas Vaquero se rodeaba de mujeres, algunas nunca las conocimos pero todas eran de su confianza, al menos eso parecía", dijo antes de dar un sorbo.

Bruno, quien nunca apreció al jefe, pensó bien sus palabras. "Eso de acostarse con todas y drogarse lo hizo perder la disciplina y seguramente eso aprovecharon los enemigos para infiltrar su espacio. La última vez que lo ví estaba con una chica, no la recuerdo muy bien pero dudo mucho que ella fuera un blanco a tomar en cuenta, parecía perdida y Vaquero la tenía sometida", recordó el criminal tatuado.

"Él nos dio la misión de atacar al grupo de Jorge, se escuchaba ansioso y no dio muchas explicaciones. Está claro que había perdido la preocupación, seguramente salió por más diversión, lo siguieron y le tendieron una trampa. Al mismo tiempo a nosotros nos estaban siguiendo", Bruno hizo una pausa y se puso al frente del grupo.

"Está muerto. Esto debe continuar, ahora yo estoy al mando. Desde este momento vamos a cambiar las casas de seguridad, vamos a reclutar al resto de hombres y destruiremos a esos malditos, comenzando desde nuestro territorio. Todo hombre sospechoso, que no pertenezca a esta zona, estará en la mira. ¿Escucharon bien?", Bruno era de la misma línea de Vaquero, imponía su posición, inspiraba temor. Sus hombres se vieron entre ellos y aceptaron las condiciones. Había nuevo jefe, nuevas misiones.

"Qué bueno que te mataron Vaquero, ahora estoy en el lugar que pertenezco", Bruno pensaba mientras miraba a sus lugartenientes y comenzaba su reinado criminal.

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Fernanda abrió los ojos y por varios segundos no sabía a dónde estaba, su mente trataba de estabilizarse y determinar si estaba soñando o estaba despierta... o quizás muerta.

Cuando sintió el olor a cigarro en su ropa y se vio vestida, saltó de golpe de la cama. Los recuerdos del momento en que atravesó con el cuchillo el pecho de Vaquero, los ojos perdidos del hombre, la atacaron constantemente. Pensó en Angie. "Estás vengada, chelita", sintió que la culpa que cargaba por el suicidio de su amiga desapareció.

Como sucedió después de la muerte de Don Carlos, el viejo abogado, el pervertido sexual que falleció con el traje de sadomasoquista puesto, salió por información. Compró periódicos, cigarros, vio todos los noticieros y permaneció en su cuarto los siguientes dos días. No había indicios que la incriminaran, no había, al menos hasta ese momento, una evidencia de su participación.

Entre toda la pesadilla recordó que César, el jovencito delgado, bien vestido y de clase, la había llamado en los momento en que estaba con Vaquero. No le importó.

"Solo falta que me reconozcan los dos hombres que estaban con Vaquero en la casa. Qué importa, de todos modos ya no me queda nada", dijo sin dudar. Fernanda había perdido las posibilidades de volver a una vida normal, alejada de los infiernos. Ella era un infierno, una alma perdida; como un demonio, sabía su condición y ya no lo lamentaba. Su corazón estaba oscuro.


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Cinco días después...

Los tacones rompieron el silencio en la calle. Era medianoche. La mujer caminaba léntamente, dejaba una estela de humo de cigarrillo y un olor a perfume barato. Fernanda había vuelto al trabajo.

La importancia de las noticias sobre Vaquero habían pasado. Tres asesinatos en los últimos días, vinculados a bandas criminales, habían ganado notoriedad. El grupo de Bruno estaba limpiando su territorio.

La gente, los borrachos, los vendedores de droga y sus clientes volvieron a la normalidad, a la cotidianidad de excesos, riesgos, placeres, dinero... perdición.

Fernanda también volvió a sus escenarios, a las calles que le abrieron las puertas a la prostitución. Se sentía en su zona, en sus bares, en ese amplio sector que estaba pasando al olvido, que no tenía la afluencia del centro de la ciudad.

Esta vez no había clientes. Encendió otro cigarro y a los minutos vio acercarse un auto que le pareció conocido. Era César. Fernanda sintió algo extraño en la boca de su estómago y por un momento no supo si ignorarlo o enfrentarlo. No hizo falta.

César tomó la iniciativa: "Estoy acá porque quiero disculparme, sé que parece una tontería pero me quedé pensando en lo que te dije y no estuvo bien. No me ha sentando bien esa doble vida, ese sentimiento extraño sobre lo que tengo y lo que deseo", lo dijo sin vacilar. "La tengo a ella, el soporte de nuestras familias, un futuro prometedor, pero no siento la mínima pasión por ella. Y las veces que me acosté contigo fue el mayor placer que pude haber sentido. Aunque no tengas el resto de cosas, sí haces la diferencia."

Fernanda mostró una media sonrisa. "Lo sabía", se dijo a si misma. Antes de responder una palabra siguió fumando, se tomó su tiempo y vio a los ojos a César. "Ya sé que solo soy buena para dar placer, a eso me dedico. También sé que no tengo ni clase, ni títulos, ni familia, ni nada, no hace falta que me digas ambas cosas", pareció que el mundo se detuvo y solo existía la mirada entre ambos.

"¿Pretendes estar con tu esposa y verme cada semana para hacerlo? jajaja, hombres, por esa debilidad tenemos trabajo. Para mí no hay problema", Fernanda fue sincera pero ocultó un punto importante: ella también por primera vez había sentido algo distinto al acostarse con César, algo cercano a hacer el amor, algo especial que sobresalía de tanta carnalidad habitual por la que ha pasado su vida.

"A veces pienso, si nos fuéramos juntos lejos y me olvidara de todo...", César se atrevió a decirlo. La chica no lo podía creer. "No sabes lo que dices", se dio la vuelta, tiró el cigarrillo y caminó léntamente.

"Solamente digo que es placentero imaginarlo y todo un desafío si lo hiciéramos, pero no lo sé...", el joven comenzó a seguirla. La tomó del brazo y la puso frente a él. Fernanda se mantenía inmóvil, su corazón no estaba para emocionarse con un cariño, ella nunca había tenido ese sentimiento, lo rechazaba, luchaba para no caer en él, pero César tenía esa mezcla varonil y suave, ese aroma, esa sinceridad, ese toque que para ella era complicado no atender. Se quedaron en silencio unos segundos.

Era el momento de definir. ¿Está mal querer a una mujer así? ¿Por qué siento que ella tiene algo que podría atraparme? ¿Acaso de la pasión puede surgir amor? ¿Tienes el valor de romper moldes y buscar en esta mujer el sentido de una relación? ¿Por qué siento que tiene algo que quiero para mi vida? ¿Por qué siento que podría enamorarme? Las interrogantes habían angustiado a César en las últimas semanas y su juventud también pesaba en esa tortuosa indecisión. El joven no daba el paso. Fernanda no podía apartarse de él y también tenía muchas interrogantes: ¿Una mujer como yo merece amor? ¿Después de todo lo hecho en mi vida? ¿Después de tanta oscuridad y perversión? ¿Podría merecerlo?

No rompieron el silencio. Se alejaron poco a poco sin apartarse la mirada por un momento. César abrió la puerta del carro y le hizo un gesto que daba a entender que volvería, que esto no se quedaría así.
Fernanda asintió sin quererlo.

Cuando se alejó el auto Fernanda encendió otro cigarrillo. Hacía frío y comenzó a caminar. Decidió tomarse la noche e ir por unas cervezas, había un nuevo bar a seis cuadras y quería conocer.

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El humo, la música y el olor a alcohol se mezclaban por todo el lugar. Se acomodó al final de la barra y pidió una cerveza, la tomó con una calma que no había sentido en mucho tiempo.

El bar estaba lleno. Muchas eran prostitutas, algunas de ellas le eran conocidas pero no intercambiaron palabras, como era una zona neutral a donde no había lucha por los clientes cada mujer estaba a la disposición de lo que su pareja o cualquier tipo les ofreciera.

Cuando tomaba su tercera cerveza vio a una joven primeriza, nerviosa, tratando de agradar a un hombre mediano, delgado y con un rostro serio, orgulloso. Fernanda recordó sus inicios en la prostitución y estuvo pendiente de ella. El sujeto estaba bastante alcoholizado, en un momento de la plática se molestó y no dudó en tomar la muñeca de la chica y retorcerla hasta provocar dolor. La joven no pudo zafarse y sus ojos mostraron esa incapacidad de hacerle frente al tipo. El hombre le habló fuerte a la cara, se sacó unos billetes y se los restregó en la cara. La prostituta trató de hacerse la fuerte, pero no pudo y en los alrededores no había el mínimo interés en ayudarla. Parte de la vida de las venderores de sexo.

--- Cuando has sido la muerte, cuando has tomado una vida... no hay retorno ---




Fernanda sintió esa punzada en su corazón. Su primer sentimiento: odio.
Al ver al hombre, sus ojos, su actitud, su violencia en contraste con la incapacidad de la mujer de zafarse, la inseguridad propia de una jovencita primeriza, fue un detonante en su interior. Después de todo lo vivido, del sufrimiento, de la venganza y de la oscuridad por la que había pasado, no había nada que perder y mucho que ganar: era el momento de descargar.

El sujeto arrastró a la mujer al fondo del lugar, cerca de los baños y la golpeó. Sus amigos no evitaron nada, le tenían miedo y al parecer era alguien de respeto. Un criminal en ascenso.
Cuando Fernanda se dirigió a los baños alcanzó a verlo en el momento que dejó a la chica en el suelo y se encontró con él cara a cara en el pasillo, pero guardó silencio y apartó la mirada.
La jovencita tenía un labio ensangrentado, estaba a punto de explotar en lágrimas, era una chica inofensiva. La escena hizo enfurecer a Fernanda.
Su corazón estaba nuevamente impactado. No era dolor o impotencia ¡era, otra vez, el odio más puro!

Ayudó a la jovencita, le dio un papel para limpiarse y le aconsejó que se fuera del lugar.
Fernanda volvió a la barra y no le perdió la pista al hombre.

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Una hora después...

Saboreó la cuarta cerveza y se fumó tres cigarrillos. Su mente era manejada por el sentimiento de venganza. Cada cierto tiempo su mirada se posaba en el hombre, sin que nadie lo sospechara, sin que su objetivo pudiera advertirlo.

A las tres de la mañana comenzaron a retirarse y dos sujetos que acompañaban al hombre que golpeó a la chica buscaron cuartos para acostarse con sus acompañantes. El agresor, Saúl mejor conocido por sus amigos como "El negro", quedó solo y fue a su auto a drogarse, clásico de estos tipos pensó Fernanda.

Estaba parada en la esquina del bar, en la oscuridad. Ahí tomó la decisión. Revisó su cartera, ahí estaba la navaja.

Tomó un dulce para recuperar el aliento, caminó léntamente se acercó a la ventana y tocó suavemente. Saúl no se sobresaltó, terminó de consumir y abrió la ventana. "Quieres divertirte, guapo", el poder de seducción de Fernanda ya estaba en acción.

El sujeto no la vio sospechosa, al contrario, vio a una joven indefensa y atractiva. No lo pensó mucho y abrió la puerta. "Me voy a divertir", pensó. "Te vas a arrepentir", pensó Fernanda al cerrar la puerta.

La ruta era directo a un motel que Fernanda conocía muy bien.

Luego de varias cuadras la mujer reconoció que Saúl perdía el control, a pesar de haber consumido sus fuerzas y su juicio se tambaleaban. La borrachera no había pasado del todo y el hombre estacionó el auto en una esquina desolada y cubierta por unos árboles. Sin dirigirse a la mujer comenzó a revisar su bolsillo izquierdo, estaba confundido y su cabeza se movió en esa dirección. Perdió contacto con su acompañante.

La locura.





Con toda la fuerza de su brazo derecho y sin titubear Fernanda clavó la navaja en la garganta del hombre...

Continuará...







  

sábado, 21 de enero de 2017

Tiempo

Hoy me acosté por la tarde
El techo como escenario
Los momentos pasados
Uno a uno, sin cesar

Hoy cerré los ojos
Sin soñar, sin descansar, sin paz
Sombras y recuerdos
En una danza en la oscuridad

Hoy intenté vivir
Cada momento, cada segundo
Y el tiempo como testigo
Susurrando dolor

Hoy perdí
Hoy no me levanté
Hoy dejé pasar la vida
Hoy no me importó

Podría explicar, excusarme, discutir
Y continuar una eterna disputa
Pero el tiempo como testigo
Advierte una pronta partida








sábado, 23 de julio de 2016

El pecador nocturno


Los susurros aumentaron entre las mesas del salón. Era el momento de entablar pláticas, protocolorias si se quiere, no importa, ese buen modal de no permitir silencios incómodos afloró en cada uno de los invitados.
Miradas de aceptación, de sorpresa, secretos al oído, sonrisas conspirativas, o naturales, quizás hipócritas, nunca lo sabrá el pecador nocturno, con esa identidad se sentía cómodo uno de los tantos hombres maduros sentado en las mesas. 

Aunque la cena era para agasajar a un grupo de trabajadores, y había lazos de mutuo interés entre organizadores e invitados, el tiempo acomodó a cada uno en sus respectivos grupos; los minutos, que parecieron largos, emparejaron gustos, trabajos, visiones y cercanías. Y en un sector, al fondo del salón, quedaron aquellos dueños de la fiesta, del sistema, de los que mueven y tensan las cuerdas de una sociedad. Y en el resto de las mesas, los asalariados agradecidos por un trabajo, aunque este fuera devaluado, extremadamente devaluado.

Ahí estaban todos con los buenos modales, mientras los meseros servían las bebidas. Se notaba quienes tenían buen gusto debido a una educación y quienes por la necesidad de acoplarse, se vieron forzados a tenerlos. Las miradas, principalmente, y la forma de actuar, delataron a unos y a otros. El pecador nocturno, con un ojo experto a fuerza de años y experiencia, analizó cada uno de los rostros, los movimientos de las manos, pero especialmente las miradas. Después de algunos minutos, ya tenía una visión general de los presentes y algunas de sus características.



El inconveniente, pensó el hombre, era hablar. Cuando le tocaba su turno era incómodo, y con el tiempo se volvía una desagradable experiencia. Aunque la sensación era interna, en el exterior, sus ojos, su sonrisa y su amabilidad estaban a la altura de las expectativas, de las reuniones. Pero su limitada capacidad para entablar conversaciones contrastaba con su bien experimentada capacidad de escuchar, sí, esa era la mejor de sus ventajas. ¿Quién no quiere ser escuchado?

El pecador nocturno habló lo necesario y si debía mantener un silencio incómodo, lo hacía, no tenía problemas con eso, mucho menos en esta era de teléfonos inteligentes y redes sociales. Pasó de ser una interesante persona con quien hablar, al tipo silencioso de la mesa.

Entonces, llegó el momento más cómico: servirse los alimentos, era de las escenas preferidas para el hombre silencioso. Sus ojos estaban fijos en las miradas de los presentes, gozaba ver como las personas mostraban sus emociones, por ejemplo al presenciar los filetes de carne. Cuando el olfato y la vista están concentrados en la comida, muchos se delatan, es una forma gratuita de presentarse, sin realmente querer hacerlo, eso lo sabía muy bien el pecador nocturno.

Comer era otro momento muy estudiado por el hombre de pocas palabras, vital para conocer a las personas. Recordó a todos los que ha visto masticar, desde los enemigos hasta los queridos, desde los jefes hasta los compañeros de estudios, incluso muchos desconocidos en centros comerciales y restaurantes. Todos fueron sus exámenes, sus pruebas y errores para afinar su ojo. 



Con sus allegados comiendo, y luego de relacionarse con ellos un tiempo considerable, logró reconocer estados de ánimo, secretos, mentiras, verdades, falsas felicidades, gozo auténtico, buenas personas y miserables hipócritas. Pero en la cena de celebración a la que fue invitado, se limitó a comer, tenía hambre.

Al finalizar su plato volvió a lo suyo. Y observó a los de la mesa exclusiva, luego a los trabajadores que se convirtieron en buscadores compulsivos de alcohol, a las mujeres de ambos estratos sociales, a los hipócritas en busca de un ascenso, a quienes simplemente reían sin quererlo, a los adictos a la tecnología quienes eran la mayoría, el poder del celular inteligente tenía a ricos y proletarios enganchados, en eso sí que no había diferencia.

Habló lo necesario, sonrió con balance, opinó con aparente interés, detalló sus experiencias con una mezcla bien trabajada de mentiras y verdades. Y así pasó el tiempo, en medio de los susurros.

No podía evitar sentirse aislado. Era una sensación añeja que muchas veces le generó tristezas pero que con el tiempo logró manejar, una de sus principales acciones fue olvidarse de los demás. Hubo un tiempo en el que tenía la necesidad de expresar todo lo que sentia, pero esa acción poco inteligente la fue desechando poco a poco.

El hombre decidió despojar, desde hace mucho tiempo, la crítica hacia a las personas. Con los años aceptó su rol, su misión, tenía bien claro que no podía ni quería ser de la multitud. En todo caso, si tenía que definir entre bueno o malo, eso de ser sociable, lo veía bien para todos menos para él. 
Pero no había reproches, ni lamentos; al contrario, había una comodidad legítima, así eran las cosas... y así comenzó su historia como pecador nocturno. En las profundidades de su corazón, en la soledad de su interior, en la noche de su vida, estaba el espacio para ser, no solo un pecador; desde el punto de vista bíblico todos sin excepción son pecadores; sino para ser, y hacer, cualquier cosa.

En medio del salón, con la música y susurros de fondo, tomó la decisión. Ya no había vuelta atrás, había una clara frontera entre su visión y el mundo. Lo más cómodo era dividir: vida, visiones, acciones, decisiones. Desde ahora, acomodaría dos identidades en un mismo cuerpo: la social, la que todos iban a ver, aquella en la que su físico le permitía dar una buena impresión; y la exclusiva, la del pecador nocturno.

Se levantó y se despidió amablemente de los presentes, sus manos saludaron a cada uno, los buenos modales en viva expresión, cuando caminó entre las mesas su mirada, su porte, su andar no pasaron desapercibidos, era un hombre bien parecido, interesante, agradable a la vista. Salió del salón y llegó al pasillo del hotel... una nueva historia comenzó.



   

lunes, 7 de marzo de 2016

Año 4


Sin darme cuenta pasó el día de la independencia.
Suficiente afán como para diluirme en lo cotidiano.
Una estrella me recordó mi nueva vida.
Una que, espero, no sea fugaz.

Quizás me estoy sintiendo cómodo.
A lo mejor son los años.
O tal vez perdí el gusto a un triunfo épico.
Mi cabeza funciona diferente... quizás.

Los minutos de silencio dan la razón.
Desnudan la realidad.
Nos venden una libertad a la que nos sostenemos.
Mis ojos descifran cadenas que nos aprisionan.

No hay independencia en pedazos.
No hay libertad a medias.
No hay vida sin dominio.
No somos dueños del destino.

En el silencio comprendo que solo fue una batalla.
Un yugo superado, nada más.
Siento otras cadenas, menos dolorosas, pero siempre opresoras.
Un ciclo pasó. Otros me ponen a prueba.

Sometido un demonio.
Levanto la mirada.
Otros me observan.
Año 4. La batalla continúa.




    

sábado, 12 de diciembre de 2015

Fernanda Parte XIV


La vibración del celular rompió con la concentración de Vaquero. En el momento que recibía el repertorio de placeres de Fernanda, ese sonido fue un retorno de golpe a su mundo lleno de violencia y principalmente paranoia.
Apartó de entre sus piernas a la prostituta y la vio con furia: "¿quién te llama?" Fernanda no supo reaccionar y a la cuarta vibración tuvo que contestar.

"Lamento lo que sucedió, sé que no me comporté adecuadamente..." era la voz de César. Aunque la sorpresa fue grande para la mujer su rostro no cambió. "Ahorita estoy ocupada", cortó la llamada y pensó que su respuesta era la correcta para no incomodar a Vaquero, pero se equivocó.

"¡No me gusta que te estén llamando cuando estoy acá, no me importa quién es o si es importante, yo decido qué se hace y cómo se hace!", parecía un endemoniado al momento de gritar. Inmediatamente se vistió y obligó a la chica a hacer lo mismo. Fernanda obedeció, incluso dio a entender que estaba incómoda por el abrupto final del acto sexual.

Vaquero, por su afición a las drogas y al sexo, olvidó por completo el plan que tenía para asesinar a aquellos criminales que osaban quitarle parte del poder que tiene sobre la ciudad. Esa soberbia, esa desmedida confianza en sus capacidades de inflingir terror, eran algunas de sus debilidades.

Tomó el celular. "Quiero que esta misma noche maten a esos malditos, actúen rápido", Vaquero lo dijo claramente. Quien escuchaba era Bruno, el segundo al mando. "Hasta te tardaste en dar la maldita orden, como siempre", pensó el hombre tatuado.

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8:00 pm

Vaquero salió con Fernanda de la casa de seguridad, después de dar la orden tenía la confianza de que todo saldría bien. Si el objetivo se cumplía no importaba si alguien de los suyos moría, siempre se mantenía fiel a su filosofía: mientras otros trabajan, él debía saciar sus más oscuros deseos.

"Mientras todo pasa iremos a divertirnos mucho más y mañana serás libre, mujercita", en realidad lo dijo para aparentar calma pero Vaquero tenía otros planes: no pagarle a la prostituta y abusar de ella. En caso ella tratara de oponerse lo solucionaría como siempre.

Pero Fernanda no cayó en la trampa, se mantenía fiel al plan, a la espera de un error, de un descuido. La chica no era una asesina ni tenía idea de como actuar, lo único que la impulsaba a seguir con esta locura era el recuerdo de su amiga Angie y el hecho de sentirse muerta por dentro, ese sentimiento de que nada importa, que el mundo completo puede acabarse en un instante y no sentir una mínima sensación de temor.

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8:45 pm

Tanto Bruno como José, el pequeño y moreno lugarteniente de Vaquero, terminaron de preparar el arsenal para la misión encomendada. Bruno portaba un fusil AK-47 y una pistola 9mm, por su parte su compañero prefirió lo de siempre: una calibre 38 y una 9mm, una para atacar y otra por si se complicaba la situación.

Cuando ambos hombres salieron del billar Bruno reconoció el auto negro estacionado en la esquina. Sospechó de inmediato pero no mostró sorpresa y decidió ser el copiloto, algo poco común.
"Cuando cruces a la derecha mantén la velocidad baja para ver si un auto nos sigue, tengo la sensación que esos malditos se nos quieren adelantar, te lo digo en serio", Bruno muy pocas veces bromeaba y José comenzó a ver el retrovisor.

En las próximas cinco cuadras el auto negro no les perdió la pista. "Síguelos para ver a dónde llegan, lo más seguro es que estos dos nos lleven hasta Vaquero", Jorge fue el hombre que dio la orden, el encargado de terminar con los líderes de la banda criminal más respetada de la ciudad.

Al recorrer la sexta cuadra, en una zona especialmente oscura del centro capitalino, la muerte apareció...

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8:56 pm

El carro negro detuvo su marcha. El conductor siguió la orden porque a 30 metros el auto gris se estacionó.

Jorge se tomó unos segundos para analizar el escenario... pero fueron los últimos de su vida. Una ráfaga de AK-47 rompió el silencio desde un pequeño espacio entre una casa y una caseta abandonada e impactó en la parte derecha del auto negro. Dos balas atravesaron la cabeza de Jorge y el resto de proyectiles mataron a dos hombres más que iban en la parte trasera.

El conductor, Antonio, y un hombre apodado Mosca, lograron salir del auto poco después de escucharse la ráfaga. Ambos cayeron al asfalto pero estaban listos para responder.

Cuando Antonio sacó su arma y disparó hacia la dirección desde donde los atacaban, del auto gris apareció José, el gordo, moreno de pequeña estatura, y atacó al conductor del carro negro.
Antonio recibió  dos impactos, en el brazo y la rodilla izquierda, pero cuando cayó le dejó la posición abierta a Mosca quien sostenía un rifle automático y sin perder el resguardo que le daba el auto apretó el gatillo. Tres balas atravesaron la puerta gris y el cuerpo de José. El criminal ya no se levantó.

Bruno continuó disparando al auto, esperando que las balas llegaran al resto de los hombres. Cuando se percató que José ya no atacaba imaginó que estaba fuera de combate. "Si dejo de disparar estos me atacarán", pensó de inmediato y no perdió tiempo, caminó a prisa sin dejar de disparar y se resguardó en un auto cercano. En ese momento recibió la ráfaga.

Mosca estaba detrás del auto negro, esperaba que Antonio se recuperara y disparara para cubrir sus movimientos. "¡Vámonos de acá Mosca, vámonos!", gritó el conductor cuando observó en el asiento principal del auto un pequeño pedazo ensangrentado del cerebro de Jorge, en la parte trasera la sangre de dos de sus compañeros estaba esparcida por todos lados. El hombre entró en shock.
"No seas cobarde y dispara maldito imbécil", gritó Mosca. Esos segundos fueron suficientes para Bruno, quien corrió hasta la esquina y volvió a disparar en repetidas ocasiones. Los disparos obligaron a Mosca a resguardarse y sacaron del estado de shock a Antonio, quien se llevó la peor parte: una de las balas se alojó en la pierna derecha mientras se arrastraba para cubrirse.

Bruno caminó unos metros y detuvo un auto. "Bájate bastardo", gritó mientras apuntaba al rostro de un anciano quien con dificultad pudo bajarse. El lugarteniente de Vaquero aceleró y salió como pudo del sector, en esos momentos la gente de los alrededores buscó refugio.

Mosca, al escuchar que las sirenas se intensificaban en los alrededores, soltó el arma y escapó dejando a su suerte a Antonio, quien estaba inmovilizado y aterrorizado.

La muerte tomó la vida de cuatro personas. Pero faltaban más.



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9:30 pm    



El auto de Vaquero estaba en las afueras de la ciudad, en un pequeño terreno a la orilla de la carretera. El lugar era conocido para él, bastante desolado, uno de los tantos puntos de encuentro que tenía con sus hombres.

¿Por qué el criminal más temido de la ciudad tenía que ir a buscar un terreno desolado para saciar, otra vez, su sed sexual con Fernanda? aunque pareciera ilógico, el corpulento hombre actuaba acorde a su plan. Conocía el lugar y ya sabía lo que tenía que hacer.

Sin que Fernanda lo supiera, en el terreno donde estaban habían seis tumbas clándestinas. Todas con los cuerpos de aquellos que no fueron del agrado del jefe criminal, no eran cadáveres de enemigos, de hecho fueron personas cercanas a la banda de Vaquero.

"Aquí nos quedaremos un rato", la voz grave de Vaquero se hizo sentir en la noche silenciosa. "Y esta vez vamos por todo", sacó de su chaqueta cuatro bolsas de cocaína, una de metanfetaminas y dos fármacos que Fernanda no reconoció.

"Esta vez comenzás", Vaquero le ofreció cocaína. Antes de que Fernanda probara el polvo, el criminal ya tenía listo su coctel para una nueva noche en el infierno.

Entonces comenzó el último viaje...   



     






 

miércoles, 23 de septiembre de 2015

¡Qué final!

Desde el amanecer tuve esa sensación.

El agua en el rostro no provocó nada, la mirada en el espejo no dijo nada y ese retraso en cada una de las actividades matutinas, fue mucho más contundente de lo esperado.

Cada minuto fue testigo de una apatía profunda, una ida y vuelta de pensamientos sin sentido, un esfuerzo sin frutos, una incomodidad interna.

El mundo absorvente desplegó el mismo menú, la misma promoción de actividades llamada vida. Y esa imponente fuerza mueve todo, a todos, incluyendo a mi estado sombrío.

No opuse resistencia, no tuve la fuerza mental para hacerlo. No intenté cambiar la situación, solo dejé pasar el tiempo.

La conversación ruidosa en el bus, no me desesperó.

Las voces infantiles, con toda su inocencia, no me conmovieron.

La desesperación de los rostros, no me indignaron.

El día pasó y esa barrera mental que no permite pasar colores, nunca se debilitó.

Desde el amanecer tuve esa sensación y nunca se alejó de mi interior.

Mientras muchos luchan para aferrarse a la vida, otros se ven obligados a respirar; cuando en las camas unos lloran por un minuto más, hay quienes viven sin querer hacerlo.

Esa es solo una de las tantas contradicciones. Esa espiral descendente de causas y efectos, azares, coincidencias y otras razones o estupideces con las que tratamos de explicarnos todo, no se detendrá nunca.

"¿Y si esto es opcional?" retumbó en mi mente. "¿Puedo definir el rumbo?"

"¿El rumbo que yo creo o el que impone la existencia?", me dije.

Pero siguiendo el ritmo oscuro de las últimas horas tampoco tuve la necesidad de encontrarle una explicación a esas interrogantes.

Cerré mis ojos y en silencio, sin remordimientos y con soberbia, apagué el día que no quise vivir creyendo que podía tener otra oportunidad al amanecer.

Unas horas después, por mala o buena suerte o por algo que desconozco, sin razón aparente, me convertí en el sorteado del destino... y nunca más volví a despertar.

Ahora solo me queda esperar a que finalice el tunel para ver si era cierto o no todo lo que creí... ¡qué final!


 



















 



   

 

 
 

sábado, 6 de junio de 2015

Fernanda Parte XIII


Fernanda estaba encima del cuerpo de Vaquero y al mismo tiempo acariciaba sus enormes brazos. Ambos estaban desnudos en medio de la gran cama del motel.

A simple vista parecía una mujer admirada luego de una noche de intimidad salvaje, al menos eso denotaban sus ojos y sus labios. Pero todo era una máscara, en el corazón de la prostituta la sensación de venganza era la única que habitaba, una actuación a fuerza de odio, no de temor.

Solo dos detalles le quitaron un momento la atención: Vaquero parecía exhausto y su respiración variaba, a pesar del cansancio, tenía la suficiente fuerza para mantenerse alerta; el otro detalle, usó preservativos en todo momento, desde la primera vez que la tomó por sorpresa hasta el último encuentro en la ducha. "El gran criminal de la ciudad no era tonto", pensó la mujer, al mismo tiempo no pudo evitar preguntarse por qué ella no estaba preocupada por su seguridad. "Ya nada importa", dijo en su mente con esa frialdad que la caracterizaba.

Habían pasado cuatro horas, estaba cerca el amanecer y la duda comenzó a crecer en Fernanda ya que no podía pensar en nada hasta tener seguro si Vaquero iba a continuar pagando por sus servicios. Inesperadamente el hombre se vistió y habló: "me acompañarás al menos el fin de semana, no importa la ropa en el lugar a donde vamos", la mirada del hombre fija en la mujer, no era una propuesta era un mandato al que Fernanda no podía, no debía, refutar. "Lo que gustes", dijo la chica. "Bastardo", pensó al mismo tiempo.



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En la casa de seguridad, en uno de los tantos pasajes del centro capitalino, solo habían dos sillones, una cama, una mesa pequeña con cuatro sillas, un refrigerador y una cocina. Cuando Vaquero entró dos de sus lugartenientes lo estaban esperando, uno pequeño, moreno, con sobrepeso y rostro serio; el otro, de piel blanca, delgado, alto y tatuado de ambos antebrazos, era Bruno el más peligroso de la banda solo por debajo del jefe.

Aunque tuvieron una noche de estimulantes, alcohol y mujeres, ya se habían recuperado lo suficiente como para seguir con la vida criminal.

"Déjenme solo unas cuantas horas, luego seguimos con el plan acordado", dijo Vaquero mientras señalaba a Fernanda la cama para que pasara. El jefe estaba cansado, pero se mantenía activo.

"Debemos terminar el plan y acabar con esa célula de enemigos al sur de la capital, no podemos esperar", dijo el hombre de piel blanca, el subjefe de 30 años con ansias de poder. Sabía que cometía un error al levantar el tono de esa forma a Vaquero, pero alguna vez debía arriesgarse si quería darse a respetar. Sus ojos eran igual de fríos que los de su jefe, intimidantes, odiosos. "No podemos descuidarnos...", antes de que Bruno continuara hablando, Vaquero lo observó de tal forma que no hizo falta expresarse verbalmente... la plática se había acabado.

Ambos hombres, que ignoraron en todo momento a Fernanda, salieron de la casa de seguridad. Mientras el pequeño hombre veía el piso y acariciaba la pistola a la altura de su cintura, Bruno miraba al frente, con furia. "Un buen día todo terminara... un buen día estaré en su lugar", el hombre tatuado lo pensaba como su objetivo de vida, sin embargo aún no tenía el valor de acabar con su jefe, era impensable, improbable... al menos por ahora.

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El rostro de la muerte comenzó a tomar forma. No como lo imaginan los vivos, no como nos han enseñado. Esa particular forma aparece en pequeños azares, insignificantes acciones que no dicen nada al ojo humano, pero que lleva el impulso único de la desolación.

En el sur de la capital, los ojos de un hombre  no se apartaban de la fotografía. Las pupilas obsesionadas con la figura en la imagen: el corpulento cuerpo vestido de negro, con el sombrero característico, el bigote de siempre... era Vaquero, el objetivo de este nuevo criminal.
Aunque el humo de los cigarros impregnaba el ambiente, los ojos no parpadeaban, no se movían, brillaban como nunca, con hambre de odio.

Al mismo tiempo, pero en la casa de seguridad, Vaquero tampoco apartaba  la mirada de su objetivo: la espalda y el trasero de Fernanda, quien estaba recostada de lado en la cama, con su rostro frente a la pared. Una mezcla de deseo, atracción y gusto por inflingir dolor invadió al delincuente, solamente posible en la mente de un desequilibrado... eso era el corpulento jefe criminal. En ese instante, en sus ojos, floreció el impulso de matar.

Y cuando la mente del hombre construyó ese escenario, en ese preciso segundo, ambos ojos de Fernanda estaban abiertos, radiantes, con un brillo especial. La mujer que aparentaba dar una siesta miraba fíjamente al concreto. Su mente trabajaba a mil por hora, tejiendo una a una las imágenes, los pensamientos, las intenciones, detallando la acción a tomar para vengarse del culpable de la muerte de su amiga. Ojo por ojo.

En sintonía estaban los tres, el nuevo rufián, Vaquero y la prostituta. Los unía un mismo objetivo: saciar sus más profundas intenciones.

Y en las miradas, la muerte se fortalecía.

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Luego de finalizar tres botellas de cerveza, Vaquero comió un poco y encendió un cigarro. "Te recuerdo cuando entraste al billar hace unas semanas, recuerdo que nos observabas... nunca te había visto. ¿Desde cuándo eres prostituta?", el tono de voz era grave. Fernanda se sorprendió por la buena memoria del sujeto, no contestó al instante porque lo notó pálido, seguía sin dormir sin embargo no cedía al cansancio. "Hace cinco años y parece que seguiré en esto", la mujer lo dijo con franqueza sin mostrar repudio, al contrario, parecía interesada. "Me gusta de hecho, no puedes hacer esto sin saciar algunos deseos", ahora los ojos de la morena estaban fijos en los de Vaquero, por unos segundos dirigió la mirada a la entrepierna del criminal. Ella conocía los puntos débiles, la vulnerabilidad masculina y no fallaba si se lo proponía, se acercó a Vaquero y comenzó la seducción.

Varios minutos después terminaron en el cuarto, sudando de éxtasis. Fernanda soportó una vez más los gustos particulares de un desequilibrado, pero no podía hacer caer a este semental. Ella quería verlo agotado a tal punto que el sueño lo envolviera, pero Vaquero seguía alerta, siempre cuidando detalles, como si fuera a ser atacado en medio de la calma de la casa de seguridad.

Aún así la prostituta no se desesperó tampoco se extrañó cuando vio a Vaquero buscar entre su chaqueta sus estimulantes, legales e ilegales, que le permitían no solo mantenerse en pie, también le daban fuerza. El tipo volvía a recargarse luego de aspirar y fumar, sin contemplaciones. Entonces Fernanda se arriesgó, "podrías darme un poco",  dijo suavemente. Esperó un insulto o incluso un golpe, con este tipo de hombre no podía estar segura, pero el criminal no lo pensó y le ofreció.

"Nos vamos a divertir más", dijo el tipo mientras ambos se acomodaron en los sillones. Pasaron cinco horas, los placeres adictivos permitieron abrir un pequeño espacio de confianza ya que el criminal se relajó, de hecho era inconcebible sospechar de la pequeña, esbelta y atractiva mujer. Vaquero confió en sus fortalezas, en su trayectoria delictiva, su fuerza e influencia, su hombría.

Fernanda preparaba más bebidas y tuvo que pedir otras dosis de estimulantes para superar el cansancio resagado. Aunque estuviera intoxicada, su objetivo se mantenía inmaculado, solo debía esperar el momento.

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Como si la muerte apresurara el paso, esa tarde noche mientras el jefe criminal saciaba sus gustos más exigentes en la casa de seguridad, sus lugartenientes se encontraban en el billar, la base central de la banda, alertas a la espera de la llamada que les diera luz verde para atacar a sus enemigos del sur.

Sin embargo a dos cuadras del lugar, un auto negro se estacionó en la esquina, adentro el nuevo rufián sostenía la misma foto, a ratos la miraba y luego volvía su mirada a la calle. Se mantenía alerta hasta dar con su objetivo.

Tres hombres más lo acompañaban, el objetivo: asesinar a Vaquero, sus acompañantes y romper con la hegemonía de esta banda en un amplio territorio de la capital.

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Todo sucedía al mismo tiempo: mientras los rostros de Vaquero y Fernanda mutaban por el éxtasis tóxico y carnal; en el billar, los rostros de los lugartenientes no mostraban ningún tipo de emoción, solo fumaban y esperaban para atacar a sus enemigos. Y a unos metros del lugar, adentro del automóvil, los enemigos de Vaquero también esperaban.

Entonces la muerte tomó una forma diferente, más clara. Sonó un celular....

Continuará.