sábado, 20 de abril de 2019
Sábado de gloria, cientos de rostros y un café
Cuando debería autoexaminar mi conciencia bajo la lupa de la historia recordada, me siento a describir caras, a tratar de adivinar sentimientos, a tratar de entender realidades.
Veo a una mujer que come en silencio. Los miembros de la familia hablan, cruzan miradas, sus rostros comparten sentimientos; sin embargo, ella ve al plato con comida llena el tenedor y lo lleva a la boca, es cuando mastica que alcanzo a ver su rostro. No es que esté hambrienta, tampoco está concentrada en masticar más de 20 veces como dictan algunos expertos de la nutrición, su silencio advierte una desconexión sentimental momentánea o crónica.
Me atrevo a decirlo porque en las cuatro ocasiones que la vi masticar logré ver sus ojos con facilidad. Uno puede advertir miradas, podemos saber si nos están analizando a cierta distancia. Nos separaban tres mesas pero su mirada, en la misma dirección de mi mesa, estaba perdida mientras la plática de sus parientes continuaba. Todos en algún momento "nos quedamos viendo a la nada", se siente cómodo de vez en cuando, pero volvemos a fijar la atención en algo o en alguien. Con ella era diferente: sus ojos cansados, inexpresivos se desenfocaban y luego bajaba la mirada para concentrarse en el plato.
"Aquí está su café, señor", la voz de la mesera me interrumpió y estuvo bien porque ya no podía seguir con el escenario de la mujer que comía en silencio.
Un sorbo de café y a pensar. Es sábado de gloria.
En el día antes de la resurrección, cuando debería enumerar y desmontar mis ídolos terrenales, me conmueve la mirada de una chica. No cruzamos miradas porque sus ojos tenían dueño: su novio. Por la forma que lo contemplaba, no era complicado deducir que era su mayor ídolo.
Le sonreía con cierta vergüenza, con cada beso sus ojos se cerraban y cuando los abría se iluminaban con el rostro del chico. Muy pocas veces le apartaba la mirada, creo que analizaba su alrededor para tratar de sentirse cómoda para el siguiente beso. Cada abrazo, impulsado por ella, parecía eterno. Era su todo. Del chico solo puedo decir que no parecía tan enamorado.
"Antes de hacer conclusiones sobre la vida de los demás ¿no deberías mejor analizar tu interior?"
Otra vez la interrogante que incomodaba, quizás por la jornada propicia para la reflexión. Pero no la respondí, porque me pareció interesante reflexionar sobre los niños que eran constantemente regañados por sus padres en una mesa cercana. Era tan obvia la incomodidad de los adultos y la frustración de los infantes. Ni unos podían disfrutar del ideal familiar de compartir la mesa ni los otros de darle rienda suelta a su curiosidad.
Si se trata de disciplina, es importante que los padres enseñen a sus hijos a comportarse. Si se trata de comprensión, estoy del lado de los pequeños. Recuerdo muy bien la felicidad que me generaba jugar y experimentar, era única.
Esta reflexión me llevó más tiempo. Los chicos no parecían necios ni hacían berrinches exagerados, pero eran sometidos al silencio por cada tres palabras y obligados a no moverse cada cierto tiempo. Dediqué varios minutos a los padres, se miraban cansados, forzados, molestos. Como si la salida fuera una condena pasaban del silencio incómodo a los regaños, solamente cuando revisaban el menú sus miradas cambiaban un poco; luego todo se repetía: ojos que denotaban molestia, regaños, los niños seguían tocando todo a su alrededor antes de ser otra vez sorprendidos y amonestados.
Aparté la mirada para concentrarme en el café, el sorbo me sorprendió porque ya estaba tibio "¿tanto tiempo pasé analizando rostros?" no pude evitar preguntarme. Nunca he dejado una taza de café a medias y hoy no fue la excepción, pero es un pecado dejarlo enfriar.
Me levanté, pagué y me retiré. Cuando caminaba ya era tarde, las nubes grises tomaron el final de la tarde, la brisa invitaba a la nostalgia, los recuerdos y a la inevitable introspección que me caracteriza.
"¿Qué buscas? ¿qué quieres? ¿a dónde vas? ¿necesitas otra década para definir entre el verdadero camino o los caminos de la multitud?"
Entre el viacrucis y la resurrección, cuando la reflexión debería estar a flor de piel, seguí caminando. Aunque hay un ruido en mi interior y lo tengo claro: esas interrogantes seguirán ahí, porque traspasan tiempos de tradición y reglas impuestas. Espero que mi vida no se enfríe antes de responderlas porque, como sucede con el café, sería un pecado.
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