domingo, 21 de abril de 2019
La reina de las lágrimas
En medio del cielo y la tierra tiene un trono excelso, brillante, supremo.
¡Mírala!
Corona de oro, vestimentas negras, largas y majestuosas. Delgada figura y rostro brillante, delicado, bello, inexpresivo.
No se asemeja a las imágenes creadas, no hay lamento, lástima o cualquiera de las emociones de los santos. No hay sentimientos en su semblante, pero los produce entre los vivos.
No se mueve. Todos los ojos la ven y todos los corazones se dilatan con su presencia. No alcanza los caminos del Alfa y Omega, tampoco desciende a los retorcidos senderos humanos. Es una realidad entre los cielos y los infiernos.
Sus ojos son luz y sombra, sus labios carmesí. No emite sonidos, los produce entre los mortales: lamentos ensordecedores, las naciones convulsionan, los humanos son superados por un temor inédito. Por primera vez desnudos, vulnerables, impotentes, aterrados.
Su reino opaca al sol, a lo radiante y da paso al milenio gris. Vientos y nubes arropan al ser supremo, era La Reina, el ocaso terrestre y la envidia de las estrellas.
Era el final pero sin aviso. El siguiente segundo podía ser el último, La Reina podía acabar con todo lo descubierto. La lógica humana deseaba el final para acabar con el sufrimiento colectivo.
Pero la inmovilidad, la inexpresión y su mirada traspasaban todo corazón provocando un miedo nunca antes sentido, la incertidumbre más devastadora jamas experimentada.
Los sollozos asesinaron la cordura. El terror contagió cada cerebro. Entonces las plegarias convertidas en alaridos llenaron la tierra, como un caos de estridencia y dolor. En los cielos había silencio, el oido supremo había desaparecido.
¡Mírala! No se mueve.
La vida se convirtió en el peor de los castigos y los intentos de extinción se multiplicaron. Pero ni el valor más grande cambió la nueva realidad, la impuesta por La Reina, los humanos no eran más objetos de vida o muerte, perdieron el poder de quitar o sumar. Ella era el principio y el fin entre los cielos y los mares, entre el ojo supremo y los humanos, entre la luz y la oscuridad, la salvación o la destrucción.
En su trono excelso, brillante, supremo, con su corona de oro que contrastaba con sus vestimentas oscuras, con su rostro y ojos inexpresivos, sin señal de sentimientos pero con la capacidad de crearlos, La Reina era la verdad entre el espacio sideral y las aguas.
Estática, inmortal, arropada por las nubes grises y los vientos, con sus ojos de luz y oscuridad y sus labios carmesí, el terror de los humanos y la envidia de las estrellas.
Sin principio y sin fin cada ojo hidratará la tierra seca... para toda la eternidad.
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