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sábado, 28 de enero de 2023

Dos minutos



Tomé la taza de café para perderme en varios sorbos. Una tras otro con lentitud. Y así sucedió: me perdí en mis adentros.

"Si pudiera opinar algo preferiría callar, es mucho más barato el silencio en un mundo cada vez más sensible y dramático. Cuando estás cerca de la cima de la montaña, las voces pierden fuerza. Nada me sorprende de los falsos líderes de masas, son solo cobradores de deseos como todos los que habitamos en este valle. Si con dificultad creo en algunos de mis pensamientos y soy estricto con mis argumentos, ¿como podría darle valor a lo que sale de la muchedumbre?"

"Las voces son más sospechosas conforme avanzan las edades, por eso los silencios se vuelven valiosos. Observar es un arte para pocos y para viejos".

"En los años dormidos es normal la debilidad y la fe ciega, es parte de la evolución. El peor daño es permanecer idiota en el tiempo, paralizado por la costumbre, el apego o la incomodidad que causa pasar por alto nuestra humanidad y aceptarnos como lo que somos: pasajeros de una vida prestada".

"Solo si el mundo explotara en mil pedazos, entonces opinaría; me gustaría un asiento en la última fila, así me asombraré de como todo se quema poco a poco; cerraría los ojos y me concentrara en los gritos y la esquizofrenia colectiva clamando por un último aliento, una última oportunidad para cerrar deudas con sus pasados. También sería conciente de la cercanía del fuego y sentiría mi carne derritiéndose con lentitud. Seguramente será un dolor indescriptible, pero me dolería más perderme la caída y el llanto de los escogidos".

"Estos pensamientos podrían ser el resultado de una noche de delirio, de la acumulación de costra en el alma o simplemente una queja sin sentido. Estos pensamientos podrían tener un origen o simplemente es la reproducción del eterno fluir de las neuronas. No hay orden, no hay reglas, no hay formas que expliquen la esencia de estas expresiones propias de mi ser". 

Entonces terminé mi café y volví la mirada a todos en la reunión. La escena, entre los sorbos y colocar la taza de café en la mesa un par de veces, junto a mis ojos interesantes y mi sonrisa aceptable duró solo dos minutos, pero yo no estuve ahí en ese periodo de tiempo. De golpe volví a la sala de reuniones, aún siento el aroma de la fragancia que coloco cada mañana en mi cuerpo, aún tengo la sensación de que valgo la pena, pero no sé si todo lo que pensé realmente lo pensé, o quizás lo que construye mi mente es el resultado de una serie de eventos extraños de los que no tengo ni la mas mínima idea de sus significados.Y la verdad, después de saborear el café, no me importa.

"Yo opino que podemos hacer subir nuestras ventas..." dije en la reunión, la cual continuó como la existencia misma, con su habitual marcha en el tiempo.

En dos minutos se puede acabar la vida o pensar lo suficiente para cambiarla. Me quedo con la segunda parte.
  





sábado, 30 de julio de 2022

Somos...


Dos obesos se comen a besos y la multitud vomita. "Demasiado grasoso", murmuran. 
Y cuando los anoréxicos hacen el amor hasta cansarse, nadie se excita. "Muy bajo en calorías", se escucha.
Si los cuerpos son básicos, entonces los conservadores observan en silencio para medir lo "básico". 
Solo los cuerpos perfectos, en una delirante escena, hacen explotar las emociones del público. Gemidos aquí, suspiros excitantes por allá. En el silencio, los más arriesgados se comparten con morbosidad. Somos extraños.

Dos hambrientos reciben un plato del rico generoso. ¡Qué grandeza!
Los enfermos terminales reciben flores y oraciones. Y luego de la vida, solo en noviembre.
Todo la consideración hasta el final del camino, si se tiene suerte. Mientras los años saludables vuelan, cada uno que vele por sus necesidades. Y quienes no tienen nada, que le pidan a Dios.  
Cuando el poder tiene la oportunidad de reducir necesidades, cuando tiene al alcance de su mano la oportunidad de suprimir injusticias, entonces calla y deja fluir con sangre fría. Somos raros.

Dos adictos se sientan en la mesa de la perdición, en recintos ruidosos y placenteros; mientras tengan su debilidad en el vaso, todo tiene sentido. Con veneno se pueden disimular vacíos. Y quienes se benefician de esta novela trágica, gritan: "Somos libres"; entonces, el público ovaciona. "El que quiera que se muera", exclaman algunos. Somos estrambóticos. 

"Somos más los buenos", también escupe la boca del libidinoso, de esa grotesca figura con falo sensible, mientras en su casa la esposa descansa a la fuerza. ¡Hipócrita!
Mientras la lucha de las mujeres se trata de debatir con justicia en todos los frentes, dos novias violan y asesinan al hijo de una de ellas. La guerra de los sexos no tendrá tregua hasta que uno de los dos sea eliminado. Somos egoistas. 

Dos monjas pierden su virginidad y los señalamientos se elevan hasta el cielo; mientras, el sacerdote comparte su cama con un adolescente tembloroso que se debate entre creer en Dios o dejarlo todo y huir lo más lejos posible. Al final se traga sus sentimientos y algo más. Somos cristianos.


"¡Somos más los buenos!" gritan los cortos de razón y de corazón, mientras vemos pasar la película absurda de esta vida.

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Poco tiempo ha pasado del tsunami de emociones. No hay público, no hay edecanes, no hay amores o enemigos, solo la noche y yo. Enciendo un cigarrillo como si quisiera encender una alma; fumo a bocanadas mi vida y mis ganas, con la sensación de querer vaciar para volver a llenar. Y entre cenizas y la musiquita en mi cabeza, recuerdo los rostros y las voces de los estúpidos, repitiendo con rostro de hipocrecía: "¡Somos más los buenos!"

"¡Somos más los buenos!"

Dos segundos después apago la luz. Apago todo... hasta mi respiración. 

"No... no es cierto. Pero es cómodo creerlo. Es cómodo creernos mentiras". 



 



viernes, 13 de agosto de 2021

Un hombre roto


Es levantarse a mitad de la noche sudando y con la respiración entrecortada. Pesadillas, conexiones neuronales afectadas o malformadas, dolores crónicos del alma; las razones poco importan. 

Es caminar por el mundo con una discapacidad interna. Todo se esconde en una presentación normal, a veces extraordinaria y muy segura. Es como un líquido podrido en un envase en perfectas condiciones. 

Cuando se esconde muy bien la grieta que atraviesa el interior, que divide todo el ser. No es una división cualquiera, es una que te aparta de la multitud y sus normas. Actuar acorde pero pensar distinto; es como una eterna obra de teatro en la cual adjudican roles transitorios que pasan a ser eternos. Y eso de actuar se convierte en pesadilla. 

Es una laguna de lagrimas. Abatimientos eventuales que corrompen el alma, que borran los horizontes. 

Son una serie de sucesos extraordinariamente lúgubres y que están más allá del bien y el mal, de lo clínico, lo espiritual, lo religioso y lo esperado. Es reir mentalmente mientras se escuchan las mil historias de los pensantes, de los que creen ser especiales por gracia. Es odiar en silencio mientras los iluminados se lucen en sus visiones. El problema no son las razones que los empujan a invocar poderes, es la ridiculez cuando creen estar en un camino mucho más rentable. Los caminos son sospechosos y no son exclusividad divina.

Hay muchas soluciones para el hombre roto. Hay que vender el terreno quebrado y que alguien más lo administre. Es el trueque entre el sufrimiento por una vida eterna como pasajero, como ser el actor secundario de tu propia vida. 

Los días no hacen la diferencia. Los momentos parecen medicinas que aplacan vacíos por algunos instantes. Es vivir sin ganas. Es tener miedo a morir pero sin objetivos en esta dimensión. Es levantarse creyendo que con el pie derecho la jornada será mejor. Es invocar y creerse iluminado, pero no son más que sombras en una pared, en busca de la eterna identidad. Es una contradicción sin final. 

Entre la multitud, entre los colores y las risas, entre el llanto y los incendios, entre las calles más pobres y las más lujosas, entre la niebla y el sol que raja la espalda. En medio de todos, desapercibidos, caminan los hombres rotos... y lo hacen con la plena certeza que no encontrarán, por los siglos de los siglos, un pegamento capaz de unir los más retorcidos hilos de su ser. Ahí van los hombres rotos. 

¿Pueden reconocerlos al ver sus ojos?

miércoles, 19 de agosto de 2020

Los abortos de una revolución que no fue

¡Ah, los chicos que éramos! 

Insertaron en nuestros vírgenes cerebros una ideología, una postura ante la vida y la sociedad.

Las ansias de un juguete eran ridículas para los hombres y mujeres con aspiraciones de convertirse en "nuevos seres humanos".

Desbaratar vínculos sentimentales es válido, si la misión es aliviar al pueblo, a la mayoría. Ante contundente postura, tus pueriles deseos, tus necesidades y sueños, no son más que un sinsentido, una necesidad errónea, creada, provocada. Una debilidad que debe transformarse en fortaleza, así decían los aspirantes a "nuevos".

No somos parte de una cultura, somos multiculturales; pero no por una apertura mental, no me malinterpreten, sino por la necesidad de recorrer países y compartir casas ajenas de pueblos extraños. Fue una extendida huida, una especie de búsqueda de atajos hacia la utopía. Y los que se quedaron en dos o tres casas, que perdieron contacto físico o sentimental con algunos de sus progenitores; bueno, ellos también quedaron vacíos de alguna manera.

Nuestras lecturas estaban alineadas. Todo era parte del plan: música, escritos, pláticas. Nuestros entornos tenían que ser interpretados bajo la sombrilla de la ideología, otra más de las diferencias humanas, después del género. 

¿Somos iguales? 

¿Realmente somos iguales? La misma naturaleza cambia; eso sí, a paso lento en comparación a nuestras ansias de poder.

El ocaso de la niñez llegó y todo cambió. Unos adoptaron las enseñanzas, otros las repudiaron en silencio.

¿Creyeron que sería universal su sentimiento e ideología, "seres humanos nuevos"? 

¿En realidad lo creyeron? 

Entonces, entre masturbaciones adolescentes, hormonas desordenadas y líbidos insaciables, entre maestros, padres, amigos, enemigos, familias quebradas en alguna base; en medio del valle de rebaños, las mentes comenzaron a comprender que no somos especiales, ni únicos, que solo somos una masa en constante cambio. Unos duermen ante la realidad, otros la interpretan y quizás muchos, ni siquiera, tengan o puedan alcanzar a analizar la situación.

Con los años nos convertimos en hombres y mujeres, con todo lo que eso acarrea.

Entonces veo sus ojos entre lentes y arrugas del tiempo, sus palabras presentes con sabores del pasado, explicaciones y excusas de alguien con miras a cambiar el entorno, aunque sea de unas decenas de apasionados ideológicos.

Llegó la tan esperada tarde para cruzar miradas. Mi ojos ebrios provocaron un sinfín de interpretaciones, pero soy más que ojos caídos, hábitos, carne y deseos. Soy la antítesis. Soy el provocador. Por fin tengo frente a mí a una representante del pasado, una agente del orden común, una especie de agitadora, una mujer que me gana en años, solo en eso.

Y hablamos lo necesario.

"Somos los abortos de una revolución que no fue".

No todos, dirá alguien.

"Muy bien, gracias por la opinión. No me interesa. Yo soy una de tantas evidencias, solo que suelo hacerme el desentendido para no herir susceptibilidades, nada más".

Sin embargo, está tomada la decisión: ya no hay tiempo para el silencio. 

Llegó el momento de abrir heridas, sacar la pus y suturar.



  



domingo, 14 de junio de 2020

Ver, pensar y seguir

Las voces de los señores debaten sobre política, casi siempre.
La chica fitness y fuerte lucha, día y noche, con ese desafío y otros que se ha impuesto.
Dos perros dan mucho amor, pero piden el triple de lo que obsequian. Siempre.
Hay una tortuga que aparece cada cierto tiempo en el bien cuidado patio trasero.

Todos conviven en una casa ventilada, iluminada y ordenada.
Uno que otro excremento u orina canina rompen la pulcritud establecida.
Es un hogar.  

A veces hay música, otras veces silencio. 
Los temperamentos, las palabras, los sentimientos, fluyen y chocan, como asteroides en el universo, sin romper el orden general.
No hay disturbios a gran escala. Hay límites establecidos, comprendidos o no.

El visitante observa minuciosamente ese sistema. Uno muy ajeno para él. 
No proviene del silencio, ni del orden establecido.  
Sus experiencias con los caninos se tradujeron en dolor, lo que lo convirtió en un defensor de los animales, pero no para darles amor, no; parece lo mismo, pero no es igual, como decía una canción.

La mente del invitado se dispara.

"Hay órdenes que disipan inseguridades, generan balance emocional y potencian la sensibilidad; hay otros, que no. Depende de la singularidad de cada ser humano, esa diversidad natural que tenemos y que no permitirá, bajo ningún motivo, un alineamiento mental total para hacer o el bien o el mal; al final, unos hacen un poco de ambos y se cataloga como natural; incluso, por extraño que parezca, hay leyes y lineamientos sociales que se encargan de ensalzar a los buenos y castigar a los malos, pero también puede ser en sentido contrario, todo depende. Nuestro respaldo para no poder trascender, es precisamente nuestra humanidad." 

"Analizo todo entorno, del hogar, de la ciudad, de los ojos de la gente, me ahogo en la era de la información que sufre obesidad mórbida, y todo sucede en segundos, mientras realizo lo que todo ser humano hace por necesidad."

"Me embarga la sensación de que esta realidad, este mundo, sea un círculo de felicidades efímeras, filosofías contrastadas, tristezas profundas y emociones carnales que se repiten una y otra vez con el pasar de las décadas, de los siglos. Lo mismo, pero diferente. La eterna búsqueda de tanto y de nada, depende de la óptica particular. Lo mismo de lo mismo, pero en variedad de colores, sabores, olores y definiciones."

"Ya sé, no todos somos iguales, la misma frase que me repiten y que considero una barrera."

"Los minutos en la casa iluminada parecen eternos."  

Esa cáscada de ideas, mezcladas con pensamientos intrusivos de toda índole, se rompieron con las siguientes palabras de uno de los anfitriones.

"¿Quieres café?"

Y el día se repitió, como otros tantos de una larga vida.








domingo, 18 de agosto de 2019

El séptimo día


No hay día sin queja y noche sin lamento.
Los anheladores compulsivos, insaciables.

No hay día sin guerra y noche sin deseos.
De la ira a la inocencia y el dedo acusador, todo en uno. Estirpe demente.

No hay día sin crítica y noche que nos sorprenda sin odio.
¡Danos la crítica nuestra de cada día, amén!

No hay día sin doble moral y noche sin rezos.
Dios allá y Yo aquí. Dios en la lejanía, ayúdame. En ese orden. Buenos religiosos. 

No hay día sin adular y noche sin señalamientos.
Nuestra mano siempre al gentil, nuestra lástima al necesitado. Pobrecitos.

No hay día sin necesidad y noche sin envidia.
Ansiamos mucho, queremos poco. Éxito ajeno, dolor interno.

Y en el séptimo día... se descansa.

¡Los adoradores de fines de semana!

Seamos buenos, hermanos.  Iglesia más food court, igual a gozo.

Seamos acordes, gente. Celulares más netflix, igual a gozo. Ahora la casa tiene sentido.

Seamos acordes, mayoría. Día de maíz, queso, frijol, sodas y selfies. Gozo.

¡Mañana listos para repitir la historia!

Suframos... un día a la vez.