Mostrando las entradas con la etiqueta angustia. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta angustia. Mostrar todas las entradas

viernes, 9 de agosto de 2024

El ángel y el ratón



En medio del universo de la locura, un ratón asomó su cabeza y empujó su pequeño cuerpo hacia el cuarto de la muerte.

Y todo lo que habitaba el lugar era pecado, una turbia esencia de carne y sentimientos oscuros, un agujero habitado por un ángel de seis brazos.

El roedor vio a los ojos al ángel. 

Y quien debió mostrar fuerza, palideció. Aquellas cuatro paredes cedieron al miedo.

El terror se apoderó de los seis brazos. La esencia angelical mutó a un malestar, las raíces de dolor quedaron expuestas, como la vergüenza de un desnudo, como el poder descomunal del pasar de los años y la vejez.

Con el paso acelerado del ratón también se aceleró una especie de empeoramiento. El ángel prendido en llamas de sufrimiento levantó un torbellino que arrasó con todas las cosas guardadas del cuarto. Con tal de terminar con esta pesadilla, los seis brazos dejaron expuesta la decadencia del aposento: una enorme masa de recuerdos mezclados con putrefacción y lágrimas.

Y quien debió temer actuó con naturaleza. Y quien debió sobreponerse, ahora estaba a la merced de un viejo recuerdo, de un mal enquistado hace siglos. 

El escenario era lamentable.   

Los brazos en desesperación clamaron ayuda, pero no al superior, sino a otro ser igual o más patético del que pedía auxilio. Entonces eran dos ángeles caídos, arropados por daños originales y arrugas de pecado, tratando de superar sus miedos y en busca de aquel que se atrevió a entrar al aposento maldito.

Los minutos parecieron horas en el infierno.

Y quien debió temer finalmente fue atrapado. Y quienes debieron mostrar altura, demostraron sus más bajos instintos. Tan bajos que el miedo desapareció con el crujir del cráneo del roedor.

La sangre embarró el piso.

Y quien debió temer pasó a la otra dimensión, a una mejor existencia. Se unió a la paz verdadera.

Y quien debió ser superior, cayó.

El ángel de seis brazos respiró con tranquilidad al ver la sangre del intruso. Pero, con los minutos cayó en la cama y de su interior salió su espíritu que se elevó hasta el techo del aposento. 

Y desde ahí el espíritu vio lo que estaba podrido. Observó los seis brazos, la máquina de maldad y daños enquistados desde el origen. Vio con impresión la decadencia, sintió el amargo hedor del miedo. 

El espíritu vio a los ojos al ángel.

Y lloró amargamente. 


    

viernes, 13 de agosto de 2021

Un hombre roto


Es levantarse a mitad de la noche sudando y con la respiración entrecortada. Pesadillas, conexiones neuronales afectadas o malformadas, dolores crónicos del alma; las razones poco importan. 

Es caminar por el mundo con una discapacidad interna. Todo se esconde en una presentación normal, a veces extraordinaria y muy segura. Es como un líquido podrido en un envase en perfectas condiciones. 

Cuando se esconde muy bien la grieta que atraviesa el interior, que divide todo el ser. No es una división cualquiera, es una que te aparta de la multitud y sus normas. Actuar acorde pero pensar distinto; es como una eterna obra de teatro en la cual adjudican roles transitorios que pasan a ser eternos. Y eso de actuar se convierte en pesadilla. 

Es una laguna de lagrimas. Abatimientos eventuales que corrompen el alma, que borran los horizontes. 

Son una serie de sucesos extraordinariamente lúgubres y que están más allá del bien y el mal, de lo clínico, lo espiritual, lo religioso y lo esperado. Es reir mentalmente mientras se escuchan las mil historias de los pensantes, de los que creen ser especiales por gracia. Es odiar en silencio mientras los iluminados se lucen en sus visiones. El problema no son las razones que los empujan a invocar poderes, es la ridiculez cuando creen estar en un camino mucho más rentable. Los caminos son sospechosos y no son exclusividad divina.

Hay muchas soluciones para el hombre roto. Hay que vender el terreno quebrado y que alguien más lo administre. Es el trueque entre el sufrimiento por una vida eterna como pasajero, como ser el actor secundario de tu propia vida. 

Los días no hacen la diferencia. Los momentos parecen medicinas que aplacan vacíos por algunos instantes. Es vivir sin ganas. Es tener miedo a morir pero sin objetivos en esta dimensión. Es levantarse creyendo que con el pie derecho la jornada será mejor. Es invocar y creerse iluminado, pero no son más que sombras en una pared, en busca de la eterna identidad. Es una contradicción sin final. 

Entre la multitud, entre los colores y las risas, entre el llanto y los incendios, entre las calles más pobres y las más lujosas, entre la niebla y el sol que raja la espalda. En medio de todos, desapercibidos, caminan los hombres rotos... y lo hacen con la plena certeza que no encontrarán, por los siglos de los siglos, un pegamento capaz de unir los más retorcidos hilos de su ser. Ahí van los hombres rotos. 

¿Pueden reconocerlos al ver sus ojos?

domingo, 18 de julio de 2021

Grotesco




La luz color carmín era tenue. Daba la sensación de poder atravesar cuerpos, desde la carne hasta la última neurona.

Era el inicio de la obra, una trágica y desconcertante obra. 

Era un pequeño teatro y en medio del escenario había una silla tallada en cedro, ahí estaba sentado un hombre casi obeso, transpiraba mucho; perdón, no estoy siendo específico: sudaba a mares y las gotas se regaban en el piso. Estaba desnudo y amarrado. Trataba de taparse sus genitales y lo lograba porque la soga de la pierna derecha era un poco más larga de la que inmovilizaba su pierna izquierda; de todos modos, su hinchado estómago lograba esconder sus partes íntimas. Parecía como un animal con la sensación de que iba a morir pronto. Los animales como los humanos sufrimos cuando sentimos claramente que se acerca el fin. Pero nosotros nos creemos especiales por nuestra muerte y damos por hecho común y trivial el final de la vida de un animal, casi no reparamos en la muerte de otro ser viviente. Qué pobres somos. Detestables. Podridos. Somos una especie maldita, maldita desde cualquier óptica. Y esta obra tenía, de alguna forma, ese trasfondo.

La luz carmín permitía observar los ojos alterados del hombre y su cabeza estaba cubierta con una maraña de cabello largo. Estaba desesperado, mal oliente, grasiento, era un asco al menos a la vista. La desesperación aumentaba porque él no percibía público alguno y no entendía cómo llegó al escenario, cómo lo desnudaron y amarraron; y lo más aterrador ¿quién se tomó el detalle de la luz carmín, tenue, que daba una sensación de misterio y terror?

"¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!" sus gritos eran una mezcla de sollozos, rabia y locura. En sus ojos se podía ver la encarnación de Caín, de todos los malditos mencionados en la Biblia, de aquellos que copularon con demonios y vaciaron su alma hasta dejarla oscura. 

El sufrimiento por las ataduras, el hambre del vicio y la sed lo aterrorizaban cada minuto. Sus gritos hacían eco en el pequeño teatro. 

Un minuto parecía una eterninad. ¿Era un sueño? "¿Qué demonios sucede? ¡los mataré a todos!" los gritos eran más de terror que de convicción asesina. Era un escenario bizarro, no apto para cualquier persona, no apto para normales. 

La obra mantenía la misma estructura: el obeso amarrado, el sudor en todo el escenario y su mirada endemoniada, que a ratos cambiaba por una de compasión y necesidad de ayuda. Ansiaba escuchar un sonido. Cualquiera: pasos acercándose al escenario, voces, música, lo que sea... pero todo era un silencio que desgarraba su alma. "Un castigo para los malditos... eso me dan, malditos cobardes", gemía y hablaba al mismo tiempo. En ese momento el hombre amarrado solo quería morir, de tener la oportunidad de acercarse sus manos o brazos a su boca, se habría mutilado, se habría mordido con tal fuerza que se desangraría hasta morir. Pero no podía. No había pausa en su sufrimiento. No podía dormir, no había sosiego, no había nada más que desesperación, odio y llanto. Era un rechinar de dientes, como se explica en pasajes de la Biblia sobre algunas consecuencias de estar el infierno; la diferencia, en esta obra, era la trituración de dientes de un un solo ser... un ser grotesco.

No era una obra con muchas escenas, ni de un solo día. Pasaron semanas. La misma luz carmín tenue, la silla de cedro llena de excremento, había orina y sudor que ya llegaban a la primera fila del pequeño teatro. El hombre estaba embarrado con su propio vómito, no recibía comida ni agua, pero por alguna extraña razón su cuerpo seguía viviendo. "¡Mátenme, clemencia... tengan misericordia!" gritaba con lágrimas, que recorrían sus mejillas sucias y llegaban hasta sus labios heridos; entonces saboreaba sus saladas lágrimas. Pese a sus gritos, cada día de cada semana, su cuerdas vocales no estaban desgarradas, en la obra tenía que ser así para que sus gritos no perdieran la intensidad del dolor, para poder seguir emitiendo sonidos de sufrimiento. 

Un buen día, en medio de la locura, el amarrado por fin escuchó pasos y observó que desde una puerta en la parte alta del teatro, que había pasado desapercibida a su mirada, entró un hombre delgado que vestía un traje rojo, sus dedos eran delicados y adornados con anillos. Era un hombre diferente que podía, de alguna forma, reconocer. "¿Quién eres, maldito? te juro que romperé estos lazos, te alcanzaré y te comeré vivo", esta vez no había desesperación en la voz del hombre obeso, era una voz sin sobresaltos y con una carga de ira retenida. Su mirada era como la de una fiera que esperaba el momento para atacar. "Te voy a comer vivo", dijo en voz baja pero perceptible.

El hombre de traje rojo no se inmutó y seguía en una parte de las gradas en la cual, por la oscuridad y por la tenue luz color carmín, su rostro permanecía oculto. Ni el hombre amarrado ni la delgada figura en las gradas emitieron sonido alguno. Aunque no podían verse a los ojos, sabían que sus miradas se cruzaron durante mucho tiempo. Solo había silencio. Mientras el hombre grotesco trataba de librarse de la silla, el hombre de traje seguía sin moverse.

Así pasaron las horas. Cada uno en su lugar, el amarrado tenía claro su deseo: comerse viva a la delgada figura que estaba en las gradas. Entonces, se rompió el silencio. La puerta volvió a abrirse y apareció un hombre que vestía de negro. Era delgado y con ropa muy fina. Su entrada impactó al hombre amarrado en la silla de cedro. Este nuevo personaje bajó las gradas con agilidad y quedó frente al desesperado ser que estaba en medio del escenario. La luz tenue no impidió que ambos cruzaran sus miradas. El hombre de negro tenía un rostro fino con ojos en los que destacaban unas pupilas tan negras que estremecían a cualquiera, su nariz era delgada y bien formada, sus labios eran como los de un ángel: perfectos. Un rostro perfecto con una mirada penetrante que no expresaba sentimiento alguno.

"¿Quién eres?" preguntó el hombre obeso, asqueroso, lleno de excremento, orina y vómito. ¿También tendré que comerte vivo?" agregó con una sonrisa malvada. 

El fino hombre no contestó y acercó su rostro a la oreja derecha del que vestía el traje color rojo. luego de unos segundos volvió a su postura original, lanzó su última mirada penetrante, subió las gradas abrió la puerta y desapareció entre las sombras.

Por fin el obeso atado a la silla soltó una carcajada y dijo con voz alta: "Me los comeré. Lo saben bien".

Entonces la figura que vestía el fino traje rojo bajó dos gradas más y su rostro quedó al descubierto. El amarrado abrió sus ojos y lo invadió el asombro: ¡se estaba viendo así mismo! era su versión limpia, bella, alucinante, tentadora, de una atracción tremenda. 

"Si en la obra mueres, es decir te asesino, entonces ganas la partida; sin embargo, si te dejo en medio de esta podredumbre sin la capacidad de moverte, de autoflagelarte, de suicidarte, si te dejo vivo por siempre, entonces yo viviré y con el tiempo quien te haya conocido te olvidará. Te convertirás en un misterio mientras yo me quedaré con la audiencia", las palabras tanían un tono serio, limpio, sin sentimientos, sin sobresaltos, sin misericordia alguna. Ninguno de sus sentidos se conmovio ante tal asqueroso escenario.

Se vieron a los ojos por un tiempo. El hombre amarrado por fin pudo sonreir a medias y guardó silencio. La figura de traje rojo le dio la espalda y comenzó a subir lentamente las gradas. Antes de abrir la puerta, el hombre gordo y desnudo sentenció, "ahora que te veo, entiendo todo. Sabes bien que si me dejas vivo un día me desataré y te trituraré... te comeré vivo. Lo sabes bien". El hombre delgado, entre la oscuridad y fuera de la visión del torturado, contestó: "Lo sé. Y también puedo comerte. Solo somos diferentes por fuera. Por dentro tenemos la misma hambre que nunca encuentra saciedad, una hambre de espíritu que está maldita por los siglos de los siglos", luego de estas palabras tomó la manecilla de la puerta, la abrió completamente y antes de salir del teatro alcanzó a escuchar una risa continúa que se convirtió en carcajadas. El torturado seguía amarrado, en medio de la pestilencia, pero por fin tenía claro de qué trataba la obra... sabía que un buen día tendría la oportunidad de romper sus ataduras. La risa era tan fuerte que le dio otro escenario al teatro con la luz color carmín, tan tenue que desesperaba.

Cuando el hombre del traje rojo salió completamente del cuarto se encontró con la figura vestida de negro, caracterizada por sus ojos negros, la cual solo dijo: "¿quieres que me encargue de todo?" el hombre delgado acarició su barbilla, su rostro demostraba una tremenda introspección... "No, yo me encargo, solo permanece cerca", sentenció.

A pasos lentos el hombre de traje negro se alejó. "Si supieras que siempre te he seguido los pasos porque te envidió y te quiero conmigo... pobre hombre iluso que no tiene idea de quién soy", este pensamiento iba acompañado de una risa a medias y con su mirada que no demostraba sentimiento alguno.

---------------------------------

"¿De qué se encargará quién?" dijeron algunas personas alrededor del que vestía de rojo. "Todos hablamos solos, pero parece que hablabas con alguien cuando saliste del baño", dijo asombrada su pareja sentimental.

"Lo sé, lo sé... un día te contaré algo que va más allá de cualquier entendimiento", sonrió el hombre.