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viernes, 13 de agosto de 2021

Un hombre roto


Es levantarse a mitad de la noche sudando y con la respiración entrecortada. Pesadillas, conexiones neuronales afectadas o malformadas, dolores crónicos del alma; las razones poco importan. 

Es caminar por el mundo con una discapacidad interna. Todo se esconde en una presentación normal, a veces extraordinaria y muy segura. Es como un líquido podrido en un envase en perfectas condiciones. 

Cuando se esconde muy bien la grieta que atraviesa el interior, que divide todo el ser. No es una división cualquiera, es una que te aparta de la multitud y sus normas. Actuar acorde pero pensar distinto; es como una eterna obra de teatro en la cual adjudican roles transitorios que pasan a ser eternos. Y eso de actuar se convierte en pesadilla. 

Es una laguna de lagrimas. Abatimientos eventuales que corrompen el alma, que borran los horizontes. 

Son una serie de sucesos extraordinariamente lúgubres y que están más allá del bien y el mal, de lo clínico, lo espiritual, lo religioso y lo esperado. Es reir mentalmente mientras se escuchan las mil historias de los pensantes, de los que creen ser especiales por gracia. Es odiar en silencio mientras los iluminados se lucen en sus visiones. El problema no son las razones que los empujan a invocar poderes, es la ridiculez cuando creen estar en un camino mucho más rentable. Los caminos son sospechosos y no son exclusividad divina.

Hay muchas soluciones para el hombre roto. Hay que vender el terreno quebrado y que alguien más lo administre. Es el trueque entre el sufrimiento por una vida eterna como pasajero, como ser el actor secundario de tu propia vida. 

Los días no hacen la diferencia. Los momentos parecen medicinas que aplacan vacíos por algunos instantes. Es vivir sin ganas. Es tener miedo a morir pero sin objetivos en esta dimensión. Es levantarse creyendo que con el pie derecho la jornada será mejor. Es invocar y creerse iluminado, pero no son más que sombras en una pared, en busca de la eterna identidad. Es una contradicción sin final. 

Entre la multitud, entre los colores y las risas, entre el llanto y los incendios, entre las calles más pobres y las más lujosas, entre la niebla y el sol que raja la espalda. En medio de todos, desapercibidos, caminan los hombres rotos... y lo hacen con la plena certeza que no encontrarán, por los siglos de los siglos, un pegamento capaz de unir los más retorcidos hilos de su ser. Ahí van los hombres rotos. 

¿Pueden reconocerlos al ver sus ojos?

sábado, 20 de abril de 2019

Fernanda Parte XXV


Solo los mejor preparados toman las decisiones acertadas en los momentos extremos. No importa sin son buenas o malas personas, en la preparación está la clave. En el mundo criminal es importante ser aguerrido, aunque puedes morir rápido; se toma en cuenta, por ejemplo, la lealtad pero eso no te alcanza en un mano a mano con el enemigo. En el bajo mundo es indispensable ser aguerrido, leal y estar preparado mentalmente para cada misión, todo eso mezclado con una habilidad vital: saber actuar en el momento justo, con la fuerza necesaria.

Pero el vigía encargado de la casa de seguridad carecía de sentido común criminal. El policía comprado por el crimen tenía en una mano el celular y en la otra la pistola, estaba en el patio de la casa y desde los muros fue avistado y amenazado por los agentes. El hombre se puso nervioso y no supo qué hacer. Las autoridades estaban afuera de la casa de seguridad tratando de atar cabos luego del testimonio de Ramiro, uno de los tantos sujetos de la amplia red de contactos de la banda que un día lideró Vaquero y que ahora estaba bajo las órdenes de Bruno. 

Los policías no tenían una orden para registrar la casa, esperaban un motivo para ingresar por la fuerza. Y el vigía se los dio. El sujeto, por los nervios, no pensó bien: dejó caer el celular y a pesar que tres agentes estaban en los muros, que no eran blancos fáciles por la luz y la posición, el hombre disparó. Bingo.

De los 22 policías que estaban en las afueras un grupo de cinco abrió la puerta y entró disparando, desde la casa respondieron al ataque, el saldo del primer intercambio fue de dos agentes heridos y del lado criminal dos hombres calleron al suelo, uno de ellos era el vigía inexperto, ni siquiera buscó un lugar adecuado para cubrirse y disparar. Murió en los siguientes dos minutos.

Los policías no tenían idea de la importancia de esta misión, no sabían que adentro de la casa estaba el pez gordo, uno de los más buscados: Bruno.

El jefe criminal quedó totalmente sorprendido al escuchar los disparos, no se esperaba este ataque mucho menos de la policía. La sorpresa pasó a segundo plano, y como un criminal preparado, tomó sus armas para escenarios en desventaja: su infaltable nueve milímetros y un rifle M16 junto con tres cargadores que sacó de un mueble que estaba en uno de los cuartos.

Bruno y sus hombres siempre tenían un plan. La célula criminal, cuando no estaba en su base ubicada en el sur de la ciudad, solo visitaba cuatro casas de seguridad con las mismas características: de dos plantas, amplia, con varios cuartos conectados entre si, con un patio trasero que tenía salida y con un pequeño tunel para dar con el patio trasero de la casa aledaña, que obviamente era habitada por gente a favor del grupo delictivo.
A la salida de ambas rutas de escape siempre estaba un auto estacionado en caso emergencia.

Por eso Bruno y sus hombres de confianza solo tenían que repeler el ataque inicial y comenzar a buscar las dos posibles salidas. No era sencillo porque ya habían perdido la primera línea de defensa y ahora serían cuatro hombres, incluyendo al jefe, contra al menos 15 policías que comenzaron a entrar en grupos mientras otros ocho estaban en las inmediaciones.

Se dividieron en dos grupos: Manuel y Jorge, dos hombres delgados y los más aguerridos de su grupo serían la segunda línea de defensa, mientras Bruno y su lugarteniente, un hombre fornido y alto conocido como Diablo, comenzarían a buscar las salidas. El plan A era disparar y cubrirse las espaldas hasta que uno llegara al auto y sin levantar tantas sospechas preparar el escape. El plan B, el que Bruno ya tenía en mente, era alcanzar el auto con al menos uno de sus hombres. Si tenía que escoger prefería al Diablo porque Manuel y Jorge tenían más experiencia en abrirse paso por si solos y escapar individualmente.

En el segundo intercambio Manuel y Jorge lograron detener el avance del primer grupo de policías. Mientras Jorge corrió a la parte trasera los disparos de Bruno y Diablo lo cubrieron. Luego los tres continuaron disparando hasta que Manuel los alcanzó.
Cuando Bruno superó la puerta trasera, se subió al muro y observó que en la esquina estaba una patrulla con dos policías fuertemente armados que custodiaban la entrada de la cuadra que daba con la casa de seguridad.

Entonces tomó la decisión de salir por el tunel para dar con el patio trasero de la casa aledaña. Cuando salió a la calle, el auto estaba a unos diez metros. No era sencillo salir porque la balacera provocaba que desde las ventanas de las viviendas aledañas las personas observaran el escenario.

En ese momento al interior de la casa de seguridad, el avance de la policía surtió efecto. Jorge fue herido en la pierna izquierda cuando caminaba hacia la parte trasera. Manuel y Diablo, al ver la puerta del tunel abierta dedujeron que Bruno ya estaba en el carro. Diablo ordenó a Manuel que saliera mientras comenzó a disparar a los policías para abrirle paso a Jorge, quien se arrastraba y no dejaba de disparar su arma, ya había gastado dos cartuchos y le quedaban dos más.

Bruno, con rifle en mano, comenzó a caminar y logró que la oscuridad de la calle le ayudara a pasar desapercibido, cuando llegó al auto quedó expuesto a los ojos de unos vecinos que miraban desde su ventana. Entró y decidió esperar un minuto. Cuando volvió la mirada vio que Manuel se acercaba a paso rápido pero sin levantar sospechas. "¿Y Diablo?" dijo con voz agitada.

"Se quedó abriendo paso. Jorge está herido. Debemos escapar", Manuel tenía razón y Bruno miraba su reloj. "Necesito un hombre más para superar la intersección a donde está la patrulla", pensó el jefe sin quitarle los ojos al segundero.

El sonido de los disparos se acercaba, eso era señal que los policías ya habían llegado al menos a la parte trasera de la casa. Entonces el que salió del tunel de la casa aledaña fue Jorge, que cojeaba y sangraba. Eso levantó todas las sospechas y Bruno lo sabía. "Yo me encargaré de abrirme pasó", luego de sus palabras ordenó a Manuel que manejara mientras él tomaba posición en la parte trasera. "Le dieron al Diablo, no creo que lo logre", dijo Jorge quien tenía ensangrentada la pantorrila izquierda, aunque el disparo no le fracturó el hueso. Bruno dio por perdido al Diablo, obligó a Jorge a sentarse detrás del conductor y comenzaron la parte final del escape, debían superar a los dos policías fuertemente armados que estaban en la esquina.

En la puerta del tunel Diablo sangraba del hombro y el estómago, logró cargar su arma por última vez y comenzó a disparar hacia la puerta que daba al patio trasero. Eso detuvo un momento a los policías, quienes ya habían perdido a un hombre en su ataque final a la casa.

Mientras Diablo disparaba sus últimas balas, antes de ser ultimado, Manuel no encendió las luces del auto y comenzó la marcha, cuando llegaron a la esquina uno de los policías le ordenó el alto, en ese momento Jorge con su pistola nueve milímetros y Bruno con su rifle abrieron fuego, el policía cayó fulminado mientras que su compañero alcanzó a cubrirse.

Cuando Manuel aceleró y superó la esquina, otros dos agentes que escucharon los disparos se acercaron y junto al policía que se había cubierto abrieron fuego, una de las balas rozó el pómulo de Bruno lo suficiente para destrozarle esa parte del rostro, otras dos balas se alojaron en el hombro izquierdo de Jorge y una atravesó el asiento e hirió a Manuel en el brazo izquierdo, aún con ese impacto logró conducir y alejarse de la escena mientras una patrulla comenzó la persecusión.

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"Muchas veces la locura es la antesala de mi llegada"

La Muerte

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La locura.

La persecusión fue intensa.

Bruno, por la herida en el rostro, no tenía la misma capacidad de combate. Jorge, quien tenía tres impactos de bala pero ninguno de ellos había tocado órgano sensibles, tuvo la fuerza de tomar el M16 de Bruno y disparaba cada cierto tiempo para tratar de detener el avance de los policías; pero era imposible, desde la patrulla los disparos destruían cada vez más el auto de los criminales.

No había otra opción, había que tomar una decisión suicida. "Alguien debe bajarse y contenerlos", dijo Bruno quien con un pedazo de su camisa apretaba la herida en su rostro. Manuel aceleró hasta llegar a la entrada de una colonia asediada por grupos de pandillas, tomó una calle angosta y al llegar a la esquina le dijo a Jorge que se bajara. Su compañero no dudó, ya había enfrentado situaciones iguales o peores y había salido triunfante, se colocó detrás de un contenedor de basura. El auto aceleró al momento que al otro lado de la calle ingresaba el carro policial.

Cinco segundos después una ráfaga de balas impactó la parte derecha de la patrulla hiriendo al conductor y a uno de los policías que estaba en la parte trasera. La patrulla se detuvo 10 metros después, entonces Jorge, mientras cojeaba y trataba de escapar, no dejó de disparar al auto. Suficientes balas para matar a los dos policías heridos pero pocas para detener a los otros tres agentes. Una cuadra después y sin la fuerza para hacerle frente al ataque, Jorge recibió tres balazos, uno de ellos directo al corazón.

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Los gritos de dolor y frustración dificultaban la intervención quirúrgica al jefe criminal.
La herida era peor de lo que creían. Bruno perdió el ojo y el pómulo derecho.

Manuel, estaba fuera de peligro por el balazo en el hombro. Otros cuatro hombres del círculo de Bruno analizaban que salió mal esa noche. Estaban en constante comunicación con agentes claves de la red criminal, debían tener una respuesta lo más pronto posible para rendir cuentas.

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Al día siguiente las portadas de los periódicos y los titulares de los principales noticieros daban amplia cobertura del enfrentamiento. Hablaban de un golpe clave a la organización criminal más peligrosa de la ciudad. Había un falso discurso triunfal de parte de las autoridades. Los que sí celebraban eran el resto de organizaciones criminales que ansiaban el control de la ciudad.

En la principal casa de seguridad de los criminales, Bruno tenía vendada la mitad del rostro, su ojo izquierdo fijo al techo de la casa mientras escuchaba los informes de sus lugartenientes.

Ramiro fue el informante que los delató, a partir de esa información dieron con uno de los agentes de su red que casualmente brindaba seguridad en la casa a donde decidió pasar la noche.
Pero la mayor frustración, lo que le generaba un odio indescriptible, era la información del resto de policías ligados a su banda: no había un grupo de prostitutas infiltrado en sus dominios, no había ningún indicio de mujeres al servicio de sus enemigos, no existía un plan orquestado para que otras bandas criminales ganaran espacio en sus territorios. La deducción de un grupo de mujeres matando hombres de su organización era errónea. El asesinato de Vaquero, el antiguo líder, y del Negro, un delincuente de poca importancia en su grupo, fueron atribuidos a hechos aislados. Lo que nunca supieron era que Fernanda, la pequeña prostituta, estaba detrás de esos hechos por cuestiones muy particulares y no como un plan.

Bruno estaba destrozado, no por los asesinatos que ordenó a partir de sus hipótesis sino porque había perdido un ojo y su olfato criminal había fallado por completo. Seguía siendo el líder de un amplio territorio de la urbe, su organización era la más temida y respetada en el mundo del crimen pero en su interior sabía de su equivocación y esa acción le costó caro.

"¿Qué hacemos jefe?", preguntó Manuel. "¿Quiere venganza?".

Bruno no respondió.

"Ya habrá tiempo para las venganzas, por el momento a seguir controlando todo como si nada", fue la respuesta de César "El Capo", el número dos de la organización, fiel a Bruno y el de mayor confianza del jefe.

Después de eso solo hubo silencio. Bruno no dejaba de ver al techo de la casa.

Continuará...

sábado, 18 de marzo de 2017

Fernanda Parte XVII


Los principales noticieros destacaban el enfrentamiento en el centro de la capital. ¡Guerra de bandas! ¡Masacre! ¡Venganza entre mafias! los principales titulares asombraron a muchos. De los cinco muertos, el más significativo, el más repetido: el despiadado Vaquero.

Bruno fumaba un cigarrillo mientras revisaba los periódicos junto a él estaban cuatro hombres, el núcleo del grupo de Vaquero. Tres hombres del grupo enemigo, entre ellos un lugarteniente, fueron asesinados, Bruno se salvó porque descubrió que los seguían y no dudó en atacar. "Estos malditos tenían todo preparado, querían aniquilarnos a todos", dijo sin titubear.

"Nos siguieron, sabían de nuestros pasos y seguramente conocen nuestras casas de seguridad", se levantó y camino por la casa.

"¿Pero quién pudo seguir y matar a Vaquero?" exclamó uno de los hombres, un fornido de mediana edad que sostenía un vaso con whisky. "En las últimas semanas Vaquero se rodeaba de mujeres, algunas nunca las conocimos pero todas eran de su confianza, al menos eso parecía", dijo antes de dar un sorbo.

Bruno, quien nunca apreció al jefe, pensó bien sus palabras. "Eso de acostarse con todas y drogarse lo hizo perder la disciplina y seguramente eso aprovecharon los enemigos para infiltrar su espacio. La última vez que lo ví estaba con una chica, no la recuerdo muy bien pero dudo mucho que ella fuera un blanco a tomar en cuenta, parecía perdida y Vaquero la tenía sometida", recordó el criminal tatuado.

"Él nos dio la misión de atacar al grupo de Jorge, se escuchaba ansioso y no dio muchas explicaciones. Está claro que había perdido la preocupación, seguramente salió por más diversión, lo siguieron y le tendieron una trampa. Al mismo tiempo a nosotros nos estaban siguiendo", Bruno hizo una pausa y se puso al frente del grupo.

"Está muerto. Esto debe continuar, ahora yo estoy al mando. Desde este momento vamos a cambiar las casas de seguridad, vamos a reclutar al resto de hombres y destruiremos a esos malditos, comenzando desde nuestro territorio. Todo hombre sospechoso, que no pertenezca a esta zona, estará en la mira. ¿Escucharon bien?", Bruno era de la misma línea de Vaquero, imponía su posición, inspiraba temor. Sus hombres se vieron entre ellos y aceptaron las condiciones. Había nuevo jefe, nuevas misiones.

"Qué bueno que te mataron Vaquero, ahora estoy en el lugar que pertenezco", Bruno pensaba mientras miraba a sus lugartenientes y comenzaba su reinado criminal.

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Fernanda abrió los ojos y por varios segundos no sabía a dónde estaba, su mente trataba de estabilizarse y determinar si estaba soñando o estaba despierta... o quizás muerta.

Cuando sintió el olor a cigarro en su ropa y se vio vestida, saltó de golpe de la cama. Los recuerdos del momento en que atravesó con el cuchillo el pecho de Vaquero, los ojos perdidos del hombre, la atacaron constantemente. Pensó en Angie. "Estás vengada, chelita", sintió que la culpa que cargaba por el suicidio de su amiga desapareció.

Como sucedió después de la muerte de Don Carlos, el viejo abogado, el pervertido sexual que falleció con el traje de sadomasoquista puesto, salió por información. Compró periódicos, cigarros, vio todos los noticieros y permaneció en su cuarto los siguientes dos días. No había indicios que la incriminaran, no había, al menos hasta ese momento, una evidencia de su participación.

Entre toda la pesadilla recordó que César, el jovencito delgado, bien vestido y de clase, la había llamado en los momento en que estaba con Vaquero. No le importó.

"Solo falta que me reconozcan los dos hombres que estaban con Vaquero en la casa. Qué importa, de todos modos ya no me queda nada", dijo sin dudar. Fernanda había perdido las posibilidades de volver a una vida normal, alejada de los infiernos. Ella era un infierno, una alma perdida; como un demonio, sabía su condición y ya no lo lamentaba. Su corazón estaba oscuro.


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Cinco días después...

Los tacones rompieron el silencio en la calle. Era medianoche. La mujer caminaba léntamente, dejaba una estela de humo de cigarrillo y un olor a perfume barato. Fernanda había vuelto al trabajo.

La importancia de las noticias sobre Vaquero habían pasado. Tres asesinatos en los últimos días, vinculados a bandas criminales, habían ganado notoriedad. El grupo de Bruno estaba limpiando su territorio.

La gente, los borrachos, los vendedores de droga y sus clientes volvieron a la normalidad, a la cotidianidad de excesos, riesgos, placeres, dinero... perdición.

Fernanda también volvió a sus escenarios, a las calles que le abrieron las puertas a la prostitución. Se sentía en su zona, en sus bares, en ese amplio sector que estaba pasando al olvido, que no tenía la afluencia del centro de la ciudad.

Esta vez no había clientes. Encendió otro cigarro y a los minutos vio acercarse un auto que le pareció conocido. Era César. Fernanda sintió algo extraño en la boca de su estómago y por un momento no supo si ignorarlo o enfrentarlo. No hizo falta.

César tomó la iniciativa: "Estoy acá porque quiero disculparme, sé que parece una tontería pero me quedé pensando en lo que te dije y no estuvo bien. No me ha sentando bien esa doble vida, ese sentimiento extraño sobre lo que tengo y lo que deseo", lo dijo sin vacilar. "La tengo a ella, el soporte de nuestras familias, un futuro prometedor, pero no siento la mínima pasión por ella. Y las veces que me acosté contigo fue el mayor placer que pude haber sentido. Aunque no tengas el resto de cosas, sí haces la diferencia."

Fernanda mostró una media sonrisa. "Lo sabía", se dijo a si misma. Antes de responder una palabra siguió fumando, se tomó su tiempo y vio a los ojos a César. "Ya sé que solo soy buena para dar placer, a eso me dedico. También sé que no tengo ni clase, ni títulos, ni familia, ni nada, no hace falta que me digas ambas cosas", pareció que el mundo se detuvo y solo existía la mirada entre ambos.

"¿Pretendes estar con tu esposa y verme cada semana para hacerlo? jajaja, hombres, por esa debilidad tenemos trabajo. Para mí no hay problema", Fernanda fue sincera pero ocultó un punto importante: ella también por primera vez había sentido algo distinto al acostarse con César, algo cercano a hacer el amor, algo especial que sobresalía de tanta carnalidad habitual por la que ha pasado su vida.

"A veces pienso, si nos fuéramos juntos lejos y me olvidara de todo...", César se atrevió a decirlo. La chica no lo podía creer. "No sabes lo que dices", se dio la vuelta, tiró el cigarrillo y caminó léntamente.

"Solamente digo que es placentero imaginarlo y todo un desafío si lo hiciéramos, pero no lo sé...", el joven comenzó a seguirla. La tomó del brazo y la puso frente a él. Fernanda se mantenía inmóvil, su corazón no estaba para emocionarse con un cariño, ella nunca había tenido ese sentimiento, lo rechazaba, luchaba para no caer en él, pero César tenía esa mezcla varonil y suave, ese aroma, esa sinceridad, ese toque que para ella era complicado no atender. Se quedaron en silencio unos segundos.

Era el momento de definir. ¿Está mal querer a una mujer así? ¿Por qué siento que ella tiene algo que podría atraparme? ¿Acaso de la pasión puede surgir amor? ¿Tienes el valor de romper moldes y buscar en esta mujer el sentido de una relación? ¿Por qué siento que tiene algo que quiero para mi vida? ¿Por qué siento que podría enamorarme? Las interrogantes habían angustiado a César en las últimas semanas y su juventud también pesaba en esa tortuosa indecisión. El joven no daba el paso. Fernanda no podía apartarse de él y también tenía muchas interrogantes: ¿Una mujer como yo merece amor? ¿Después de todo lo hecho en mi vida? ¿Después de tanta oscuridad y perversión? ¿Podría merecerlo?

No rompieron el silencio. Se alejaron poco a poco sin apartarse la mirada por un momento. César abrió la puerta del carro y le hizo un gesto que daba a entender que volvería, que esto no se quedaría así.
Fernanda asintió sin quererlo.

Cuando se alejó el auto Fernanda encendió otro cigarrillo. Hacía frío y comenzó a caminar. Decidió tomarse la noche e ir por unas cervezas, había un nuevo bar a seis cuadras y quería conocer.

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El humo, la música y el olor a alcohol se mezclaban por todo el lugar. Se acomodó al final de la barra y pidió una cerveza, la tomó con una calma que no había sentido en mucho tiempo.

El bar estaba lleno. Muchas eran prostitutas, algunas de ellas le eran conocidas pero no intercambiaron palabras, como era una zona neutral a donde no había lucha por los clientes cada mujer estaba a la disposición de lo que su pareja o cualquier tipo les ofreciera.

Cuando tomaba su tercera cerveza vio a una joven primeriza, nerviosa, tratando de agradar a un hombre mediano, delgado y con un rostro serio, orgulloso. Fernanda recordó sus inicios en la prostitución y estuvo pendiente de ella. El sujeto estaba bastante alcoholizado, en un momento de la plática se molestó y no dudó en tomar la muñeca de la chica y retorcerla hasta provocar dolor. La joven no pudo zafarse y sus ojos mostraron esa incapacidad de hacerle frente al tipo. El hombre le habló fuerte a la cara, se sacó unos billetes y se los restregó en la cara. La prostituta trató de hacerse la fuerte, pero no pudo y en los alrededores no había el mínimo interés en ayudarla. Parte de la vida de las venderores de sexo.

--- Cuando has sido la muerte, cuando has tomado una vida... no hay retorno ---




Fernanda sintió esa punzada en su corazón. Su primer sentimiento: odio.
Al ver al hombre, sus ojos, su actitud, su violencia en contraste con la incapacidad de la mujer de zafarse, la inseguridad propia de una jovencita primeriza, fue un detonante en su interior. Después de todo lo vivido, del sufrimiento, de la venganza y de la oscuridad por la que había pasado, no había nada que perder y mucho que ganar: era el momento de descargar.

El sujeto arrastró a la mujer al fondo del lugar, cerca de los baños y la golpeó. Sus amigos no evitaron nada, le tenían miedo y al parecer era alguien de respeto. Un criminal en ascenso.
Cuando Fernanda se dirigió a los baños alcanzó a verlo en el momento que dejó a la chica en el suelo y se encontró con él cara a cara en el pasillo, pero guardó silencio y apartó la mirada.
La jovencita tenía un labio ensangrentado, estaba a punto de explotar en lágrimas, era una chica inofensiva. La escena hizo enfurecer a Fernanda.
Su corazón estaba nuevamente impactado. No era dolor o impotencia ¡era, otra vez, el odio más puro!

Ayudó a la jovencita, le dio un papel para limpiarse y le aconsejó que se fuera del lugar.
Fernanda volvió a la barra y no le perdió la pista al hombre.

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Una hora después...

Saboreó la cuarta cerveza y se fumó tres cigarrillos. Su mente era manejada por el sentimiento de venganza. Cada cierto tiempo su mirada se posaba en el hombre, sin que nadie lo sospechara, sin que su objetivo pudiera advertirlo.

A las tres de la mañana comenzaron a retirarse y dos sujetos que acompañaban al hombre que golpeó a la chica buscaron cuartos para acostarse con sus acompañantes. El agresor, Saúl mejor conocido por sus amigos como "El negro", quedó solo y fue a su auto a drogarse, clásico de estos tipos pensó Fernanda.

Estaba parada en la esquina del bar, en la oscuridad. Ahí tomó la decisión. Revisó su cartera, ahí estaba la navaja.

Tomó un dulce para recuperar el aliento, caminó léntamente se acercó a la ventana y tocó suavemente. Saúl no se sobresaltó, terminó de consumir y abrió la ventana. "Quieres divertirte, guapo", el poder de seducción de Fernanda ya estaba en acción.

El sujeto no la vio sospechosa, al contrario, vio a una joven indefensa y atractiva. No lo pensó mucho y abrió la puerta. "Me voy a divertir", pensó. "Te vas a arrepentir", pensó Fernanda al cerrar la puerta.

La ruta era directo a un motel que Fernanda conocía muy bien.

Luego de varias cuadras la mujer reconoció que Saúl perdía el control, a pesar de haber consumido sus fuerzas y su juicio se tambaleaban. La borrachera no había pasado del todo y el hombre estacionó el auto en una esquina desolada y cubierta por unos árboles. Sin dirigirse a la mujer comenzó a revisar su bolsillo izquierdo, estaba confundido y su cabeza se movió en esa dirección. Perdió contacto con su acompañante.

La locura.





Con toda la fuerza de su brazo derecho y sin titubear Fernanda clavó la navaja en la garganta del hombre...

Continuará...







  

sábado, 12 de diciembre de 2015

Fernanda Parte XIV


La vibración del celular rompió con la concentración de Vaquero. En el momento que recibía el repertorio de placeres de Fernanda, ese sonido fue un retorno de golpe a su mundo lleno de violencia y principalmente paranoia.
Apartó de entre sus piernas a la prostituta y la vio con furia: "¿quién te llama?" Fernanda no supo reaccionar y a la cuarta vibración tuvo que contestar.

"Lamento lo que sucedió, sé que no me comporté adecuadamente..." era la voz de César. Aunque la sorpresa fue grande para la mujer su rostro no cambió. "Ahorita estoy ocupada", cortó la llamada y pensó que su respuesta era la correcta para no incomodar a Vaquero, pero se equivocó.

"¡No me gusta que te estén llamando cuando estoy acá, no me importa quién es o si es importante, yo decido qué se hace y cómo se hace!", parecía un endemoniado al momento de gritar. Inmediatamente se vistió y obligó a la chica a hacer lo mismo. Fernanda obedeció, incluso dio a entender que estaba incómoda por el abrupto final del acto sexual.

Vaquero, por su afición a las drogas y al sexo, olvidó por completo el plan que tenía para asesinar a aquellos criminales que osaban quitarle parte del poder que tiene sobre la ciudad. Esa soberbia, esa desmedida confianza en sus capacidades de inflingir terror, eran algunas de sus debilidades.

Tomó el celular. "Quiero que esta misma noche maten a esos malditos, actúen rápido", Vaquero lo dijo claramente. Quien escuchaba era Bruno, el segundo al mando. "Hasta te tardaste en dar la maldita orden, como siempre", pensó el hombre tatuado.

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8:00 pm

Vaquero salió con Fernanda de la casa de seguridad, después de dar la orden tenía la confianza de que todo saldría bien. Si el objetivo se cumplía no importaba si alguien de los suyos moría, siempre se mantenía fiel a su filosofía: mientras otros trabajan, él debía saciar sus más oscuros deseos.

"Mientras todo pasa iremos a divertirnos mucho más y mañana serás libre, mujercita", en realidad lo dijo para aparentar calma pero Vaquero tenía otros planes: no pagarle a la prostituta y abusar de ella. En caso ella tratara de oponerse lo solucionaría como siempre.

Pero Fernanda no cayó en la trampa, se mantenía fiel al plan, a la espera de un error, de un descuido. La chica no era una asesina ni tenía idea de como actuar, lo único que la impulsaba a seguir con esta locura era el recuerdo de su amiga Angie y el hecho de sentirse muerta por dentro, ese sentimiento de que nada importa, que el mundo completo puede acabarse en un instante y no sentir una mínima sensación de temor.

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8:45 pm

Tanto Bruno como José, el pequeño y moreno lugarteniente de Vaquero, terminaron de preparar el arsenal para la misión encomendada. Bruno portaba un fusil AK-47 y una pistola 9mm, por su parte su compañero prefirió lo de siempre: una calibre 38 y una 9mm, una para atacar y otra por si se complicaba la situación.

Cuando ambos hombres salieron del billar Bruno reconoció el auto negro estacionado en la esquina. Sospechó de inmediato pero no mostró sorpresa y decidió ser el copiloto, algo poco común.
"Cuando cruces a la derecha mantén la velocidad baja para ver si un auto nos sigue, tengo la sensación que esos malditos se nos quieren adelantar, te lo digo en serio", Bruno muy pocas veces bromeaba y José comenzó a ver el retrovisor.

En las próximas cinco cuadras el auto negro no les perdió la pista. "Síguelos para ver a dónde llegan, lo más seguro es que estos dos nos lleven hasta Vaquero", Jorge fue el hombre que dio la orden, el encargado de terminar con los líderes de la banda criminal más respetada de la ciudad.

Al recorrer la sexta cuadra, en una zona especialmente oscura del centro capitalino, la muerte apareció...

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8:56 pm

El carro negro detuvo su marcha. El conductor siguió la orden porque a 30 metros el auto gris se estacionó.

Jorge se tomó unos segundos para analizar el escenario... pero fueron los últimos de su vida. Una ráfaga de AK-47 rompió el silencio desde un pequeño espacio entre una casa y una caseta abandonada e impactó en la parte derecha del auto negro. Dos balas atravesaron la cabeza de Jorge y el resto de proyectiles mataron a dos hombres más que iban en la parte trasera.

El conductor, Antonio, y un hombre apodado Mosca, lograron salir del auto poco después de escucharse la ráfaga. Ambos cayeron al asfalto pero estaban listos para responder.

Cuando Antonio sacó su arma y disparó hacia la dirección desde donde los atacaban, del auto gris apareció José, el gordo, moreno de pequeña estatura, y atacó al conductor del carro negro.
Antonio recibió  dos impactos, en el brazo y la rodilla izquierda, pero cuando cayó le dejó la posición abierta a Mosca quien sostenía un rifle automático y sin perder el resguardo que le daba el auto apretó el gatillo. Tres balas atravesaron la puerta gris y el cuerpo de José. El criminal ya no se levantó.

Bruno continuó disparando al auto, esperando que las balas llegaran al resto de los hombres. Cuando se percató que José ya no atacaba imaginó que estaba fuera de combate. "Si dejo de disparar estos me atacarán", pensó de inmediato y no perdió tiempo, caminó a prisa sin dejar de disparar y se resguardó en un auto cercano. En ese momento recibió la ráfaga.

Mosca estaba detrás del auto negro, esperaba que Antonio se recuperara y disparara para cubrir sus movimientos. "¡Vámonos de acá Mosca, vámonos!", gritó el conductor cuando observó en el asiento principal del auto un pequeño pedazo ensangrentado del cerebro de Jorge, en la parte trasera la sangre de dos de sus compañeros estaba esparcida por todos lados. El hombre entró en shock.
"No seas cobarde y dispara maldito imbécil", gritó Mosca. Esos segundos fueron suficientes para Bruno, quien corrió hasta la esquina y volvió a disparar en repetidas ocasiones. Los disparos obligaron a Mosca a resguardarse y sacaron del estado de shock a Antonio, quien se llevó la peor parte: una de las balas se alojó en la pierna derecha mientras se arrastraba para cubrirse.

Bruno caminó unos metros y detuvo un auto. "Bájate bastardo", gritó mientras apuntaba al rostro de un anciano quien con dificultad pudo bajarse. El lugarteniente de Vaquero aceleró y salió como pudo del sector, en esos momentos la gente de los alrededores buscó refugio.

Mosca, al escuchar que las sirenas se intensificaban en los alrededores, soltó el arma y escapó dejando a su suerte a Antonio, quien estaba inmovilizado y aterrorizado.

La muerte tomó la vida de cuatro personas. Pero faltaban más.



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9:30 pm    



El auto de Vaquero estaba en las afueras de la ciudad, en un pequeño terreno a la orilla de la carretera. El lugar era conocido para él, bastante desolado, uno de los tantos puntos de encuentro que tenía con sus hombres.

¿Por qué el criminal más temido de la ciudad tenía que ir a buscar un terreno desolado para saciar, otra vez, su sed sexual con Fernanda? aunque pareciera ilógico, el corpulento hombre actuaba acorde a su plan. Conocía el lugar y ya sabía lo que tenía que hacer.

Sin que Fernanda lo supiera, en el terreno donde estaban habían seis tumbas clándestinas. Todas con los cuerpos de aquellos que no fueron del agrado del jefe criminal, no eran cadáveres de enemigos, de hecho fueron personas cercanas a la banda de Vaquero.

"Aquí nos quedaremos un rato", la voz grave de Vaquero se hizo sentir en la noche silenciosa. "Y esta vez vamos por todo", sacó de su chaqueta cuatro bolsas de cocaína, una de metanfetaminas y dos fármacos que Fernanda no reconoció.

"Esta vez comenzás", Vaquero le ofreció cocaína. Antes de que Fernanda probara el polvo, el criminal ya tenía listo su coctel para una nueva noche en el infierno.

Entonces comenzó el último viaje...