Es caminar por el mundo con una discapacidad
interna. Todo se esconde en una presentación normal, a veces extraordinaria y
muy segura. Es como un líquido podrido en un envase en perfectas condiciones.
Cuando se esconde muy bien la grieta que atraviesa el interior, que divide todo
el ser. No es una división cualquiera, es una que te aparta de la multitud y sus
normas. Actuar acorde pero pensar distinto; es como una eterna obra de teatro en
la cual adjudican roles transitorios que pasan a ser eternos. Y eso de actuar se
convierte en pesadilla.
Es una laguna de lagrimas. Abatimientos eventuales que
corrompen el alma, que borran los horizontes.
Son una serie de sucesos extraordinariamente lúgubres y que están más allá del bien y el mal, de lo
clínico, lo espiritual, lo religioso y lo esperado. Es reir mentalmente mientras
se escuchan las mil historias de los pensantes, de los que creen ser especiales
por gracia. Es odiar en silencio mientras los iluminados se lucen en sus
visiones. El problema no son las razones que los empujan a invocar poderes, es
la ridiculez cuando creen estar en un camino mucho más rentable. Los caminos son
sospechosos y no son exclusividad divina.
Hay muchas soluciones para el hombre
roto. Hay que vender el terreno quebrado y que alguien más lo administre. Es el
trueque entre el sufrimiento por una vida eterna como pasajero, como ser el
actor secundario de tu propia vida.
Los días no hacen la diferencia. Los momentos
parecen medicinas que aplacan vacíos por algunos instantes. Es vivir sin ganas.
Es tener miedo a morir pero sin objetivos en esta dimensión. Es levantarse creyendo
que con el pie derecho la jornada será mejor. Es invocar y creerse iluminado,
pero no son más que sombras en una pared, en busca de la eterna identidad. Es
una contradicción sin final.
Entre la multitud, entre los colores y las risas,
entre el llanto y los incendios, entre las calles más pobres y las más lujosas,
entre la niebla y el sol que raja la espalda. En medio de todos, desapercibidos,
caminan los hombres rotos... y lo hacen con la plena certeza que no encontrarán, por
los siglos de los siglos, un pegamento capaz de unir los más retorcidos hilos de
su ser. Ahí van los hombres rotos.
¿Pueden reconocerlos al ver sus ojos?
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