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lunes, 18 de mayo de 2020

El monstruo


El monstruo preguntó si podía asomar su rostro. Con el tiempo se abrió camino desde la tiniebla del calabozo; poco a poco, con la paciencia de un monje y alimentándose del cerebro y el medio ambiente de su huésped, encontró el camino hacia la penumbra.

El gusano más hábil, el goloso de pensamientos, el transformador de emociones. El monstruo tomó fuerza, amplió su dominio mientras su anfitrión, el humano que lo había apresado, ahora le daba espalda a la luz y prefería la penumbra, esa cuestión que llaman pérdida de fe.

No eran las grandes alegrías, ni las tristezas, mucho menos las ansias lo que hacían vulnerable al huésped. Era una cuestión sobre anhelos de felicidad y de superioridad, esos senderos lo adormecieron, lo hipnotizaron. El monstruo, mucho más paciente y conciente de las debilidades humanas, se abría paso entre carne, neuronas, sangre y emociones. No tenía prisa. Fuera de la tiniebla su poder era considerable.

Y no fue un ataque despiadado. No. Al contrario, fue a dosis pequeñas de perdición, impulsos casi imperceptibles. Manipuló imágenes, recuerdos, sueños, anhelos, principalmente anhelos, esa necesidad humana tan natural; todo eso alimentó al oscuro ser.

El monstruo preguntó si podía asomar su rostro. Y el anfitrión le dio permiso. El pacto era con moderación; el ser asintió con una sonrisa amigable. Todo estaba bajo control... por un tiempo.

Con las semanas el huésped mutó, se mezcló con el monstruo hasta cambiar de forma.

Entonces las historias pasadas, revivieron.

Lo que pasó después fue rápido.

El ser mostró todo su esencia y asesinó al anfitrión. Se lo comió. Tomó su forma y en esa mutación todos los sentidos explotaron. Otra vez el caos y la oscuridad total tomaron el poder.

El monstruó escupió los restos del ser que lo acogía y reinó por muchas noches. No tantas como esperaba. Habría deseado la eternidad, pero no contaba con que era un simple ser inmundo, vulnerable a la luz.

Muy vulnerable.

Se derritió completamente ante el iluminado y su esencia se arrastró, con miedo, hacia el calabozo tenebroso. Estaba herido, fue burlado y apaleado.

Lamió sus heridas, en medio de la oscuridad. Con el tiempo levantó la mirada.

"La próxima vez no preguntaré si puedo asomar el rostro".



domingo, 1 de marzo de 2020

El hambriento aburrido


Tengo la leve sensación que pronto terminará una etapa. El "disfrutar mientras dure" dejó de ser un cliché que uno puede ignorar; con los años, sin ánimos de ponerme negativo, se hace necesario creer que es así. Crudo para los que deseamos la eternidad de las cosas.

Un día estás a las puertas de lo tan anhelado, y un tiempo después llega la tentación de querer más, mucho más. Lo que un día te divierte, te aburre en unos años.

"Es que deberías dar gracias a Dios por lo que tienes", esa es la respuesta común que obtengo, y está bien porque es sabio; pero, mi carne es inquieta, suspicaz, hambrienta, y eso, aunque no sea sabio, es real y casi paralizante. Me senté un día completo a poner en perspectiva mi alrededor, hice una pausa en el camino. Y, al final, simplemente me aburrí.

Quizás soy un aburrido. O seré otras cosas más que por el momento no termino de comprender. Veo a quienes aman lo que hacen, o al menos eso aparentan, y me pregunto: "¿algún día dejarán de hacer eso?" quisiera tener esa actitud ante los desafíos, pero me aburro.

Sin embargo, no quiero que me malinterpreten. Yo le pongo amor a las cosas, claro que sí, el suficiente sentimiento para poder dominarlas; me encanta pasar de la necesidad de hacer, a convertirme en un experto en la materia. Cuando llego a la cima, al menos con la meta que me he trazado, entonces quiero más. Se activa mi hambre. No solo quiero comerme el mundo, quiero tragarme la eternidad hasta explotar. Soy un hambriento aburrido.

El día especial lo esperé, lo viví y en la noche me regocijé con los recuerdos; la mañana siguiente, aún me sentía feliz; pero con los días, como todo en esta existencia, la emoción pasa. Entonces todo es enviado a la caja de los recuerdos, la cual se activa cada cierto tiempo con pláticas, olores, lugares y comidas. Pero en síntesis, todo pasa. El tiempo nos arrastra irremediablemente, hasta que la certeza de la vida se acaba, con suerte, en una cama junto a los seres queridos. Los últimos días, pase lo que pase, son de revelaciones dolorosas y mucha incertidumbre. Demasiada incertidumbre para las hormigas que somos en una galaxia.

Quienes no creen en la eternidad con los dioses, se convertirían en energía que, sinceramente, no sé a dónde putas irá a parar.
Quienes creen en otras vidas, con suerte volverían a ser humanos; antes, quizás sean el árbol que talarán porque sus raíces destruyen el concreto de la calle; la vaca, que será inseminada una y otra vez hasta extraerle la última gota de leche con pus; o el perrito, al que le darán "bocado" porque es muy inquieto. O quizás serían seres felices, nunca se sabe.
Quienes no creen en nada, simplemente serían abono.
Quienes creen en el abanico de las deidades, unos estarían en paraísos con ríos de leche con miel, rodeados de princesas; otros, caminarían en calles de oro y observarían mares de cristal, estarían en la presencia del creador.
Y yo me moriré, espero, en una cama junto a mis seres queridos, esperando un juicio que me permita, en el mejor de los casos, pasar la eternidad ante la presencia de Dios. Y de ahí, no sé, porque mi mente humana no puede imaginarse cómo será el más allá.

Cualquiera que sea el destino, espero no llegarle con tanta pasión, no quiero convertirme en experto, no quiero encontrarle la gracia tan rápido, no quiero el conocimiento total. No quisiera aburrirme.

En serio, no bromeo. Aunque no sea inteligente hacerlo ahora, en el silencio de la noche, ya lo pienso: ¿y si me aburro?



sábado, 31 de marzo de 2018

Fernanda Parte XXI


La primera cerveza no duró más de cinco minutos. La sed, las ansias, la pura gana de alcohol fueron saciadas en tres sorbos. Fernanda casi siempre contemplaba las bebidas, trataba de disfrutarlas al máximo, pero esta vez no era un día normal. Una jornada con una montaña rusa de emociones merecía una buena dosis, al menos ese ritual tenía la sensual mujer.

Pidió la otra cerveza y un plato de carne. Si tenía algunas horas libres antes de su cita con César, podía darse un pequeño exceso.

Cuando Osvaldo entró al restaurante, lo primero que hizo fue ubicar a Fernanda. Se dio cuenta que ella estaba en una mesa cercana a la puerta trasera que daba a otro estacionamiento. Salió del lugar y movió su auto hacia ese espacio. En su mente ya estaba el "plan b" en caso la situación se saliera de control.

Sin levantar ninguna sospecha, saludando a meseros y clientes, se dirigió al baño y se arregló un poco. Debía pensar bien sus pasos antes de actuar, su plan ya estaba trazado: abusar de Fernanda y llevarla, personalmente, al grupo de Bruno.

Se sentó a dos mesas de distancia de su objetivo y pidió una cerveza. Se dio cuenta que Fernanda casi finalizaba su tercera bebida. "Entre más bebas es mejor, eso me facilitará todo" pensó. Tomaba pequeños sorbos mientras observaba a su presa e imaginaba tomarla entre sus brazos y saciar todos sus deseos que tenía acumulados por sus trabajos: vigía del crimen y taxista.

Cuando Fernanda pidió su quinta cerveza ya estaba totalmente desinhibida. Se sentía bien, un poco alegre porque la dureza de su vida desapareció conforme los grados de alcohol aumentaban en su sangre. Por eso cuando cruzó miradas con Osvaldo no sospechó absolutamente nada, era un hombre más que trataba de coquetear. Sus años en la prostitución le enseñaron que desde las primeras miradas, hasta el momento de estar en la cama, habían ciertas acciones, gestos, que dejaban algunas evidencias si el cliente era de confiar o había que tomar precauciones.

Lo único que le pareció extraño a Fernanda era que los ojos del hombre tenían esa mirada particular de búsqueda de servicios sexuales. "¿Acaso se me nota en los ojos que soy puta? No ando un atuendo que me delate. ¿Por qué siento que me ve como si estuviéramos en la barra del bar de un prostíbulo?" preguntas que se hizo mientras tomaba de su cerveza y miraba al sujeto.

Pero el alcohol, tarde o temprano, engaña, distorsiona, cambia la percepción. Aunque Fernanda tomaba al menos tres veces por semana, tenía experiencias de todo tipo con las bebidas embriagantes y estaba en un momento complicado de su vida, bajo un peligro inminente; pese a todo eso, el momento se prestaba para olvidarse de tantas penas. En su interior estaba cansada, harta de todo y aunque no lo demostraba, tenía poca esperanza de que su vida terminara bien.

La baja autoestima, los trastornos de una vida violenta, el miedo, la depresión, las ansiedades, provocan una serie de daños que se esconden en el subconciente, pueden pasar desapercibidos en la lucha del día a día; por eso, cuando el alcohol se mezcla en la sangre y esa sensación de bienestar explota en el interior de la persona, todo cambia de color, las ideas negativas se disipan y comienza una revolución: la falsa sensación de plenitud y liberación se toma el poder y en automático se baja la guardia ante posibles riesgos.

Fernanda no le dio importancia a sus interrogantes y terminó su quinta cerveza. Eran las 2:00 de la tarde y pintaba bien el resto del día. Levantó su mano para la sexta cerveza. Osvaldo también levantó la mano, le sonrió a Fernanda y dijo: "puedo invitarla a su siguiente bebida, es una tarde tranquila que merece una plática ¿por qué tenemos que beber en silencio?" la sonrisa de Osvaldo no ayudó mucho. Si algo estaba claro para Fernanda es que el hombre estaba horrible, eso no lo podía cambiar ni siquiera 30 cervezas pensó la mujer ¡y tuvo que contener la carcajada cuando ese pensamiento se cruzó por su mente! Sin embargo, era una buena idea charlar, en eso le dio la razón a Osvaldo.

"Es una buena idea..."

Suficiente señal para Osvaldo. En diez segundos tomó sus envases vacíos y se sentó en la mesa. Eso tomó por sorpresa a Fernanda, pero no dijo nada.

Los siguientes 30 minutos pasaron entre pláticas del lugar, la comida, temas superficiales que permitían matar el tiempo de una forma menos desesperante. Lo que mejoró el ambiente fueron las siguientes rondas de cervezas. Para las 5:00 de la tarde ambos ya sabían a que se dedicaban para ganarse la vida. Osvaldo era estricto con su plan, daba confianza a la chica y las bebidas permitían el momento para que Fernanda siguiera bajando la guardia. Estaba funcionando.

Pero Osvaldo cometió un error. También el alcohol estaba afectando su estrategia. Cuando vio que la mirada de la mujer se perdía por momentos, en lugar de comenzar a convencerla para una cita en un motel, se le ocurrió compartir parte de la cocaína que portaba en su billetera. Se imaginó que eso podría ayudar.

Cuando Fernanda tuvo dificultad para pararse e ir al baño, él le ofreció la droga. "Te puede ayudar ¿no lo crees?", la chica no supo que decir al instante, pero que un taxista tuviera una bolsa de cocaína no era extraño, incluso pensó que quería venderle la dosis, a lo que ella contestó: "si me la regalas, con gusto; si tengo que pagarla, te la regreso", ni siquiera titubeó en sus palabras.

"Es tuya, es para que la tarde avance bien y pueda terminar bien", dijo mientras coqueteaba con la mirada. La mujer no lo dudó, la tomó y en el baño aspiró lo necesario para recuperarse de lo que parecía el inicio de una tremenda borrachera. Y surtió efecto. El estimulante era de buena calidad como para volver la alerta a la cabeza de la mujer.

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Mientras tanto César terminó la reunión con su prometida, y las familias de ambos, en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad. El joven comió, sonrió, fue amable, pero de su mente nunca se despegó el pensamiento de hacerle el amor a Fernanda. Estaba encadenado a ese recuerdo desde la primera vez que se acostó con ella. Punto.
Así que no sintió mucha pena, al contrario, estaba feliz porque sabía que en unas horas gozaría nuevamente de ese tremendo placer.

Sin embargo no encontraba el momento para comunicarse con la prostituta. Las tres veces que fue al baño para intentar llamarla, habían otros hombres en el lugar y eso le incomodó.

No le quedó otra opción que esperar con paciencia y pensar que Fernanda seguiría en el restaurante o que se movería en los alrededores para esperar la cita.

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Cuando Osvaldo tocó por quinta vez la pierna de Fernanda, entonces se dio cuenta que no sería sencillo continuar su plan. "No vas a convencerme, Osvaldo, esta vez estoy fuera de servicio", aunque lo dijo con una sonrisa luego del sorbo de cerveza, ya la situación había cambiado para la mujer. Sentía la necesidad de parar la ingesta y mejor ocupar el resto de la droga para estar lo más despierta antes de la cita con César.

"Bueno, necesito ir al baño también, ya vuelvo", dijo él mientras se apresuró a los pasillos. Cuando estaba fuera del alcance de la mirada de ella, cambió la dirección y fue a la caja para cancelar la cuenta de ambos.
"Son 42 dólares", dijo la encargada. Osvaldo pagó y sin ver a la señorita tomó el cambió y se retiró.

Entonces todo sucedió muy rápido. Comenzó el "plan b".

El taxista observó a su alrededor, esa parte del restaurante estaba vacía, y cuando llegó a la mesa tomó con tal fuerza el brazo de Fernanda que la levantó de su asiento. Puso su otra mano en la boca de la mujer y la llevó con facilidad a la puerta trasera que daba al estacionamiento. Era un día nublado y estaba cayendo la tarde, no había movimiento en el estacionamento y el vigilante estaba lejos por el momento. Eso le ayudó para acercarse a su auto, con un solo brazo le fue suficiente para aprisionar el cuerpo de la mujer al suyo, su mano tapaba totalmente la boca de la chica. El terror y la desesperación se apoderaron de ella. No había forma de zafarse para Fernanda y perdía el aliento ante la fuerza violenta.

Entraron al auto y Osvaldo la golpeó fuertemente en la cabeza, volvió a contraminarla contra el asiento con tal violencia que salió un quejido casi sin aliento de la boca de Fernanda. Osvaldo era un demonio que no permitía respuesta alguna. La tomó del pelo, sacó un cuchillo de la parte derecha de asiento principal y le susurró: "si gritas te rebanaré el cuello, hija de la gran puta", al mismo tiempo hundió la punta del arma en la clavícula de la mujer, no rasgó la piel pero mantuvo la presión un momento solo para provocar más miedo. Apartó el cuchillo, volvió a golpearla en la cabeza, tomó el cinturón de seguridad y se lo puso para evitar que se escapara con facilidad.

No había opción. A Fernanda se le pasó la borrachera y eso dio paso a una tensión, a un terror pocas veces experimentado. El auto salió y se internó en las colonias aledañas al bulevar adonde estaba ubicado el restaurante. Osvaldo confió en que los golpes y las amenazas eran suficientes para impedir una respuesta violenta de parte de ella. Otro error. Si algo caracterizaba a la prostituta era su frialdad en momentos límites.

Fernanda fingió que estaba lesionada y se quejaba con dificultad, eso provocó que Osvaldo acelerara hacia su destino, se concentrara en la carretera y, por ende, perdiera la atención hacia ella.

"O hago algo o muero en el intento, pero debe ser ya... si llegamos al destino, moriré", ese pensamiento enloqueció a Fernanda. Todas sus pesadillas de una muerte lenta y dolorosa se apoderaron de ella ¡y esta vez no era un sueño!

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"Dejo ver mi rostro siempre, aunque la vida lo hace imperceptible a la mayoría"

"Muchas veces aviso mi llegada con antelación; en otras ocasiones, soy como un ladrón en la noche" 

La Muerte.

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El terror y la necesidad de sobrevivir fueron los combustibles perfectos para ella.
Tomó fuerzas poco a poco, y mientras sus quejidos se transformaban en un llanto fingido, tuvo una idea. Y la materializó inmediatamente.

Con rapidez alcanzó a tomar con toda su mano izquierda los testículos de Osvaldo, quien nunca imaginó ese ataque. Los apretó con tal fuerza que el hombre gritó de dolor. El taxista, como pudo, reacciónó y con el antebrazo la golpeó en el rostro, tal fue la fuerza que todo el cuerpo de Fernanda terminó contra la puerta del copiloto. Pero eso no redujo el apretón a las partes íntimas de Osvaldo; incluso fue peor para el hombre, porque cuando la prostituta recibió el golpe en el rostro que la tumbó contra la puerta del carro, ella también haló los testículos. El dolor fue tal que Osvaldo vio luces, perdió el control y por instinto se movió a la derecha para tratar de zafarse del ataque de la mujer. Ese movimiento precipitó el auto hacia un árbol.

Todo sucedió en cámara lenta para ambos. Como Osvaldo tenía sobrepeso, se acostumbró a no usar cinturón de seguridad; y para evitar que la prostituta no escapara, le puso el cinturón a ella. Ese fue el detalle.

La colisión fue devastadora, el cuerpo del hombre se contraminó contra el volante y una parte de su cabeza golpeó con el parabrisas. Como Fernanda tenía cinturón de seguridad, y el golpe no fue en la dirección de su asiento, el impacto solamente le dejó una marca terrible en el cuello y los senos.

Osvaldo trataba de respirar, pero su sobrepeso, los años de fumador, el poder del impacto, el daño en su tórax, su cabeza, la sangre perdida... poco a poco la vida se le escapó y la muerte llegó como un ladrón en la noche. Fue su último viaje.

Fernanda estaba tan adolorida que solo pudo salirse del auto antes de caer al piso desmayada.

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Cuando abrió los ojos vio a una enfermera frente a ella. "Descansa muchacha, debes recuperarte".
Lo primero que preguntó: ¿qué horas son? ¿a dónde estoy?

Eran las 8:00 de la noche.

Continuará...

jueves, 30 de junio de 2016

Fernanda Parte XV

Espasmos. Ansiedad. Éxtasis. Estimulación. Locura.

La cocaína incluso se desperdiciaba, importaba poco si se perdía. Ellos, como dueños de la dosis, podían darse ese lujo, no como aquellos adictos harapientos que cuidan su pequeña cantidad hasta con su propia vida. La escena era una gula de químicos.

Vaquero tomó una mezcla de éxtasis y viagra, dos sustancias que se sumaban a muchas noches de alcohol y estimulantes.

Con el pasar del tiempo se despertó la llama del hombre, él era un adicto al sexo violento, extremo, por lo tanto no necesitaba mayor estimulación. Estaba en sus genes, en su sangre.

A la noche se le sumó otro estimulante: una botella de vodka; además, la música rompió el silencio al interior del auto, los minutos se fueron entre caricias toscas, miradas penetrantes y sentimientos oscuros. El delincuente estaba en su locura habitual, pero Fernanda ya estaba bastante intoxicada, no sentía la mitad de su rostro, su corazón latía más rápido y por un momento se olvidó de todo. Solo fueron unos minutos de éxtasis, porque detuvo el consumo, luego fue apareciendo el odio y la sed de venganza, eso no se perdió en la locura de la noche.

La jovencita calculó hasta ver al hombre activado por el deseo y las sustancias, entonces comenzó su ritual.

A cada paso de Vaquero, ella utilizó su cuerpo. Por cada caricia del hombre, la chica imprimió lascivia. Sus movimientos, su cuerpo, su sangre, su mente, todo estaba conectado. Y si algo caracteriza a esta mujer, de pequeña estatura, senos, caderas y piernas adecuadamente proporcionadas, era su habilidad para encender los deseos más profundos de un hombre.
Su mirada era un pecado intenso, lujuría en su máxima expresión.

Vaquero cayó. Una corriente de placer lo envolvió, lo transformó y no había otro camino que deleitarse con Fernanda, con todas sus fuerzas, con todo lo que su cuerpo podía dar. Placer en estado profundo.

Fueron 20 minutos extremos, una eternidad para Fernanda. Comenzó a preocuparse porque no podía detener el acto. Aunque pudo mantener el ritmo intenso, dudó si iba a tener la oportunidad de dañar al criminal. Sintió miedo.

Entonces llegó ese complicado instante en la vida de todo ser humano. Las consecuencias de los años, la factura a pagar... la sombra de la muerte comenzó a trazarse.



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No importa el tiempo.
No importa todo lo que realizaste en este mundo, bueno o malo, da igual.
Siempre llega mi día. El momento en que mi obra maestra, significa tu final...


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En muchas ocasiones todo depende del ritmo. Nuestras vidas giran con la intensidad que, en el mejor de los casos, definimos. Pero otras fuerzas también imponen el ritmo de nuestro andar y eso suma para nuestro final.

El ritmo de Vaquero era fuerza, deseo, odio, violencia, desenfreno, poder, sin escrúpulos, sin misericordia. Eso lo imprimió desde siempre, lo vio y sufrió en su familia, lo mejoró en las calles y lo perfeccionó en el mundo del crimen.



Y en el auto, con Fernanda, el ritmo era despiadadamente placentero para el jefe criminal. "Explotaré pronto", pensó mientras se saciaba con el cuerpo de la chica. Con el sudor en su rostro, y por alguna extraña razón, aceleró la llegada del climax... hasta que logró explotar de placer.
Para Vaquero, una sensación que encadena como una adicción. Para Fernanda, el final fue un alivio y un espacio para pensar, aunque eso era lo más difícil. Sus fuerzas no eran las mismas.

El hombre, con la natural relajación posterior al encuentro sexual, mantuvo el cuerpo de la mujer encima del suyo. Fernanda esperó y no se movió.

Una sensación de calma y satisfacción recorrió el interior del criminal, pero fue por un corto tiempo. Un mareo comenzó a molestarlo mas de lo que esperaba. Cuando quiso apartar a la prostituta no tuvo la fuerza de siempre, sus manos comenzaron a temblar. "Apártate... pronto volveremos a la ciudad", dijo con cierta molestia, pero no había molestia lo que sucedía era que todo sentimiento o sensación la expresaba con enojo, seriedad o desinterés. Su voz era débil, entrecortada.

Fernanda, sin ropa, esperó en el asiento del copiloto. Por primera vez vio diferente a Vaquero, había cansancio en sus ojos. Ella no le apartó la mirada, como la de una fiera, mientras tanto el hombre miraba hacia el techo del auto.

Sudoración, pupilas anormales, temblores y desesperación envolvieron el cuerpo del criminal, su respiración comenzó a variar. A Vaquero no le respondía el cuerpo.
 A sus 39 años, luego de años de excesos y una extrema confianza en sus capacidades, la debilidad lo envolvió a tal punto que su respiración comenzó a variar. Las drogas de los últimos años, más el alcohol acumulado, con las noches de desvelos y sexo, pasaron la cuenta.

La saliva salió de a poco de su boca, le costaba respirar, los efectos de la sobredosis se profundizaron. Ahí estaba el criminal más temido, tendido, sin fuerzas, en un auto en medio de un terreno desolado en las afueras de la ciudad. No era la primera vez que las drogas lo tumbaban, pero si fue la primera vez que estaba a merced de alguien.

Fernanda mantuvo su mirada fija en el hombre, la situación comenzó a desesperarla... hasta que liberó el odio, dejó correr la adrenalina de la venganza. Recordó a Angie, recordó todo lo que sufrió con los hombres, sus clientes en las calles, trajo a su mente todo el dolor y repulsión que le provocó acostarse con Vaquero, su odiado enemigo. No pensó mucho su siguiente acción.

"Voy a ayudarte", dijo mientras buscaba algo en su bolso. La chica encontró la navaja, volvió a ver al sujeto, que respiraba con dificultad, y se subió a su enorme cuerpo. Estaba encima del criminal y fijó sus penetrantes ojos en la mirada desesperada, cansada y débil de Vaquero.



"¿Qué hacés?"... fue lo último que dijo el hombre. Fernanda empujó con determinación la navaja directo en la costilla derecha, la sangre brotó inmediatamente. El filo abriendo la carne provocó temblor en Vaquero, sus ojos se abrieron completamente, pero sus brazos no lograron alcanzar a la mujer.

La prostituta se llenó de odio, sacó la navaja solo para enterrarla una vez más, esta vez en el tórax, y empujarla con todas sus fuerzas. Los pulmones del hombre se llenaron de sangre. Vio la desesperación, el terror y la impotencia en la mirada del criminal mientras el último aliento, una mezcla de vodka, humo de cigarro y fluidos, salió de la boca del hombre.

Los ojos de Vaquero quedaron abiertos. Para Fernanda, que respiraba con fuerza, fue una descarga total. Se quedó apreciando el rostro de la muerte, mientras la sangre caliente de su enemigo recorrió su vientre, sus piernas... el fluido más excitante que haya sentido, pensó.

Continuará...
    





  


sábado, 12 de diciembre de 2015

Fernanda Parte XIV


La vibración del celular rompió con la concentración de Vaquero. En el momento que recibía el repertorio de placeres de Fernanda, ese sonido fue un retorno de golpe a su mundo lleno de violencia y principalmente paranoia.
Apartó de entre sus piernas a la prostituta y la vio con furia: "¿quién te llama?" Fernanda no supo reaccionar y a la cuarta vibración tuvo que contestar.

"Lamento lo que sucedió, sé que no me comporté adecuadamente..." era la voz de César. Aunque la sorpresa fue grande para la mujer su rostro no cambió. "Ahorita estoy ocupada", cortó la llamada y pensó que su respuesta era la correcta para no incomodar a Vaquero, pero se equivocó.

"¡No me gusta que te estén llamando cuando estoy acá, no me importa quién es o si es importante, yo decido qué se hace y cómo se hace!", parecía un endemoniado al momento de gritar. Inmediatamente se vistió y obligó a la chica a hacer lo mismo. Fernanda obedeció, incluso dio a entender que estaba incómoda por el abrupto final del acto sexual.

Vaquero, por su afición a las drogas y al sexo, olvidó por completo el plan que tenía para asesinar a aquellos criminales que osaban quitarle parte del poder que tiene sobre la ciudad. Esa soberbia, esa desmedida confianza en sus capacidades de inflingir terror, eran algunas de sus debilidades.

Tomó el celular. "Quiero que esta misma noche maten a esos malditos, actúen rápido", Vaquero lo dijo claramente. Quien escuchaba era Bruno, el segundo al mando. "Hasta te tardaste en dar la maldita orden, como siempre", pensó el hombre tatuado.

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8:00 pm

Vaquero salió con Fernanda de la casa de seguridad, después de dar la orden tenía la confianza de que todo saldría bien. Si el objetivo se cumplía no importaba si alguien de los suyos moría, siempre se mantenía fiel a su filosofía: mientras otros trabajan, él debía saciar sus más oscuros deseos.

"Mientras todo pasa iremos a divertirnos mucho más y mañana serás libre, mujercita", en realidad lo dijo para aparentar calma pero Vaquero tenía otros planes: no pagarle a la prostituta y abusar de ella. En caso ella tratara de oponerse lo solucionaría como siempre.

Pero Fernanda no cayó en la trampa, se mantenía fiel al plan, a la espera de un error, de un descuido. La chica no era una asesina ni tenía idea de como actuar, lo único que la impulsaba a seguir con esta locura era el recuerdo de su amiga Angie y el hecho de sentirse muerta por dentro, ese sentimiento de que nada importa, que el mundo completo puede acabarse en un instante y no sentir una mínima sensación de temor.

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8:45 pm

Tanto Bruno como José, el pequeño y moreno lugarteniente de Vaquero, terminaron de preparar el arsenal para la misión encomendada. Bruno portaba un fusil AK-47 y una pistola 9mm, por su parte su compañero prefirió lo de siempre: una calibre 38 y una 9mm, una para atacar y otra por si se complicaba la situación.

Cuando ambos hombres salieron del billar Bruno reconoció el auto negro estacionado en la esquina. Sospechó de inmediato pero no mostró sorpresa y decidió ser el copiloto, algo poco común.
"Cuando cruces a la derecha mantén la velocidad baja para ver si un auto nos sigue, tengo la sensación que esos malditos se nos quieren adelantar, te lo digo en serio", Bruno muy pocas veces bromeaba y José comenzó a ver el retrovisor.

En las próximas cinco cuadras el auto negro no les perdió la pista. "Síguelos para ver a dónde llegan, lo más seguro es que estos dos nos lleven hasta Vaquero", Jorge fue el hombre que dio la orden, el encargado de terminar con los líderes de la banda criminal más respetada de la ciudad.

Al recorrer la sexta cuadra, en una zona especialmente oscura del centro capitalino, la muerte apareció...

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8:56 pm

El carro negro detuvo su marcha. El conductor siguió la orden porque a 30 metros el auto gris se estacionó.

Jorge se tomó unos segundos para analizar el escenario... pero fueron los últimos de su vida. Una ráfaga de AK-47 rompió el silencio desde un pequeño espacio entre una casa y una caseta abandonada e impactó en la parte derecha del auto negro. Dos balas atravesaron la cabeza de Jorge y el resto de proyectiles mataron a dos hombres más que iban en la parte trasera.

El conductor, Antonio, y un hombre apodado Mosca, lograron salir del auto poco después de escucharse la ráfaga. Ambos cayeron al asfalto pero estaban listos para responder.

Cuando Antonio sacó su arma y disparó hacia la dirección desde donde los atacaban, del auto gris apareció José, el gordo, moreno de pequeña estatura, y atacó al conductor del carro negro.
Antonio recibió  dos impactos, en el brazo y la rodilla izquierda, pero cuando cayó le dejó la posición abierta a Mosca quien sostenía un rifle automático y sin perder el resguardo que le daba el auto apretó el gatillo. Tres balas atravesaron la puerta gris y el cuerpo de José. El criminal ya no se levantó.

Bruno continuó disparando al auto, esperando que las balas llegaran al resto de los hombres. Cuando se percató que José ya no atacaba imaginó que estaba fuera de combate. "Si dejo de disparar estos me atacarán", pensó de inmediato y no perdió tiempo, caminó a prisa sin dejar de disparar y se resguardó en un auto cercano. En ese momento recibió la ráfaga.

Mosca estaba detrás del auto negro, esperaba que Antonio se recuperara y disparara para cubrir sus movimientos. "¡Vámonos de acá Mosca, vámonos!", gritó el conductor cuando observó en el asiento principal del auto un pequeño pedazo ensangrentado del cerebro de Jorge, en la parte trasera la sangre de dos de sus compañeros estaba esparcida por todos lados. El hombre entró en shock.
"No seas cobarde y dispara maldito imbécil", gritó Mosca. Esos segundos fueron suficientes para Bruno, quien corrió hasta la esquina y volvió a disparar en repetidas ocasiones. Los disparos obligaron a Mosca a resguardarse y sacaron del estado de shock a Antonio, quien se llevó la peor parte: una de las balas se alojó en la pierna derecha mientras se arrastraba para cubrirse.

Bruno caminó unos metros y detuvo un auto. "Bájate bastardo", gritó mientras apuntaba al rostro de un anciano quien con dificultad pudo bajarse. El lugarteniente de Vaquero aceleró y salió como pudo del sector, en esos momentos la gente de los alrededores buscó refugio.

Mosca, al escuchar que las sirenas se intensificaban en los alrededores, soltó el arma y escapó dejando a su suerte a Antonio, quien estaba inmovilizado y aterrorizado.

La muerte tomó la vida de cuatro personas. Pero faltaban más.



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9:30 pm    



El auto de Vaquero estaba en las afueras de la ciudad, en un pequeño terreno a la orilla de la carretera. El lugar era conocido para él, bastante desolado, uno de los tantos puntos de encuentro que tenía con sus hombres.

¿Por qué el criminal más temido de la ciudad tenía que ir a buscar un terreno desolado para saciar, otra vez, su sed sexual con Fernanda? aunque pareciera ilógico, el corpulento hombre actuaba acorde a su plan. Conocía el lugar y ya sabía lo que tenía que hacer.

Sin que Fernanda lo supiera, en el terreno donde estaban habían seis tumbas clándestinas. Todas con los cuerpos de aquellos que no fueron del agrado del jefe criminal, no eran cadáveres de enemigos, de hecho fueron personas cercanas a la banda de Vaquero.

"Aquí nos quedaremos un rato", la voz grave de Vaquero se hizo sentir en la noche silenciosa. "Y esta vez vamos por todo", sacó de su chaqueta cuatro bolsas de cocaína, una de metanfetaminas y dos fármacos que Fernanda no reconoció.

"Esta vez comenzás", Vaquero le ofreció cocaína. Antes de que Fernanda probara el polvo, el criminal ya tenía listo su coctel para una nueva noche en el infierno.

Entonces comenzó el último viaje...   



     






 

sábado, 6 de junio de 2015

Fernanda Parte XIII


Fernanda estaba encima del cuerpo de Vaquero y al mismo tiempo acariciaba sus enormes brazos. Ambos estaban desnudos en medio de la gran cama del motel.

A simple vista parecía una mujer admirada luego de una noche de intimidad salvaje, al menos eso denotaban sus ojos y sus labios. Pero todo era una máscara, en el corazón de la prostituta la sensación de venganza era la única que habitaba, una actuación a fuerza de odio, no de temor.

Solo dos detalles le quitaron un momento la atención: Vaquero parecía exhausto y su respiración variaba, a pesar del cansancio, tenía la suficiente fuerza para mantenerse alerta; el otro detalle, usó preservativos en todo momento, desde la primera vez que la tomó por sorpresa hasta el último encuentro en la ducha. "El gran criminal de la ciudad no era tonto", pensó la mujer, al mismo tiempo no pudo evitar preguntarse por qué ella no estaba preocupada por su seguridad. "Ya nada importa", dijo en su mente con esa frialdad que la caracterizaba.

Habían pasado cuatro horas, estaba cerca el amanecer y la duda comenzó a crecer en Fernanda ya que no podía pensar en nada hasta tener seguro si Vaquero iba a continuar pagando por sus servicios. Inesperadamente el hombre se vistió y habló: "me acompañarás al menos el fin de semana, no importa la ropa en el lugar a donde vamos", la mirada del hombre fija en la mujer, no era una propuesta era un mandato al que Fernanda no podía, no debía, refutar. "Lo que gustes", dijo la chica. "Bastardo", pensó al mismo tiempo.



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En la casa de seguridad, en uno de los tantos pasajes del centro capitalino, solo habían dos sillones, una cama, una mesa pequeña con cuatro sillas, un refrigerador y una cocina. Cuando Vaquero entró dos de sus lugartenientes lo estaban esperando, uno pequeño, moreno, con sobrepeso y rostro serio; el otro, de piel blanca, delgado, alto y tatuado de ambos antebrazos, era Bruno el más peligroso de la banda solo por debajo del jefe.

Aunque tuvieron una noche de estimulantes, alcohol y mujeres, ya se habían recuperado lo suficiente como para seguir con la vida criminal.

"Déjenme solo unas cuantas horas, luego seguimos con el plan acordado", dijo Vaquero mientras señalaba a Fernanda la cama para que pasara. El jefe estaba cansado, pero se mantenía activo.

"Debemos terminar el plan y acabar con esa célula de enemigos al sur de la capital, no podemos esperar", dijo el hombre de piel blanca, el subjefe de 30 años con ansias de poder. Sabía que cometía un error al levantar el tono de esa forma a Vaquero, pero alguna vez debía arriesgarse si quería darse a respetar. Sus ojos eran igual de fríos que los de su jefe, intimidantes, odiosos. "No podemos descuidarnos...", antes de que Bruno continuara hablando, Vaquero lo observó de tal forma que no hizo falta expresarse verbalmente... la plática se había acabado.

Ambos hombres, que ignoraron en todo momento a Fernanda, salieron de la casa de seguridad. Mientras el pequeño hombre veía el piso y acariciaba la pistola a la altura de su cintura, Bruno miraba al frente, con furia. "Un buen día todo terminara... un buen día estaré en su lugar", el hombre tatuado lo pensaba como su objetivo de vida, sin embargo aún no tenía el valor de acabar con su jefe, era impensable, improbable... al menos por ahora.

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El rostro de la muerte comenzó a tomar forma. No como lo imaginan los vivos, no como nos han enseñado. Esa particular forma aparece en pequeños azares, insignificantes acciones que no dicen nada al ojo humano, pero que lleva el impulso único de la desolación.

En el sur de la capital, los ojos de un hombre  no se apartaban de la fotografía. Las pupilas obsesionadas con la figura en la imagen: el corpulento cuerpo vestido de negro, con el sombrero característico, el bigote de siempre... era Vaquero, el objetivo de este nuevo criminal.
Aunque el humo de los cigarros impregnaba el ambiente, los ojos no parpadeaban, no se movían, brillaban como nunca, con hambre de odio.

Al mismo tiempo, pero en la casa de seguridad, Vaquero tampoco apartaba  la mirada de su objetivo: la espalda y el trasero de Fernanda, quien estaba recostada de lado en la cama, con su rostro frente a la pared. Una mezcla de deseo, atracción y gusto por inflingir dolor invadió al delincuente, solamente posible en la mente de un desequilibrado... eso era el corpulento jefe criminal. En ese instante, en sus ojos, floreció el impulso de matar.

Y cuando la mente del hombre construyó ese escenario, en ese preciso segundo, ambos ojos de Fernanda estaban abiertos, radiantes, con un brillo especial. La mujer que aparentaba dar una siesta miraba fíjamente al concreto. Su mente trabajaba a mil por hora, tejiendo una a una las imágenes, los pensamientos, las intenciones, detallando la acción a tomar para vengarse del culpable de la muerte de su amiga. Ojo por ojo.

En sintonía estaban los tres, el nuevo rufián, Vaquero y la prostituta. Los unía un mismo objetivo: saciar sus más profundas intenciones.

Y en las miradas, la muerte se fortalecía.

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Luego de finalizar tres botellas de cerveza, Vaquero comió un poco y encendió un cigarro. "Te recuerdo cuando entraste al billar hace unas semanas, recuerdo que nos observabas... nunca te había visto. ¿Desde cuándo eres prostituta?", el tono de voz era grave. Fernanda se sorprendió por la buena memoria del sujeto, no contestó al instante porque lo notó pálido, seguía sin dormir sin embargo no cedía al cansancio. "Hace cinco años y parece que seguiré en esto", la mujer lo dijo con franqueza sin mostrar repudio, al contrario, parecía interesada. "Me gusta de hecho, no puedes hacer esto sin saciar algunos deseos", ahora los ojos de la morena estaban fijos en los de Vaquero, por unos segundos dirigió la mirada a la entrepierna del criminal. Ella conocía los puntos débiles, la vulnerabilidad masculina y no fallaba si se lo proponía, se acercó a Vaquero y comenzó la seducción.

Varios minutos después terminaron en el cuarto, sudando de éxtasis. Fernanda soportó una vez más los gustos particulares de un desequilibrado, pero no podía hacer caer a este semental. Ella quería verlo agotado a tal punto que el sueño lo envolviera, pero Vaquero seguía alerta, siempre cuidando detalles, como si fuera a ser atacado en medio de la calma de la casa de seguridad.

Aún así la prostituta no se desesperó tampoco se extrañó cuando vio a Vaquero buscar entre su chaqueta sus estimulantes, legales e ilegales, que le permitían no solo mantenerse en pie, también le daban fuerza. El tipo volvía a recargarse luego de aspirar y fumar, sin contemplaciones. Entonces Fernanda se arriesgó, "podrías darme un poco",  dijo suavemente. Esperó un insulto o incluso un golpe, con este tipo de hombre no podía estar segura, pero el criminal no lo pensó y le ofreció.

"Nos vamos a divertir más", dijo el tipo mientras ambos se acomodaron en los sillones. Pasaron cinco horas, los placeres adictivos permitieron abrir un pequeño espacio de confianza ya que el criminal se relajó, de hecho era inconcebible sospechar de la pequeña, esbelta y atractiva mujer. Vaquero confió en sus fortalezas, en su trayectoria delictiva, su fuerza e influencia, su hombría.

Fernanda preparaba más bebidas y tuvo que pedir otras dosis de estimulantes para superar el cansancio resagado. Aunque estuviera intoxicada, su objetivo se mantenía inmaculado, solo debía esperar el momento.

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Como si la muerte apresurara el paso, esa tarde noche mientras el jefe criminal saciaba sus gustos más exigentes en la casa de seguridad, sus lugartenientes se encontraban en el billar, la base central de la banda, alertas a la espera de la llamada que les diera luz verde para atacar a sus enemigos del sur.

Sin embargo a dos cuadras del lugar, un auto negro se estacionó en la esquina, adentro el nuevo rufián sostenía la misma foto, a ratos la miraba y luego volvía su mirada a la calle. Se mantenía alerta hasta dar con su objetivo.

Tres hombres más lo acompañaban, el objetivo: asesinar a Vaquero, sus acompañantes y romper con la hegemonía de esta banda en un amplio territorio de la capital.

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Todo sucedía al mismo tiempo: mientras los rostros de Vaquero y Fernanda mutaban por el éxtasis tóxico y carnal; en el billar, los rostros de los lugartenientes no mostraban ningún tipo de emoción, solo fumaban y esperaban para atacar a sus enemigos. Y a unos metros del lugar, adentro del automóvil, los enemigos de Vaquero también esperaban.

Entonces la muerte tomó una forma diferente, más clara. Sonó un celular....

Continuará.  







domingo, 22 de febrero de 2015

Fernanda Parte XII

La muerte espera.


No importa el tiempo, siempre llega el inicio de su misión esencial.

Las causas, los azares, el destino, el tiempo. Todo comenzó a conjugarse.

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Fernanda pensaba mucho en la muerte, el momento en que su vida se apagaría. Si tenía que escoger, prefería una muerte mientras dormía. Pero sus pesadillas la atormentaron durante mucho tiempo con un desenlace violento, sangriento, doloroso.

Esta vez sus sentimientos eran una coraza poderosa. La frialdad en su máxima expresión. Vaquero aceleraba el auto pero el corazón de Fernanda no se estremecía, su alma estaba en combustión por el odio acumulado.

Cuando se suponía que debía temblar, mostraba una sonrisa genuina porque al fin estaba en el lugar indicado.

Pero no era la única que se sentía afortunada.

Vaquero, pese a estar drogado, también planificaba, conspiraba. En su mente lo tenía claro: abusar de la pequeña prostituta era ineludible.
Ese hombre alto, fornido, de ojos claros, bigote y rostro duro, lideraba a la principal banda criminal de la ciudad, no le temía a nada. "Ha llegado el momento de entretenerme", imaginó mientras conducía su auto a la entrada de uno de los tantos moteles de la ciudad.

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Hay clientes que conversan, tratan de tener una conexión con la prostituta, aunque sea mínima, Fernanda lo sabía muy bien. Pero esta noche era diferente, ni ella lo esperaba ni Vaquero estaba en esa disposición.

El hombre se encerró en el baño sin dar explicaciones. Activó su celular y llamó a sus lugartenientes, "la reunión tendrá que esperar yo les aviso, lo que si quiero es que la casa de seguridad esté a mi disposición este fin de semana. Luego les explico", la voz de Vaquero era entrecortada, con un tono grave, como queriendo esconder lo que sentía. Sus hombres lo conocían muy bien y por temor o respeto no opinaban aunque esperaban que un día todo cambiara.

El criminal tomó un baño para tratar de relajarse pero era una tarea complicada, Vaquero tenía una debilidad: su repertorio de adicciones.

No solo bebía, fumaba, se drogaba y abusaba de medicamentos, también estaba atado al sexo, a las mujeres, al poder y al dinero. Todo le era permitido para lograr sus objetivos, su estrategia más eficaz era la violencia.
Este hombre dormía muy poco y si algo nunca se permitió era un tiempo para relajarse. Su vida era demasiado acelerada en todos los aspectos.

El agua fría recorría su cuerpo y calmó un poco su situación, logró enfocarse, pudo salir del éxtasis de la droga gracias a calmantes y estimulantes que portaba en su chaqueta. Poco a poco se recuperó pero no para relajarse, eso jamás, ahora quería alcohol.

Salió del baño solo con la toalla y sin percatarse de Fernanda tomó el teléfono pidió comida y cervezas. Luego se acostó, encendió un cigarrillo y se puso a ver televisión. Nunca vio a la prostituta, no le puso atención. Esa era una de sus actitudes que lo caracterizaban, la indiferencia.

Mientras Vaquero seguía su plan ignoraba que Fernanda tenía el propio. La joven estaba preparada para estar con él, sabía que no sería sencillo lidiar con este criminal pero su objetivo era ganarse su confianza.

"Quiero tomar un baño también, sería buena idea. Podrías relajarte un poco o si quieres comenzamos, lo que me digas", la mujer lo dijo con esa sensualidad que muy pocas prostitutas tenían. A Vaquero le pareció buena la idea además quería tomar y comer algo antes de su faena carnal. "Puedes ir", lo dijo siempre sin verla.

Fernanda encendió la regadera pero no disfrutó del agua, solo imaginaba la escena de Vaquero golpeando a su amiga, Angie. La última discusión que tuvo con ella, su rostro desesperado cuando supo que perdió a su bebé, y la culpa, la dolorosa culpa que cargaba por haber sido ella la que dio la mala noticia, la forma de gritarle la verdad, eso era lo que hundía su corazón.

"Voy a matarte maldito y disfrutaré tu maldita muerte, bastardo", se dijo así misma mientras el agua caía en su rostro.

Secó su cuerpo rápidamente y cuando salió del baño vio una botella de cerveza vacía en la cama pero Vaquero no estaba.

Entonces sintió los poderosos brazos del hombre que la abrazaban desde atrás, él la levantó y la llevó hasta la cama. La sorpresa fue total. Si bien  Fernanda se había preparado para este momento, estaba desprevenida, fue un error que debía superar y rápido, debía actuar, no dejarse intimidar.

"Eres un hombre fuerte... me gusta", dijo instintivamente. Pero Vaquero estaba poseído por una de sus más fuertes ataduras: el sexo. No escuchaba nada de lo que decía Fernanda, solo actuaba, solo se saciaba con el pequeño cuerpo. No era decente, no era amable, era duro, apasionadamente violento.

En algunos momentos lastimaba en otros apretaba justamente para dar placer y no ocasionar dolor, lo hacía por instinto mostrando que era un hábito cultivado por los años, no tenía pena o cortesía, simplemente su repertorio amante era fuerte.
Vaquero había perdido la visión, no podía diferenciar si la mujer lo disfrutaba o fingía hacerlo, muchas de sus parejas por temor a represalias actuaban; habían otras que sí lo disfrutaban, y se sometían con pasión. Pero los años en la criminalidad y las adicciones ya habían dejado un rastro en su cerebro y su accionar: solo actuaba, como si fuera activado a control remoto por un demonio.

Fernanda, si bien es cierto había tenido clientes exigentes, apasionados, masoquistas, alcohólicos e incluso bisexuales, nunca había compartido cama con alguien violento en el sexo. Solo cerró sus ojos mientras su cuerpo era sometido y tomado violentamente.

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Recordó aquellos momentos difíciles con su familia, las golpizas que recibía de sus padres,  las veces que fue humillada en las calles, la ocasión que fue golpeada brutalmente por un cliente, el sufrimiento de Angie...  pero también su mente activó el especial, dulce y excitante momento de estar entre los brazos de César, de ser penetrada mientras ese olor de fragancia y piel masculina la impregnaban, los segundos en los que sus ojos se hipnotizaban por el rostro delicado de aquel joven.
Todas esas emociones explotaban en su interior, en lo más profundo, como un recordatorio, como un llamado, como una advertencia que había llegado el momento de darle rienda suelta a la locura, el odio, a las máscaras que tan bien podía manejar y que la vida le había impuesto utilizar. Esta vez tenía su mayor prueba.

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Abrió sus ojos y comenzó a compenetrarse en el particular terremoto sexual llamado Vaquero, poco a poco su mirada se transformó en una de lujuría, de sed por más, su cuerpo encontró el éxtasis necesario porque algo era vital, había que vivirlo, no solo actuarlo. Al fin, sin pensarlo tanto tomó la iniciativa.
"¡Así! eso quieres, hazlo ¡hazlo! no te detengás hasta partirme en dos", las palabras fluían. Su lenguaje y sus movimientos se unieron como las llamas que aumentan su potencia.
Si Vaquero era manejado a control remoto por un demonio, el que tomó el control de Fernanda era mucho más perverso a tal punto que, lo ardiente de la escena, impactó al jefe criminal, por primera vez puso atención en su pareja.
Con los segundos el ritmo cambió, el hombre perdió la concentración y poco a poco, inevitablemente, lo llevó al climax. Uno que pocas veces había experimentado.

El sudor, el cansancio, los ojos cerrados violentamente, los gritos, la lujuría se apoderó de los dos cuerpos febriles de placer,  de los corazones oscuros de ambos animales, porque eso eran en ese momento.

Poco a poco la pasión fue cediendo hasta que el acto finalizó de imprevisto, de golpe y sin anuncios, así como había comenzado. "Nos divertiremos", dijo Vaquero jadeando fuertemente mientras sostenía del cabello a Fernanda. El hombre enloqueció por la perversa idea. Pero la mirada de la mujer, ardiente,  terminó por atraparlo en una espiral de pecado.

"Estoy lista" dijo la chica.

Al mismo tiempo el sentimiento de venganza hacía bombear mucha más sangre del corazón de Fernanda, ese momento también era placentero.

"Estoy lista para llevarte a la muerte... maldito", pensó con determinación mientras acariciaba la mano que sometía su cabeza.




Continuará.