sábado, 31 de marzo de 2018
Fernanda Parte XXI
La primera cerveza no duró más de cinco minutos. La sed, las ansias, la pura gana de alcohol fueron saciadas en tres sorbos. Fernanda casi siempre contemplaba las bebidas, trataba de disfrutarlas al máximo, pero esta vez no era un día normal. Una jornada con una montaña rusa de emociones merecía una buena dosis, al menos ese ritual tenía la sensual mujer.
Pidió la otra cerveza y un plato de carne. Si tenía algunas horas libres antes de su cita con César, podía darse un pequeño exceso.
Cuando Osvaldo entró al restaurante, lo primero que hizo fue ubicar a Fernanda. Se dio cuenta que ella estaba en una mesa cercana a la puerta trasera que daba a otro estacionamiento. Salió del lugar y movió su auto hacia ese espacio. En su mente ya estaba el "plan b" en caso la situación se saliera de control.
Sin levantar ninguna sospecha, saludando a meseros y clientes, se dirigió al baño y se arregló un poco. Debía pensar bien sus pasos antes de actuar, su plan ya estaba trazado: abusar de Fernanda y llevarla, personalmente, al grupo de Bruno.
Se sentó a dos mesas de distancia de su objetivo y pidió una cerveza. Se dio cuenta que Fernanda casi finalizaba su tercera bebida. "Entre más bebas es mejor, eso me facilitará todo" pensó. Tomaba pequeños sorbos mientras observaba a su presa e imaginaba tomarla entre sus brazos y saciar todos sus deseos que tenía acumulados por sus trabajos: vigía del crimen y taxista.
Cuando Fernanda pidió su quinta cerveza ya estaba totalmente desinhibida. Se sentía bien, un poco alegre porque la dureza de su vida desapareció conforme los grados de alcohol aumentaban en su sangre. Por eso cuando cruzó miradas con Osvaldo no sospechó absolutamente nada, era un hombre más que trataba de coquetear. Sus años en la prostitución le enseñaron que desde las primeras miradas, hasta el momento de estar en la cama, habían ciertas acciones, gestos, que dejaban algunas evidencias si el cliente era de confiar o había que tomar precauciones.
Lo único que le pareció extraño a Fernanda era que los ojos del hombre tenían esa mirada particular de búsqueda de servicios sexuales. "¿Acaso se me nota en los ojos que soy puta? No ando un atuendo que me delate. ¿Por qué siento que me ve como si estuviéramos en la barra del bar de un prostíbulo?" preguntas que se hizo mientras tomaba de su cerveza y miraba al sujeto.
Pero el alcohol, tarde o temprano, engaña, distorsiona, cambia la percepción. Aunque Fernanda tomaba al menos tres veces por semana, tenía experiencias de todo tipo con las bebidas embriagantes y estaba en un momento complicado de su vida, bajo un peligro inminente; pese a todo eso, el momento se prestaba para olvidarse de tantas penas. En su interior estaba cansada, harta de todo y aunque no lo demostraba, tenía poca esperanza de que su vida terminara bien.
La baja autoestima, los trastornos de una vida violenta, el miedo, la depresión, las ansiedades, provocan una serie de daños que se esconden en el subconciente, pueden pasar desapercibidos en la lucha del día a día; por eso, cuando el alcohol se mezcla en la sangre y esa sensación de bienestar explota en el interior de la persona, todo cambia de color, las ideas negativas se disipan y comienza una revolución: la falsa sensación de plenitud y liberación se toma el poder y en automático se baja la guardia ante posibles riesgos.
Fernanda no le dio importancia a sus interrogantes y terminó su quinta cerveza. Eran las 2:00 de la tarde y pintaba bien el resto del día. Levantó su mano para la sexta cerveza. Osvaldo también levantó la mano, le sonrió a Fernanda y dijo: "puedo invitarla a su siguiente bebida, es una tarde tranquila que merece una plática ¿por qué tenemos que beber en silencio?" la sonrisa de Osvaldo no ayudó mucho. Si algo estaba claro para Fernanda es que el hombre estaba horrible, eso no lo podía cambiar ni siquiera 30 cervezas pensó la mujer ¡y tuvo que contener la carcajada cuando ese pensamiento se cruzó por su mente! Sin embargo, era una buena idea charlar, en eso le dio la razón a Osvaldo.
"Es una buena idea..."
Suficiente señal para Osvaldo. En diez segundos tomó sus envases vacíos y se sentó en la mesa. Eso tomó por sorpresa a Fernanda, pero no dijo nada.
Los siguientes 30 minutos pasaron entre pláticas del lugar, la comida, temas superficiales que permitían matar el tiempo de una forma menos desesperante. Lo que mejoró el ambiente fueron las siguientes rondas de cervezas. Para las 5:00 de la tarde ambos ya sabían a que se dedicaban para ganarse la vida. Osvaldo era estricto con su plan, daba confianza a la chica y las bebidas permitían el momento para que Fernanda siguiera bajando la guardia. Estaba funcionando.
Pero Osvaldo cometió un error. También el alcohol estaba afectando su estrategia. Cuando vio que la mirada de la mujer se perdía por momentos, en lugar de comenzar a convencerla para una cita en un motel, se le ocurrió compartir parte de la cocaína que portaba en su billetera. Se imaginó que eso podría ayudar.
Cuando Fernanda tuvo dificultad para pararse e ir al baño, él le ofreció la droga. "Te puede ayudar ¿no lo crees?", la chica no supo que decir al instante, pero que un taxista tuviera una bolsa de cocaína no era extraño, incluso pensó que quería venderle la dosis, a lo que ella contestó: "si me la regalas, con gusto; si tengo que pagarla, te la regreso", ni siquiera titubeó en sus palabras.
"Es tuya, es para que la tarde avance bien y pueda terminar bien", dijo mientras coqueteaba con la mirada. La mujer no lo dudó, la tomó y en el baño aspiró lo necesario para recuperarse de lo que parecía el inicio de una tremenda borrachera. Y surtió efecto. El estimulante era de buena calidad como para volver la alerta a la cabeza de la mujer.
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Mientras tanto César terminó la reunión con su prometida, y las familias de ambos, en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad. El joven comió, sonrió, fue amable, pero de su mente nunca se despegó el pensamiento de hacerle el amor a Fernanda. Estaba encadenado a ese recuerdo desde la primera vez que se acostó con ella. Punto.
Así que no sintió mucha pena, al contrario, estaba feliz porque sabía que en unas horas gozaría nuevamente de ese tremendo placer.
Sin embargo no encontraba el momento para comunicarse con la prostituta. Las tres veces que fue al baño para intentar llamarla, habían otros hombres en el lugar y eso le incomodó.
No le quedó otra opción que esperar con paciencia y pensar que Fernanda seguiría en el restaurante o que se movería en los alrededores para esperar la cita.
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Cuando Osvaldo tocó por quinta vez la pierna de Fernanda, entonces se dio cuenta que no sería sencillo continuar su plan. "No vas a convencerme, Osvaldo, esta vez estoy fuera de servicio", aunque lo dijo con una sonrisa luego del sorbo de cerveza, ya la situación había cambiado para la mujer. Sentía la necesidad de parar la ingesta y mejor ocupar el resto de la droga para estar lo más despierta antes de la cita con César.
"Bueno, necesito ir al baño también, ya vuelvo", dijo él mientras se apresuró a los pasillos. Cuando estaba fuera del alcance de la mirada de ella, cambió la dirección y fue a la caja para cancelar la cuenta de ambos.
"Son 42 dólares", dijo la encargada. Osvaldo pagó y sin ver a la señorita tomó el cambió y se retiró.
Entonces todo sucedió muy rápido. Comenzó el "plan b".
El taxista observó a su alrededor, esa parte del restaurante estaba vacía, y cuando llegó a la mesa tomó con tal fuerza el brazo de Fernanda que la levantó de su asiento. Puso su otra mano en la boca de la mujer y la llevó con facilidad a la puerta trasera que daba al estacionamiento. Era un día nublado y estaba cayendo la tarde, no había movimiento en el estacionamento y el vigilante estaba lejos por el momento. Eso le ayudó para acercarse a su auto, con un solo brazo le fue suficiente para aprisionar el cuerpo de la mujer al suyo, su mano tapaba totalmente la boca de la chica. El terror y la desesperación se apoderaron de ella. No había forma de zafarse para Fernanda y perdía el aliento ante la fuerza violenta.
Entraron al auto y Osvaldo la golpeó fuertemente en la cabeza, volvió a contraminarla contra el asiento con tal violencia que salió un quejido casi sin aliento de la boca de Fernanda. Osvaldo era un demonio que no permitía respuesta alguna. La tomó del pelo, sacó un cuchillo de la parte derecha de asiento principal y le susurró: "si gritas te rebanaré el cuello, hija de la gran puta", al mismo tiempo hundió la punta del arma en la clavícula de la mujer, no rasgó la piel pero mantuvo la presión un momento solo para provocar más miedo. Apartó el cuchillo, volvió a golpearla en la cabeza, tomó el cinturón de seguridad y se lo puso para evitar que se escapara con facilidad.
No había opción. A Fernanda se le pasó la borrachera y eso dio paso a una tensión, a un terror pocas veces experimentado. El auto salió y se internó en las colonias aledañas al bulevar adonde estaba ubicado el restaurante. Osvaldo confió en que los golpes y las amenazas eran suficientes para impedir una respuesta violenta de parte de ella. Otro error. Si algo caracterizaba a la prostituta era su frialdad en momentos límites.
Fernanda fingió que estaba lesionada y se quejaba con dificultad, eso provocó que Osvaldo acelerara hacia su destino, se concentrara en la carretera y, por ende, perdiera la atención hacia ella.
"O hago algo o muero en el intento, pero debe ser ya... si llegamos al destino, moriré", ese pensamiento enloqueció a Fernanda. Todas sus pesadillas de una muerte lenta y dolorosa se apoderaron de ella ¡y esta vez no era un sueño!
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"Dejo ver mi rostro siempre, aunque la vida lo hace imperceptible a la mayoría"
"Muchas veces aviso mi llegada con antelación; en otras ocasiones, soy como un ladrón en la noche"
La Muerte.
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El terror y la necesidad de sobrevivir fueron los combustibles perfectos para ella.
Tomó fuerzas poco a poco, y mientras sus quejidos se transformaban en un llanto fingido, tuvo una idea. Y la materializó inmediatamente.
Con rapidez alcanzó a tomar con toda su mano izquierda los testículos de Osvaldo, quien nunca imaginó ese ataque. Los apretó con tal fuerza que el hombre gritó de dolor. El taxista, como pudo, reacciónó y con el antebrazo la golpeó en el rostro, tal fue la fuerza que todo el cuerpo de Fernanda terminó contra la puerta del copiloto. Pero eso no redujo el apretón a las partes íntimas de Osvaldo; incluso fue peor para el hombre, porque cuando la prostituta recibió el golpe en el rostro que la tumbó contra la puerta del carro, ella también haló los testículos. El dolor fue tal que Osvaldo vio luces, perdió el control y por instinto se movió a la derecha para tratar de zafarse del ataque de la mujer. Ese movimiento precipitó el auto hacia un árbol.
Todo sucedió en cámara lenta para ambos. Como Osvaldo tenía sobrepeso, se acostumbró a no usar cinturón de seguridad; y para evitar que la prostituta no escapara, le puso el cinturón a ella. Ese fue el detalle.
La colisión fue devastadora, el cuerpo del hombre se contraminó contra el volante y una parte de su cabeza golpeó con el parabrisas. Como Fernanda tenía cinturón de seguridad, y el golpe no fue en la dirección de su asiento, el impacto solamente le dejó una marca terrible en el cuello y los senos.
Osvaldo trataba de respirar, pero su sobrepeso, los años de fumador, el poder del impacto, el daño en su tórax, su cabeza, la sangre perdida... poco a poco la vida se le escapó y la muerte llegó como un ladrón en la noche. Fue su último viaje.
Fernanda estaba tan adolorida que solo pudo salirse del auto antes de caer al piso desmayada.
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Cuando abrió los ojos vio a una enfermera frente a ella. "Descansa muchacha, debes recuperarte".
Lo primero que preguntó: ¿qué horas son? ¿a dónde estoy?
Eran las 8:00 de la noche.
Continuará...
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