Mostrando las entradas con la etiqueta mundo. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta mundo. Mostrar todas las entradas

lunes, 12 de agosto de 2024

Contraseña: caos


La luz ilumina cada sueño, hasta hacerlo desaparecer. Antes era el sol el que disipaba delirios, ahora es una energía artificial proveniente de una pequeña caja, un artefacto digital, una extensión impuesta. Cada mañana me avisa algo, en la tarde me invita a una especie de olvido y en la penumbra me ofrece repasos. ¿Quién tiene el poder? ¿La caja o yo? La respuesta se pierde en el interior, lo cierto es que en esta época hay más información, pero se crece menos.     

Sin notarlo nos perdemos en las redes. En un tiempo perdíamos la brújula entre los campos, los árboles y las miradas; ahora postrado puedes extraviarte.

Los sermones se multiplican en un espiral sin control. Lo que antes, por naturaleza, era el oficio de los sacerdotes, esta vez lo reproduce cualquier ser, cientos de invitaciones para escuchar viejos discursos disfrazados de innovaciones. 

Navegamos en el mar del caos digital. Es un viaje para atragantarse, una odisea esquizofrénica. Pero por más absurdo o sin control que nos parezca, en esencia esta es una réplica del diseño humano del control. Ya sucedió en la historia, solo que esta vez tienes contraseñas.  

El ruido de este presente interconectado ha desmontado mitos antiguos, ha desnudado lo que una vez fueron secretos. Ahora se siembran nuevos mitos, se diseñan nuevos escenarios mundiales que cambiarán, en unas décadas, la forma de vernos y relacionarnos. 

Sin embargo hay algo que no puede cambiar: la necesidad de que la gente crea en algo. Todavía tenemos esa prisión. Para lograr cualquier cambio, en esencia todavía se necesitan cadenas. En las promesas nos dicen que es libertad, pero en el fondo solo son lazos para nuestros grilletes naturales. Todo está hecho a la medida.

Las millones de voces seguirán vibrando alrededor, en miles de dispositivos cada vez más efectivos. Nos llenarán de ofertas infinitas para tomar bando, para decidir el porvenir, uno que no vamos a ver y que, a fuerza, debemos construir.

El ruido aumentará. 

La histeria también. 

Espero que asimismo la apatía ante lo que nos obligan a tragarnos a diario. 

Un día vamos a tocar fondo. Ojalá sea pronto. 





sábado, 25 de diciembre de 2021

También los ídolos morirán




He elegido tumbar ídolos pese a que también soy un idólatra por naturaleza; aunque hubo un tiempo en que intenté, por todos los medios, no sucumbir a esa tentación, acepto que sufro de esa condición humana estúpida y degradante. Elegimos creer en algo para proyectar nuestra naturaleza, para mostrarnos y entregarnos apasionadamente. La persona que dice no creer en algo, miente; incluso, es la que más sufre en comparación con aquellos seres humanos que exteriorizan alguna creencia con orgullo y sin temores.

Aunque he confesado mi condición, aclaro que no vale la coherencia y el respeto cuando se trata de atacar dogmas. Si levanto altares a mis ídolos, con el orden de importancia que tienen en mi interior, tendría necesariamente que callar y entender a los demás; pero no, no lo hago. Esa postura genera escozor y me han llamado egoista, irrespetuoso, hipócrita, podrían dedicarme la frase clásica: "No juzgues para que no seas juzgado (...) ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?" Aún así, debo y quiero poner en tela de juicio muchas creencias, aunque tenga carne adicta a la idolatría; el que quiera, en el momento que le plazca, puede juzgarme, esa posibilidad no tiene importancia en el rol de la destrucción de credos dañinos, no importa si estos son sociales, culturales o religiosos. 

Acepto las consecuencias cuando se trata de hacer añicos a los ídolos. Esas glorias creadas por esta raza perversa son la evidencia de nuestra peligrosidad. El trabajo de destruir modelos es una posición radical pero no especial, aquellos que aborden este tren sin retorno no deberían esperar ninguna retribución o respeto. Es un trabajo de minorías, por lo tanto sencillo de señalar, de abominar; porque, sin duda, es fácil unirse a la mayoría, estar en la fila de los que marchan a la orden del supuesto decoro, del civismo hipócrita, de los placeres nefastos, de las normas elitistas. En sencillo ser un peón en el sistema. 

¿Hay momentos de arrepentimiento al realizar esta contraproducente labor? demasiados, a mi juicio; debo ser sincero: es una tarea para solitarios, para almas inquietas, para los que han sollozado en la soledad de los senderos oscuros y empedrados que destrozan los pies. Sus dioses, sus ideologías, sus cariños prostituidos, sus eternas vanidades y la entrega que tienen a las realidades que creen buenas pero degradan, me repugnan y no puedo, ni debo, aceptar esas posturas. Jamás. El que anda en la destrucción de pasiones terrenales debe sacar de su mochila de combate aquellas emociones perjudiciales que fueron socialmente inculcadas, si el cometido le es difícil puede esconderlas por un tiempo, hasta que tenga el valor de abandonarlas en el camino.

Podría esperar a exterminar mis propias idolatrías antes del experimento de persuadir a otros a destruir sus convicciones terrenales o anhelos sobrenaturales. Es posible, pero no puedo asegurar que tendré tiempo suficiente para esta labor. Hay que actuar cuanto antes con la osadía necesaria, sin el temor a perder muchas manos amigables. No se puede tumbar ídolos y ser medianamente feliz con los demás.

También podría evitarme dolores innecesarios y abrazar las reglas que un día nos obligaron a creer que eran las establecidas. Podría, pero sería una farsa, una vil mentira insoportable. Por eso el depredaror de creencias debe tener una dotación de máscaras para confundirse en el escenario, pasar desapercibido y poder acercarse a su plataforma de acción. Es necesario camuflarse en el mundo idólatra.

Y cómo asimilo una realidad contundente: a la mayoría le importará un bledo mi actitud; por cierto, al invitar a las personas a que rompan con sus ídolos podría generar el fortalecimiento de su arraigo hacia ellos. Es una posibilidad muy clara y estremecedora para este tipo de trabajo, por lo que no puedo dejar de preguntarme cada cierto tiempo: "¿vale la pena?"

He perdido muchas oportunidades para asegurarme una realidad tranquila de cara al futuro. Tuve la opción de aceptar a ciertos humanos, y sus creencias, para poder vivir sin mayores sobresaltos. Estuvo a mi alcance forjar ese destino y lo dejé caer. ¿Me arrepiento? solo en algunos días de algunas temporadas, pero al verme al espejo agradezco no haber tenido que lidiar con esas ideologías que me generan asco. Prefiero el derrotero complicado que ver pasar los años en una calma artificial.

En la oscuridad lo veo claramente: tumbar ídolos es una tarea peligrosa; lo bueno, si se le puede encontrar el ángulo agradable, es que se pueden ocupar muchas estrategias para lograr el objetivo: la persuación, la plática sincera, el contraste de ideas, la comparación objetiva, la discusión sana e inteligente hasta el debate acalorado, la disputa o la pelea. Todo vale en este oficio incómodo pero necesario.

Estos días decapité a muchos de mis ídolos, pero debo aniquilar a varios más. Es larga y estrecha la vereda para la recuperación interna alejada de los modelos equivocados que nos venden todos los días. No voy a conceder un espacio a los apologistas de la decadencia, a los amantes de la perdición, a los ideólogos vanidosos de casa acomodada, a los entorpecidos por la bebida de la mentira y los manjares perniciosos. Aunque fui un mentiroso, aunque me haya atragantado de ruina, aún cuando me rendí al vaso de la falsa felicidad y puse precio a mi alma, no importa en lo absoluto, asumo esos pasos en falso. Ahora en mi frente está escrito: no existe la coherencia en la misión de dinamitar olimpos mundanos. 

Me levanto y camino, siento la sangre ebullir pero al mismo tiempo tengo la paciencia del depredador. Enmascarado marcho seguro pero discreto, con apetito pero sin perder la cabeza en la acción. No hay día de descanso ni aposento para dormir, la tarea exige ignorar el dolor y aprovechar la ocasión.

¿Puedo incomodar mucho más mi paseo terrenal? casi seguro. Cabe la posibilidad de que me odien y sume un puñado de personas a la gran colección de enemigos que tengo. Acepto el desenlace.
¿Podría ser desterrado y abandonado? totalmente. Mientras camine en esta tierra todo puede suceder, estoy marcado y solo soy la secuencia de una estirpe singular. No estoy solo, ni la misión se detendrá, muchos nacerán y se desarrollarán como destazadores de patrones adulterados. Viviremos con esta labor incoherente para muchos, pero necesaria para los escogidos; tarde o temprano, la meta se cumplirá aunque nos cueste la vida en tinieblas o la existencia misma, aceptamos el destino que sea porque tenemos la certeza de que también los ídolos morirán.



sábado, 8 de junio de 2019

Los últimos días de una década


Aún me falta encontrar la fuga de tiempo que desangra mis días. Ese desperdicio de segundos no ha sido mínimo; al contrario, los años de fugas han dejado grandes vacíos y paradójicamente con pocos archivos en la memoria. Tiempo muerto.
No se es conciente de esa pérdida hasta que resumimos nuestro papel antes de finalizar una década más de respirar.

Y este proceso de introspección no es sencillo; fastidia y es sumamente cansado, debilita hasta al más entero de los pensadores. Sería fácil y cómodo cerrar este tema con el clásico arranque de aceptación de que la vida es una y simplemente hay que vivirla. ¡Pues qué diablos he hecho sino vivirla! ¡La he vivido como todos, con mis particularidades pero con la generalidad que comprende al ser humano!

Acoplar felicidades, administrar tristezas, evitar perversidades o darles espacio, en busca de amor o lo más parecido a eso, experimentar placeres, atesorar cosas, dinero, momentos o nada... andar por ahí y encontrarle un sentido a esta existencia que a veces, en el concierto de los seres humanos, es un sinsentido.

¿Eso es todo? ¿De eso se trata "la vida"?

No lo sé. Cada final de una década me desnuda una vez más. Porque ya fui natural y espontáneo, porque ya probé mieles de locura y pasión, ya engordé de gula, vomité lujuria y repasé las prohibiciones capitales en carne y en mente, he tratado de entender ese impulso humano de querer normar y rectificar a la naturaleza. Aún no lo entiendo.

Ya me dejé llevar. ¿Y ahora?
¿Otra ronda de años para repetir lo mismo pero en distintas latitudes? o en el peor de los casos: repetir lo mismo sin cambiar las maneras, como las moscas que se golpean una y otra vez contra el vidrio.

No lo sé. La muerte de una década me deja los mismos aires de ansiedad pero con enfoque distinto. Ya me calmé y dejé por un tiempo a la naturaleza y al ser superior que moldearan mi ser; ya me rendí y volví a pelear, una y otra vez.
Como todos he caminado en direcciones que no me llevaron a nada o a muy poco, eso depende del grado de profundidad y complejidad con el que se vea este paseo en la Tierra.

¿Y ahora qué puedo esperar?
Porque ya cumplí mis sueños pueriles, juveniles, apasionados, rebeldes, tercos y simples. Los que me faltan materializar son los que incluyen las edades que impone la existencia.

No lo sé. Esa visión del porvenir me deja vulnerable otra vez. Repetir el proceso de la incertidumbre de la muerte, solo que esta vez con la cercanía inevitable que traza el tiempo.

Un día minimizamos la vida, en ocasiones la culpamos de tristezas y frustraciones; incluso, en arranques de emociones, hasta osamos querer perderla. Pero cuando sentimos el primer aliento de la muerte nos aferramos a lo material con todas las fuerzas. Así de incoherentes los que nos quedamos hasta que el cuerpo se apaga, un renglón aparte tienen aquellos que decidieron poner fin con la propia mano al funcionamiento de la sangre, sus casos son debatibles y hasta pueden comprenderse pero nunca, bajo ninguna circunstancia, imitables.

No lo sé. Quizás son los delirios por el fin de otra década. Por eso me pregunto a dónde está la fuga de tiempo que ha desangrado mis días. ¿A dónde y en qué he desperdiciado segundos?

Los clásicos conceptos de la vida prestada, de la vida única, de la búsqueda de felicidad en lugar de la incómoda introspección y problematización de las cosas, no son bienvenidos y no serán fuegos que iluminen caminos.

Me queda la mitad de la vida o los siguientes momentos, nunca se sabe, para encontrar respuestas sin fugas de minutos, sin desidia, sin miedo.

Sin miedo aunque nuestra existencia sea tan delicada.


sábado, 27 de abril de 2019

Los otros


Cada grito un ¡viva! Cada silencio un aplauso.
Cada alabanza un júbilo. Cada pausa una oración.
El micrófono se mueve al son del temblor de las manos. No es sencillo ganar corazones, ni en la política ni en la religión. En la Tierra es necesaria la empresa del convencimiento.

El cambio es recurrente. La perdición también.
Fidelidad esperada. Manipulación anclada.
Los tonos de voz viven y mueren al compás de las ideas. Hay que ganar voluntades para el cielo y para las sillas. ¡Hay que llenar de almas los escenarios!

Cada corbata una aceptación. Cada equivocación queda sin declaración.
Vendedores de emociones. Creadores de felicidades.
Mentir no cuesta, ser verdadero es inmoral. Este mundo es de máscaras no importa el púlpito o la grada, el estadio o la calle, no importa si los protagonistas son de aromas a fragancias o de sudores agrios.

Las promesas son claves. Las mentiras son reales.
Mientras los oidos receptores duerman al son de la misma canción y los ojos iluminados se adormezcan con la misma declaración, los votos estarán en agitación y las imágenes de la tradición, pulcras y limpias, listas para la procesión.

Los gritos aumentan. Los rostros implacables. Los que ocupan las tarimas son especiales; los de abajo son muchos; claves en la ceguera, temidos en el despertar.

El alarido del salvador y las palabras del redentor han ensordecido a los siglos. Se han expresado a través del tiempo, se han vestido de poder. Un mundo construido de voces exclusivas y oidos de muchedumbre, unos tienen cielos en la tierra; y los otros, sin conocerse, sin conciencia, caminan dormidos impactando unos con otros en un laberinto construido; viven maldiciéndose y mueren en una eterna añoranza.

Los prometedores se alimentan de los otros, de los que caminan en círculos con la sospecha de encontrar un sentido escondido en el amplio sendero.

Los otros, oro valioso, raza escondida, serán carnes en movimiento, testigos de la mentira y cómplices de la oscuridad.

Los otros seguirán perdidos por los siglos de los siglos...