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sábado, 30 de julio de 2022

Las redes de la porquería




Antes eran pocos los "virtuosos" del mundo. Sus creaciones, su arte, intelecto o hazañas militares, cualquier acción alejada del vulgo, eran suficientes para recibir el galardón de dioses terrenales. 

Ahora, en tiempos expuestos, las multitudes muestran su naturaleza: asquerosa, por supuesto. Y no es lamentable, en todo caso es una evidencia más de la maligna esencia humana.

Antes el afán era descifrar la verdad de las cosas; pero con el tiempo, por la imposible tarea, las generaciones adornaron su incompetencia, maquillaron su fracaso y abrazaron la relatividad de las cosas para esconder sus vacíos, sus carencias, su natural desastre. Todo es relativo.

Si antes la verdad estaba alejada de los esfuerzos humanos, ahora quedó sepultada en la porquería de las multitudes. Las avalanchas de opiniones esconden certezas y transforman percepciones. La verdad murió; ahora, la clave es decidir qué debe creer la mayoría de los humanos. Porque, por más años y evolución que tengamos, la única necesidad inamovible es la de creer, la búsqueda y establecimiento de rituales y protocolos para creer o hacer creer.

Un escritor dijo que las redes sociales le dieron voz a los idiotas, pensé que era un defensor más de la mezquindad, un aspirante a elitista y un excluyente; con el tiempo, tuve que reflexionar con más frialdad: el mundo es peor cuando te das cuenta que la mayoría padece de una crónica estupidez e ignorancia, una condena que cargan por siglos, un virus inyectado por unos pocos que creyeron posible dominar a las multitudes... y lo lograron con gran éxito. Ahora se piensa poco y se siente mucho, como nunca antes había sucedido. Antes se escondían las porquerías, ahora se exhiben como si se tratara de obras de arte.

Al final, creo que estuvo bien hacerle creer al mundo que con una supuesta inclusión digital el ser humano avanzaría como especie. Qué bueno es darse cuenta que muy pocos saben lucrarse de la vida de las multitudes, independientemente del lado al que pertenezcas, no importa si eres lucrador o de la multitud; el punto es tener la certeza de este juego, aclarar de qué está hecha nuestra dimensión más allá de las percepciones. 

Y hay una certeza: ambos lados son decadentes, no importan las diferencias o los beneficios, ambos espacios están formados por la misma carne e ideas, por la misma sangre y maldad, son la misma humanidad pero unos con abrigo y otros desnudos, diferente imagen, la misma porquería. No hay nada especial en esta dimensión. 

Es agradable, aunque sea por ciertos momentos de la existencia, tener la razón.


 

  


 

 

sábado, 25 de diciembre de 2021

También los ídolos morirán




He elegido tumbar ídolos pese a que también soy un idólatra por naturaleza; aunque hubo un tiempo en que intenté, por todos los medios, no sucumbir a esa tentación, acepto que sufro de esa condición humana estúpida y degradante. Elegimos creer en algo para proyectar nuestra naturaleza, para mostrarnos y entregarnos apasionadamente. La persona que dice no creer en algo, miente; incluso, es la que más sufre en comparación con aquellos seres humanos que exteriorizan alguna creencia con orgullo y sin temores.

Aunque he confesado mi condición, aclaro que no vale la coherencia y el respeto cuando se trata de atacar dogmas. Si levanto altares a mis ídolos, con el orden de importancia que tienen en mi interior, tendría necesariamente que callar y entender a los demás; pero no, no lo hago. Esa postura genera escozor y me han llamado egoista, irrespetuoso, hipócrita, podrían dedicarme la frase clásica: "No juzgues para que no seas juzgado (...) ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?" Aún así, debo y quiero poner en tela de juicio muchas creencias, aunque tenga carne adicta a la idolatría; el que quiera, en el momento que le plazca, puede juzgarme, esa posibilidad no tiene importancia en el rol de la destrucción de credos dañinos, no importa si estos son sociales, culturales o religiosos. 

Acepto las consecuencias cuando se trata de hacer añicos a los ídolos. Esas glorias creadas por esta raza perversa son la evidencia de nuestra peligrosidad. El trabajo de destruir modelos es una posición radical pero no especial, aquellos que aborden este tren sin retorno no deberían esperar ninguna retribución o respeto. Es un trabajo de minorías, por lo tanto sencillo de señalar, de abominar; porque, sin duda, es fácil unirse a la mayoría, estar en la fila de los que marchan a la orden del supuesto decoro, del civismo hipócrita, de los placeres nefastos, de las normas elitistas. En sencillo ser un peón en el sistema. 

¿Hay momentos de arrepentimiento al realizar esta contraproducente labor? demasiados, a mi juicio; debo ser sincero: es una tarea para solitarios, para almas inquietas, para los que han sollozado en la soledad de los senderos oscuros y empedrados que destrozan los pies. Sus dioses, sus ideologías, sus cariños prostituidos, sus eternas vanidades y la entrega que tienen a las realidades que creen buenas pero degradan, me repugnan y no puedo, ni debo, aceptar esas posturas. Jamás. El que anda en la destrucción de pasiones terrenales debe sacar de su mochila de combate aquellas emociones perjudiciales que fueron socialmente inculcadas, si el cometido le es difícil puede esconderlas por un tiempo, hasta que tenga el valor de abandonarlas en el camino.

Podría esperar a exterminar mis propias idolatrías antes del experimento de persuadir a otros a destruir sus convicciones terrenales o anhelos sobrenaturales. Es posible, pero no puedo asegurar que tendré tiempo suficiente para esta labor. Hay que actuar cuanto antes con la osadía necesaria, sin el temor a perder muchas manos amigables. No se puede tumbar ídolos y ser medianamente feliz con los demás.

También podría evitarme dolores innecesarios y abrazar las reglas que un día nos obligaron a creer que eran las establecidas. Podría, pero sería una farsa, una vil mentira insoportable. Por eso el depredaror de creencias debe tener una dotación de máscaras para confundirse en el escenario, pasar desapercibido y poder acercarse a su plataforma de acción. Es necesario camuflarse en el mundo idólatra.

Y cómo asimilo una realidad contundente: a la mayoría le importará un bledo mi actitud; por cierto, al invitar a las personas a que rompan con sus ídolos podría generar el fortalecimiento de su arraigo hacia ellos. Es una posibilidad muy clara y estremecedora para este tipo de trabajo, por lo que no puedo dejar de preguntarme cada cierto tiempo: "¿vale la pena?"

He perdido muchas oportunidades para asegurarme una realidad tranquila de cara al futuro. Tuve la opción de aceptar a ciertos humanos, y sus creencias, para poder vivir sin mayores sobresaltos. Estuvo a mi alcance forjar ese destino y lo dejé caer. ¿Me arrepiento? solo en algunos días de algunas temporadas, pero al verme al espejo agradezco no haber tenido que lidiar con esas ideologías que me generan asco. Prefiero el derrotero complicado que ver pasar los años en una calma artificial.

En la oscuridad lo veo claramente: tumbar ídolos es una tarea peligrosa; lo bueno, si se le puede encontrar el ángulo agradable, es que se pueden ocupar muchas estrategias para lograr el objetivo: la persuación, la plática sincera, el contraste de ideas, la comparación objetiva, la discusión sana e inteligente hasta el debate acalorado, la disputa o la pelea. Todo vale en este oficio incómodo pero necesario.

Estos días decapité a muchos de mis ídolos, pero debo aniquilar a varios más. Es larga y estrecha la vereda para la recuperación interna alejada de los modelos equivocados que nos venden todos los días. No voy a conceder un espacio a los apologistas de la decadencia, a los amantes de la perdición, a los ideólogos vanidosos de casa acomodada, a los entorpecidos por la bebida de la mentira y los manjares perniciosos. Aunque fui un mentiroso, aunque me haya atragantado de ruina, aún cuando me rendí al vaso de la falsa felicidad y puse precio a mi alma, no importa en lo absoluto, asumo esos pasos en falso. Ahora en mi frente está escrito: no existe la coherencia en la misión de dinamitar olimpos mundanos. 

Me levanto y camino, siento la sangre ebullir pero al mismo tiempo tengo la paciencia del depredador. Enmascarado marcho seguro pero discreto, con apetito pero sin perder la cabeza en la acción. No hay día de descanso ni aposento para dormir, la tarea exige ignorar el dolor y aprovechar la ocasión.

¿Puedo incomodar mucho más mi paseo terrenal? casi seguro. Cabe la posibilidad de que me odien y sume un puñado de personas a la gran colección de enemigos que tengo. Acepto el desenlace.
¿Podría ser desterrado y abandonado? totalmente. Mientras camine en esta tierra todo puede suceder, estoy marcado y solo soy la secuencia de una estirpe singular. No estoy solo, ni la misión se detendrá, muchos nacerán y se desarrollarán como destazadores de patrones adulterados. Viviremos con esta labor incoherente para muchos, pero necesaria para los escogidos; tarde o temprano, la meta se cumplirá aunque nos cueste la vida en tinieblas o la existencia misma, aceptamos el destino que sea porque tenemos la certeza de que también los ídolos morirán.



sábado, 3 de octubre de 2020

No somos la riqueza que nos venden

 

Todos tenemos límites, algunos amplios y silenciosos; otros, cortos y estrictos. Y con ciertos temas la situación puede cambiar, se estrechan, colapsan y se rompen. 

Soy alérgico a los constructores de ideales superficiales, que esconden mentiras y resaltan verdades bondadosas por fuera, pero injustas en esencia.   

Todo a nuestro alrededor es una oferta de imágenes y creencias. Todos tenemos la necesidad de creer en algo y ser parte de un grupo, añoramos que nos reconozcan por una particularidad y así se conforman los estratos de una sociedad. Unos logran sospechar y dar el beneficio de la duda, pero la mayoría se traga todo, sin filtro. Creer es una necesidad invaluable. 

Mi alergia transformada en escepticismo, perspicacia y desconfianza siempre me pone en el lugar inadecuado, pero es liberador poner en tela de juicio a los ideales, claro que sí.

Soy salvadoreño y pienso que la imagen que nos rodea es una tragicomedia penosa.

Pero aclaro, aparten estructuras mentales más allá del bien y el mal, de la regla y de la excepción, de la bondad o maldad ¡destruyan esas bases de pensamiento tan solo por un momento!  

Pensemos: 

¿Por qué dicen que los salvadoreños tenemos un espíritu trabajador? 

Ese término se repite una y otra vez  ¿no lo han notado? Otras frases: "Nuestra gente laboriosa", muchas veces escucho a una presentadora extremadamente positiva decir: "el pueblo salvadoreño que madruga para ganarse la vida."

No puedo dejar de pensar en eso ¿acaso vendrá de aquel refrán "al que madruga Dios le ayuda"? no lo sé, lo que tengo claro es que se replica  hasta la saciedad en los medios de comunicación, como una virtud salvadoreña. Quizás en Ecuador o en Afganistán no es así, a lo mejor hay personas que crean que en Nicaragua comienzan a laborar a las 10 de la mañana. Quizás algunos crean que en China las fábricas comienzan a funcionar hasta mediodía. Si la frase "el pueblo salvadoreño que madruga para ganarse la vida" es una frase que no se apega solo a nuestra nacionalidad  ¿por qué la repiten obsesivamente? y lo peor ¿por qué lo dicen con orgullo, como si fuera un ADN único en la Tierra?

Pero vamos con el dicho supremo, la más vendida de nuestras imágenes, la que representa a un salvadoreño, una frase casi bíblica: "La riqueza de El Salvador es nuestra gente".

Con el cuidado pero con el impulso provocador que se debe tener para refutar realidades que respaldan a una sociedad adicta a la adoración, hambrienta de ideales, piense un momento: ¿Por qué?

Sobran las respuestas para respaldar que "La riqueza de El Salvador es nuestra gente": porque el salvadoreño es trabajador, no le hace mala cara al momento de laborar, en otros países puede realizar los trabajos que otras personas, de otras nacionalidades, no quieren hacer. Es una verdad casi unánime.

"La riqueza de El Salvador es nuestra gente", repítalo. Una vez más. Ahora, cambie el orden: "Nuestra gente es la riqueza de El Salvador"

¿Por qué una riqueza no hace prosperar a un país? Somos más de siete millones de salvadoreños, que en conjunto nos han dado el sinónimo de "riqueza". Exageración, una imagen confusa, injusta. Un ejemplo al aire: Nigeria, país del continente africano, es uno de los tres principales proveedores de crudo de los Estados Unidos, tiene ingresos petroleros de 360 mil millones de dólares desde 1965 a la fecha. En 1970, el 36% de sus habitantes vivía en la pobreza. Ahora, en 2020, el 70% son pobres (fuente Infobae).

¿No se han preguntado si ese cliché tiene más relación con el rol de la mayoría de salvadoreños?: personas necesitadas que no les han dado oportunidades y no tienen otra opción mas que ofrecer su fuerza de trabajo a cambio de una miseria de salario, en comparación con las ganancias del empleador. Entonces cambia el sentido ¡claro que somos una riqueza, pero para una élite salvadoreña! "La riqueza de El Salvador es nuestra gente"... ahora encuentro un poco más de sentido, tampoco absoluto, pero  hace click en mi mente.   

En un ambiente de ofertas de imágenes sin cesar, hay una élite constructora de romances sutiles, que pasan desapercibidos pero que son sumamente dañinos. 

Imaginen este cuadro: una mujer de 80 años, con un vestido viejo, en la esquina de una calle del centro de San Salvador. Está sentada en un pequeño banco sucio y cerca de ella una pequeña mesa que sostiene una canasta con decenas de pequeñas bolsas con fruta, a esa oferta de alimentos se unen golosinas y cigarros sueltos.

Piensen por un momento en la imagen. ¿Qué les dice? ¿Qué genera en su conciencia?

Una vez escuché a un personaje en televisión abierta mencionar: "un ejemplo de que no hay edad para ganarse la vida. El salvadoreño no se rinde". La imagen, hecha reportaje, conmovió a muchos por el camino ancho y abierto, es decir el fácil: un ejemplo, una fuerza y cierta lástima mezclada con agradecimiento por lo que algunos tenemos. Muy pocos ponen en perspectiva y destruyen la imagen propuesta por los románticos vendidos. En ese cuadro no hay más que una injusticia penosa e insultante. Pero, un momento, calma, también hay que cuidarse de los que se aprovechan de esta realidad para querer "cambiarla" como si fueran dueños de la misma. Cuidado.

Otra percepción: la madre soltera que vende pupusas para sacar adelante a sus tres hijos, dos de ellos de diferentes papás. Para los románticos elitistas es un ejemplo de lucha. Para los destructores de ideales, el resultado de una inequidad histórica y que muchos no desean cambiar por la tremenda inversión monetaria que eso conllevaría durante años.

Hay romances que no cuadran, hay románticos pagados, algunos con buenos salarios  y otros ni se enteran que son una repetidora humana sin filtro analítico. Hay romances que deben destruirse para ver lo más cercano a la realidad. Ante la naturaleza de mentir, propia de nuestra especie, un ingrediente de perspicacia con una alergia a los adoradores de ideales hipócritas, es una posición suprema, digna.

Cada vez que escuche "La riqueza de El Salvador es su gente", en la publicidad de un banco o de una bebida asociada a la selección nacional de futbol, cuando escuche eso en la voz de un líder religioso, político o empresarial, sepa que es una imagen perjudicial formada a partir de la necesidad que tenemos de creer en algo, una frase construida para esconder una verdad: somos un pueblo históricamente golpeado, reducido, engañado por una élite que necesita de fuerza laboral que no reniegue y que, al mismo tiempo, agradezca a Dios por tener un salario en medio de la pesadilla social que alguna vez cambiará. ¿Y saben con qué otras imágenes venden cambios para pasar de la pesadilla al sueño ideal? con una sentencia convertida en verdad ineludible: "el futuro de El Salvador está en juego en estas elecciones democráticas". Son unos genios. Cada tres años ya tienen el guión preparado. Eso de genios es sarcasmo, por si me malinterpretan.

Cada vez que escuche "La riqueza de El Salvador es su gente" pero desde la voz de un familiar, de la señora que atiende un pequeño negocio cerca de su casa, del vendedor informal, identifique que hay una necesidad de creer y destruya ese ideal, aunque sea por un momento.

No somos la riqueza del país, no somos la riqueza que nos venden. Nos han engañado.