"Qué día tan hermoso... y puedo sentir toda esta belleza que me rodea. Gracias universo", la pequeña trabajadora hizo una reverencia al cielo y a la tierra por el regalo de un día más, por una nueva oportunidad. Apresuró su ya acelerado andar y con una perseverencia religiosa se unió a su grupo de trabajo: un ejército sumamente disciplinado que provee de todo lo necesario a su prójimo. Cada día era una misión sublime.
En el mundo de las hormigas, el amor por las demás es una experiencia suprema, un paso para lograr la trascendencia. La pequeña trabajadora, junto a sus compañeras, ofrecía la vida a diario por un futuro mejor, libre, transparente y justo. "Un día más... gracias universo", reflexionaba la hormiga cada noche. Y dormía en paz.
Un día, luego de la jornada laboral, se alejó con una compañera para filosofar sobre la existencia. "Somos especiales, escogidas, movidas por la fuerza de la madre naturaleza... el infinito universo nos permite vivir y, aquí, forjamos nuestro destino de justicia y solidaridad", el optimismo y la fe eran la marca personal de esta formidable y luchadora hormiga, siempre se dirigía a sus semejantes con una fraternidad admirable. "Sé que has luchado y no te rindes... cuando esta existencia llegue a su final, seguro trascenderás", le dijo a su compañera, una hormiga mayor que perdió una de sus extremidades en una noche de tormentas espantosas que destruyeron varias colonias de los alrededores.
"A veces hay cuestiones que no comprendemos, pero si trabajamos juntas podremos ser felices... Todos los días nuestro medio ambiente nos muestra la grandeza de esta vida, el universo nos habla con brisa cálida y alimento, pero también nos alerta con temblores, fuego del cielo y estruendos. Debemos tener buen ánimo y comprender las señales", respondió con respeto y agradecimiento pese a la pérdida de una de sus patitas.
En ese momento, un fuerte sonido desde los cielos rompió la calma de la tarde. Pequeños sismos asustaron a las dos pequeñas hormigas, fue una sorpresa total y una de las hojas que servían de sombra cayó estrepitosamente cerca de ellas. "No tengas miedo, son los sonidos del universo que ya tiene nuestros destinos escritos... ánimo amiga", gritó la formidable hormiga.
Ambas cerraron sus ojos y meditaron, pidieron por sus vidas y por la colonia a la que servían, un gran complejo habitacional que se encontraba al otro extremo de la pequeña cordillera de tierra; mientras tanto, el rugir de los cielos se repetía cada cierto tiempo y el escenario se nublaba rápidamente. "Tengamos ánimo... gracias por estas señales que nos guían", pensó la pequeña trabajadora. Dos estruendos más y la calma volvió.
"¡Linda madre naturaleza que nos cuidas!"
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El penúltimo estruendo fue impactante: era el eructo ruidoso de un chico blanco con cara regordeta y panza grande que paseaba por el jardín. Salió de casa porque estaba aburrido y decidió jugar con la tierra. Cuando se sentó, expulsó sus últimos gases, mucho más potentes, descontrolados y con olor a gaseosa, hamburguesa, papas fritas y caca. Entonces, con las tripas en calma, sus ojos se posaron en la diminuta colonia de hormigas. Su aburrimiento se acabó.
Era solo un chico gordo, pedorro, con labios y cachetes embarrados de caramelo rojizo.
Era un chico triste.