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sábado, 29 de febrero de 2020

Bisiesto




Y los astros siguen ahí: complejos, vastos, enigmáticos; sus tiempos, indefinidos.
Las luces del cielo, como ojos de la creación, nos siguen el rastro, nuestra evolución, la locura humana.

Somos materia experimental, carne con sentidos, objetos de estudio. Por soplo o por caos; cualquiera que sea el origen, somos incompletos.

Aún así, como pequeñas manchas bajo el sol, somos osados con la gota de conocimiento adquirido. Con una minúscula parte del saber, estudiamos el rastro de nuestra existencia. 

Con ojos al firmamento desde que la pupila mutó, prueba y error hasta dar con un minúsculo movimiento celestial. Fue suficiente para demarcar la luz y la oscuridad, nuestro tiempo para vivir y morir. Delimitadores de los destinos.

Somos osados, hambrientos, brutales, somos esponjas, cajas de sentimientos. Y si en nuestro cálculo algo falta, entonces acomodamos todo, nos urge controlar.

Y los diminutos que señalan a la inmensidad, con ciencia y sangre, ordenan, cambian, destruyen. De la gota de conocimiento transforman, multiplican, somos insaciables por naturaleza. Por soplo o por caos, esa falta de complemento nos convierte en adictos al poder.

Si con una gota nos asesinamos unos a otros ¿qué hariamos con olas incontrolables de conocimiento?
Nos alimentaríamos de los agujeros negros. Pero no tenemos acceso, no es apto para plagas inteligentes. Sería un peligro.

Al menos dominamos nuestro tiempo; y si nos sobra, nos regalamos un día cada cierto tiempo. 24 horas más para vivir o para morir, da igual en este concierto carnal.

Y seguimos viendo al cielo en busca de respuestas. Creemos que somos los estudiosos.

Sin embargo, en el infinito universo, como ojos de la creación, un número incalculable de astros siguen ahí: complejos, vastos, enigmáticos. Y nos observan, como el ojo humano analiza microbios; nos siguen el rastro, como nosotros le damos cacería a un virus peligroso.

Los astros nos verán morir porque no tienen tiempo, no lo necesitan.



 

domingo, 26 de julio de 2015

Lecciones del pasado



Los rostros de los amores pasados recorrieron mi mente generando explosiones de sentimientos que poco a poco se expandieron en todo mi ser. Eran aquellos con el brillo de la felicidad, la esperanza y el amor, los que se dibujaron en las pláticas, en los minutos compartidos, en las reconciliaciones, en la pasión, en las algarabías de tantas noches. 

Las emociones brotaban en medio de una brisa nocturna que acariciaba hasta mi alma, alrededor de las voces y los meseros corriendo, en esos segundos, poco a poco como si se tratara de un mecanismo divino, comprendí que en aquellos tiempos no habían capacidades de mantener y multiplicar esos momentos de felicidad.

Porque todas las etapas tienen sus luchas de ideales. Cada hombre y mujer defiende sus filosofías, los deseos se anteponen, cada sentimiento se resguarda y nuestras razones las consideramos absolutas, imponentes, adecuadas.

Muchos amores nacen, crecen y mueren cada cierto tiempo, en medio de discusiones vacías, egoísmos, intereses y otras tantas estupideces.

Tuvieron que pasar muchos años para reflexionar sobre la magnitud de la equivocación, para tener la sinceridad de aceptar, sin excusas, los errores y decir con total autoridad: "¡estabas equivocado!"

Cada rostro del pasado tenía un ángel y un demonio, como todos, como cualquiera. Pero todos merecieron amor, del más puro, ese sentimiento disponible en todas las almas pero que pocas logran desarrollar.

En medio de la noche fría, al ver tantas parejas compartir, comprendí que solo el tiempo coloca cada sentimiento en su lugar, cada victoria en su justo puesto y transforma cada derrota en una experiencia o la manda al cajón del olvido.

En pleno renacimiento, con gran parte del alma en calma y con las incertidumbres propias de cada edad adecuadamente controladas, solo así logré aprender la lección de los amores pasados.

De nada sirven las luchas personales, la persecución de tantos ideales si al final no se tiene la capacidad de mantener y multiplicar los momentos de felicidad.