Este sol me sorprendió con un apapacho al salir de la gruta. Dejó a un lado su intenso calor, convirtió sus llamas en alas y su esplendor lo tradujo en una mano amiga.
"Vuela conmigo", me dijo. No dudé. Y juntos emprendimos viaje, pasamos a comprar comida y a recoger a la luna.
En pleno vuelo por el espacio sus alas volvieron a ser llamas. Sentí miedo, pero el astro abrió su boca y me tragó por completo. Adentro de sus entrañas estaba la comida preparada y la luna desnuda.
"Prueba un poco pero no te atragantes", me dijo.
Y probé.
Y me alimenté.
Y a la luna la hice mía con pasión, como a una amante que no veía desde hace tiempo.
Y me quedé dormido entre llamas.
"Despierta, ya llegamos", el sol descendía a toda velocidad por el espacio hasta llegar a la Tierra, hasta entrar a la ciudad, cerca de la gruta.
"Baja ahora".
"No volveré a viajar contigo", pregunté.
"¿Para qué?" dijo antes de emprender vuelo y convertir sus alas en fuego, dejó de ser una mano cercana para ser la estrella de siempre. Cuando volvió a acomodarse en el centro del universo me gritó, "ahora ya estás muerto, ahora puedes atragantarte".
Cuando observé mis manos eran llamas y mi cuerpo se convirtió en granito. Era otro entre los vivos.
A la entrada de la gruta estaba la luna, la tomé de la mano sin dañar. "¿Entramos?" dije, pero ella trató de contenerme, trató de detenerme. Solo sonreí.
Caminé y trascendí al interior de la caverna. Con un calor, mitad humano mitad celestial, derretí todo.
Y se hizo la luz. La tan necesaria luz.
Y la luna fue mía otra vez. Nos comimos entre piedras, arena y sangre.
Y nos quedamos dormidos en medio de la muerte.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario