sábado, 22 de febrero de 2020
Eterno
Sonreías. Era el preámbulo a la carcajada característica: amplia y con ojos cerrados, sincera, natural, nuestra, digo nuestra porque no te vi compartirla con nadie más.
En tiempos turbulentos, un sonido que alivia; en recuerdos febriles, añoranza de tenerla. El tiempo pasa sin lecciones de olvido. No se puede olvidar lo que marca la vida.
Conducías. Mirada al camino, mirada a mí. No había rumbo, como el que no encontré en la década perdida. La música nos acompañaba, solo para hacer el momento especial.
Mirada al camino, mirada a ti. Quería preguntar muchas cosas, mi cabeza era un saco con millones de interrogantes, pero algo me detenía. Los minutos parecían horas; entonces decidí callar y dejar pasar. Sabia decisión, inédita en mi ser.
Contabas historias. Tantas, como si el tiempo se acabara en cualquier momento. Y no podía mas que escuchar, retener las palabras claves y recordar el sonido de tu voz. No había rumbo, pero tampoco desesperación.
Lo sonrisa se mantenía, incluso en los momentos serios no dejabas de emanar esa sensación de paz, de reencuentro, como cuando alguien vuelve a su hogar.
Entonces algo pasó. Cuando sentí paz, dudé. Algo no cuadraba en mi mente. Comencé a cuestionarme "este no soy yo", "yo no era así"... el saco de interrogantes necesitaba romperse, pero tenía miedo de arruinarlo todo. Me quedé un momento con la mirada en el camino, era una carretera sin final, en un lugar desconocido. Entonces todo comenzaba a tomar forma. La leve sospecha se convirtió en una verdad contundente.
"Todo va a estar bien", dijiste con una mirada optimista. "Todo está bien, no hay nada que lamentar", volviste a sonreir. Me conoces bien.
Tenía ganas de seguir el camino. Nunca hablé, no quería arruinarlo. Te observé y luché para no parpadear. Los sonidos comenzaron a desaparecer y me quedé con la mirada fija hasta que, poco a poco, te desvaneciste.
Mis ojos necesitaban cerrarse para descansar y no pude evitarlo... llegó la oscuridad.
Cuando volvió la luz eran las 6:00 de la mañana, de un día cualquiera.
sábado, 9 de noviembre de 2019
En la tierra particular
Ayer vi un cadáver. La familia en sollozos. El morbo de los testigos. La fotografía del escenario.
Ayer vi al enemigo. Una mirada. Una advertencia. Un canalla rodeado de súbditos.
Los días se repiten. Todos por el pan. Todos al guión impuesto. Al final, los sufridos, golpeados e ignorados, caminan cansados a sus moradas, a las paredes que esconden tragedias.
Es tierra de pobres. Muy pobres. Los sin dinero, los sin sentido común, los sin comida, los sin amor, los sin conciencia, los sin justicia, los pobres de corazón. Ricos en ignorancia y carentes hasta el alma.
De avaros, hipócritas y sanguinarios; de victimarios e impunes, de hospitalarios y miedosos.
De reyes y esclavos. De los que viven sin derechos. De los que se aprovechan de todo. Es una tierra particular.
Ayer escuché llantos naturales y risas de mentira. Testigo de una pequeña ira, de una envidia sutil. Ayer fue la danza de los expertos en callar. Entre idólatras de capataces, entre despiadados, entre resignados. Tierra de extraños que se llaman hermanos.
No alcanzan los inocentes y sus voces. Los buenos de corazón no son multitud. Los de buena voluntad no hacen la diferencia. No hay sumatoria para derribar maldades impuestas. Ahí están todos los soñadores, en medio de la oscuridad, con ansias de ser faros en montañas de ceguera.
Ayer fue una resignación. Un día calcado. Una réplica triste de los últimos años. La noche y el sueño son solo una tregua.
Hoy volví a despertar en la tierra del demonio.
domingo, 3 de noviembre de 2019
El diario de una vida extraña X
¡No quiero hablar!
Bueno, en realidad sí quiero pero no me fluyen las palabras. Soy silencioso con los desconocidos y no tengo amigos, así que eso de ser sociable parece causa perdida. Quisiera ser ameno y tener el don de hablar y congeniar; pero, honestamente, no puedo y cada intento termina en silencio, en uno muy incómodo por cierto. Ahora me he dado a entender ¿verdad?
Hoy fue uno de esos días de esquivar obstáculos.
No se extrañen de esa manía que tengo de caminar rápido, juro que no es un accidente. Cada vez que acelero el paso se reducen las probabilidades de un encuentro espontáneo, de esos en los cuales hay que ser amablemente protocolario y comenzar a preguntar por familias e hijos, por empleos y el clima... ¡qué incómodo!
Donde muchos ven una linda casualidad, yo veo un desgaste anímico. Lo más gracioso de todo, es que soy de las personas que se esconden cada vez que miro a lo lejos a un conocido. ¿No les ha pasado? Soy un maestro en observar antes y hacerme el desentendido. Veo a las vitrinas, al cielo, mis zapatos ¡lo que sea con tal de que no cruzar miradas!
Hasta el momento nadie ha gritado mi nombre, no sé que haría al respecto... quizás comenzaría a correr.
Sin embargo, denme un momento para explicar. ¡No soy una persona enferma o antisocial, para nada! Es solo que no tengo el mínimo interés de entablar conversaciones comunes, vacías, protocolarias.
A veces pienso: si pudiera debatir sobre política, religión, doble moral, pecados capitales, extraterrestres o la enfermedad del amor romántico. Un debate acalorado con los mejores argumentos para echar abajo las posiciones mentales y sociales del otro. Una batalla de palabras ¡eso sería genial!
Podrían ser preguntas, respuestas y cuestionamientos con límites de tiempo, hasta podría hacer un deporte sobre eso.
Pero me sincero al instante: es una maldita mala idea. Creo que soy un raro, antisocial, poco empático e inescrupuloso. ¿Y qué puedo hacer? sinceramente no quiero cambiar, en absoluto, pero esto de vivir en sociedad me arrincona, me desespera, me aturde, incluso me da hambre, mucha. En unos meses he engordado tanto que la ropa ya no me queda.
Después de mis caminatas a paso rápido, bajé la intensidad y fui a la iglesia en busca de una luz, de una inspiración para superar tan deprimente estado. No me funcionó para nada. Nunca me conecté, ni en la alabanza, mucho menos en la prédica. Tenía hambre y por razones obvias no llevé un hot dog o una torta para comerla en silencio. Al final salí con más hambre física que espiritual.
Pero, ya sé, ya sé, es cuestión de tiempo y fe. Lo sé bien. Cuando caminaba hacia casa pensé: "Además de callado y antisocial, soy muy extraño".
Y muy extraño diría yo. Demasiado. Tengo dos años y medio de no tener novia ni relaciones sexuales. El líbido está intacto, lo que perdí fueron las ganas de cortejar y comprender a una pareja. Qué aburrido eso de quedar bien en todo, de valorar cada cosa que hace la susodicha, incluso si es una ridiculez o un capricho. Esa regla de tener que escuchar, ser amable, callar, soportar acciones y no poder ser genuino. ¡Qué horrible es no poder ser genuino! Me cansa tener que ser el buen tipo siempre. ¡Ya basta!
Solo quiero una mujer para ir a comer, al cine y a la cama, sin hablar tanto. Que no le moleste ir por unos cigarrillos y fumarlos en silencio mientras observamos el cielo. Lo sé, es otra maldita mala idea. Pero, muchachos, sean sinceros ¿no se les ha cruzado por la mente?
Regresé a mi casa al anochecer, pasé comprando una pizza gigante y dos botellas de gaseosa. Me comí y bebí todo mientras cambiaba canales y pensé: ¡qué desagradable habilidad de comer y ver televisión, Dios mío! Y la frase la volví a repetir mientras lamía la base de la caja de pizza y sonreía. Soy un asqueroso, lo sé.
El escenario era deprimente: tirado en la cama, la cara abotagada, cansada; en una mano, los dedos grasosos sostenían el control remoto, mientras que con la otra me rascaba mi estómago apretado después de la despiadada hartada .
¿Algún día cambiaré?
Lo pensé una y otra vez mientras los minutos aceleraban la digestión.
¿Algún día cambiaré?
No lo sé.
Esperé hasta medianoche para tener mi única comunicación agradable: mi diario.
No tengo a nadie a quien contar mi vida... solo a ti querido diario.
Eres mi única vía de expresión, la más confiable, la que más respeto. Me encanta compartirte mis vivencias, sentimientos, pensamientos y emociones, eres más real que cualquier humano. Iba a escribir que no me dejaras y solté una carcaja. ¡Yo soy el que no te dejará!
¡Yo estaré aquí hasta el último día de mi vida!
¡Soy tuyo y eres mío!
Tú eres yo.
Tú eres yo.
Tú serás yo por los siglos de los siglos...
Qué final tan deprimente.
Buenas noches, diario. Besos.
Siempre tuyo.
Alfonso
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Alfonso X
Edad: 31 años
Nacionalidad: desconocida
Profesión u oficio: ingeniero
Características: estatura alta, piel blanca, ojos negros, cabello ondulado color café, 235 libras de peso.
Un hombre común por fuera, un extraño por dentro.
sábado, 2 de noviembre de 2019
Temporada de muertos
Nos encanta vivir. Y nos encanta querer morirnos de vez en cuando. Somos carne y sueños, somos sangre y órganos regidos por neuronas. Somos esencia inmortal en un envase con caducidad.
Somos sentimentalmente selectivos. Nos aferramos a respirar y definimos cuales muertes llorar y cuales ignorar; cuales valen la pena y cuales no. Naturaleza le llamamos.
Nos autoproclamamos protagonistas de la luz. De esa distinción no hay otros merecedores, ni lo permitiremos. Y si faltamos, como especie, a la tarea de resguardarnos mutuamente, entonces cambiamos. Somos diseñadores de valores a la medida.
Inculcados con la regla del bien y el mal, pero con la libertad de decidir. Somos pragmáticos por esencia y no perdemos la calma, porque el hambre de poder nos anima, nos alimenta.
Cuando se trata de nuestros deseos, las reglas son maquillajes: el engendro puede morir, el "No matarás" bíblico es una ilusión y las leyes terrenales, simples dolores que se superan con la pastilla de la impunidad humana.
Somos arquitectos de injusticias y las generaciones condicionadas perpetuarán el sistema de valores, uno acorde a la especie.
En temporada de vivos solo los decesos cercanos nos cambian, por un tiempo.
En colectivo somos poco, en intimidad somos todo. Ahí radica nuestra debilidad.
En la luz y el respirar somos protagonistas.
Pero, en el día final y en la oscuridad ¿qué seremos?
¿Qué seremos en el más allá?
En la temporada de muertos, no seremos esclavos.
Seremos cualquier cosa menos nosotros. Y eso será un alivio.
domingo, 13 de octubre de 2019
Marcado
Este domingo lleva tu nombre
El cielo lo sabe y en la tierra ha quedado marcado
Este domingo tiene tu huella
No habrá fuerza que lo cambie
Ni tiempo o muerte que lo supere
De este rastro no hay escondite
Y si el viento me hablara
Y la misma existencia me advirtiera
De este día mi mano no se aparta
Pieza de historia
De sangre, lágrimas y sentimientos
De ángeles, demonios y humanos
No habrá minuto y hora que haga la diferencia
Ni amanecer de tiempo o vida que lo impida
La fecha trazada está escrita
En comunión o exilio
En casa o en intemperie
En vida o muerte
De tu domingo
Del porvenir de tu transformación
No escaparás
sábado, 28 de septiembre de 2019
En la mesa de los raros
Con los cuatro ojos y trompudos
Con los viejos aburridos y niños dormidos
Entre los dignos de apodos
Entre los menos agraciados
Con los más señalados
Pedí asiento en la mesa de los raros
Porque soy raro
Mi barba larga y mil pensamientos
Mi falta de tiempo mezclada con sueños
Mi carota sin gracia y mi boca sin palabras
Nos vimos a los ojos con ganas de leernos
Los ví sin recelos y aire para entendernos
Pero hay unos raros que no se creen raros
Caminan en las calles de la normalidad
Y toman de la copa de la multitud
Entre viejitas perdidas, tiernos sin gracia, raras y feos
Entre los que no combinan y se les cae la comida
Con los risas chuecas, hartones y bobalicones
Con los lentos y callados
Ahí estoy
Pedí sentarme en la mesa de los raros
Porque aunque somos desconocidos, nos conocemos
Caminamos junto a los demás, pero no somos los demás
Los de corazón lavado y cocido
Los de ocurrencias extrañas, los menos populares
No nos mentimos. Los raros no se mienten
Nos reimos de nosotros mismos
Nos cuesta aceptarnos
Nos cuesta querernos
Pero cuando lo logramos, vivimos en caminos alternos
Pedí sentarme en la mesa de los raros
Porque no creen que lo soy
Creen que miento, creen que soy creído
Creen, pero no saben; sospechan, pero ignoran
Me acomodo, a mis anchas, en la mesa de los raros
Porque soy el especimen más raro de este circo humano
domingo, 18 de agosto de 2019
El séptimo día
No hay día sin queja y noche sin lamento.
Los anheladores compulsivos, insaciables.
No hay día sin guerra y noche sin deseos.
De la ira a la inocencia y el dedo acusador, todo en uno. Estirpe demente.
No hay día sin crítica y noche que nos sorprenda sin odio.
¡Danos la crítica nuestra de cada día, amén!
No hay día sin doble moral y noche sin rezos.
Dios allá y Yo aquí. Dios en la lejanía, ayúdame. En ese orden. Buenos religiosos.
No hay día sin adular y noche sin señalamientos.
Nuestra mano siempre al gentil, nuestra lástima al necesitado. Pobrecitos.
No hay día sin necesidad y noche sin envidia.
Ansiamos mucho, queremos poco. Éxito ajeno, dolor interno.
Y en el séptimo día... se descansa.
¡Los adoradores de fines de semana!
Seamos buenos, hermanos. Iglesia más food court, igual a gozo.
Seamos acordes, gente. Celulares más netflix, igual a gozo. Ahora la casa tiene sentido.
Seamos acordes, mayoría. Día de maíz, queso, frijol, sodas y selfies. Gozo.
¡Mañana listos para repitir la historia!
Suframos... un día a la vez.
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