sábado, 2 de noviembre de 2019

Temporada de muertos


Nos encanta vivir. Y nos encanta querer morirnos de vez en cuando. Somos carne y sueños, somos sangre y órganos regidos por neuronas. Somos esencia inmortal en un envase con caducidad.

Somos sentimentalmente selectivos. Nos aferramos a respirar y definimos cuales muertes llorar y cuales ignorar; cuales valen la pena y cuales no. Naturaleza le llamamos.

Nos autoproclamamos protagonistas de la luz. De esa distinción no hay otros merecedores, ni lo permitiremos. Y si faltamos, como especie, a la tarea de resguardarnos mutuamente, entonces cambiamos. Somos diseñadores de valores a la medida.

Inculcados con la regla del bien y el mal, pero con la libertad de decidir. Somos pragmáticos por esencia y no perdemos la calma, porque el hambre de poder nos anima, nos alimenta.

Cuando se trata de nuestros deseos, las reglas son maquillajes: el engendro puede morir, el "No matarás" bíblico es una ilusión y las leyes terrenales, simples dolores que se superan con la pastilla de la impunidad humana.
Somos arquitectos de injusticias y las generaciones condicionadas perpetuarán el sistema de valores, uno acorde a la especie.

En temporada de vivos solo los decesos cercanos nos cambian, por un tiempo.
En colectivo somos poco, en intimidad somos todo. Ahí radica nuestra debilidad.

En la luz y el respirar somos protagonistas. 
Pero, en el día final y en la oscuridad ¿qué seremos?

¿Qué seremos en el más allá?

En la temporada de muertos, no seremos esclavos.
Seremos cualquier cosa menos nosotros. Y eso será un alivio.










  




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