miércoles, 23 de septiembre de 2015

¡Qué final!

Desde el amanecer tuve esa sensación.

El agua en el rostro no provocó nada, la mirada en el espejo no dijo nada y ese retraso en cada una de las actividades matutinas, fue mucho más contundente de lo esperado.

Cada minuto fue testigo de una apatía profunda, una ida y vuelta de pensamientos sin sentido, un esfuerzo sin frutos, una incomodidad interna.

El mundo absorvente desplegó el mismo menú, la misma promoción de actividades llamada vida. Y esa imponente fuerza mueve todo, a todos, incluyendo a mi estado sombrío.

No opuse resistencia, no tuve la fuerza mental para hacerlo. No intenté cambiar la situación, solo dejé pasar el tiempo.

La conversación ruidosa en el bus, no me desesperó.

Las voces infantiles, con toda su inocencia, no me conmovieron.

La desesperación de los rostros, no me indignaron.

El día pasó y esa barrera mental que no permite pasar colores, nunca se debilitó.

Desde el amanecer tuve esa sensación y nunca se alejó de mi interior.

Mientras muchos luchan para aferrarse a la vida, otros se ven obligados a respirar; cuando en las camas unos lloran por un minuto más, hay quienes viven sin querer hacerlo.

Esa es solo una de las tantas contradicciones. Esa espiral descendente de causas y efectos, azares, coincidencias y otras razones o estupideces con las que tratamos de explicarnos todo, no se detendrá nunca.

"¿Y si esto es opcional?" retumbó en mi mente. "¿Puedo definir el rumbo?"

"¿El rumbo que yo creo o el que impone la existencia?", me dije.

Pero siguiendo el ritmo oscuro de las últimas horas tampoco tuve la necesidad de encontrarle una explicación a esas interrogantes.

Cerré mis ojos y en silencio, sin remordimientos y con soberbia, apagué el día que no quise vivir creyendo que podía tener otra oportunidad al amanecer.

Unas horas después, por mala o buena suerte o por algo que desconozco, sin razón aparente, me convertí en el sorteado del destino... y nunca más volví a despertar.

Ahora solo me queda esperar a que finalice el tunel para ver si era cierto o no todo lo que creí... ¡qué final!


 



















 



   

 

 
 

domingo, 26 de julio de 2015

Lecciones del pasado



Los rostros de los amores pasados recorrieron mi mente generando explosiones de sentimientos que poco a poco se expandieron en todo mi ser. Eran aquellos con el brillo de la felicidad, la esperanza y el amor, los que se dibujaron en las pláticas, en los minutos compartidos, en las reconciliaciones, en la pasión, en las algarabías de tantas noches. 

Las emociones brotaban en medio de una brisa nocturna que acariciaba hasta mi alma, alrededor de las voces y los meseros corriendo, en esos segundos, poco a poco como si se tratara de un mecanismo divino, comprendí que en aquellos tiempos no habían capacidades de mantener y multiplicar esos momentos de felicidad.

Porque todas las etapas tienen sus luchas de ideales. Cada hombre y mujer defiende sus filosofías, los deseos se anteponen, cada sentimiento se resguarda y nuestras razones las consideramos absolutas, imponentes, adecuadas.

Muchos amores nacen, crecen y mueren cada cierto tiempo, en medio de discusiones vacías, egoísmos, intereses y otras tantas estupideces.

Tuvieron que pasar muchos años para reflexionar sobre la magnitud de la equivocación, para tener la sinceridad de aceptar, sin excusas, los errores y decir con total autoridad: "¡estabas equivocado!"

Cada rostro del pasado tenía un ángel y un demonio, como todos, como cualquiera. Pero todos merecieron amor, del más puro, ese sentimiento disponible en todas las almas pero que pocas logran desarrollar.

En medio de la noche fría, al ver tantas parejas compartir, comprendí que solo el tiempo coloca cada sentimiento en su lugar, cada victoria en su justo puesto y transforma cada derrota en una experiencia o la manda al cajón del olvido.

En pleno renacimiento, con gran parte del alma en calma y con las incertidumbres propias de cada edad adecuadamente controladas, solo así logré aprender la lección de los amores pasados.

De nada sirven las luchas personales, la persecución de tantos ideales si al final no se tiene la capacidad de mantener y multiplicar los momentos de felicidad.





sábado, 6 de junio de 2015

Fernanda Parte XIII


Fernanda estaba encima del cuerpo de Vaquero y al mismo tiempo acariciaba sus enormes brazos. Ambos estaban desnudos en medio de la gran cama del motel.

A simple vista parecía una mujer admirada luego de una noche de intimidad salvaje, al menos eso denotaban sus ojos y sus labios. Pero todo era una máscara, en el corazón de la prostituta la sensación de venganza era la única que habitaba, una actuación a fuerza de odio, no de temor.

Solo dos detalles le quitaron un momento la atención: Vaquero parecía exhausto y su respiración variaba, a pesar del cansancio, tenía la suficiente fuerza para mantenerse alerta; el otro detalle, usó preservativos en todo momento, desde la primera vez que la tomó por sorpresa hasta el último encuentro en la ducha. "El gran criminal de la ciudad no era tonto", pensó la mujer, al mismo tiempo no pudo evitar preguntarse por qué ella no estaba preocupada por su seguridad. "Ya nada importa", dijo en su mente con esa frialdad que la caracterizaba.

Habían pasado cuatro horas, estaba cerca el amanecer y la duda comenzó a crecer en Fernanda ya que no podía pensar en nada hasta tener seguro si Vaquero iba a continuar pagando por sus servicios. Inesperadamente el hombre se vistió y habló: "me acompañarás al menos el fin de semana, no importa la ropa en el lugar a donde vamos", la mirada del hombre fija en la mujer, no era una propuesta era un mandato al que Fernanda no podía, no debía, refutar. "Lo que gustes", dijo la chica. "Bastardo", pensó al mismo tiempo.



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En la casa de seguridad, en uno de los tantos pasajes del centro capitalino, solo habían dos sillones, una cama, una mesa pequeña con cuatro sillas, un refrigerador y una cocina. Cuando Vaquero entró dos de sus lugartenientes lo estaban esperando, uno pequeño, moreno, con sobrepeso y rostro serio; el otro, de piel blanca, delgado, alto y tatuado de ambos antebrazos, era Bruno el más peligroso de la banda solo por debajo del jefe.

Aunque tuvieron una noche de estimulantes, alcohol y mujeres, ya se habían recuperado lo suficiente como para seguir con la vida criminal.

"Déjenme solo unas cuantas horas, luego seguimos con el plan acordado", dijo Vaquero mientras señalaba a Fernanda la cama para que pasara. El jefe estaba cansado, pero se mantenía activo.

"Debemos terminar el plan y acabar con esa célula de enemigos al sur de la capital, no podemos esperar", dijo el hombre de piel blanca, el subjefe de 30 años con ansias de poder. Sabía que cometía un error al levantar el tono de esa forma a Vaquero, pero alguna vez debía arriesgarse si quería darse a respetar. Sus ojos eran igual de fríos que los de su jefe, intimidantes, odiosos. "No podemos descuidarnos...", antes de que Bruno continuara hablando, Vaquero lo observó de tal forma que no hizo falta expresarse verbalmente... la plática se había acabado.

Ambos hombres, que ignoraron en todo momento a Fernanda, salieron de la casa de seguridad. Mientras el pequeño hombre veía el piso y acariciaba la pistola a la altura de su cintura, Bruno miraba al frente, con furia. "Un buen día todo terminara... un buen día estaré en su lugar", el hombre tatuado lo pensaba como su objetivo de vida, sin embargo aún no tenía el valor de acabar con su jefe, era impensable, improbable... al menos por ahora.

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El rostro de la muerte comenzó a tomar forma. No como lo imaginan los vivos, no como nos han enseñado. Esa particular forma aparece en pequeños azares, insignificantes acciones que no dicen nada al ojo humano, pero que lleva el impulso único de la desolación.

En el sur de la capital, los ojos de un hombre  no se apartaban de la fotografía. Las pupilas obsesionadas con la figura en la imagen: el corpulento cuerpo vestido de negro, con el sombrero característico, el bigote de siempre... era Vaquero, el objetivo de este nuevo criminal.
Aunque el humo de los cigarros impregnaba el ambiente, los ojos no parpadeaban, no se movían, brillaban como nunca, con hambre de odio.

Al mismo tiempo, pero en la casa de seguridad, Vaquero tampoco apartaba  la mirada de su objetivo: la espalda y el trasero de Fernanda, quien estaba recostada de lado en la cama, con su rostro frente a la pared. Una mezcla de deseo, atracción y gusto por inflingir dolor invadió al delincuente, solamente posible en la mente de un desequilibrado... eso era el corpulento jefe criminal. En ese instante, en sus ojos, floreció el impulso de matar.

Y cuando la mente del hombre construyó ese escenario, en ese preciso segundo, ambos ojos de Fernanda estaban abiertos, radiantes, con un brillo especial. La mujer que aparentaba dar una siesta miraba fíjamente al concreto. Su mente trabajaba a mil por hora, tejiendo una a una las imágenes, los pensamientos, las intenciones, detallando la acción a tomar para vengarse del culpable de la muerte de su amiga. Ojo por ojo.

En sintonía estaban los tres, el nuevo rufián, Vaquero y la prostituta. Los unía un mismo objetivo: saciar sus más profundas intenciones.

Y en las miradas, la muerte se fortalecía.

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Luego de finalizar tres botellas de cerveza, Vaquero comió un poco y encendió un cigarro. "Te recuerdo cuando entraste al billar hace unas semanas, recuerdo que nos observabas... nunca te había visto. ¿Desde cuándo eres prostituta?", el tono de voz era grave. Fernanda se sorprendió por la buena memoria del sujeto, no contestó al instante porque lo notó pálido, seguía sin dormir sin embargo no cedía al cansancio. "Hace cinco años y parece que seguiré en esto", la mujer lo dijo con franqueza sin mostrar repudio, al contrario, parecía interesada. "Me gusta de hecho, no puedes hacer esto sin saciar algunos deseos", ahora los ojos de la morena estaban fijos en los de Vaquero, por unos segundos dirigió la mirada a la entrepierna del criminal. Ella conocía los puntos débiles, la vulnerabilidad masculina y no fallaba si se lo proponía, se acercó a Vaquero y comenzó la seducción.

Varios minutos después terminaron en el cuarto, sudando de éxtasis. Fernanda soportó una vez más los gustos particulares de un desequilibrado, pero no podía hacer caer a este semental. Ella quería verlo agotado a tal punto que el sueño lo envolviera, pero Vaquero seguía alerta, siempre cuidando detalles, como si fuera a ser atacado en medio de la calma de la casa de seguridad.

Aún así la prostituta no se desesperó tampoco se extrañó cuando vio a Vaquero buscar entre su chaqueta sus estimulantes, legales e ilegales, que le permitían no solo mantenerse en pie, también le daban fuerza. El tipo volvía a recargarse luego de aspirar y fumar, sin contemplaciones. Entonces Fernanda se arriesgó, "podrías darme un poco",  dijo suavemente. Esperó un insulto o incluso un golpe, con este tipo de hombre no podía estar segura, pero el criminal no lo pensó y le ofreció.

"Nos vamos a divertir más", dijo el tipo mientras ambos se acomodaron en los sillones. Pasaron cinco horas, los placeres adictivos permitieron abrir un pequeño espacio de confianza ya que el criminal se relajó, de hecho era inconcebible sospechar de la pequeña, esbelta y atractiva mujer. Vaquero confió en sus fortalezas, en su trayectoria delictiva, su fuerza e influencia, su hombría.

Fernanda preparaba más bebidas y tuvo que pedir otras dosis de estimulantes para superar el cansancio resagado. Aunque estuviera intoxicada, su objetivo se mantenía inmaculado, solo debía esperar el momento.

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Como si la muerte apresurara el paso, esa tarde noche mientras el jefe criminal saciaba sus gustos más exigentes en la casa de seguridad, sus lugartenientes se encontraban en el billar, la base central de la banda, alertas a la espera de la llamada que les diera luz verde para atacar a sus enemigos del sur.

Sin embargo a dos cuadras del lugar, un auto negro se estacionó en la esquina, adentro el nuevo rufián sostenía la misma foto, a ratos la miraba y luego volvía su mirada a la calle. Se mantenía alerta hasta dar con su objetivo.

Tres hombres más lo acompañaban, el objetivo: asesinar a Vaquero, sus acompañantes y romper con la hegemonía de esta banda en un amplio territorio de la capital.

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Todo sucedía al mismo tiempo: mientras los rostros de Vaquero y Fernanda mutaban por el éxtasis tóxico y carnal; en el billar, los rostros de los lugartenientes no mostraban ningún tipo de emoción, solo fumaban y esperaban para atacar a sus enemigos. Y a unos metros del lugar, adentro del automóvil, los enemigos de Vaquero también esperaban.

Entonces la muerte tomó una forma diferente, más clara. Sonó un celular....

Continuará.  







sábado, 16 de mayo de 2015

Recuerdos que marcan


Cada diez años un ser humano cambia tanto de objetivos, metas, también su visión de la vida, quizás incluso de sentimientos. Cada etapa tiene sus felicidades, tristezas, cielos e infiernos. Eso me dijeron hace muchos años.

Pero siempre lo supe desde el primer momento. Cada tarde de invierno desde la sala de mi casa me preguntaba si esa sensación sería pasajera, si a mis 25, 35 incluso a mis 40 años simplemente la consideraría como un simple recuerdo. Tenía la certeza que no.

Era la lluvia, la ventana que daba a la esquina, el rock y la efervecencia adolescente entre 1994 y 1997. Cada uno de estos detalles, por si solos, eran parte de mi felicidad. Pero al unirlos era maravilloso.

Eran las tardes con aroma a lluvia, mezclado con el del cartoncillo de cada uno de mis CD´s favoritos. Todo un ritual de sentir aromas antes del momento cumbre.





Y entonces la sala era invadida por los sonidos, los ritmos que en algunas ocasiones eran profundos y lúgubres.




Y en otros momentos potentes.





Cada pieza, dependiendo de la intensidad, unida a la pasión con la que vivía cada minuto, crearon un espacio en mi corazón. Lo vivía de distintas formas: acostado, leyendo, saltando entre el sillón y el equipo de sonido, sentado, o mi forma favorita: frente a la ventana.

No era egoismo, ni mucho menos que no me importara lo que sucediera a mi alrededor, pero fue la primera vez que sentí que tenía algo propio.

De hecho mis primeros procesos de reflexión profunda los hacía en esas tardes, mis primeras exploraciones internas eran mucho más digeribles al ver el escenario gris de los inviernos y de fondo, el particular rock noventero.

No era un momento de rebeldía para señalar al mundo, como muchos ven al espíritu del rock. Había más que eso. Me dí cuenta que tenía tantas capacidades, sentí como que me desbloquearon parte del cerebro, como si se desbordara mi imaginación, despertó mi creatividad en muchos aspectos: provocó que quisiera leer y escribir mucho más (proceso que comenzó en mi niñez al leer libros de mi papá) y aunque no fue de efecto inmediato, fortaleció las bases de ese hábito.

Plasmar ideas en canciones, cartas inspiradoras hasta simples expresiones personales en muchos de mis cuadernos y archivos. Mucho de eso, que actualmente es parte de mi realidad, tuvo su inicio en los inviernos musicales de mediados de los noventa.

Siempre he visto la vida como un concierto, en donde todos pasan al escenario y tienen su tiempo para darlo todo y mostrar sus capacidades. Que unos aprovechen o no el momento, si unos son más talentosos que otros, o si hay quienes tengan capacidades distintas, todo esos cánones sociales que le dan a los artistas quedan en segundo plano. En mi particular punto de vista de la vida como un concierto, lo más importante es imprimirle pasión, mucha pasión.

Si cada aspecto de nuestra existencia lo viviéramos con ese sentimiento y la energía de un concierto, quizás sería más agradable este camino. Y esto de la pasión, el poder de la música, la creación, la imaginación, el desbloqueo mental se revolucionó en las tardes lluviosas, después de las clases en el colegio, y que siempre se sazonaron con el estridente sonido de mis bandas favoritas.

Muchos se inspiraron en las primaveras, las flores, el sol, la música clásica o un buen libro. Yo fui gris, lluvioso, grunge y apasionado.

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Pasó el tiempo, mucho tiempo y es cierto, la vida cambia cada diez años. Y las necesidades que imponen nuevas metas transforman tu existencia.

Viernes 15 de mayo 2015, cerca de 20 años después, estaba en el asiento del copiloto, el auto estaba estacionado en las afueras de una gasolinera, cerca de San Jacinto en San Salvador.

Decidí escuchar música, como casi siempre. Y sonó una de mis favoritas: "Tremor Christ" de Pearl Jam.

Comencé a ver desde la ventana del auto a todos los conductores que esperaban la luz verde del semáforo. Cada uno de los rostros denotaba un momento de sus vidas: molestia, aburrimiento, desesperación, felicidad, buen humor, o simple seriedad.

Entonces recordé aquella explicación de que la vida cambia cada diez años. Ese constante círculo de búsqueda, de obtención de cuestiones materiales o espirituales, de ser felices, de llegar a casa, de hacer miles de cosas. "Cada etapa tiene sus felicidades, tristezas, cielos e infiernos".

Me puse a pensar en todas mis etapas. En todos los momentos de mi existencia, por cierto el actual es intenso, bastante bueno. Pero hay unos que marcan la vida.

Como una baraja de opciones aparecieron en mi mente. Y sin quererlo o buscarlo, poco a poco unos tomaron fuerza y presencia: la lluvia, el cielo gris, la música, las tardes entre 1994 y 1997. Me vi ante la ventana disfrutando del escenario... y sentí satisfacción, nostalgia, mi corazón creció de felicidad. Volví a poner "Tremor Christ", cerré mis ojos y agradecí por tener unos minutos libres para volver a vivir esos momentos en mi mente. Porque hay muchas experiencias lindas, pero pocas marcan.














domingo, 5 de abril de 2015

El plan fallido

El plan se engendró y la felicidad pintó el horizonte.
La máquina engrasada, el trabajo diario, el futuro cercano.
Eras tu y nadie más, tu figura, tu ser, mi objetivo.
Esa noche de esperanza, con un plan bajo la manga, dormí a mis anchas.

Pero el destino reprobó la opción.
Y la danza de evidencias comenzó.
Te convertiste en la destructora, no por vocación, sino por temor.
Impulsada por la justicia, abrazaste el destino y asesinaste mis sentidos.

Pasaron los años y la guerra era diaria.
La máquina engrasada siguiendo el plan.
Y la espada de tu orgullo en defensa personal.
La evidente agonía lastimaba.

Te defendiste de las deficiencias de mi plan.
El destino no falló, te abrazó, te sanó.
La justicia te exaltó, en cambio a mi, me desnudó.
Quedaste libre para buscar la felicidad.

Tus lágrimas serán vengadas y alguien las convertirá en sonrisas,
Dios y el destino te preparan días para adorar.
Tu silencio será amado por alguien. 
Tu simpleza será el sol de tu amante.

Y con mi plan fallido camino en la oscuridad.
Todo lo imaginado se perdió en lamentos.
Fallé y el destino se encargó de eso.
Solo espero ver la luz, en otro rostro, en otro tiempo.    






sábado, 14 de marzo de 2015

Aromas de un amor


El agua caía entre mis manos y la fruta, mientras tanto los pensamientos me tenían encadenado, uno tras otro se aferraban a mi conciencia.

No eran del todo incómodos, solo eran parte del mecanismo diario que me empuja a planificar todo, esa maquina interna que no da tregua.

Mis ojos en mis manos, pero mi cabeza en otro lado.

Cuando cayó la última gota de agua sobre la verde manzana, por inercia mi mano con el manjar se alejó y logré percibir, sin proponerlo, el aroma de la fruta recién lavada.


Todo lo que estaba en mi mente desapareció. Un mecanismo me sumergió en los archivos de mi pasado hasta llegar a la clase de segundo grado de primaria, escuché el sonido clásico que daba inicio al recreo. Visualicé mi lonchera, dentro de ella, entre otras cosas, una manzana.

Recuerdo que siempre olía las frutas. Cada una con su aroma, pero nada se comparaba a la manzana.

Sin embargo la sensación más especial era la que percibía cuando de tus manos recibía esa fruta humeda.

Inmediatamente tu rostro explotó en mi cabeza, en mi interior. Y recordé la visión que tenía de ti, los sentimientos que movían mi corazón por ti porque en las pequeñas cosas, cotidianas, que quizás hacías por inercia, como lavar una fruta para alimentarme, marcabas mi vida de una manera profunda.

Recuerdo verte grande, fuerte, bella.

Entonces las explosiones sucedieron una tras otra, los recuerdos se amontonaron hasta llenar mi corazón de emociones y mis ojos de lágrimas. Aunque estaba en medio de la cocina mi cerebro, estimulado por el pasado, activó otro aroma, uno inigualable: cuadernos forrados con plástico.


Como una película, me transporté hasta los pasillos de las librerías, a la mesa de la sala donde estaban todos los cuadernos, al momento en que los ordenabas, uno a uno, cuando terminabas de forrarlos. Recuerdo tomarlos y sentir ese aroma, luego te veía, cada cierto tiempo volvía a verte mientras fijabas tu mirada en la tijera y el plástico.

No sé qué pensabas, que querías o anhelabas nunca lo pregunté, no tenía la capacidad, era un niño. Tampoco me preguntaste que sentía o pensaba en esos momentos, pero seguramente no habría podido explicarte lo importante que eras para mi. Habría callado y me habría apenado porque era demasiado amor para un chico.

En esos silencios mientras compartíamos juntos quizás estabas encadenada a tus emociones de adulta, de madre y esposa; mientras, en mi interior las emociones se inmortalizaron, te quedaste en mi memoria, tus ojos, tu rostro, toda tu presencia se mezcló con los aromas de los cuadernos, de las manzanas.

Y ahora, 28 años después lo vivo intensamente en una noche cualquiera, en medio de la cocina de la casa silenciosa y oscura.

Aquí estoy con mi alma encendida, con mis recuerdos frescos con todo el peso que dejaste sobre mi y con la impotencia de querer volver al pasado para decirte todo lo que siento, para hacerte saber lo importante que eres.

Entonces seco mis lágrimas, respiro fuerte, profundo y vuelvo a la serenidad.

Porque solo es cuestión de tiempo para que volvamos a recordarlo todo, para contarte al oido mientras nos fundimos en un abrazo eterno las veces que esos aromas únicos, singulares, me hicieron tenerte presente.

domingo, 22 de febrero de 2015

Fernanda Parte XII

La muerte espera.


No importa el tiempo, siempre llega el inicio de su misión esencial.

Las causas, los azares, el destino, el tiempo. Todo comenzó a conjugarse.

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Fernanda pensaba mucho en la muerte, el momento en que su vida se apagaría. Si tenía que escoger, prefería una muerte mientras dormía. Pero sus pesadillas la atormentaron durante mucho tiempo con un desenlace violento, sangriento, doloroso.

Esta vez sus sentimientos eran una coraza poderosa. La frialdad en su máxima expresión. Vaquero aceleraba el auto pero el corazón de Fernanda no se estremecía, su alma estaba en combustión por el odio acumulado.

Cuando se suponía que debía temblar, mostraba una sonrisa genuina porque al fin estaba en el lugar indicado.

Pero no era la única que se sentía afortunada.

Vaquero, pese a estar drogado, también planificaba, conspiraba. En su mente lo tenía claro: abusar de la pequeña prostituta era ineludible.
Ese hombre alto, fornido, de ojos claros, bigote y rostro duro, lideraba a la principal banda criminal de la ciudad, no le temía a nada. "Ha llegado el momento de entretenerme", imaginó mientras conducía su auto a la entrada de uno de los tantos moteles de la ciudad.

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Hay clientes que conversan, tratan de tener una conexión con la prostituta, aunque sea mínima, Fernanda lo sabía muy bien. Pero esta noche era diferente, ni ella lo esperaba ni Vaquero estaba en esa disposición.

El hombre se encerró en el baño sin dar explicaciones. Activó su celular y llamó a sus lugartenientes, "la reunión tendrá que esperar yo les aviso, lo que si quiero es que la casa de seguridad esté a mi disposición este fin de semana. Luego les explico", la voz de Vaquero era entrecortada, con un tono grave, como queriendo esconder lo que sentía. Sus hombres lo conocían muy bien y por temor o respeto no opinaban aunque esperaban que un día todo cambiara.

El criminal tomó un baño para tratar de relajarse pero era una tarea complicada, Vaquero tenía una debilidad: su repertorio de adicciones.

No solo bebía, fumaba, se drogaba y abusaba de medicamentos, también estaba atado al sexo, a las mujeres, al poder y al dinero. Todo le era permitido para lograr sus objetivos, su estrategia más eficaz era la violencia.
Este hombre dormía muy poco y si algo nunca se permitió era un tiempo para relajarse. Su vida era demasiado acelerada en todos los aspectos.

El agua fría recorría su cuerpo y calmó un poco su situación, logró enfocarse, pudo salir del éxtasis de la droga gracias a calmantes y estimulantes que portaba en su chaqueta. Poco a poco se recuperó pero no para relajarse, eso jamás, ahora quería alcohol.

Salió del baño solo con la toalla y sin percatarse de Fernanda tomó el teléfono pidió comida y cervezas. Luego se acostó, encendió un cigarrillo y se puso a ver televisión. Nunca vio a la prostituta, no le puso atención. Esa era una de sus actitudes que lo caracterizaban, la indiferencia.

Mientras Vaquero seguía su plan ignoraba que Fernanda tenía el propio. La joven estaba preparada para estar con él, sabía que no sería sencillo lidiar con este criminal pero su objetivo era ganarse su confianza.

"Quiero tomar un baño también, sería buena idea. Podrías relajarte un poco o si quieres comenzamos, lo que me digas", la mujer lo dijo con esa sensualidad que muy pocas prostitutas tenían. A Vaquero le pareció buena la idea además quería tomar y comer algo antes de su faena carnal. "Puedes ir", lo dijo siempre sin verla.

Fernanda encendió la regadera pero no disfrutó del agua, solo imaginaba la escena de Vaquero golpeando a su amiga, Angie. La última discusión que tuvo con ella, su rostro desesperado cuando supo que perdió a su bebé, y la culpa, la dolorosa culpa que cargaba por haber sido ella la que dio la mala noticia, la forma de gritarle la verdad, eso era lo que hundía su corazón.

"Voy a matarte maldito y disfrutaré tu maldita muerte, bastardo", se dijo así misma mientras el agua caía en su rostro.

Secó su cuerpo rápidamente y cuando salió del baño vio una botella de cerveza vacía en la cama pero Vaquero no estaba.

Entonces sintió los poderosos brazos del hombre que la abrazaban desde atrás, él la levantó y la llevó hasta la cama. La sorpresa fue total. Si bien  Fernanda se había preparado para este momento, estaba desprevenida, fue un error que debía superar y rápido, debía actuar, no dejarse intimidar.

"Eres un hombre fuerte... me gusta", dijo instintivamente. Pero Vaquero estaba poseído por una de sus más fuertes ataduras: el sexo. No escuchaba nada de lo que decía Fernanda, solo actuaba, solo se saciaba con el pequeño cuerpo. No era decente, no era amable, era duro, apasionadamente violento.

En algunos momentos lastimaba en otros apretaba justamente para dar placer y no ocasionar dolor, lo hacía por instinto mostrando que era un hábito cultivado por los años, no tenía pena o cortesía, simplemente su repertorio amante era fuerte.
Vaquero había perdido la visión, no podía diferenciar si la mujer lo disfrutaba o fingía hacerlo, muchas de sus parejas por temor a represalias actuaban; habían otras que sí lo disfrutaban, y se sometían con pasión. Pero los años en la criminalidad y las adicciones ya habían dejado un rastro en su cerebro y su accionar: solo actuaba, como si fuera activado a control remoto por un demonio.

Fernanda, si bien es cierto había tenido clientes exigentes, apasionados, masoquistas, alcohólicos e incluso bisexuales, nunca había compartido cama con alguien violento en el sexo. Solo cerró sus ojos mientras su cuerpo era sometido y tomado violentamente.

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Recordó aquellos momentos difíciles con su familia, las golpizas que recibía de sus padres,  las veces que fue humillada en las calles, la ocasión que fue golpeada brutalmente por un cliente, el sufrimiento de Angie...  pero también su mente activó el especial, dulce y excitante momento de estar entre los brazos de César, de ser penetrada mientras ese olor de fragancia y piel masculina la impregnaban, los segundos en los que sus ojos se hipnotizaban por el rostro delicado de aquel joven.
Todas esas emociones explotaban en su interior, en lo más profundo, como un recordatorio, como un llamado, como una advertencia que había llegado el momento de darle rienda suelta a la locura, el odio, a las máscaras que tan bien podía manejar y que la vida le había impuesto utilizar. Esta vez tenía su mayor prueba.

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Abrió sus ojos y comenzó a compenetrarse en el particular terremoto sexual llamado Vaquero, poco a poco su mirada se transformó en una de lujuría, de sed por más, su cuerpo encontró el éxtasis necesario porque algo era vital, había que vivirlo, no solo actuarlo. Al fin, sin pensarlo tanto tomó la iniciativa.
"¡Así! eso quieres, hazlo ¡hazlo! no te detengás hasta partirme en dos", las palabras fluían. Su lenguaje y sus movimientos se unieron como las llamas que aumentan su potencia.
Si Vaquero era manejado a control remoto por un demonio, el que tomó el control de Fernanda era mucho más perverso a tal punto que, lo ardiente de la escena, impactó al jefe criminal, por primera vez puso atención en su pareja.
Con los segundos el ritmo cambió, el hombre perdió la concentración y poco a poco, inevitablemente, lo llevó al climax. Uno que pocas veces había experimentado.

El sudor, el cansancio, los ojos cerrados violentamente, los gritos, la lujuría se apoderó de los dos cuerpos febriles de placer,  de los corazones oscuros de ambos animales, porque eso eran en ese momento.

Poco a poco la pasión fue cediendo hasta que el acto finalizó de imprevisto, de golpe y sin anuncios, así como había comenzado. "Nos divertiremos", dijo Vaquero jadeando fuertemente mientras sostenía del cabello a Fernanda. El hombre enloqueció por la perversa idea. Pero la mirada de la mujer, ardiente,  terminó por atraparlo en una espiral de pecado.

"Estoy lista" dijo la chica.

Al mismo tiempo el sentimiento de venganza hacía bombear mucha más sangre del corazón de Fernanda, ese momento también era placentero.

"Estoy lista para llevarte a la muerte... maldito", pensó con determinación mientras acariciaba la mano que sometía su cabeza.




Continuará.