sábado, 28 de septiembre de 2019
En la mesa de los raros
Con los cuatro ojos y trompudos
Con los viejos aburridos y niños dormidos
Entre los dignos de apodos
Entre los menos agraciados
Con los más señalados
Pedí asiento en la mesa de los raros
Porque soy raro
Mi barba larga y mil pensamientos
Mi falta de tiempo mezclada con sueños
Mi carota sin gracia y mi boca sin palabras
Nos vimos a los ojos con ganas de leernos
Los ví sin recelos y aire para entendernos
Pero hay unos raros que no se creen raros
Caminan en las calles de la normalidad
Y toman de la copa de la multitud
Entre viejitas perdidas, tiernos sin gracia, raras y feos
Entre los que no combinan y se les cae la comida
Con los risas chuecas, hartones y bobalicones
Con los lentos y callados
Ahí estoy
Pedí sentarme en la mesa de los raros
Porque aunque somos desconocidos, nos conocemos
Caminamos junto a los demás, pero no somos los demás
Los de corazón lavado y cocido
Los de ocurrencias extrañas, los menos populares
No nos mentimos. Los raros no se mienten
Nos reimos de nosotros mismos
Nos cuesta aceptarnos
Nos cuesta querernos
Pero cuando lo logramos, vivimos en caminos alternos
Pedí sentarme en la mesa de los raros
Porque no creen que lo soy
Creen que miento, creen que soy creído
Creen, pero no saben; sospechan, pero ignoran
Me acomodo, a mis anchas, en la mesa de los raros
Porque soy el especimen más raro de este circo humano
domingo, 18 de agosto de 2019
El séptimo día
No hay día sin queja y noche sin lamento.
Los anheladores compulsivos, insaciables.
No hay día sin guerra y noche sin deseos.
De la ira a la inocencia y el dedo acusador, todo en uno. Estirpe demente.
No hay día sin crítica y noche que nos sorprenda sin odio.
¡Danos la crítica nuestra de cada día, amén!
No hay día sin doble moral y noche sin rezos.
Dios allá y Yo aquí. Dios en la lejanía, ayúdame. En ese orden. Buenos religiosos.
No hay día sin adular y noche sin señalamientos.
Nuestra mano siempre al gentil, nuestra lástima al necesitado. Pobrecitos.
No hay día sin necesidad y noche sin envidia.
Ansiamos mucho, queremos poco. Éxito ajeno, dolor interno.
Y en el séptimo día... se descansa.
¡Los adoradores de fines de semana!
Seamos buenos, hermanos. Iglesia más food court, igual a gozo.
Seamos acordes, gente. Celulares más netflix, igual a gozo. Ahora la casa tiene sentido.
Seamos acordes, mayoría. Día de maíz, queso, frijol, sodas y selfies. Gozo.
¡Mañana listos para repitir la historia!
Suframos... un día a la vez.
Letras desde los alaridos
"Tenemos un espacio en la zona de los juegos para niños."
Acepté la condición inmediatamente. Ya era tarde y no podía perder más tiempo, esto de escribir no es moda, ni apariencia, mucho menos aspirar a un estatus. Es simple necesidad, de esas que carcomen si no se satisfacen.
Era un bullicio total. Un desorden de sábado por la tarde. Llantos y carcajadas se mezclaban con los clásicos alaridos de la adrenalina infantil, esa emoción incomprendida. Si ya les describí los sonidos, imaginen las cosas y la gente: habían calcetines y zapatos regados por el piso, meseras esquivando los pequeños cuerpos en movimiento. Y ahí estaban las mamás, entre la charla y la vigilancia. Unas más cansadas que otras, la mayoría atentas y unas pocas sucumbían a la desesperación con rostro de "¿qué estaré pagando?"
A todas les cambiaba el semblante a cada momento: cuando hablaban entre ellas, asombro e interés; cuando debían atender a sus vástagos, de cariño, autoridad o molestia.
Eso de querer inspirarse para un profundo ensayo de cuánto me sorprenden las características sociales de mis más cercanos colaboradores, era imposible. Pero como mis días son febriles, camino y vivo ansioso por expresar, entonces abrí mi mente, me quité los audífonos y dejé que los gritos pueriles desempolvaran la inspiración. Complicada misión porque unos alaridos eran tan agudos que casi provocan que corriera del lugar. Pero aguanté.
Y llegó lo que necesitaba: un golpe de memoria de aquel chiquillo gritón y sentimental. Aquel gordito insaciable por jugar, soñador de primera, que no necesitaba de mucho para armar tremendos juegos mentales ¡Como me divertía crear historias!
"Luchadores contra soldados". "El ataque al fuerte Knox". "Los campeonatos de basquetbol musical". "Los juegos sangrientos". "La muerte súbita de los penales". "El mundo de las alcantarillas". "Las bandas de rock" y muchas otras creaciones de las que quedan poco rastro en una mente excitada e instrospectiva.
Recordé las tardes en casa. Aunque me miraban jugar solo, muy poco compartía de mis pensamientos. Todo era insumo interno para divertirme, se me ensanchaba el pecho y sentía una felicidad indescriptible cada vez que me sumergía en mis fantasías. Años de gloria sincera, sin manchas.
Antes de seguir la historia, acaba de caerse un niño y comenzó el llanto. Todo se detiene. El debate en una de las mesas de mamás entró en pausa y la susodicha madre del lastimado cruzó el salón a toda prisa para hacerla de doctor. Unos segundos bastaron para darme cuenta que era un rasguño mínino, mucha lágrima y nada de daño. "Mono chillón", recordé las palabras de mi mamá.
Vuelvo a la computadora.
¿Jugar con los compañeros o jugar solo? Difícil decisión... pero hay una respuesta: siempre me sentí mucho más realizado cuando me dejaba llevar por mis fantasías. En cualquier momento podía divertirme. Felicidad exprés, sin intermediarios.
Por cierto no recuerdo la frontera, el límite entre mis juegos mentales infantiles y los adultos. Claro que ahora no me verán tirado en el suelo ordenando muñecos,uno a uno con su nombre propio, para una batalla sin tregua en las profundidas de una alcantarilla imaginaria o de una fabrica abandonada que una vez soñé (la cual me sirvió de inspiración para crear tantos escenarios).
Ahora es diferente, tengo otros pasatiempos cerebrales: "¡El matrix musical - deportista!", "500, la chamarra mágica" y "La gran verdad" ¿de qué se tratan? aún se mantiene aquella ley de mi niñez: comparto poco.
Para este momento los gritos en el salón aumentan... en cantidad y sonido. Las madres no paran de platicar y vigilar. Solo hay una señora que se ha quedado con la mirada perdida. ¿Estará sumergida en algún juego mental, en un escenario a donde es una heroína que salva a una raza inferior? Ojalá.
Me pregunto si los chiquillos de hoy fantasean de tal manera que ignoren todo su alrededor. ¡Claro que sí! pero la mayor inspiración es un celular inteligente. Signo de los tiempos.
Veo mi taza vacía y algunos chicos fueron obligados a comer. Pasamos del bullicio desesperante al ruido normal, uno que otro grito rompe la paciencia, pero nada más que lamentar.
La tarde cedió a la oscuridad. El tiempo pasa muy rápido, demasiado como para no aprovecharlo. No sé si pierdo minutos valiosos en juegos mentales, probablemente sí. ¿Pero qué sería sin mis historias?
Soy muy poco sin mis procesos, debo aceptarlo. Desde el chiquillo gordo y divertido hasta el hombre introspectivo de hoy, sin juegos mentales y esas interrogantes que arropan mi interior, no sería nada.
Por eso cuando llega el momento libre de la semana, debo escribir, es una misión ineludible, valiosa y transparente. No solo es expresar a la ligera, es un mecanismo de vida para este inquieto ser.
Me levanté de mi mesa y busqué la salida. Parecía un extraño en medio de tanta mamá e hijos. Por cierto, nunca llegaron los papás. Quisiera creer que se atrasaron pero que al menos existen.
Otro signo de los tiempos.
Soy muy poco sin mis procesos, debo aceptarlo. Desde el chiquillo gordo y divertido hasta el hombre introspectivo de hoy, sin juegos mentales y esas interrogantes que arropan mi interior, no sería nada.
Por eso cuando llega el momento libre de la semana, debo escribir, es una misión ineludible, valiosa y transparente. No solo es expresar a la ligera, es un mecanismo de vida para este inquieto ser.
Me levanté de mi mesa y busqué la salida. Parecía un extraño en medio de tanta mamá e hijos. Por cierto, nunca llegaron los papás. Quisiera creer que se atrasaron pero que al menos existen.
Otro signo de los tiempos.
sábado, 3 de agosto de 2019
Pecas y ojos saltones
Sandra tiene cachetes grandes, piel blanca mezclada con rosa, pecas por doquier, ojos verdes, labios grandes y la nariz chata. Adolescencia triste en rostro serio. Una chica que no pasa desapercibida, pero que se excluye del mundo por voluntad propia, por el control remoto de una baja autoestima mezclada con sobrepeso.
Un día, Sandra fijó su mirada. Desde la ventana del bus, vio a un chico en la parte trasera de un auto.
Paolo tiene ojos saltones cafés como el caramelo, empañados por unos lentes sucios. Mirada chispa en rostro tímido y delgado, trigueño. Es un chico al que las ganas de opinar se las quitaron a puro palo. Un control remoto instaurado desde muy pequeño le dictaba que era mejor callar.
Cuando las miradas adolescentes se unieron, se admiraron y se apenaron, se perdieron por un momento, para luego reencontrarse con esa timidez clásica de los inseguros, de los vírgenes pero con ganas de romperse todo.
El rojo del semáforo fue largo. Suficiente para que ambos se dieran cuenta de que no iba a pasar nada, pero sintieran qué lindo fuera darle rienda suelta a esa química excitante de la pubertad.
Ambos siguieron sus caminos, hasta que el tiempo les dio su lugar.
Sandra perdió los cachetes grandes y cambió a un rostro delgado, pecas en mejillas perfectamente maquilladas, ojos verdes sensuales en cuerpo de fuego. Un monumento.
Los años rompieron las virginidades de todo tipo, atrás quedó la timidez regordeta, el maldito control remoto explotó con la fuerza de besos, olores, fluidos, ahuevadas, confrontaciones y el sabor de la rebeldía a golpe de sensualidad. Sandra era Sandrota.
Paolo aprendió que sus ojos saltones, al fin y al cabo, no hacen la diferencia. Como todos, probó de todo, o casi todo. En una sociedad machista, sus miedos se convirtieron en armas, su chip silencioso dio paso a una lengua incontrolable que entraba y salía obsesivamente de cuanto orificio femenino alcanzaba. Hablaba hasta por los codos y, si no lo escuchaban, se hacía escuchar. Paolito era un hijo de puta.
Sandra pecas maquilladas aprendió con los años que no todo favorecía. Ojos verdes cansados de buscar amor y recibir decepciones, cuerpo cambiante, tallas más tallas menos ¡una locura cada año nuevo!
Lo sexi se encarecía en contraste con lo barato y estropeados que le salían los novios. ¡Sandra, hija mía, qué te está pasando! "Quizás sea hora de definir ser la tía borracha o morir en el intento de ser lo que todos esperan", Sandrita lo pensaba mucho. Se interrogaba mucho en la crisis de la media vida.
En Paolo ojos caramelo brotó una panza de vida... ¡pero alcohólica!
Solo engendraba problemas. Atrás quedó el apasionado don Juan. Ahora, el maltrecho hombre dividía su vida con el papel de trabajador de lunes a jueves y el de piltrafa humana cada fin de semana. Paolito, con la juventud ya caducada, probó las mieles amargas y residuales de la sociedad.
El semáforo en rojo parecía largo en la vida de ambos.
Y en ese lapso, se toparon con otro semáforo en rojo, el de la avenida Bernal en tráfico matutino. Sandra pómulos rojos volvió a ver a su derecha y se encontró con los ojos saltones y cafés de Paolo. Fue un rato de miradas que se perdían y cruzaban, esta vez con más conciencia que aquellas tímidas de la adolescencia. Ahora sí quedó grabado el momento, lo suficiente para que aflorara el recuerdo un mes, dos semanas, cuatro días, once horas, tres minutos y diez segundos después, cuando se encontraron en la sala de espera del consultorio del psicólogo al que acudían para tratar de enderezar sus vidas.
Paolo creyó. Sandra creyó. Y todo mezclado con el psicoanálisis del discípulo de Freud, quien agradecía la gran confusión que ambos tenían, provocó que un sábado por la noche se rompieran a besos y terminaran cansados en una cama de motel jurando, en sus interiores, que habían encontrado a la persona ideal. No tenían compromisos con nadie, solo con sus vidas turbulentas, así que se definieron.
Le hicieron huevos y ovarios porque eso del amor, o lo que quiera que signifique en el mundo de las relaciones de pareja, no es sencillo. Se quedaron juntos y procrearon sin pausa decorosa a Pedro, el pecoso, y Carmencita, la divina trigueña con lindos ojos cafés.
Don Paolo redujo las cervezas lo suficiente como para ser sociable, aunque mantenía su panza grande y redonda que combinaba con sus ojos saltones.
Al otro lado del sillón, la señora Sandra con un té endulzado con químicos que no engordan, pero que intoxican, luchaba por mantener su belleza a toda costa. Sus ojos verdes mostraban cansancio.
Y desde ese lugar, frente a la gran pantalla con una nitidez perfecta, manejaban a control remoto a sus hijos. A Pedrito, el gordito pecoso, no hacía falta gritarle mucho, era calladito y para ellos era un signo de "bonito". No sabían que Pedrito era como su mami, aquella chica insegura con baja autoestima y sobrepeso. "Calladito te ves más bonito" ¡maldición de lema de una sociedad doble moral!
Con Carmencita, lindura de niña, el control era mayor. Opinaba, gritaba, lloraba, pataleaba, era un torbellino de emociones, de necesidades sentimentales. Mamá y papá no querían terminar en la cárcel pero ¡qué ganas tenían de darle una golpiza! Como aquellas de antes de la ley de protección a la niñez. Por eso gritaban mucho, casi siempre.
Entonces Paolo ojos saltones y Sandra chele ojos verdes, dejaron de ver la televisión y volvieron a verse sin quererlo, como de costumbre.
"Creo que te conocí desde siempre" dijo el hombre.
"Pienso lo mismo...", sonrisa amable, mirada comprensiva aunque con alma confundida.
"Quizás nos cruzamos antes de conocernos..."
"Quizás".
Los ojos caramelo de Paolo y los verdes de Sandra se despidieron y volvieron a la pantalla en busca de una serie para darle sentido a las próximas horas, días, meses, años.
Mientras tanto, Pedrito pecas grandes, arrimó su gordito cuerpo a la ventana y no quitó la mirada ahuevada. Ya sudaba adolescente sus olores raros. Ya buscaba, ya pensaba distinto, ya se excitaba.
Y Carmencita también tenía su ventana. También sudaba distinto, percibía distinto, quería distinto.
Su rostro chispa, vivo, expresivo, con ese espíritu indomable que, a cada grito acalorado de sus padres, se encendía más. Carmencita, única, con sus lindísimos ojos color caramelo, incomparables, también fijo su mirada.
Entonces comenzó otra historia.
sábado, 13 de julio de 2019
De afanes y esperanzas
Nunca fue más grande el afán. Inédito es este sueño profundo por un porvenir, aunque a ratos esa esperanza parezca un espejismo.
Todavía estudio el rastro del pasado para entender mi presente. ¿Cómo se puede evolucionar en un ser nunca pensado, nunca esperado? Quizás sea lo más común y me lo tomo como un gran acontecimiento. Quizás sea una rareza y pertenezco a una clase humana diferente.
A lo mejor solo soy un tipo que vive de sueños y se olvida del día terrenal.
Todo es diferente. El agua de la mañana aviva los planes, el café del desayuno los activa y mi alrededor es el verdadero combustible de la máquina de sueños; aunque debo aceptar que hay excepciones que plantan la duda, hay amores que me hacen recapacitar y le susurran al oido aventurero: "no nos pierdas".
Estos días pueden ser el pasado de un futuro excepcional o el de la historia final del que nunca pudo encontrar la esencia de la existencia. Por primera vez tengo claro a que se enfrentarían mis acciones. Atemoriza el contraste, claro que si, pero tener conciencia de las probabilidades es un respiro.
Cada paso lo imagino en otros escenarios. Cada suspiro es un impulso. Cada testimonio es un llamado de urgencia y cada idea de los detestables, una energía poderosa que afianza la búsqueda.
O todo se mueve para preparar condiciones o seré el campeón de la ingenuidad. Al menos conocer los posibles resultados es un pequeño alivio.
Y este ejercicio de contar parte de la historia es enriquecedor: prepara el alma, le da sentido a los minutos, es una parte del testimonio de una vida rica en contrastes, abundante en análisis, vasta en imaginación, crítica por definición.
Nunca tuve más necesidad de expresarme hasta hoy, esta etapa del viaje es interesante, apasionada y divertida. Todo lo que suceda importa, todo lo que pueda pasar será escrito, esta mente se desnudará en páginas y su contenido quedará a disposición de los corazones, será luz de pláticas y debates o de críticas mezcladas con burlas. Será un episodio inadvertido para los que solo viven y una fuente variada de sentimientos para los curiosos.
No se vale solo vivir.
Hay que buscar trascender hasta el último respiro.
domingo, 9 de junio de 2019
Soy testigo de tus muertos
No quiero los soles de tu devoción
Ni los ídolos hipócritas de tu adoración
De tus besos escapo y de tu seno me escondo
No he crecido en tus parajes
No soy labrado en religiones y majestades
No tengo tus colores y pasiones
Con cara a tus siervos pero con corazón escondido
Camino y soy testigo
No tienes héroes ni mártires, solo muertos y olvidos
Exaltas tu sangre, la sangre cobarde
Tus siglos te condenan como alma errante
Tus senderos opacos, cínicos y lamentables
Nunca serás un puño que incite
Ni una tormenta que lave
No tienes llamas en vientos arrasantes
Eres del día a día, sin registros
Un teatro de mentiras
Un cúmulo de penas que abandona y asesina
Estás hecha de legado maldito
De reyes antiguos y despiadados
Enferman tu tierra, contaminan tu circo
Que los años se apiaden
Que tus tierras renazcan
Hasta ese día, eres prisión que desgasta
sábado, 8 de junio de 2019
Los últimos días de una década
Aún me falta encontrar la fuga de tiempo que desangra mis días. Ese desperdicio de segundos no ha sido mínimo; al contrario, los años de fugas han dejado grandes vacíos y paradójicamente con pocos archivos en la memoria. Tiempo muerto.
No se es conciente de esa pérdida hasta que resumimos nuestro papel antes de finalizar una década más de respirar.
Y este proceso de introspección no es sencillo; fastidia y es sumamente cansado, debilita hasta al más entero de los pensadores. Sería fácil y cómodo cerrar este tema con el clásico arranque de aceptación de que la vida es una y simplemente hay que vivirla. ¡Pues qué diablos he hecho sino vivirla! ¡La he vivido como todos, con mis particularidades pero con la generalidad que comprende al ser humano!
Acoplar felicidades, administrar tristezas, evitar perversidades o darles espacio, en busca de amor o lo más parecido a eso, experimentar placeres, atesorar cosas, dinero, momentos o nada... andar por ahí y encontrarle un sentido a esta existencia que a veces, en el concierto de los seres humanos, es un sinsentido.
¿Eso es todo? ¿De eso se trata "la vida"?
No lo sé. Cada final de una década me desnuda una vez más. Porque ya fui natural y espontáneo, porque ya probé mieles de locura y pasión, ya engordé de gula, vomité lujuria y repasé las prohibiciones capitales en carne y en mente, he tratado de entender ese impulso humano de querer normar y rectificar a la naturaleza. Aún no lo entiendo.
Ya me dejé llevar. ¿Y ahora?
¿Otra ronda de años para repetir lo mismo pero en distintas latitudes? o en el peor de los casos: repetir lo mismo sin cambiar las maneras, como las moscas que se golpean una y otra vez contra el vidrio.
No lo sé. La muerte de una década me deja los mismos aires de ansiedad pero con enfoque distinto. Ya me calmé y dejé por un tiempo a la naturaleza y al ser superior que moldearan mi ser; ya me rendí y volví a pelear, una y otra vez.
Como todos he caminado en direcciones que no me llevaron a nada o a muy poco, eso depende del grado de profundidad y complejidad con el que se vea este paseo en la Tierra.
¿Y ahora qué puedo esperar?
Porque ya cumplí mis sueños pueriles, juveniles, apasionados, rebeldes, tercos y simples. Los que me faltan materializar son los que incluyen las edades que impone la existencia.
No lo sé. Esa visión del porvenir me deja vulnerable otra vez. Repetir el proceso de la incertidumbre de la muerte, solo que esta vez con la cercanía inevitable que traza el tiempo.
Un día minimizamos la vida, en ocasiones la culpamos de tristezas y frustraciones; incluso, en arranques de emociones, hasta osamos querer perderla. Pero cuando sentimos el primer aliento de la muerte nos aferramos a lo material con todas las fuerzas. Así de incoherentes los que nos quedamos hasta que el cuerpo se apaga, un renglón aparte tienen aquellos que decidieron poner fin con la propia mano al funcionamiento de la sangre, sus casos son debatibles y hasta pueden comprenderse pero nunca, bajo ninguna circunstancia, imitables.
No lo sé. Quizás son los delirios por el fin de otra década. Por eso me pregunto a dónde está la fuga de tiempo que ha desangrado mis días. ¿A dónde y en qué he desperdiciado segundos?
Los clásicos conceptos de la vida prestada, de la vida única, de la búsqueda de felicidad en lugar de la incómoda introspección y problematización de las cosas, no son bienvenidos y no serán fuegos que iluminen caminos.
Me queda la mitad de la vida o los siguientes momentos, nunca se sabe, para encontrar respuestas sin fugas de minutos, sin desidia, sin miedo.
Sin miedo aunque nuestra existencia sea tan delicada.
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