Hoy me acosté por la tarde
El techo como escenario
Los momentos pasados
Uno a uno, sin cesar
Hoy cerré los ojos
Sin soñar, sin descansar, sin paz
Sombras y recuerdos
En una danza en la oscuridad
Hoy intenté vivir
Cada momento, cada segundo
Y el tiempo como testigo
Susurrando dolor
Hoy perdí
Hoy no me levanté
Hoy dejé pasar la vida
Hoy no me importó
Podría explicar, excusarme, discutir
Y continuar una eterna disputa
Pero el tiempo como testigo
Advierte una pronta partida
sábado, 21 de enero de 2017
sábado, 23 de julio de 2016
El pecador nocturno
Los susurros aumentaron entre las mesas del salón. Era el momento de entablar pláticas, protocolorias si se quiere, no importa, ese buen modal de no permitir silencios incómodos afloró en cada uno de los invitados.
Miradas de aceptación, de sorpresa, secretos al oído, sonrisas conspirativas, o naturales, quizás hipócritas, nunca lo sabrá el pecador nocturno, con esa identidad se sentía cómodo uno de los tantos hombres maduros sentado en las mesas.
Aunque la cena era para agasajar a un grupo de trabajadores, y había lazos de mutuo interés entre organizadores e invitados, el tiempo acomodó a cada uno en sus respectivos grupos; los minutos, que parecieron largos, emparejaron gustos, trabajos, visiones y cercanías. Y en un sector, al fondo del salón, quedaron aquellos dueños de la fiesta, del sistema, de los que mueven y tensan las cuerdas de una sociedad. Y en el resto de las mesas, los asalariados agradecidos por un trabajo, aunque este fuera devaluado, extremadamente devaluado.
Ahí estaban todos con los buenos modales, mientras los meseros servían las bebidas. Se notaba quienes tenían buen gusto debido a una educación y quienes por la necesidad de acoplarse, se vieron forzados a tenerlos. Las miradas, principalmente, y la forma de actuar, delataron a unos y a otros. El pecador nocturno, con un ojo experto a fuerza de años y experiencia, analizó cada uno de los rostros, los movimientos de las manos, pero especialmente las miradas. Después de algunos minutos, ya tenía una visión general de los presentes y algunas de sus características.
El inconveniente, pensó el hombre, era hablar. Cuando le tocaba su turno era incómodo, y con el tiempo se volvía una desagradable experiencia. Aunque la sensación era interna, en el exterior, sus ojos, su sonrisa y su amabilidad estaban a la altura de las expectativas, de las reuniones. Pero su limitada capacidad para entablar conversaciones contrastaba con su bien experimentada capacidad de escuchar, sí, esa era la mejor de sus ventajas. ¿Quién no quiere ser escuchado?
El pecador nocturno habló lo necesario y si debía mantener un silencio incómodo, lo hacía, no tenía problemas con eso, mucho menos en esta era de teléfonos inteligentes y redes sociales. Pasó de ser una interesante persona con quien hablar, al tipo silencioso de la mesa.
Entonces, llegó el momento más cómico: servirse los alimentos, era de las escenas preferidas para el hombre silencioso. Sus ojos estaban fijos en las miradas de los presentes, gozaba ver como las personas mostraban sus emociones, por ejemplo al presenciar los filetes de carne. Cuando el olfato y la vista están concentrados en la comida, muchos se delatan, es una forma gratuita de presentarse, sin realmente querer hacerlo, eso lo sabía muy bien el pecador nocturno.
Comer era otro momento muy estudiado por el hombre de pocas palabras, vital para conocer a las personas. Recordó a todos los que ha visto masticar, desde los enemigos hasta los queridos, desde los jefes hasta los compañeros de estudios, incluso muchos desconocidos en centros comerciales y restaurantes. Todos fueron sus exámenes, sus pruebas y errores para afinar su ojo.
Con sus allegados comiendo, y luego de relacionarse con ellos un tiempo considerable, logró reconocer estados de ánimo, secretos, mentiras, verdades, falsas felicidades, gozo auténtico, buenas personas y miserables hipócritas. Pero en la cena de celebración a la que fue invitado, se limitó a comer, tenía hambre.
Al finalizar su plato volvió a lo suyo. Y observó a los de la mesa exclusiva, luego a los trabajadores que se convirtieron en buscadores compulsivos de alcohol, a las mujeres de ambos estratos sociales, a los hipócritas en busca de un ascenso, a quienes simplemente reían sin quererlo, a los adictos a la tecnología quienes eran la mayoría, el poder del celular inteligente tenía a ricos y proletarios enganchados, en eso sí que no había diferencia.
Habló lo necesario, sonrió con balance, opinó con aparente interés, detalló sus experiencias con una mezcla bien trabajada de mentiras y verdades. Y así pasó el tiempo, en medio de los susurros.
No podía evitar sentirse aislado. Era una sensación añeja que muchas veces le generó tristezas pero que con el tiempo logró manejar, una de sus principales acciones fue olvidarse de los demás. Hubo un tiempo en el que tenía la necesidad de expresar todo lo que sentia, pero esa acción poco inteligente la fue desechando poco a poco.
El hombre decidió despojar, desde hace mucho tiempo, la crítica hacia a las personas. Con los años aceptó su rol, su misión, tenía bien claro que no podía ni quería ser de la multitud. En todo caso, si tenía que definir entre bueno o malo, eso de ser sociable, lo veía bien para todos menos para él.
Pero no había reproches, ni lamentos; al contrario, había una comodidad legítima, así eran las cosas... y así comenzó su historia como pecador nocturno. En las profundidades de su corazón, en la soledad de su interior, en la noche de su vida, estaba el espacio para ser, no solo un pecador; desde el punto de vista bíblico todos sin excepción son pecadores; sino para ser, y hacer, cualquier cosa.
En medio del salón, con la música y susurros de fondo, tomó la decisión. Ya no había vuelta atrás, había una clara frontera entre su visión y el mundo. Lo más cómodo era dividir: vida, visiones, acciones, decisiones. Desde ahora, acomodaría dos identidades en un mismo cuerpo: la social, la que todos iban a ver, aquella en la que su físico le permitía dar una buena impresión; y la exclusiva, la del pecador nocturno.
Se levantó y se despidió amablemente de los presentes, sus manos saludaron a cada uno, los buenos modales en viva expresión, cuando caminó entre las mesas su mirada, su porte, su andar no pasaron desapercibidos, era un hombre bien parecido, interesante, agradable a la vista. Salió del salón y llegó al pasillo del hotel... una nueva historia comenzó.
jueves, 30 de junio de 2016
Fernanda Parte XV
Espasmos. Ansiedad. Éxtasis. Estimulación. Locura.
La cocaína incluso se desperdiciaba, importaba poco si se perdía. Ellos, como dueños de la dosis, podían darse ese lujo, no como aquellos adictos harapientos que cuidan su pequeña cantidad hasta con su propia vida. La escena era una gula de químicos.
Vaquero tomó una mezcla de éxtasis y viagra, dos sustancias que se sumaban a muchas noches de alcohol y estimulantes.
Con el pasar del tiempo se despertó la llama del hombre, él era un adicto al sexo violento, extremo, por lo tanto no necesitaba mayor estimulación. Estaba en sus genes, en su sangre.
A la noche se le sumó otro estimulante: una botella de vodka; además, la música rompió el silencio al interior del auto, los minutos se fueron entre caricias toscas, miradas penetrantes y sentimientos oscuros. El delincuente estaba en su locura habitual, pero Fernanda ya estaba bastante intoxicada, no sentía la mitad de su rostro, su corazón latía más rápido y por un momento se olvidó de todo. Solo fueron unos minutos de éxtasis, porque detuvo el consumo, luego fue apareciendo el odio y la sed de venganza, eso no se perdió en la locura de la noche.
La jovencita calculó hasta ver al hombre activado por el deseo y las sustancias, entonces comenzó su ritual.
A cada paso de Vaquero, ella utilizó su cuerpo. Por cada caricia del hombre, la chica imprimió lascivia. Sus movimientos, su cuerpo, su sangre, su mente, todo estaba conectado. Y si algo caracteriza a esta mujer, de pequeña estatura, senos, caderas y piernas adecuadamente proporcionadas, era su habilidad para encender los deseos más profundos de un hombre.
Su mirada era un pecado intenso, lujuría en su máxima expresión.
Vaquero cayó. Una corriente de placer lo envolvió, lo transformó y no había otro camino que deleitarse con Fernanda, con todas sus fuerzas, con todo lo que su cuerpo podía dar. Placer en estado profundo.
Fueron 20 minutos extremos, una eternidad para Fernanda. Comenzó a preocuparse porque no podía detener el acto. Aunque pudo mantener el ritmo intenso, dudó si iba a tener la oportunidad de dañar al criminal. Sintió miedo.
Entonces llegó ese complicado instante en la vida de todo ser humano. Las consecuencias de los años, la factura a pagar... la sombra de la muerte comenzó a trazarse.
...........................................................................................
No importa el tiempo.
No importa todo lo que realizaste en este mundo, bueno o malo, da igual.
Siempre llega mi día. El momento en que mi obra maestra, significa tu final...
...........................................................................................
En muchas ocasiones todo depende del ritmo. Nuestras vidas giran con la intensidad que, en el mejor de los casos, definimos. Pero otras fuerzas también imponen el ritmo de nuestro andar y eso suma para nuestro final.
El ritmo de Vaquero era fuerza, deseo, odio, violencia, desenfreno, poder, sin escrúpulos, sin misericordia. Eso lo imprimió desde siempre, lo vio y sufrió en su familia, lo mejoró en las calles y lo perfeccionó en el mundo del crimen.
Y en el auto, con Fernanda, el ritmo era despiadadamente placentero para el jefe criminal. "Explotaré pronto", pensó mientras se saciaba con el cuerpo de la chica. Con el sudor en su rostro, y por alguna extraña razón, aceleró la llegada del climax... hasta que logró explotar de placer.
Para Vaquero, una sensación que encadena como una adicción. Para Fernanda, el final fue un alivio y un espacio para pensar, aunque eso era lo más difícil. Sus fuerzas no eran las mismas.
El hombre, con la natural relajación posterior al encuentro sexual, mantuvo el cuerpo de la mujer encima del suyo. Fernanda esperó y no se movió.
Una sensación de calma y satisfacción recorrió el interior del criminal, pero fue por un corto tiempo. Un mareo comenzó a molestarlo mas de lo que esperaba. Cuando quiso apartar a la prostituta no tuvo la fuerza de siempre, sus manos comenzaron a temblar. "Apártate... pronto volveremos a la ciudad", dijo con cierta molestia, pero no había molestia lo que sucedía era que todo sentimiento o sensación la expresaba con enojo, seriedad o desinterés. Su voz era débil, entrecortada.
Fernanda, sin ropa, esperó en el asiento del copiloto. Por primera vez vio diferente a Vaquero, había cansancio en sus ojos. Ella no le apartó la mirada, como la de una fiera, mientras tanto el hombre miraba hacia el techo del auto.
Sudoración, pupilas anormales, temblores y desesperación envolvieron el cuerpo del criminal, su respiración comenzó a variar. A Vaquero no le respondía el cuerpo.
A sus 39 años, luego de años de excesos y una extrema confianza en sus capacidades, la debilidad lo envolvió a tal punto que su respiración comenzó a variar. Las drogas de los últimos años, más el alcohol acumulado, con las noches de desvelos y sexo, pasaron la cuenta.
La saliva salió de a poco de su boca, le costaba respirar, los efectos de la sobredosis se profundizaron. Ahí estaba el criminal más temido, tendido, sin fuerzas, en un auto en medio de un terreno desolado en las afueras de la ciudad. No era la primera vez que las drogas lo tumbaban, pero si fue la primera vez que estaba a merced de alguien.
Fernanda mantuvo su mirada fija en el hombre, la situación comenzó a desesperarla... hasta que liberó el odio, dejó correr la adrenalina de la venganza. Recordó a Angie, recordó todo lo que sufrió con los hombres, sus clientes en las calles, trajo a su mente todo el dolor y repulsión que le provocó acostarse con Vaquero, su odiado enemigo. No pensó mucho su siguiente acción.
"Voy a ayudarte", dijo mientras buscaba algo en su bolso. La chica encontró la navaja, volvió a ver al sujeto, que respiraba con dificultad, y se subió a su enorme cuerpo. Estaba encima del criminal y fijó sus penetrantes ojos en la mirada desesperada, cansada y débil de Vaquero.
"¿Qué hacés?"... fue lo último que dijo el hombre. Fernanda empujó con determinación la navaja directo en la costilla derecha, la sangre brotó inmediatamente. El filo abriendo la carne provocó temblor en Vaquero, sus ojos se abrieron completamente, pero sus brazos no lograron alcanzar a la mujer.
La prostituta se llenó de odio, sacó la navaja solo para enterrarla una vez más, esta vez en el tórax, y empujarla con todas sus fuerzas. Los pulmones del hombre se llenaron de sangre. Vio la desesperación, el terror y la impotencia en la mirada del criminal mientras el último aliento, una mezcla de vodka, humo de cigarro y fluidos, salió de la boca del hombre.
Los ojos de Vaquero quedaron abiertos. Para Fernanda, que respiraba con fuerza, fue una descarga total. Se quedó apreciando el rostro de la muerte, mientras la sangre caliente de su enemigo recorrió su vientre, sus piernas... el fluido más excitante que haya sentido, pensó.
Continuará...
La cocaína incluso se desperdiciaba, importaba poco si se perdía. Ellos, como dueños de la dosis, podían darse ese lujo, no como aquellos adictos harapientos que cuidan su pequeña cantidad hasta con su propia vida. La escena era una gula de químicos.
Vaquero tomó una mezcla de éxtasis y viagra, dos sustancias que se sumaban a muchas noches de alcohol y estimulantes.
Con el pasar del tiempo se despertó la llama del hombre, él era un adicto al sexo violento, extremo, por lo tanto no necesitaba mayor estimulación. Estaba en sus genes, en su sangre.
A la noche se le sumó otro estimulante: una botella de vodka; además, la música rompió el silencio al interior del auto, los minutos se fueron entre caricias toscas, miradas penetrantes y sentimientos oscuros. El delincuente estaba en su locura habitual, pero Fernanda ya estaba bastante intoxicada, no sentía la mitad de su rostro, su corazón latía más rápido y por un momento se olvidó de todo. Solo fueron unos minutos de éxtasis, porque detuvo el consumo, luego fue apareciendo el odio y la sed de venganza, eso no se perdió en la locura de la noche.
La jovencita calculó hasta ver al hombre activado por el deseo y las sustancias, entonces comenzó su ritual.
A cada paso de Vaquero, ella utilizó su cuerpo. Por cada caricia del hombre, la chica imprimió lascivia. Sus movimientos, su cuerpo, su sangre, su mente, todo estaba conectado. Y si algo caracteriza a esta mujer, de pequeña estatura, senos, caderas y piernas adecuadamente proporcionadas, era su habilidad para encender los deseos más profundos de un hombre.
Su mirada era un pecado intenso, lujuría en su máxima expresión.
Vaquero cayó. Una corriente de placer lo envolvió, lo transformó y no había otro camino que deleitarse con Fernanda, con todas sus fuerzas, con todo lo que su cuerpo podía dar. Placer en estado profundo.
Fueron 20 minutos extremos, una eternidad para Fernanda. Comenzó a preocuparse porque no podía detener el acto. Aunque pudo mantener el ritmo intenso, dudó si iba a tener la oportunidad de dañar al criminal. Sintió miedo.
Entonces llegó ese complicado instante en la vida de todo ser humano. Las consecuencias de los años, la factura a pagar... la sombra de la muerte comenzó a trazarse.
...........................................................................................
No importa el tiempo.
No importa todo lo que realizaste en este mundo, bueno o malo, da igual.
Siempre llega mi día. El momento en que mi obra maestra, significa tu final...
...........................................................................................
En muchas ocasiones todo depende del ritmo. Nuestras vidas giran con la intensidad que, en el mejor de los casos, definimos. Pero otras fuerzas también imponen el ritmo de nuestro andar y eso suma para nuestro final.
El ritmo de Vaquero era fuerza, deseo, odio, violencia, desenfreno, poder, sin escrúpulos, sin misericordia. Eso lo imprimió desde siempre, lo vio y sufrió en su familia, lo mejoró en las calles y lo perfeccionó en el mundo del crimen.
Y en el auto, con Fernanda, el ritmo era despiadadamente placentero para el jefe criminal. "Explotaré pronto", pensó mientras se saciaba con el cuerpo de la chica. Con el sudor en su rostro, y por alguna extraña razón, aceleró la llegada del climax... hasta que logró explotar de placer.
Para Vaquero, una sensación que encadena como una adicción. Para Fernanda, el final fue un alivio y un espacio para pensar, aunque eso era lo más difícil. Sus fuerzas no eran las mismas.
El hombre, con la natural relajación posterior al encuentro sexual, mantuvo el cuerpo de la mujer encima del suyo. Fernanda esperó y no se movió.
Una sensación de calma y satisfacción recorrió el interior del criminal, pero fue por un corto tiempo. Un mareo comenzó a molestarlo mas de lo que esperaba. Cuando quiso apartar a la prostituta no tuvo la fuerza de siempre, sus manos comenzaron a temblar. "Apártate... pronto volveremos a la ciudad", dijo con cierta molestia, pero no había molestia lo que sucedía era que todo sentimiento o sensación la expresaba con enojo, seriedad o desinterés. Su voz era débil, entrecortada.
Fernanda, sin ropa, esperó en el asiento del copiloto. Por primera vez vio diferente a Vaquero, había cansancio en sus ojos. Ella no le apartó la mirada, como la de una fiera, mientras tanto el hombre miraba hacia el techo del auto.
Sudoración, pupilas anormales, temblores y desesperación envolvieron el cuerpo del criminal, su respiración comenzó a variar. A Vaquero no le respondía el cuerpo.
A sus 39 años, luego de años de excesos y una extrema confianza en sus capacidades, la debilidad lo envolvió a tal punto que su respiración comenzó a variar. Las drogas de los últimos años, más el alcohol acumulado, con las noches de desvelos y sexo, pasaron la cuenta.
La saliva salió de a poco de su boca, le costaba respirar, los efectos de la sobredosis se profundizaron. Ahí estaba el criminal más temido, tendido, sin fuerzas, en un auto en medio de un terreno desolado en las afueras de la ciudad. No era la primera vez que las drogas lo tumbaban, pero si fue la primera vez que estaba a merced de alguien.
Fernanda mantuvo su mirada fija en el hombre, la situación comenzó a desesperarla... hasta que liberó el odio, dejó correr la adrenalina de la venganza. Recordó a Angie, recordó todo lo que sufrió con los hombres, sus clientes en las calles, trajo a su mente todo el dolor y repulsión que le provocó acostarse con Vaquero, su odiado enemigo. No pensó mucho su siguiente acción.
"Voy a ayudarte", dijo mientras buscaba algo en su bolso. La chica encontró la navaja, volvió a ver al sujeto, que respiraba con dificultad, y se subió a su enorme cuerpo. Estaba encima del criminal y fijó sus penetrantes ojos en la mirada desesperada, cansada y débil de Vaquero.
"¿Qué hacés?"... fue lo último que dijo el hombre. Fernanda empujó con determinación la navaja directo en la costilla derecha, la sangre brotó inmediatamente. El filo abriendo la carne provocó temblor en Vaquero, sus ojos se abrieron completamente, pero sus brazos no lograron alcanzar a la mujer.
La prostituta se llenó de odio, sacó la navaja solo para enterrarla una vez más, esta vez en el tórax, y empujarla con todas sus fuerzas. Los pulmones del hombre se llenaron de sangre. Vio la desesperación, el terror y la impotencia en la mirada del criminal mientras el último aliento, una mezcla de vodka, humo de cigarro y fluidos, salió de la boca del hombre.
Los ojos de Vaquero quedaron abiertos. Para Fernanda, que respiraba con fuerza, fue una descarga total. Se quedó apreciando el rostro de la muerte, mientras la sangre caliente de su enemigo recorrió su vientre, sus piernas... el fluido más excitante que haya sentido, pensó.
Continuará...
lunes, 7 de marzo de 2016
Año 4
Sin darme cuenta pasó el día de la independencia.
Suficiente afán como para diluirme en lo cotidiano.
Una estrella me recordó mi nueva vida.
Una que, espero, no sea fugaz.
Quizás me estoy sintiendo cómodo.
A lo mejor son los años.
O tal vez perdí el gusto a un triunfo épico.
Mi cabeza funciona diferente... quizás.
Los minutos de silencio dan la razón.
Desnudan la realidad.
Nos venden una libertad a la que nos sostenemos.
Mis ojos descifran cadenas que nos aprisionan.
No hay independencia en pedazos.
No hay libertad a medias.
No hay vida sin dominio.
No somos dueños del destino.
En el silencio comprendo que solo fue una batalla.
Un yugo superado, nada más.
Siento otras cadenas, menos dolorosas, pero siempre opresoras.
Un ciclo pasó. Otros me ponen a prueba.
Sometido un demonio.
Levanto la mirada.
Otros me observan.
Año 4. La batalla continúa.
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El Salvador
El Salvador
sábado, 12 de diciembre de 2015
Fernanda Parte XIV
La vibración del celular rompió con la concentración de Vaquero. En el momento que recibía el repertorio de placeres de Fernanda, ese sonido fue un retorno de golpe a su mundo lleno de violencia y principalmente paranoia.
Apartó de entre sus piernas a la prostituta y la vio con furia: "¿quién te llama?" Fernanda no supo reaccionar y a la cuarta vibración tuvo que contestar.
"Lamento lo que sucedió, sé que no me comporté adecuadamente..." era la voz de César. Aunque la sorpresa fue grande para la mujer su rostro no cambió. "Ahorita estoy ocupada", cortó la llamada y pensó que su respuesta era la correcta para no incomodar a Vaquero, pero se equivocó.
"¡No me gusta que te estén llamando cuando estoy acá, no me importa quién es o si es importante, yo decido qué se hace y cómo se hace!", parecía un endemoniado al momento de gritar. Inmediatamente se vistió y obligó a la chica a hacer lo mismo. Fernanda obedeció, incluso dio a entender que estaba incómoda por el abrupto final del acto sexual.
Vaquero, por su afición a las drogas y al sexo, olvidó por completo el plan que tenía para asesinar a aquellos criminales que osaban quitarle parte del poder que tiene sobre la ciudad. Esa soberbia, esa desmedida confianza en sus capacidades de inflingir terror, eran algunas de sus debilidades.
Tomó el celular. "Quiero que esta misma noche maten a esos malditos, actúen rápido", Vaquero lo dijo claramente. Quien escuchaba era Bruno, el segundo al mando. "Hasta te tardaste en dar la maldita orden, como siempre", pensó el hombre tatuado.
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8:00 pm
Vaquero salió con Fernanda de la casa de seguridad, después de dar la orden tenía la confianza de que todo saldría bien. Si el objetivo se cumplía no importaba si alguien de los suyos moría, siempre se mantenía fiel a su filosofía: mientras otros trabajan, él debía saciar sus más oscuros deseos.
"Mientras todo pasa iremos a divertirnos mucho más y mañana serás libre, mujercita", en realidad lo dijo para aparentar calma pero Vaquero tenía otros planes: no pagarle a la prostituta y abusar de ella. En caso ella tratara de oponerse lo solucionaría como siempre.
Pero Fernanda no cayó en la trampa, se mantenía fiel al plan, a la espera de un error, de un descuido. La chica no era una asesina ni tenía idea de como actuar, lo único que la impulsaba a seguir con esta locura era el recuerdo de su amiga Angie y el hecho de sentirse muerta por dentro, ese sentimiento de que nada importa, que el mundo completo puede acabarse en un instante y no sentir una mínima sensación de temor.
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8:45 pm
Tanto Bruno como José, el pequeño y moreno lugarteniente de Vaquero, terminaron de preparar el arsenal para la misión encomendada. Bruno portaba un fusil AK-47 y una pistola 9mm, por su parte su compañero prefirió lo de siempre: una calibre 38 y una 9mm, una para atacar y otra por si se complicaba la situación.
Cuando ambos hombres salieron del billar Bruno reconoció el auto negro estacionado en la esquina. Sospechó de inmediato pero no mostró sorpresa y decidió ser el copiloto, algo poco común.
"Cuando cruces a la derecha mantén la velocidad baja para ver si un auto nos sigue, tengo la sensación que esos malditos se nos quieren adelantar, te lo digo en serio", Bruno muy pocas veces bromeaba y José comenzó a ver el retrovisor.
En las próximas cinco cuadras el auto negro no les perdió la pista. "Síguelos para ver a dónde llegan, lo más seguro es que estos dos nos lleven hasta Vaquero", Jorge fue el hombre que dio la orden, el encargado de terminar con los líderes de la banda criminal más respetada de la ciudad.
Al recorrer la sexta cuadra, en una zona especialmente oscura del centro capitalino, la muerte apareció...
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8:56 pm
El carro negro detuvo su marcha. El conductor siguió la orden porque a 30 metros el auto gris se estacionó.
Jorge se tomó unos segundos para analizar el escenario... pero fueron los últimos de su vida. Una ráfaga de AK-47 rompió el silencio desde un pequeño espacio entre una casa y una caseta abandonada e impactó en la parte derecha del auto negro. Dos balas atravesaron la cabeza de Jorge y el resto de proyectiles mataron a dos hombres más que iban en la parte trasera.
El conductor, Antonio, y un hombre apodado Mosca, lograron salir del auto poco después de escucharse la ráfaga. Ambos cayeron al asfalto pero estaban listos para responder.
Cuando Antonio sacó su arma y disparó hacia la dirección desde donde los atacaban, del auto gris apareció José, el gordo, moreno de pequeña estatura, y atacó al conductor del carro negro.
Antonio recibió dos impactos, en el brazo y la rodilla izquierda, pero cuando cayó le dejó la posición abierta a Mosca quien sostenía un rifle automático y sin perder el resguardo que le daba el auto apretó el gatillo. Tres balas atravesaron la puerta gris y el cuerpo de José. El criminal ya no se levantó.
Bruno continuó disparando al auto, esperando que las balas llegaran al resto de los hombres. Cuando se percató que José ya no atacaba imaginó que estaba fuera de combate. "Si dejo de disparar estos me atacarán", pensó de inmediato y no perdió tiempo, caminó a prisa sin dejar de disparar y se resguardó en un auto cercano. En ese momento recibió la ráfaga.
Mosca estaba detrás del auto negro, esperaba que Antonio se recuperara y disparara para cubrir sus movimientos. "¡Vámonos de acá Mosca, vámonos!", gritó el conductor cuando observó en el asiento principal del auto un pequeño pedazo ensangrentado del cerebro de Jorge, en la parte trasera la sangre de dos de sus compañeros estaba esparcida por todos lados. El hombre entró en shock.
"No seas cobarde y dispara maldito imbécil", gritó Mosca. Esos segundos fueron suficientes para Bruno, quien corrió hasta la esquina y volvió a disparar en repetidas ocasiones. Los disparos obligaron a Mosca a resguardarse y sacaron del estado de shock a Antonio, quien se llevó la peor parte: una de las balas se alojó en la pierna derecha mientras se arrastraba para cubrirse.
Bruno caminó unos metros y detuvo un auto. "Bájate bastardo", gritó mientras apuntaba al rostro de un anciano quien con dificultad pudo bajarse. El lugarteniente de Vaquero aceleró y salió como pudo del sector, en esos momentos la gente de los alrededores buscó refugio.
Mosca, al escuchar que las sirenas se intensificaban en los alrededores, soltó el arma y escapó dejando a su suerte a Antonio, quien estaba inmovilizado y aterrorizado.
La muerte tomó la vida de cuatro personas. Pero faltaban más.

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9:30 pm
El auto de Vaquero estaba en las afueras de la ciudad, en un pequeño terreno a la orilla de la carretera. El lugar era conocido para él, bastante desolado, uno de los tantos puntos de encuentro que tenía con sus hombres.
¿Por qué el criminal más temido de la ciudad tenía que ir a buscar un terreno desolado para saciar, otra vez, su sed sexual con Fernanda? aunque pareciera ilógico, el corpulento hombre actuaba acorde a su plan. Conocía el lugar y ya sabía lo que tenía que hacer.
Sin que Fernanda lo supiera, en el terreno donde estaban habían seis tumbas clándestinas. Todas con los cuerpos de aquellos que no fueron del agrado del jefe criminal, no eran cadáveres de enemigos, de hecho fueron personas cercanas a la banda de Vaquero.
"Aquí nos quedaremos un rato", la voz grave de Vaquero se hizo sentir en la noche silenciosa. "Y esta vez vamos por todo", sacó de su chaqueta cuatro bolsas de cocaína, una de metanfetaminas y dos fármacos que Fernanda no reconoció.
"Esta vez comenzás", Vaquero le ofreció cocaína. Antes de que Fernanda probara el polvo, el criminal ya tenía listo su coctel para una nueva noche en el infierno.
Entonces comenzó el último viaje...
miércoles, 23 de septiembre de 2015
¡Qué final!
Desde el amanecer tuve esa sensación.
El agua en el rostro no provocó nada, la mirada en el espejo no dijo nada y ese retraso en cada una de las actividades matutinas, fue mucho más contundente de lo esperado.
Cada minuto fue testigo de una apatía profunda, una ida y vuelta de pensamientos sin sentido, un esfuerzo sin frutos, una incomodidad interna.
El mundo absorvente desplegó el mismo menú, la misma promoción de actividades llamada vida. Y esa imponente fuerza mueve todo, a todos, incluyendo a mi estado sombrío.
No opuse resistencia, no tuve la fuerza mental para hacerlo. No intenté cambiar la situación, solo dejé pasar el tiempo.
La conversación ruidosa en el bus, no me desesperó.
Las voces infantiles, con toda su inocencia, no me conmovieron.
La desesperación de los rostros, no me indignaron.
El día pasó y esa barrera mental que no permite pasar colores, nunca se debilitó.
Desde el amanecer tuve esa sensación y nunca se alejó de mi interior.
Mientras muchos luchan para aferrarse a la vida, otros se ven obligados a respirar; cuando en las camas unos lloran por un minuto más, hay quienes viven sin querer hacerlo.
Esa es solo una de las tantas contradicciones. Esa espiral descendente de causas y efectos, azares, coincidencias y otras razones o estupideces con las que tratamos de explicarnos todo, no se detendrá nunca.
"¿Y si esto es opcional?" retumbó en mi mente. "¿Puedo definir el rumbo?"
"¿El rumbo que yo creo o el que impone la existencia?", me dije.
Pero siguiendo el ritmo oscuro de las últimas horas tampoco tuve la necesidad de encontrarle una explicación a esas interrogantes.
Cerré mis ojos y en silencio, sin remordimientos y con soberbia, apagué el día que no quise vivir creyendo que podía tener otra oportunidad al amanecer.
Unas horas después, por mala o buena suerte o por algo que desconozco, sin razón aparente, me convertí en el sorteado del destino... y nunca más volví a despertar.
Ahora solo me queda esperar a que finalice el tunel para ver si era cierto o no todo lo que creí... ¡qué final!
El agua en el rostro no provocó nada, la mirada en el espejo no dijo nada y ese retraso en cada una de las actividades matutinas, fue mucho más contundente de lo esperado.
Cada minuto fue testigo de una apatía profunda, una ida y vuelta de pensamientos sin sentido, un esfuerzo sin frutos, una incomodidad interna.
El mundo absorvente desplegó el mismo menú, la misma promoción de actividades llamada vida. Y esa imponente fuerza mueve todo, a todos, incluyendo a mi estado sombrío.
No opuse resistencia, no tuve la fuerza mental para hacerlo. No intenté cambiar la situación, solo dejé pasar el tiempo.
La conversación ruidosa en el bus, no me desesperó.
Las voces infantiles, con toda su inocencia, no me conmovieron.
La desesperación de los rostros, no me indignaron.
El día pasó y esa barrera mental que no permite pasar colores, nunca se debilitó.
Desde el amanecer tuve esa sensación y nunca se alejó de mi interior.
Mientras muchos luchan para aferrarse a la vida, otros se ven obligados a respirar; cuando en las camas unos lloran por un minuto más, hay quienes viven sin querer hacerlo.
Esa es solo una de las tantas contradicciones. Esa espiral descendente de causas y efectos, azares, coincidencias y otras razones o estupideces con las que tratamos de explicarnos todo, no se detendrá nunca.
"¿Y si esto es opcional?" retumbó en mi mente. "¿Puedo definir el rumbo?"
"¿El rumbo que yo creo o el que impone la existencia?", me dije.
Pero siguiendo el ritmo oscuro de las últimas horas tampoco tuve la necesidad de encontrarle una explicación a esas interrogantes.
Cerré mis ojos y en silencio, sin remordimientos y con soberbia, apagué el día que no quise vivir creyendo que podía tener otra oportunidad al amanecer.
Unas horas después, por mala o buena suerte o por algo que desconozco, sin razón aparente, me convertí en el sorteado del destino... y nunca más volví a despertar.
Ahora solo me queda esperar a que finalice el tunel para ver si era cierto o no todo lo que creí... ¡qué final!
domingo, 26 de julio de 2015
Lecciones del pasado
Los rostros de los amores pasados recorrieron mi mente generando explosiones de sentimientos que poco a poco se expandieron en todo mi ser. Eran aquellos con el brillo de la felicidad, la esperanza y el amor, los que se dibujaron en las pláticas, en los minutos compartidos, en las reconciliaciones, en la pasión, en las algarabías de tantas noches.
Las emociones brotaban en medio de una brisa nocturna que acariciaba hasta mi alma, alrededor de las voces y los meseros corriendo, en esos segundos, poco a poco como si se tratara de un mecanismo divino, comprendí que en aquellos tiempos no habían capacidades de mantener y multiplicar esos momentos de felicidad.
Porque todas las etapas tienen sus luchas de ideales. Cada hombre y mujer defiende sus filosofías, los deseos se anteponen, cada sentimiento se resguarda y nuestras razones las consideramos absolutas, imponentes, adecuadas.
Muchos amores nacen, crecen y mueren cada cierto tiempo, en medio de discusiones vacías, egoísmos, intereses y otras tantas estupideces.
Tuvieron que pasar muchos años para reflexionar sobre la magnitud de la equivocación, para tener la sinceridad de aceptar, sin excusas, los errores y decir con total autoridad: "¡estabas equivocado!"
Cada rostro del pasado tenía un ángel y un demonio, como todos, como cualquiera. Pero todos merecieron amor, del más puro, ese sentimiento disponible en todas las almas pero que pocas logran desarrollar.
En medio de la noche fría, al ver tantas parejas compartir, comprendí que solo el tiempo coloca cada sentimiento en su lugar, cada victoria en su justo puesto y transforma cada derrota en una experiencia o la manda al cajón del olvido.
En pleno renacimiento, con gran parte del alma en calma y con las incertidumbres propias de cada edad adecuadamente controladas, solo así logré aprender la lección de los amores pasados.
De nada sirven las luchas personales, la persecución de tantos ideales si al final no se tiene la capacidad de mantener y multiplicar los momentos de felicidad.
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