domingo, 31 de diciembre de 2023

El sol de mi muerte




Este sol me sorprendió con un apapacho al salir de la gruta. Dejó a un lado su intenso calor, convirtió sus llamas en alas y su esplendor lo tradujo en una mano amiga. 

"Vuela conmigo", me dijo. No dudé. Y juntos emprendimos viaje, pasamos a comprar comida y a recoger a la luna.

En pleno vuelo por el espacio sus alas volvieron a ser llamas. Sentí miedo, pero el astro abrió su boca y me tragó por completo. Adentro de sus entrañas estaba la comida preparada y la luna desnuda.

"Prueba un poco pero no te atragantes", me dijo. 

Y probé.

Y me alimenté. 

Y a la luna la hice mía con pasión, como a una amante que no veía desde hace tiempo. 

Y me quedé dormido entre llamas.

"Despierta, ya llegamos", el sol descendía a toda velocidad por el espacio hasta llegar a la Tierra, hasta entrar a la ciudad, cerca de la gruta. 

"Baja ahora".

"No volveré a viajar contigo", pregunté.

"¿Para qué?" dijo antes de emprender vuelo y convertir sus alas en fuego, dejó de ser una mano cercana para ser la estrella de siempre. Cuando volvió a acomodarse en el centro del universo me gritó, "ahora ya estás muerto, ahora puedes atragantarte".

Cuando observé mis manos eran llamas y mi cuerpo se convirtió en granito. Era otro entre los vivos.

A la entrada de la gruta estaba la luna, la tomé de la mano sin dañar. "¿Entramos?" dije, pero ella trató de contenerme, trató de detenerme. Solo sonreí.

Caminé y trascendí al interior de la caverna. Con un calor, mitad humano mitad celestial, derretí todo.

Y se hizo la luz. La tan necesaria luz.

Y la luna fue mía otra vez. Nos comimos entre piedras, arena y sangre.

Y nos quedamos dormidos en medio de la muerte.

Juró que le escribiría

Juró que le escribiría todas las semanas, pero nada sucedió porque Jorge era toda pasión para cada ocasión. Jurar era su muletilla y cumplir su gran debilidad.  

Carmen era lo contrario. No juraba, solo creía y cumplía. Creyó que Jorge era su primer y gran amor. 

Ambos se despidieron en la sala de espera del aeropuerto. "Júrame que escribirás, júralo", gritó ella, sin importar la muchedumbre alrededor. "Lo juro", dijo él casi en un susurro. Esas dos palabras fueron las últimas que se dijeron cara a cara. Carmen esperó hasta que el avión se perdió en el cielo; mientras que Jorge leía una revista y se acomodaba en el asiento.  

La distancia, la promesa rota y el tiempo puso a cada uno en su lugar. El destino hizo lo suyo: a Jorge, el abuso de juramentos le redujo las relaciones estables; y Carmen, creyó nuevamente en una buena causa para amar.

Diez años después volvieron a encontrarse. El jurador y la cumplidora se toparon en un bar. Él, solo en la mesa; ella, compartiendo la velada. Jorge asimilando la nula ganancia que le dejaron sus promesas sin cumplir y el aumento de culpa que tenía su corazón; mientras que Carmen, ahora brindaba con su amor, esta vez, creía que era el verdadero.

Jorge la reconoció a dos mesas de distancia. Y la vio más bella, brillante y sensual, vio a una mujer por la que valdría la pena cumplir una promesa. Jorge sintió culpa. Carmen, quien sintió que la observaban, dio la cara y reconoció la mirada penetrante que una vez la atrapó; esta vez, le tomó cuatro segundos zafarse de ella para volver a rendirse a su verdadera causa. Claudia sintió pena.

Hoy el jurador quería gritar y sanar heridas que le atormentaban, pero se quedó en su mesa postrado, en silencio, sin nada que hacer. Juró que no volvería a jurar, y ni siquiera él se lo creyó.

Hoy la cumplidora quería seguir casi en silencio en la mesa romántica, que no terminara esa noche de besos y sonrisas, que no terminara esa certeza de que estaba en buenas manos.

Cada uno en su lugar por ahora, solo por ahora ya que el destino es caprichoso. Quizás en otros tiempos uno aprenda a cumplir y, a lo mejor, alguien le tome la palabra; y el otro, quizás lamente esa fe que brota con facilidad, un casi crimen en un mundo de traiciones.


El cuadro del gran muro



Abrí el rastrillo del castillo y crucé lentamente el puente levadizo hasta llegar al jardín, ahí me senté un rato. Fue agotador el viaje a las tierras que colindan con mi fortaleza. Lo mejor de un día de exploración extenuante era volver a casa antes del anochecer y ver, desde la torre más alta, la caída del sol.

Luego de ese espectáculo natural nunca faltaba la cena en la enorme mesa de madera de la sala principal del castillo. El placer de comer, ante las velas, era muy especial.

Debí proseguir el plan de llegar a mi dormitorio, sin pausas luego de una jornada de ansiedades; pero una corazonada me llevó a la biblioteca, la cual era amplia y con aroma a páginas y tinta. Esta sala era atractiva y tenía un magnetismo fulgurante, no tanto por los cientos de textos, sino por su diseño.

Como decoración de las libreras había una enorme pared, tan grande como el muro principal de los museos. Ese muro tenía grietas y el tiempo había estropeado la pintura gris. Era una muralla vieja.

La estructura sombría estaba decorada con cientos de marcos brillantes, exquisitamente artísticos. Mi castillo era grande pero cada vez que entraba a la biblioteca el escenario me movía el corazón. Además del contraste entre estructura y luz, entre diseño y color, lo que le daba la sensación de grandeza era la historia que cada marco representaba. 

Ahí estaba representada en pinturas mi vida: la primera casa, las escuelas, los juegos, mi infancia, la música, la lluvia y cada momento que ha marcado el largo viaje. 

Cada cuadro tenía el tamaño adecuado al rastro que marcó en mi interior. En algunos espacios de la pared se amontonaban, entre grandes y pequeños, redondos y cuadrados, asimétricos y rectangulares, llenos de sentimiento y otros colmados de desesperación. No importaba el tamaño de cada memoria, era el conjunto de las mismas lo que daba la belleza total al muro de mis revoluciones.

Pero a veces, la vista me fallaba ante tal escenario. Durante algunos días me olvidaba de la biblioteca y prefería ir al jardín a tomar aire, porque la vida se me escapaba entre el recuerdo, la sospecha y las interpretaciones. Temía un día quedar ensimismado, sin regreso a la realidad. La gran fortaleza amurallada a donde vivía era tan silenciosa que, en ciertos momentos, tenía la sensación de que compartía el café con fantasmas. 

Aunque necesitara el jardín, me encantara la cocina y me desnudara en la torre más alta, solo cuando entraba a la gran sala con el muro de la historia, solo ahí me identificaba y me reconocía a cabalidad. 

En los últimos días recapacité sobre cada espacio de la pared y su historia. Me di cuenta que por años intentaba no ver tanto la esquina superior derecha del muro, el espacio dedicado a algunos rostros, a las figuras emparentadas a los sentimientos más profundos. Entre cuadritos y formas ovaladas, entre lienzos manchados y desgastados, destacaba un cuadro que estaba tapado con una manta.

"¿Quién se atrevió a ocultar uno de mis cuadros?" grité con todas mis fuerzas. Estaba tan molesto que quería ver inmediatamente a los ocupantes del castillo para detectar los ojos del culpable. "¿Quién fue el entrometido?" grité a todo pulmón.

Pero solo se escuchó el eco de mis gritos.

Mi temor más grande me vio directo a los ojos: estaba solo en el castillo. 

Con desesperación corrí por la más alta de las escaleras que estaba en el sótano. Con fuerza determinada por el miedo y la excitación saqué la escalera y corrí por la sala, por los pasillos, boté cajas, candelabros, espejos y desordené todo a mi paso, me comía la ansiedad por llegar al muro de la gran sala. Subí con prisa para apartar la manta del cuadro y en mi afán boté otros cuadros. Algo me desesperaba al ver ese cuadro tapado. Tenía una mezcla de enojo y miedo por la verdad que estaba por descubrir.

Cuando al fin llegué a la parte más alta, quité la manta... al ver el rostro del cuadro estuve a punto de caer de la escalera. El corazón quería salir de mi pecho. Observé muy bien el rostro: la mezcla de una niña y una mujer, una sonrisa casi completa, apunto de explotar en una risa y los ojos con asombro, abiertos, iluminados. El rostro me trasladó al juego en una cancha de arena, a las escaleras de una gran plaza de la ciudad, a los lugares a donde esa mirada me marcó.

Se acumularon las sensaciones en mi interior. Los recuerdos y toda la historia que viví con el rostro del cuadro tapado inundaron mi conciencia. Tal fue la impresión que no logré sostenerme adecuadamente, uno de mis pies titubeó y perdí el equilibrio. Al tratar de retomar el control boté el resto de cuadros que estaban en la esquina superior derecha del muro de mis revoluciones, en la caída mis dedos rasgaron la pared y muchos otros cuadros de mi historia.

Caí de espaldas en una mesa llena de libros y luego al suelo. La parte trasera de mi cabeza golpeó con tal fuerza el piso que perdí la conciencia. Se me apagó toda la realidad y soñé... fue un sueño profundo con los rostros de mi vida, con las vivencias, las experiencias manchadas de tantos sentimientos. En un momento todas las caras se unieron y tomaban cierta forma, la cual mutaba y representaba a cada segundo las emociones humanas. El rostro cambiante se movía y me provocaba un descomunal asombro y excitación.

Con los minutos solo unas características se repetían en la cara: la sonrisa, los ojos infantiles mezclados con los de la mujer, las voces de la hija con la de la amante, los cabellos de largos a cortos, la mutación finalizó con el único rostro, el de la muñeca mitad diabólica, mitad angelical.

Y entonces recordé todo: tapé el rostro por la pena de la pérdida, por la noche de amnesia en que asesiné esa historia. Lo cubrí para tratar de seguir con mi viaje, para darle sentido al muro, para que no se secara el jardín, para disfrutar de la sala principal del castillo, para ver la caída del sol desde la torre más alta, para que no se derrumbara mi gran fortaleza. Para no morir.

El castillo quedó solo hace muchos años. La manta no borró la historia, tampoco la pena por no resguardar ese regalo del destino.

En el sueño el rostro quedó petrificado. Quedamos cara a cara. Sus ojos como lámparas tenían la intensidad de un demonio y la suavidad de un ángel. Con los segundos todo comenzó a oscurecerse y el rostro se desvaneció poco a poco, las miradas se perdieron, todo se perdió en el frío de la nada.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Sombras en el tiempo. El límite dorado.


"¿No te avergüenza escribir sobre sexo?", la mujer tenía una cara de asombro e incomodidad y esperaba una respuesta, ella dejó de leer una de mis historias porque una escena le pareció demasiado explícita. 

"No, creo que no", respondí. Con los años me acostumbré a ese tipo de preguntas y también le encontré sentido a dar explicaciones sobre los orígenes de ciertos escritos.

"Sabes, lo importante es crear historias con sabores propios, no del todo ciertos... ciertamente son límites que están opacos en el alma, no hay necesidad de aclararlos, solo de cruzarlos y  experimentar", agregué con naturalidad.

Un sorbo de café y la reunión cambió de rumbo, no valía la pena decir más sobre el tema. Ella también supo que era el momento de cambiar de conversación.   

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Años atrás, en una noche de abril, una vocecita tocó a mi mente. "¿Crees que hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

Abrí los ojos en la oscuridad y me acomodé boca arriba en la cama. Guardé silencio para aclarar mi mente. Hacía frío, me envolví entre las sábanas y las almohadas. "¿Aún es tiempo de permanecer en nuestros límites?" me volvió a sorprender la vocecita interna con sus preguntas, que casi siempre cuestionan los marcos que sostienen mi existencia.

"Eres esa parte en constante evolución, el complemento a esto que llamamos conciencia total", susurré en la oscura habitación. Los minutos pasaron, y cuando estaba por quedarme dormido, otro toque a la mente me alertó. "No has contestado mi pregunta. ¿Hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

"Creo que es casi lógico, pero el que define eso soy yo", cerré la conversación porque mi cuerpo, por fin, encontró el punto exacto para descansar. 

Y cada amanecer, desde aquel año de la comunión entre alma y monitores para desnudar mis interiores, fue una cascada de ideas, una fuente de historias. Y funcionó al inicio, pero con el tiempo, al verme al espejo, no podía evitar pensar en la necesidad de aclarar, de transparentar.

"¿Escribes solo por escribir o hay algo más que quieres contar?", la vocecita se aparecía cada cierto tiempo y rompía silencios o, en el mejor de los casos, apagaba estridencias.

"Vamos, piensa y define. ¿Hay algo de mi esencia en tus inspiraciones?"

Esta vez me sorprendió la pregunta cuando estaba frente al monitor y me acompañaba un vaso desechable con café. Era tarde en una de las tantas cafeterías de la ciudad. La gente alrededor hablaba y comía, algunos me miraban cada cierto tiempo. A veces los miraba fijo a los ojos, pero otras veces me quedaba estático frente a la pantalla por varios minutos. Porque no siempre hay que expresar, pero siempre, siempre, hay ráfagas de ideas y pensamientos que rompen con los límites del cuadro al cual llamamos realidad, y todos dicen "realidad" con tanta naturalidad, como algo establecido que no puede modificarse. En mi caso "la realidad" es solo una limitante.

"Este es un rompecabeza que vamos a armar de a poco", contesté, o más bien, para ser correcto, me dije a mi mismo. Ese día en la cafetería me di cuenta que cada historia tiene dos versiones. En una, la común, hay rasgos de humanidad que he visto de reojo, amores a los que he rehuido, sentimientos que me son ajenos por naturaleza, risas y llantos, odios y misericordias, es decir, todo aquello que el cuadro al que llamamos realidad establece para cada ser humano.

La parte más interesante es la otra versión. "Hay otro mundo de influencias, el que la mayoría no ve con buenos ojos ¿no lo crees?" me dijo la vocecita con mucha más presencia. En ese momento mis ojos parpadearon más de lo normal. Me sentí extraño porque ya no logré delimitar entre la vocecita y mi voz, entre el susurro mental y el físico. Entre una realidad y la otra que supera los límites.

Me perdí por unos segundos y en mi cabeza fluyeron destellos, figuras sin formas y fuertes sonidos, un remolino de sentimientos que me elevó por los aires de la imaginación hasta los límites de la conciencia; en un momento, en medio del caos, me sentí del otro lado de la conciencia, a donde una luz infinita es tan fuerte que solo resta tomar un poco de ella para darle vida a historias de colores. Me abrí paso en el límite dorado de la existencia.    

Volví, de alguna manera, a la mesa de la cafetería. Se acabaron los ecos en mi interior porque la vocecita se mostró tal cual: como una sombra. Mis dedos se movieron y en la pantalla las letras aparecieron. 

"Otra versión de la realidad" fue la frase completa.

"Suena perfecto" rebotó en mi mente y susurraron mis labios, en comunión.

 


domingo, 15 de octubre de 2023

Sombras en el tiempo. Desde la muerte.



Perdí un par de vidas en el camino hacia la computadora.
Dejé regados millones de engendros en los cuartos.
Se desangraron las relaciones, las memorias y las caricias.
En el pasillo de mi existencia, si vuelvo la mirada, hay filas de cadáveres, en líneas casi interminables. 

La existencia se moviliza en un asfalto de muerte, todos los días hay exterminios: minutos asesinados por deseos de los momentos, amores despedazados por lujuria y todas las veces en que se asesina al prójimo en el interior del alma. También cuentan las ocasiones que nos quitamos la vida en el silencio de nuestra mente.

Aquel último fin de semana de enero de 2012 fue la última cita con la oscuridad. Despertares, desesperación, felicidades cortas, vacío, saciedad, excesos, miradas, respiros, excitaciones, fantasías, necesidades, ansiedad y un eterno retorno de cada una de esas sensaciones mezcladas con fiebre existencial y odio. Lo resumo en dos palabras: el infierno.

Luego de la caída se escuchó el grito más aterrador. Tal fue el sonido que reboté con fuerza y eso me catapultó desde la tumba a la tierra. Resucité; pero, antes de que me permitieran volver tuve que firmar, una vez más, otro certificado de muerte. Esta vez la autopsia fue detallada: una contaminación de la glándula espiritual, derivada de una infección por cálculos de vacíos y excesos, lo que provocó una sepsis emocional generalizada. Lo resumo en cuatro palabras: se pudrió el corazón. 

Observé el nuevo cadaver de la existencia, esta vez era el más grande que había visto, pero lo acomodaron en un cuarto pequeño alejado de todo. Cuando recorrí el pasillo para volver a la calle, volví a ver atrás y ya no había ningún rastro de mortandad, estaba todo limpio. Vi la luz del día y a la gente en sus afanes de siempre... nada había cambiado, solo yo.

La reconstrucción de la nueva existencia llevó varios meses. Era necesario determinar una nueva identidad. Por todo lo vivido, por todo el camino de montañas, de frío y lluvia, solo había un nombre para la nueva unidad: la sombra.

Era momento de descubrir el interior, desnudar al ser más íntimo, describir cada esencia y colocar las sentencias en el libro del mundo.

Después de volver desde la muerte, me casé con una computadora y el monitor se convirtió en mi espejo. El certificado de la unión se firmó el 24 de marzo de 2013. El brindis fue con café y lo disfrutamos en silencio.

A una década de matrimonio, todo ha cambiado.

A una década de la comunión de sombras, solo resta contar los cambios de tonos que han tenido.

Esta historia continuará...
 




miércoles, 20 de septiembre de 2023

Las postales



Hay días que es mejor no despertarse.

Debí quedarme en cama con las postales del alma, las imborrables y delicadas, las que rozan con sutileza a la felicidad.

Hay momentos en los cuales es muy difícil ser quien soy. No es que sea trágico, es solo cansado.

Hace unos días el tiempo me envió una misteriosa postal. El mensajero la colocó entre mis entrañas y la cabeza, cerca del corazón. No esperaba correspondencia estos días, pero tenía un leve presentimiento que ya era hora de recibir noticias.

La postal anuncia amores imposibles, pasiones encontradas, anhelos y una dosis de locura que, por contradictorio que parezca, también puede rozar con sutileza a la felicidad.

Presiento que estoy ante el mismo sismo sentimental, sospecho que se asoma la vieja sensación platónica, aquella añoranza de una función que está cerrada para mi cuerpo. Temo que una historia que ya viví, adaptada al presente, está por desnudarme otra vez.

Hay días que es mejor no despertarse, que sentido tiene si solo en sueños mis manos pueden tomar tu cintura, besar tu cuello, sentir tu aroma, hacerte cariños y ver de reojo como cierras tus ojos con una hermosa sonrisa. 

Ese pequeño momento de plena felicidad, sin nada más que añadirle, queda congelado en el tiempo de los sueños para siempre.

A veces es mejor quedarse en cama. 

sábado, 5 de agosto de 2023

El rastro de una vida

Con el tiempo los años se tropiezan unos con otros y en el fondo, escondidos y con todo el peso en contra, estamos intentando salir para respirar un poco. 

Hoy logré salir un rato para ver mi rastro. Y todo ha cambiado. 
 
Hace 25 años era de guerra y trajines, de miedos e inseguridades junto a una fuerza descomunal a merced de los deseos. Me brotaba la sangre guerrera y manchaba las tierras brevemente conquistadas; pero con el tiempo, la cabeza se enfrió, los conflictos mutaron y traspasaron fronteras. 
En los años viejos ya no hay genocidios, solo algunas muertes con sentido.

La década pasada temía no estar en sintonía con mi alrededor, los afanes hinchaban las venas; pero con los años le rehúyo a la moda con la inteligencia del viejo cazador que dejó de perseguir presas y, en el espeso bosque, vive alejado de quien fue.

Hace un año encontré el amor, sin embargo pasó a ser un tatuaje de la colección. Y mañana será polvo de las tempestades. Más vale un sentimiento genuino que uno impuesto para la medición de los merecimientos humanos.  

El mes pasado me sentía en la cúspide de la sabiduría al hacer mías las ideas de moda, pero cambié y con prisa he vuelto a sentarme en la mesa de la ignorancia a la espera del maestro. Me acomodo con la tranquilidad de haber finalizado las andanzas de los engañados.

Hace una semana me encantaba zambullirme en las redes mundiales esperando encontrar algo. Encontré mucha variedad con fecha de caducidad. Y cuando apagué las pantallas encontré que lo poco y único no es perecedero.

Anteayer me morí de una bronconeumonía y ayer amanecí con síntomas de cólera. Lo extraño de todo, es que no perdí fluidos y líquidos, lo que se me escapó a borbotones fue la paz.

Y hoy acabo de comenzar a leer el libro, el que por años su lectura estuvo en la sombra. Ahora se lee en las plazas del corazón porque esto de morir a ratos tiene un sabor agrio.

El ahora del hombre es una sala verde, una antesala, un espacio subjetivo en el cual se puede respirar aires de esperanza aunque sea solo por tiempos cortos, porque esto de las eternidades atragantan a cualquiera.