Todos tenemos límites, algunos amplios y silenciosos; otros, cortos y estrictos. Y con ciertos temas la situación puede cambiar, se estrechan, colapsan y se rompen.
Soy alérgico a los constructores de ideales superficiales, que esconden mentiras y resaltan verdades bondadosas por fuera, pero injustas en esencia.
Todo a nuestro alrededor es una oferta de imágenes y creencias. Todos tenemos la necesidad de creer en algo y ser parte de un grupo, añoramos que nos reconozcan por una particularidad y así se conforman los estratos de una sociedad. Unos logran sospechar y dar el beneficio de la duda, pero la mayoría se traga todo, sin filtro. Creer es una necesidad invaluable.
Mi alergia transformada en escepticismo, perspicacia y desconfianza siempre me pone en el lugar inadecuado, pero es liberador poner en tela de juicio a los ideales, claro que sí.
Pero aclaro, aparten estructuras mentales más allá del bien y el mal, de la regla y de la excepción, de la bondad o maldad ¡destruyan esas bases de pensamiento tan solo por un momento!
Pensemos:
¿Por qué dicen que los salvadoreños tenemos un espíritu trabajador?
Ese término se repite una y otra vez ¿no lo han notado? Otras frases: "Nuestra gente laboriosa", muchas veces escucho a una presentadora extremadamente positiva decir: "el pueblo salvadoreño que madruga para ganarse la vida."
No puedo dejar de pensar en eso ¿acaso vendrá de aquel refrán "al que madruga Dios le ayuda"? no lo sé, lo que tengo claro es que se replica hasta la saciedad en los medios de comunicación, como una virtud salvadoreña. Quizás en Ecuador o en Afganistán no es así, a lo mejor hay personas que crean que en Nicaragua comienzan a laborar a las 10 de la mañana. Quizás algunos crean que en China las fábricas comienzan a funcionar hasta mediodía. Si la frase "el pueblo salvadoreño que madruga para ganarse la vida" es una frase que no se apega solo a nuestra nacionalidad ¿por qué la repiten obsesivamente? y lo peor ¿por qué lo dicen con orgullo, como si fuera un ADN único en la Tierra?
Pero vamos con el dicho supremo, la más vendida de nuestras imágenes, la que representa a un salvadoreño, una frase casi bíblica: "La riqueza de El Salvador es nuestra gente".
Con el cuidado pero con el impulso provocador que se debe tener para refutar realidades que respaldan a una sociedad adicta a la adoración, hambrienta de ideales, piense un momento: ¿Por qué?
Sobran las respuestas para respaldar que "La riqueza de El Salvador es nuestra gente": porque el salvadoreño es trabajador, no le hace mala cara al momento de laborar, en otros países puede realizar los trabajos que otras personas, de otras nacionalidades, no quieren hacer. Es una verdad casi unánime.
"La riqueza de El Salvador es nuestra gente", repítalo. Una vez más. Ahora, cambie el orden: "Nuestra gente es la riqueza de El Salvador"
¿Por qué una riqueza no hace prosperar a un país? Somos más de siete millones de salvadoreños, que en conjunto nos han dado el sinónimo de "riqueza". Exageración, una imagen confusa, injusta. Un ejemplo al aire: Nigeria, país del continente africano, es uno de los tres principales proveedores de crudo de los Estados Unidos, tiene ingresos petroleros de 360 mil millones de dólares desde 1965 a la fecha. En 1970, el 36% de sus habitantes vivía en la pobreza. Ahora, en 2020, el 70% son pobres (fuente Infobae).
¿No se han preguntado si ese cliché tiene más relación con el rol de la mayoría de salvadoreños?: personas necesitadas que no les han dado oportunidades y no tienen otra opción mas que ofrecer su fuerza de trabajo a cambio de una miseria de salario, en comparación con las ganancias del empleador. Entonces cambia el sentido ¡claro que somos una riqueza, pero para una élite salvadoreña! "La riqueza de El Salvador es nuestra gente"... ahora encuentro un poco más de sentido, tampoco absoluto, pero hace click en mi mente.
En un ambiente de ofertas de imágenes sin cesar, hay una élite constructora de romances sutiles, que pasan desapercibidos pero que son sumamente dañinos.
Imaginen este cuadro: una mujer de 80 años, con un vestido viejo, en la esquina de una calle del centro de San Salvador. Está sentada en un pequeño banco sucio y cerca de ella una pequeña mesa que sostiene una canasta con decenas de pequeñas bolsas con fruta, a esa oferta de alimentos se unen golosinas y cigarros sueltos.
Piensen por un momento en la imagen. ¿Qué les dice? ¿Qué genera en su conciencia?
Una vez escuché a un personaje en televisión abierta mencionar: "un ejemplo de que no hay edad para ganarse la vida. El salvadoreño no se rinde". La imagen, hecha reportaje, conmovió a muchos por el camino ancho y abierto, es decir el fácil: un ejemplo, una fuerza y cierta lástima mezclada con agradecimiento por lo que algunos tenemos. Muy pocos ponen en perspectiva y destruyen la imagen propuesta por los románticos vendidos. En ese cuadro no hay más que una injusticia penosa e insultante. Pero, un momento, calma, también hay que cuidarse de los que se aprovechan de esta realidad para querer "cambiarla" como si fueran dueños de la misma. Cuidado.
Otra percepción: la madre soltera que vende pupusas para sacar adelante a sus tres hijos, dos de ellos de diferentes papás. Para los románticos elitistas es un ejemplo de lucha. Para los destructores de ideales, el resultado de una inequidad histórica y que muchos no desean cambiar por la tremenda inversión monetaria que eso conllevaría durante años.
Hay romances que no cuadran, hay románticos pagados, algunos con buenos salarios y otros ni se enteran que son una repetidora humana sin filtro analítico. Hay romances que deben destruirse para ver lo más cercano a la realidad. Ante la naturaleza de mentir, propia de nuestra especie, un ingrediente de perspicacia con una alergia a los adoradores de ideales hipócritas, es una posición suprema, digna.
Cada vez que escuche "La riqueza de El Salvador es su gente", en la publicidad de un banco o de una bebida asociada a la selección nacional de futbol, cuando escuche eso en la voz de un líder religioso, político o empresarial, sepa que es una imagen perjudicial formada a partir de la necesidad que tenemos de creer en algo, una frase construida para esconder una verdad: somos un pueblo históricamente golpeado, reducido, engañado por una élite que necesita de fuerza laboral que no reniegue y que, al mismo tiempo, agradezca a Dios por tener un salario en medio de la pesadilla social que alguna vez cambiará. ¿Y saben con qué otras imágenes venden cambios para pasar de la pesadilla al sueño ideal? con una sentencia convertida en verdad ineludible: "el futuro de El Salvador está en juego en estas elecciones democráticas". Son unos genios. Cada tres años ya tienen el guión preparado. Eso de genios es sarcasmo, por si me malinterpretan.
Cada vez que escuche "La riqueza de El Salvador es su gente" pero desde la voz de un familiar, de la señora que atiende un pequeño negocio cerca de su casa, del vendedor informal, identifique que hay una necesidad de creer y destruya ese ideal, aunque sea por un momento.
No somos la riqueza del país, no somos la riqueza que nos venden. Nos han engañado.