La muerte espera.
No importa el tiempo, siempre llega el inicio de su misión esencial.
Las causas, los azares, el destino, el tiempo. Todo comenzó a conjugarse.
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Fernanda pensaba mucho en la muerte, el momento en que su vida se apagaría. Si tenía que escoger, prefería una muerte mientras dormía. Pero sus pesadillas la atormentaron durante mucho tiempo con un desenlace violento, sangriento, doloroso.
Esta vez sus sentimientos eran una coraza poderosa. La frialdad en su máxima expresión. Vaquero aceleraba el auto pero el corazón de Fernanda no se estremecía, su alma estaba en combustión por el odio acumulado.
Cuando se suponía que debía temblar, mostraba una sonrisa genuina porque al fin estaba en el lugar indicado.
Pero no era la única que se sentía afortunada.
Vaquero, pese a estar drogado, también planificaba, conspiraba. En su mente lo tenía claro: abusar de la pequeña prostituta era ineludible.
Ese hombre alto, fornido, de ojos claros, bigote y rostro duro, lideraba a la principal banda criminal de la ciudad, no le temía a nada. "Ha llegado el momento de entretenerme", imaginó mientras conducía su auto a la entrada de uno de los tantos moteles de la ciudad.
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Hay clientes que conversan, tratan de tener una conexión con la prostituta, aunque sea mínima, Fernanda lo sabía muy bien. Pero esta noche era diferente, ni ella lo esperaba ni Vaquero estaba en esa disposición.
El hombre se encerró en el baño sin dar explicaciones. Activó su celular y llamó a sus lugartenientes, "la reunión tendrá que esperar yo les aviso, lo que si quiero es que la casa de seguridad esté a mi disposición este fin de semana. Luego les explico", la voz de Vaquero era entrecortada, con un tono grave, como queriendo esconder lo que sentía. Sus hombres lo conocían muy bien y por temor o respeto no opinaban aunque esperaban que un día todo cambiara.
El criminal tomó un baño para tratar de relajarse pero era una tarea complicada, Vaquero tenía una debilidad: su repertorio de adicciones.
No solo bebía, fumaba, se drogaba y abusaba de medicamentos, también estaba atado al sexo, a las mujeres, al poder y al dinero. Todo le era permitido para lograr sus objetivos, su estrategia más eficaz era la violencia.
Este hombre dormía muy poco y si algo nunca se permitió era un tiempo para relajarse. Su vida era demasiado acelerada en todos los aspectos.
El agua fría recorría su cuerpo y calmó un poco su situación, logró enfocarse, pudo salir del éxtasis de la droga gracias a calmantes y estimulantes que portaba en su chaqueta. Poco a poco se recuperó pero no para relajarse, eso jamás, ahora quería alcohol.
Salió del baño solo con la toalla y sin percatarse de Fernanda tomó el teléfono pidió comida y cervezas. Luego se acostó, encendió un cigarrillo y se puso a ver televisión. Nunca vio a la prostituta, no le puso atención. Esa era una de sus actitudes que lo caracterizaban, la indiferencia.
Mientras Vaquero seguía su plan ignoraba que Fernanda tenía el propio. La joven estaba preparada para estar con él, sabía que no sería sencillo lidiar con este criminal pero su objetivo era ganarse su confianza.
"Quiero tomar un baño también, sería buena idea. Podrías relajarte un poco o si quieres comenzamos, lo que me digas", la mujer lo dijo con esa sensualidad que muy pocas prostitutas tenían. A Vaquero le pareció buena la idea además quería tomar y comer algo antes de su faena carnal. "Puedes ir", lo dijo siempre sin verla.
Fernanda encendió la regadera pero no disfrutó del agua, solo imaginaba la escena de Vaquero golpeando a su amiga, Angie. La última discusión que tuvo con ella, su rostro desesperado cuando supo que perdió a su bebé, y la culpa, la dolorosa culpa que cargaba por haber sido ella la que dio la mala noticia, la forma de gritarle la verdad, eso era lo que hundía su corazón.
"Voy a matarte maldito y disfrutaré tu maldita muerte, bastardo", se dijo así misma mientras el agua caía en su rostro.
Secó su cuerpo rápidamente y cuando salió del baño vio una botella de cerveza vacía en la cama pero Vaquero no estaba.
Entonces sintió los poderosos brazos del hombre que la abrazaban desde atrás, él la levantó y la llevó hasta la cama. La sorpresa fue total. Si bien Fernanda se había preparado para este momento, estaba desprevenida, fue un error que debía superar y rápido, debía actuar, no dejarse intimidar.
"Eres un hombre fuerte... me gusta", dijo instintivamente. Pero Vaquero estaba poseído por una de sus más fuertes ataduras: el sexo. No escuchaba nada de lo que decía Fernanda, solo actuaba, solo se saciaba con el pequeño cuerpo. No era decente, no era amable, era duro, apasionadamente violento.
En algunos momentos lastimaba en otros apretaba justamente para dar placer y no ocasionar dolor, lo hacía por instinto mostrando que era un hábito cultivado por los años, no tenía pena o cortesía, simplemente su repertorio amante era fuerte.
Vaquero había perdido la visión, no podía diferenciar si la mujer lo disfrutaba o fingía hacerlo, muchas de sus parejas por temor a represalias actuaban; habían otras que sí lo disfrutaban, y se sometían con pasión. Pero los años en la criminalidad y las adicciones ya habían dejado un rastro en su cerebro y su accionar: solo actuaba, como si fuera activado a control remoto por un demonio.
Fernanda, si bien es cierto había tenido clientes exigentes, apasionados, masoquistas, alcohólicos e incluso bisexuales, nunca había compartido cama con alguien violento en el sexo. Solo cerró sus ojos mientras su cuerpo era sometido y tomado violentamente.
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Recordó aquellos momentos difíciles con su familia, las golpizas que recibía de sus padres, las veces que fue humillada en las calles, la ocasión que fue golpeada brutalmente por un cliente, el sufrimiento de Angie... pero también su mente activó el especial, dulce y excitante momento de estar entre los brazos de César, de ser penetrada mientras ese olor de fragancia y piel masculina la impregnaban, los segundos en los que sus ojos se hipnotizaban por el rostro delicado de aquel joven.
Todas esas emociones explotaban en su interior, en lo más profundo, como un recordatorio, como un llamado, como una advertencia que había llegado el momento de darle rienda suelta a la locura, el odio, a las máscaras que tan bien podía manejar y que la vida le había impuesto utilizar. Esta vez tenía su mayor prueba.
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Abrió sus ojos y comenzó a compenetrarse en el particular terremoto sexual llamado Vaquero, poco a poco su mirada se transformó en una de lujuría, de sed por más, su cuerpo encontró el éxtasis necesario porque algo era vital, había que vivirlo, no solo actuarlo. Al fin, sin pensarlo tanto tomó la iniciativa.
"¡Así! eso quieres, hazlo ¡hazlo! no te detengás hasta partirme en dos", las palabras fluían. Su lenguaje y sus movimientos se unieron como las llamas que aumentan su potencia.
Si Vaquero era manejado a control remoto por un demonio, el que tomó el control de Fernanda era mucho más perverso a tal punto que, lo ardiente de la escena, impactó al jefe criminal, por primera vez puso atención en su pareja.
Con los segundos el ritmo cambió, el hombre perdió la concentración y poco a poco, inevitablemente, lo llevó al climax. Uno que pocas veces había experimentado.
El sudor, el cansancio, los ojos cerrados violentamente, los gritos, la lujuría se apoderó de los dos cuerpos febriles de placer, de los corazones oscuros de ambos animales, porque eso eran en ese momento.
Poco a poco la pasión fue cediendo hasta que el acto finalizó de imprevisto, de golpe y sin anuncios, así como había comenzado. "Nos divertiremos", dijo Vaquero jadeando fuertemente mientras sostenía del cabello a Fernanda. El hombre enloqueció por la perversa idea. Pero la mirada de la mujer, ardiente, terminó por atraparlo en una espiral de pecado.
"Estoy lista" dijo la chica.
Al mismo tiempo el sentimiento de venganza hacía bombear mucha más sangre del corazón de Fernanda, ese momento también era placentero.
"Estoy lista para llevarte a la muerte... maldito", pensó con determinación mientras acariciaba la mano que sometía su cabeza.
Continuará.