lunes, 29 de abril de 2013

Las campanas de la decepción

Tomados de la mano caminamos varios kilómetros, la distancia no parecía tan larga porque la conversación fluía. En el camino varias veces nos soltamos porque las historias requerían la explicación hasta de nuestras manos y brazos.

Te miraba detenidamente porque no podía entender la suerte que tenía de tenerte. Tu belleza me hacía sentir  uno de los hombres más afortunados; no podía compararte, mejorarte o criticarte, simplemente para mis ojos eras el paraíso, al que nadie tuvo acceso, solamente yo. "¿Sabes lo bendecido que soy al tenerte? ¿Puedes siquiera imaginarlo? No, no puedes", eso te dije antes de detenerte y acercarme a tu rostro. Te vi un momento como para guardarlo en mi mente y luego te besé con cariño. Hubo pasión, pero moderada por el amor y la prudencia. Un beso que enamora, unos labios que invaden. Un momento especial.

"Yo te amo", tus palabras hicieron que mi pecho explotara de felicidad y de agradecimiento. Nos quedamos pegados un rato más. No había prisa de romper un momento para la historia, no queríamos hacerlo de hecho.

Llegamos a un mirador y la brisa hizo que buscáramos unir nuestros cuerpos. Te abracé y vi al horizonte. Podía sentir el aroma de tu cabello, y por momentos besaba tu cabeza. Nos quedamos viendo el escenario, hasta que se perdía el horizonte. Te volteaste y me besaste, con emoción no parabas de repetir lo feliz que eras. "Pensé que nunca me hablarías, que nunca me invitarías a salir, que ni siquiera un café te querías tomar", dijiste con parte de tu cabello tapándote el rostro, sobresalían tus labios con esa sonrisa que me derrite.

"Siempre temí hablarte, hasta que reparé que si no tomaba valor, nunca saldría de la duda si podía ser tu novio", eso salió de mi corazón, al mismo tiempo te dejé de abrazar para tomar tu rostro entre mis manos. Tu mirada amorosa y tu sonrisa agradecida me hicieron besarte nuevamente. Si pudiera definir el sentimiento de felicidad, entonces el concepto era ese momento a tu lado.

Por un momento me quedé viendo al cielo, y lancé un agradecimiento a Dios por tenerte. Entonces volví a verte y nuestras pupilas no se movieron. ¿En qué clase de mundo había vivido como para privarme de tan bello sentimiento? ¿Esto es amor? Estoy seguro que sí. Tu estatura pequeña, tus manos delgadas, tu figura, tus labios, la luz de tus ojos, tu aroma, hasta la ropa y los tenis que calzabas me parecían un regalo del Todopoderoso. Nos reíamos de felicidad, porque eramos felices de tenernos.

Cuando un sentimiento de incredulidad invadió mi mente, sonaron unas campanas.
Estábamos en lo alto de un cerro. En un pueblo pintoresco. Nunca vi una iglesia alrededor. Las campanas seguían sonando.

Vi a mi alrededor y el cielo se volvió gris. Te vi y sonreías, me mirabas, tus ojos me amaban, podía sentirlo. Me acerqué, te tomé de la mano y la apreté con gentileza, pero con la determinación de no soltarla nunca.

Todo sucedió rápido. Te desvanecías. El horizonte se oscurecía y tu rostro desaparecía al mismo tiempo que las campanas sonaban, ¡pero no había iglesia cercana! No dejaban de sonar, una y otra vez con más presencia. ¡Amor! ¡No ahora, no ahora, no me dejes ahora, no!

Entonces mi mirada captó un color azul mezclado con gris. En unos segundos me di cuenta que era una pared, y mis manos se apresuraron para salir del engaño. Era verdad. Con el dolor de mi alma me di cuenta que fue un sueño. Las campanas eran las que sonaban siempre cerca de mi casa.

Era domingo, dos días antes me había dado cuenta que ya tenías un amor. Si el sueño era la felicidad encontrada, las campanas me devolvieron al mundo de la decepción. Me quedé acostado con los ojos cerrados y susurrando "te amo, pero yo te amo, si supieras esto, todo lo que siento, ¿me amaras?"


No hay comentarios.:

Publicar un comentario