Los turistas respiraban y sus rostros se relajaban con cada exhalación. Caminaban con sus enormes mochilas en la espalda, sus sensaciones de descubrimiento al máximo y siguiendo el camino, uno más, que se acumulaba en su corazón. Conocer otras culturas, distintos países, probar otras comidas, ver nuevos rostros, y sentirse parte de una aventura, es sin duda una de las experiencias más gratificantes para un ser humano.
Cuando los rubios y las mujeres blancas se perdían entre la multitud del centro capitalino, Franco terminaba su último sorbo de café, estaba sentado en una pequeña cafetería matando sus pocos minutos de ocio. Sus ojos siguieron a los extranjeros desde que aparecieron en escena.
No les apartó la mirada en ningún momento, y mientras los apreciaba trató de entender la expresión de sus rostros, la energía y la emoción que emanaban de sus espíritus.
Pero la sensación de descubrir estaba apagada en Franco. Él también descubrió, también caminó en otros rumbos, conoció otros países y a muchas personas. Todo lo hizo por los azares de su vida, como parte de una familia nómada.
Esos aromas a casa nueva los conoce tan bien, que cuando, por casualidad, entraba a un recinto cualquiera que estuviera habitado desde hace poco tiempo, él podía aún detectar esa sensación de cuarto nuevo. Su olfato nunca fallaba, estaba entrenado. Es como acordarse de alguien especial, cuando se siente el perfume de un extraño.
Su eterno viaje comenzó desde muy pequeño, en ocasiones sin quererlo, pero en otras con aquellas ganas de descubrir.
Los más pequeños detalles de su infancia estuvieron marcados por ese cambio, ese trote por el mundo que no permite apegarse a nada, ni a lo más fundamental como una amistad.
"Sí tuve amigos", pensó Franco. Para ese momento se habían perdido de su visión los turistas y volvía su mirada a la taza entre sus manos.
Sí los había tenido, pero nunca pudo, o quiso, apegarse. Entendió que de haberlo querido, tampoco lo habría logrado, no se puede con una vida en eterno movimiento.
Se acordó cuando la desesperación se apoderó de su ser en una de esas tantas llegadas a una nueva casa. Había dejado atrás amores y las pequeñas raíces a las que se acomoda un adolescente. Se rompieron de raíz en un viaje sin retorno, que si bien fue bello desde le punto de vista de la aventura, marcó un antes y un después en su vida.
Franco pidió otro café. La experiencia de ver a los turistas sólo le valió un pasaje directo al pasado. Cuando perdió sus sagrados juguetes luego de llegar a otro lugar; otro amor perdido por un cambio de ciudad, cuando volvió a meter en cajas los recuerdos de su vida, porque era necesario buscar otro techo; la ocasión cuando le botaron sus cosas luego de un experimento de vivir con otra familia, y que finalizó en un bochorno, en fin, los recuerdos se agolparon uno tras otro. Una sonrisa se dibujó en su rostro. "Tantas cosas que he vivido, Dios mío", pensó mientras probaba el café caliente.
Los dedos golpeaban en la mesa, y su mente volaba. Se percató de que el tiempo había pasado, y cayó de lleno en la realidad. Su olfato se agudizó y la misma sensación de siempre apareció: la que obliga a que hay que desarraigarse una vez más. El sentimiento le arruinó el segundo café, el cual se enfrió.
Luego de un par de años de vivir en su actual casa, el destino volvía a repetirse. El llamado del camino tocó a su corazón una vez más. Por eso su olfato estaba agudo, porque los recuerdos del olor a cuarto nuevo ya no son agradables, desde ningún punto de vista.
Se levantó y pagó la cuenta. Era momento de moverse y buscar otro techo.
Franco siguió la ruta que tomaron los turistas. En ese momento entendió que no tenia la capacidad de sentir la emoción de los extranjeros que estaban de visita. Hasta que no encontrara un lugar al cual le pudiera llamar hogar, no una simple casa de paso, estaba incapacitado de hallarle el sabor a un nuevo viaje, al descubrimiento de otro país.
Quienes tienen raíces y viajan, guardan esa agradable experiencia.Quienes han sido nómadas, llaman al camino, hogar, con todo y las desventajas emocionales que eso conlleve. Franco lo tenía claro. Siguió el camino con una lucha interna para dejar atrás las experiencias de los últimos dos años que vivió en su actual casa. Se dijo a si mismo: "quizás el destino me tenga deparado un hogar o me vuelva lo suficientemente fuerte para vivir como nómada".
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