domingo, 7 de abril de 2013

La vida puede esperar

Hoy vi pasar los minutos, sentí a la vida como siempre, sin dar una mínima tregua. Pasaron los segundos y en medio de esa vorágine, tuve capacidad para hacer un alto.

Sin poder evitarlo llegó ese momento de resumir, y abrí mi interior, donde aparece esa verdad contundente, que no deja nada para interpretar, que es fría.

Porque no hay nada más intrépido que contarse las limitaciones, revisarlas y sentir la imperiosa necesidad de transformación. Porque al pasar los días, el orden de este mundo te hace creer en un camino, y te sientes parte de un destino; pero el gran desengaño viene cuando le cierras los ojos a la vida, y te abres espacio en el interior. Unos encontrarán seguridad, pero hay otros que caminan en un pantano de indecisiones, y de temores. Porque tenemos, ante los demás, un rostro específico, sin embargo frente a un espejo, y sin la muralla que cargamos día a día ¿quiénes somos?

Hoy vi mis fronteras, analicé mis temores, conté mis fortalezas. No me engañé ni interpreté a mi favor, no permití ni una sola alabanza, me quedé en primera fila, en silencio, para ver la película de quien soy.

Entonces, el gran desengaño es un efecto dominó. Porque cuando el temor llega, y le plantas cara, no con odio, sino con humildad y determinación, entonces ahí deja de ser una amenaza y se convierte en una oportunidad. Y esa oportunidad ha llegado, por fin.

Conté mis errores, los enumeré por tamaño. Ahora la existencia tiene un nuevo color y muestra un nuevo camino e invita a cambiar, a transformarse, a destruir los viejos edificios que se alzaron en el desconcertante día a día, en medio de una sociedad que no te permite respirar, que te mantiene alerta.

¿Qué sentido tiene vivir encadenado, acomodado a las propias deficiencias? ¿Qué gracia se puede encontrar en ser uno más siguiendo un ritmo brutal de vida? Este proceso de respirar no tiene un guión, uno mismo lo crea. Nos han enseñado a seguir una norma y ha mantenernos en un camino dictado. Vivimos para el futuro y muchas veces el pasado, pesa demasiado.
La sociedad sigue, el mundo no para, los amigos van y vienen, las familias mueren, a veces no nos necesitan, en ocasiones no somos indispensables. Entonces, si todo sigue, ¿por qué no podemos parar? La vida puede esperar, siempre y cuando sea para resumir, diagnosticar deficiencias y plantearse nuevos retos. Llegó el momento de aspirar a una verdadera independencia, no la física, ni la regional, ni la mundial, ni la monetaria, sino la más importante: la del interior del alma.




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