No reparé en tu presencia hasta que el calor de la multitud me hizo perder la calma.
La temperatura y el ánimo contrastaban: la primera era alta, el segundo era tan bajo, que poco había en el escenario como para elevarlo a un nivel adecuado.
La mayoría mostraba reverencia, y otros la aparentaban. Canto, lágrimas, reflexión y pasión, todo eso se conjugaba en la gente; en mi caso, calor y una pizca de incomodidad por sentirme fuera de lugar
Entonces mi mirada cayó de lleno en tus ojos. No era una mirada mutua, tu visión en otro objetivo, mientras que la mía directa en esa luz especial de tus pupilas.
Tu rostro con una mezcla angelical y terrenal, y un cabello desordenado que en nada ensombrecía la bondad de tu belleza.
No hubo mirada mutua hasta buen tiempo después. Fue corta, sincera y percibí que tu atención se detuvo un momento en mis ojos. Fue fugaz cuando quise que fuera eterna. Y finalizó antes de ilusionarme.
El calor, la gente, el sudor, la temperatura, todo pasó a segundo plano desde que te vi. Pero al mismo tiempo aplaqué ese prematuro y bello sentimiento. Cuando mis ojos se llenan de belleza, sólo se queda en ese sagrado lugar. No pasa más allá, no llega a mi voluntad, mucho por mi incredulidad, otro poco por el pesimismo.
Te paseaste por el lugar y fue todo lo que necesité para deleitarme en el interior. Toda una multitud a mi alrededor, y yo tan perdido con tu presencia. Todos relacionados en una misma fecha y en un mismo fervor, en cambio yo tan separado del tumulto y tan cerca de ti.
Los minutos fueron crueles porque tenía claro el destino, habían dos caminos: darme la vuelta con la conciencia clara de saber que era la primera y última vez que te iba a ver, o acercarme a ti.
Rompí el silencio. Me acerqué y te hablé. Mis labios y mente se movieron, pero mis ojos no podían apartarse de tu mirada, eso fue una alerta. Porque si respondiste y conversaste, fue bello pero secundario. Había una alarma en mi corazón, una contundente que me decía la peligrosidad de quedarme adormecido en tus ojos.
Los minutos pasaron y el destino se repitió. Con el tiempo te perdiste en la multitud, mientras el calor, la desesperación ocasionada por el tumulto, y la incomodidad volvían a mi ser poco a poco, desesperante.
No olvidé la mirada ni la experiencia. Las guardé dentro de mi con la esperanza de volver a vivirlas.
Son esos momentos que uno puede ocultar, pasar por alto o guardar para siempre. Con todo el derecho de hacerlos públicos o mandarlos al olvido. Yo no olvido.
El tiempo ha pasado, y el mundo es pequeño, muy pequeño. Lo último que se puede perder en una historia como esta, es la esperanza. Esa luz volverá a aparecer, no lo dudo, en el mismo rostro angelical o en otro. La belleza puede convertirse en amor, el pesimismo pueda dar lugar a la felicidad, y con el tiempo, quizás, algo bueno traiga esta historia a mi corazón.
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