El rinoceronte negro no volverá a recorrer las sabanas de África. Lo desaparecieron en medio de una vida que no permite detenerse por nada.
Lo mataron, sin misericordia, lástima o preocupación. Parece que no hay espacio para esos sentimientos.
Me deleitaba viéndolo en documentales sobre vida animal. Lo miraba en caricaturas, muñecos, peluches, en camisetas, en fin, me era tan natural, tan parte de este mundo como un ser humano.
Entonces era un niño, un ideal, soñador, natural, una mente positiva. 25 años después soy prudente, cauteloso, realista y el rinoceronte está extinto. Cuando me di cuenta de la tragedia, no me impactó, no se puede cuando se tienen responsabilidades, es difícil cuando todo gira en trabajo, familia, pasatiempos y descanso.
Pero me conozco. Ya en el silencio de las cuatro paredes reparé en la pérdida. 65 mil dólares cuesta el kilogramo de cuerno de rinoceronte en el mercado negro. Se utiliza para remedio medicinal en Vietnam, China o Tailandia, esa fue una de las causas de la extinción de tan preciosa especie.
Otra causa, mucho más incomprensible, fue la caza deportiva.
¿Caza deportiva?
No lo entiendo. Una y otra imagen pasaron frente a mis ojos, y no alcancé a entender el júbilo de los seres humanos posando con el cadáver. Hay felicidades que son vastas, completas, trascendentales. Esta práctica no puede serlo. No debe serlo.
Me acordé de la batalla entre un rinoceronte y un búfalo, la cual ganó el primero no sin antes pasar apuros. De cuando permitía que los pájaros se alimentaran de los insectos en su piel. De la vez que uno, fuerte y furioso, embistió a una de las tantas camionetas con fotógrafos que se acercaban a su hábitat.
El sentimiento de vacío se expandió en mi corazón. El enojo, la ira y el irremediable odio era el destino para mi alma. Entonces me detuve.
El rinoceronte negro necesitó en su momento de muchos corazones como el mío para ser protegido. Pero no fueron suficientes, y también yo no hice nada. No pude por la geografía y por la particular vida que llevo. Ahora es tarde para ponerse mal.
Para calmar la pena, comprendí lo que sucedió. No hay misericordia, ni con los animales, ni con los seres humanos.
En la historia de la humanidad, el genocidio ha sucedido una y otra vez, como si fuera parte de nuestra naturaleza.
Si no ha existido un respeto por la vida humana, los animales son meros adornos desechables. No generalizo, no acuso, no arremeto. Con 25 años menos, habría llorado de enojo. Con 25 años encima permanezco en silencio, luchando por entender antes de ceder a la furia.
Entiendo que el ser humano puede extinguir lo que quiera, incluso al ser humano. Entiendo que hay realidades que no dependen de mí. Comprendo que puedo hacer la diferencia, exhortando a los que me rodean a cuidar la variedad de vida que hay en el planeta. ¿Es suficiente? Nada es suficiente.
En medio de una humanidad dividida, donde se vive en constante movimiento, vulnerables y enamorados a las redes sociales y al escrutinio público, lo único que vale la pena, es la paz interior.
Mantengo la calma. Sé que extrañaré al rinoceronte negro, así como extraño al tigre marsupial, puedo hacer la diferencia, puedo cambiar, debo hacerlo. No puedo ser como un cazador, ni como un exterminador, ni ser parte de ese negocio. Si pierdo la paz, gana el enemigo; si enveneno mi corazón, se extingue la vida en mi interior. Si le apuesto al amor y al perdón, entonces ahí, me aseguro de que no estoy solo. Y toda maldad, incluso el salvajismo en contra de cualquier vida, será vengada, y no por mi mano.
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