lunes, 20 de mayo de 2013
Pancho
Su ojos brillaban en la oscuridad y se podía visualizar como el rostro lo movía a su derecha. Luego se abalanzaba, juguetón, tierno, necesitado de calor humano.
Fueron pocos los minutos que Archie pudo acariciarlo. La sala oscura, la línea de luz se trazaba perfecta en la parte baja de la puerta. El silencio de la noche se rompía con el baile primoroso del cachorro, que aún no podía ladrar. Era demasiada tensión para el joven, temor, preocupación, auto flagelo mental. Archie no estaba bien.
Con un suave movimiento aparta a Pancho. El perrito insistía y el ruido de sus patitas en el suelo era estridente para los oídos enloquecidos de Archie. Nuevamente lo hace a un lado, esta vez con más fuerza. La bola de pelos se deslizaba por el piso. Otra vez sus ojos brillaron en la noche, mientras Archie trataba de hallarle forma a las sombras que se dibujaban en las ventanas, principalmente en la línea brillante de la puerta, donde se puede percibir la llegada de un intruso. Pero ¿había algún intruso?
Pancho corre con todas sus fuerzas y choca con el cuerpo acostado en el piso. Lame una y otra vez los brazos del joven, quien aterrado empuja con fuerza al animal, como queriéndolo alejar para evitar que los movimientos amigables del cachorrito pudieran delatar algo. Archie, y sus ojos en llamas; Pancho y su movimiento tierno de cabeza. Ambas miradas chocaban en la oscuridad.
Una vez más el perrito, con su cola moviéndose sin cesar, busca el juego. Fue demasiado para el adolescente. Agarra a Pancho y, con fuerza medida, lo vuelve a alejar. El pequeño cuerpo vuelve a deslizarse, sin daño, ni agresión, solo fuerza medida.
La luz parpadea. ¡Alguien está ahí! Los segundos son desesperantes, pero el desenlace es el mismo: no hay nadie.
Archie y Pancho hacen contacto visual, nuevamente. Esta vez el desesperado humano rompe en llanto, contenido, desesperado, agónico. El perro, como sintiendo el dolor, se echa cerca y espera. Sus ojos conmovían, su rostro estaba sobre al suelo, ahí permanece, siempre fiel.
Amanece y Archie se percata que está en la cama, se da vuelta una y otra vez para entender cómo llegó a ese lugar. Cuando su rostro queda a la orilla del colchón, mira hacia abajo. Ahí estaba Pancho, dormido. El jovencito lo ve, siente tristeza por lo sucedido y derrama más lágrimas.
"Perdón. Perdón. Perdón, Pancho". El perrito duerme profundamente. Archie lo acaricia con un dedo lo que provoca el despertar del can. Otra vez las miradas se encuentran. La de Pancho adormitada, tierna; la de Archie, triste, húmeda. La fidelidad es un don, ignorarla, es una condena.
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