"Si pudiera desaparecerte de esta tierra, lo haría con tal rapidez que ni siquiera le daría el espacio al mínimo remordimiento". Fue lo único que ella pudo decir, luego de ver derrumbada su vida. Sólo habían pasado instantes de la traición. La más grande decepción de su vida.
"Si pudiera volver al pasado, nunca habría comenzado algo con esta mujer. Me arrepiento de haberla conocido", fue lo único que pensó él. Ni siquiera se le pasó por la mente el grado de traición que cometió.
Ambos estaban amarrados. Él podía manejar la fuerza de ella. En cambio la mujer trataba por todas formas de zafar al menos un brazo, principalmente el que sostenía el cuchillo, para poder enterrarlo en algún lugar del cuerpo que la sometía. No importaba el lugar, el objetivo era infligir algún tipo de dolor.
La escena era vergonzosa. Una más luego de 15 años de relación sentimental, a veces placentera, en ocasiones decepcionante, amarga y triste.
Ella cumplió. Él amó un tiempo, luego engañó. La mujer midió sus sentimientos carnales hacia otros hombres. Él cayó, una y otra vez en el pecado. El hombre fue meticuloso en su mentira, ella no reparó en la confianza y tampoco en la obsesión hacia él. Lo convirtió en un rey, en un Dios. Para él, no había una deidad ni en el cielo. Su esposa, y el resto no eran más que musas, artefactos y compañías.
Ambos permanecieron trabados uno al otro. Nadie cedió. Los ojos no se desprendían. La mujer contenía las lágrimas con odio. Él ya planeaba su próximo paso: huir lo más lejos posible.
Entonces un sentimiento partió el alma del hombre. Sus brazos se debilitaron y su fuerza comenzó a ceder. Cayó hincado pidiendo ayuda y tocándose el pecho. Ella no se sorprendió, sólo perdió la atención cuando imaginó el cuchillo ensartado en el mismo lugar donde su esposo se apretaba. Pero se detuvo. Mantuvo la calma y vio como la vida, poco a poco, se le escapaba a su pareja.
Lo vio morir. Los años de excesos pasaron la factura. Entonces, cuando lo vio tirado en el suelo, y el sentimiento de venganza era un éxtasis en su pecho, comenzó a ceder... no fue su físico, ni sus fuerzas, fue su ánimo. Y como un arcoíris, se fueron dibujando en su alma aquellos pequeños momentos felices, los de triunfo, los de besos con amor, los de palabras de aliento, los espacios de entendimiento y las largas pláticas para planear cualquier cosa. Fue incapaz de deleitarse en el odio. Y lloró. Con lágrimas de dolor, porque en el fondo de su corazón, y pese al daño, nunca, nunca le deseó ese destino. Si lo hizo al calor de la traición, nunca en plena conciencia. Se puede odiar en cualquier momento. Pero sólo se puede amar una vez.
Me gusta, pude imaginarme cada escena de esta historia...justo como cuando leo un libro, me desconecté y entré a otro mundo.
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