sábado, 9 de marzo de 2019
La mirada en la oscuridad
"O afinamos este modelo de ser, mi querido Félix, o mejor desistimos", las palabras del viejo hicieron eco en la amplia sala de la casa. "Es imprescindible encontrar una forma de lidiar con el mundo, mi querido amigo. Ya son años de cargar con esta máscara... ¡años!" la desesperación encarnada y la mirada intensa. El hombre era un caos.
Félix solo observaba, con la misma mirada del tiempo. Podía entender lo que las pupilas expresaban. Y en este escenario había decadencia y frustración de un ser humano. Félix es paciente, muy paciente.
"No sé si estoy en lo correcto o desvarío, quizás pierdo la razón y ni siquiera soy consciente de eso", Franco, de 65 años, delgado y barbado, tiene una mente excitada, un volcán violento de ideas y filosofías que no siempre podía controlar; esa dinámica, con el pasar de los años, había marcado su estabilidad mental y emocional.
Muy pocos humanos soportarían tantos años una problematización constante de las cosas, del alrededor, de la gente, de su interior, era una incesante búsqueda, un escudriñar tan intenso que rayaba con la locura. Una inteligencia aguda corre el riesgo de perderse. El hombre volvió a imaginar ese oscuro porvenir mientras acomodaba la almohada a su cabeza.
"Aquellos ideales juveniles, aunque siguen presentes en mi interior, parece que se han perdido en los demás. Nunca me interesó que pensaran igual que yo o que abrazaran las mismas banderas de pensamiento. Ya pasaron los años, la búsqueda ha sido excitante, apasionante y me llenó por un tiempo como ser humano. Pero nunca encontré paz. Nunca", el sonido de la voz aumentaba, la mirada directa a Félix era intensa y preocupada. Pero Félix era casi una estatua, no tenía expresiones. Su mirada fija en Franco, sus ojos eran intensos y provocaban silencio. Por unos minutos todo quedó en silencio en aquella enorme casa ubicada en uno de los barrios de clase media que abundaban en la gran ciudad.
"Puedo luchar por mis ideales hasta el último día de vida, pero la misma mente se impone nuevos límites y me quedo corto en ideales ¡Quiero más. Deseo más!
Y sé que no estaré completo del todo. ¡No me alcanzará la vida, Félix! ¿Te imaginas quedar incompleto?" Franco era un retrato de la impotencia mezclada con odio, sí, odio producto de la inconformidad. Esa llama que pudo quemar todo a su alrededor pero que se guardó por los cánones sociales, ahora estaba casi apagada. El odio mutilaba a Franco.
Félix podía sentir ese sentimiento del viejo. Podía oler la desesperación como un escudriñador de primer nivel. No necesitaba hablar porque era inexpresivo en el caos pero una lengua incansable en la paz.
"Debo reencontrarme en mis caminos. Debo dejar que la pasión fluya. Debo trabajar en mis últimos años de vida para que el mundo conozca de qué estoy hecho, lo que puedo hacer. Debo quitarme la máscara. Y quemar todo", esta última frase fue un grito desesperado en la silenciosa, polvosa y descuidada morada. Era medianoche y el viejo estaba cansado, aturdido, sucio, desconcertado.
Franco perdió familia, amigos y gente cercana por su incapacidad de relacionarse y de comprender al mundo. No era empático, nunca lo fue. Y no era un capricho.
Todo cambió en su tierno corazón hace ya más de 40 años: odiaba al ser humano. Tuvo años jóvenes llenos de gracia y diversión, cariños y abrazos, amores y pasión; sin embargo poco a poco, con cada acción negativa, dolorosa y devastadora que veía a su alrededor una parte de su humanidad se apagaba.
Todos están condenados a convivir con la barbarie humana y reconstruirse, comprender, seguir adelante, unos mejor que otros, pero en todo caso seguir viviendo en sociedad.
Están los asesinos, violadores, ladrones de vidas y otros seres repugnantes que terminan en la cárcel, en un cementerio o que viven en libertad pero guardan algo de humanidad que, bien encaminada, bien trabajada y con una dosis de espiritualidad, podría reformar su camino. Los humanos tienen esa posibilidad. Menos Franco. Menos los condenados como Franco.
"He sido testigo de las peores acciones. He protagonizado daños. El ser humano es la peor creación", el sexagenario volvió a recostarse para tomar aire, su mente y corazón estaban condenados a un sufrimiento propio de la locura.
Franco se consideraba un aborto, un resultado cercenado producto de la mezcla de personas normales y los enfermos y destructores. No era capaz de matar ni de infringir daño físico serio, pero tampoco podía amar. Era pacífico la mayoría del tiempo pero su óptica estaba marcada por el odio. Esas características dañaron a las personas a su alrededor. Poco a poco él se alejó y la gente también.
"Ojalá una enorme bola de fuego cubra la tierra y a todos nosotros. Ojalá ese fuego limpie todo... ¿qué te parece la idea mi amigo?"
La figura no se movió, tampoco su mirada. Estaba sentado con su saco negro, sus zapatillas negras y sus manos elegantes. Su pose era el orgullo de tener todo bajo control.
El anciano tampoco le quitó la mirada, quería una respuesta a tal punto que se levantó y se acercó al rostro de Félix. Ambos se conocieron mucho tiempo atrás, en una de las tantas crisis emocionales y existenciales de Franco. Hay que remontarse décadas atrás a una noche turbulenta física, emocional y sentimentalmente cuando su interior pedía a gritos una guerra contra todo y todos.
En el calor del delirio, en esa búsqueda de enrumbar sus más devastadores sentimientos, su insaciable odio que hería su alma, en ese estado de pasión y de locura desbordante apareció Félix, como un fantasma que no era invitado pero que sabía que podía mostrarse tal cual.
Sus ojos, su sonrisa, su belleza eran admirables, su porte también, pero era la llama en su mirada era la que rompía moldes y tenía un peso enorme en el vacío del alma de Franco. Era una figura que le daba sentido al caos.
Franco y Félix quedaron trabados en una mirada que parecía infinita. Y ahora que el viejo quería una respuesta y la esperaba fervientemente, su amigo era una tumba. A diferencia del ir y venir de emociones que caracterizaban al anciano, Félix tenía una llama que no variaba con los años.
"¡Habla! ¡Habla! ¡Hazlo!", los gritos se escucharon hasta la calle. Como los alaridos no eran extraños en el vecindario, nadie puso atención. Todos sabían que el viejo hablaba solo, que estaba loco.
Y si alguien pasaba por la ventana de esa casa y volvía la mirada al interior, ahí estaba Franco gritando. El viejo gritón y odioso, uno más de los olvidados en el barrio.
Sin embargo los ojos humanos no captan toda la realidad. Nunca han tenido esa capacidad.
Franco no estaba solo. Nunca lo estuvo. Ahí estaba Félix, el encantador, con su traje a la medida, el que no necesita hablar en el caos sentimental de los humanos, porque él es el caos, él es el ladrón.
Tal era la desesperación del viejo que se rompió el implacable silencio. Félix agudizó su mirada como antesala a sus palabras.
"Quémalo todo."
Franco quedó petrificado. No había salida. O actuaba o callaba, pero ambas acciones lo condenaban.
Y Félix lo sabía. Lo supo desde que lo conoció, por eso guardaba silencio, con la sabiduría de un milenario, con la astucia de una figura que traspasa los años y el tiempo.
Franco no tenía respuesta y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Atrapado en la mediocridad, en la falta de sabiduría, en la incapacidad, apagó la luz y se acostó en el sillón de la sala. Su mirada estaba perdida.
A su lado, el encantador sí podía verlo en la oscuridad y solo esperaba a que la otra luz, la interna, se apagara.
domingo, 24 de febrero de 2019
Las voces
Corres por el idealismo para sentir la brisa de la justicia. Y si no ves la meta, no importa, no te interrogas ni abres tu mente. Solo abrazas tu sendero.
Has aprendido a amar, aunque nunca has tenido suerte en el amor. Quizás son las personas. Quizás eres tú. Pero el placer no te ha faltado. Has tratado de convertir la oscuridad en luz para darle sentido al camino. Si de probar se trata, estás en un pasillo con miles de interruptores. Apágalos y enciéndelos hasta que tus dedos se cansen. Quizás encuentres la luz eterna.
Juegas con la locura. En el día de bromas, el mejor discípulo; en otra jornada de sentimientos, vomitas con su sola presencia. Si de jugar se trata, el mundo es un parque de diversiones. La emoción tiene límites y puedes manipularlo todo... por un tiempo. Nada dura para siempre, aunque siempre hay lamentos.
Amas la libertad. Defines a tu ídolo. El encantador libre albedrío para definir a tu amo. Pueden ser ideas, pueden ser personas, no importa porque en el escenario cualquiera parece libre. No importa la máscara ni la terapia, los tiempos, las poses o las disciplinas, las formas o conceptos, en el corazón está la verdad. Y ahí no hay libertad.
Al final el tiempo se encargará de colocarte en otro puesto, en otra historia. Y volverán los mismos intentos: amor, locura, libertad, deseos, ideas, filosofías, besos, odios, lágrimas, obsesiones, pasiones y deseos.
Hasta que la sombra se convierta en realidad. Hasta que el aire se termine.
Entonces las voces te resumirán tu camino, los idealismos se derrumbarán y toda la verdad, como una gigante guillotina, rompera de raíz a la mentira.
Tu risa, discípula de la locura en tiempos cómicos, desaparecerá.
Cuando la verdadera locura aparezca, los sollozos de la historia se materializarán en tus ojos.
Las voces se escuchan a lo lejos. Y no cantan himnos de justicia o amor. Gritan a viva voz para advertir.
Las voces te alcanzarán.
sábado, 23 de febrero de 2019
Hoy fallecí en sueños
Hoy se rompió algo.
Desperté como un día más. Me hundí como nunca.
Ya sabía que llegaría el momento de enfrentar la realidad, el minuto exacto en el que no tendría escapatoria. Lo pensé por mucho tiempo, por eso no hay sorpresas.
Hoy se destruyó un destino. No es gratis abrazar una filosofía, pero el costo es lo de menos.
Hoy perdí. Fue la derrota total de un pensamiento.
Nada es para siempre y tampoco se puede tener todo ¡las malditas particularidades de la vida que la hacen ilógica, detestable!
Somos fuego arrasador, pero nos han colocado en una dimensión en la que somos fósforos sin maleza para crear una hoguera.
Hoy fluyeron los sentimientos. Se pueden retener por un tiempo, pero como la indomable naturaleza, llega el día en que rompen las barreras en mil pedazos. Del caos al silencio.
Hoy se borró el camino.
Los ojos perdieron el filtro. Los sujetos perdieron el color.
Pero no me malinterpreten, eso sería peligroso. Es solo un día largo y tedioso, con la particularidad que llegó a su fin aquel afán, aquella cosquilla sentimental por construir algo único. Esa edad ya pasó, como la luz de un día sin mañana.
Hoy morí, pero no en el terreno y en la carne.
Hoy fallecí en sueños.
martes, 25 de diciembre de 2018
No en esta vida
Hoy salí a caminar. Respiré profundo mientras miraba a mi alrededor. Observé el cielo, los colores, la gente, los pájaros. El paseo matutino fue una decisión provocada por la exposición a mensajes optimistas: "sonríe a la vida", "piensa positivo" y más de esos que abundan en las redes sociales.
Pero el transe optimista tuvo una pausa. A unos metros estaba un anciano sosteniendo una escopeta. Un vigilante. Un cuadro que inspiraba más angustia que seguridad. "No puede sostenerla adecuadamente ¿te imaginas que se le escapara un tiro?", fue inevitable pensarlo, mucho más cuando sus movimientos temblorosos movían de un lado al otro la escopeta y apuntaban hacia mi.
"Muévete". Y así fue.
Volví al proceso de la respiración, a disfrutar del escenario, las calles, todo desde la óptica de encontrarle la belleza a cada segundo. Pero otra pausa fue inevitable: un joven tratando de fumar. Parecía que realizaba un enjuage bucal, pero en lugar de escupir agua era humo. Acné mezclado con timidez. Otro que tomaba un cigarro para aparentar algo que, al menos en este momento, todavía no era: alguien seguro de sí mismo.
"Si supiera que se resta minutos de vida y al mismo tiempo asegura una mejor posición económica a los que parieron ese cigarro ¿te sucedió lo mismo en su momento, verdad?"
"Ignóralo". Y así fue.
Respiré otra vez mientras miraba un árbol frondoso, amplio, exuberante. "La naturaleza, que bella", pero fue un pensamiento que desapareció en dos segundos ya que una mujer llamó mi atención: era de unos 45 años y en ese momento le dio una patada a un perro para alejarlo de su negocio. Una señora con un rostro mezclado de enojo e impaciencia.
Lanzó una mirada destructora hacia un ser inferior.
Luego volvió a ver a quienes pasaban cerca de ella. "Buenos días", los saludos amables, mientras el perro trataba de buscar algo que comer y al mismo tiempo saciaba su sed en un charco de agua gris.
"¡Cómo puede ser tan hija de la gran puta!" para este momento mi mente ya había archivado las respiraciones, el sol y el verde de la naturaleza.
Compré dos panes en una tienda cercana y con malabares, señas y sonidos, llamé la atención del perro. Luego de tragar los panes con rapidez y percatarse que no había más, el animal buscó un nuevo camino en la calle y se alejó.
También me alejé de la tienda de la "hija de la gran puta", suelo llamar a la gente con aquella primera impresión que me dan.
"Nunca comprés ahí". Y así fue.
Cuando mis impulsos me invitaron a concentrarme en mi recorrido matutino, ya no hubo efecto. Estaba ante el clásico trajín de una ciudad a donde cada quien se mueve a partir de sus intereses personales sin importar el bien común: tráfico, basura, gritos, ruido, ultrajes, inseguridad y todo lo que pueda imaginar en la movilidad de una ciudad desordenada con una población que vive apresurada la mayoría del tiempo. Un concierto lamentable.
"Regresa a tu casa". Y así fue.
"Cada quien es un mundo, trata la manera de encontrar la belleza de la naturaleza. Piensa que lo que acabas de ver es solo una parte de este planeta. Piensa que hay otras personas, en otras realidades, que están sufriendo. Piensa en que hay verdaderas tragedias sucediendo en estos momentos: niños muriendo, gente hambrienta, asesinatos en masa, destrucción de vidas, que no se comparan en absoluto a los escenarios que has visto esta mañana. Aprende a reconocer la diferencia."
No sé si lo dije en serio o fue de esas repeticiones automatizadas de la mente. Quizás es un mecanismo interno de autocontrol. No lo sé. Creo que en algún momento nos decimos eso.
"Pero yo quiero que este mundo cambie. Yo quiere que ésto cambie", esas palabras las susurré en respuesta al mecanismo interno de autocontrol.
Hubo un silencio en las siguientes cuadras. Cuando entré a la soledad de la casa, todo estaba en silencio, menos mi interior.
"Estás en un mundo gobernado por humanos. Solo podrás cambiar algunos escenarios particulares que impactarán positiva o negativamente algunas vidas. Nada más", el mecanismo interno estaba en acción. Era sabio en un punto: "el mundo gobernado por humanos".
Entonces mis palabras rompieron el silencio de la casa.
"¡No es en esta vida. No es aquí el lugar de justicia. No es en este orden, en este sistema, que encontrarás paz!"
Fue como una explosión. Lo grité y guardé silencio, hasta que la voz interior apareció una vez más.
"No está en tus manos. Espera la siguiente vida". Y así será.
sábado, 15 de diciembre de 2018
Fernanda Parte XXIV
11:45 am
El sonido del celular sorprendió a César en medio de una pequeña reunión con los colaboradores de un proyecto. Cuando vio el nombre clave del contacto "Fernando" tomó el teléfono y salió de la oficina sin dar explicaciones.
"¿Pero qué ha pasado? ¿A dónde has estado?", susurró el joven para no llamar la atención en su trabajo.
"Es una larga historia... estuve a punto de morir. Quiero verte esta tarde, es urgente para mi", Fernanda aguantó las ganas de llorar para no mostrarse vulnerable. "Quiero que nos veamos en algún lugar, no sé, un bar que conozcas. Hay muchos en la zona de Versalles", seste lugar estaba cerca del centro de la ciudad pero era seguro por la presencia policial.
César no supo qué decir, como siempre le tomó muchos segundos para hablar. "A las 6:00 de la tarde llegaré a Versalles y cuando esté ahí te llamo. Estaré a la hora exacta".
Fernanda quería seguir hablando pero se contuvo. "Gracias. Ahí estaré, debo descansar un poco. Adiós", fue cortante porque temblaba de la debilidad, el temor y la desesperación.
César pidió permiso para ausentarse de la reunión y, como era uno de los principales jefes del proyecto, no hubo inconvenientes. En las siguientes dos horas pensó la mejor estrategia para ausentarse y no llegar a casa. "No creo que Laura se moleste si retomó mi hábito de jugar a las cartas con los amigos que tenemos en común".
"Gerardo, necesito un favor, esta noche le diré a Laura que hay reunión de amigos para jugar. Será en tu casa y por iniciativa tuya, en dado caso llame por supuesto. Necesito arreglar unos asuntos", la confianza con su amigo de infancia le permitió por muchos años la coartada perfecta no solo para verse con mujeres, también para ausentarse a citas con sus padres y familiares.
"Ya me imagino, cabrón, ya me imagino... estaré pendiente. Hazla gritar por favor, jajajaja", así era Gerardo, del grupo de amigos adinerados era el que tenía un poco más de dinero pero menos lenguaje refinado. Hay cuestiones que el dinero no cambia.
César llamó a Laura, le dijo que se quedaría en el trabajo hasta tarde, luego saldría a una reunión con unos colaboradores. "Por cierto, Gerardito convocó a noche de amigos, espero no te moleste", César esperó con cierta ansia la respuesta de su prometida.
"Esas reuniones nunca se acabarán, lo tengo claro desde hace años. Solamente espero que no se excedan. Sabes César, tuve una mañana cansada en el trabajo y pedí la tarde, así que me dormiré temprano. Cuando vuelvas trata la manera de no hacer ruido, ten cuidado cariño", Laura fue sincera en un punto: estaba cansada. Pero no tenía que dar detalles de lo que realmente haría en la noche.
La mujer al momento de la llamada estaba frente a su laptop, chateando. Desde hace varios meses tenía una relación en el ciberespacio. El intercambio de mensajes e incluso de imágenes había aumentado en las últimas semanas y está noche, gracias a las "noches de amigos", habría acción con su amante en la web.
Ambos colgaron el teléfono agradeciendo por tener carta libre para la infidelidad. Así de crudo.
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6:00 pm
"Estoy en el bar La Taberna, en la segunda planta, en la última mesa, está vacío a esta hora así que no tendrás problemas para verme", César miraba desde la ventana.
"Estaré ahí en unos minutos...", mientras Fernanda estaba al teléfono, cada rostro se admiraba al verla caminar. Y esta vez no era por el cuerpo o el atuendo, era el golpe en el pómulo, aunque bajó la inflamación estaba muy morado y el maquillaje no servía de mucho. Tuvo que ver al frente y no cruzar miradas para soportar el difícil momento.
Al entrar a La Taberna sucedió lo mismo. Los meseros y los clientes en la primera planta susurraban mientras miraban el rostro de Fernanda.
"¡Dios mío! ¿qué pasó?", las palabras de introducción de César.
Fernanda lo abrazó fuertemente y no pudo evitar llorar. Todas esas barreras para dejar fluir cariño se rompieron en mil pedazos. Todo el terror y la desesperación de las últimas horas se diluyeron en lágrimas que humedecieron las camisa del joven. El sollozo era lamentable y se mezclaba con la música en la solitaria segunda planta de ese bar. No sería una noche de placer como pensaba César y no había palabras que decir.
El destino tenía preparado otro desenlace para el día. Uno de terror. Y ya estaba en proceso.
"La vi entrar. Sí. Es la misma mujer que dicen, la del golpe en la cara, pequeña, morena. Es la misma, la acabo de ver entrar al bar La Taberna. Fue una coincidencia porque no suelo estacionarme a esperar clientes en este lugar... es ella, solo eso puedo decir, me dijeron que llamara y es todo lo que tengo que hacer", el taxista simplemente quiso quedar bien y evitarse problemas. Y lo había logrado.
35 minutos después se estacionó un auto blanco. Salieron dos sujetos, uno alto, delgado de unos 50 años; el otro de mediana estatura, fornido y con rostro de pocos amigos. Eran del grupo de Bruno, obviamente estaban armados pero no eran sicarios, solo daban golpizas y amenazaban, sin permiso para matar a menos que fuera sumamente necesario. Ambos tenían trabajos formales y familias, eran de los infiltrados bien trabajados y que su misión era pasar desapercibidos hasta que les asignaban una "tarea" acorde a su posición. Esta vez tenían que capturar a la mujer a como diera lugar y llevarla a la casa de seguridad en el centro de la ciudad.
Se sentaron y pidieron unas cervezas, platicaron mientras observaban a su alrededor.
"Aquí no está, pero esperemos un rato", dijo Pepe, el hombre delgado.
"¿Estarán en la segunda planta?", Ramiro siempre analizaba los escenarios. "Nos quedamos acá, terminamos la primera cerveza y luego revisamos arriba", dijo sin esperar respuesta de su compañero.
"¡Mesero! ¿Hay televisores arriba? desde esta mesa no veo bien el partido", aunque era un juego diferido, Ramiro cambió su cara de pocos amigos a la de un tipo llevadero y con buen humor, pensó que era una buena excusa para cambiar de mesa sin levantar sospechas.
"Por supuesto señor, arriba hay más espacio ¿gusta cambiar y pasar su orden a otra mesa?"
"¡Genial, dos cervezas más por favor!", Ramiro señaló la parte de arriba y junto a su compañero caminaron.
Al llegar a la segunda planta, al final del cuarto vieron la espalda de un hombre quien estaba acompañado. Bastaron unos segundos para ver el golpe de la mujer en el rostro. "Es ella", dijo Pepe mientras se sentaron a diez metros de la mesa de César.
Les sirvieron las cervezas, agradecieron al mesero, tomaron varios sorbos, rieron entre ellos y daban la sensación de ser dos tipos amables y llevaderos. Pero era una estrategia que cumplió su objetivo.
Cuando César se levantó para pedir una bebida más para Fernanda, los saludó amablemente y ellos respondieron igual.
"Aquí tienes. Todo saldrá bien, mañana haremos lo necesario para que viajes a ese pueblo, no te preocupes", las palabras de Cesar calmaron por completo a Fernanda y la plática comenzó a cambiar de tema. Cinco minutos después lo que parecía una velada positiva comenzó a cambiar.
Sin que la prostituta sospechara algo vio como Ramiro se acercaba a César. El infiltrado sacó el arma y la colocó en la espalda del joven. "Si te mueves, disparo, así de sencillo. Si haces caso a lo que te digo, te aseguro que vivirás", fue directo y amenazante. Mientras tanto Pepe observaba desde las gradas para avisar si alguien subía.
César quedó inmóvil, sin respuesta, aterrado. Fernanda sintió que era el final y toda la calma se destruyó. La mujer se levantó pero no dio un paso más al ver que el rostro de César se contrajo al sentir que el cañón del arma golpeó su espalda. "Siéntate o lo mato y luego te disparo... vamos a bajar juntos, mi amigo se encargará de ti. Si intentan algo al que mataré primero serás vos, cabrón", la voz áspera, amenazante, intimidaba a cualquiera.
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7:30 pm
Pepe salió primero y tomaba del brazo a Fernanda; a cinco metros Ramiro y César caminaban, el delincuente colocó la mano que sostenía el arma en la parte interna de su chaqueta, siempre apuntando a César en caso el joven decidiera correr a pedir ayuda.
Ramiro se adelantó al auto y metió a César a la fuerza. Pepe estaba a tres metros de llegar cuando Fernanda lo golpeó en los testículos y comenzó a gritar desesperadamante: "¡Auxilio! ¡Auxilio!"
Aunque el hombre delgado se retorció del dolor, nunca dejó de apretar el brazo de la mujer; ambos cayeron al asfalto. Las pocas personas que transitaban en la zona quedaron impactadas, una de ellas tomó su celular y llamó a la Policía.
Pepe se levantó, golpeó a Fernanda fuertemente en la cara y la dejó casi inconciente. La arrastró hasta el auto y la lanzó al asiento del copiloto. El hombre, aún adolorido por el golpe en los testículos, pudo conducir y comenzaron la marcha a la casa de seguridad más cercana, a tan solo diez cuadras del lugar.
Ramiro encañonaba a César a la altura del costado, el joven estaba aterrorizado y no podía responder. Fernanda estaba conmocionada y no tenía la fuerza necesaria para siquiera forcejear. Parecía el final.
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"Para el mundo es un descuido, mala suerte o karma..."
"Pero solo es la parte del destino que me corresponde. Simple."
La Muerte
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A falta de cinco cuadras, dos patrulleros aparecieron desde una esquina a la izquierda del camino. No era un recorrido de rutina, era una cacería. La llamada de la testigo alertó a las unidades. La descripción del auto y de las placas lograron en poco tiempo la reacción policial.
Cuando uno de los patrulleros se acercó para cerrarle el paso al auto, los delincuentes sabían que no había escape. Pepe maniobró hacia la izquierda con tal rapidez que sorprendió al agente. El golpe provocó que perdiera el control y colisionara con un auto estacionado. Fue tan brutal el impacto que su compañero, quien también daba persecusión, desenfundó su arma y disparó hacia el lado izquierdo del automóvil.
Fueron cinco disparos: dos de ellos atravesaron el vidrio de la parte trasera, una bala se alojó en el omóplato de Ramiro, la segunda en su hombro. Un proyectil pasó de largo y atravesó el parabrisas, los otros dos plomos atravesaron la parte trasera del asiento del conductor y se alojaron en la espalda de Pepe. Un pulmón dañado. La sangre brotó, las manos que sostenían el timón perdieron fuerza, el auto a 70 km por hora perdió control y se estrelló de lleno en un pick up estacionado. El golpe fue del lado del conductor, los huesos de las costillas de Pepe se fracturaron al instante y astillaron los pulmones. El sujeto se ahogó en sangre. Fernanda rebotó fuerte en el interior del auto pero no tuvo heridas graves.
El rostro de Ramiro quedó ensangrentado luego del impacto con el asiento trasero del piloto; A César la colisión también lo hizo rebotar, tenía golpes en todo el cuerpo pero nada grave.
"¡Salgan del auto!", el policía avanzó con prudencia y no siguió gritando porque se percató que el conductor estaba muerto sobre el timón. Se acercó un poco más y vio a Fernanda que estaba asustada. "Salga del auto", gritó otra vez el policía.
A los pocos minutos llegaron los refuerzos, detuvieron a Ramiro que estaba inconciente y era el único que estaba armado.
Mientras la escena era custodiada y los periodistas trataban de averiguar más sobre otro caso de violencia en la ciudad, Fernanda y César fueron llevados a la comisaría, ahí fueron interrogados y dieron su versión de los hechos. Ramiro en el hospital se negó a hablar en un primer momento, pero no era experto, no era un criminal entrenado para tomar decisiones acordes a la situación, no era más que un infiltrado básico. Sucumbió al temor, a las amenazas de los policías de una condena ejemplar y al verse acorralado, habló a cambio de ayuda. Y habló de más. La misión que tenían de privar de libertad a cualquier mujer u hombre sospechosos de infiltrarse en el territorio del grupo de Bruno, la orden de atrapar a Fernanda y su acompañante, reveló nombres y direcciones de otros infiltrados, del modo de operar de los criminales. Los policías tomaron nota incluso un investigador estaba presente.
Cuando César y Fernanda estaban a solas, en el pasillo de la comisaría, fue ella la que rompió el silencio: "¿Qué haremos?"
El hombre era un manojo de nervios, temores y paranoia, lo último que quería era que lo descubrieran, que su nombre saliera en las noticias. Tuvo miedo, como siempre, y eso le ganó a la atracción, al cariño y dependencia que comenzaba a sentir por Fernanda. Cuando la vio a los ojos, aunque seguía atrapado por su particular belleza, el temor era más fuerte.
"Solamente quiero salir de esta situación..." le apartó la mirada a la chica. La prostituta sintió un vacío en su corazón. Una decepción más. La única persona en la que confiaba, le daba la espalda. Pudo sentir el temor de César y sabía que era el final. Casi se le salen las lágrimas otra vez. En el largo pasillo y con poca luz se murieron sus esperanzas de una relación medianamente normal.
En los siguientes minutos César explicó a los agentes, frente a Fernanda, que ella era una prostituta y que nada más era una cita. Dijo que no era la primera vez que se encontraban, que no conocía a los sujetos que los privaron de libertad y que lo único que quería era la posibilidad que resguardaran su identidad para evitar problemas con su prometida y con sus familias.
La prostituta quedó devastada. El relato era verdadero, ella era solo una prostituta más, pero eso no le dolió, la tristeza fue la cobardía de César. Eso fue una bomba que destrozó el poco optimismo que había construido alrededor de este joven.
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12:45 am
César y Fernanda fueron puestos en libertad, no había nada que los ligara a los atacantes.
En la calle oscura, afuera de la comisaría, solo estaban los dos.
"¿Por qué no puedes ayudarme?" la voz de Fernanda caló fuerte en el joven.
"¡Estuvieron a punto de matarme! No puedo alejarme de donde pertenezco. Aunque quisiera. Todo lo que nos pasó fue especial y me gustaría seguirte viendo porque me gustas... pero no puedo dejar atrás lo que me ata a mi prometida, a mi familia", sabía que estaba ante la mujer que le daba pasión y sabor a su vida, la que merecía atención. Pero era una prostituta, una mujer de la calle, y eso chocaba con todos los valores que le inculcaron. Si debía escoger con quien acostarse y con quien compartir deseos, esa era Fernanda y no su prometida; sin embargo, estaba atrapado en la indecisión y por primera vez iba a lamentar no dar el paso. No pudo. Simplemente no pudo.
Un auto de la policía se acercó para llevarlo hasta el lugar a donde estaba estacionado su automóvil. César apartó la mirada de Fernanda y se subió al auto. Cuando volvió su rostro para verla, ella ya estaba caminando hacia la dirección contraria. Sabía que era la última vez que la miraría, vio alejarse esa figura de estatura pequeña, curvilínea, una belleza particular, una piel morena con ojos cautivadores. Sintió un vacío en su interior, solamente superado por el histórico miedo y mediocridad que tanto lo caracterizaban.
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1:45 am
"Estos dos agentes están ligados a esa estructura, según el relato del sujeto. Uno de ellos está de licencia y es el único que no ha contestado su celular. Según las palabras del tal Ramiro, este agente custodia una casa de seguridad en el centro de la ciudad. Estamos a tan solo seis minutos de ese lugar. Es ahora o nunca", el análisis del investigador convenció al jefe de la policía de ese sector. En cuestión de 15 minutos agruparon a 25 agentes y llegaron a los alrededores de la casa de seguridad. La excusa del "operativo": recibieron una denuncia de una posible privación de libertad.
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Cuando uno de los vigías salió a recibir a quienes tocaban la puerta, la respuesta lo impactó. "Somos la policía", el hombre trató de alertar la presencia con una llamada de su celular. No se percató que desde el muro lo estaban observando. Otros dos sujetos se asomaron desde adentro para averiguar que pasaba. En el momento en que el hombre sacó su arma, los policías que observaban gritaron "¡suelta el arma!"
Continuará....
sábado, 18 de agosto de 2018
Ahora lo sé
Y si solo fue un largo y profundo sueño.
Una pesadilla oscura, asfixiante, manipulada por las neuronas.
Y el aroma a desayuno me libera de la desesperación.
Me levantaría rápido. Si al llegar a la sala advierto tu presencia, avanzaría a paso lento, como no creyendo.
Y las dudas morirían al instante que te veo frente a la estufa, como cada domingo por la mañana.
La emoción me desbordaría. Me abalanzaría a ti con una felicidad inmensa, pura, gloriosa.
Te abrazaría fuertemente hasta que me pidieras parar para evitar que se queme la comida.
Te miraría profundamente. Te miraría con el corazón, como muy pocas veces lo hice.
Escucharía cada una de tus pláticas. Tendrías mi total atención. No saliera de la casa, a menos que necesitaras algo.
Me dedicaría a compartir contigo, como muy pocas veces lo hice.
No me cansaría de repetirte que te amo. Te lo expresaría con palabras, detalles, miradas, sentimientos... con mi vida entera.
Trabajaría para ganarme tu confianza y estaría ahí para ti, como casi nunca lo hice.
No te abandonaría. Y nunca me lo pedirías. No podrías darle la espalda al ser que te demuestra el amor más grande. Me quedaría hasta el día de tu muerte.
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Pero no es un sueño.
Es solo una tarde nublada, atareada, cansada.
Fue una canción la que trajo tu recuerdo. Una melodía construyó tu rostro en mi mente.
Entonces los sentimientos se agolparon uno a uno, hasta desbordar mi corazón.
Los recuerdos imborrables de una relación, que pudo ser mejor.
Un amor que no alcanzó su plenitud.
Un tiempo que no permitió un gozo constante.
Llorar sería el sentimiento congruente ante tal reflexión, pero no lo hice.
Me deleité en lo que pudo ser, en la enriquecedora experiencia que habría sido amarnos más allá de nuestras diferencias. Habría sido la sensación más trascendental de mi vida.
Pero no supe hacerlo. No pude. No sabía cómo hacerlo. No estaba preparado. Quizás te sucedió lo mismo.
Sería hasta sano añorar un encuentro en otra dimensión, para aclarar cuentas en plena luz y unirnos en un infinito abrazo. Pero prefiero otro salida.
Quiero paz.
Y tengo todo para lograrlo.
Porque te amo. Te amaré para siempre. Y eso tiene un valor incalculable. No importa si ya no puedo expresártelo. Hay tantos amores que no son expresados y que nunca se conocen, pero iluminan los corazones de aquellos que los sienten, esos sentimientos engrandecen.
Y me siento iluminado de lo que siento por ti, me libera saber que es puro y vasto. Ahora, después de tanto años que han pasado, lo entiendo.
Ahora lo sé.
Una pesadilla oscura, asfixiante, manipulada por las neuronas.
Y el aroma a desayuno me libera de la desesperación.
Me levantaría rápido. Si al llegar a la sala advierto tu presencia, avanzaría a paso lento, como no creyendo.
Y las dudas morirían al instante que te veo frente a la estufa, como cada domingo por la mañana.
La emoción me desbordaría. Me abalanzaría a ti con una felicidad inmensa, pura, gloriosa.
Te abrazaría fuertemente hasta que me pidieras parar para evitar que se queme la comida.
Te miraría profundamente. Te miraría con el corazón, como muy pocas veces lo hice.
Escucharía cada una de tus pláticas. Tendrías mi total atención. No saliera de la casa, a menos que necesitaras algo.
Me dedicaría a compartir contigo, como muy pocas veces lo hice.
No me cansaría de repetirte que te amo. Te lo expresaría con palabras, detalles, miradas, sentimientos... con mi vida entera.
Trabajaría para ganarme tu confianza y estaría ahí para ti, como casi nunca lo hice.
No te abandonaría. Y nunca me lo pedirías. No podrías darle la espalda al ser que te demuestra el amor más grande. Me quedaría hasta el día de tu muerte.
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Pero no es un sueño.
Es solo una tarde nublada, atareada, cansada.
Fue una canción la que trajo tu recuerdo. Una melodía construyó tu rostro en mi mente.
Entonces los sentimientos se agolparon uno a uno, hasta desbordar mi corazón.
Los recuerdos imborrables de una relación, que pudo ser mejor.
Un amor que no alcanzó su plenitud.
Un tiempo que no permitió un gozo constante.
Llorar sería el sentimiento congruente ante tal reflexión, pero no lo hice.
Me deleité en lo que pudo ser, en la enriquecedora experiencia que habría sido amarnos más allá de nuestras diferencias. Habría sido la sensación más trascendental de mi vida.
Pero no supe hacerlo. No pude. No sabía cómo hacerlo. No estaba preparado. Quizás te sucedió lo mismo.
Sería hasta sano añorar un encuentro en otra dimensión, para aclarar cuentas en plena luz y unirnos en un infinito abrazo. Pero prefiero otro salida.
Quiero paz.
Y tengo todo para lograrlo.
Porque te amo. Te amaré para siempre. Y eso tiene un valor incalculable. No importa si ya no puedo expresártelo. Hay tantos amores que no son expresados y que nunca se conocen, pero iluminan los corazones de aquellos que los sienten, esos sentimientos engrandecen.
Y me siento iluminado de lo que siento por ti, me libera saber que es puro y vasto. Ahora, después de tanto años que han pasado, lo entiendo.
Ahora lo sé.
sábado, 21 de julio de 2018
Fernanda Parte XXIII
"Aquí estoy"
La Muerte
El sonido de la acelaración del auto prendió las alarmas en el hombre de negro y solo tuvo tiempo para moverse a la derecha. Tres impactos de bala rompieron el silencio. Tres plomos salieron desde la ventana del copiloto del carro gris. Dos balas se alojaron en el hombro izquierdo del sujeto vestido de oscuro, Toño, como lo conocen en el bajo mundo. El tercer disparo traspasó la ventana y el parabrisas.
Los dos autos siguieron la marcha y pasaron cerca de la acera a donde Fernanda caminaba. La chica, del susto, cayó al suelo y con sus manos se cubrió la cabeza. Los agresores del auto gris solamente necesitaban volver a colocarse cerca de su presa para finalizar la misión. Pero no contaban con la bravura de Toño. Pese a la sangre y el dolor, no se desesperó y en segundos tomó una sorpresiva decisión: aceleró, logró retomar la delantera espero un poco y luego frenó la marcha para provocar la colisión.
La cabeza del atacante pegó contra el parabrisas y la sangre se mezcló con los pedazos de vidrio. Aunque no quedó inconsciente ya no podía responder adecuadamente, soltó el arma y la sangre se introdujo en sus ojos. Trató de limpiarse; mientras tanto, el conductor se quitó el cinturón y salió del auto para sacar su arma.
Toño, para no ser blanco sencillo, se apresuró a salir por la puerta del copiloto. Sabía que era ahora o nunca, atacar sin mediaciones, no era la primera vez que estaba en un momento crítico y siempre logró salvar la vida. Salió, sacó el arma y comenzó el ataque, al mismo tiempo el conductor del auto gris comenzó a disparar.
El hombre de negro sintió el desesperante dolor cuando el plomo atravesó nuevamente su piel, esta vez en su antebrazo izquierdo; ahora toda la extremidad estaba inmovilizada, pero su brazo derecho estaba intacto al igual que su bravura y sus ganas de salir vivo. Disparó 10 de las 15 balas del cargador de su Beretta 92, tres de ellas dieron en el blanco: el estómago y dos en el brazo derecho del atacante, quien cayó al suelo y buscó resguardarse.
"¡Ahora o nunca!", Toño lo pensó y esta vez disparó al lado del copiloto, ahí estaba todavía el otro hombre agazapado tratando de responder en medio del terror, tenía la lesión en su cabeza y la sangre ya había alcanzado todo su rostro. Esa indecisión hizo la diferencia. Cuando empuñaba nuevamente el arma sintió los dos impactos, uno en el hombro y otro ingresó en la mejilla, le dañó la boca y una parte del cuello. Fue suficiente.
El hombre de negro corrió como pocas veces. A dos cuadras, con pistola en mano, sacó a un taxista de su auto y huyó del lugar.
El saldo: un muerto, un herido grave y Toño recorriendo la ciudad en busca de la casa de seguridad más alejada del lugar del ataque, la sangre no dejaba de brotar y sentía mareos además de un dolor insoportable en todo el brazo izquierdo.
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Todo sucedió muy rápido.
Fernanda al escuchar la segunda ráfaga de disparos corrió en dirección a la unidad de salud y cuando vio que poco a poco la gente comenzó a salir para ver lo que sucedía, se perdió entre la pequeña multitud. Estaba aterrorizada. Otra vez sintió la muerte cerca, como pocas veces.
No dejó de caminar hasta que el sonido de las sirenas de ambulancias y policías se perdieron en la noche. No paró la marcha hasta que el silencio de la oscuridad, otra vez, le diera cierta calma. En diez minutos estaba cerca de un motel de mala muerte que ya había visitado. Pidió un cuarto y aunque el asistente del lugar se extrañó al verla sola, ella ignoró la mirada y esperó a tener la llave en sus manos. Pidió una cajetilla de cigarrillos y se retiró.
Se acostó en la cama sin quitarse nada, sus ojos fijos en el techo. Prendió un cigarro y aunque escuchaba los sonidos de placer de una pareja en el cuarto contiguo, eso no la sacó del trance neurótico, estresante, enloquecido del que era presa otra vez. "No quiero morir... solo quiero salir de aquí. Quiero salir de aquí", el susurro era desesperante pero no tenía respuesta, el techo estaba oscuro, el humo del cigarro nuevamente le daba un aspecto lúgubre al escenario. Ya había vivido esta desesperación. "¿Estaré condenada a esta mierda?" pensó mientras comenzaba con el segundo cigarro que no calmaba nada, pero era la única compañía.
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El amanecer del principio del fin
César desayunó lo de siempre: claras de huevo sazonadas con vegatales y aceite de oliva, se sirvió frutas, jugo de naranja y esta vez, por la noche en vela con whisky, necesitó dos cafés negros.
Él y Laura ya se habían acostumbrado a comer en silencio. Los primeros meses intercambiaban palabras o incluso platicaban. Pero el tiempo pone en su lugar los verdaderos hábitos: el silencio de Laura y la complicidad de César, porque si algo definía a este hombre era su carácter tibio, su comodidad a no enfrentar desafíos. Si necesitaba imponerse para cambiar algo o señalar un malestar, pero eso le traería discusiones profundas, prefería callar. "Eres un cómplice de la mediocridad", le dijo una vez un viejo amigo. Nunca olvidó ese título.
Masticaron lentamente los alimentos, ocuparon adecuadamente las servilletas y aunque no tenían servidumbre a tiempo completo, una mujer llegaba tres veces por semana a limpiar la casa y a cocinar.
Como siempre un beso "cómplice" para despedirse, una muestra de cariño simple,vacía, común.
Laura se dirigió a la empresa de la familia, un consorcio importante en el sector construcción y César, aunque también era parte del círculo de trabajo de la familia extendida, se dedicaba al sector tecnológico y de innovación. Eran distintas compañías pero estaban conectadas entre si, ambos pertenecían a esa clase social acomodada y controladora de muchos mecanismos del desarrollo de un país.
Cuando llegó a su oficina se percató que había poco que hacer, eran días de constantes reuniones de evaluación y planificación por lo tanto eso le daba espacio para hacer otras cosas. Se quedó sentado en la oficina, en silencio, pensando en la desnudez de Fernanda y el placer que ella le daba. Lo que comenzó como una obsesión mutaba a una dependencia, una necesidad de sentirse conectado con algo, porque el resto de su vida era un ir y venir de acontecimientos sin pasión. Y las aventuras con Fernanda tenían desenfreno, calor, locura y erotismo en su más grande expresión.
Tomó el celular y lo colocó en el escritorio. "Esperaré a mediodía para llamar. Me va a contestar, estoy seguro", sus pensamientos no cambiaban, no podía desprenderse de ellos.
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Fernanda abrió los ojos, esperó unos segundos para despertarse por completo y lo primero que la molestó fue la luz de la ventana. El olor a cigarro en el cuarto era desesperante. Por suerte que en su maleta tenía lo necesario para limpiarse la boca y el rostro. Se sentía sucia y desesperada.
Mientras se bañaba ajustaba sus planes a seguir: hablar con César y salir de la ciudad, no había más. Esa decisión al menos le daba fuerzas para seguir.
Puso a cargar su celular, se cambió de ropa y esperó. "Le voy a marcar a César antes de mediodía y nos vamos a ver, tengo que hablar claro y que me ayude a salir de la ciudad... no puede negarse a eso" se dijo a si misma, se acostó y trató de olvidar el terror de la madrugada. No tenía hambre. No se movió de la cama.
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Cuando Toño despertó el dolor había cedido. La madrugada fue complicada: tuvieron que llamar a un médico y en la casa de seguridad, con las medidas del caso, le extirparon las dos balas del hombro y los restos de la que estaba alojada en el antebrazo.
La banda criminal era de tal magnitud que tenía a disposición casas de reunión y planificación, médicos a sueldo, policías pagados, infiltración en sectores de salud, judiciales y laborales. No eran simples delincuentes, eran peligrosos, poderosos y muy bien organizados.
Por eso Bruno estaba preocupado y molesto mientras veía despertar a Toño. Todo el poder y los contactos no le habían servido para dos puntos claves: descubrir las formas de ataque de sus enemigos y dar con esa red de mujeres, que según él, operaba en su territorio y atacaba a su gente. Pero Bruno estaba equivocado, no había tal red de mujeres infiltradas y los pormenores del asesinato deVaquero, el antiguo y temido jefe, habían confundido a todo el grupo delictivo.
Sin saberlo, sin tener plena conciencia, por azares del destino tenía el rostro de la mujer que asesinó a Vaquero. Era esa última fotografía que encontró en el celular de una de las prostitutas que mandó a matar.
Viralizó la imagen entre sus contactos para dar con ella y averiguar más de la "supuesta" red de mujeres al servicio de sus enemigos. Ese rostro es el de Fernanda, la pequeña prostituta que mató a Vaquero en circunstancias salpicadas por la venganza personal, por odio y desesperación, nunca como parte de una estructura criminal.
"Todo fue muy rápido... estaba a punto de atrapar a la mujer cuando me atacaron. Tuve suerte que eran primerizos porque no acertaron a la primera", Toño habló serio y sin pausas. El jefe lo escuchó atentamente.
"Eran enemigos eso está claro, aunque lo que no tengo certeza es si tienen que ver con la red de mujeres ¿y si la ocuparon a ella como carnada? ¿quizás lo que quieren es ubicar a nuestra gente para futuros ataques?" la paranoia de Bruno desesperaba a sus lugartenientes, pero nadie podía decir nada al respecto porque podían morir, así de sencillo.
Era lógico que por el poder que tenía su grupo recibiera ataques de otras bandas, pero Bruno estaba obsesionado con la red de mujeres.
"Hay que seguir pendientes... al mediodía que se redoblen las tareas de infiltración y de búsqueda de enemigos en nuestro territorio. Esta mujer algo tiene que ver, algo sabe, algo tiene, es mucha coincidencia, hay que encontrarla ya", dio la orden y se retiró.
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Las siguientes horas definirán el destino de estos protagonistas. No hay regreso para cada uno de ellos. Es el principio del fin.
Continuará...
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