sábado, 14 de julio de 2018
Fernanda Parte XXII
"Estaba acompañado por una mujer. Pero Osvaldo murió por el impacto, el auto quedó muy dañado. Lo más seguro es que estuviera tomado y drogado. La acompañante salió ilesa y dicen que se la llevaron a una unidad de salud. ¿Quieres que vaya a verificar?" la voz era ronca con tono pausado, contrastaba mucho con la delgadez del sujeto. Estaba bien vestido para no levantar sospechas. Era uno de los hombres del grupo criminal que lideraba Bruno.
"No. Déjalo así por el momento. Es más sencillo que encontremos esa información con los contactos en las unidades de salud y de los hospitales. Te necesito patrullando, quiero que me informes de movimientos extraños, si ves mujeres que no son conocidas en las zonas, ya sabes qué hacer", Bruno colgó el teléfono y encomendó a uno de sus hombres de confianza la tarea de rastrear en los centros de salud alguna información sobre la acompañante de Osvaldo.
"Nombre o detalles que nos ayuden a determinar si es una espía o simplemente alguien que levantó el imbécil de Osvaldo en los momentos que se suponía debía trabajar", gritó el jefe criminal por celular.
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8:00 pm
El celular de Fernanda volvió a vibrar, pero era imposible que alguien atendiera. El aparato estaba en la maleta, junto con otras pertenencias, en un escritorio de la unidad de salud a donde la atendían; el centro de atención estaba a tan solo siete cuadras del lugar del percance vial.
"Debes descansar, tienes golpes de consideración pero nada grave, en unas horas podrás irte a tu casa", dijo la enfermera amablemente. Fernanda solamente cerró los ojos y recordó los momentos de terror que vivió en las últimas horas. Otra pesadilla más en su corta pero riesgosa vida.
"¿Qué fue del hombre que conducía el vehículo?" la joven apenas pudo hablar con claridad.
"No lo sé. Un sujeto en su pick up te trajo y solo dio detalles que habías sufrido un accidente vial. Quienes creo que tienen información son esos policías que llegaron hace unos minutos", la mirada de la enfermera estaba fija en los agentes, luego escuchó la voz del jefe de turno que la llamaba.
Aunque la prostituta no debía nada y, en todo caso, fue la víctima del ataque, comenzó a sentir temor por el posible interrogatorio. En su maleta vieja, además de la ropa, estaba la pequeña cartera y ahí metió la bolsa con la cocaína, aunque no era una cantidad considerable, sabía por experiencia que los agentes eran abusadores y tendrían una excusa para sobrepasarse.
Fernanda vio que los policías hablaban con el jefe de turno y la enfermera. Minutos después avanzaron hasta la cama a donde se recuperaba. "¿Se encuentra bien, señorita?" dijo el agente a cargo del equipo. "Ya me siento mejor, aunque todavía me duele el pecho... sobreviviré", Fernanda trató de ocultar la ansiedad fingiendo cansancio.
"Lamentablemente su acompañante falleció. Era un taxista ¿lo conocía?"
Este era el momento crucial para la prostituta. ¿Mentir o decir la verdad? ¿Qué podría ser más complicado para sus intereses? No tenía mucho tiempo así que comenzó de inmediato.
"Él se acercó a mi mesa en un restaurante. Compartimos cervezas, no recuerdo muy bien cuántas pero él tomó bastante. Luego dijo que daríamos una vuelta. Estaba bastante tomado, recuerdo que aceleraba sin control, aunque le mencioné que bajara la velocidad. Todo sucedió muy rápido y después del choque no recuerdo nada", Fernanda fue convincente. De todos los golpes que le propinó el taxista solo el del rostro era visible, el pómulo estaba inflamado y el color morado llamaba la atención. Los policías analizaban las lesiones de la mujer, sabían que un conductor particular la trajo a la unidad de salud. Aunque pudieron seguir con las preguntas, los agentes estaban cansados y todo el análisis y las pruebas indicaban que simplemente un borracho al volante tuvo su merecido por tremenda irresponsabilidad.
"Solamente necesitamos que firme este documento. Puede descansar y esperamos que se recupere pronto", los agentes facilitaron el papel y la pluma para que Fernanda firmara. Luego del trámite se retiraron. La prostituta respiró profundo para calmar el temblor en su cuerpo, se acostó completamente en la camilla y cerró los ojos. Su mente era un caos. Fue imposible encontrar calma.
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Tampoco había calma en César. Mucho menos luego de 20 intentos para comunicarse con Fernanda. Era una noche en la cual podía perderse de su prometida y de los familiares. La idea de pasar la noche con la prostituta era apasionante, adictiva; pero no solo el deseo lo atraía, también había cierto sentimiento hacia la chica de piel canela con ojos expresivos, de figura delgada y curvilínea por naturaleza.
El joven tenía que ocultar su desesperación para no levantar sospechas. "Pasamos una noche maravillosa ayer, habiamos acordado reunirnos esta noche y no me contesta...¿qué pasará? ¿a dónde estarás, Fernanda?" los pensamientos e interrogantes no cesaban.
"¿Te reunirás otra vez con tus amigos del trabajo?" Laura Aritz, la prometida de César, rompió el silencio. No era una interrogante, de hecho su tono de voz era desinteresado, solamente para salir del compromiso y poder decidir si tratar de interesarse en César o concentrarse en su celular.
Laura tiene la piel blanca, cabello castaño, sus ojos grandes, claros e inexpresivos, de mediana estatura y con cuerpo voluptuoso, la envidia de muchas mujeres; sin embargo ella era reservada, poco expresiva, callada a ratos pero casi siempre alejada. Había crecido en una familia adinerada, educada en los mejores colegios, estudió administración de empresas para seguir la tradición de casi todas las generaciones de su familia, no necesitaba trabajo pero ya estaba enrolada en los pormenores de la compañía de la familia. Tiene todo. Pero estaba moldeada a no preocuparse más de lo debido, y eso mezclado a las características de la familia de su madre: silenciosos, callados, poco interesados, provocaba que en ocasiones Laura pareciera un témpano de hielo.
"Aún no lo sé, pero estaré en la sala revisando unos documentos", dijo César sin cruzar mirada.
Ella no se molestó en seguir hablando. Comenzó a revisar una aplicación sobre modas y maquillajes.
Otras siete llamadas sin respuesta fueron suficientes para que el joven cediera con su intento de encontrarse con Fernanda. "Quizás se encontró con alguno de sus clientes, no lo sé... que sea lo que tenga que ser", le dio el primer sorbo a su vaso con whisky mezclado con hielo y guardó silencio. En ocasiones el alcohol le daba paz. Se quedó sentado en el sillón principal de la sala, en la casa que tanto su familia como la de los Aritz habían preparado para que la nueva pareja siguiera con la tradición de los círculos de familias cercanas y ciertamente adineradas. "¿Tienes otra salida, César?", pensó, su mirada no se apartaba del whisky.
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Medianoche
Fernanda no tenía a donde ir, con su maleta en mano se quedó cerca de la puerta de la unidad de salud. El dolor de cuerpo había cedido por los analgésicos y esperó un momento para pensar bien sus pasos.
Revisó su celular y vio las llamadas perdidas de César, aunque tuvo el impulso de marcar decidió esperar a estar en un lugar seguro.
No tenía otra opción que buscar un motel cercano. Debía caminar para ahorrarse dinero y evitar hombres, toparse con uno era lo último que quería.
Precisamente un hombre estaba en la esquina opuesta de la unidad de salud. Vestía de negro, de estatura mediana, fornido. Se hacía pasar por taxista, pero no lo era.
Estaba ahí porque había recibido la orden de verificar si una joven de estatura pequeña había recibido atención médica por un percance vial, un choque que había dejado un fallecido: Osvaldo, el taxista, un contacto del crimen organizado liderado por Bruno. El hombre debía encontrar a esta mujer, y si era ella la que acompañó a Osvaldo en su último viaje, debía atraparla y llevarla a una dirección específica.
"Está vestida con un pantalón de mezclilla, los zapatos son cafés y la reconocerás porque tiene un morete en el pómulo", eso le dijeron y era información de un trabajador de la unidad de salud, alguien que formaba parte de la extensa línea de contactos de la banda delincuencial de Bruno, contactos creados a base de dinero, amenazas, golpizas y poder.
Cuando Fernanda comenzó a caminar, bastaron unos metros para que el hombre de negro la reconociera. En calma y sin levantar sospechas ingresó a su auto y analizó la ruta a seguir para interceptarla.
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"Causas y azares para los humanos...
Un plan a seguir, un don de la vida eterna, para mí"
La Muerte
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El hombre de negro comenzó la cacería. Pero en una ciudad con una guerra de bandas criminales, nadie puede ser solamente el cazador. No se dio cuenta que un auto gris le seguía la pista. Al interior dos hombres tenían una misión: vengar la ola de crímenes a manos de la gente de Bruno. Y ya tenían a la primera presa.
A dos cuadras de la unidad de salud, Fernanda cruzó a la derecha, sus pasos eran rápidos porque una casa de huespedes estaba a cinco cuadras.
El hombre de negro aceleró. Al mismo tiempo, el carro gris aumentó la velocidad...
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"Aquí estoy..."
La Muerte
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Continuará...
sábado, 31 de marzo de 2018
Fernanda Parte XXI
La primera cerveza no duró más de cinco minutos. La sed, las ansias, la pura gana de alcohol fueron saciadas en tres sorbos. Fernanda casi siempre contemplaba las bebidas, trataba de disfrutarlas al máximo, pero esta vez no era un día normal. Una jornada con una montaña rusa de emociones merecía una buena dosis, al menos ese ritual tenía la sensual mujer.
Pidió la otra cerveza y un plato de carne. Si tenía algunas horas libres antes de su cita con César, podía darse un pequeño exceso.
Cuando Osvaldo entró al restaurante, lo primero que hizo fue ubicar a Fernanda. Se dio cuenta que ella estaba en una mesa cercana a la puerta trasera que daba a otro estacionamiento. Salió del lugar y movió su auto hacia ese espacio. En su mente ya estaba el "plan b" en caso la situación se saliera de control.
Sin levantar ninguna sospecha, saludando a meseros y clientes, se dirigió al baño y se arregló un poco. Debía pensar bien sus pasos antes de actuar, su plan ya estaba trazado: abusar de Fernanda y llevarla, personalmente, al grupo de Bruno.
Se sentó a dos mesas de distancia de su objetivo y pidió una cerveza. Se dio cuenta que Fernanda casi finalizaba su tercera bebida. "Entre más bebas es mejor, eso me facilitará todo" pensó. Tomaba pequeños sorbos mientras observaba a su presa e imaginaba tomarla entre sus brazos y saciar todos sus deseos que tenía acumulados por sus trabajos: vigía del crimen y taxista.
Cuando Fernanda pidió su quinta cerveza ya estaba totalmente desinhibida. Se sentía bien, un poco alegre porque la dureza de su vida desapareció conforme los grados de alcohol aumentaban en su sangre. Por eso cuando cruzó miradas con Osvaldo no sospechó absolutamente nada, era un hombre más que trataba de coquetear. Sus años en la prostitución le enseñaron que desde las primeras miradas, hasta el momento de estar en la cama, habían ciertas acciones, gestos, que dejaban algunas evidencias si el cliente era de confiar o había que tomar precauciones.
Lo único que le pareció extraño a Fernanda era que los ojos del hombre tenían esa mirada particular de búsqueda de servicios sexuales. "¿Acaso se me nota en los ojos que soy puta? No ando un atuendo que me delate. ¿Por qué siento que me ve como si estuviéramos en la barra del bar de un prostíbulo?" preguntas que se hizo mientras tomaba de su cerveza y miraba al sujeto.
Pero el alcohol, tarde o temprano, engaña, distorsiona, cambia la percepción. Aunque Fernanda tomaba al menos tres veces por semana, tenía experiencias de todo tipo con las bebidas embriagantes y estaba en un momento complicado de su vida, bajo un peligro inminente; pese a todo eso, el momento se prestaba para olvidarse de tantas penas. En su interior estaba cansada, harta de todo y aunque no lo demostraba, tenía poca esperanza de que su vida terminara bien.
La baja autoestima, los trastornos de una vida violenta, el miedo, la depresión, las ansiedades, provocan una serie de daños que se esconden en el subconciente, pueden pasar desapercibidos en la lucha del día a día; por eso, cuando el alcohol se mezcla en la sangre y esa sensación de bienestar explota en el interior de la persona, todo cambia de color, las ideas negativas se disipan y comienza una revolución: la falsa sensación de plenitud y liberación se toma el poder y en automático se baja la guardia ante posibles riesgos.
Fernanda no le dio importancia a sus interrogantes y terminó su quinta cerveza. Eran las 2:00 de la tarde y pintaba bien el resto del día. Levantó su mano para la sexta cerveza. Osvaldo también levantó la mano, le sonrió a Fernanda y dijo: "puedo invitarla a su siguiente bebida, es una tarde tranquila que merece una plática ¿por qué tenemos que beber en silencio?" la sonrisa de Osvaldo no ayudó mucho. Si algo estaba claro para Fernanda es que el hombre estaba horrible, eso no lo podía cambiar ni siquiera 30 cervezas pensó la mujer ¡y tuvo que contener la carcajada cuando ese pensamiento se cruzó por su mente! Sin embargo, era una buena idea charlar, en eso le dio la razón a Osvaldo.
"Es una buena idea..."
Suficiente señal para Osvaldo. En diez segundos tomó sus envases vacíos y se sentó en la mesa. Eso tomó por sorpresa a Fernanda, pero no dijo nada.
Los siguientes 30 minutos pasaron entre pláticas del lugar, la comida, temas superficiales que permitían matar el tiempo de una forma menos desesperante. Lo que mejoró el ambiente fueron las siguientes rondas de cervezas. Para las 5:00 de la tarde ambos ya sabían a que se dedicaban para ganarse la vida. Osvaldo era estricto con su plan, daba confianza a la chica y las bebidas permitían el momento para que Fernanda siguiera bajando la guardia. Estaba funcionando.
Pero Osvaldo cometió un error. También el alcohol estaba afectando su estrategia. Cuando vio que la mirada de la mujer se perdía por momentos, en lugar de comenzar a convencerla para una cita en un motel, se le ocurrió compartir parte de la cocaína que portaba en su billetera. Se imaginó que eso podría ayudar.
Cuando Fernanda tuvo dificultad para pararse e ir al baño, él le ofreció la droga. "Te puede ayudar ¿no lo crees?", la chica no supo que decir al instante, pero que un taxista tuviera una bolsa de cocaína no era extraño, incluso pensó que quería venderle la dosis, a lo que ella contestó: "si me la regalas, con gusto; si tengo que pagarla, te la regreso", ni siquiera titubeó en sus palabras.
"Es tuya, es para que la tarde avance bien y pueda terminar bien", dijo mientras coqueteaba con la mirada. La mujer no lo dudó, la tomó y en el baño aspiró lo necesario para recuperarse de lo que parecía el inicio de una tremenda borrachera. Y surtió efecto. El estimulante era de buena calidad como para volver la alerta a la cabeza de la mujer.
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Mientras tanto César terminó la reunión con su prometida, y las familias de ambos, en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad. El joven comió, sonrió, fue amable, pero de su mente nunca se despegó el pensamiento de hacerle el amor a Fernanda. Estaba encadenado a ese recuerdo desde la primera vez que se acostó con ella. Punto.
Así que no sintió mucha pena, al contrario, estaba feliz porque sabía que en unas horas gozaría nuevamente de ese tremendo placer.
Sin embargo no encontraba el momento para comunicarse con la prostituta. Las tres veces que fue al baño para intentar llamarla, habían otros hombres en el lugar y eso le incomodó.
No le quedó otra opción que esperar con paciencia y pensar que Fernanda seguiría en el restaurante o que se movería en los alrededores para esperar la cita.
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Cuando Osvaldo tocó por quinta vez la pierna de Fernanda, entonces se dio cuenta que no sería sencillo continuar su plan. "No vas a convencerme, Osvaldo, esta vez estoy fuera de servicio", aunque lo dijo con una sonrisa luego del sorbo de cerveza, ya la situación había cambiado para la mujer. Sentía la necesidad de parar la ingesta y mejor ocupar el resto de la droga para estar lo más despierta antes de la cita con César.
"Bueno, necesito ir al baño también, ya vuelvo", dijo él mientras se apresuró a los pasillos. Cuando estaba fuera del alcance de la mirada de ella, cambió la dirección y fue a la caja para cancelar la cuenta de ambos.
"Son 42 dólares", dijo la encargada. Osvaldo pagó y sin ver a la señorita tomó el cambió y se retiró.
Entonces todo sucedió muy rápido. Comenzó el "plan b".
El taxista observó a su alrededor, esa parte del restaurante estaba vacía, y cuando llegó a la mesa tomó con tal fuerza el brazo de Fernanda que la levantó de su asiento. Puso su otra mano en la boca de la mujer y la llevó con facilidad a la puerta trasera que daba al estacionamiento. Era un día nublado y estaba cayendo la tarde, no había movimiento en el estacionamento y el vigilante estaba lejos por el momento. Eso le ayudó para acercarse a su auto, con un solo brazo le fue suficiente para aprisionar el cuerpo de la mujer al suyo, su mano tapaba totalmente la boca de la chica. El terror y la desesperación se apoderaron de ella. No había forma de zafarse para Fernanda y perdía el aliento ante la fuerza violenta.
Entraron al auto y Osvaldo la golpeó fuertemente en la cabeza, volvió a contraminarla contra el asiento con tal violencia que salió un quejido casi sin aliento de la boca de Fernanda. Osvaldo era un demonio que no permitía respuesta alguna. La tomó del pelo, sacó un cuchillo de la parte derecha de asiento principal y le susurró: "si gritas te rebanaré el cuello, hija de la gran puta", al mismo tiempo hundió la punta del arma en la clavícula de la mujer, no rasgó la piel pero mantuvo la presión un momento solo para provocar más miedo. Apartó el cuchillo, volvió a golpearla en la cabeza, tomó el cinturón de seguridad y se lo puso para evitar que se escapara con facilidad.
No había opción. A Fernanda se le pasó la borrachera y eso dio paso a una tensión, a un terror pocas veces experimentado. El auto salió y se internó en las colonias aledañas al bulevar adonde estaba ubicado el restaurante. Osvaldo confió en que los golpes y las amenazas eran suficientes para impedir una respuesta violenta de parte de ella. Otro error. Si algo caracterizaba a la prostituta era su frialdad en momentos límites.
Fernanda fingió que estaba lesionada y se quejaba con dificultad, eso provocó que Osvaldo acelerara hacia su destino, se concentrara en la carretera y, por ende, perdiera la atención hacia ella.
"O hago algo o muero en el intento, pero debe ser ya... si llegamos al destino, moriré", ese pensamiento enloqueció a Fernanda. Todas sus pesadillas de una muerte lenta y dolorosa se apoderaron de ella ¡y esta vez no era un sueño!
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"Dejo ver mi rostro siempre, aunque la vida lo hace imperceptible a la mayoría"
"Muchas veces aviso mi llegada con antelación; en otras ocasiones, soy como un ladrón en la noche"
La Muerte.
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El terror y la necesidad de sobrevivir fueron los combustibles perfectos para ella.
Tomó fuerzas poco a poco, y mientras sus quejidos se transformaban en un llanto fingido, tuvo una idea. Y la materializó inmediatamente.
Con rapidez alcanzó a tomar con toda su mano izquierda los testículos de Osvaldo, quien nunca imaginó ese ataque. Los apretó con tal fuerza que el hombre gritó de dolor. El taxista, como pudo, reacciónó y con el antebrazo la golpeó en el rostro, tal fue la fuerza que todo el cuerpo de Fernanda terminó contra la puerta del copiloto. Pero eso no redujo el apretón a las partes íntimas de Osvaldo; incluso fue peor para el hombre, porque cuando la prostituta recibió el golpe en el rostro que la tumbó contra la puerta del carro, ella también haló los testículos. El dolor fue tal que Osvaldo vio luces, perdió el control y por instinto se movió a la derecha para tratar de zafarse del ataque de la mujer. Ese movimiento precipitó el auto hacia un árbol.
Todo sucedió en cámara lenta para ambos. Como Osvaldo tenía sobrepeso, se acostumbró a no usar cinturón de seguridad; y para evitar que la prostituta no escapara, le puso el cinturón a ella. Ese fue el detalle.
La colisión fue devastadora, el cuerpo del hombre se contraminó contra el volante y una parte de su cabeza golpeó con el parabrisas. Como Fernanda tenía cinturón de seguridad, y el golpe no fue en la dirección de su asiento, el impacto solamente le dejó una marca terrible en el cuello y los senos.
Osvaldo trataba de respirar, pero su sobrepeso, los años de fumador, el poder del impacto, el daño en su tórax, su cabeza, la sangre perdida... poco a poco la vida se le escapó y la muerte llegó como un ladrón en la noche. Fue su último viaje.
Fernanda estaba tan adolorida que solo pudo salirse del auto antes de caer al piso desmayada.
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Cuando abrió los ojos vio a una enfermera frente a ella. "Descansa muchacha, debes recuperarte".
Lo primero que preguntó: ¿qué horas son? ¿a dónde estoy?
Eran las 8:00 de la noche.
Continuará...
domingo, 11 de febrero de 2018
Fernanda Parte XX
Solo durmieron cuatro horas pero fue un descanso reparador. Cuando la ansiedad es expulsada por el sudor de una pasión, el cuerpo lo agradece. César y Fernanda cruzaron miradas. No había amor, pero ese brillo dejaba abierto un camino hacia ese sentimiento. El temor de César le impidía, por el momento, definirse. Fernanda es una prostituta, no cabe, al menos en el círculo social al cual pertenecía, que esta mujer sea un prospecto para enamorarse y formar una familia. Pero el joven dudaba, estaba entre romper con las reglas de su entorno, de su historia, o el de olvidarse de esta extraña atracción que tenía hacia la mujer pequeña, de cuerpo bondadoso, de mirada perturbadoramente sensual.
El silencio se rompió. Antes de que el hombre abriera la boca, Fernanda lo dijo claramente: "dejo la ciudad por un tiempo". César no supo que decir, pero sus ojos lo delataron. Como siempre, tardó varios segundos para expresarse. "Imagino que será por un par de días ¿verdad?"
"Será un tiempo indefinido. No me siento segura en esta ciudad, es como salir con la sensación que no volverás viva a casa. Hay pueblos cercanos a donde creo que encontraré una oportunidad de hacer algo distinto", la mirada de la prostituta no se apartó de los ojos del joven. Sabía que era el momento de medir cuánto interés podría tener César hacia ella. Era ahora o nunca, además no tenía mucho tiempo.
"Sabes, yo no creo que esté tan seguro de seguir el estilo de vida que tengo. Tarde o temprano dejaré atrás, no solo la dependencia a los negocios familiares, sino también a mi prometida...", en este momento César sintió que debía dar el paso siguiente, plantear la posibilidad de pasar de las citas esporádicas a una relación que al menos le permitiera ver a Fernanda en otros ámbitos. "¿Estás seguro, César? ¿Sabes lo que pueden decir de esta relación... con una prostituta?" los pensamientos volvieron a atacar su mente y se notó en su rostro, no podía evitarlo.
"Al menos si nos vemos no te sentirás tan culpable... y quizás con el tiempo superes esa relación y podrás hacer lo que quieras", por primera vez en mucho tiempo del interior de la mujer brotó un sentimiento de esperanza, muy pequeño pero todo un oasis en medio de tanta destrucción y oscuridad que caracterizaban el corazón de Fernanda. Era complicado imaginar una relación, pero ella sabía que las noches que compartieron habían marcado al joven, ella lo sintió. Y no estaba equivocada.
Decidieron pasar el resto del día en el cuarto del motel. Ambos,
sin decirlo, se liberaron de sus propios demonios. Se bañaron, pidieron comida,
bebieron, hicieron el amor, durmieron y volvieron a repetir las escenas, con
tal pasión que sus cuerpos lo agradecieron mucho.
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Al día siguiente
Mientras César y Fernanda pasaron las horas en el cuarto de motel,
el taxista de la red criminal de Bruno realizó tres viajes en la ciudad,
descansó un par de horas y volvió a su particular estilo de vida: cigarro en
labios, café en mano, los platos con restos de comida grasosa en el asiento del
copiloto y siempre, siempre vigilante de su entorno, no solo por su seguridad
ante el ataque de los enemigos, su principal labor es
tener al tanto cada uno de los movimientos en este sector de la urbe. Quienes
llegan a los moteles, personas extrañas, policías en la zona, nuevos
vendedores, los delitos en el lugar... todo, absolutamente todo, debía
informarlo. La mirada paranoica, las ojeras como si fuera un mapache, su
rostro inflado, con bigote y de pocos amigos, no dejaban dudas del grado de misión que tenía.
Ahora había un nuevo objetivo: prostitutas. Una en particular: Fernanda.
A mediodía, con su séptimo cigarrillo del día, luego de asimilar
una hamburguesa y dos gaseosas, sus ojos se fijaron en el auto que salió del
motel que vigilaba. De ese lugar, el 80 por ciento de las mujeres que veía
salir eran prostitutas que ya conocía. Esta vez le extrañó que la mujer con su
pelo suelto que iba en el asiento del copiloto no la había visto.
Fue una luz en rojo al final de la calle, y la fila de autos que
esperaban, lo que le permitió al taxista tener una mejor visión de quienes iban abordo. Al joven de facciones finas no lo había visto en su vida pero la
joven que lo acompañaba, conforme pasaban los segundos, creyó conocerla. Los
autos comenzaron a circular, el humo de su boca salió fuertemente y cuando
volvió a ver la imagen del celular no le quedó duda. "Eres tu...",
arrancó el auto y este no respondió. No se esperaba esta falla mecánica y lanzó
una maldición al aire. Lo intentó varias veces hasta que funcionó. Pero el carro de
César se alejó lo suficiente y quedó a cinco automóviles de distancia.
Continuó la circulación y los ojos del taxista intentaban
desesperadamente de no perderle la pista a ese auto. Mientras tanto César y
Fernanda ya habían acordardo que en 48 horas ella saldría de la ciudad,
planearon una noche más juntos y a la espera de esa cita ella se quedaría
en un motel y ocuparía taxis en caso necesitara movilizarse. Se despidieron,
ella se bajó del auto y César se alejó.
Fernanda caminó lento hacia un restaurante bar y eso le dio tiempo
al taxista de identificarla. Quedó impresionado del cuerpo de la joven y esperó a que ingresara para estacionar el auto. Tenía dos opciones: llamar
inmediatamente al contacto de Bruno y esperar hasta que alguien llegara por la
mujer o ir personalmente por ella.
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"Hay causas, azares y decisiones que me acercan o me alejan
de mi objetivo. Pero nunca detienen mi cometido..."
"Hay ocasiones en que acudo mucho antes de lo
pactado..."
La Muerte
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Osvaldo, el nombre del taxista, tenía varias semanas de no tomarse
un descanso. Se consideraba un vigía organizado, entregado a la misión criminal
de sus superiores. Era de fiar. Y tenía esa necesidad de trascender en el grupo
criminal, de pasar de un simple vigilante a una posición mucho mejor. Asesino a
sueldo no le molestaba en lo absoluto.
Si quería impresionar al jefe debía probar que tan eficaz era. Lo
planeó en segundos: acostarse con la prostituta, relajarse un rato y
luego llevarle, personalmente, el botin al jefe.
Osvaldo tomó la decisión.
sábado, 28 de octubre de 2017
Amanecer
"¡Despierta pequeño ángel! ¡Abre tus ojos, hijo de la oscuridad!"
Mis ojos se pierden en la oscuridad, en la espesa noche. Otro descanso interrumpido. No sé si eres un sueño o un despertar.
Es en el confuso subconciente, en las sombras de mi mente, que dejas mensajes.
A veces me pregunto si eres real o el resultado de una ilusión, de una pequeña frustración infantil, de un aborto prematuro de ideas.
"¡Despierta, niño y sacude tu inspiración! ¡Vamos, constrúyeme!"
En los días, en medio de las risas y conversaciones, explotan ideas, escenarios de una vida pasada: una calle grande, tres personas caminando, un cielo nublado, un olor a lluvia, una pequeña tristeza. ¿Lo viví o simplemente es una inspiración para escribir?
"¡Obedece, tienes una misión! ¡Materialízame!"
En ocasiones me veo al espejo tratando de descifrar los mensajes que llegan repentinamente. Siento una necesidad de descubrirme o quizás, digo con cierto temor, encontrarte en mí. ¿Quién eres?
"¡Despierta!"
Y lo que temía dejó de impactar. Del miedo a la conciencia. En cada sueño las sombras de mi mente mutaron en una sola, una grande y desafiante sombra. En los últimos meses mucho más presente ¡Ahí ha estado siempre!
"¡Ahora es mi turno!"
Tuve una identidad. Tuve una edad. Aunque me llamen por mi nombre, no soy el mismo. Mi construcción interna murió para darle paso a una metamorfosis suprema. La sombra mutó. Ahora hay una claridad, un objetivo, una meta ineludible. La medianoche de mi ser se acabó y la luz del amanecer es intensa, poderosa... vasta.
Un solo ser, un solo sentimiento que no cederá al circo social, a la mediocridad, a los falsos, débiles y sumisos. Entre ellos por ahora. En las alturas y sin ellos, el siguiente paso.
El breve espacio del impasse
Bloqueado. Pasan los minutos frente a la pantalla y ninguna idea se transforma en texto.
Quizás sea el momento. Estoy frente a tanta gente que come, platica y parece estar pasándola bien. Me siento extraño en este escenario.
Talvez las últimas semanas han sido un ir y venir de emociones propias de un artista, o quizás los desalientos propios de un frustrado obsesivo que no concuerda con la mayoría. Quizás un genio incomprendido o un mediocre con suerte. Qué crudeza de palabras. En estos momentos no lo sé con claridad.
A lo mejor es una señal. Hay quienes dicen que para llenarse de nuevas emociones, positivas y de gozo, hay que vaciarse, estremecerse y volver a comenzar. Pasan los años y cuando espero llegar a la comodidad de la experiencia, siempre tengo la sensación de estar un escalón abajo del que todos se mueven. ¿No me ha pasado antes? pregunto, aunque sé que no hay respuestas ni internas, mucho menos externas. De la gente ya sé más o menos qué esperar.
Sigo bloqueado, aunque mis dedos comienzan a crear. Hoy no quiero escribir historias, no quiero crear personajes, suficiente conmigo. Si alguien pudiera exprimir mi cerebro y mi alma, encontraría suficiente material para un sinfín de dramas, humor negro, tristezas, asco y hasta amor; aunque, aclaro, este último sentimiento aún me sabe a poco. Quizás dependa de lo que amo, o creo amar. Ahora la gente puede amar cualquier cosa, creo que el sentimiento perdió valor. Quizás es mi impresión o mi particular enseñanza de dar y recibir este sublime acto. No lo sé, a lo mejor son los resultados de estar bloqueado.
¿Y si lo que escribo se malinterpreta? es probable, aunque creo que no es dañino. Depende del texto y el público que te lea, así será la respuesta. ¿Estamos condenados los amantes a escribir a esa realidad? quizás, pero si no tengo contrato de ventas, pues qué importa. A veces abuso con la probabilidad de que me malinterpreten, quizás no genero absolutamente nada en nadie. No lo sé, lo que me queda claro es que sigo cerrado a la inspiración en esta tarde lluviosa.
¿Por qué no eres más positivo? Tantas veces he escuchado eso que hoy, cuando leí a Cala, me pregunté: ¿debo festejar todo lo que me sucede? ¿festejarlo todo? podría ser, aunque me he sentido mucho mejor problematizando las cosas que aceptarlas tal cual. No lo sé. Quizás me criaron distinto, menos aventajado en cuestiones del alma. ¡Pero sí que tengo una enorme! Pronto la pondré a disposición del supremo. Sigo bloqueado.
Recordé cuando una escritora contó que se reía cada vez que un periodista comenzaba la entrevista con la pregunta: ¿en qué te inspiras para escribir? Dice ella que, entre "escritores", es un chiste común cuando conversan sobre encuentros con reporteros. Talvez ella no sabe que, a lo mejor, su historia nada más será para rellenar un espacio y el entrevistador podría estar cansado de la rutina que no le interesa más que salir temprano e ir a abrazar a sus familiares. Es una probabilidad.
¿En qué me inspiro? en todo. Pero si pudiera escribir cada vez que algo se me ocurre, ya habría acabado con miles de archivos. Sigo bloqueado en este momento, sigue llegando la gente, toma asiento, piden el menú. Sonríen mucho.
¿Quizás necesito un descanso? después de todo no he dormido bien, tampoco he comido bien; un momento, si continúo enumerando que no he hecho bien, mi vida completa podría decir que ha transcurrido entre el bien y el mal. Al final nos pasa a todos, solo que unos lo maquillan, otros lo evaden y ahora mismo lo ocupo para inmortalizarlo. Es natural, pero lo aceptado por todos no me inspira. Prefiero lo extraordinario, lo raro, lo contrario, esa es la palabra exacta.
La pantalla con estos párrafos me dice que ya pasaron las horas, que el tiempo se ha estirado demasiado. Si viviera en esos países en donde el tiempo es oro, estos minutos podrían considerarse una pérdida completa, un espacio desperdiciado. Pero qué bueno que no estoy en esa dinámica de valor. He perdido tiempo en actividades de muy baja calidad que esta tarde, en un restaurante, frente a la gente que sigue llenando las mesas, ordenando sus comidas, masticando, hablando y soportando los intolerables gritos de los niños en los juegos, me parece que vale la pena. Solamente estar en el impasse de plasmar ideas o matar segundos en el intento es sumamente interesante.
Siento que supero el bloqueo mental, siento que aparece esa energía creativa que me abunda en ocasiones pero que se pierde en la rutina. Avanzo.
Me pongo los audífonos, selecciono mi música favorita, me olvido del escenario y me dejo llevar, sin medidas.
¿Y si el contenido de este escrito es malinterpretado? Qué me importa.
sábado, 14 de octubre de 2017
Fernanda Parte XIX
Los primeros rayos del sol fueron penetrantes. Era un día bello con cielo azul y una brisa fresca que animaba a la ciudad a comenzar un nuevo movimiento, a continuar con este camino llamado vida.
Pero la luz no penetraba en el cuarto que alquilaba Fernanda, mucho menos inspiraba al corazón de la pequeña prostituta. Tirada en el desorden de su cama no podía dormir, su mente era un conflicto y estaba presa del miedo. Volvió a pensar en la muerte y en el terror que le causaba perder la vida en medio de un gran sufrimiento.
"Ya no puedo con esta situación. Díos mío. Debo hacer algo...", en ese momento la sorprendieron varios golpes en la puerta. "¿Quién es?", su voz se entrecortó por el temor.
"Soy yo, señorita", era la dueña de la casa y por el tono de voz la anciana parecía preocupada.
Fernanda se arregló el cabello y se preparó para mostrar serenidad. Cuando abrió la puerta la dueña se sorprendió del rostro de la joven y del hedor a humo de cigarro, algo que no soportaba.
"Sigue fumando. Mire estoy preocupada porque en los últimos días, semanas diría, no la he visto y mi esposo cree que es necesario, de vez en cuando, que nos mencione si todo marcha bien. Por cierto ya se retrasó cuatro días con la renta", la viejecita fue sincera pero recalcó lo que más le interesaba: el dinero.
"Claro. Lamento el retraso lo que sucede es que he tenido que arreglar muchos asuntos con mi familia y, la verdad, se me olvidó. Le dejaré el dinero en el mueble de la sala, como siempre", Fernanda contestó con cierta seguridad a tal punto que convenció a la señora quien trataba de ver más allá del pequeño espacio entre la puerta y la joven. "Muy bien, señorita. Espero todo esté bien, con permiso", poco a poco la anciana se alejó y Fernanda esperó a que desapareciera para cerrar la puerta.
La visita de la viejecita le dio un impulso para sobreponerse al miedo. Como si se tratara de una fuerza interna sobrenatural, un presentimiento nunca antes experimentado, rompió con las cadenas mentales que la esclavizaban y ante el inminente peligro de que la dañaran tomó la decisión: escapar, dejar atrás todo lo conocido, su territorio, su ciudad. Todo debía quedar atrás... para siempre.
Las siguientes horas las dedicó a escoger la poca ropa adecuada que tenía, algunos recuerdos como fotos, accesorios y prendas que con el tiempo guardó celosamente, todo lo que consideró de valor lo acomodó en una maleta vieja. Tomó un baño largo pero no pudo zafarse de las interrogantes: ¿seguiré prostituyéndome? ¿a dónde puedo ir? ¿a quién debo buscar? ¿podré salir de esta difícil situación? era un momento complicado. Las lágrimas se mezclaron con el agua que humedecía su rostro, su mirada directa en sus pies y el suelo.
En una hora ya estaba vestida con un pantalón de mezclilla, camisa blanca y unas botas cafés, su cabello y rostro sin arreglar pero se veía limpia. En sus bolsillos tenía el dinero de la renta para dejarlo en la sala de la casa y le quedaba plata suficiente para sobrevivir al menos dos semanas. Fernanda sabía que sería una misión complicada pero era preferible arriesgarse a quedarse en la ciudad y perder la vida.
Esperó a que llegara la noche para retirarse y no cedió a la ansiedad; observó todo por última vez y luego de un suspiro profundo no hizo ruido al salir por la puerta trasera. Caminó rápido y sin ver al rostro a nadie. La oscuridad de la noche, su eterna acompañante, le daba cierta seguridad y eso la calmó.
Parte de su plan era moverse a las afueras de la ciudad, a un pueblo llamado Zamora. Ese lugar es reconocido por su vida nocturna bohemia pero sin el acoso criminal y los índices delincuenciales de la ciudad capital. "Ese podría ser un buen inicio, aunque sea de mesera o limpiando baños puedo comenzar a recolectar un poco de dinero", con esas ideas trataba de darse ánimo para continuar.
Justo cuando esperaba por un taxi que la llevara a la terminal de buses su celular comenzó a vibrar. Era César. Fernanda contuvo la respiración y espero un poco para contestar.
"Necesito verte ahora", César parecía molesto y fue directo al grano. "Quiero verte, en estos momentos voy a donde estés", dijo el joven. Era lo que menos esperaba Fernanda en pleno escape de la ciudad y sintió esa presión en el pecho, durante algunos segundos permaneció en silencio a tal punto que César se desesperó. "Aló, aló, contesta por favor".
La prostituta se decidió. Si alguien podía ayudarla en estos momentos, y no era un hombre a quien temer, ese era César. "Estoy en colonia Maravilla voy a caminar hasta un bar llamado La Taberna, estaré en la esquina."
Diez minutos después Fernanda estaba en el asiento del copiloto y sintió el aroma de César, esa loción de lujo mezclada con el olor corporal del joven le llamaban poderosamente la atención. Él parecía ansioso y eso también le atraía. En general, César era un hombre que le gustaba, sin importar nada.
"Estoy cansado de aparentar. Ya no soporto tener que demostrar que soy exitoso en todos los ámbitos de mi vida. Lo que me sorprende es que ni siquiera me siento exitoso, solamente hago lo que debo hacer y no me queda ningún orgullo o placer... ni siquiera con mi prometida", esa última frase fue la que interesó a Fernanda. "Puedes fallar en muchas cosas pero cuando falla el sexo, todo cambia. ¡Cuántos me buscan debido a esa falla!", la prostituta no explicó sus pensamientos solamente se dedicó a escuchar, por alguna razón sabía que eso le daría muchos beneficios. El silencio acorta el tiempo para determinados resultados y discutir atrasa todo, eso también lo sabía Fernanda por experiencia.
Cuando César terminó de desahogarse sintió la necesidad de explicar el motivo que lo impulsó a buscar a Fernanda. Guardó silencio unos minutos. De vez en cuando, al revisar el retrovisor, observaba por algunos segundos el perfil de la joven. Ese rostro le gustaba, ese cuerpo le atraía y los recuerdos de la desnudez, del sexo frenético e intenso, y de todo lo que la mujer lo hacía sentir, completaban un poderoso coctel de emociones. "¿Cómo una prostituta llegó a envolverme tanto?" esa interrogante permanecía en su mente.
El auto recorrió varias veces los mismos lugares de una parte de la ciudad, en ningún momento César pensó en estacionarse y hablar tranquilamente. Parecía que esperaba el momento para dirigirse al lugar que deseaba: en una cama con Fernanda.
Si algo había aprendido la prostituta era a guardar las emociones y hacerlas a un lado en determinados momentos. Este era uno de esos lapsos de tiempo. Guardo silencio hasta que fuera necesario; entonces, cuando César tomó una calle a donde estaba ubicado un hotel dijo: "quieres entrar, este lugar no es como los hospedajes a los que estoy acostumbrada", la voz, sus labios, sus ojos, sus expresiones tenían esa atracción natural que la caracterizaban, una atracción difícil de pasar por alto. Junto a esa sensualidad, la prostituta también imprimió sentimiento. Pese a que su alma oscura y dañada por la vida se resistía a ceder, ella lo sabía: sentía algo por César.
El hombre no pudo resistirse y sin hablar dirigió el auto al estacionamiento. 15 minutos después estaban en el cuarto. Eran las 10:35 pm.
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"La noche de emociones comenzó."
"Pero mi tarea no tiene tiempo, ni preferencia. Solamente a los escogidos les llega su momento... mi momento."
La Muerte
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Pasión, sangre, fluidos, amor, odio, venganza, lujuría, éxtasis... muerte. A las 10:35 pm comenzaron a moverse las fuerzas, los impulsos humanos más degradantes y especiales. Todos acompañados de placer sin importar el cometido. Tan crudo como el ser humano mismo.
Mientras César y Fernanda se devoraban en la cama y se envolvían en lujuria y pasión desbordante, la red de contactos y fuentes del grupo criminal de Bruno comenzó a atacar, una a una, a todas aquellas mujeres que habían sido identificadas como "extrañas" en sus territorios.
Estos criminales, que operaban en buena parte de la ciudad, creían que sus enemigos estaban utilizando mujeres, prostitutas específicamente, para infiltrarse y atacar. Bruno no dudaba que detrás de la muerte de Vaquero, estaba una mujer.
En el preciso momento que el sudor de Fernanda y César lubricaba los movimientos bruscos de sus cuerpos, una pareja fue acribillada en un motel del centro de la ciudad. Eran sospechosos para el jefe criminal.
Cuando la pequeña prostituta se retorcía de placer, en una ola de orgasmos múltiples, tres mujeres fueron privadas de libertad en la calle Montserrat del centro capitalino, la sentencia: muerte.
En los segundos que César golpeaba suavemente a Fernanda, esa muestra de pasión y bajos instintos que provocaba un dolor extremadamente placentero en la joven, los golpes que propinaban los secuaces de Bruno en contra de otra pareja, esta vez dos meseros, no cesaban. Los asustados trabajadores aparentemente colaboraban con las bandas criminales enemigas. Bruno sospechaba, pero el objetivo era darles terror para convertirlos en informantes.
Y mientras Fernanda se relajaba con un cigarrillo después de una sesión casi perfecta en la cama, una prostituta que ella conocía, Julia, con la que compartía calles en busca de clientes, fue privada de libertad. La sentencia era la muerte.
El saldo en los dos escenarios contrastaba. En una habitación dos cuerpos estaban expuestos al placer más especial y se relajaban uno a otro; en el otro escenario, en la noche de la ciudad cinco mujeres y hombre asesinados, además de dos lesionados.
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Cuando Bruno ordenó que desaparecieran el cuerpo de Julia, la última prostituta que ubicaron, comenzó a revisar las pertenencias de la mujer. En la amplia cartera encontró maquillaje, perfumes, cigarros, algunas joyas baratas y un celular. Le llamó la atención que el teléfono no tenía un código de seguridad por lo que revisó mensajes e imágenes.
Minutos después encontró unos mensajes enviados a un usuario llamado "Fer". Ahí encontró una foto que llamó su atención. Julia posaba con una joven pequeña, atractiva y de piel canela, la mirada que tenía llamaba mucho la atención. "Te conozco", susurró el criminal.
Se concentró en la imagen y tardó pocos minutos para que sus recuerdos se aclararan, "esta es la mujer que estaba con Vaquero en la casa de seguridad ¡Ella es!", sentenció.
Tomó una imagen con su celular y se la envió a dos de sus hombres de mayor confianza. "Esta es otra que hay que ubicar. No la toquen", era una orden y en minutos el archivo se compartió con el resto de móviles de la particular red de limpieza del grupo criminal. Fernanda estaba ubicada.
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Fernanda abrió sus ojos mucho antes que César.
Ella, despojada de su frialdad, no le quitó la mirada. "Creo que el pueblo de Zamora puede esperar unos días más", pensó mientras apreciaba al mejor cliente de su corta pero intensa carrera como prostituta. Por primera vez en mucho tiempo iba a darse un pequeño espacio en su oscuro y dañado corazón para experimentar algo distinto.
Un espacio, que por las nuevas circunstancias podría hacer la diferencia entre la vida y la muerte para la joven.
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En la esquina del hotel a donde Fernanda pasaba las horas con César, estaba un taxi pirata estacionado. En el interior del vehículo un hombre gordo, ojeras extensas, un bigote poblado y tenía entre sus labios un cigarrillo, así luchaba contra el estrés. Era uno de los tantos contactos del grupo criminal de Bruno.
La atención que el taxista tenía de su alrededor se detuvo por la vibración de su celular. Era la foto de un objetivo más, en el mensaje especificaban a la mujer que debían ubicar. Era Fernanda.
"Linda perra", dijo el hombre mientras el humo salía de su boca y nariz.
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Continuará...
sábado, 20 de mayo de 2017
El pecador nocturno. La aceptación.
El hombre entró a su cuarto y se acostó. Atrás quedaron las sensaciones del almuerzo cuando todos creyeron que él había compartido un momento agradable. "Solo me dediqué a observarles, a escudriñarlos, a encontrar en sus detalles más insignificantes alguna pista sobre su realidad."
"¿En qué momento me decepcioné del ser humano? ¿Cuándo dejó de tener valor o emoción el compartir con los demás? No lo sé y sinceramente no tengo el mínimo interés de averiguarlo", el cuarentañero atractivo, con algunas canas en su cabellera negra y esplendorosa, volvía a interrogarse y a contestarse. Ese proceso de adentrarse en sus íntimos pensamientos, en la esencia de su ser, era una de sus actividades más interesantes. Claro, él en el centro de todo era mucho más placentero que darle un lugar al resto de las personas. Estaba cómodo con su realidad.
Cuando su mirada comenzó a concentrarse en el techo del cuarto, volvió a sincerarse. "He sido una persona funcional ante los ojos de los demás, respetuoso según el estándar y acorde a los momentos de la vida. Me han amado intensamente y me han querido dañar como le sucede a todo ser humano. Soy un tipo interesante y digno de atención. Lo digo porque me lo han dicho, lo repito porque lo he notado con los que me he relacionado, lo reafirmo porque así me lo han dado a entender. ¿Me mintieron? no lo creo, en todo caso se mintieron a ellos mismos. En lo profesional soy sumamente formado, con credibilidad entre mis colegas y autoridades. Soy el arquetipo de muchos frustrados."
"Esa es mi imagen exterior. La imagen que tengo para los demás y reafirmada por ellos mismos. Pero en mi interior soy otro. Soy desapegado en la mayoría de los casos, poco interesado en las felicidades del resto de los de mi especie, sumamente contrario a aceptar las debilidades y la maldad evidente de las personas. Me ha costado trabajo comprender hipocresías, la doble moral, la soberbia, el orgullo, el interés encaminado a dañar, la debilidad humana enmascarada en derechos y justicias...", hizo una pausa necesaria.
"Un momento. Tu eres orgulloso a veces y si dices que tienes una personalidad y una imagen en el exterior pero eres distinto en el interior ¿no es esa hipocresía y debilidad humana?", esa sinceridad de interrogarse sus propios sentimientos es parte de su ser. "No he dañado a nadie con esconder mi verdadero ser, nadie ha sido víctima, nunca. Claro que mi ser interior ha permanecido en las sombras, no es correcto sacarlo abrúptamente en este momento de mi vida, no sería inteligente... al menos eso he creído", su respuesta le dio solvencia para continuar. Sus ojos seguían en dirección al techo.
"Ser distinto a los demás no me ha impedido vivir con ellos", hizo otra pausa en su pensamiento.
El ruido de la ciudad lo desconcentró por un momento y los gritos de una nueva pelea entre sus vecinos, una pareja problemática y grosera, lo incomodaron. Unos minutos necesitó para volver a ensimismarse.
"Pero debo reconocer que ha llegado el momento de abrir un espacio a mi verdadero ser, no puede ser que me quede con la imagen exterior. No, eso sería matarme poco a poco. Solamente porque soy opuesto al orden social no debo quemarme por dentro. ¿Debo aniquilar mi esencia, sea esta buena o mala? no. Nunca. Eso sería un suicidio."
La tarde terminaba y con eso llegaba el irremediable cambio.
La división entre él y el resto de personas estaba consumada. Una nueva era comenzaba. No cambiaría mucho su cotidianidad. Seguiría siendo Leonardo Sevilla, el hombre maduro, profesional, atractivo, buen tipo, interesante, respetuoso, amable, cordial, ameno, protocolario, paciente, sumamente paciente con el mundo.
Solo una modificación: comenzar a recolectar lo bueno y lo malo de su alrededor, según lo que dictaba su propia razón. El sería el juez y todos esos detalles los guardará en su corazón para darles, en el momento preciso y justo, una solución.
Pero con la caída del sol también se perdería su imagen social con todas las bondades que incluye.
Con la oscuridad de la noche se despojaría de su máscara.
Su mirada se perdió en el gris del techo. El pecador nocturno entraba a escena.
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