sábado, 14 de octubre de 2017

Fernanda Parte XIX



Los primeros rayos del sol fueron penetrantes. Era un día bello con cielo azul y una brisa fresca que animaba a la ciudad a comenzar un nuevo movimiento, a continuar con este camino llamado vida.

Pero la luz no penetraba en el cuarto que alquilaba Fernanda, mucho menos inspiraba al corazón de la pequeña prostituta. Tirada en el desorden de su cama no podía dormir, su mente era un conflicto y estaba presa del miedo. Volvió a pensar en la muerte y en el terror que le causaba perder la vida en medio de un gran sufrimiento.

"Ya no puedo con esta situación. Díos mío. Debo hacer algo...", en ese momento la sorprendieron varios golpes en la puerta. "¿Quién es?", su voz se entrecortó por el temor.

"Soy yo, señorita", era la dueña de la casa y por el tono de voz la anciana parecía preocupada.

Fernanda se arregló el cabello y se preparó para mostrar serenidad. Cuando abrió la puerta la dueña se sorprendió del rostro de la joven y del hedor a humo de cigarro, algo que no soportaba.

"Sigue fumando. Mire estoy preocupada porque en los últimos días, semanas diría, no la he visto y mi esposo cree que es necesario, de vez en cuando, que nos mencione si todo marcha bien. Por cierto ya se retrasó cuatro días con la renta", la viejecita fue sincera pero recalcó lo que más le interesaba: el dinero.

"Claro. Lamento el retraso lo que sucede es que he tenido que arreglar muchos asuntos con mi familia y, la verdad, se me olvidó. Le dejaré el dinero en el mueble de la sala, como siempre", Fernanda contestó con cierta seguridad a tal punto que convenció a la señora quien trataba de ver más allá del pequeño espacio entre la puerta y la joven. "Muy bien, señorita. Espero todo esté bien, con permiso", poco a poco la anciana se alejó y Fernanda esperó a que desapareciera para cerrar la puerta.

La visita de la viejecita le dio un impulso para sobreponerse al miedo. Como si se tratara de una fuerza interna sobrenatural, un presentimiento nunca antes experimentado, rompió con las cadenas mentales que la esclavizaban y ante el inminente peligro de que la dañaran tomó la decisión: escapar, dejar atrás todo lo conocido, su territorio, su ciudad. Todo debía quedar atrás... para siempre.

Las siguientes horas las dedicó a escoger la poca ropa adecuada que tenía, algunos recuerdos como fotos, accesorios y prendas que con el tiempo guardó celosamente, todo lo que consideró de valor lo acomodó en una maleta vieja. Tomó un baño largo pero no pudo zafarse de las interrogantes: ¿seguiré prostituyéndome? ¿a dónde puedo ir? ¿a quién debo buscar? ¿podré salir de esta difícil situación? era un momento complicado. Las lágrimas se mezclaron con el agua que humedecía su rostro, su mirada directa en sus pies y el suelo.

En una hora ya estaba vestida con un pantalón de mezclilla, camisa blanca y unas botas cafés, su cabello y rostro sin arreglar pero se veía limpia. En sus bolsillos tenía el dinero de la renta para dejarlo en la sala de la casa y le quedaba plata suficiente para sobrevivir al menos dos semanas. Fernanda sabía que sería una misión complicada pero era preferible arriesgarse a quedarse en la ciudad y perder la vida.

Esperó a que llegara la noche para retirarse y no cedió a la ansiedad; observó todo por última vez y luego de un suspiro profundo no hizo ruido al salir por la puerta trasera. Caminó rápido y sin ver al rostro a nadie. La oscuridad de la noche, su eterna acompañante, le daba cierta seguridad y eso la calmó.

Parte de su plan era moverse a las afueras de la ciudad, a un pueblo llamado Zamora. Ese lugar es reconocido por su vida nocturna bohemia pero sin el acoso criminal y los índices delincuenciales de la ciudad capital. "Ese podría ser un buen inicio, aunque sea de mesera o limpiando baños puedo comenzar a recolectar un poco de dinero", con esas ideas trataba de darse ánimo para continuar.
Justo cuando esperaba por un taxi que la llevara a la terminal de buses su celular comenzó a vibrar. Era César. Fernanda contuvo la respiración y espero un poco para contestar.

"Necesito verte ahora", César parecía molesto y fue directo al grano. "Quiero verte, en estos momentos voy a donde estés", dijo el joven. Era lo que menos esperaba Fernanda en pleno escape de la ciudad y sintió esa presión en el pecho, durante algunos segundos permaneció en silencio a tal punto que César se desesperó. "Aló, aló, contesta por favor".

La prostituta se decidió. Si alguien podía ayudarla en estos momentos, y no era un hombre a quien temer, ese era César. "Estoy en colonia Maravilla voy a caminar hasta un bar llamado La Taberna, estaré en la esquina."

Diez minutos después Fernanda estaba en el asiento del copiloto y sintió el aroma de César, esa loción de lujo mezclada con el olor corporal del joven le llamaban poderosamente la atención. Él parecía ansioso y eso también le atraía. En general, César era un hombre que le gustaba, sin importar nada.

"Estoy cansado de aparentar. Ya no soporto tener que demostrar que soy exitoso en todos los ámbitos de mi vida. Lo que me sorprende es que ni siquiera me siento exitoso, solamente hago lo que debo hacer y no me queda ningún orgullo o placer... ni siquiera con mi prometida", esa última frase fue la que interesó a Fernanda. "Puedes fallar en muchas cosas pero cuando falla el sexo, todo cambia. ¡Cuántos me buscan debido a esa falla!", la prostituta no explicó sus pensamientos solamente se dedicó a escuchar, por alguna razón sabía que eso le daría muchos beneficios. El silencio acorta el tiempo para determinados resultados  y discutir atrasa todo, eso también lo sabía Fernanda por experiencia.

Cuando César terminó de desahogarse sintió la necesidad de explicar el motivo que lo impulsó a buscar a Fernanda. Guardó silencio unos minutos. De vez en cuando, al revisar el retrovisor, observaba por algunos segundos el perfil de la joven. Ese rostro le gustaba, ese cuerpo le atraía y los recuerdos de la desnudez, del sexo frenético e intenso, y de todo lo que la mujer lo hacía sentir, completaban un poderoso coctel de emociones. "¿Cómo una prostituta llegó a envolverme tanto?" esa interrogante permanecía en su mente.

El auto recorrió varias veces los mismos lugares de una parte de la ciudad, en ningún momento César pensó en estacionarse y hablar tranquilamente. Parecía que esperaba el momento para dirigirse al lugar que deseaba: en una cama con Fernanda.

Si algo había aprendido la prostituta era a guardar las emociones y hacerlas a un lado en determinados momentos. Este era uno de esos lapsos de tiempo. Guardo silencio hasta que fuera necesario; entonces, cuando César tomó una calle a donde estaba ubicado un hotel dijo: "quieres entrar, este lugar no es como los hospedajes a los que estoy acostumbrada", la voz, sus labios, sus ojos, sus expresiones tenían esa atracción natural que la caracterizaban, una atracción difícil de pasar por alto. Junto a esa sensualidad, la prostituta también imprimió sentimiento. Pese a que su alma oscura y dañada por la vida se resistía a ceder, ella lo sabía: sentía algo por César.

El hombre no pudo resistirse y sin hablar dirigió el auto al estacionamiento. 15 minutos después estaban en el cuarto. Eran las 10:35 pm.

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"La noche de emociones comenzó."


"Pero mi tarea no tiene tiempo, ni preferencia. Solamente a los escogidos les llega su momento... mi momento."

La Muerte

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Pasión, sangre, fluidos, amor, odio, venganza, lujuría, éxtasis... muerte. A las 10:35 pm comenzaron a moverse las fuerzas, los impulsos humanos más degradantes y especiales. Todos acompañados de placer sin importar el cometido. Tan crudo como el ser humano mismo.

Mientras César y Fernanda se devoraban en la cama y se envolvían en lujuria y pasión desbordante, la red de contactos y fuentes del grupo criminal de Bruno comenzó a atacar, una a una, a todas aquellas mujeres que habían sido identificadas como "extrañas" en sus territorios.
Estos criminales, que operaban en buena parte de la ciudad, creían que sus enemigos estaban utilizando mujeres, prostitutas específicamente, para infiltrarse y atacar. Bruno no dudaba que detrás de la muerte de Vaquero, estaba una mujer.

En el preciso momento que el sudor de Fernanda y César lubricaba los movimientos bruscos de sus cuerpos, una pareja fue acribillada en un motel del centro de la ciudad. Eran sospechosos para el jefe criminal.

Cuando la pequeña prostituta se retorcía de placer, en una ola de orgasmos múltiples, tres mujeres fueron privadas de libertad en la calle Montserrat del centro capitalino, la sentencia: muerte.

En los segundos que César golpeaba suavemente a Fernanda, esa muestra de pasión y bajos instintos que provocaba un dolor extremadamente placentero en la joven, los golpes que propinaban los secuaces de Bruno en contra de otra pareja, esta vez dos meseros, no cesaban. Los asustados trabajadores aparentemente colaboraban con las bandas criminales enemigas. Bruno sospechaba, pero el objetivo era darles terror para convertirlos en informantes.

Y mientras Fernanda se relajaba con un cigarrillo después de una sesión casi perfecta en la cama, una prostituta que ella conocía, Julia, con la que compartía calles en busca de clientes, fue privada de libertad. La sentencia era la muerte.

El saldo en los dos escenarios contrastaba. En una habitación dos cuerpos estaban expuestos al placer más especial y se relajaban uno a otro; en el otro escenario, en la noche de la ciudad cinco mujeres y hombre asesinados, además de dos lesionados.



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Cuando Bruno ordenó que desaparecieran el cuerpo de Julia, la última prostituta que ubicaron, comenzó a revisar las pertenencias de la mujer. En la amplia cartera encontró maquillaje, perfumes, cigarros, algunas joyas baratas y un celular. Le llamó la atención que el teléfono no tenía un código de seguridad por lo que revisó mensajes e imágenes.

Minutos después encontró unos mensajes enviados a un usuario llamado "Fer". Ahí encontró una foto que llamó su atención. Julia posaba con una joven pequeña, atractiva y de piel canela, la mirada que tenía llamaba mucho la atención. "Te conozco", susurró el criminal.
Se concentró en la imagen y tardó pocos minutos para que sus recuerdos se aclararan, "esta es la mujer que estaba con Vaquero en la casa de seguridad ¡Ella es!", sentenció.

Tomó una imagen con su celular y se la envió a dos de sus hombres de mayor confianza. "Esta es otra que hay que ubicar. No la toquen", era una orden y en minutos el archivo se compartió con el resto de móviles de la particular red de limpieza del grupo criminal. Fernanda estaba ubicada.

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Fernanda abrió sus ojos mucho antes que César.
Ella, despojada de su frialdad, no le quitó la mirada. "Creo que el pueblo de Zamora puede esperar unos días más", pensó mientras apreciaba al mejor cliente de su corta pero intensa carrera como prostituta. Por primera vez en mucho tiempo iba a darse un pequeño espacio en su oscuro y dañado corazón para experimentar algo distinto.

Un espacio, que por las nuevas circunstancias podría hacer la diferencia entre la vida y la muerte para la joven.

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En la esquina del hotel a donde Fernanda pasaba las horas con César, estaba un taxi pirata estacionado. En el interior del vehículo un hombre gordo, ojeras extensas, un bigote poblado y tenía entre sus labios un cigarrillo, así luchaba contra el estrés. Era uno de los tantos contactos del grupo criminal de Bruno.
La atención que el taxista tenía de su alrededor se detuvo por la vibración de su celular. Era la foto de un objetivo más, en el mensaje especificaban a la mujer que debían ubicar. Era Fernanda.

"Linda perra", dijo el hombre mientras el humo salía de su boca y nariz.

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Continuará... 
 
 








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