Tomados de la mano caminamos varios kilómetros, la distancia no parecía tan larga porque la conversación fluía. En el camino varias veces nos soltamos porque las historias requerían la explicación hasta de nuestras manos y brazos.
Te miraba detenidamente porque no podía entender la suerte que tenía de tenerte. Tu belleza me hacía sentir uno de los hombres más afortunados; no podía compararte, mejorarte o criticarte, simplemente para mis ojos eras el paraíso, al que nadie tuvo acceso, solamente yo. "¿Sabes lo bendecido que soy al tenerte? ¿Puedes siquiera imaginarlo? No, no puedes", eso te dije antes de detenerte y acercarme a tu rostro. Te vi un momento como para guardarlo en mi mente y luego te besé con cariño. Hubo pasión, pero moderada por el amor y la prudencia. Un beso que enamora, unos labios que invaden. Un momento especial.
"Yo te amo", tus palabras hicieron que mi pecho explotara de felicidad y de agradecimiento. Nos quedamos pegados un rato más. No había prisa de romper un momento para la historia, no queríamos hacerlo de hecho.
Llegamos a un mirador y la brisa hizo que buscáramos unir nuestros cuerpos. Te abracé y vi al horizonte. Podía sentir el aroma de tu cabello, y por momentos besaba tu cabeza. Nos quedamos viendo el escenario, hasta que se perdía el horizonte. Te volteaste y me besaste, con emoción no parabas de repetir lo feliz que eras. "Pensé que nunca me hablarías, que nunca me invitarías a salir, que ni siquiera un café te querías tomar", dijiste con parte de tu cabello tapándote el rostro, sobresalían tus labios con esa sonrisa que me derrite.
"Siempre temí hablarte, hasta que reparé que si no tomaba valor, nunca saldría de la duda si podía ser tu novio", eso salió de mi corazón, al mismo tiempo te dejé de abrazar para tomar tu rostro entre mis manos. Tu mirada amorosa y tu sonrisa agradecida me hicieron besarte nuevamente. Si pudiera definir el sentimiento de felicidad, entonces el concepto era ese momento a tu lado.
Por un momento me quedé viendo al cielo, y lancé un agradecimiento a Dios por tenerte. Entonces volví a verte y nuestras pupilas no se movieron. ¿En qué clase de mundo había vivido como para privarme de tan bello sentimiento? ¿Esto es amor? Estoy seguro que sí. Tu estatura pequeña, tus manos delgadas, tu figura, tus labios, la luz de tus ojos, tu aroma, hasta la ropa y los tenis que calzabas me parecían un regalo del Todopoderoso. Nos reíamos de felicidad, porque eramos felices de tenernos.
Cuando un sentimiento de incredulidad invadió mi mente, sonaron unas campanas.
Estábamos en lo alto de un cerro. En un pueblo pintoresco. Nunca vi una iglesia alrededor. Las campanas seguían sonando.
Vi a mi alrededor y el cielo se volvió gris. Te vi y sonreías, me mirabas, tus ojos me amaban, podía sentirlo. Me acerqué, te tomé de la mano y la apreté con gentileza, pero con la determinación de no soltarla nunca.
Todo sucedió rápido. Te desvanecías. El horizonte se oscurecía y tu rostro desaparecía al mismo tiempo que las campanas sonaban, ¡pero no había iglesia cercana! No dejaban de sonar, una y otra vez con más presencia. ¡Amor! ¡No ahora, no ahora, no me dejes ahora, no!
Entonces mi mirada captó un color azul mezclado con gris. En unos segundos me di cuenta que era una pared, y mis manos se apresuraron para salir del engaño. Era verdad. Con el dolor de mi alma me di cuenta que fue un sueño. Las campanas eran las que sonaban siempre cerca de mi casa.
Era domingo, dos días antes me había dado cuenta que ya tenías un amor. Si el sueño era la felicidad encontrada, las campanas me devolvieron al mundo de la decepción. Me quedé acostado con los ojos cerrados y susurrando "te amo, pero yo te amo, si supieras esto, todo lo que siento, ¿me amaras?"
lunes, 29 de abril de 2013
domingo, 28 de abril de 2013
Historia endiablada. Parte II
La llegada del nuevo siglo estuvo plagada de música. Si algo llenaba mis espacios libres y ocupados, era el ritmo del rock, especialmente del grunge, el punk y el hardcore. El ingreso a la universidad y la llegada de mi hijo, marcaron en gran manera ese espacio en el tiempo.
En el mundo del fútbol viví, con mucho dolor, cuando el Real Madrid goleó al Valencia en la final de la Champions 2000. Los naranjeros se convirtieron en el primer equipo al cual yo apoyaba con todo mi ser, por eso la experiencia fue muy amarga.
La edición de la Champions 2001 quedó como un recuerdo oscuro, el Valencia volvió a caer, esta vez en la tanda de los penales frente al Bayern Munich, aquel equipo que perdió contra el Manchester United en 1999.
¿Qué pasó con el Manchester United? Sólo lo recordaba cuando escuchaba la mención en los noticieros deportivos. No había indicios de fanatismo.
Los años pasaron.Vi el mundial de Corea - Japón 2002, uno de los peores de los que he disfrutado. Entonces un torneo de fútbol marcó mi vida: Eurocopa Portugal 2004.
El equipo y el juego de los locales, llamaron mi atención.
Fueron avanzando en el torneo, eliminaron a Inglaterra en un partido de infarto. Comencé a ver el juego en la casa de mi papá. Tenía que realizar un trámite en un centro comercial, que aún llaman Galerías; sin embargo el enfrentamiento no me permitió salir a tiempo. Rui Costa puso en ventaja a los lusos. Tuve que moverme y ya en el bus recibí la noticia de que los ingleses habían empatado. Nervios.
Cuando llegué a Galerías, me sorprendió que varias personas no le quitaban la mirada a una pantalla que sobresalía en un negocio de electrodomésticos. Todos guardaron silencio. La definición fue en los tiros desde los 11 pasos. Ricardo, mi tocayo, el portero de Portugal, tuvo una actuación para el recuerdo. Los lusos pasaron de ronda y los aplausos de la gente me conmovieron.
Para las semifinales, un jugador volvió a demostrar que era una joya: Cristiano Ronaldo.
Con un doblete del habilidoso número 17, eliminaron a Holanda, a la naranja mecánica, la eterna favorita.
Esperé con un sentimiento especial la gran final, tenía fe que, por fin, los portugueses ganaran un torneo importante. El equipo rival: una simplona selección de Grecia.
Comenzó el partido y sólo esperaba el gol de los lusos. Pasaron los minutos y mi desesperación creció. Algo estaba mal. Ni Cristiano, ni Figo hacían la diferencia.
Entonces, lo impensable llegó. Un tiro de esquina, y gol de Grecia. ¡Gol de Grecia! ¡No!
Los lusos se fueron encima de la portería helénica. Una y otra vez. Nada.
Mi papá no se aguantó la crítica a Cristiano: "¡pasala hombre, sólo corrés por la banda y nada más!" Tenía razón.
Los minutos finales fueron una agonía. Y el pitazo final fue difícil de digerir. Portugal, la anfitriona, la favorita cayó ante una Grecia simple, defensiva, sin pasión, pero efectiva. Dolor.
Y dolor en la cancha. El llanto de Cristiano impactó a muchos.
Me quedé viendo la pantalla durante varios minutos. Los comentaristas dieron sus impresiones, de los campeones y de los perdedores. Algunos señalaron del futuro que esperaba a Cristiano, al que catalogaron como una estrella en ascenso por su gran Eurocopa y por su cada vez más importante presencia en el Manchester United. ¡Manchester United! ¡Otra vez ese equipo!
Cristiano, el jugador que me impactó en la Euro 2004, jugaba en el Manchester United.
Las lágrimas me trasmitieron decepción y molestia. Entonces dije algo que nunca voy a olvidar. "Este jugador tendrá su momento, y llegará a ser el mejor, ya verán."
Me propuse seguir la trayectoria de la estrella, y qué mejor si era parte de aquel equipo, el del milagro, el de la hazaña de 1999. Los factores se unieron, y comenzaba la base de un sentimiento.
En el mundo del fútbol viví, con mucho dolor, cuando el Real Madrid goleó al Valencia en la final de la Champions 2000. Los naranjeros se convirtieron en el primer equipo al cual yo apoyaba con todo mi ser, por eso la experiencia fue muy amarga.
La edición de la Champions 2001 quedó como un recuerdo oscuro, el Valencia volvió a caer, esta vez en la tanda de los penales frente al Bayern Munich, aquel equipo que perdió contra el Manchester United en 1999.
¿Qué pasó con el Manchester United? Sólo lo recordaba cuando escuchaba la mención en los noticieros deportivos. No había indicios de fanatismo.
Los años pasaron.Vi el mundial de Corea - Japón 2002, uno de los peores de los que he disfrutado. Entonces un torneo de fútbol marcó mi vida: Eurocopa Portugal 2004.
El equipo y el juego de los locales, llamaron mi atención.
Fueron avanzando en el torneo, eliminaron a Inglaterra en un partido de infarto. Comencé a ver el juego en la casa de mi papá. Tenía que realizar un trámite en un centro comercial, que aún llaman Galerías; sin embargo el enfrentamiento no me permitió salir a tiempo. Rui Costa puso en ventaja a los lusos. Tuve que moverme y ya en el bus recibí la noticia de que los ingleses habían empatado. Nervios.
Cuando llegué a Galerías, me sorprendió que varias personas no le quitaban la mirada a una pantalla que sobresalía en un negocio de electrodomésticos. Todos guardaron silencio. La definición fue en los tiros desde los 11 pasos. Ricardo, mi tocayo, el portero de Portugal, tuvo una actuación para el recuerdo. Los lusos pasaron de ronda y los aplausos de la gente me conmovieron.
Para las semifinales, un jugador volvió a demostrar que era una joya: Cristiano Ronaldo.
Con un doblete del habilidoso número 17, eliminaron a Holanda, a la naranja mecánica, la eterna favorita.
Esperé con un sentimiento especial la gran final, tenía fe que, por fin, los portugueses ganaran un torneo importante. El equipo rival: una simplona selección de Grecia.
Comenzó el partido y sólo esperaba el gol de los lusos. Pasaron los minutos y mi desesperación creció. Algo estaba mal. Ni Cristiano, ni Figo hacían la diferencia.
Entonces, lo impensable llegó. Un tiro de esquina, y gol de Grecia. ¡Gol de Grecia! ¡No!
Los lusos se fueron encima de la portería helénica. Una y otra vez. Nada.
Mi papá no se aguantó la crítica a Cristiano: "¡pasala hombre, sólo corrés por la banda y nada más!" Tenía razón.
Los minutos finales fueron una agonía. Y el pitazo final fue difícil de digerir. Portugal, la anfitriona, la favorita cayó ante una Grecia simple, defensiva, sin pasión, pero efectiva. Dolor.
Y dolor en la cancha. El llanto de Cristiano impactó a muchos.
Me quedé viendo la pantalla durante varios minutos. Los comentaristas dieron sus impresiones, de los campeones y de los perdedores. Algunos señalaron del futuro que esperaba a Cristiano, al que catalogaron como una estrella en ascenso por su gran Eurocopa y por su cada vez más importante presencia en el Manchester United. ¡Manchester United! ¡Otra vez ese equipo!
Cristiano, el jugador que me impactó en la Euro 2004, jugaba en el Manchester United.
Las lágrimas me trasmitieron decepción y molestia. Entonces dije algo que nunca voy a olvidar. "Este jugador tendrá su momento, y llegará a ser el mejor, ya verán."
Me propuse seguir la trayectoria de la estrella, y qué mejor si era parte de aquel equipo, el del milagro, el de la hazaña de 1999. Los factores se unieron, y comenzaba la base de un sentimiento.
sábado, 20 de abril de 2013
Sombras en la ventana
La conspiración más grande se fragua en las afueras.
La mente traduce todos los sonidos, en voces; todos los ruidos, en pasos que se aceleran.
En medio de la oscuridad, el cuerpo febril trata de mantenerse quieto, pero el temblor provocado por la ansiedad no se detiene.
Es entonces cuando el jovencito ruega a Dios por serenidad, implora por misericordia. Pero las palabras no tienen eco. Y los constantes llamados a la calma desaparecen cuando sus ojos caen en la ventana. El joven cuerpo se estremece de terror. "¡Son ellos! ¡Están aquí!", piensa el muchacho mientras se derrumba su fe. No hay serenidad.
El ritual se repite una vez más. Afuera se fragua un plan malévolo. Los autos pasan, y la mente retorcida crea uno, dos, tres escenarios adversos, pensaba en el objetivo de toda esta operación: atraparlo, dañarlo, exponer sus miedos. La mente vuelve a repasar los sonidos, la visión se pierde en la oscuridad. Sombras danzan por todos lados, y los más íntimos temores se apoderan del ánimo.
Sólo la pequeña luz que sale de la ventana vuelve a la realidad los sentidos del delgado, frágil y exhausto joven.
Prueba posicionarse como un feto; mala idea. Trata de conciliar el sueño boca arriba, es imposible. Da vueltas en la cama intentando descansar, pero no lo logra. Es el infierno en la tierra. Es la mismísima mano del hacedor del mal que toma su alma, su paz... su ser.
Vuelve a ver a la ventana y mira una sombra. "¡Están afuera!", las palabras explotan en el cerebro del joven. El sudor se apodera de su cuerpo. La sombra se mezcla con los sonidos creados por su mente. Se prepara para lo peor.
La impotencia se apodera de él, "llora, llora para desatar este nudo de preocupación, por favor ¡hazlo!", se dice a si mismo. No hay respuesta. No puede derramar lágrimas. En un acto desenfrenado, pide que los intrusos muestren su rostro. Los invita a pasar: "¡vengan por mí, vamos que esperan!"... pero no hay réplica.
Se frota su rostro, el sudor, la piel grasienta, los ojos ardiendo. Lamenta la condena de vivir de esa forma, con miedo. Han pasado horas desde que comenzó la danza de los demonios. Pone sus pies descalzos en el suelo frío y polvoso, con esfuerzo se atreve a llegar hasta el interruptor. Se hace la luz. Quiere ver el reloj, pero no quiere sentir dolor en el pecho por el tiempo perdido.
Asombro. El joven se da cuenta que sólo pasaron dos horas y media desde que comenzó a ver la ventana, esperando que las sombras se fueran, o entraran de lleno a su aposento. En el lapso de locura, el chico creyó que pasaron al menos seis horas. Un golpe de alivio lo reanima. Perdiendo toda pena, pasa de la preocupación a la rebeldía.
Se viste rápidamente, se coloca cualquier par de zapatos, toma dinero y su chaqueta.
Eran las 9:00 de la noche de un sábado de septiembre, y la ciudad lo esperaba para otra ronda de pecados, para elevar su alma hasta un cielo sin Dios. Sabía que el momento era como un elevador: tenía un final e irremediablemente tendría que bajar hasta el mismo infierno.
Pero ya estaba tomada la decisión. Sus pies estaban presurosos de pecar, sale de la casa y ve al mundo en calma. No había conspiración, no había nadie. El joven exhala con dificultad, "todo fue mentira, no había nadie, nunca lo hubo", se dijo en voz baja mientras caminaba hasta la esquina para abordar un taxi.
La ventana del auto no le genera ningún sentimiento. La mirada del conductor tampoco. Es un jovencito libre en busca de placeres, valía la pena morir de a poco por un momento, sólo un pequeño lapso de triunfo, de euforia, de diversión, de socializar. El taxi se aleja con el cuerpo encendido del joven, con el auto se van la fe, la paz y un futuro mejor. La noche adornaba el cielo estrellado, y también su corazón.
La mente traduce todos los sonidos, en voces; todos los ruidos, en pasos que se aceleran.
En medio de la oscuridad, el cuerpo febril trata de mantenerse quieto, pero el temblor provocado por la ansiedad no se detiene.
Es entonces cuando el jovencito ruega a Dios por serenidad, implora por misericordia. Pero las palabras no tienen eco. Y los constantes llamados a la calma desaparecen cuando sus ojos caen en la ventana. El joven cuerpo se estremece de terror. "¡Son ellos! ¡Están aquí!", piensa el muchacho mientras se derrumba su fe. No hay serenidad.
El ritual se repite una vez más. Afuera se fragua un plan malévolo. Los autos pasan, y la mente retorcida crea uno, dos, tres escenarios adversos, pensaba en el objetivo de toda esta operación: atraparlo, dañarlo, exponer sus miedos. La mente vuelve a repasar los sonidos, la visión se pierde en la oscuridad. Sombras danzan por todos lados, y los más íntimos temores se apoderan del ánimo.
Sólo la pequeña luz que sale de la ventana vuelve a la realidad los sentidos del delgado, frágil y exhausto joven.
Prueba posicionarse como un feto; mala idea. Trata de conciliar el sueño boca arriba, es imposible. Da vueltas en la cama intentando descansar, pero no lo logra. Es el infierno en la tierra. Es la mismísima mano del hacedor del mal que toma su alma, su paz... su ser.
Vuelve a ver a la ventana y mira una sombra. "¡Están afuera!", las palabras explotan en el cerebro del joven. El sudor se apodera de su cuerpo. La sombra se mezcla con los sonidos creados por su mente. Se prepara para lo peor.
La impotencia se apodera de él, "llora, llora para desatar este nudo de preocupación, por favor ¡hazlo!", se dice a si mismo. No hay respuesta. No puede derramar lágrimas. En un acto desenfrenado, pide que los intrusos muestren su rostro. Los invita a pasar: "¡vengan por mí, vamos que esperan!"... pero no hay réplica.
Se frota su rostro, el sudor, la piel grasienta, los ojos ardiendo. Lamenta la condena de vivir de esa forma, con miedo. Han pasado horas desde que comenzó la danza de los demonios. Pone sus pies descalzos en el suelo frío y polvoso, con esfuerzo se atreve a llegar hasta el interruptor. Se hace la luz. Quiere ver el reloj, pero no quiere sentir dolor en el pecho por el tiempo perdido.
Asombro. El joven se da cuenta que sólo pasaron dos horas y media desde que comenzó a ver la ventana, esperando que las sombras se fueran, o entraran de lleno a su aposento. En el lapso de locura, el chico creyó que pasaron al menos seis horas. Un golpe de alivio lo reanima. Perdiendo toda pena, pasa de la preocupación a la rebeldía.
Se viste rápidamente, se coloca cualquier par de zapatos, toma dinero y su chaqueta.
Eran las 9:00 de la noche de un sábado de septiembre, y la ciudad lo esperaba para otra ronda de pecados, para elevar su alma hasta un cielo sin Dios. Sabía que el momento era como un elevador: tenía un final e irremediablemente tendría que bajar hasta el mismo infierno.
Pero ya estaba tomada la decisión. Sus pies estaban presurosos de pecar, sale de la casa y ve al mundo en calma. No había conspiración, no había nadie. El joven exhala con dificultad, "todo fue mentira, no había nadie, nunca lo hubo", se dijo en voz baja mientras caminaba hasta la esquina para abordar un taxi.
La ventana del auto no le genera ningún sentimiento. La mirada del conductor tampoco. Es un jovencito libre en busca de placeres, valía la pena morir de a poco por un momento, sólo un pequeño lapso de triunfo, de euforia, de diversión, de socializar. El taxi se aleja con el cuerpo encendido del joven, con el auto se van la fe, la paz y un futuro mejor. La noche adornaba el cielo estrellado, y también su corazón.
Historia endiablada. Parte I
Miércoles 26 de mayo, 1999
"¿No viste el partido? ¿No viste cómo terminó? estuvo emocionante, nadie podía creerlo ¿no lo viste?".
Las palabras de mi novia en el teléfono hicieron que me levantara del sillón principal de la sala; volví a ver el televisor, pero no fui a encenderlo inmediatamente. Seguí escuchándola. Mi asombro creció por la forma en la que se refería a ese "impresionante" triunfo en la final de una tal Champions League.
Para un amante empedernido del rock, aunque siempre con los deportes y el fútbol recorriendo las venas, la noticia al menos logró llamar mi atención. Terminamos de hablar, colgué el teléfono y me quedé pensando: "¿habrá sido tan emocionante? entonces me acerqué al televisor y lo encendí.
Observé a un equipo de rojo celebrando. De entre los ganadores destacaba el director técnico con su rostro rojo, como un tomate. Junto a sus jovencitos levantaron una copa enorme que nunca había visto en mi vida. Había visto la que alzó Maradona en 1986, la misma que ganó Francia en el Mundial de 1998. Pero la "orejona" era nueva para mí.
Pero mi asombró creció al darme cuenta que los de rojo, los que no paraban de celebrar, no fueron merecidos vencedores. Habían logrado un milagro en los últimos dos minutos del tiempo agregado. Perdían, y anotaron dos goles. De infarto.
Me impresionó la devastación emocional del equipo contrario. Con casacas grises con rojo, tirados en la grama, eran un nudo de tristeza y decepción. Habían mantenido una ventaja de un gol desde el primer tiempo y dejaron escapar varias oportunidades para sentenciar el partido en la segunda parte.
Le marqué a Elizabeth, mi novia, mientras seguía pendiente de la pantalla. Me contestó y le dije que era increíble lo que había sucedido. Me dijo lo mismo, que lo vivió con mucha emoción con sus jefes; la verdad que se había contagiado de la impresión de los señores.
Colgué otra vez y seguí viendo la pantalla. ¿Quiénes eran estos jugadores? ¿Cómo era posible que un partido terminara de esa forma? ¿Milagro?
Mientras lloraban los contrincantes, el nombre de los vencedores sonaba una y otra vez: Manchester United. El nombre se me quedó grabado, como si ya lo había conocido durante mis 19 años de vida.
Los decepcionados eran del Bayern Munich. Pero los ganadores habían llamado mi atención. Manchester United. Manchester United.
Ese día conocí un equipo de fútbol. Fue la semilla de una historia única.
viernes, 19 de abril de 2013
Atentamente...
¡Levántate! Haz tu rutina. Piensa y cree que eres autosuficiente, vamos hazlo. Es hora de que tomes tus alimentos, si quieres puedes orar antes de comer, es tu decisión. Yo sólo observo.
Ahora sal de tu casa y vuelve a creer que tienes la llave de tu destino. Siéntete orgulloso o cansado, eso es indiferente para mí. No importa.
¿Ya llegaste a estudiar o a tu trabajo o a donde pases el tiempo? Bueno, si crees que eso merece tu esfuerzo, hazlo. Pon manos a la obra a lo que quieras y con eso conecta tu vida con millones de personas. Todos ustedes son iguales. Otros seres más.
¿Tienes hambre otra vez? Come entonces. Gran parte de tu vida pasas haciendo lo mismo: si no estás comiendo, estás trabajando, o teniendo intimidad, o departiendo, matando, destruyendo, amando, odiando, creyendo, planeando, trascendiendo, a veces perdiendo el tiempo, en fin; tantas cosas que haces y hacen los de tu especie. Yo sólo observo.
Se acerca la tarde ¿qué harás? ¿cómo puedes vivir con tantas emociones? Y cuando me refiero a eso, es porque, en realidad, tu vives pensando en grande, en tener éxito, en el futuro de tu vida. Pero el grande soy yo. Yo soy el antes, el ahora y el después. ¡Controlo todo!
Deseaste el bien, hiciste el mal, compartiste o envidiaste. Todo queda para tus recuerdos o en los de aquellos que recibieron tus emociones. Yo sólo observo.
Llega la noche y te preparas, siempre te veo preparando algo, viviendo para futuro. El porvenir.
A ti: empresario, campesino, doctora, contador, maestro, vago, desempleado, o simplemente ser humano, quiero decirles que todo a su alrededor proviene de mí. Yo sólo observo.
Vete a dormir, descansa, sueña y espera. O muere. Todos mueren, pero nacen más.
Los veo a todos. Están en mis manos. ¡Y cuanta gracia me da que quieran cuidarme! se creen tan grandes como para pensar que me están matando de a poco, o que puedan salvarme. ¡Ustedes se destruyen!
Yo los he visto nacer, y los veré desaparecer. Con o sin mi, se extinguirán. Yo sólo observo.
Y me fijo especialmente la manera de ensañarse con especies inferiores. Incluso entre ustedes tienen ese hábito desagradable de atacar a un indefenso. Sepan que eso no se quedará así.
Sigan su camino, y vivan mientras se los permita. Sin mi, no son nada. Hoy estoy molesto.
Sueñen lo que quieran.
Atentamente:
El Planeta Tierra
Yo los he visto nacer, y los veré desaparecer. Con o sin mi, se extinguirán. Yo sólo observo.
Y me fijo especialmente la manera de ensañarse con especies inferiores. Incluso entre ustedes tienen ese hábito desagradable de atacar a un indefenso. Sepan que eso no se quedará así.
Sueñen lo que quieran.
Atentamente:
El Planeta Tierra
miércoles, 17 de abril de 2013
Húmeda atracción
Te escuché a lo lejos, te sentí venir en el aire y me sorprende como la gente, cada año, se incomoda al verte.
Sonabas bella como siempre, aunque admito que hay momentos que derramas demasiada bendición.
Me acostumbré a tu presencia pero no siempre te puedo disfrutar. A veces me has hecho pasar penas, otras veces preocupaciones aún así no puedo negar que tienes un magnetismo que me ha hecho acercarme a ti, a depender de la inspiración con la que me bendices.
En tiempos de una feroz comunicación humana, que tampoco permite privacidad, vi como obligaste a todos a ponerte atención, a impresionarse de tu presencia, a decir una y mil cosas sobre tu húmeda vocación. Pusiste a escribir a todos pero nadie te dedica palabras como las mías ¿o si? Sabes que no.
Y yo que te tengo en mi corazón, vi con curiosidad el revuelo. Quizás porque nunca me has quitado algo preciado, a lo mejor porque nunca me has golpeado con saña o será porque he aprendido a quererte tal cual eres.
No olvidaré tres experiencias: cuando tenía ocho años y me sentía triste. Un buen día, llegaste de repente y si bien es cierto ahondaste mis preocupaciones, después el aroma que dejaste, me llenó de inspiración. Sonaba una canción de Cat Stevens y yo veía tu potencia.
La vez que caminé contigo y todos me miraban como a un loco por la calle. No podían entender nuestro amor, no aceptaban que yo, un adolescente en ese tiempo, me divirtiera contigo.
Y la tercera: cuando te odié por tus berrinches, tus arranques de furia incomprensibles. Ahí nos tenías a todos contemplándote, como a una niña caprichosa. Sólo yo pude comprenderte al final de tanta incomodidad porque sabía que te ibas a calmar y con tu paz me ibas a volver a enamorar. Me conoces tan bien, que con una sola tarde gris que me regales ya tienes mi corazón a tu disposición. Me inspiras, me das un espacio para meditar.
Esta noche, un 17 de abril cualquiera, se volvió especial. Tenía tanto tiempo de no verte, de no compartir contigo. ¡Quédate esta noche! pero si no aceptas la invitación, no hay problema. Pronto te volveré a ver y saldré a caminar contigo. Te extrañé, señorita lluvia.
Sonabas bella como siempre, aunque admito que hay momentos que derramas demasiada bendición.
Me acostumbré a tu presencia pero no siempre te puedo disfrutar. A veces me has hecho pasar penas, otras veces preocupaciones aún así no puedo negar que tienes un magnetismo que me ha hecho acercarme a ti, a depender de la inspiración con la que me bendices.
En tiempos de una feroz comunicación humana, que tampoco permite privacidad, vi como obligaste a todos a ponerte atención, a impresionarse de tu presencia, a decir una y mil cosas sobre tu húmeda vocación. Pusiste a escribir a todos pero nadie te dedica palabras como las mías ¿o si? Sabes que no.
Y yo que te tengo en mi corazón, vi con curiosidad el revuelo. Quizás porque nunca me has quitado algo preciado, a lo mejor porque nunca me has golpeado con saña o será porque he aprendido a quererte tal cual eres.
No olvidaré tres experiencias: cuando tenía ocho años y me sentía triste. Un buen día, llegaste de repente y si bien es cierto ahondaste mis preocupaciones, después el aroma que dejaste, me llenó de inspiración. Sonaba una canción de Cat Stevens y yo veía tu potencia.
La vez que caminé contigo y todos me miraban como a un loco por la calle. No podían entender nuestro amor, no aceptaban que yo, un adolescente en ese tiempo, me divirtiera contigo.
Y la tercera: cuando te odié por tus berrinches, tus arranques de furia incomprensibles. Ahí nos tenías a todos contemplándote, como a una niña caprichosa. Sólo yo pude comprenderte al final de tanta incomodidad porque sabía que te ibas a calmar y con tu paz me ibas a volver a enamorar. Me conoces tan bien, que con una sola tarde gris que me regales ya tienes mi corazón a tu disposición. Me inspiras, me das un espacio para meditar.
Esta noche, un 17 de abril cualquiera, se volvió especial. Tenía tanto tiempo de no verte, de no compartir contigo. ¡Quédate esta noche! pero si no aceptas la invitación, no hay problema. Pronto te volveré a ver y saldré a caminar contigo. Te extrañé, señorita lluvia.
domingo, 14 de abril de 2013
Día uno
Un sólo acontecimiento puede desnudar toda una vida de vacíos.
El cielo gris y la soledad se conjugan. Ni siquiera hay lágrimas para derramar.
Es de los fuertes y los de gran convicción batallar contra la adversidad.
Pero hay quienes caen con un soplido mínimo de la mala suerte.
Hay caminos que llevan irremediablemente a las tinieblas, aún así son recorridos con obsesión.
Las crisis son parte de la vida y son comprendidas cuando otros seres humanos las viven. Cuesta que sean aceptadas y vistas con objetividad si aprisionan el corazón que nos hace vivir.
La existencia puede cambiar en segundos. ¿Qué tenemos? ¿A qué aspiramos?
No hay respuestas. No en un momento cruel. Nunca cuando hay que sonreir y depender del enemigo.
En esos lapsos preocupantes la búsqueda del rostro de Dios se acrecienta. Cuando la vida está en una encrucijada, entonces las voces, y los corazones, elevan una petición de ayuda. El egoísmo cede por un momento. Lo único que vale es encontrar la paz.
Una y otra vez se tiene la oportunidad de reforzar la seguridad y la serenidad en nuestros corazones. Bastante es el tiempo que se tiene para invertirlo en una relación con Dios. Hay vida suficiente para al menos intentarlo, pero sólo en aquellos días grises, de soledad y de arrepentimiento se apresuran los pasos hacia la luz.
Cuando se puede ser parte de la junta directiva, nos conformamos con pedir una entrevista. Cuando tenemos entrada directa a la oficina superior, escogemos dejar un mensaje. Y si podemos caminar en el paraíso, preferimos una postal para apreciar la belleza.
¿Tenemos la capacidad de cambiar nuestro destino? la respuesta es si. ¿Queremos y sabemos hacerlo?...
El cielo gris y la soledad se conjugan. Ni siquiera hay lágrimas para derramar.
Es de los fuertes y los de gran convicción batallar contra la adversidad.
Pero hay quienes caen con un soplido mínimo de la mala suerte.
Hay caminos que llevan irremediablemente a las tinieblas, aún así son recorridos con obsesión.
Las crisis son parte de la vida y son comprendidas cuando otros seres humanos las viven. Cuesta que sean aceptadas y vistas con objetividad si aprisionan el corazón que nos hace vivir.
La existencia puede cambiar en segundos. ¿Qué tenemos? ¿A qué aspiramos?
No hay respuestas. No en un momento cruel. Nunca cuando hay que sonreir y depender del enemigo.
En esos lapsos preocupantes la búsqueda del rostro de Dios se acrecienta. Cuando la vida está en una encrucijada, entonces las voces, y los corazones, elevan una petición de ayuda. El egoísmo cede por un momento. Lo único que vale es encontrar la paz.
Una y otra vez se tiene la oportunidad de reforzar la seguridad y la serenidad en nuestros corazones. Bastante es el tiempo que se tiene para invertirlo en una relación con Dios. Hay vida suficiente para al menos intentarlo, pero sólo en aquellos días grises, de soledad y de arrepentimiento se apresuran los pasos hacia la luz.
Cuando se puede ser parte de la junta directiva, nos conformamos con pedir una entrevista. Cuando tenemos entrada directa a la oficina superior, escogemos dejar un mensaje. Y si podemos caminar en el paraíso, preferimos una postal para apreciar la belleza.
¿Tenemos la capacidad de cambiar nuestro destino? la respuesta es si. ¿Queremos y sabemos hacerlo?...
sábado, 13 de abril de 2013
Nómada
Los turistas respiraban y sus rostros se relajaban con cada exhalación. Caminaban con sus enormes mochilas en la espalda, sus sensaciones de descubrimiento al máximo y siguiendo el camino, uno más, que se acumulaba en su corazón. Conocer otras culturas, distintos países, probar otras comidas, ver nuevos rostros, y sentirse parte de una aventura, es sin duda una de las experiencias más gratificantes para un ser humano.
Cuando los rubios y las mujeres blancas se perdían entre la multitud del centro capitalino, Franco terminaba su último sorbo de café, estaba sentado en una pequeña cafetería matando sus pocos minutos de ocio. Sus ojos siguieron a los extranjeros desde que aparecieron en escena.
No les apartó la mirada en ningún momento, y mientras los apreciaba trató de entender la expresión de sus rostros, la energía y la emoción que emanaban de sus espíritus.
Pero la sensación de descubrir estaba apagada en Franco. Él también descubrió, también caminó en otros rumbos, conoció otros países y a muchas personas. Todo lo hizo por los azares de su vida, como parte de una familia nómada.
Esos aromas a casa nueva los conoce tan bien, que cuando, por casualidad, entraba a un recinto cualquiera que estuviera habitado desde hace poco tiempo, él podía aún detectar esa sensación de cuarto nuevo. Su olfato nunca fallaba, estaba entrenado. Es como acordarse de alguien especial, cuando se siente el perfume de un extraño.
Su eterno viaje comenzó desde muy pequeño, en ocasiones sin quererlo, pero en otras con aquellas ganas de descubrir.
Los más pequeños detalles de su infancia estuvieron marcados por ese cambio, ese trote por el mundo que no permite apegarse a nada, ni a lo más fundamental como una amistad.
"Sí tuve amigos", pensó Franco. Para ese momento se habían perdido de su visión los turistas y volvía su mirada a la taza entre sus manos.
Sí los había tenido, pero nunca pudo, o quiso, apegarse. Entendió que de haberlo querido, tampoco lo habría logrado, no se puede con una vida en eterno movimiento.
Se acordó cuando la desesperación se apoderó de su ser en una de esas tantas llegadas a una nueva casa. Había dejado atrás amores y las pequeñas raíces a las que se acomoda un adolescente. Se rompieron de raíz en un viaje sin retorno, que si bien fue bello desde le punto de vista de la aventura, marcó un antes y un después en su vida.
Franco pidió otro café. La experiencia de ver a los turistas sólo le valió un pasaje directo al pasado. Cuando perdió sus sagrados juguetes luego de llegar a otro lugar; otro amor perdido por un cambio de ciudad, cuando volvió a meter en cajas los recuerdos de su vida, porque era necesario buscar otro techo; la ocasión cuando le botaron sus cosas luego de un experimento de vivir con otra familia, y que finalizó en un bochorno, en fin, los recuerdos se agolparon uno tras otro. Una sonrisa se dibujó en su rostro. "Tantas cosas que he vivido, Dios mío", pensó mientras probaba el café caliente.
Los dedos golpeaban en la mesa, y su mente volaba. Se percató de que el tiempo había pasado, y cayó de lleno en la realidad. Su olfato se agudizó y la misma sensación de siempre apareció: la que obliga a que hay que desarraigarse una vez más. El sentimiento le arruinó el segundo café, el cual se enfrió.
Luego de un par de años de vivir en su actual casa, el destino volvía a repetirse. El llamado del camino tocó a su corazón una vez más. Por eso su olfato estaba agudo, porque los recuerdos del olor a cuarto nuevo ya no son agradables, desde ningún punto de vista.
Se levantó y pagó la cuenta. Era momento de moverse y buscar otro techo.
Franco siguió la ruta que tomaron los turistas. En ese momento entendió que no tenia la capacidad de sentir la emoción de los extranjeros que estaban de visita. Hasta que no encontrara un lugar al cual le pudiera llamar hogar, no una simple casa de paso, estaba incapacitado de hallarle el sabor a un nuevo viaje, al descubrimiento de otro país.
Quienes tienen raíces y viajan, guardan esa agradable experiencia.Quienes han sido nómadas, llaman al camino, hogar, con todo y las desventajas emocionales que eso conlleve. Franco lo tenía claro. Siguió el camino con una lucha interna para dejar atrás las experiencias de los últimos dos años que vivió en su actual casa. Se dijo a si mismo: "quizás el destino me tenga deparado un hogar o me vuelva lo suficientemente fuerte para vivir como nómada".
Cuando los rubios y las mujeres blancas se perdían entre la multitud del centro capitalino, Franco terminaba su último sorbo de café, estaba sentado en una pequeña cafetería matando sus pocos minutos de ocio. Sus ojos siguieron a los extranjeros desde que aparecieron en escena.
No les apartó la mirada en ningún momento, y mientras los apreciaba trató de entender la expresión de sus rostros, la energía y la emoción que emanaban de sus espíritus.
Pero la sensación de descubrir estaba apagada en Franco. Él también descubrió, también caminó en otros rumbos, conoció otros países y a muchas personas. Todo lo hizo por los azares de su vida, como parte de una familia nómada.
Esos aromas a casa nueva los conoce tan bien, que cuando, por casualidad, entraba a un recinto cualquiera que estuviera habitado desde hace poco tiempo, él podía aún detectar esa sensación de cuarto nuevo. Su olfato nunca fallaba, estaba entrenado. Es como acordarse de alguien especial, cuando se siente el perfume de un extraño.
Su eterno viaje comenzó desde muy pequeño, en ocasiones sin quererlo, pero en otras con aquellas ganas de descubrir.
Los más pequeños detalles de su infancia estuvieron marcados por ese cambio, ese trote por el mundo que no permite apegarse a nada, ni a lo más fundamental como una amistad.
"Sí tuve amigos", pensó Franco. Para ese momento se habían perdido de su visión los turistas y volvía su mirada a la taza entre sus manos.
Sí los había tenido, pero nunca pudo, o quiso, apegarse. Entendió que de haberlo querido, tampoco lo habría logrado, no se puede con una vida en eterno movimiento.
Se acordó cuando la desesperación se apoderó de su ser en una de esas tantas llegadas a una nueva casa. Había dejado atrás amores y las pequeñas raíces a las que se acomoda un adolescente. Se rompieron de raíz en un viaje sin retorno, que si bien fue bello desde le punto de vista de la aventura, marcó un antes y un después en su vida.
Franco pidió otro café. La experiencia de ver a los turistas sólo le valió un pasaje directo al pasado. Cuando perdió sus sagrados juguetes luego de llegar a otro lugar; otro amor perdido por un cambio de ciudad, cuando volvió a meter en cajas los recuerdos de su vida, porque era necesario buscar otro techo; la ocasión cuando le botaron sus cosas luego de un experimento de vivir con otra familia, y que finalizó en un bochorno, en fin, los recuerdos se agolparon uno tras otro. Una sonrisa se dibujó en su rostro. "Tantas cosas que he vivido, Dios mío", pensó mientras probaba el café caliente.
Los dedos golpeaban en la mesa, y su mente volaba. Se percató de que el tiempo había pasado, y cayó de lleno en la realidad. Su olfato se agudizó y la misma sensación de siempre apareció: la que obliga a que hay que desarraigarse una vez más. El sentimiento le arruinó el segundo café, el cual se enfrió.
Luego de un par de años de vivir en su actual casa, el destino volvía a repetirse. El llamado del camino tocó a su corazón una vez más. Por eso su olfato estaba agudo, porque los recuerdos del olor a cuarto nuevo ya no son agradables, desde ningún punto de vista.
Se levantó y pagó la cuenta. Era momento de moverse y buscar otro techo.
Franco siguió la ruta que tomaron los turistas. En ese momento entendió que no tenia la capacidad de sentir la emoción de los extranjeros que estaban de visita. Hasta que no encontrara un lugar al cual le pudiera llamar hogar, no una simple casa de paso, estaba incapacitado de hallarle el sabor a un nuevo viaje, al descubrimiento de otro país.
Quienes tienen raíces y viajan, guardan esa agradable experiencia.Quienes han sido nómadas, llaman al camino, hogar, con todo y las desventajas emocionales que eso conlleve. Franco lo tenía claro. Siguió el camino con una lucha interna para dejar atrás las experiencias de los últimos dos años que vivió en su actual casa. Se dijo a si mismo: "quizás el destino me tenga deparado un hogar o me vuelva lo suficientemente fuerte para vivir como nómada".
viernes, 12 de abril de 2013
Ricardo González: La luz y el calor
Ricardo González: La luz y el calor: No reparé en tu presencia hasta que el calor de la multitud me hizo perder la calma. La temperatura y el ánimo contrastaban: la primera era...
La luz y el calor
No reparé en tu presencia hasta que el calor de la multitud me hizo perder la calma.
La temperatura y el ánimo contrastaban: la primera era alta, el segundo era tan bajo, que poco había en el escenario como para elevarlo a un nivel adecuado.
La mayoría mostraba reverencia, y otros la aparentaban. Canto, lágrimas, reflexión y pasión, todo eso se conjugaba en la gente; en mi caso, calor y una pizca de incomodidad por sentirme fuera de lugar
Entonces mi mirada cayó de lleno en tus ojos. No era una mirada mutua, tu visión en otro objetivo, mientras que la mía directa en esa luz especial de tus pupilas.
Tu rostro con una mezcla angelical y terrenal, y un cabello desordenado que en nada ensombrecía la bondad de tu belleza.
No hubo mirada mutua hasta buen tiempo después. Fue corta, sincera y percibí que tu atención se detuvo un momento en mis ojos. Fue fugaz cuando quise que fuera eterna. Y finalizó antes de ilusionarme.
El calor, la gente, el sudor, la temperatura, todo pasó a segundo plano desde que te vi. Pero al mismo tiempo aplaqué ese prematuro y bello sentimiento. Cuando mis ojos se llenan de belleza, sólo se queda en ese sagrado lugar. No pasa más allá, no llega a mi voluntad, mucho por mi incredulidad, otro poco por el pesimismo.
Te paseaste por el lugar y fue todo lo que necesité para deleitarme en el interior. Toda una multitud a mi alrededor, y yo tan perdido con tu presencia. Todos relacionados en una misma fecha y en un mismo fervor, en cambio yo tan separado del tumulto y tan cerca de ti.
Los minutos fueron crueles porque tenía claro el destino, habían dos caminos: darme la vuelta con la conciencia clara de saber que era la primera y última vez que te iba a ver, o acercarme a ti.
Rompí el silencio. Me acerqué y te hablé. Mis labios y mente se movieron, pero mis ojos no podían apartarse de tu mirada, eso fue una alerta. Porque si respondiste y conversaste, fue bello pero secundario. Había una alarma en mi corazón, una contundente que me decía la peligrosidad de quedarme adormecido en tus ojos.
Los minutos pasaron y el destino se repitió. Con el tiempo te perdiste en la multitud, mientras el calor, la desesperación ocasionada por el tumulto, y la incomodidad volvían a mi ser poco a poco, desesperante.
No olvidé la mirada ni la experiencia. Las guardé dentro de mi con la esperanza de volver a vivirlas.
Son esos momentos que uno puede ocultar, pasar por alto o guardar para siempre. Con todo el derecho de hacerlos públicos o mandarlos al olvido. Yo no olvido.
El tiempo ha pasado, y el mundo es pequeño, muy pequeño. Lo último que se puede perder en una historia como esta, es la esperanza. Esa luz volverá a aparecer, no lo dudo, en el mismo rostro angelical o en otro. La belleza puede convertirse en amor, el pesimismo pueda dar lugar a la felicidad, y con el tiempo, quizás, algo bueno traiga esta historia a mi corazón.
La temperatura y el ánimo contrastaban: la primera era alta, el segundo era tan bajo, que poco había en el escenario como para elevarlo a un nivel adecuado.
La mayoría mostraba reverencia, y otros la aparentaban. Canto, lágrimas, reflexión y pasión, todo eso se conjugaba en la gente; en mi caso, calor y una pizca de incomodidad por sentirme fuera de lugar
Entonces mi mirada cayó de lleno en tus ojos. No era una mirada mutua, tu visión en otro objetivo, mientras que la mía directa en esa luz especial de tus pupilas.
Tu rostro con una mezcla angelical y terrenal, y un cabello desordenado que en nada ensombrecía la bondad de tu belleza.
No hubo mirada mutua hasta buen tiempo después. Fue corta, sincera y percibí que tu atención se detuvo un momento en mis ojos. Fue fugaz cuando quise que fuera eterna. Y finalizó antes de ilusionarme.
El calor, la gente, el sudor, la temperatura, todo pasó a segundo plano desde que te vi. Pero al mismo tiempo aplaqué ese prematuro y bello sentimiento. Cuando mis ojos se llenan de belleza, sólo se queda en ese sagrado lugar. No pasa más allá, no llega a mi voluntad, mucho por mi incredulidad, otro poco por el pesimismo.
Te paseaste por el lugar y fue todo lo que necesité para deleitarme en el interior. Toda una multitud a mi alrededor, y yo tan perdido con tu presencia. Todos relacionados en una misma fecha y en un mismo fervor, en cambio yo tan separado del tumulto y tan cerca de ti.
Los minutos fueron crueles porque tenía claro el destino, habían dos caminos: darme la vuelta con la conciencia clara de saber que era la primera y última vez que te iba a ver, o acercarme a ti.
Rompí el silencio. Me acerqué y te hablé. Mis labios y mente se movieron, pero mis ojos no podían apartarse de tu mirada, eso fue una alerta. Porque si respondiste y conversaste, fue bello pero secundario. Había una alarma en mi corazón, una contundente que me decía la peligrosidad de quedarme adormecido en tus ojos.
Los minutos pasaron y el destino se repitió. Con el tiempo te perdiste en la multitud, mientras el calor, la desesperación ocasionada por el tumulto, y la incomodidad volvían a mi ser poco a poco, desesperante.
No olvidé la mirada ni la experiencia. Las guardé dentro de mi con la esperanza de volver a vivirlas.
Son esos momentos que uno puede ocultar, pasar por alto o guardar para siempre. Con todo el derecho de hacerlos públicos o mandarlos al olvido. Yo no olvido.
El tiempo ha pasado, y el mundo es pequeño, muy pequeño. Lo último que se puede perder en una historia como esta, es la esperanza. Esa luz volverá a aparecer, no lo dudo, en el mismo rostro angelical o en otro. La belleza puede convertirse en amor, el pesimismo pueda dar lugar a la felicidad, y con el tiempo, quizás, algo bueno traiga esta historia a mi corazón.
domingo, 7 de abril de 2013
La vida puede esperar
Hoy vi pasar los minutos, sentí a la vida como siempre, sin dar una mínima tregua. Pasaron los segundos y en medio de esa vorágine, tuve capacidad para hacer un alto.
Sin poder evitarlo llegó ese momento de resumir, y abrí mi interior, donde aparece esa verdad contundente, que no deja nada para interpretar, que es fría.
Porque no hay nada más intrépido que contarse las limitaciones, revisarlas y sentir la imperiosa necesidad de transformación. Porque al pasar los días, el orden de este mundo te hace creer en un camino, y te sientes parte de un destino; pero el gran desengaño viene cuando le cierras los ojos a la vida, y te abres espacio en el interior. Unos encontrarán seguridad, pero hay otros que caminan en un pantano de indecisiones, y de temores. Porque tenemos, ante los demás, un rostro específico, sin embargo frente a un espejo, y sin la muralla que cargamos día a día ¿quiénes somos?
Hoy vi mis fronteras, analicé mis temores, conté mis fortalezas. No me engañé ni interpreté a mi favor, no permití ni una sola alabanza, me quedé en primera fila, en silencio, para ver la película de quien soy.
Entonces, el gran desengaño es un efecto dominó. Porque cuando el temor llega, y le plantas cara, no con odio, sino con humildad y determinación, entonces ahí deja de ser una amenaza y se convierte en una oportunidad. Y esa oportunidad ha llegado, por fin.
Conté mis errores, los enumeré por tamaño. Ahora la existencia tiene un nuevo color y muestra un nuevo camino e invita a cambiar, a transformarse, a destruir los viejos edificios que se alzaron en el desconcertante día a día, en medio de una sociedad que no te permite respirar, que te mantiene alerta.
¿Qué sentido tiene vivir encadenado, acomodado a las propias deficiencias? ¿Qué gracia se puede encontrar en ser uno más siguiendo un ritmo brutal de vida? Este proceso de respirar no tiene un guión, uno mismo lo crea. Nos han enseñado a seguir una norma y ha mantenernos en un camino dictado. Vivimos para el futuro y muchas veces el pasado, pesa demasiado.
La sociedad sigue, el mundo no para, los amigos van y vienen, las familias mueren, a veces no nos necesitan, en ocasiones no somos indispensables. Entonces, si todo sigue, ¿por qué no podemos parar? La vida puede esperar, siempre y cuando sea para resumir, diagnosticar deficiencias y plantearse nuevos retos. Llegó el momento de aspirar a una verdadera independencia, no la física, ni la regional, ni la mundial, ni la monetaria, sino la más importante: la del interior del alma.
Sin poder evitarlo llegó ese momento de resumir, y abrí mi interior, donde aparece esa verdad contundente, que no deja nada para interpretar, que es fría.
Porque no hay nada más intrépido que contarse las limitaciones, revisarlas y sentir la imperiosa necesidad de transformación. Porque al pasar los días, el orden de este mundo te hace creer en un camino, y te sientes parte de un destino; pero el gran desengaño viene cuando le cierras los ojos a la vida, y te abres espacio en el interior. Unos encontrarán seguridad, pero hay otros que caminan en un pantano de indecisiones, y de temores. Porque tenemos, ante los demás, un rostro específico, sin embargo frente a un espejo, y sin la muralla que cargamos día a día ¿quiénes somos?
Hoy vi mis fronteras, analicé mis temores, conté mis fortalezas. No me engañé ni interpreté a mi favor, no permití ni una sola alabanza, me quedé en primera fila, en silencio, para ver la película de quien soy.
Entonces, el gran desengaño es un efecto dominó. Porque cuando el temor llega, y le plantas cara, no con odio, sino con humildad y determinación, entonces ahí deja de ser una amenaza y se convierte en una oportunidad. Y esa oportunidad ha llegado, por fin.
Conté mis errores, los enumeré por tamaño. Ahora la existencia tiene un nuevo color y muestra un nuevo camino e invita a cambiar, a transformarse, a destruir los viejos edificios que se alzaron en el desconcertante día a día, en medio de una sociedad que no te permite respirar, que te mantiene alerta.
¿Qué sentido tiene vivir encadenado, acomodado a las propias deficiencias? ¿Qué gracia se puede encontrar en ser uno más siguiendo un ritmo brutal de vida? Este proceso de respirar no tiene un guión, uno mismo lo crea. Nos han enseñado a seguir una norma y ha mantenernos en un camino dictado. Vivimos para el futuro y muchas veces el pasado, pesa demasiado.
La sociedad sigue, el mundo no para, los amigos van y vienen, las familias mueren, a veces no nos necesitan, en ocasiones no somos indispensables. Entonces, si todo sigue, ¿por qué no podemos parar? La vida puede esperar, siempre y cuando sea para resumir, diagnosticar deficiencias y plantearse nuevos retos. Llegó el momento de aspirar a una verdadera independencia, no la física, ni la regional, ni la mundial, ni la monetaria, sino la más importante: la del interior del alma.
viernes, 5 de abril de 2013
El día de Nirvana
Sábado 9 de abril, 1994
No tuve otra opción que acompañar a mi papá al taller. De haber podido evitar esa salida, hubiera hecho todo lo que estaba a mi alcance, pero a los 15 años no hay mucho margen de maniobra en una casa con una madre y un padre presentes.
No pude realizar mi ritual matutino, escuchar a mi banda favorita: Nirvana.
Por ese tiempo disfrutaba mucho el disco Nevermind, aunque me gustaba mas el Incesticide, que lo lanzaron en 1992. Pero tengo que aceptarlo, mi favorito era In Utero, el último trabajo musical que la banda había lanzado en septiembre de 1993.
Sin embargo ese día era de taller. Pintaba un sábado aburrido, otro día sin pena ni gloria. Vivíamos en Santa Tecla y por primera vez fui a una zona desconocida para mí: la colonia Rábida, en San Salvador.
Primero llegamos a una venta de repuestos que resultó no tener nada de lo que buscaba mi papá. La mañana se tornaba deprimente, porque había que ir a otro establecimiento.
No recuerdo lo que hablé con él, quizás algo sin sentido porque mi mente no lo archivó. Entonces llegamos a un centro de repuestos para autos y lo único interesante fue que, en el estante, estaban las ediciones de los dos principales periódicos del país: La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy.
Mi papá tomó el segundo, y no tuve otra opción que tomar La Prensa Gráfica. En ese momento mi vida era la música, y leer era quizás mi pasatiempo número cuatro.
Leí la parte final, la dedicada a deportes. Luego recuerdo que comencé a leer desde la portada. Entonces mi papá me dijo con cierto asombro: "¡debés ver la noticia que aparece! mirá este periódico, mirá la parte de espectáculos."
Pasé las páginas con calma, esperando algo de mi banda favorita. Al llegar a la hoja indicada, sentí un golpe en el pecho y contuve el aliento. Una sensación de vacío y confusión recorrió mis entrañas, fue el titular más devastador de mi corta vida:
"Líder de Nirvana se suicida"
Cerré el periódico. Vi a mi papá, que tenía cara de asombro. Volví a ver a la calle, por un momento pensé que me había equivocado, sentí que había una posibilidad de que todo fuera un mal entendido. Volví con rapidez a la misma página... no había duda. Me senté y no quité mi mirada de la imagen de Kurt, en blanco y negro, con una sonrisa casi diabólica y un cigarro en sus manos.
Comencé a leer y sentía una tristeza, una sensación de perder algo tan preciado. ¡Por Dios, tenía 14 años, la edad en que los héroes lo son todo! La entrega a los ideales juveniles es la vida misma, por eso es de las mejores etapas de la vida. La lectura no paró, sólo por momentos para volver a ver la foto de Kurt.
No recuerdo que pasó con el carro, lo que se me viene a la mente es haber ido a otro taller sobre el bulevar Venezuela. No reparaba en nada de lo que decía o hacía mi padre, sólo ponía verdadera atención cuando se refería a Nirvana. Fuimos a comer algo cerca de la Terminal de Occidente, y me dijo que Nirvana no era una banda mala, de hecho me dijo que le gustaba "Heart-Shaped Box", el primer single de In Utero. Recuerdo que dijo que Guns & Roses no le gustaba mucho, por el "ruido" de algunas de sus canciones, yo pensé: "¿Guns? ¡esos no son nada, papá! Acaba de morir Kurt, por Dios."
Cuando llegamos a casa, a la primera persona que me dirigí fue a mi hermana menor, Natalia, y le dije lo que había pasado. Su asombro fue grande, no olvidaré su rostro, sus ojos. No podía creerlo. No recuerdo que pasó con mi mamá y el resto de la familia, ni tampoco que hablamos por la noche, sólo tengo presente que escuché mis discos mientras veía fotos de Cobain.
Llegó el domingo 10 de abril, y desperté con la sensación de que algo malo había sucedido. Segundos después de tantos pensamientos, reparé en la muerte de Kurt, y me sentí mal.
Lo primero que hice fue escuchar Nevermind. Cerca de la mitad del disco, recuerdo que se me acercó mi papá y dijo con un tono de burla: "ve, está oyendo a su ídolo. Va a llorar por su ídolo." No me sorprendió ni me afectó, no era la primera vez que hacía algo de tan mal gusto.
Cuando sonó la última canción del álbum, "Something in the way", no pude evitar sentir tristeza. El melancólico sonido de la guitarra, la voz de Kurt sonaba en lo profundo de mi ser, y el coro de la canción me petrificó: "something in the way mmmm, something in the way, yeah, mmm"
Una lágrima rodó por mi joven mejilla. La limpié rápidamente. No quería que nadie me viera. Nadie lo hizo. Era domingo 10 de abril, de 1994. En tiempos de información lenta, días después supe que en realidad había muerto el 5 de abril.
19 años después, cuando me preparaba para irme al trabajo, alguien mencionó en la televisión que un día como hoy murió Kurt Cobain. Me quedé inmóvil y los recuerdos llegaron de golpe. Aunque durante tanto tiempo conté la historia a muchas personas, esta es la primera vez que la escribo, y es la primera vez que la vivo intensamente, como aquel fin de semana de abril de 1994, aquellos tiempos inolvidables, preciosos, difíciles, confusos, llenos de música, sentimientos, y recuerdos que vivirán por siempre en mi corazón.
No tuve otra opción que acompañar a mi papá al taller. De haber podido evitar esa salida, hubiera hecho todo lo que estaba a mi alcance, pero a los 15 años no hay mucho margen de maniobra en una casa con una madre y un padre presentes.
No pude realizar mi ritual matutino, escuchar a mi banda favorita: Nirvana.
Por ese tiempo disfrutaba mucho el disco Nevermind, aunque me gustaba mas el Incesticide, que lo lanzaron en 1992. Pero tengo que aceptarlo, mi favorito era In Utero, el último trabajo musical que la banda había lanzado en septiembre de 1993.
Sin embargo ese día era de taller. Pintaba un sábado aburrido, otro día sin pena ni gloria. Vivíamos en Santa Tecla y por primera vez fui a una zona desconocida para mí: la colonia Rábida, en San Salvador.
Primero llegamos a una venta de repuestos que resultó no tener nada de lo que buscaba mi papá. La mañana se tornaba deprimente, porque había que ir a otro establecimiento.
No recuerdo lo que hablé con él, quizás algo sin sentido porque mi mente no lo archivó. Entonces llegamos a un centro de repuestos para autos y lo único interesante fue que, en el estante, estaban las ediciones de los dos principales periódicos del país: La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy.
Mi papá tomó el segundo, y no tuve otra opción que tomar La Prensa Gráfica. En ese momento mi vida era la música, y leer era quizás mi pasatiempo número cuatro.
Leí la parte final, la dedicada a deportes. Luego recuerdo que comencé a leer desde la portada. Entonces mi papá me dijo con cierto asombro: "¡debés ver la noticia que aparece! mirá este periódico, mirá la parte de espectáculos."
Pasé las páginas con calma, esperando algo de mi banda favorita. Al llegar a la hoja indicada, sentí un golpe en el pecho y contuve el aliento. Una sensación de vacío y confusión recorrió mis entrañas, fue el titular más devastador de mi corta vida:
"Líder de Nirvana se suicida"
Comencé a leer y sentía una tristeza, una sensación de perder algo tan preciado. ¡Por Dios, tenía 14 años, la edad en que los héroes lo son todo! La entrega a los ideales juveniles es la vida misma, por eso es de las mejores etapas de la vida. La lectura no paró, sólo por momentos para volver a ver la foto de Kurt.
No recuerdo que pasó con el carro, lo que se me viene a la mente es haber ido a otro taller sobre el bulevar Venezuela. No reparaba en nada de lo que decía o hacía mi padre, sólo ponía verdadera atención cuando se refería a Nirvana. Fuimos a comer algo cerca de la Terminal de Occidente, y me dijo que Nirvana no era una banda mala, de hecho me dijo que le gustaba "Heart-Shaped Box", el primer single de In Utero. Recuerdo que dijo que Guns & Roses no le gustaba mucho, por el "ruido" de algunas de sus canciones, yo pensé: "¿Guns? ¡esos no son nada, papá! Acaba de morir Kurt, por Dios."
Cuando llegamos a casa, a la primera persona que me dirigí fue a mi hermana menor, Natalia, y le dije lo que había pasado. Su asombro fue grande, no olvidaré su rostro, sus ojos. No podía creerlo. No recuerdo que pasó con mi mamá y el resto de la familia, ni tampoco que hablamos por la noche, sólo tengo presente que escuché mis discos mientras veía fotos de Cobain.
Llegó el domingo 10 de abril, y desperté con la sensación de que algo malo había sucedido. Segundos después de tantos pensamientos, reparé en la muerte de Kurt, y me sentí mal.
Lo primero que hice fue escuchar Nevermind. Cerca de la mitad del disco, recuerdo que se me acercó mi papá y dijo con un tono de burla: "ve, está oyendo a su ídolo. Va a llorar por su ídolo." No me sorprendió ni me afectó, no era la primera vez que hacía algo de tan mal gusto.
Cuando sonó la última canción del álbum, "Something in the way", no pude evitar sentir tristeza. El melancólico sonido de la guitarra, la voz de Kurt sonaba en lo profundo de mi ser, y el coro de la canción me petrificó: "something in the way mmmm, something in the way, yeah, mmm"
Una lágrima rodó por mi joven mejilla. La limpié rápidamente. No quería que nadie me viera. Nadie lo hizo. Era domingo 10 de abril, de 1994. En tiempos de información lenta, días después supe que en realidad había muerto el 5 de abril.
19 años después, cuando me preparaba para irme al trabajo, alguien mencionó en la televisión que un día como hoy murió Kurt Cobain. Me quedé inmóvil y los recuerdos llegaron de golpe. Aunque durante tanto tiempo conté la historia a muchas personas, esta es la primera vez que la escribo, y es la primera vez que la vivo intensamente, como aquel fin de semana de abril de 1994, aquellos tiempos inolvidables, preciosos, difíciles, confusos, llenos de música, sentimientos, y recuerdos que vivirán por siempre en mi corazón.
jueves, 4 de abril de 2013
Amor, odio, amor
"Si pudiera desaparecerte de esta tierra, lo haría con tal rapidez que ni siquiera le daría el espacio al mínimo remordimiento". Fue lo único que ella pudo decir, luego de ver derrumbada su vida. Sólo habían pasado instantes de la traición. La más grande decepción de su vida.
"Si pudiera volver al pasado, nunca habría comenzado algo con esta mujer. Me arrepiento de haberla conocido", fue lo único que pensó él. Ni siquiera se le pasó por la mente el grado de traición que cometió.
Ambos estaban amarrados. Él podía manejar la fuerza de ella. En cambio la mujer trataba por todas formas de zafar al menos un brazo, principalmente el que sostenía el cuchillo, para poder enterrarlo en algún lugar del cuerpo que la sometía. No importaba el lugar, el objetivo era infligir algún tipo de dolor.
La escena era vergonzosa. Una más luego de 15 años de relación sentimental, a veces placentera, en ocasiones decepcionante, amarga y triste.
Ella cumplió. Él amó un tiempo, luego engañó. La mujer midió sus sentimientos carnales hacia otros hombres. Él cayó, una y otra vez en el pecado. El hombre fue meticuloso en su mentira, ella no reparó en la confianza y tampoco en la obsesión hacia él. Lo convirtió en un rey, en un Dios. Para él, no había una deidad ni en el cielo. Su esposa, y el resto no eran más que musas, artefactos y compañías.
Ambos permanecieron trabados uno al otro. Nadie cedió. Los ojos no se desprendían. La mujer contenía las lágrimas con odio. Él ya planeaba su próximo paso: huir lo más lejos posible.
Entonces un sentimiento partió el alma del hombre. Sus brazos se debilitaron y su fuerza comenzó a ceder. Cayó hincado pidiendo ayuda y tocándose el pecho. Ella no se sorprendió, sólo perdió la atención cuando imaginó el cuchillo ensartado en el mismo lugar donde su esposo se apretaba. Pero se detuvo. Mantuvo la calma y vio como la vida, poco a poco, se le escapaba a su pareja.
Lo vio morir. Los años de excesos pasaron la factura. Entonces, cuando lo vio tirado en el suelo, y el sentimiento de venganza era un éxtasis en su pecho, comenzó a ceder... no fue su físico, ni sus fuerzas, fue su ánimo. Y como un arcoíris, se fueron dibujando en su alma aquellos pequeños momentos felices, los de triunfo, los de besos con amor, los de palabras de aliento, los espacios de entendimiento y las largas pláticas para planear cualquier cosa. Fue incapaz de deleitarse en el odio. Y lloró. Con lágrimas de dolor, porque en el fondo de su corazón, y pese al daño, nunca, nunca le deseó ese destino. Si lo hizo al calor de la traición, nunca en plena conciencia. Se puede odiar en cualquier momento. Pero sólo se puede amar una vez.
"Si pudiera volver al pasado, nunca habría comenzado algo con esta mujer. Me arrepiento de haberla conocido", fue lo único que pensó él. Ni siquiera se le pasó por la mente el grado de traición que cometió.
Ambos estaban amarrados. Él podía manejar la fuerza de ella. En cambio la mujer trataba por todas formas de zafar al menos un brazo, principalmente el que sostenía el cuchillo, para poder enterrarlo en algún lugar del cuerpo que la sometía. No importaba el lugar, el objetivo era infligir algún tipo de dolor.
La escena era vergonzosa. Una más luego de 15 años de relación sentimental, a veces placentera, en ocasiones decepcionante, amarga y triste.
Ella cumplió. Él amó un tiempo, luego engañó. La mujer midió sus sentimientos carnales hacia otros hombres. Él cayó, una y otra vez en el pecado. El hombre fue meticuloso en su mentira, ella no reparó en la confianza y tampoco en la obsesión hacia él. Lo convirtió en un rey, en un Dios. Para él, no había una deidad ni en el cielo. Su esposa, y el resto no eran más que musas, artefactos y compañías.
Ambos permanecieron trabados uno al otro. Nadie cedió. Los ojos no se desprendían. La mujer contenía las lágrimas con odio. Él ya planeaba su próximo paso: huir lo más lejos posible.
Entonces un sentimiento partió el alma del hombre. Sus brazos se debilitaron y su fuerza comenzó a ceder. Cayó hincado pidiendo ayuda y tocándose el pecho. Ella no se sorprendió, sólo perdió la atención cuando imaginó el cuchillo ensartado en el mismo lugar donde su esposo se apretaba. Pero se detuvo. Mantuvo la calma y vio como la vida, poco a poco, se le escapaba a su pareja.
Lo vio morir. Los años de excesos pasaron la factura. Entonces, cuando lo vio tirado en el suelo, y el sentimiento de venganza era un éxtasis en su pecho, comenzó a ceder... no fue su físico, ni sus fuerzas, fue su ánimo. Y como un arcoíris, se fueron dibujando en su alma aquellos pequeños momentos felices, los de triunfo, los de besos con amor, los de palabras de aliento, los espacios de entendimiento y las largas pláticas para planear cualquier cosa. Fue incapaz de deleitarse en el odio. Y lloró. Con lágrimas de dolor, porque en el fondo de su corazón, y pese al daño, nunca, nunca le deseó ese destino. Si lo hizo al calor de la traición, nunca en plena conciencia. Se puede odiar en cualquier momento. Pero sólo se puede amar una vez.
miércoles, 3 de abril de 2013
El final
También me sucede. Y en esos momentos el monitor se vuelve un castigo.
Ninguna idea parece ser suficiente, ni atractiva para comenzar a mover los dedos en el teclado.
Quizás porque con el tiempo, escribir se vuelve una obsesión. Y cada palabra, cada frase, cada sentencia, debe llevar ese toque especial, que marque la vida, que deje una huella en el alma. No es sencillo si la vida misma se está expresando.
Y cuando arranca la inspiración, sólo temo llegar a la conclusión. Porque el final es lo más importante... en todo. Me atrapó esa frase, cuando la escuché en una de mis películas favoritas: La ventada secreta.
Hay temas que enamoran, otros que pueden abordarse con sencillez, pero siempre guardando la belleza y la fluidez correcta de las ideas. Pero otros obsesionan, y los sentimientos se desbordan. Esos son los más especiales, pero también los más desgastantes.
Encuentro el momento, mi realidad queda plasmada, las palabras fluyen desde el interior y poco a poco la historia toma forma, toma vida. Y entonces llega el final. Ese pequeño espacio que le da sentido a todo, porque no importa que sucedió, porque a veces se olvida de donde venimos, si al final nos califican por donde estamos.
La esencia es contar una vida. Habrán muchos Todd Downey, algunos Morton Rainey y otros John Shooter, pero sólo hay un Ricardo, y esa tarea es exclusiva, titánica, brutalmente sincera y quizás cansada. Sin embargo lo más importante es el final y será genial. Por ahora, hay que darle espacio a la vida, algo tan natural, que no siempre se vuelve un hábito. Estoy seguro, que con el tiempo la vida misma me dará el sentido exacto de mi presencia en este mundo.
Ninguna idea parece ser suficiente, ni atractiva para comenzar a mover los dedos en el teclado.
Quizás porque con el tiempo, escribir se vuelve una obsesión. Y cada palabra, cada frase, cada sentencia, debe llevar ese toque especial, que marque la vida, que deje una huella en el alma. No es sencillo si la vida misma se está expresando.
Y cuando arranca la inspiración, sólo temo llegar a la conclusión. Porque el final es lo más importante... en todo. Me atrapó esa frase, cuando la escuché en una de mis películas favoritas: La ventada secreta.
Hay temas que enamoran, otros que pueden abordarse con sencillez, pero siempre guardando la belleza y la fluidez correcta de las ideas. Pero otros obsesionan, y los sentimientos se desbordan. Esos son los más especiales, pero también los más desgastantes.
Encuentro el momento, mi realidad queda plasmada, las palabras fluyen desde el interior y poco a poco la historia toma forma, toma vida. Y entonces llega el final. Ese pequeño espacio que le da sentido a todo, porque no importa que sucedió, porque a veces se olvida de donde venimos, si al final nos califican por donde estamos.
La esencia es contar una vida. Habrán muchos Todd Downey, algunos Morton Rainey y otros John Shooter, pero sólo hay un Ricardo, y esa tarea es exclusiva, titánica, brutalmente sincera y quizás cansada. Sin embargo lo más importante es el final y será genial. Por ahora, hay que darle espacio a la vida, algo tan natural, que no siempre se vuelve un hábito. Estoy seguro, que con el tiempo la vida misma me dará el sentido exacto de mi presencia en este mundo.
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