sábado, 16 de mayo de 2015

Recuerdos que marcan


Cada diez años un ser humano cambia tanto de objetivos, metas, también su visión de la vida, quizás incluso de sentimientos. Cada etapa tiene sus felicidades, tristezas, cielos e infiernos. Eso me dijeron hace muchos años.

Pero siempre lo supe desde el primer momento. Cada tarde de invierno desde la sala de mi casa me preguntaba si esa sensación sería pasajera, si a mis 25, 35 incluso a mis 40 años simplemente la consideraría como un simple recuerdo. Tenía la certeza que no.

Era la lluvia, la ventana que daba a la esquina, el rock y la efervecencia adolescente entre 1994 y 1997. Cada uno de estos detalles, por si solos, eran parte de mi felicidad. Pero al unirlos era maravilloso.

Eran las tardes con aroma a lluvia, mezclado con el del cartoncillo de cada uno de mis CD´s favoritos. Todo un ritual de sentir aromas antes del momento cumbre.





Y entonces la sala era invadida por los sonidos, los ritmos que en algunas ocasiones eran profundos y lúgubres.




Y en otros momentos potentes.





Cada pieza, dependiendo de la intensidad, unida a la pasión con la que vivía cada minuto, crearon un espacio en mi corazón. Lo vivía de distintas formas: acostado, leyendo, saltando entre el sillón y el equipo de sonido, sentado, o mi forma favorita: frente a la ventana.

No era egoismo, ni mucho menos que no me importara lo que sucediera a mi alrededor, pero fue la primera vez que sentí que tenía algo propio.

De hecho mis primeros procesos de reflexión profunda los hacía en esas tardes, mis primeras exploraciones internas eran mucho más digeribles al ver el escenario gris de los inviernos y de fondo, el particular rock noventero.

No era un momento de rebeldía para señalar al mundo, como muchos ven al espíritu del rock. Había más que eso. Me dí cuenta que tenía tantas capacidades, sentí como que me desbloquearon parte del cerebro, como si se desbordara mi imaginación, despertó mi creatividad en muchos aspectos: provocó que quisiera leer y escribir mucho más (proceso que comenzó en mi niñez al leer libros de mi papá) y aunque no fue de efecto inmediato, fortaleció las bases de ese hábito.

Plasmar ideas en canciones, cartas inspiradoras hasta simples expresiones personales en muchos de mis cuadernos y archivos. Mucho de eso, que actualmente es parte de mi realidad, tuvo su inicio en los inviernos musicales de mediados de los noventa.

Siempre he visto la vida como un concierto, en donde todos pasan al escenario y tienen su tiempo para darlo todo y mostrar sus capacidades. Que unos aprovechen o no el momento, si unos son más talentosos que otros, o si hay quienes tengan capacidades distintas, todo esos cánones sociales que le dan a los artistas quedan en segundo plano. En mi particular punto de vista de la vida como un concierto, lo más importante es imprimirle pasión, mucha pasión.

Si cada aspecto de nuestra existencia lo viviéramos con ese sentimiento y la energía de un concierto, quizás sería más agradable este camino. Y esto de la pasión, el poder de la música, la creación, la imaginación, el desbloqueo mental se revolucionó en las tardes lluviosas, después de las clases en el colegio, y que siempre se sazonaron con el estridente sonido de mis bandas favoritas.

Muchos se inspiraron en las primaveras, las flores, el sol, la música clásica o un buen libro. Yo fui gris, lluvioso, grunge y apasionado.

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Pasó el tiempo, mucho tiempo y es cierto, la vida cambia cada diez años. Y las necesidades que imponen nuevas metas transforman tu existencia.

Viernes 15 de mayo 2015, cerca de 20 años después, estaba en el asiento del copiloto, el auto estaba estacionado en las afueras de una gasolinera, cerca de San Jacinto en San Salvador.

Decidí escuchar música, como casi siempre. Y sonó una de mis favoritas: "Tremor Christ" de Pearl Jam.

Comencé a ver desde la ventana del auto a todos los conductores que esperaban la luz verde del semáforo. Cada uno de los rostros denotaba un momento de sus vidas: molestia, aburrimiento, desesperación, felicidad, buen humor, o simple seriedad.

Entonces recordé aquella explicación de que la vida cambia cada diez años. Ese constante círculo de búsqueda, de obtención de cuestiones materiales o espirituales, de ser felices, de llegar a casa, de hacer miles de cosas. "Cada etapa tiene sus felicidades, tristezas, cielos e infiernos".

Me puse a pensar en todas mis etapas. En todos los momentos de mi existencia, por cierto el actual es intenso, bastante bueno. Pero hay unos que marcan la vida.

Como una baraja de opciones aparecieron en mi mente. Y sin quererlo o buscarlo, poco a poco unos tomaron fuerza y presencia: la lluvia, el cielo gris, la música, las tardes entre 1994 y 1997. Me vi ante la ventana disfrutando del escenario... y sentí satisfacción, nostalgia, mi corazón creció de felicidad. Volví a poner "Tremor Christ", cerré mis ojos y agradecí por tener unos minutos libres para volver a vivir esos momentos en mi mente. Porque hay muchas experiencias lindas, pero pocas marcan.














domingo, 5 de abril de 2015

El plan fallido

El plan se engendró y la felicidad pintó el horizonte.
La máquina engrasada, el trabajo diario, el futuro cercano.
Eras tu y nadie más, tu figura, tu ser, mi objetivo.
Esa noche de esperanza, con un plan bajo la manga, dormí a mis anchas.

Pero el destino reprobó la opción.
Y la danza de evidencias comenzó.
Te convertiste en la destructora, no por vocación, sino por temor.
Impulsada por la justicia, abrazaste el destino y asesinaste mis sentidos.

Pasaron los años y la guerra era diaria.
La máquina engrasada siguiendo el plan.
Y la espada de tu orgullo en defensa personal.
La evidente agonía lastimaba.

Te defendiste de las deficiencias de mi plan.
El destino no falló, te abrazó, te sanó.
La justicia te exaltó, en cambio a mi, me desnudó.
Quedaste libre para buscar la felicidad.

Tus lágrimas serán vengadas y alguien las convertirá en sonrisas,
Dios y el destino te preparan días para adorar.
Tu silencio será amado por alguien. 
Tu simpleza será el sol de tu amante.

Y con mi plan fallido camino en la oscuridad.
Todo lo imaginado se perdió en lamentos.
Fallé y el destino se encargó de eso.
Solo espero ver la luz, en otro rostro, en otro tiempo.    






sábado, 14 de marzo de 2015

Aromas de un amor


El agua caía entre mis manos y la fruta, mientras tanto los pensamientos me tenían encadenado, uno tras otro se aferraban a mi conciencia.

No eran del todo incómodos, solo eran parte del mecanismo diario que me empuja a planificar todo, esa maquina interna que no da tregua.

Mis ojos en mis manos, pero mi cabeza en otro lado.

Cuando cayó la última gota de agua sobre la verde manzana, por inercia mi mano con el manjar se alejó y logré percibir, sin proponerlo, el aroma de la fruta recién lavada.


Todo lo que estaba en mi mente desapareció. Un mecanismo me sumergió en los archivos de mi pasado hasta llegar a la clase de segundo grado de primaria, escuché el sonido clásico que daba inicio al recreo. Visualicé mi lonchera, dentro de ella, entre otras cosas, una manzana.

Recuerdo que siempre olía las frutas. Cada una con su aroma, pero nada se comparaba a la manzana.

Sin embargo la sensación más especial era la que percibía cuando de tus manos recibía esa fruta humeda.

Inmediatamente tu rostro explotó en mi cabeza, en mi interior. Y recordé la visión que tenía de ti, los sentimientos que movían mi corazón por ti porque en las pequeñas cosas, cotidianas, que quizás hacías por inercia, como lavar una fruta para alimentarme, marcabas mi vida de una manera profunda.

Recuerdo verte grande, fuerte, bella.

Entonces las explosiones sucedieron una tras otra, los recuerdos se amontonaron hasta llenar mi corazón de emociones y mis ojos de lágrimas. Aunque estaba en medio de la cocina mi cerebro, estimulado por el pasado, activó otro aroma, uno inigualable: cuadernos forrados con plástico.


Como una película, me transporté hasta los pasillos de las librerías, a la mesa de la sala donde estaban todos los cuadernos, al momento en que los ordenabas, uno a uno, cuando terminabas de forrarlos. Recuerdo tomarlos y sentir ese aroma, luego te veía, cada cierto tiempo volvía a verte mientras fijabas tu mirada en la tijera y el plástico.

No sé qué pensabas, que querías o anhelabas nunca lo pregunté, no tenía la capacidad, era un niño. Tampoco me preguntaste que sentía o pensaba en esos momentos, pero seguramente no habría podido explicarte lo importante que eras para mi. Habría callado y me habría apenado porque era demasiado amor para un chico.

En esos silencios mientras compartíamos juntos quizás estabas encadenada a tus emociones de adulta, de madre y esposa; mientras, en mi interior las emociones se inmortalizaron, te quedaste en mi memoria, tus ojos, tu rostro, toda tu presencia se mezcló con los aromas de los cuadernos, de las manzanas.

Y ahora, 28 años después lo vivo intensamente en una noche cualquiera, en medio de la cocina de la casa silenciosa y oscura.

Aquí estoy con mi alma encendida, con mis recuerdos frescos con todo el peso que dejaste sobre mi y con la impotencia de querer volver al pasado para decirte todo lo que siento, para hacerte saber lo importante que eres.

Entonces seco mis lágrimas, respiro fuerte, profundo y vuelvo a la serenidad.

Porque solo es cuestión de tiempo para que volvamos a recordarlo todo, para contarte al oido mientras nos fundimos en un abrazo eterno las veces que esos aromas únicos, singulares, me hicieron tenerte presente.

domingo, 22 de febrero de 2015

Fernanda Parte XII

La muerte espera.


No importa el tiempo, siempre llega el inicio de su misión esencial.

Las causas, los azares, el destino, el tiempo. Todo comenzó a conjugarse.

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Fernanda pensaba mucho en la muerte, el momento en que su vida se apagaría. Si tenía que escoger, prefería una muerte mientras dormía. Pero sus pesadillas la atormentaron durante mucho tiempo con un desenlace violento, sangriento, doloroso.

Esta vez sus sentimientos eran una coraza poderosa. La frialdad en su máxima expresión. Vaquero aceleraba el auto pero el corazón de Fernanda no se estremecía, su alma estaba en combustión por el odio acumulado.

Cuando se suponía que debía temblar, mostraba una sonrisa genuina porque al fin estaba en el lugar indicado.

Pero no era la única que se sentía afortunada.

Vaquero, pese a estar drogado, también planificaba, conspiraba. En su mente lo tenía claro: abusar de la pequeña prostituta era ineludible.
Ese hombre alto, fornido, de ojos claros, bigote y rostro duro, lideraba a la principal banda criminal de la ciudad, no le temía a nada. "Ha llegado el momento de entretenerme", imaginó mientras conducía su auto a la entrada de uno de los tantos moteles de la ciudad.

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Hay clientes que conversan, tratan de tener una conexión con la prostituta, aunque sea mínima, Fernanda lo sabía muy bien. Pero esta noche era diferente, ni ella lo esperaba ni Vaquero estaba en esa disposición.

El hombre se encerró en el baño sin dar explicaciones. Activó su celular y llamó a sus lugartenientes, "la reunión tendrá que esperar yo les aviso, lo que si quiero es que la casa de seguridad esté a mi disposición este fin de semana. Luego les explico", la voz de Vaquero era entrecortada, con un tono grave, como queriendo esconder lo que sentía. Sus hombres lo conocían muy bien y por temor o respeto no opinaban aunque esperaban que un día todo cambiara.

El criminal tomó un baño para tratar de relajarse pero era una tarea complicada, Vaquero tenía una debilidad: su repertorio de adicciones.

No solo bebía, fumaba, se drogaba y abusaba de medicamentos, también estaba atado al sexo, a las mujeres, al poder y al dinero. Todo le era permitido para lograr sus objetivos, su estrategia más eficaz era la violencia.
Este hombre dormía muy poco y si algo nunca se permitió era un tiempo para relajarse. Su vida era demasiado acelerada en todos los aspectos.

El agua fría recorría su cuerpo y calmó un poco su situación, logró enfocarse, pudo salir del éxtasis de la droga gracias a calmantes y estimulantes que portaba en su chaqueta. Poco a poco se recuperó pero no para relajarse, eso jamás, ahora quería alcohol.

Salió del baño solo con la toalla y sin percatarse de Fernanda tomó el teléfono pidió comida y cervezas. Luego se acostó, encendió un cigarrillo y se puso a ver televisión. Nunca vio a la prostituta, no le puso atención. Esa era una de sus actitudes que lo caracterizaban, la indiferencia.

Mientras Vaquero seguía su plan ignoraba que Fernanda tenía el propio. La joven estaba preparada para estar con él, sabía que no sería sencillo lidiar con este criminal pero su objetivo era ganarse su confianza.

"Quiero tomar un baño también, sería buena idea. Podrías relajarte un poco o si quieres comenzamos, lo que me digas", la mujer lo dijo con esa sensualidad que muy pocas prostitutas tenían. A Vaquero le pareció buena la idea además quería tomar y comer algo antes de su faena carnal. "Puedes ir", lo dijo siempre sin verla.

Fernanda encendió la regadera pero no disfrutó del agua, solo imaginaba la escena de Vaquero golpeando a su amiga, Angie. La última discusión que tuvo con ella, su rostro desesperado cuando supo que perdió a su bebé, y la culpa, la dolorosa culpa que cargaba por haber sido ella la que dio la mala noticia, la forma de gritarle la verdad, eso era lo que hundía su corazón.

"Voy a matarte maldito y disfrutaré tu maldita muerte, bastardo", se dijo así misma mientras el agua caía en su rostro.

Secó su cuerpo rápidamente y cuando salió del baño vio una botella de cerveza vacía en la cama pero Vaquero no estaba.

Entonces sintió los poderosos brazos del hombre que la abrazaban desde atrás, él la levantó y la llevó hasta la cama. La sorpresa fue total. Si bien  Fernanda se había preparado para este momento, estaba desprevenida, fue un error que debía superar y rápido, debía actuar, no dejarse intimidar.

"Eres un hombre fuerte... me gusta", dijo instintivamente. Pero Vaquero estaba poseído por una de sus más fuertes ataduras: el sexo. No escuchaba nada de lo que decía Fernanda, solo actuaba, solo se saciaba con el pequeño cuerpo. No era decente, no era amable, era duro, apasionadamente violento.

En algunos momentos lastimaba en otros apretaba justamente para dar placer y no ocasionar dolor, lo hacía por instinto mostrando que era un hábito cultivado por los años, no tenía pena o cortesía, simplemente su repertorio amante era fuerte.
Vaquero había perdido la visión, no podía diferenciar si la mujer lo disfrutaba o fingía hacerlo, muchas de sus parejas por temor a represalias actuaban; habían otras que sí lo disfrutaban, y se sometían con pasión. Pero los años en la criminalidad y las adicciones ya habían dejado un rastro en su cerebro y su accionar: solo actuaba, como si fuera activado a control remoto por un demonio.

Fernanda, si bien es cierto había tenido clientes exigentes, apasionados, masoquistas, alcohólicos e incluso bisexuales, nunca había compartido cama con alguien violento en el sexo. Solo cerró sus ojos mientras su cuerpo era sometido y tomado violentamente.

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Recordó aquellos momentos difíciles con su familia, las golpizas que recibía de sus padres,  las veces que fue humillada en las calles, la ocasión que fue golpeada brutalmente por un cliente, el sufrimiento de Angie...  pero también su mente activó el especial, dulce y excitante momento de estar entre los brazos de César, de ser penetrada mientras ese olor de fragancia y piel masculina la impregnaban, los segundos en los que sus ojos se hipnotizaban por el rostro delicado de aquel joven.
Todas esas emociones explotaban en su interior, en lo más profundo, como un recordatorio, como un llamado, como una advertencia que había llegado el momento de darle rienda suelta a la locura, el odio, a las máscaras que tan bien podía manejar y que la vida le había impuesto utilizar. Esta vez tenía su mayor prueba.

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Abrió sus ojos y comenzó a compenetrarse en el particular terremoto sexual llamado Vaquero, poco a poco su mirada se transformó en una de lujuría, de sed por más, su cuerpo encontró el éxtasis necesario porque algo era vital, había que vivirlo, no solo actuarlo. Al fin, sin pensarlo tanto tomó la iniciativa.
"¡Así! eso quieres, hazlo ¡hazlo! no te detengás hasta partirme en dos", las palabras fluían. Su lenguaje y sus movimientos se unieron como las llamas que aumentan su potencia.
Si Vaquero era manejado a control remoto por un demonio, el que tomó el control de Fernanda era mucho más perverso a tal punto que, lo ardiente de la escena, impactó al jefe criminal, por primera vez puso atención en su pareja.
Con los segundos el ritmo cambió, el hombre perdió la concentración y poco a poco, inevitablemente, lo llevó al climax. Uno que pocas veces había experimentado.

El sudor, el cansancio, los ojos cerrados violentamente, los gritos, la lujuría se apoderó de los dos cuerpos febriles de placer,  de los corazones oscuros de ambos animales, porque eso eran en ese momento.

Poco a poco la pasión fue cediendo hasta que el acto finalizó de imprevisto, de golpe y sin anuncios, así como había comenzado. "Nos divertiremos", dijo Vaquero jadeando fuertemente mientras sostenía del cabello a Fernanda. El hombre enloqueció por la perversa idea. Pero la mirada de la mujer, ardiente,  terminó por atraparlo en una espiral de pecado.

"Estoy lista" dijo la chica.

Al mismo tiempo el sentimiento de venganza hacía bombear mucha más sangre del corazón de Fernanda, ese momento también era placentero.

"Estoy lista para llevarte a la muerte... maldito", pensó con determinación mientras acariciaba la mano que sometía su cabeza.




Continuará.            











jueves, 19 de febrero de 2015

No hay regreso

Hay muchos escenarios, cada uno con su cuota de felicidad y sufrimiento.
Cuando llega el final del show, cuando se termina la obra de teatro llamada "día a día", muchos se enteran que viven en soledad.

Porque no importa estar entre multitudes, con una familia y algunos amigos, simplemente están solos con sus ideas, planes y turbulencias.

Muchos pueden acompañar, pero aquellos que viven con pasión desmedida tienen una desventaja, una probabilidad cruda, una condena: ser abandonados.

Con el dolor que eso supone, son valientes, necios, muy testarudos porque toman su equipaje mental y siguen el camino... a solas. Y con una idea clara en su mente: no hay regreso.

 

domingo, 1 de febrero de 2015

En los últimos días



Esos momentos en los que la incomodidad se vuelve una compañera, sin aviso permanece en tu interior y su presencia se vuelve una rutina. Los días le hacen un espacio en tu mentalidad.

Porque con los años las situaciones se acomodan en nuestras venas, en nuestra respiración, en lo más íntimo, en lo escondido.

En los últimos días nos hacemos llamar los experimentados, los inteligentes emocionales, aquellos que han superado el camino pantanoso de la inseguridad, el muro social que se levanta para los jóvenes. Nos sentimos afortunados.

Nos graduamos de expertos en acomodar todo en su lugar. Y con esa habilidad, manejamos la incomodidad, la escondemos, la camuflamos con arte, con una mística interesante.

En los últimos días, esperamos nuestra recompensa por mantener bien administrados los espacios de nuestro corazón y mente. Ay de aquel que caiga en pecado de insolencia, rebeldía, tontería, impulsividad.

Y entre la multitud de iluminados hay un sentimiento de haber domado a la bestia mundana. Estamos tan seguros de vivir en lo correcto, porque somos buenos... eso decimos.

En los últimos días solamente nos acomodamos al escenario. Lo que antes nos incomodaba, ahora lo abrazamos por necesidad de vivir, para ser parte de algo.

En los últimos días rompemos con la inocencia. Porque no existen motivos para sacrificar nuestra vida, nuestro espacio predilecto para respirar y satisfacer nuestras necesidades.

En los últimos días no significa estar cerca de la muerte. Podemos conciliar con la oscuridad desde temprana edad.

Los últimos días comienzan cuando se pierde el sentimiento primario de la verdad, cuando todo el peso del mundo corta tu impulso de búsqueda de justicia.


 

domingo, 19 de octubre de 2014

Fernanda Parte XI


Muchas veces Fernanda se imaginaba muerta. Acostada en una caja oscura en medio de un cuarto vacío, sin flores, velas o fotos... sin la presencia de nadie.

Eran de esas imágenes que llegaban a su cabeza en momentos tristes, desalentadores, deprimidos, en esos minutos que parecen eternos y en los cuales se busca una salida que no existe.

Pero el velorio de Angie estaba repleto de gente, unos tristes, otros haciendo estorbo con el café en una mano y el tamal en la otra. Menos de la mitad de los presentes sentía verdaderamente la pérdida de la mujer, son de esos visitantes que gustan de ver el rostro del cadáver, tener esa experiencia de ver el resultado del trabajo de la muerte.

Fernando caminó lento hacia el ataúd. Su corazón latía rápido y fuerte, ignoró todo a su alrededor, en su mente el cuarto se convirtió como el de sus sueños. No había nada ni nadie, solo ella y la caja donde estaban los restos de su amiga.

El rostro de Angie mostraba paz, en contraste con la guerra de sentimientos que explotó en el interior de Fernanda. Primero la tristeza, una tras otra las lágrimas rodaron; segundos después, el arrepentimiento, que solo se refleja con  un nudo en el estómago; luego, sin remedio, llegó el odio. Esa sensación de querer quemar al mundo completo, ese sentimiento imparable, que te exige una y otra vez venganza. Fernanda no pudo contener el acoso directo, pero su corazón ya estaba marcado, listo, como una tierra fertil, para darle rienda suelta a la maldad.

Se quedó unos minutos más, apreciando la muerte física. De la muerte interior no necesitaba evidencias ni enseñanzas, ella era un ejemplo aterrador.

Salió del lugar sin soltar ninguna palabra o emoción. La tía de Angie se sorprendió cuando ni siquiera la vio a los ojos mientras buscaba la salida.

Lunes 11:45 pm

Como los milagros, Dios construye cada momento, mueve emociones, deseos, gente y espacios para hacerlos realidad.

También los demonios trabajan. Y esa noche una serie de acontecimientos comenzaron a producirse en las vidas de los protagonistas de esta historia. No serían milagros, digamos que a partir de las 11:45 pm era el principio del fin de una vida oscura.

A esa hora Fernanda caminaba por las calles, un poco alcoholizada. No quiso trabajar y por inercia se decidió por ir a un bar y tomarse cinco cervezas. Se pasó el tiempo recordando los episodios de su vida junto a Angie.

A diferencia de su rutina normal, esta vez su cuerpo no estaba a la venta. Era una salida diferente.

Cuando caminaba por las calles del centro de la ciudad, su celular comenzó a vibrar, era César.
No se lo pensó dos veces y no contestó, le importó poco. Siguió su camino, como poseída.

Entonces a lo lejos visualizó un auto estacionado, uno familiar. Conforme avanzaba no había dudas, como que el destino le tenía preparado este momento. Era el auto de Vaquero.

Había alguien adentro. Entonces comenzó a peinarse con los dedos, se arregló la blusa y se concentró para superar el alcohol de las cinco cervezas. Se acercó a la ventana del copiloto y vio al hombre consumiendo cocaína, en cantidades alarmantes. Cuando Vaquero se percató le gritó: "¡mujer! ¿que hacés ahí, qué querés?", Fernanda quedó petrificada y unos segundos después dijo: "pensé que querías compañía guapo, pero veo que no."

Vaquero era de esos hombres duros, despiadados, sin sentimiento alguno, además de ser el líder de una banda criminal que controlaba el sector. Y su físico era acorde para infringir temor: alto, robusto, musculoso, bastante fuerte para sus 39 años. En su rostro destacaba un bigote amplio, que esta vez se veía más blanco de lo común por los restos del polvo blanco.

¿Qué hacía un líder criminal consumiento cocaína en su auto, en las calles del centro capitalino, con grandes posibilidades de ser descubierto por la policía? Vaquero sabía del poder que tenía, hacía como quería las cosas y no medía los peligros... esa era su principal desventaja.

Cuando vio de cerca a Fernanda, el cuerpo delgado, sus senos, sus curvas que destacaban, sus piernas, la percibió inocente, pero no para apiadarse, sino lo contrario, para abusar de ella.

"Espera chiquilla, no es mala idea", dijo con voz conciliadora. El efecto de la cocaína lo hacía más social, pero no afectivo. Los mecanismos en su interior comenzaron a conspirar en contra de la prostituta.

La escena era como la de un león invitando a salir a una gacela.

Pero Fernanda estaba preparada para este momento, en su interior la conspiración en contra de Vaquero era mayor, bestial, demoníaca, perfecta.

Lo vio directo a los ojos, pero no demostró nada, cambió su rostro por uno agradable y sensual, la mejor pantalla para ocultar las verdaderas intenciones.

Cuando Fernanda se sentó en el asiento del copiloto, sabía que no sería sencillo, de hecho controlar la situación haría la diferencia entre la vida y la muerte.
No era César el que tenía al lado, ni tampoco iba a llegar a un lugar a disfrutar de una noche placentera.

Cuando Vaquero arrancó el auto y comenzó el viaje, Fernanda estaba decidida a saciar el más incontrolable sentimiento de su vida: el odio.



Continuará.