domingo, 19 de octubre de 2014

Fernanda Parte XI


Muchas veces Fernanda se imaginaba muerta. Acostada en una caja oscura en medio de un cuarto vacío, sin flores, velas o fotos... sin la presencia de nadie.

Eran de esas imágenes que llegaban a su cabeza en momentos tristes, desalentadores, deprimidos, en esos minutos que parecen eternos y en los cuales se busca una salida que no existe.

Pero el velorio de Angie estaba repleto de gente, unos tristes, otros haciendo estorbo con el café en una mano y el tamal en la otra. Menos de la mitad de los presentes sentía verdaderamente la pérdida de la mujer, son de esos visitantes que gustan de ver el rostro del cadáver, tener esa experiencia de ver el resultado del trabajo de la muerte.

Fernando caminó lento hacia el ataúd. Su corazón latía rápido y fuerte, ignoró todo a su alrededor, en su mente el cuarto se convirtió como el de sus sueños. No había nada ni nadie, solo ella y la caja donde estaban los restos de su amiga.

El rostro de Angie mostraba paz, en contraste con la guerra de sentimientos que explotó en el interior de Fernanda. Primero la tristeza, una tras otra las lágrimas rodaron; segundos después, el arrepentimiento, que solo se refleja con  un nudo en el estómago; luego, sin remedio, llegó el odio. Esa sensación de querer quemar al mundo completo, ese sentimiento imparable, que te exige una y otra vez venganza. Fernanda no pudo contener el acoso directo, pero su corazón ya estaba marcado, listo, como una tierra fertil, para darle rienda suelta a la maldad.

Se quedó unos minutos más, apreciando la muerte física. De la muerte interior no necesitaba evidencias ni enseñanzas, ella era un ejemplo aterrador.

Salió del lugar sin soltar ninguna palabra o emoción. La tía de Angie se sorprendió cuando ni siquiera la vio a los ojos mientras buscaba la salida.

Lunes 11:45 pm

Como los milagros, Dios construye cada momento, mueve emociones, deseos, gente y espacios para hacerlos realidad.

También los demonios trabajan. Y esa noche una serie de acontecimientos comenzaron a producirse en las vidas de los protagonistas de esta historia. No serían milagros, digamos que a partir de las 11:45 pm era el principio del fin de una vida oscura.

A esa hora Fernanda caminaba por las calles, un poco alcoholizada. No quiso trabajar y por inercia se decidió por ir a un bar y tomarse cinco cervezas. Se pasó el tiempo recordando los episodios de su vida junto a Angie.

A diferencia de su rutina normal, esta vez su cuerpo no estaba a la venta. Era una salida diferente.

Cuando caminaba por las calles del centro de la ciudad, su celular comenzó a vibrar, era César.
No se lo pensó dos veces y no contestó, le importó poco. Siguió su camino, como poseída.

Entonces a lo lejos visualizó un auto estacionado, uno familiar. Conforme avanzaba no había dudas, como que el destino le tenía preparado este momento. Era el auto de Vaquero.

Había alguien adentro. Entonces comenzó a peinarse con los dedos, se arregló la blusa y se concentró para superar el alcohol de las cinco cervezas. Se acercó a la ventana del copiloto y vio al hombre consumiendo cocaína, en cantidades alarmantes. Cuando Vaquero se percató le gritó: "¡mujer! ¿que hacés ahí, qué querés?", Fernanda quedó petrificada y unos segundos después dijo: "pensé que querías compañía guapo, pero veo que no."

Vaquero era de esos hombres duros, despiadados, sin sentimiento alguno, además de ser el líder de una banda criminal que controlaba el sector. Y su físico era acorde para infringir temor: alto, robusto, musculoso, bastante fuerte para sus 39 años. En su rostro destacaba un bigote amplio, que esta vez se veía más blanco de lo común por los restos del polvo blanco.

¿Qué hacía un líder criminal consumiento cocaína en su auto, en las calles del centro capitalino, con grandes posibilidades de ser descubierto por la policía? Vaquero sabía del poder que tenía, hacía como quería las cosas y no medía los peligros... esa era su principal desventaja.

Cuando vio de cerca a Fernanda, el cuerpo delgado, sus senos, sus curvas que destacaban, sus piernas, la percibió inocente, pero no para apiadarse, sino lo contrario, para abusar de ella.

"Espera chiquilla, no es mala idea", dijo con voz conciliadora. El efecto de la cocaína lo hacía más social, pero no afectivo. Los mecanismos en su interior comenzaron a conspirar en contra de la prostituta.

La escena era como la de un león invitando a salir a una gacela.

Pero Fernanda estaba preparada para este momento, en su interior la conspiración en contra de Vaquero era mayor, bestial, demoníaca, perfecta.

Lo vio directo a los ojos, pero no demostró nada, cambió su rostro por uno agradable y sensual, la mejor pantalla para ocultar las verdaderas intenciones.

Cuando Fernanda se sentó en el asiento del copiloto, sabía que no sería sencillo, de hecho controlar la situación haría la diferencia entre la vida y la muerte.
No era César el que tenía al lado, ni tampoco iba a llegar a un lugar a disfrutar de una noche placentera.

Cuando Vaquero arrancó el auto y comenzó el viaje, Fernanda estaba decidida a saciar el más incontrolable sentimiento de su vida: el odio.



Continuará.



   







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