miércoles, 20 de septiembre de 2023
Las postales
sábado, 5 de agosto de 2023
El rastro de una vida
La musiquita de mi corazón
"¿Alcanzás a escuchar esa musiquita?"
"¡Escuchá!"
"¿Alcanzás a escuchar ese violín?"
"Dios mío, es lo más bello".
Sostuve su mano todo el tiempo mientras ella trataba de encontrar sentido a los sonidos que se agolpaban en su mente. Mi Vieja estaba segura que había melodías en el ambiente y sus pupilas recobraban cierta lucidez para luego, en un concierto de colores y emociones, apagarse en la oscuridad de los fármacos. Mi Vieja se estaba apagando en la sala del hospital.
"¿Doctor, hay algo que podamos darle?" pregunté para luego sentirme incómodo.
"¿Acaso no vez el desconcierto en su vida?¿Te parece que las pastillas o las inyecciones pueden aliviarla?" mi voz interna me recriminaba. Yo estaba desarmado de verla sufrir. Yo, el que profundiza hasta en el sentido de las hormigas, el impetuoso, el de sobrada pasión para buscar respuestas y de obstinada determinación, estaba a la merced de la impotencia. La Vieja estaba destrozada física, mental y espiritualmente y poco servirían mis propuestas de solución.
"Ya no quiero estar aquí", dijo con debilidad y tristeza.
"Ya pronto nos iremos Vieja, pero debes hacer caso, debes tratar de descansar y cumplir con todo lo que dice el doctor, ya vamos a salir de esto", la parte fiel de mi alma creía en una remontada física pocas veces vista; pero la otra parte, la fría y calculadora, sabía que estos eran los días finales y solo quedaba aguantar la debacle interna, esa horrible sensación de ver una luz que vacila, que se apaga de a poco y no hay nada que se pueda hacer. Estar en la sala con ella era la impotencia en su máxima expresión.
"Debés prepararte. Esto se acabará pronto", una parte de mi conciencia me abrazaba con fuerza pero sin sentimentalismos. Aunque me destrozaba la idea de perder a la Vieja de mis sueños, siempre he agradecido esa voz franca, dura, pragmática. En mis caminos apasionados y cálidos siempre es bueno tener una voz fría, una contraparte incómoda pero real.
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Una tarde mi Vieja no se terminó la comida. Ella, quien siempre dijo que el que come no se muere, dejó de comer. Dejó de comer frente a mis ojos tristes. Sentí un golpe en el pecho.
"Trata de terminarlo, te hará bien", fue lo único que se me ocurrió, como si la comida sanara todo.
"Ya no tengo hambre" dijo mi Vieja con debilidad, su voz ya había perdido total presencia y se movía entre susurros y balbuceos. "Te darán de alta pronto, pero hay que cumplir todo lo que dice el doctor", dije con fe.
"Ojalá", respondió ella con una media sonrisa y ojos casi cerrados. Fue una sonrisa débil que me demolió el interior. Alcancé a salir a tiempo de la sala para sollozar, lo hice tratando de evitar ruidos incómodos, lastimosos y tapé mi boca con una fuerza descomunal para tratar de detener un dolor inmenso, crudo, tremendamente crudo.
Lloré acurrucado. Lloré como nunca antes, hasta que perdí todo rastro de tristeza, hasta quedar vacío de sentimientos.
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Unos días después la Vieja recobró cierta lucidez.
"¿Escuchás esa música?"
"Escuchá esa belleza... es una sinfonía", mi Vieja tenía luz en sus ojos y yo hice todo a un lado para unirme a sus febriles sensaciones.
Tomé su mano con delicadeza. "¡Claro que la escucho, Vieja! Es bellísima", le sonreí y la acompañé en su momento de gracia, de calma; por alguna razón, esa música que imaginaba le daba paz.
"A vos siempre te ha gustado la música..."
"La música siempre te ha movido el alma..."
"Disfrutá la música... disfrutá crear muchas historias..."
Apreté un poco más su mano porque sus palabras dieron en el centro de mi corazón. Ella siempre me marcó, me inculcó el amor por la música y me regaló esa enorme capacidad de leer e hilar historias. Sentí que mi existencia, mi razón de ser, pasó por mis ojos en un instante; pero, al mismo tiempo, sentía que en cualquier momento perdería para siempre a mi Vieja. Fue un momento de emociones inédito en mi vida.
A los pocos segundos intentó hablar pero ya no pudo. Solo balbuceaba y sus ojos se apagaban de a poco. En un momento de aflicción para detener lo indetenible la tomé del cabello y le toqué sus mejillas, le daba golpecitos para intentar que no se durmiera: "Vieja, Vieja, despierta, no te duermas, no me dejes ahora... no ahora, no así".
"¡Vamos!"
"¡Vieja!"
"Vamos, por favor... por favor, no te vayas ahora... no así".
Vieja...
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"Ya sabías, desde hace meses, que esto sería así. Ya lo sabías. Y también sabías, desde hace años, lo que se iba a perder. Ya lo sabías", mi voz interior se hacía sentir en medio de los días de sollozos y lamentaciones, de esas horas oscuras y desesperantes por la sensación de lo que pudo ser y no fue.
"Dejala ir ya. Ya estuvo, porque hay otras cosas que hacer".
"¿Qué más puedo hacer sin mi Vieja?", grité con un deseo de aferrarme a los pensamientos de ella, a sus historias y sus sonrisas.
"Quizás podés empezar a darte cuenta que nada es para siempre".
"Aprendé de una sola vez que debés soltar las cosas, que no todo estará a tu disposición, no todo es a favor. Hay cosas, situaciones, sentimientos, pasiones que deberás dejar pasar frente a tus ojos porque no te pertenecen".
"¡Qué mierda! ¡Qué mierda!", susurré en medio del cuarto vacío.
"Sí, que mierda..."
"Ya parate, vamos, caminá, escuchá un poco de música, preparate para más historias, esto todavía no se acaba para vos".
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Y me levanté otra vez.
Volví a construir historias, volví a ver nacer y morir amores, encendí y apagué otras sensaciones.
Volví a tener éxito y a fracasar; y otra vez, por extraño que parezca, volví a ser exitoso.
Me di cuenta que hay personas y realidades que están lejos de mis posibilidades. Volví a soñar con ellas y, amargamente, volví a dejarlas pasar sin siquiera tener la oportunidad de confesar mis sentimientos y expectativas. Por algo no fue y por algo no pasó.
Todo pasa.
Lo único que no pasa es la musiquita de mi corazón, aquella que enciende pasiones, la que nació solo para ser compartida.
Lo que nunca pasará son las melodías de la vida que hilan tantas historias de todos colores, esa creatividad que la Vieja, amablemente, alimentó con amor en mi corazón.
Esa musiquita se quedará conmigo hasta que se convierta en una gran sinfonía, especial y radiante, que sonará en la bienvenida que me den ante los nuevos horizontes.
sábado, 29 de julio de 2023
Espejos
Un amanecer más frente al espejo. Veo mi rostro total pero en mi interior siento que me salgo del marco. Me veo y me siento enorme, grande. Una mañana con engrosamiento de absolutamente todo, también de ego.
Y el día fui yo.
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Otra alba y el mismo espejo. Alcanzo a ver cada grieta y cada herida en la piel, mis ojos son como un poderoso microscopio. Me veo muy viejo, arrugado, con bultos. Es un amanecer con el tremendo peso de los años.
Y el día fue de anhelos.
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El despertador rompe el sueño y los pasos son lamentablemente lentos. Los ojos se me ven tristes, me veo opaco, apagado y cansado. Me siento diminuto. La luz interior descubre carencias.
Y el día fue un desperdicio.
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Sorprendo a la madrugada y el espejo refleja poder. Mis ojos brillan y esa luz contrasta con los moldes obligados. Veo la fuerza de una motivación, la libertad de una decisión y el respaldo de una disciplina.
Y el día fue a favor.
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Aparecen las primeras luces de la aurora y frente al espejo te veo en mi interior. Practico las mil formas de cómo te explicaría lo que siento por ti. Fantaseo el momento de expresarte mis sentimientos. Imaginarme a tu lado, compartiendo mi vida contigo, me hace sentir una mejor persona.
Y el día fue feliz.
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Y un buen día el tiempo cambia las reglas: no existe el amanecer, nada se engrosa, lo viejo es relativo, lo diminuto se esfuma y las luces de las pasiones se apagan en el vasto escenario. Te pierdo el rastro, te pierdo en un abrir y cerrar de ojos.
Y lo que fue, no es más.
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En el silencio total mis ojos ansiosos alcanzan a ver un cuarto lleno de cristales.
Y al pararme frente a los espejos, no se refleja nada.
sábado, 22 de julio de 2023
Plutón
Veo la luz a lo lejos, desde el frío y desolado paraje. Me acomodo en la planicie gris para ver los escenarios y delimitar las fronteras físicas; pero en mis adentros, en la dimensión íntima, imagino cruzando los límites para acudir a tu morada.
Me acuesto por un momento y mis manos me sirven de almohada para ser un espectador de los cielos y los astros; con calma, en medio del silencio, veo como se pintan y mutan cientos de historias. Todas las almas tienen su orden superior y se mueven en direcciones establecidas; pero en mi interior, en ese vasto territorio, pienso en el camino que seguiría mi energía junto a ti, sería un sendero improvisado, sin leyes y cada cierto tiempo prepararía fogatas para alimentarte.
Aunque el cielo invita a ser un espectador eterno, me pongo de pie y doy un paseo en la nieve. Con el tiempo se dibujan mis pasos mientras pienso en mis caminos desde esta frontera del espacio, alejada de la histeria y las fantasías, de las creencias y las reglas; probablemente, pienso mientras camino, soy de esas historias incomprendidas, una que no debió ser escrita por los azares de la naturaleza y mucho menos patentada por las leyes del orden. En mi helado interior imagino reescribiendo mi historia contigo.
Cuando llego a mi morada me acomodo frente a la ventana y alcanzo a ver a la estrella más brillante del espacio, a la que millones le deben la vida, por la que muchos se inspiran. Alrededor de ella veo como todo gira sin detenerse, todo y todos recorren ese círculo sin pausas y dejan una enorme estela de drama y colores.
Mis ojos ven claramente a esta luz y son conscientes de lo que representa, pero en mis adentros no me ilumina como lo hace tu imagen. No podría llamarte mi sol, ese astro es de todos y de cualquiera, en mi dimensión tu serías Caronte, una parte de mí.
La fría noche llega a su apogeo y me duermo con cierta paz. En mis sueños comparto contigo, tenemos largas charlas y mis ojos se adormecen en tu mirada, me siento iluminado con tu rostro y te muestro el mío tal cual, sin límites. En la pequeña morada no te imagino como parte del cosmos, me gusta pensar más en un "somos" infinito.
viernes, 7 de julio de 2023
Un mal de la cabeza
"¿A dónde se habrá metido este viejo malnacido?" murmuraba mientras sus labios secos asimilaban el calor del líquido. La viejita era de mediana estatura, delgada, morena, con cabello gris y blanco, sus ojos se abrían paso en medio de las arrugas del tiempo; mientras daba pequeños sorbos a la taza humeante, su mirada penetrante, acompañada de un ceño muy fruncido, se posaba en el patio de polvo que servía como entrada de su antigua, rota y amarillenta casita de paja y bahareque.
Para Carmen la compañía de Roberto, su esposo, era puramente necesaria para interactuar y no caer en la más profunda desconexión existencial, nada más por eso. Luego de 13 hijos, cuatro de ellos murieron antes de cumplir el primer año de vida, puteadas, desvelos, casi violaciones y peleas, ese viejo campesino era más un peso que una ayuda. Hace años dejó de quererlo y solo estaba a su lado por la tradición y el peso de aquella promesa de amor eterno que le obligaron a jurar en la empobrecida iglesia de un pueblo olvidado en el norte de El Salvador.
"Seguramente se emborrachó otra vez ese viejo maldito", Carmen cedió a la búsqueda desde la humeante cocina y caminó hasta la pequeña mesa en el centro del cuartito que servía como sala, se sentó y acomodó con sus manos el viejo mantel que lucía manchas de años; ahí terminó su bebida y permaneció sentada buena parte de la mañana, otra vez ensimismada en lo que ella llamaba "un mal de la cabeza", así identificaba a esa repentina pérdida de memoria, estupor, agitación y desesperación que la atacaba cada cierto tiempo, principalmente desde media mañana y duraba hasta ya entrada la tarde; tal era la crisis mental, tan desesperante, que a veces no comía.
Carmen pensaba en sus hijos, con esfuerzo recordaba la última vez que la visitaron, en ocasiones sentía que había pasado mucho tiempo; en otras, por extraño que parezca, amanecía con la sensación de que tenía menos de un día de haberlos visto, a veces sentía el olor del cuerpo de sus engendros en su viejo camisón. Con Roberto todo era diferente, ella sentía que no lo veía desde hace semanas porque él prefería gastarse el dinero en las cantinas del pueblo antes de compartir un poco con su mujer. "Con que traiga un poco de maíz para terminar de llenar el guacal será suficiente, que más puedo esperar de ese malnacido", la viejita refunfuñaba, con su mirada cansada revisaba el cumbo lleno de maíz y le extrañaba verlo relativamente lleno, con suficiente grano para preparar, pero nunca veía o recordaba que el esposo, o uno de sus hijos, llenara el recipiente. "Qué extraño", dijo la mujer mientras su mirada se perdía en el cuarto en medio de la pobreza.
Pasaron las horas y ella no podía moverse de tan ensimismada que estaba. En ese "mal de la cabeza" pensaba en su casita, en lo que pudo ser, en lo que nunca tendrá y esa sensación extraña de soledad en medio de la nada. La tristeza la invadía cada noche, ahí se rompía la mujer y con sus lágrimas mojaba el viejo colchón que le servía para dormir desde hace años; de hecho, no recordaba haber tenido otra cama, era la misma con los resortes de fuera a donde perdió la virginidad, parió varios de sus hijos y compartió noches espantosas. Carmen se quedó dormida y soñó momentos en familia, la preparación del maíz y del alimento de los animales, los interminables viajes al río para abastecerse de agua y de su particular tarde gris, la que nunca olvida y que aparece, cada cierto tiempo, en sus sueños. Ella tiene la certeza que el cielo se puso gris y comenzaron a escucharse alaridos de desesperación y llanto; posteriormente, se escuchó un retumbo devastador, tan horrible que sintió que la fuerza la levantó de la tierra. Carmen sufría de pesadillas constantes, pero esta era la peor.
La mañana siguiente la despertó el olor a leña y café caliente. Se levantó rápido para tratar de toparse con su marido, pero no había nadie, solo rastros de que estuvo ahí para preparar el café y llenar el cumbo de maíz. "Al menos no se olvida de que me gusta el café hirviendo", dijo Carmen al aire mientras fijaba su mirada en el patio árido y solitario, hasta los animales habían desaparecido. "Todo se ha llevado ese cabrón", murmuró mientras sus labios, como siempre, trataban de reconocer el calor del líquido negro y reparador.
Llegó a la mesa y no había terminado de acomodarse cuando comenzó a llorar, desesperada por esa soledad tan infame a la que estaba condenada por razones que no conocía, no comprendía y que, a veces, ya no podía diferenciar entre la imaginación y la realidad. "¿Se fueron todos? ¿Por qué? ¿Qué hice para merecer este olvido?", los gritos y el llanto rompieron el silencio y sus lágrimas se esparcieron en una parte del mantel viejo, el líquido de sus ojos se mezcló con las manchas añejas de café, aceite y los restos de una candela que parecía estar ahí desde hace una eternidad. Carmen, cansada de tanta melancolía, apoyó su cabeza sobre sus brazos arrugados, con los minutos se despreocupó de todo hasta de comer, ni siquiera recordaba la última vez que comió. La viejita cayó en un sueño profundo en medio del silencio de la casita con olor a humo de leña y café hervido.
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A tres kilómetros de distancia, Gloria por fin pudo hacer una pausa en el camino, sus regordetes hombros rosados se libraron de la mochila pesada llena de ropa y artículos para acampar. "Por fin un descanso" dijo con cierta paz. "Nos quedaremos unos 15 minutos y seguimos el camino hasta el río; según este mapa del recorrido debemos desviarnos un poco, rodear este pequeño territorio, no entiendo por qué no podemos cruzar en línea recta", la mujer toda su vida soñó con ser guía en paseos, le motivaba la idea de dirigir a grupos en medio de senderos, quebradas y cerros; Gloria, que rondaba los 32 años, se tomó muy en serio esta primera aventura en el norte de El Salvador a tal punto que el resto de viajantes sentían el liderazgo de la mujer blanca, gordita y valiente. "Vamos a cruzar estos tres kilómetros en línea recta", dijo con vehemencia.
A unos metros de Gloria estaba el verdadero guía del recorrido, su nombre era Ramón y era un hombre chaparro, moreno con bigote abundante, fumador empedernido pero fuerte como un perro de caza. Cuando el guía escuchó la arenga de Gloria tuvo que interrumpirla con cierto asombro: "nadie ha entrado por ese camino, hay quienes creen que es mejor respetar la memoria", dijo mientras se limpiaba el sudor de la frente.
Gloria, quien no cambiaba tan fácil de opinión, lo miró fijo y luego volvió su rostro al sendero. "Voy a ir en línea recta, cruzaré este territorio", mencionó sin aspavientos.
"Lo hará sola señora, ahí solo encontrará un pueblo abandonado", sentenció Ramón.
"¿No tiene valor, Ramón?", preguntó la mujer.
El viejo guía encendió un cigarro. "No lo haría señora, ahí no queda más que dolor", volvió la mirada al camino de la zona olvidada, se persignó con respeto y comenzó a rodear el camino.
“No es bueno revolver memorias, señora”.
sábado, 8 de abril de 2023
En tiempos ventajosos
Dichoso que puedo ver el sol desde la ventana, desde la misma a la que llegaban los duendes y los observadores. Por las noches me encapsulo y poco me entero de las lujurias; me parecen lejanos aquellos tiempos de escalofrios, aunque debo estar atento, un buen día puedo aparecer enmedio de la pista y tener que enfrentar a la locura.
Aún pienso con mucha claridad, con la suficiente como para descifrar los caminos y las avenidas, para apartar lo bueno de lo podrido, lo justo de lo insano. Y al mismo tiempo me contengo, porque soy de carne y la sabiduría es cara en estos tiempos.
A lo lejos escucho los alaridos, la fanfarria, la baratas expresiones, los mismos pecados. No me siento enjaulado, o en el peor de los casos en un caos impuesto. Ahora respiro fuerte, los años espantan mitos, dan calor para el resto del viaje y te apartan de lo común. Nunca nadie puede ver con exactitud el proceder de las almas, pero el tiempo te enseña a olfatear emociones, descifrar intenciones y desechar pasiones.
Un buen día volverán los calores y las palpitaciones de los cuerpos, todo regresa y solo hace falta entenderlo. La misma fortuna o el mismo excremento, todo vuelve a suceder tarde o temprano; la diferencia, mínima pero importante, es que ahora puedo sentir con antipación si el ritmo proviene de la esperanza o es el paso demoledor de la ignorancia. Hay una leve ventaja cuando se superan dolores y se desechan ciertas emociones.
Pero todo puede terminar hoy o mañana, porque faltan muchos años y recorrido para ser inmortales, aún somos carne frágil y lamento un poco haber visto la luz en esta época, en la que todavía se necesitan dolores para reproducir vida. Sin embargo, mi mente no se turba, son superables estos deseos y pensamientos, solo me los permito de vez en cuando para darle un tono distinto a esta realidad por la que ando desnudo, libre y con menos carga de la habitual. Ya era hora después de tanto caminar.
Dichoso que todavía tengo sangre de batalla y alma progenitora de cuentos, que sería sin mis historias y mis anhelos, lo más seguro es que sería una pequeña mancha, un error impuesto. Dichoso que puedo ver la diferencia y sentir, por ahora, un viento a favor. Ya vendrán las tempestades, pero temeré menos que antes cuando esté enmedio de la destrucción, así es esta dimensión en la cual, tarde o temprano, todo vuelve a suceder. Todo se repite y ahora lo sé.