martes, 4 de enero de 2022

¡Otra vez lo mismo!

"Y las obras han sido buenísimas... nadie ha hecho más por el pueblo. Es un genio de la política".
"¿En serio crees eso? Pienso que es un imbécil".
"¡Callate niña!"

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"No es seguro andar por las calles".
"Por algo lo mataron así, algo hizo".

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"¿Y vos de cuál equipo sos?"
"Yo soy del Barca hasta la muerte, papá".

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"Está bien cara la vida, ya no alcanza para nada".
"En el mercado todo aumentó de precio".

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"¡Comencemos el año con un par de birrias!"
"Démosle..."

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"¡Qué calor hace!"
"Y decían que estaría fresco".

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La temática está congelada en el tiempo y en los diálogos solo mutan las voces.
Ya viví este momento. Estaba sentado frente a una taza con café caliente y guardé silencio. Poco a poco los murmullos contaron la misma tragedia, describieron el mismo asombro, explicaron la misma enfermedad, mostraron el mismo fanatismo; pero los sonidos de las cuerdas vocales, con todo tipo de tonos, descargaron emociones y generaron interés como si se tratara de la primera vez.

En algún momento dudé de esta situación; incluso, para calmar esa sensación de confusión, pensé que era un "déjà vu" crónico, que solamente debía descansar la mente, calmar el estrés y comprender las particulares relaciones de la sociedad en la que me ha tocado vivir. Puse punto y final a la situación.


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"Ay no, niña, qué gran calor".
"Y yo con sombrilla y suéter, dijeron que llovería".

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"Toda mi familia ahora creemos en estos políticos, ya basta de tanto robo".
"Yo de eso no hablo mejor"
"¡Todos son iguales!"

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"¿Sos del Real o del Barca?"
"Del Real, toda la vida."

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"¿Viste cómo chocaron esos microbuses?"
"¡Qué barbaridad!"
"A veces cuando van rápido llego temprano al trabajo".

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Con el tiempo descarté el "déjà vu" crónico y busqué otras razones para explicar esta extraña situación. Llegué a creer que todo dependía del lugar y el momento, simples cuestiones del azar; por lo tanto, al ampliar mi grupo social, conocer a otras personas, seguro que encontraría otro tipo de temáticas para platicar.


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"El problema ahora es por quién votamos. Ya no sé, porque siento que con uno o con otro puedo perder mi empleo".
"Yo siempre he sido de la derecha".
"¿Qué decís?".
"¡Ay no, ya me imagino!".

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"Pidamos otro seis, igual ya estamos aquí".
"¡Contate aquella historia!"
"¡Qué talega!"

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"Y si caminás por aquí es peligroso".
"Es que esa gente que mataron, eran malos".
"Pero siempre ha sido peligroso este país".

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"¡Se inundó la casa de la niña Chita!"
"Viste, todo eso es culpa del gobierno anterior".
"¡Ay no, qué calor!"

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La ampliación de círculos sociales solamente dejó al descubierto, en cierta medida, la carencia o abundancia de lenguaje y algunos estilos para expresarse, pero no hay cambios en la capacidad de análisis o en la falta de tolerancia. Comencé a creer que era más antisocial de lo que creía, y eso podría generarme alguna desventaja. Entonces pensé en una nueva estrategia: ser balanceado, mostrar tolerancia a las distintas opiniones de los mismos temas y, con el tiempo, no sentiría esa sensación de escuchar lo mismo.

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"Papá Madrid ha ganado más Champions League".
"Pero Messi es mejor".
"Solo ha ganado una Champions en diez años".

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"Hoy es jueves de amigos".
"¡Vamos!"
"En ese lugar los baldes son bien caros. Mejor cholas".
 
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"Otra masacre".
"Te dije que votáramos por los más democráticos".
"Ay no, siempre es inseguro, no importa quién gane las elecciones".

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"A la mierda todo, mejor bebamos".

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"¡Qué gran trabazón!"
"Es que mejor utilizá la autopista a esa hora".
"¡Qué cansado manejar!"

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"¿Qué calor está haciendo, verdad?"

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Se redujo mi capacidad de socializar. Por supuesto que las mismas temáticas me permitieron romper muchos silencios incómodos, pero me mal acostumbré a esta situación. Me encasillé, ofrecí demasiado interés a esos temas y en más de alguna ocasión destruí buenos momentos con personas queridas. Qué error.
Pero nunca es tarde. Me puse positivo y simplemente dije: "dejá de darle atención a esa situación. Punto".

El inconveniente tomó otro rumbo.

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"¿Y usted cree que hace bien el gobierno?"
"¿Es cierto que hay menos seguridad que antes?"

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"¿Y vos a cuál le vas, al Real Madrid o al Barcelona?"

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"¿Y usted con chaqueta en pleno sol?"

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"¿Y para cuándo la boda?"

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"¿Es cierto que en esa colonia a uno lo pueden matar?"

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"¿Verdad que los gobiernos no hicieron nada?"


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Con el pasar de los meses cambiaron mis respuestas: de comunes y sencillas a grandes análisis que terminaban cansando al preguntón. Me molestó la situación, primero lo tomé a broma pero después me preocupó seriamente.

 "¡Es lo mismo siempre!" le expliqué a muchas personas y solo una de ellas respondió diferente: "¡Quién te manda a ser tan raro, es tu culpa no comprender a la gente y sus opiniones!"

El debate con esta persona fue digno y gratificante. Por fin una plática sobre los mismos temas pero con capacidad de análisis, con conceptos claros y polémicos, opciones a tomar en cuenta, contraste de ideas, análisis de la historia y los contextos, alegatos sin delimitar tiempos, en fin... un orgasmo intectual.

Terminé aceptanto una realidad del tamaño del mundo: si la mayoría de los diálogos van a girar en las mismas temáticas, entonces soy un antisocial de primera. Pero no me preocupé porque existen soluciones sencillas y prácticas para este padecimiento, por ejemplo: audífonos.

En tiempos de tecnología, datos y navegación en la web, los audífonos te pueden salvar de momentos incómodos. Después de varias pruebas quedé satisfecho con esta solución.

Por fin pude ir a mi restaurante favorito, perderme en cientos de canciones y solo observar los ademanes de quienes me rodeaban. Juro que al separar entre mujeres y hombres, ver sus ojos, sus rostros y calcular su edad, podría adivinar lo que platican. Ellos de política, aquellos del temor a la inseguridad, no falta quien vista una camisa de "los equipos de futbol establecidos" y por el atuendo ya sabría el debate. Y la señora sentada al fondo, con rostro cansado y que utiliza un menú como abanico ¿adivinen de qué se está quejando? ¡Exacto!

A los audífonos sumé el bloqueo en redes sociales de los portavoces de los mismos temas, dichos y bromas de siempre. Sentí paz.

Pasó cierto tiempo de tranquilidad.

Un día cualquiera abordé uno de los tantos buses que recorren la ciudad, miré a mi alrededor, analicé cada rostro y escogí el asiento junto a la ventana. El motorista sintonizaba en la radio un programa de debate, por lo tanto saqué de mi bolsillo a mis aliados y me sumergí en mi música favorita. 

Pasaron los minutos y se subió al bus un señor de unos 55 años, tenía cabello con muchas canas, cuerpo redondo, un rosto amable y con ganas de hablar, como pudo se acomodó a la par mía y parecía que iba atento a lo que alguien hablaba; unos momentos después, logré ver de reojo que me miraba y gesticulaba. Pensé que me equivocaba y me concentré en la ventana, pero a los pocos segundos sentí que tocó mi hombro y cuando volví a ver gesticulaba con rostro de asombro. Me quité los audífonos.

"Dicen que el Real Madrid y el Barcelona van pelearse el fichaje del último gran crack, se pondrá buena La Liga... ¿Cuál es tu equipo? no me digás que eres del Real"... su cara era de interés total como si el tema fuera inédito, nunca antes contado.

Solo pude mostrar una pequeña sonrisa con mirada de asombro. Ambas fingidas.

"Otra vez lo mismo..." pensé.

 

  

domingo, 2 de enero de 2022

Los soñadores empedernidos





Los soñadores empedernidos han parido plegarias febriles, la tierra se ahoga en suspiros y el cielo colapsa de anhelos. Los fantaseadores patentan rituales en busca de señales; reproducen cabezas obsesivas con imaginación transgresora. 

Y confían. Creen con fuego arrasador. Marchan con fe de merecimiento y ardor de conquista; abrazan afán, admiran violaciones, besan y corrompen, sus alaridos desangran las estaciones y alertan a los ángeles de las consecuencias. 

¡Ay de aquel que perturbe a los soñadores! Sin suerte aquellos que osen curar la embriaguez de los demonios. Más vale que caminen sin mirar el fango de ilusiones. Callen y aparenten apreciar.

No hay cura total al adormecimiento romántico, no hay salvación en la biblia de las fantasías, no hay libertad en la dimensión del ansia. Y cuando sueñes, muere en el intento de huir o vive ebrio del deseo.

No hay destinatarios especiales para los empedernidos. Dios o humano tienen precio; el ego, no.
En tierra de soñadores, inoculación realista. Camina recto antes de sucumbir al delirio, sin abrazar futuros y con la fortaleza de aquel que teje destinos palpables; ellos son los imprescindibles, serán testigos de la agonía de los quijotes entre la delgada línea del espejismo y la imponente realidad.

sábado, 1 de enero de 2022

Las esquinas del tiempo

Lo que una vez fue motivo de orgullo, ahora el moho lo invade; lo que un día nos enamoró, ahora está sucio. Cada esquina de tiempo tiene sus consecuencias naturales, lógicas, y es necesario abrazar los cambios, es vital reducir la carga y dejar que las sábanas, que una vez nos dieron calor, se enreden en otras entrañas.

Que el camino nos encuentre delgados, con arrugas de sabiduría y con una mochila con planes terrenales porque de los celestiales se encarga el maestro. Que la visión no se nuble, no hay que temer a la vereda oscura, que solo se detenga el paso por el abrazo de la muerte y no por las contradicciones de la vida.

Que no sea el afán el motor ni la dirección, que sea la naturaleza y la enseñanza de los errores las que marquen el peregrinaje. No hay espacio para los copilotos de siempre, es preferible una travesía en soledad que con la sangre obsoleta de los ancestros. Es fundamental borrar las huellas propias y divorciarse de los intrusos históricos.

Que el fuego consuma lo innecesario de la memoria, porque de recuerdos solo viven los nostálgicos, los cansados y los domados. Aquellos iluminados, que creen ser luz de las escrituras, es necesario tenerlos a distancia y olvidarlos. 

Las esquinas del tiempo no son ajenas y advierten que nos encontrarán; que el encuentro sea sin sorpresa, que la mirada sea furia y con tenacidad enfrentar la emboscada. Morir en la batalla de cara al sol antes que respirar en la sombra de una paz insípida.

Que el camino nos encuentre libres y sin cobardes.












jueves, 30 de diciembre de 2021

Recuerdos con mostaza




Las mañanas son porciones de recuerdos y sabores que llenan mi corazón en forma de tazón.
Ahí se mezclan ensaladas con miradas, postres sabor pasión y mermelada de nostalgia.
Los momentos invaden mi mente picante y quedo atrapado en una avalancha de galletas sin gluten.

Porque la memoria tiene gusto a proteína y besos, suena a carcajadas y a crujir de cereal.
Faltó entendimiento, pero nunca el plato estuvo vacío. Te recuerdo a golpe de gritos y guacamol.
Siempre fue el estricto modo con la dura dieta, en medio de batallas y café con whisky.

Éramos carne y tonteras de adolescentes, de quesos y deudas, de tenis y latte con leche de soya.
Queríamos hartarnos pero no pudimos y se nos hizo la madrugada entre sábanas y cocoa.
Si hay comida, hay recuerdos y de ambos se puede vivir, no es saludable pero qué importa.

Las tardes saben a pan y discusión, los domingos son de chicles con ansiedad.
Por las noches bebo tristeza con azúcar, ceno huevos con ilusión y tomo mi medicina con razón.
Teníamos manjares y decepción, éramos las tartaletas huntadas con depresión.

En horas de recuerdos parto un melón, me atasco con tus series de Netflix e infusiones de dolor.
No fui el príncipe con sabor dulzón, ni la bestia nocturna que sudaba jugos de emoción.
Cociné cariño a fuego lento y se enfrió el té con aroma a salvación.

Los días traen recuerdos mezclados con comida, de pescado y odio, de sopa con furia. 
Todo se nos fue en tragar y probar el menú de sensaciones. Al final no nos saciamos.  
Ahora, estoy lejos de la cocina y me pido una pizza de sentimientos para reir y soñar.
 

      


 

Los días que más nos definen



Es final de año, temporada de zambullirse en el lago del abuso; es tiempo de resumen, aderezado con ficción para darle un sabor light a la existencia. Nos urge limpiarnos, cerrar una página y comenzar a ensuciar otra, necesitamos detener la autodestrucción para tratar de asimilar la miseria disfrazada de belleza que nos rodea. Han llegado los días que más nos definen.

"¡Tiempo de amar!" gritan los más entumecidos.
"¡Tiempo de dar y recibir!" corea otro grupo de enajenados.
Para construir una religiosidad es necesario contar una de esas historias que nos haga creer en la trascendencia humana. Con el pasar de los siglos, y con la facilidad de provocar que la dopamina explote en cada cabeza, la mayoría se ha creído el cuento de estos últimos días. Es sencillo producir esclavos y, mucho más, desecharlos cuando no funcionan.

El rojo, verde y blanco destacan como símbolos del momento, pero los colores solo adornan la superficie. En las entrañas de esta temporada hay gula, esencia de avorazados, una obsesión de controlar los sentimientos que nos han dicho que son nobles y nos convertimos en repetidoras enfermizas de un mensaje que esconde perversidad: "han llegado los días que más nos definen".

En estos momentos es necesario sumergirse en la estupidez para asombrarse de la magia. Tanta es la necesidad de dominación, que acomodaron las fechas con las de un nacimiento humilde. Y como la palabra nacer genera sensaciones optimistas, entonces damos rienda suelta al cuento ¡qué importa si es verdad o mentira!

Son horas para deglutir todo lo que se pueda, como recolectores de basura. Nos comemos el mundo pintado de rosa y con sabor a turrón. Nos creemos el cuento como niños bobos en cama, que urgen de una historia para dormir. ¡Estamos dormidos y descansamos entre la inmundicia!

"¡Es tiempo de amar!" se escuchan los gritos de los afligidos. Se toman en serio el concepto de estos días, tal es su necesidad de creer como la de aquellos caminantes en el desierto que han visto, a lo lejos, un oasis.

"¡Han llegado los días que más nos definen!" dicen los más necesitados y, debo admitir, que coincido: es un tiempo muy humano, en el cual la mayoría cree en la mentira más barata, en la peor de las ficciones. Perturbador.

Y cuando el atracón acaba, la resaca se ensaña con la humanidad, los regalos pierden la gracia y los sentimientos de la temporada se esfuman, entonces, como el despertar de un adicto, la oscuridad y el vacío se apoderan de los corazones. Comienza otra etapa, en la que nos despojamos de la falsedad para volver a la realidad: es comienzo de año, momento para zambullirse en el lago fétido disfrazado de sociedad.

Unos creen otros no, unos se hacen los tontos y otros un poco. Unos mueren y otros juegan a vivir. Bienvenidos al carrusel del desastre disfrazado de existencialismo.

Ahora, sin temor, todos pueden comenzar a manchar de porquería la página en blanco. 



sábado, 25 de diciembre de 2021

También los ídolos morirán




He elegido tumbar ídolos pese a que también soy un idólatra por naturaleza; aunque hubo un tiempo en que intenté, por todos los medios, no sucumbir a esa tentación, acepto que sufro de esa condición humana estúpida y degradante. Elegimos creer en algo para proyectar nuestra naturaleza, para mostrarnos y entregarnos apasionadamente. La persona que dice no creer en algo, miente; incluso, es la que más sufre en comparación con aquellos seres humanos que exteriorizan alguna creencia con orgullo y sin temores.

Aunque he confesado mi condición, aclaro que no vale la coherencia y el respeto cuando se trata de atacar dogmas. Si levanto altares a mis ídolos, con el orden de importancia que tienen en mi interior, tendría necesariamente que callar y entender a los demás; pero no, no lo hago. Esa postura genera escozor y me han llamado egoista, irrespetuoso, hipócrita, podrían dedicarme la frase clásica: "No juzgues para que no seas juzgado (...) ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?" Aún así, debo y quiero poner en tela de juicio muchas creencias, aunque tenga carne adicta a la idolatría; el que quiera, en el momento que le plazca, puede juzgarme, esa posibilidad no tiene importancia en el rol de la destrucción de credos dañinos, no importa si estos son sociales, culturales o religiosos. 

Acepto las consecuencias cuando se trata de hacer añicos a los ídolos. Esas glorias creadas por esta raza perversa son la evidencia de nuestra peligrosidad. El trabajo de destruir modelos es una posición radical pero no especial, aquellos que aborden este tren sin retorno no deberían esperar ninguna retribución o respeto. Es un trabajo de minorías, por lo tanto sencillo de señalar, de abominar; porque, sin duda, es fácil unirse a la mayoría, estar en la fila de los que marchan a la orden del supuesto decoro, del civismo hipócrita, de los placeres nefastos, de las normas elitistas. En sencillo ser un peón en el sistema. 

¿Hay momentos de arrepentimiento al realizar esta contraproducente labor? demasiados, a mi juicio; debo ser sincero: es una tarea para solitarios, para almas inquietas, para los que han sollozado en la soledad de los senderos oscuros y empedrados que destrozan los pies. Sus dioses, sus ideologías, sus cariños prostituidos, sus eternas vanidades y la entrega que tienen a las realidades que creen buenas pero degradan, me repugnan y no puedo, ni debo, aceptar esas posturas. Jamás. El que anda en la destrucción de pasiones terrenales debe sacar de su mochila de combate aquellas emociones perjudiciales que fueron socialmente inculcadas, si el cometido le es difícil puede esconderlas por un tiempo, hasta que tenga el valor de abandonarlas en el camino.

Podría esperar a exterminar mis propias idolatrías antes del experimento de persuadir a otros a destruir sus convicciones terrenales o anhelos sobrenaturales. Es posible, pero no puedo asegurar que tendré tiempo suficiente para esta labor. Hay que actuar cuanto antes con la osadía necesaria, sin el temor a perder muchas manos amigables. No se puede tumbar ídolos y ser medianamente feliz con los demás.

También podría evitarme dolores innecesarios y abrazar las reglas que un día nos obligaron a creer que eran las establecidas. Podría, pero sería una farsa, una vil mentira insoportable. Por eso el depredaror de creencias debe tener una dotación de máscaras para confundirse en el escenario, pasar desapercibido y poder acercarse a su plataforma de acción. Es necesario camuflarse en el mundo idólatra.

Y cómo asimilo una realidad contundente: a la mayoría le importará un bledo mi actitud; por cierto, al invitar a las personas a que rompan con sus ídolos podría generar el fortalecimiento de su arraigo hacia ellos. Es una posibilidad muy clara y estremecedora para este tipo de trabajo, por lo que no puedo dejar de preguntarme cada cierto tiempo: "¿vale la pena?"

He perdido muchas oportunidades para asegurarme una realidad tranquila de cara al futuro. Tuve la opción de aceptar a ciertos humanos, y sus creencias, para poder vivir sin mayores sobresaltos. Estuvo a mi alcance forjar ese destino y lo dejé caer. ¿Me arrepiento? solo en algunos días de algunas temporadas, pero al verme al espejo agradezco no haber tenido que lidiar con esas ideologías que me generan asco. Prefiero el derrotero complicado que ver pasar los años en una calma artificial.

En la oscuridad lo veo claramente: tumbar ídolos es una tarea peligrosa; lo bueno, si se le puede encontrar el ángulo agradable, es que se pueden ocupar muchas estrategias para lograr el objetivo: la persuación, la plática sincera, el contraste de ideas, la comparación objetiva, la discusión sana e inteligente hasta el debate acalorado, la disputa o la pelea. Todo vale en este oficio incómodo pero necesario.

Estos días decapité a muchos de mis ídolos, pero debo aniquilar a varios más. Es larga y estrecha la vereda para la recuperación interna alejada de los modelos equivocados que nos venden todos los días. No voy a conceder un espacio a los apologistas de la decadencia, a los amantes de la perdición, a los ideólogos vanidosos de casa acomodada, a los entorpecidos por la bebida de la mentira y los manjares perniciosos. Aunque fui un mentiroso, aunque me haya atragantado de ruina, aún cuando me rendí al vaso de la falsa felicidad y puse precio a mi alma, no importa en lo absoluto, asumo esos pasos en falso. Ahora en mi frente está escrito: no existe la coherencia en la misión de dinamitar olimpos mundanos. 

Me levanto y camino, siento la sangre ebullir pero al mismo tiempo tengo la paciencia del depredador. Enmascarado marcho seguro pero discreto, con apetito pero sin perder la cabeza en la acción. No hay día de descanso ni aposento para dormir, la tarea exige ignorar el dolor y aprovechar la ocasión.

¿Puedo incomodar mucho más mi paseo terrenal? casi seguro. Cabe la posibilidad de que me odien y sume un puñado de personas a la gran colección de enemigos que tengo. Acepto el desenlace.
¿Podría ser desterrado y abandonado? totalmente. Mientras camine en esta tierra todo puede suceder, estoy marcado y solo soy la secuencia de una estirpe singular. No estoy solo, ni la misión se detendrá, muchos nacerán y se desarrollarán como destazadores de patrones adulterados. Viviremos con esta labor incoherente para muchos, pero necesaria para los escogidos; tarde o temprano, la meta se cumplirá aunque nos cueste la vida en tinieblas o la existencia misma, aceptamos el destino que sea porque tenemos la certeza de que también los ídolos morirán.



sábado, 27 de noviembre de 2021

Funcional



Eres lo que tienes y ese es tu valor, no te pierdas en los ideales del alma y el interior.
Si caminas en la multitud, no te sientas merecedor, solo eres un esqueleto más tras el telón.
Porque los impostores de los siglos ya te marcaron, eres funcional hasta que te hunda el hartazgo.

Ni los ángeles ni el infierno perdonarán tus recelos. Desangra a la vida, o te secas por dentro.
No eres especial ni mucho menos eterno, que tu ojo no se pierda en las promesas de los textos. 
Cuando te sientas elegido, levántate y rompe ese anhelo. Eres finito, enfermo y hambriento.

En medio de las máscaras y los desvelos, eres un ladrón, un insensato, un obsoleto. 
Ni la gran ficción o la evidencia superior perdonarán tu temor. Eres funcional o impostor.
Productos del error antes que del amor, que tu mente no se nuble por las palabras del redentor.

Muchos imaginan un llamado, pero hay un silencio eterno que carcome.
Los gritos y las lágrimas prometen salvación, pero todo se apaga lento, triste, nauseabundo ante nuestra devastación.
Del mundo eres y esa es tu condena; estás sin ropa, sin poder y con cadenas.

Funcionas por los impostores y hasta la vida ofreces, pero no hay gota de misericordia que te renueve.
Se acabó la misión y, de a poco, la oscuridad te consume en un escenario sórdido y estremecedor.
Eres funcional por ahora, hasta que la locura y los años se ensañen con tu carne, sin compasión.