Y confían. Creen con fuego arrasador. Marchan con fe de merecimiento y ardor de conquista; abrazan afán, admiran violaciones, besan y corrompen, sus alaridos desangran las estaciones y alertan a los ángeles de las consecuencias.
¡Ay de aquel que perturbe a los soñadores! Sin suerte aquellos que osen curar la embriaguez de los demonios. Más vale que caminen sin mirar el fango de ilusiones. Callen y aparenten apreciar.
No hay cura total al adormecimiento romántico, no hay salvación en la biblia de las fantasías, no hay libertad en la dimensión del ansia. Y cuando sueñes, muere en el intento de huir o vive ebrio del deseo.
No hay destinatarios especiales para los empedernidos. Dios o humano tienen precio; el ego, no.
En tierra de soñadores, inoculación realista. Camina recto antes de sucumbir al delirio, sin abrazar futuros y con la fortaleza de aquel que teje destinos palpables; ellos son los imprescindibles, serán testigos de la agonía de los quijotes entre la delgada línea del espejismo y la imponente realidad.
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