Lo que una vez fue motivo de orgullo, ahora el moho lo invade; lo que un día nos enamoró, ahora está sucio. Cada esquina de tiempo tiene sus consecuencias naturales, lógicas, y es necesario abrazar los cambios, es vital reducir la carga y dejar que las sábanas, que una vez nos dieron calor, se enreden en otras entrañas.
Que el camino nos encuentre delgados, con arrugas de sabiduría y con una mochila con planes terrenales porque de los celestiales se encarga el maestro. Que la visión no se nuble, no hay que temer a la vereda oscura, que solo se detenga el paso por el abrazo de la muerte y no por las contradicciones de la vida.
Que no sea el afán el motor ni la dirección, que sea la naturaleza y la enseñanza de los errores las que marquen el peregrinaje. No hay espacio para los copilotos de siempre, es preferible una travesía en soledad que con la sangre obsoleta de los ancestros. Es fundamental borrar las huellas propias y divorciarse de los intrusos históricos.
Que el fuego consuma lo innecesario de la memoria, porque de recuerdos solo viven los nostálgicos, los cansados y los domados. Aquellos iluminados, que creen ser luz de las escrituras, es necesario tenerlos a distancia y olvidarlos.
Las esquinas del tiempo no son ajenas y advierten que nos encontrarán; que el encuentro sea sin sorpresa, que la mirada sea furia y con tenacidad enfrentar la emboscada. Morir en la batalla de cara al sol antes que respirar en la sombra de una paz insípida.
Que el camino nos encuentre libres y sin cobardes.
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