Las mañanas son porciones de recuerdos y sabores que llenan mi corazón en forma de tazón.
Ahí se mezclan ensaladas con miradas, postres sabor pasión y mermelada de nostalgia.
Los momentos invaden mi mente picante y quedo atrapado en una avalancha de galletas sin gluten.
Porque la memoria tiene gusto a proteína y besos, suena a carcajadas y a crujir de cereal.
Faltó entendimiento, pero nunca el plato estuvo vacío. Te recuerdo a golpe de gritos y guacamol.
Siempre fue el estricto modo con la dura dieta, en medio de batallas y café con whisky.
Éramos carne y tonteras de adolescentes, de quesos y deudas, de tenis y latte con leche de soya.
Queríamos hartarnos pero no pudimos y se nos hizo la madrugada entre sábanas y cocoa.
Si hay comida, hay recuerdos y de ambos se puede vivir, no es saludable pero qué importa.
Las tardes saben a pan y discusión, los domingos son de chicles con ansiedad.
Por las noches bebo tristeza con azúcar, ceno huevos con ilusión y tomo mi medicina con razón.
Teníamos manjares y decepción, éramos las tartaletas huntadas con depresión.
En horas de recuerdos parto un melón, me atasco con tus series de Netflix e infusiones de dolor.
No fui el príncipe con sabor dulzón, ni la bestia nocturna que sudaba jugos de emoción.
Cociné cariño a fuego lento y se enfrió el té con aroma a salvación.
Los días traen recuerdos mezclados con comida, de pescado y odio, de sopa con furia.
Todo se nos fue en tragar y probar el menú de sensaciones. Al final no nos saciamos.
Ahora, estoy lejos de la cocina y me pido una pizza de sentimientos para reir y soñar.
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