Eres lo que tienes y ese es tu valor, no te pierdas en los ideales del alma y el interior.
sábado, 27 de noviembre de 2021
Funcional
Eres lo que tienes y ese es tu valor, no te pierdas en los ideales del alma y el interior.
miércoles, 24 de noviembre de 2021
Pequeña luz cariñosa
El terreno maldito
Los románticos retratan la belleza de los parajes, enfocan lo precioso y ensalzan los campos majestuosos.
martes, 9 de noviembre de 2021
La dimensión ideal
No podía creer lo que mis ojos y todos mis sentidos apreciaban. Era una libertad de los deseos como nunca antes fue experimentada por esta vieja armadura. Todo se mezclaba en una febril danza de cuerpos, labios, manjares y pasión. No podía ser posible, pensaba, pero era tan puro y real que con el tiempo lo asimilé como una experiencia nueva y, sin temor a decirlo, agradable.
Todas eran ligeras, algunas mujeres de piel color miel otras morenas, pero indiscutiblemente todas delicadas, con la justa forma, altura y gracia. Eran como gotas de agua que siempre quise tomar. Juntos compartimos paseos, comidas, reuniones y aposentos nunca antes vistos.
No había temores, ni culpas, todo aquello que normalmente nos detiene, nos comprime, nos hace diferenciar entre el bien y el mal, no había rastro de esa conciencia y de ese termómetro humano o espiritual que nos contiene. Lo"permitido" o lo "conveniente", así como sus antónimos, todos esos términos no existían.
Ellas sonreían en una esquina de la calle, en un día con pleno sol y calidez. Eran risas de placer, de emoción, de una tremenda felicidad como muy pocas. Y los días pasaban entre paseos y pláticas interesantes, entre miradas y atracciones, en una especie de vivencia incomprendida para este antiguo caballero de tantas batallas que nunca ha podido soñar lo imposible. Pero las noches eran la prueba más complicada, porque nunca la mente permitió en sueños lo incorrecto, lo carnal, no había espacio para uno de los grandes deseos humanos.
En los aposentos las gotas de agua eran lluvia con vendavales pero controlables a nuestras manos, porque yo no estaba solo. Eran pasión en la justa medida de mi conciencia, en la justa forma y en el justo ritmo, como nunca antes este viejo guerrero había experimentado. Ante el escenario febril, el criterio social se extinguió como cuando un incendio muere ante el diluvio. Y tomamos lo que merecíamos en su justa medida, jugamos y nos besamos, comimos hasta saciarnos y calmé mi sed con la dulce bebida de la juventud. Las danzas en la penumbra de los palacios se repetían, con febriles temblores fluían, como un manantial de eterno deseo.
El siguiente día no fue diferente, se repetían las mismas sensaciones en los paseos, en los reencuentros, en las risas y en las charlas. Aunque las gotas de agua eran casi iguales, una de ellas me concedió otra mirada, una cercana, cómplice y atractiva. Fue mi gota favorita en la luz y en la noche, aunque nunca mi boca se privó del resto de ángeles, no era necesario, no era injusto o justo, era simplemente la respuesta natural a una sumatoria de tantos sueños reprimidos de este antiguo y decadente hombre.
El sueño sin miedo poco a poco retomó vicios de realidad. Aparecieron algunos vestigios de esta vida, personajes que han representado grandezas, bajezas y simplezas, que se cruzaron en el camino de esta armadura magullada. El que solo es un conocido se unió a la danza, otro personaje retomó su papel histórico, pero lo más especial fue encontrarme con una antigua estrella. Fue en uno de los primeros paseos nocturnos, a la sombra de un auto, ella estaba sentada cerca de unos arbustos y volví a ver su mirada, no cambia su rostro bello e infantil y su sonrisita como si fuera la niña de mis ojos.
"Hola, ¿cómo estás?" pregunté esperando un silencio total, pero recibí una cordial respuesta que dio paso a una pequeña plática que sanó tantos amargos recuerdos. "Les prometí a mis padres que no volvería a hablarte", lo mencionó para retirarse pero con una sonrisa bella. Dejé que se alejara pero nuestros ojos no se separaron hasta que la noche oscureció nuestras miradas. En ese momento de duda, luego de un gran acontecimiento, quedé anonadado, confundido; sin embargo, el desconcierto duró poco porque volvió mi emoción cuando mis cuatro gotas de agua y otros acompañantes me esperaban para ir a comer. Entonces el café, los postres y la complicidad de una pasión desenfrenada dieron sentido a una noche inolvidable, plena, de una felicidad completa y gigante. Entrada la medianoche, con mucha comida en nuestras manos, nos entregamos una vez más a la danza carnal como la que creemos propia de los animales, como ángeles en celo, como nos enseñaron la pasión prohibida entre los demonios, como todo lo que describieron pero sin una pizca de culpa, análisis o comprensión... era como nos contaron que podría ser un cielo.
Cada amanecer era un nuevo sentimiento de gloria, de una paz pocas veces imaginada, como la que nos contaron que existe en el paraíso. Obviamente no era una experiencia de una tierra maldita, proveniente de territorio de muertos, era un sueño de otras dimensiones, de otras alturas que este hombre de los tiempos nunca logró vivir. Salimos temprano en busca de manjares dulces, salados, café y miel que despierta, en el camino mi gota de agua favorita se me acercó y con su dulce voz pronunció: "eres el más especial, me encanta tu forma, tus movimientos, tu mirada... tu forma la necesito", sus ojos y su sonrisa me adormecían. "Eres mía", dije sin privarme de saciar mi sed con el resto de las mujeres del manantial.
En grupo nos dirigimos a una casa mucho más familiar para esta vieja máscara, un lugar parecido a donde todos los días los mortales mueren de a poco. Al entrar todo comenzó a tornarse triste y aburrido, aunque las bellezas seguían deslumbrando y los manjares se multiplicaban en tan variados bocadillos que era imposible comerlos todos, entonces todo comenzó a desdibujarse. En mi afán de saciarme con todo, desordené el lugar, por allá volaron algunas bandejas y también se rompieron unas tazas con té y miel... sentí pena por el desorden. Poco a poco el caballero viejo recuperó su naturaleza y se alejó la sensación de estar rodeado de las más bellas mujeres como gotas de agua perfectas, brillantes, carnales. La vieja armadura recobró la vista y en medio de una triste realidad solo pudo soltar una risita con quejidos para celebrar que tuvo la sensación más dulce, nunca pensada, tan atractiva, tan llena de felicidad... y tan jodidamente pasional.
viernes, 13 de agosto de 2021
Un hombre roto
martes, 20 de julio de 2021
Lupita
domingo, 18 de julio de 2021
Grotesco
La luz color carmín era tenue. Daba la sensación de poder atravesar cuerpos, desde la carne hasta la última neurona.
Era el inicio de la obra, una trágica y desconcertante obra.
Era un pequeño teatro y en medio del escenario había una silla tallada en cedro, ahí estaba sentado un hombre casi obeso, transpiraba mucho; perdón, no estoy siendo específico: sudaba a mares y las gotas se regaban en el piso. Estaba desnudo y amarrado. Trataba de taparse sus genitales y lo lograba porque la soga de la pierna derecha era un poco más larga de la que inmovilizaba su pierna izquierda; de todos modos, su hinchado estómago lograba esconder sus partes íntimas. Parecía como un animal con la sensación de que iba a morir pronto. Los animales como los humanos sufrimos cuando sentimos claramente que se acerca el fin. Pero nosotros nos creemos especiales por nuestra muerte y damos por hecho común y trivial el final de la vida de un animal, casi no reparamos en la muerte de otro ser viviente. Qué pobres somos. Detestables. Podridos. Somos una especie maldita, maldita desde cualquier óptica. Y esta obra tenía, de alguna forma, ese trasfondo.
La luz carmín permitía observar los ojos alterados del hombre y su cabeza estaba cubierta con una maraña de cabello largo. Estaba desesperado, mal oliente, grasiento, era un asco al menos a la vista. La desesperación aumentaba porque él no percibía público alguno y no entendía cómo llegó al escenario, cómo lo desnudaron y amarraron; y lo más aterrador ¿quién se tomó el detalle de la luz carmín, tenue, que daba una sensación de misterio y terror?
"¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!" sus gritos eran una mezcla de sollozos, rabia y locura. En sus ojos se podía ver la encarnación de Caín, de todos los malditos mencionados en la Biblia, de aquellos que copularon con demonios y vaciaron su alma hasta dejarla oscura.
El sufrimiento por las ataduras, el hambre del vicio y la sed lo aterrorizaban cada minuto. Sus gritos hacían eco en el pequeño teatro.
Un minuto parecía una eterninad. ¿Era un sueño? "¿Qué demonios sucede? ¡los mataré a todos!" los gritos eran más de terror que de convicción asesina. Era un escenario bizarro, no apto para cualquier persona, no apto para normales.
La obra mantenía la misma estructura: el obeso amarrado, el sudor en todo el escenario y su mirada endemoniada, que a ratos cambiaba por una de compasión y necesidad de ayuda. Ansiaba escuchar un sonido. Cualquiera: pasos acercándose al escenario, voces, música, lo que sea... pero todo era un silencio que desgarraba su alma. "Un castigo para los malditos... eso me dan, malditos cobardes", gemía y hablaba al mismo tiempo. En ese momento el hombre amarrado solo quería morir, de tener la oportunidad de acercarse sus manos o brazos a su boca, se habría mutilado, se habría mordido con tal fuerza que se desangraría hasta morir. Pero no podía. No había pausa en su sufrimiento. No podía dormir, no había sosiego, no había nada más que desesperación, odio y llanto. Era un rechinar de dientes, como se explica en pasajes de la Biblia sobre algunas consecuencias de estar el infierno; la diferencia, en esta obra, era la trituración de dientes de un un solo ser... un ser grotesco.
No era una obra con muchas escenas, ni de un solo día. Pasaron semanas. La misma luz carmín tenue, la silla de cedro llena de excremento, había orina y sudor que ya llegaban a la primera fila del pequeño teatro. El hombre estaba embarrado con su propio vómito, no recibía comida ni agua, pero por alguna extraña razón su cuerpo seguía viviendo. "¡Mátenme, clemencia... tengan misericordia!" gritaba con lágrimas, que recorrían sus mejillas sucias y llegaban hasta sus labios heridos; entonces saboreaba sus saladas lágrimas. Pese a sus gritos, cada día de cada semana, su cuerdas vocales no estaban desgarradas, en la obra tenía que ser así para que sus gritos no perdieran la intensidad del dolor, para poder seguir emitiendo sonidos de sufrimiento.
Un buen día, en medio de la locura, el amarrado por fin escuchó pasos y observó que desde una puerta en la parte alta del teatro, que había pasado desapercibida a su mirada, entró un hombre delgado que vestía un traje rojo, sus dedos eran delicados y adornados con anillos. Era un hombre diferente que podía, de alguna forma, reconocer. "¿Quién eres, maldito? te juro que romperé estos lazos, te alcanzaré y te comeré vivo", esta vez no había desesperación en la voz del hombre obeso, era una voz sin sobresaltos y con una carga de ira retenida. Su mirada era como la de una fiera que esperaba el momento para atacar. "Te voy a comer vivo", dijo en voz baja pero perceptible.
El hombre de traje rojo no se inmutó y seguía en una parte de las gradas en la cual, por la oscuridad y por la tenue luz color carmín, su rostro permanecía oculto. Ni el hombre amarrado ni la delgada figura en las gradas emitieron sonido alguno. Aunque no podían verse a los ojos, sabían que sus miradas se cruzaron durante mucho tiempo. Solo había silencio. Mientras el hombre grotesco trataba de librarse de la silla, el hombre de traje seguía sin moverse.
Así pasaron las horas. Cada uno en su lugar, el amarrado tenía claro su deseo: comerse viva a la delgada figura que estaba en las gradas. Entonces, se rompió el silencio. La puerta volvió a abrirse y apareció un hombre que vestía de negro. Era delgado y con ropa muy fina. Su entrada impactó al hombre amarrado en la silla de cedro. Este nuevo personaje bajó las gradas con agilidad y quedó frente al desesperado ser que estaba en medio del escenario. La luz tenue no impidió que ambos cruzaran sus miradas. El hombre de negro tenía un rostro fino con ojos en los que destacaban unas pupilas tan negras que estremecían a cualquiera, su nariz era delgada y bien formada, sus labios eran como los de un ángel: perfectos. Un rostro perfecto con una mirada penetrante que no expresaba sentimiento alguno.
"¿Quién eres?" preguntó el hombre obeso, asqueroso, lleno de excremento, orina y vómito. ¿También tendré que comerte vivo?" agregó con una sonrisa malvada.
El fino hombre no contestó y acercó su rostro a la oreja derecha del que vestía el traje color rojo. luego de unos segundos volvió a su postura original, lanzó su última mirada penetrante, subió las gradas abrió la puerta y desapareció entre las sombras.
Por fin el obeso atado a la silla soltó una carcajada y dijo con voz alta: "Me los comeré. Lo saben bien".
Entonces la figura que vestía el fino traje rojo bajó dos gradas más y su rostro quedó al descubierto. El amarrado abrió sus ojos y lo invadió el asombro: ¡se estaba viendo así mismo! era su versión limpia, bella, alucinante, tentadora, de una atracción tremenda.
"Si en la obra mueres, es decir te asesino, entonces ganas la partida; sin embargo, si te dejo en medio de esta podredumbre sin la capacidad de moverte, de autoflagelarte, de suicidarte, si te dejo vivo por siempre, entonces yo viviré y con el tiempo quien te haya conocido te olvidará. Te convertirás en un misterio mientras yo me quedaré con la audiencia", las palabras tanían un tono serio, limpio, sin sentimientos, sin sobresaltos, sin misericordia alguna. Ninguno de sus sentidos se conmovio ante tal asqueroso escenario.
Se vieron a los ojos por un tiempo. El hombre amarrado por fin pudo sonreir a medias y guardó silencio. La figura de traje rojo le dio la espalda y comenzó a subir lentamente las gradas. Antes de abrir la puerta, el hombre gordo y desnudo sentenció, "ahora que te veo, entiendo todo. Sabes bien que si me dejas vivo un día me desataré y te trituraré... te comeré vivo. Lo sabes bien". El hombre delgado, entre la oscuridad y fuera de la visión del torturado, contestó: "Lo sé. Y también puedo comerte. Solo somos diferentes por fuera. Por dentro tenemos la misma hambre que nunca encuentra saciedad, una hambre de espíritu que está maldita por los siglos de los siglos", luego de estas palabras tomó la manecilla de la puerta, la abrió completamente y antes de salir del teatro alcanzó a escuchar una risa continúa que se convirtió en carcajadas. El torturado seguía amarrado, en medio de la pestilencia, pero por fin tenía claro de qué trataba la obra... sabía que un buen día tendría la oportunidad de romper sus ataduras. La risa era tan fuerte que le dio otro escenario al teatro con la luz color carmín, tan tenue que desesperaba.
Cuando el hombre del traje rojo salió completamente del cuarto se encontró con la figura vestida de negro, caracterizada por sus ojos negros, la cual solo dijo: "¿quieres que me encargue de todo?" el hombre delgado acarició su barbilla, su rostro demostraba una tremenda introspección... "No, yo me encargo, solo permanece cerca", sentenció.
A pasos lentos el hombre de traje negro se alejó. "Si supieras que siempre te he seguido los pasos porque te envidió y te quiero conmigo... pobre hombre iluso que no tiene idea de quién soy", este pensamiento iba acompañado de una risa a medias y con su mirada que no demostraba sentimiento alguno.
---------------------------------
"¿De qué se encargará quién?" dijeron algunas personas alrededor del que vestía de rojo. "Todos hablamos solos, pero parece que hablabas con alguien cuando saliste del baño", dijo asombrada su pareja sentimental.
"Lo sé, lo sé... un día te contaré algo que va más allá de cualquier entendimiento", sonrió el hombre.