sábado, 27 de noviembre de 2021

Funcional



Eres lo que tienes y ese es tu valor, no te pierdas en los ideales del alma y el interior.
Si caminas en la multitud, no te sientas merecedor, solo eres un esqueleto más tras el telón.
Porque los impostores de los siglos ya te marcaron, eres funcional hasta que te hunda el hartazgo.

Ni los ángeles ni el infierno perdonarán tus recelos. Desangra a la vida, o te secas por dentro.
No eres especial ni mucho menos eterno, que tu ojo no se pierda en las promesas de los textos. 
Cuando te sientas elegido, levántate y rompe ese anhelo. Eres finito, enfermo y hambriento.

En medio de las máscaras y los desvelos, eres un ladrón, un insensato, un obsoleto. 
Ni la gran ficción o la evidencia superior perdonarán tu temor. Eres funcional o impostor.
Productos del error antes que del amor, que tu mente no se nuble por las palabras del redentor.

Muchos imaginan un llamado, pero hay un silencio eterno que carcome.
Los gritos y las lágrimas prometen salvación, pero todo se apaga lento, triste, nauseabundo ante nuestra devastación.
Del mundo eres y esa es tu condena; estás sin ropa, sin poder y con cadenas.

Funcionas por los impostores y hasta la vida ofreces, pero no hay gota de misericordia que te renueve.
Se acabó la misión y, de a poco, la oscuridad te consume en un escenario sórdido y estremecedor.
Eres funcional por ahora, hasta que la locura y los años se ensañen con tu carne, sin compasión.   


miércoles, 24 de noviembre de 2021

Pequeña luz cariñosa


Cuando aparté la cortina, me tomó desprevenido una pequeña luz cariñosa.

Me enterneció cuando se presentó en mi ventana y empañó cualquier malestar interno. No era una luz que te ciega, no era intermitente... era un rayito que se asomó y se quedó conmigo para limpiarme el alma enmohecida.

"¿Qué eres, preciosa? ¿Solo a mi me enamoras o hay alguien más?" se acabaron mis interrogantes cuando supe que ninguna de las personas que pasaron frente a la ventana notaron a esta pequeña, adorable y perfecta luz.

Mi pequeña luz cariñosa me acompañó el día, compartió el café de la tarde y en la noche solo bajó su intensidad para seguir conmigo, a solas, en la intimidad.

Compararla con un simple rayo de sol, sería un insulto. Este primor del cielo solo puede ser amado, sin medias tintas, sin culpa alguna. Mi pequeña se quedó conmigo lo suficiente para lavar mi inmundo corazón, vestirlo con las mejores prendas y perfumarlo con las mejores esencias. Mi pequeña luz cariñosa no sabe de medidas, solo sabe amar.

No quería dormirme, luché contra el sueño para no perder este milagro. Pero los párpados caen cuando la edad y la madrugada entran a su etapa madura. 

Al amanecer corrí a la ventana, aparté las cortinas y se me iluminó el rostro. Mi pequeña seguía ahí, a mi disposición. Me acompañó en la jornada de ejercicios, almorzó conmigo y reímos juntos de mis compañeros estudiantes, los esqueletos que danzan en la pista digital. Mi cariñosa luz terminó el día arrompándome y contándome historias. Soy un contador de historias, pero ella las hace realidad... con eso, me mata de amor.

Un día me dijo que debía irse por un tiempo. Me contó que su misión era no abandonarme, pero era necesario dejarme continuar mi camino con la certeza de que nuestro amor era para siempre. Sentí un vacío. Ella no vaciló en curarlo, me llenó de luz como siempre y prometió visitarme cada cierto tiempo. Nos abrazamos tanto que la luz fue una sola.

Mis días fueron iguales sin mi pequeña luz cariñosa. Eran como una obra de teatro, pura y simple actuación. El sentido único de la existencia era volver a verla, un anhelo que nacía y moría en medio de las jornadas tatuadas con la pesada rutina del vivir. No se puede vivir solo por vivir, no tiene sentido sin mi pequeña luz cariñosa.

Pasaron los años. Cuando las arrugas comenzaron a marcarme, cuando todo parecía destinado a seguir encontrando sentidos a los cambios acelerados de este mundo, entonces decidí rendirme. Me fui a la cama con ganas de no volver a levantarme. Olvidé cerrar la puerta, olvidé comer, leer, pensar y respirar. Se me olvido todo a propósito. Soñé mucho, tanto que se me confundió con la vida misma, mis neuronas lucharon para tratar de diferenciar entre el mundo de los sueños y la realidad; tal fue la batalla, que mi interior quedaba en una especie de limbo existencial. Todo estaba oscuro, entonces dejé de luchar.

Solo cuando te detienes, algo pasa. La oscuridad comenzó a ceder y una sensación de calor envolvió mi rostro. Como pude abrí los ojos... ¡y ahí estaba! como la primera vez que me enamoró, con todo su esplendor y su amor. 

¡Mi pequeña luz cariñosa! 

Nos abrazamos hasta convertirnos en una sola luz. Y no hubo más que lamentar, se acabó la actuación y el peregrinaje en las tierras llegó a su final. Se acabó el viaje mundano lleno de desgracias; por fin, como lo anhelé por mucho tiempo, encontré el amor. Ahora viajamos por el universo, sin tiempo y espacio, sin inicio y sin final; ahora, sin antesalas celestiales o juicios infernales, esta alma complicada se envuelve en el amor que solo tiene mi pequeña luz cariñosa.  
  

    

El terreno maldito


Los románticos retratan la belleza de los parajes, enfocan lo precioso y ensalzan los campos majestuosos.
Y se afanan con pasión desmedida o por inercia del abandono, con la misma ansiedad de los pubertos.
Buscan la paz en la tierra de los muertos.

Lamento interno con cada gota de realidad. Cada tiempo desnuda sollozos y furia ante la verdad.
Porque lo natural no esconde lo criminal.
En el terreno maldito, no hay paz. 
  
¡Ay de aquellos que mientan!
¡Cuidado con los infectados, que llaman a esta tierra bendicida por su nombre!
¡Un nombre no define a los habitantes!
¡Y no hay bondad en estirpes inmundas y detestables!

No malinterpreten mis palabras, calmen su venganza.
No se apresuren a señalar mi desgracia.
Porque solo soy un espejo, viejo y destartalado. 
Pero en mi hoguera sus cenizas se consumen de pena.

En el terreno maldito no hay santo ni centrado, ni pulcro o resguardado.
Son un puñado putrefacto.
No son la belleza y, mucho menos, hijos de alguna realeza.
Son estirpe hedionda, en tierras de miseria.

En el terreno maldito todos pelean como fieras, porque son de guerra, hijos de la muerte. 
En el terreno maldito se ensalza la envidia, la avaricia y la falsa armonía.  
Y aquellos que hablan, solo escupen diatribas.



martes, 9 de noviembre de 2021

La dimensión ideal


No podía creer lo que mis ojos y todos mis sentidos apreciaban. Era una libertad de los deseos como nunca antes fue experimentada por esta vieja armadura. Todo se mezclaba en una febril danza de cuerpos, labios, manjares y pasión. No podía ser posible, pensaba, pero era tan puro y real que con el tiempo lo asimilé como una experiencia nueva y, sin temor a decirlo, agradable.

Todas eran ligeras, algunas mujeres de piel color miel otras morenas, pero indiscutiblemente todas delicadas, con la justa forma, altura y gracia. Eran como gotas de agua que siempre quise tomar. Juntos compartimos paseos, comidas, reuniones y aposentos nunca antes vistos.

No había temores, ni culpas, todo aquello que normalmente nos detiene, nos comprime, nos hace diferenciar entre el bien y el mal, no había rastro de esa conciencia y de ese termómetro humano o espiritual que nos contiene. Lo"permitido" o lo "conveniente", así como sus antónimos, todos esos términos no existían. 

Ellas sonreían en una esquina de la calle, en un día con pleno sol y calidez. Eran risas de placer, de emoción, de una tremenda felicidad como muy pocas. Y los días pasaban entre paseos y pláticas interesantes, entre miradas y atracciones, en una especie de vivencia incomprendida para este antiguo caballero de tantas batallas que nunca ha podido soñar lo imposible. Pero las noches eran la prueba más complicada, porque nunca la mente permitió en sueños lo incorrecto, lo carnal, no había espacio para uno de los grandes deseos humanos.

En los aposentos las gotas de agua eran lluvia con vendavales pero controlables a nuestras manos, porque yo no estaba solo. Eran pasión en la justa medida de mi conciencia, en la justa forma y en el justo ritmo, como nunca antes este viejo guerrero había experimentado. Ante el escenario febril, el criterio social se extinguió como cuando un incendio muere ante el diluvio. Y tomamos lo que merecíamos en su justa medida, jugamos y nos besamos, comimos hasta saciarnos y calmé mi sed con la dulce bebida de la juventud. Las danzas en la penumbra de los palacios se repetían, con febriles temblores fluían, como un manantial de eterno deseo.

El siguiente día no fue diferente, se repetían las mismas sensaciones en los paseos, en los reencuentros, en las risas y en las charlas. Aunque las gotas de agua eran casi iguales, una de ellas me concedió otra mirada, una cercana, cómplice y atractiva. Fue mi gota favorita en la luz y en la noche, aunque nunca mi boca se privó del resto de ángeles, no era necesario, no era injusto o justo, era simplemente la respuesta natural a una sumatoria de tantos sueños reprimidos de este antiguo y decadente hombre.

El sueño sin miedo poco a poco retomó vicios de realidad. Aparecieron algunos vestigios de esta vida, personajes que han representado grandezas, bajezas y simplezas, que se cruzaron en el camino de esta armadura magullada. El que solo es un conocido se unió a la danza, otro personaje retomó su papel histórico, pero lo más especial fue encontrarme con una antigua estrella. Fue en uno de los primeros paseos nocturnos, a la sombra de un auto, ella estaba sentada cerca de unos arbustos y volví a ver su mirada, no cambia su rostro bello e infantil y su sonrisita como si fuera la niña de mis ojos. 

"Hola, ¿cómo estás?" pregunté esperando un silencio total, pero recibí una cordial respuesta que dio paso a una pequeña plática que sanó tantos amargos recuerdos. "Les prometí a mis padres que no volvería a hablarte", lo mencionó para retirarse pero con una sonrisa bella. Dejé que se alejara pero nuestros ojos no se separaron hasta que la noche oscureció nuestras miradas. En ese momento de duda, luego de un gran acontecimiento, quedé anonadado, confundido; sin embargo, el desconcierto duró poco porque volvió mi emoción cuando mis cuatro gotas de agua y otros acompañantes me esperaban para ir a comer. Entonces el café, los postres y la complicidad de una pasión desenfrenada dieron sentido a una noche inolvidable, plena, de una felicidad completa y gigante. Entrada la medianoche, con mucha comida en nuestras manos, nos entregamos una vez más a la danza carnal como la que creemos propia de los animales, como ángeles en celo, como nos enseñaron la pasión prohibida entre los demonios, como todo lo que describieron pero sin una pizca de culpa, análisis o comprensión... era como nos contaron que podría ser un cielo.

Cada amanecer era un nuevo sentimiento de gloria, de una paz pocas veces imaginada, como la que nos contaron que existe en el paraíso. Obviamente no era una experiencia de una tierra maldita, proveniente de territorio de muertos, era un sueño de otras dimensiones, de otras alturas que este hombre de los tiempos nunca logró vivir. Salimos temprano en busca de manjares dulces, salados, café y miel que despierta, en el camino mi gota de agua favorita se me acercó y con su dulce voz pronunció: "eres el más especial, me encanta tu forma, tus movimientos, tu mirada... tu forma la necesito", sus ojos y su sonrisa me adormecían. "Eres mía", dije sin privarme de saciar mi sed con el resto de las mujeres del manantial. 

En grupo nos dirigimos a una casa mucho más familiar para esta vieja máscara, un lugar parecido a donde todos los días los mortales mueren de a poco. Al entrar todo comenzó a tornarse triste y aburrido, aunque las bellezas seguían deslumbrando y los manjares se multiplicaban en tan variados bocadillos que era imposible comerlos todos, entonces todo comenzó a desdibujarse. En mi afán de saciarme con todo, desordené el lugar, por allá volaron algunas bandejas y también se rompieron unas tazas con té y miel... sentí pena por el desorden. Poco a poco el caballero viejo recuperó su naturaleza y se alejó la sensación de estar rodeado de las más bellas mujeres como gotas de agua perfectas, brillantes, carnales. La vieja armadura recobró la vista y en medio de una triste realidad  solo pudo soltar una risita con quejidos para celebrar que tuvo la sensación más dulce, nunca pensada, tan atractiva, tan llena de felicidad... y tan jodidamente pasional.


   

  

viernes, 13 de agosto de 2021

Un hombre roto


Es levantarse a mitad de la noche sudando y con la respiración entrecortada. Pesadillas, conexiones neuronales afectadas o malformadas, dolores crónicos del alma; las razones poco importan. 

Es caminar por el mundo con una discapacidad interna. Todo se esconde en una presentación normal, a veces extraordinaria y muy segura. Es como un líquido podrido en un envase en perfectas condiciones. 

Cuando se esconde muy bien la grieta que atraviesa el interior, que divide todo el ser. No es una división cualquiera, es una que te aparta de la multitud y sus normas. Actuar acorde pero pensar distinto; es como una eterna obra de teatro en la cual adjudican roles transitorios que pasan a ser eternos. Y eso de actuar se convierte en pesadilla. 

Es una laguna de lagrimas. Abatimientos eventuales que corrompen el alma, que borran los horizontes. 

Son una serie de sucesos extraordinariamente lúgubres y que están más allá del bien y el mal, de lo clínico, lo espiritual, lo religioso y lo esperado. Es reir mentalmente mientras se escuchan las mil historias de los pensantes, de los que creen ser especiales por gracia. Es odiar en silencio mientras los iluminados se lucen en sus visiones. El problema no son las razones que los empujan a invocar poderes, es la ridiculez cuando creen estar en un camino mucho más rentable. Los caminos son sospechosos y no son exclusividad divina.

Hay muchas soluciones para el hombre roto. Hay que vender el terreno quebrado y que alguien más lo administre. Es el trueque entre el sufrimiento por una vida eterna como pasajero, como ser el actor secundario de tu propia vida. 

Los días no hacen la diferencia. Los momentos parecen medicinas que aplacan vacíos por algunos instantes. Es vivir sin ganas. Es tener miedo a morir pero sin objetivos en esta dimensión. Es levantarse creyendo que con el pie derecho la jornada será mejor. Es invocar y creerse iluminado, pero no son más que sombras en una pared, en busca de la eterna identidad. Es una contradicción sin final. 

Entre la multitud, entre los colores y las risas, entre el llanto y los incendios, entre las calles más pobres y las más lujosas, entre la niebla y el sol que raja la espalda. En medio de todos, desapercibidos, caminan los hombres rotos... y lo hacen con la plena certeza que no encontrarán, por los siglos de los siglos, un pegamento capaz de unir los más retorcidos hilos de su ser. Ahí van los hombres rotos. 

¿Pueden reconocerlos al ver sus ojos?

martes, 20 de julio de 2021

Lupita




¡Tengo una hija imaginaria! 

Una pequeña morenita, cabello negro y liso, algo peloncita, ojitos vivos, inteligente, muy chispa. Tiene una miradita tierna que a veces muestra un ceño fruncido si se molesta. Una belleza sin igual. Cuando nació era una pelotita de carne que solo puede ser amada. Nació para ser el centro, la raíz de un amor pocas veces experimentado.

Pero su voz es audible, real. Una tierna voz ronca que le da otro sentido a mi vida. Si le cuento algo y espero su aprobación, dice "Ti" con sus ojos y carita tímida. No quiero que diga "Si", me enamora que diga "Ti", me mata de cariño y como yo soy un soñador, un eterno creador de escenarios mentales, imagino que puedo cruzar los cielos y pedirle al Supremo que no me cambie a Lupita, que se salte las reglas celestiales y la inmortalice en su perfecta versión: una niña de amor.

"Pero es imaginaria", me dice El Señor. "Ya sé, ya sé... es una construcción mental gracias al personaje que creó su potencial mamá... ya sé", le dije al Señor, mi respuesta no era para generar polémica, no; era más bien una respuesta impotente ante un anhelo imposible.

¡A mi hija imaginaria le gustan los balones! 

Le encanta jugar mucho. Su mamá la imaginaba jugando voleibol, yo me la imagino bateando y tratando de correr a primera base... aunque Lupita lo hace a su manera, no importa cuánto la anime a una u otra cosa, ella dice: "yo cholita".

Siempre que me escucha decir una palabra fuera de lugar, la repite; y al llamarle la atención, su risa tímida me destruye cualquier plan de disciplinarla. Tiene mi corazón en sus manos. Lupita me gobierna, me conquista.

¡A mi hija imaginaria le gustan los perros!

Lo voz audible endulza mis oídos cuando mira uno y lo señala: "¡Tuto! ¡Tutito!"... esas simples palabras que salen de su hermosa boca, me provocan un cariño renovado por las mascotas. A veces me dice papá o papito, pero me encanta cuando me llama "Tití". Solo el sonido de su voz y su mirada me cambian, ella es la única que rompe mi duro caparazón sentimental.  

Cuando le da gripe su "No" se escucha a "Do". Y como una nota musical inspira al buen músico, su vocecita entra a mi oído, circula en mi sangre y hace que mi cerebro explote de oxitocina. Le gustan los paseos, aunque es un poco enfermiza y no le gusta la lluvia. En el supermercado quiere que le compre todo: un peluche, un chocolate, una pelota y si le explico que no se puede comprar todo, hace su puchero... su llanto, que suena a "iiiiiiii", es suficiente para descuadernar mi manual de papá. Al explicarle otra vez, casi con lágrimas en mis ojos, que no puedo comprar todo, entonces veo su carita triste tratando de comprender... ¡y vuelve a descuadernarme el manual! Al final, en la fila para pagar las compras, mi carretilla esta llena de comida, crema para afeitar, desodorantes, tres peluches, dos chocolates y una enorme pelota roja. De reojo capto su reacción, cuando sus ojos llorosos y felices se posan en mis pupilas, siento un amor pocas veces experimentado. ¿Mal padre? ¡Qué me importa si ella me mira así!     

¡Mi hija imaginaria existe!

Su descripción física, sus atributos, sus características, su forma de ser y hablar, su forma de verme, su forma de amarme y de ser amada, me acompañan en mi alma. Mi hija vive en mis sentimientos, pero las flores que la crearon ya no están. ¡Se me olvidó regar las flores con agua limpia! 
¡Se me olvidó conversar con las flores, hablarles y decirles cuan bellas crecían! 
En un día de espasmos y desconcierto arruiné el jardín, el pequeño y precioso espacio verde del cual, cada cierto tiempo, aparecían lindas tortugas.

Ensucié el jardín.

Hoy que recuerdo a Lupita, porque la recuerdo a diario, me dio por soñar despierto otra vez, soy un soñador sin remedio. Pienso en un viaje al cielo sin necesidad de presentar una prueba de que no tengo el virus de moda. Toco las puertas celestiales, no saludo a Pedro y camino directo al Supremo; sin embargo, cuando llego ante Él, me brotan las lágrimas. Ya sé que mi petición no tiene lugar y trato de reconstruir mi sueño, para exigir otro destino... pero no puedo.

"Es imaginaria, hijo", repite El Señor. "Lo sé, Señor. Lo sé... solo que no se materializó y eso destruye mi corazón", la impotencia me gana. "No está en mis brazos."

"Pero el amor que le tienes está en tu interior. Guárdalo, disfrútalo con medida, suéñalo con bondad, sueña un lindo destino con ella. Sueña. Se vale soñar también, yo te he dotado de esa capacidad", eso dijo y nada más. El sueño que había construido se acabó en un segundo.

¡Tengo una hija imaginaria! Dios ya sabe que ella es la estrella de mis ojos, la luz de mi corazón y todos los días, hasta que la demencia senil acabe con mi cordura, recordaré el "Ti", el "Do", el "Tuto, Tutito", su "Tití", sus ojos fruncidos si no jugaba con ella, su felicidad al ver su pelota roja y los perritos de la calle o su tierna mirada que me hace sentir un amor pocas veces experimentado. Muy pocas veces experimentado.   

¡Es imaginaria! 

No me importa.
       


domingo, 18 de julio de 2021

Grotesco




La luz color carmín era tenue. Daba la sensación de poder atravesar cuerpos, desde la carne hasta la última neurona.

Era el inicio de la obra, una trágica y desconcertante obra. 

Era un pequeño teatro y en medio del escenario había una silla tallada en cedro, ahí estaba sentado un hombre casi obeso, transpiraba mucho; perdón, no estoy siendo específico: sudaba a mares y las gotas se regaban en el piso. Estaba desnudo y amarrado. Trataba de taparse sus genitales y lo lograba porque la soga de la pierna derecha era un poco más larga de la que inmovilizaba su pierna izquierda; de todos modos, su hinchado estómago lograba esconder sus partes íntimas. Parecía como un animal con la sensación de que iba a morir pronto. Los animales como los humanos sufrimos cuando sentimos claramente que se acerca el fin. Pero nosotros nos creemos especiales por nuestra muerte y damos por hecho común y trivial el final de la vida de un animal, casi no reparamos en la muerte de otro ser viviente. Qué pobres somos. Detestables. Podridos. Somos una especie maldita, maldita desde cualquier óptica. Y esta obra tenía, de alguna forma, ese trasfondo.

La luz carmín permitía observar los ojos alterados del hombre y su cabeza estaba cubierta con una maraña de cabello largo. Estaba desesperado, mal oliente, grasiento, era un asco al menos a la vista. La desesperación aumentaba porque él no percibía público alguno y no entendía cómo llegó al escenario, cómo lo desnudaron y amarraron; y lo más aterrador ¿quién se tomó el detalle de la luz carmín, tenue, que daba una sensación de misterio y terror?

"¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!" sus gritos eran una mezcla de sollozos, rabia y locura. En sus ojos se podía ver la encarnación de Caín, de todos los malditos mencionados en la Biblia, de aquellos que copularon con demonios y vaciaron su alma hasta dejarla oscura. 

El sufrimiento por las ataduras, el hambre del vicio y la sed lo aterrorizaban cada minuto. Sus gritos hacían eco en el pequeño teatro. 

Un minuto parecía una eterninad. ¿Era un sueño? "¿Qué demonios sucede? ¡los mataré a todos!" los gritos eran más de terror que de convicción asesina. Era un escenario bizarro, no apto para cualquier persona, no apto para normales. 

La obra mantenía la misma estructura: el obeso amarrado, el sudor en todo el escenario y su mirada endemoniada, que a ratos cambiaba por una de compasión y necesidad de ayuda. Ansiaba escuchar un sonido. Cualquiera: pasos acercándose al escenario, voces, música, lo que sea... pero todo era un silencio que desgarraba su alma. "Un castigo para los malditos... eso me dan, malditos cobardes", gemía y hablaba al mismo tiempo. En ese momento el hombre amarrado solo quería morir, de tener la oportunidad de acercarse sus manos o brazos a su boca, se habría mutilado, se habría mordido con tal fuerza que se desangraría hasta morir. Pero no podía. No había pausa en su sufrimiento. No podía dormir, no había sosiego, no había nada más que desesperación, odio y llanto. Era un rechinar de dientes, como se explica en pasajes de la Biblia sobre algunas consecuencias de estar el infierno; la diferencia, en esta obra, era la trituración de dientes de un un solo ser... un ser grotesco.

No era una obra con muchas escenas, ni de un solo día. Pasaron semanas. La misma luz carmín tenue, la silla de cedro llena de excremento, había orina y sudor que ya llegaban a la primera fila del pequeño teatro. El hombre estaba embarrado con su propio vómito, no recibía comida ni agua, pero por alguna extraña razón su cuerpo seguía viviendo. "¡Mátenme, clemencia... tengan misericordia!" gritaba con lágrimas, que recorrían sus mejillas sucias y llegaban hasta sus labios heridos; entonces saboreaba sus saladas lágrimas. Pese a sus gritos, cada día de cada semana, su cuerdas vocales no estaban desgarradas, en la obra tenía que ser así para que sus gritos no perdieran la intensidad del dolor, para poder seguir emitiendo sonidos de sufrimiento. 

Un buen día, en medio de la locura, el amarrado por fin escuchó pasos y observó que desde una puerta en la parte alta del teatro, que había pasado desapercibida a su mirada, entró un hombre delgado que vestía un traje rojo, sus dedos eran delicados y adornados con anillos. Era un hombre diferente que podía, de alguna forma, reconocer. "¿Quién eres, maldito? te juro que romperé estos lazos, te alcanzaré y te comeré vivo", esta vez no había desesperación en la voz del hombre obeso, era una voz sin sobresaltos y con una carga de ira retenida. Su mirada era como la de una fiera que esperaba el momento para atacar. "Te voy a comer vivo", dijo en voz baja pero perceptible.

El hombre de traje rojo no se inmutó y seguía en una parte de las gradas en la cual, por la oscuridad y por la tenue luz color carmín, su rostro permanecía oculto. Ni el hombre amarrado ni la delgada figura en las gradas emitieron sonido alguno. Aunque no podían verse a los ojos, sabían que sus miradas se cruzaron durante mucho tiempo. Solo había silencio. Mientras el hombre grotesco trataba de librarse de la silla, el hombre de traje seguía sin moverse.

Así pasaron las horas. Cada uno en su lugar, el amarrado tenía claro su deseo: comerse viva a la delgada figura que estaba en las gradas. Entonces, se rompió el silencio. La puerta volvió a abrirse y apareció un hombre que vestía de negro. Era delgado y con ropa muy fina. Su entrada impactó al hombre amarrado en la silla de cedro. Este nuevo personaje bajó las gradas con agilidad y quedó frente al desesperado ser que estaba en medio del escenario. La luz tenue no impidió que ambos cruzaran sus miradas. El hombre de negro tenía un rostro fino con ojos en los que destacaban unas pupilas tan negras que estremecían a cualquiera, su nariz era delgada y bien formada, sus labios eran como los de un ángel: perfectos. Un rostro perfecto con una mirada penetrante que no expresaba sentimiento alguno.

"¿Quién eres?" preguntó el hombre obeso, asqueroso, lleno de excremento, orina y vómito. ¿También tendré que comerte vivo?" agregó con una sonrisa malvada. 

El fino hombre no contestó y acercó su rostro a la oreja derecha del que vestía el traje color rojo. luego de unos segundos volvió a su postura original, lanzó su última mirada penetrante, subió las gradas abrió la puerta y desapareció entre las sombras.

Por fin el obeso atado a la silla soltó una carcajada y dijo con voz alta: "Me los comeré. Lo saben bien".

Entonces la figura que vestía el fino traje rojo bajó dos gradas más y su rostro quedó al descubierto. El amarrado abrió sus ojos y lo invadió el asombro: ¡se estaba viendo así mismo! era su versión limpia, bella, alucinante, tentadora, de una atracción tremenda. 

"Si en la obra mueres, es decir te asesino, entonces ganas la partida; sin embargo, si te dejo en medio de esta podredumbre sin la capacidad de moverte, de autoflagelarte, de suicidarte, si te dejo vivo por siempre, entonces yo viviré y con el tiempo quien te haya conocido te olvidará. Te convertirás en un misterio mientras yo me quedaré con la audiencia", las palabras tanían un tono serio, limpio, sin sentimientos, sin sobresaltos, sin misericordia alguna. Ninguno de sus sentidos se conmovio ante tal asqueroso escenario.

Se vieron a los ojos por un tiempo. El hombre amarrado por fin pudo sonreir a medias y guardó silencio. La figura de traje rojo le dio la espalda y comenzó a subir lentamente las gradas. Antes de abrir la puerta, el hombre gordo y desnudo sentenció, "ahora que te veo, entiendo todo. Sabes bien que si me dejas vivo un día me desataré y te trituraré... te comeré vivo. Lo sabes bien". El hombre delgado, entre la oscuridad y fuera de la visión del torturado, contestó: "Lo sé. Y también puedo comerte. Solo somos diferentes por fuera. Por dentro tenemos la misma hambre que nunca encuentra saciedad, una hambre de espíritu que está maldita por los siglos de los siglos", luego de estas palabras tomó la manecilla de la puerta, la abrió completamente y antes de salir del teatro alcanzó a escuchar una risa continúa que se convirtió en carcajadas. El torturado seguía amarrado, en medio de la pestilencia, pero por fin tenía claro de qué trataba la obra... sabía que un buen día tendría la oportunidad de romper sus ataduras. La risa era tan fuerte que le dio otro escenario al teatro con la luz color carmín, tan tenue que desesperaba.

Cuando el hombre del traje rojo salió completamente del cuarto se encontró con la figura vestida de negro, caracterizada por sus ojos negros, la cual solo dijo: "¿quieres que me encargue de todo?" el hombre delgado acarició su barbilla, su rostro demostraba una tremenda introspección... "No, yo me encargo, solo permanece cerca", sentenció.

A pasos lentos el hombre de traje negro se alejó. "Si supieras que siempre te he seguido los pasos porque te envidió y te quiero conmigo... pobre hombre iluso que no tiene idea de quién soy", este pensamiento iba acompañado de una risa a medias y con su mirada que no demostraba sentimiento alguno.

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"¿De qué se encargará quién?" dijeron algunas personas alrededor del que vestía de rojo. "Todos hablamos solos, pero parece que hablabas con alguien cuando saliste del baño", dijo asombrada su pareja sentimental.

"Lo sé, lo sé... un día te contaré algo que va más allá de cualquier entendimiento", sonrió el hombre.